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El Amor de Dios: Él Llama a la Puerta del Corazón del Pecador

Apocalipsis 3: 20

Introducción:
Este texto fue dirigido originalmente a la iglesia de Laodicea; pero puede tener
una aplicación más general. Vamos a pensar en él como dirigido por Dios a
todos los favorecidos por la luz de la revelación y, no obstante, permanecen
ajenos a la salvación. Notemos,

1. El supuesto estado del alma: Cerrada para Dios.


Esta es una verdad evidente y lamentable. Él no está en los
pensamientos de los impíos. Ellos viven sin Dios y sin esperanza en
el mundo. Varias cosas son las que mantienen al alma cerrada para
Dios.
a) La ignorancia.
No conocen a Dios, ni son conscientes de su necesidad de la
gracia divina. “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó
conocimiento” Las mentes están oscurecidas por el dios de
este mundo (Os. 4: 6)
b) El reinado del pecado.
El alma está completamente poseída. Satanás se sienta en el
trono. Son sus cautivos y siervos del pecado. Dios no puede
morar allí en tanto que permanezca ese estado de cosas. La
luz no tiene comunión con las tinieblas; el pecado con la
santidad, etc. (Ro. 6: 17)
c) El amor al mundo.
Las cosas temporales absorben todos los deseos de la mente.
Lo visible y que aparenta ser bueno es preferido a lo que es
invisible y eterno. El honor del mundo, y las riquezas y
placeres mundanos son preferidos al honor, las riquezas y los
placeres que vienen de Dios (Stg. 4: 4; 1 Jn. 2: 15)
d) La inconsideración.
No reflexiona en estas cosas; no piensa en las consecuencias;
no medita en ello como el asunto más importante que merece
su atención. “Israel o entiende, mi pueblo no tiene
conocimiento” (Is. 1: 3; Hag. 1: 5; Dt. 32: 39)
e) Incredulidad.
No creen las declaraciones de las Escrituras reveladas. Por esa
razón las amenazas no alarman; las invitaciones no atraen; las
promesas no cautivan; y el evangelio no produce un efecto
salvador en el corazón. La incredulidad cierra con eficacia el
alma para Dios. “Y vemos que no pudieron entrar a causa de
incredulidad” (He. 3: 19; Mr. 6: 6)
Notemos,

2. El mensaje de Jehová para el alma cerrada para Él.


“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo”. Considere estas cosas:
a) El Bendito Ser del que proceden estas palabras.
“He aquí, yo” El Dios alto y sublime, el que habita en la
eternidad. Aquel cuyo trono está en los cielos, la tierra es el
estrado de sus pies y el universo es su templo; sus siervos son
la multitud de ángeles en los cielos. Existe por sí mismo, es
independiente y siempre bendito. No obstante, Él se inclina
para solicitar la posesión del corazón del pecador. Los cielos y
la tierra son convocados para ser testigos de un acto así de
condescendencia y gracia.
b) Su actitud. “Estoy a la puerta”
1. Lo que denota su paciencia y perseverancia. Mientras que
sus enemigos están entronizados dentro, el Dios bendito
permanece fuera.
2. Indica que está listo para partir. Puede fácilmente pasar de
largo; retirarse y dejar el alma que caiga en su capricho y
ruina.
c) La acción que lleva a cabo.
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo”
1. Mediante sus bendiciones diarias; las necesidades y gozos
de la vida (Sal. 103: 2)
2. Mediante su oferta de gracia del evangelio. Son anunciados
el perdón, la paz y la vida eterna.
3. Mediante las sugerencias de su Espíritu. Su Espíritu
convence a los hombres de pecado. Se esfuerza (Jn. 16: 8)
4. Mediante los sucesos de su providencia. Estos
acontecimientos abundan en el mundo y a veces visitan
nuestra propia familia y persona con aflicciones y tristezas
(Os. 5: 15) Notemos,

3. Hace una promesa condicional


“Entraré a él” Para iluminar la mente, para convencer el corazón, para
regenerar el alma, para hacer que las cosas viejas pasen, y hacer
nuevas todas las cosas. “Y cenará con él, y él conmigo”. Hay aquí
compañerismo y comunión mutuos; y un gozo eterno y continuo en
el mundo venidero.

Aplicación:
1. La consideración llena de gracia que Dios tiene para con los hijos de
los hombres. Desea su felicidad y salvación.
2. La responsabilidad del pecador. La vida y la muerte están delante de
él; Dios espera para salvar; su bienestar eterno o condenación
depende de su aceptación o rechazo de esta oferta de misericordia.
3. Las consecuencias inevitables para el impenitente. Dios queda
ofendido, la salvación es rechazada y el alma se pierde.

Conclusión:

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