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Siria, el epicentro de las trasformaciones geopolíticas regionales

Refugiados sirios.
Foto: Agencia de Información Paraguaya

2017 marcó la consolidación de Bashar-al- Assad en el poder en Siria, tras seis años de una guerra brutal
que dejó más de medio millón de muertos y 12 millones de refugiados - la mitad desperdigados por países
vecinos (Líbano, Jordania, Turquía), y aquellos otros que lograron llegar a Europa sin ahogarse en el trayecto,
antes que el viejo continente les cerrara sus puertas.
El triunfo de al Assad fue el resultado de la intervención de Rusia desde el 2015 para liquidar los reductos
rebeldes, principalmente en Alepo, que le imprimió el giro definitivo a la guerra. Mientras los cazas rusos
atacaban, las fuerzas de la Guardia Revolucionaria Iraní junto con Hezbollah y milicias shiitas trasnacionales
movilizadas por Teherán, “limpiaban” el terreno y ocupaban territorio rebelde.
Al oriente del país, la coalición liderada por Estados Unidos, junto con efectivos kurdos y árabes sunitas
propinaba la estocada final al Califato con la ocupación de su proclamada capital Raqqa, meses después de
que Mosul sufriera la misma suerte.
La “victoria” de Assad sin embargo no le ha restituido el control territorial del país, con extensas zonas aun
en manos de grupos de oposición: kurdos, variopintas facciones islamistas y el ejército libre sirio. Siria yace en
ruinas y su reconstrucción está estimada por el Banco Mundial en 250 mil millones de dólares, fondos que
nadie proveerá.
Con el campo de batalla transformado, Assad en el poder, el Califato aniquilado, Irán y Rusia como
triunfadores, Siria entra en una nueva fase de la guerra, una mezcla de focos locales de pacificación y
conflictos renovados por algunos territorios.
La presencia de Irán y sus proxis a pocos kilómetros de la frontera entre Siria e Israel es una bomba de
tiempo. El Estado judío ha intervenido en numerosas ocasiones en Siria bombardeando depósitos de armas,
convoyes que transportaban armamento sofisticado a Hezbollah, y hace pocos días una supuesta base militar
iraní. Israel ha establecido líneas rojas, las ha hecho y las hará respetar a como dé lugar.
Esta situación convierte a Rusia en el árbitro del juego de alto riesgo entre judíos e iraníes:
 Rusia mantiene excelentes relaciones con Israel, incluyendo la coordinación militar en Siria donde la
fuerza aérea judía opera a su gusto.
 Por otro lado Irán fue aliado de Rusia para salvar a Assad. Pero una vez logrado este objetivo, los
intereses de Moscú y Teherán comienzan a divergir. Rusia no está interesada en entrar en conflicto
con los países de la región donde se está consolidando como la “potencia indispensable”, y debe
evitar que Irán y su testaferro libanés Hezbollah provoquen a Israel a una guerra que haría ver los
último seis años como un videojuego.
Assad por su lado se muestra triunfalista y sin ánimo de negociar con la oposición las reformas políticas que
dieron origen a la guerra. Esto puede irritar a Rusia que busca afanosamente un final del conflicto con
participación de otros grupos -kurdos y sunitas- en la piñata del poder en Siria. Paradójicamente tras haberlo
salvado de su segura derrota, Assad podría convertirse en una “piedra en el zapato” para Rusia y Putin sabe
cómo lidiar con eso.
Adiós al Califato, no a ISIS
2017 también marcó la aniquilación del “Califato” con la caída de sus dos capitales, Mosul y Raqqa, y la
recuperación de la frontera entre Siria e Irak por parte de las fuerzas iraquíes. Las ruinas de varias ciudades
en Irak y Siria, ratas deambulando por los basurales, la sombría procesión de seres humanos que deambulan
sin destino ni esperanza por entre los escombros, atestiguan el dantesco final del Califato.

ISIS sin embargo no desaparece, se repliega y desplaza a otras latitudes: Libia, Filipinas, Yemen, Somalia y
si las circunstancias que le dieron origen en Mesopotamia, léase marginación de la minoría sunita en Irak y la
mayoría sunita en Siria no son superadas, volverán los radicales a azotar estas castigadas tierras. Ya se
evidencia un sustancial incremento de ataques por parte de ISIS en las zonas “liberadas” en Irak,
especialmente Ramadi, Faluya y Mosul.

Irán le gana a Arabia Saudita

La contienda geopolítica entre estos dos países se desarrolla en múltiples escenarios y por ahora Irán
aventaja a su adversario: a través de sus proxis, los ayatolas han consolidado la “coraza shiita” en el Levante
desde Irak hasta el Mediterráneo.

El conflicto entre Irán y Arabia Saudita ha tenido en Yemen, el más pobre de los países árabes, su capítulo
más funesto

La guerra en Siria significó una dura prueba para Irán, que se la jugó sin vacilar por su aliado Bashar-al-
Assad derrotando a las fuerzas opositoras apoyadas por los saudíes.

Irán también solidificó su influencia sobre Irak tras la derrota de ISIS, liderada por un Estados Unidos sin
pretensiones políticas distintas de “vencer al terrorismo”. Las milicias shiitas -unos 140 mil efectivos, armados
y entrenados por Irán- esperan su tajada tras haber participado en la “liberación” del territorio controlado por
ISIS, con lo cual Irán obtendría en Irak lo que ya tiene en el Líbano con Hezbollah: un ejército proxi, un Estado
dentro del Estado, un “cáncer” con capacidad de destruir a su “anfitrión”.
Los kurdos, héroes de la guerra contra ISIS, fueron traicionados por Estados Unidos y occidente quienes tras
el referendo independentista de septiembre los abandonaron a su suerte y a las fauces de Erdoğan y las
milicias shiitas iraquíes. Una humillante lección de realismo en las relaciones internacionales y el poco apetito
que hay para crear nuevos estados en oriente medio.

De su lado Qatar fue sometido a un bloqueo por parte de los países del Golfo, con el argumento que el
pequeño emirato “apoya el terrorismo”. Sin embargo la verdadera molestia de las dinastías reinantes es con la
cadena de televisión qatarí Al-Jazeera, crítica severa de los regímenes árabes. El bloqueo aún vigente se ha
convertido en un bumerang que empuja a Qatar hacia los brazos de Irán y de Turquía. Otra derrota para los
saudíes.

En Líbano -que desde hace años ha sido un escenario del conflicto Irán-Arabia- se produjo el extraño episodio
de la renuncia, instigada por los saudíes, del primer ministro Saad Hariri anunciada a través de la televisión de
Arabia Saudita, desde donde acusó a Irán y a Hezbollah de incendiar la región y poner en peligro la
supervivencia del Líbano. De regreso a Beirut, Hariri se retractó evitando una grave crisis constitucional en un
país donde manda Hezbollah. Otra jugada que le salió mal a los saudíes.
El conflicto entre Irán y Arabia Saudita ha tenido en Yemen, el más pobre de los países árabes, su capítulo
más funesto: una tragedia humanitaria de proporciones bíblicas frente a una comunidad internacional
anestesiada y paralizada por consideraciones geopolíticas. Hambruna, cólera, desplazamientos forzados y
destrucción por doquier causados por los bombardeos de los cazas saudíes y los ataques por parte de los
rebeldes Houties pro iraníes.

El aventurerismo de Teherán en la región es una de las causas del malestar popular y las protestas masivas
que en estos días están siendo reprimidas a sangre y fuego en Irán.

En un contexto tan complejo como el aquí descrito se ha especulado sobre un acercamiento entre Israel y
Arabia Saudita bajo la premisa que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Ambos países consideran a Irán
su enemigo existencial, razón por la cual han incrementado su cooperación militar y de inteligencia. Pero los
saudíes no “cruzarán el Rubicón” de hacer públicas sus relaciones con el Estado judío mientras no se
produzca algún avance real en el proceso de paz entre Israel y los palestinos

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