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Los grandes poetas, los grandes actores y, acaso en general, todos los grandes
imitadores de la naturaleza, sean los que sean, dotados de una fértil imaginación, de un
gran criterio, de un tacto fino, de un gusto segurísimo, son los seres menos sensibles [...]
Nosotros somos los que sentimos; ellos, observan, estudian y pintan [...] La sensibilidad
no es cualidad de grandes genios (23).
Todo su talento [de actor] consiste, no en sentir, como suponéis, sino en expresar
tan escrupulosamente los signos exteriores del sentimiento que os engañeís al oírle (25).
El se esforzó sin sentir nada y vos habéis sentido sin esforzaros [...] El no es el
personaje, lo representa y tan a perfección, que le tomáis por tal; la ilusión es sólo
vuestra; él sabe de sobra que no lo es [...] Las lágrimas del comediante descienden de su
cerebro; las del hombre sensible suben de su corazón (26).
¿Qué es, pues, un gran comediante? Un gran burlón trágico o cómico, a quien el
poeta ha dictado el discurso (45).
Ocurre con los placeres violentos lo que con las penas profundas: son mundos
(50).
El gran actor observa los fenómenos: el hombre sensible le sirve de modelo (52).
[¿Por qué el arte copia un ideal y no una singularidad real?] Porque es imposible
que el desnvolvimiento de una máquina tan complicada como un cuerpo sea regular (57).
Habla de pintura, pero es aplicable a cualquier arte.
Quizás por no ser nada, [el comediante] lo es todo, puesto que así su forma
particular no contraría nunca las formas ajenas que tiene que adoptar (59).
Vos los veis grandes en escena porque tienen alma, decís; yo los veo pequeños y
mezquinos en sociedad porque no la tienen (70). Lo ya dicho.
Cuando todo es falso es cuando más se ama la verdad; cuando todo está
corrompido es cuando el teatro parece más depurado. El ciudadano que se presenta a la
entrada de la Comedia, deja allí todos sus vicios hasta la salida. Dentro, se siente justo,
imparcial, buen padre, buen amigo, amante de la virtud (76).
Se es uno mismo por naturaleza; se es otro por imitación; el corazón que nos
atribuímos no es el corazón que tenemos. ¿Cuál es, pues, el verdadero talento? El de
conocer bien los síntomas exteriores del alma revestida, el de dirigirse a la sensación de
los que nos oyen y nos ven, engañándoles con la imitación de aquellos síntomas, una
imitacíon que todo lo agranda en sus cabezas y que se convierte en regla de su juicio,
pues de otro modo es imposible apreciar lo quue pasa dentro de nosotors (81). El
subrayado es mío, pero la interpretación no es clara: ¿insinúa acaso que la valoración
moral precisa del espejo escénico, en el que se re-conoce el espectador, el cual no podría
acceder de otra manera al auto-conocimiento?
Ser sensible es una cosa y sentir, otra. La una es cuestión de alma, la otra cuestión
de juicio (99).
Por un poeta de genio que alcanzase esta prodigiosa verdad natural, se elevaría
una nube de insípidos y vulgares imitadores (107). ¿Y no ocurre así, en efecto?