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Pablo Ben
Los genitales y la abyección Si el conjunto del cuerpo era un campo minado de signos que con-
de la corporalidad femenina notaban del sexo de una persona, más aún lo serían los órganos genita-
les. Éste era el sitio en el que se fundaban en última instancia todas las
diferencias naturales entre varones y mujeres.
Los órganos que componen el aparato reproductor y que “varían en
cada sexo”, en el caso del varón son: “los testículos, los canales deferen-
tes, las vesículas seminales, los conductos eyaculadores, la próstata y
glándulas de Cowper y el pene”; y en la mujer: “los ovarios”, “las trom-
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pas uterinas”, “el útero o matriz”, “la vagina”, “la vulva” y “las glándu-
las mamarias”.20
Entre las enumeraciones y descripciones de los médicos hay apenas
matices que las diferencian. Algunas descripciones de los genitales fe-
meninos prestaban más atención a la parte externa, otras privilegiaban a
los órganos internos. Es decir que se podía trazar la distinción entre ge-
nitales masculinos y femeninos considerando los ovarios, las trompas
uterinas, el útero, o bien considerando las características exteriores más
salientes en una primera observación: “los pequeños labios”, los “gran-
des labios” y el “clítoris”.21 Estas diferencias de apreciación son signi-
ficativas, especialmente porque en la mayoría de las descripciones de los
genitales femeninos el clítoris era un órgano ausente, precisamente
cuando se lo reconocía e identificaba como el lugar donde se situaba el
placer femenino.22 La ausencia de este órgano era coincidente, por lo
tanto, con una perspectiva que interpretaba a la mujer como un ser más
La desestabilización y genitales, por un lado, e identidad de género, por otro: los varones te-
de la dicotomía anatómica nían pene; las mujeres, vagina, y de aquí se concluían sujetos con carac-
terísticas diversas. Pero cuando los médicos se enfrentaban con perso-
nas que poseían anatomía y genitales ambiguos, no les resultaba senci-
llo distinguir los sexos.
En un sanatorio, por ejemplo, se presenta alguien que legalmente es
considerado mujer pero que solicita “una operación que le devuelva su
verdadero sexo, que ella cree ser el masculino”. Esta persona, que “vis-
te traje femenino”, posee una anatomía que no encaja en la definición
del cuerpo femenino sostenida por la institución médica. Es “un poco
gruesa”, carece de barba y bigote y usa el cabello largo y abundante, pe-
ro “su voz es relativamente fuerte para una mujer, siendo varoniles sus
maneras y su andar”, y además “el sistema muscular es fuerte y el pilo-
so muy desarrollado”.31
Cuando el médico recurre al análisis de los genitales para definir la si-
tuación, también se encuentra con dificultades: hay un órgano que puede
ser tanto un “pequeño pene”, como un “clítoris hipertrofiado”, que para
mayor confusión se encuentra situado “entre dos grandes labios”. En su
interior “se palpan dos tumorcitos móviles, como almendras” y el canal de
la uretra desemboca en una hendidura de tres a cuatro centímetros con pe-
queños repliegues de mucosa, situada por debajo del pene-clítoris.32
La concepción dicotómica entra en crisis en la descripción de estos
genitales: el cuerpo ya no es aquí simplemente una fuente de verdad,
sino que también es capaz de mentir. Cuando los médicos se enfrenta-
ban a casos que impugnaban el modelo establecido por ellos, se busca-
ba la mentira en alguno de los órganos. Por este motivo, se hablará de
“esos falsos labios” y del “falso clítoris”, y se le reconocerá a este suje-
to la identidad masculina.33 Se le realiza una operación para que la ure-
tra desemboque en el órgano que se ha decidido que es un pene y para
que los labios desaparezcan. Finalmente, esta persona se retira confor-
me porque ha sido reconocida como varón por los médicos, que la ayu-
daron a suprimir las características ambiguas de su cuerpo.
Sin embargo, la restablecida tranquilidad del discurso médico se
montaba sobre una operación quirúrgica y epistemológica contradicto-
ria, porque implícitamente se estaba sosteniendo que en algunos casos
la verdad anatómica venía dada por nacimiento, mientras que en otros,
para que ésta aflorara, era necesaria una transformación del cuerpo ejer-
cida por la medicina.
La modificación de los genitales era, y sigue siendo aún, un acto ile-
gal condenado; sin embargo, se autorizaba cuando los cuerpos no se
adecuaban a las categorías corporales dicotómicas que constituían la ga-
rantía de interpelación34 de las mujeres desde la perspectiva médica.
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Para que esta justificación funcionara, fue necesario definir los cuer-
pos de las mujeres instituyendo una mirada que negaba la identidad fe-
menina a quienes no coincidieran con las normativas impuestas. “Lo que
no apunta a la generación o está figurado por ella ya no tiene sitio ni ley.
Tampoco Verbo. Se encuentra a la vez expulsado, negado y reducido al
silencio. No sólo no existe sino que no debe existir y se hará desapare-
cer a la menor manifestación –actos o palabras [podríamos agregar cuer-
pos]– [...] funciona como una condena de desaparición, pero también
como orden de silencio, afirmación de inexistencia, y, por consiguiente,
comprobación de que de todo eso nada hay que decir, ni ver, ni saber”.60
Romper este silencio impuesto por la corporación médica que negó
la identidad femenina a muchas mujeres con el objeto de sostener un
discurso profundamente sexista permite un cuestionamiento de la cate-
goría de mujer como algo dado, existente en la naturaleza.
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Notas
1 Utilizamos el término abyección para referirnos a aquellos cuerpos o personas cuya
identidad, al caer fuera de las normativas impuestas por una institución que tiene
efectos en el conjunto de la sociedad, es considerada como algo que cae fuera de la
categoría de lo “humano”, lo/a excluye de la posibilidad de ser un/a “sujeto”, etc.
Esta expulsión tiene efectos constitutivos de las subjetividades en el conjunto de la
cultura y muestra por la negativa la construcción social del cuerpo, la sexualidad y
las identidades de género. Véase Judith Butler, Bodies that matter. The discursive li-
mits of sex, Londres, Routledge, 1993.
2 Cfr. Guy, Donna, “Madres vivas y muertas. Los múltiples conceptos de la materni-
dad en Buenos Aires”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna (comp.), Sexo y sexua-
lidades en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998.
6 Bialet Massé, Juan, ob. cit., pág. 243; Otero, Francisco, Higiene de la mujer, Ca-
baut, Buenos Aires, 1916, pág. 25.
8 Ibídem.
11 Ibídem.
12 Mallo, Pedro, ob. cit., págs. 20 y 128; Bialet Massé, ob. cit., pág. 243.
16 Bialet Massé, ob. cit., pág. 238. Véase también Mallo, Pedro, ob. cit., pág 144.
17 Ingenieros, José, Tratado del amor, Meridión, Buenos Aires, 1955 (1ª ed. 1925),
págs. 88-94.
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20 Mallo, Pedro, ob.cit., págs. 9 y 241-7; Belou, Pedro, Curso de Investigaciones, Bue-
nos Aires, Arsenio Giudi Buffardi Editor, 1906, págs. 171-81.
22 Ingenieros, José, “Psicopatología...”, ob. cit. Para un análisis del modo en que se
concibió desde el Renacimiento hasta el siglo XX la relación entre clítoris y sexua-
lidad femenina: Faderman, Lillian, Surpassing the Love of Men: Romantic Friends-
hip and Love between Women from the Renaissance to the Present, William Mo-
rrow, Nueva York, 1981.
23 Por ejemplo, en: Pérez, Marcos José, Elementos de Anatomía Humana, edición del
autor, Buenos Aires, 1926; Olive, Emilio, Nociones de Anatomía fisiológica e Hi-
giene, Coll, Madrid y Cía., Buenos Aires, 1889.
24 Cfr. Suárez Battilana, V., Nociones de embriología con apuntes taquigráficos toma-
dos en clase del Dr. Widakowich, Cappellano, Buenos Aires, 1920; Bernardi, Ricar-
do, “Embriología del aparato urinario superior”, El Día Médico, 1943; Vila, Eduar-
do L., “Sobre algunas malformaciones genito-urinarias”, Boletín de la Sociedad de
Obstetricia y Ginecología, tomo VIII, Buenos Aires, 1929, pág. 398, e “Hipertrofia
del clítoris”, Boletín de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología, tomo X, 1931,
pág. 234; García, Ernesto, “Tabicamiento de la vagina”, Boletín de la Sociedad de
Obstetricia y Ginecología, tomo X, 1931.
29 Ibídem.
30 Véase también: Canton, Eliseo e Ingenieros, José, “Locura del embarazo”, en Archi-
vos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, tomo II, Buenos Aires, 1903,
págs. 548-56.
32 Ibídem.
33 La idea de los órganos “falsos”, “simulantes”, o que “engañan”, se repite con insis-
tencia en artículos de Roche, Carlos F.; Labaqui, J. M.; Lagos García, Carlos; Frank,
Robert y Glodberger, M. A., en La Semana Médica; Revista Argentina de Obstetri-
cia y Ginecología; Revista de Ciencias Médicas, 1917, 1918, 1923 y 1926. El her-
mafroditismo no era sólo un error en los genitales, o en otras regiones corporales,
sino también un “error de persona” según lo expresa la obra de De Veyga, Francis-
co, Estudios médico-legales sobre el Código Civil argentino, Librería Científica de
Agustín Etchepareborda, Buenos Aires, 1900.
266 CUERPOS Y SEXUALIDAD
34 Con este término pretendemos dar cuenta de la manera en que un/a “sujeto” se cons-
tituye a partir del modo en que se le atribuyen características y se lo/a insta a acep-
tarlas como propias. Dado que el discurso médico interpela, esto permite que sus
ideas tengan efectos, consecuencias prácticas, y no que sean simplemente una “for-
ma de ver el mundo”.
41 Lagos García. Carlos: Las deformaciones sexuales. Trabajo al cumplir el primer año
de adscripción a la cátedra de Clínica Quirúrgica. 1915 (páginas sin numerar).Véa-
se también Häckel, Ernesto, Las maravillas de la vida, 2 vols., F. Sempere y Cía,
Valencia, s/f.
50 Cfr. De Veyga, Francisco, “El sentido moral y la conducta de los invertidos sexua-
les”, Archivos de Psiquiatría y Criminología, 1904. Sobre la producción de la muer-
te de aquellas personas no aceptadas por su identidad de género o por preferencias
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sexuales, véase también Adam, Barry D., The rise of a Gay and Lesbian Movement,
Twayne Publishers, G K. Hall & Co., Boston, 1987, pág. 29; y Forster, E. M.,“In-
troducción” [escrita entre 1913 y 1914], en Maurice, Seix Barral, Biblioteca Breve,
Barcelona, 1983; también Marcus, Eric, Making History. The Struggle for Gay and
Lesbian Equal Rights 1945-1990. An Oral History, HarperPerennial, New York,
págs. 54-6 y 51.
56 Roche, Carlos F., “El pseudo-hermafrodismo masculino...”, ob. cit., pág. 438.