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Foucault, M. (1970). El orden del discurso. Buenos Aires, Argentina: Tusquets Editores.
Michel comienza presentando la inquietud que suscita el discurso desde dos posturas opuestas,
pero no independientes. Por un lado, encontramos el temor de quien él identificará
posteriormente como <<sujeto fundador>> a involucrarse en el discurso propiamente dicho, a
ponerse del otro lado de este, a situarse en el campo del orden de las leyes preparado justamente
por su contraparte, el sistema de instituciones. Es este último quién le confiere el poder al
discurso y quien le impone sus formas ritualizadas. El papel de este agente y esta noción se
sostendrán contundentemente a lo largo del texto. Se finaliza esta introducción nombrando la
peligrosidad de la existencia y proliferación del discurso de las gentes, idea que se aclara
paulatinamente a lo largo de su concienzudo trabajo.
Después de este preámbulo Michel Foucault revela sutilmente su hipótesis (yo por mi parte me
permitiré adelantarme y expandirla un poco): La producción del discurso en toda sociedad -
esta categoría es central en su tren de pensamiento- está controlada, seleccionada y
redistribuida de tal suerte que se busca conjurar sus poderes y peligros, dominar el
acontecimiento aleatorio y soslayar su vigorosa y temible materialidad. Bajo una aparente
veneración del discurso, donde aparece más radicalmente liberado de sus coacciones y
universalizado se oculta una especie de temor y es por esto por lo que todos los umbrales se
disponen para dominar el discurso como murmullo incesante, batallador y desordenado, para
aligerar su riqueza en contenido peligroso y organizar su desorden según figuras que esquivan
lo más incontrolable.
Para Foucault el discurso manifiesta y sobretodo encubre un deseo -nótese la relación con el
psicoanálisis- y es a la vez objeto del deseo por el poder que entraña; poder que el autor
especificará casi al final del texto como el de constituir dominios de objetos. Es de esta manera
no solamente un medio para la lucha sino el objetivo mismo de ella; es el poder del que se
quiere ser dueño. En virtud de ello Michel hará hincapié en la constricción que históricamente
ha ejercido la palabra prohibida alrededor de la sexualidad y la política.
Una vez puesta esta carta sobre la mesa, el autor se consagra a señalar- y ya se verá la
importancia que este concepto tiene para él- los procedimientos de control del discurso y a
exponer su función. Foucault compone tres grupos y, lejos de separarlos, enfatiza en su
conectividad y movilidad en forma de red. Es importante mencionar que los conjuntos
propuestos no están aislados -la yuxtaposición carece de ocasión en la posición que toma el
autor- y más bien es a través de la coordinación y subordinación que estos adquieren sus nexos
inevitables, en todo el sentido de la palabra.
En primer lugar, encontramos los sistemas de exclusión que revelan un vínculo con el plano
del discurso que contiene el deseo y el poder. El autor se preocupa por si la oposición entre lo
verdadero y lo falso es equiparable con los otros procedimientos de control, pues a simple vista
(aproximándose a ella a nivel proposicional) carece de las características inherentes de estos,
es decir: un carácter arbitrario, modificable, institucional y violento. Sin embargo, Foucault
resuelve rápidamente este problema llevando este antagonismo al nivel de la voluntad de
verdad que atraviesa los discursos diacrónicamente, donde es clara su silueta de sistema de
exclusión y obvia su identidad como separación histórica que ha dado forma a la voluntad del
saber. Es en este punto donde encontramos la primera alusión de Foucault a la verdad, que será
un eje central de su análisis sobre el discurso.
Michel hace un recuento histórico para mostrar cómo esta separación- e implícitamente por su
carácter de red todas las demás también- se ha desplazado a lo largo del tiempo. Como ejemplo
destacable encontramos el racionalismo del siglo XVII que impone al sujeto conocedor una
posición y una función y exige la tecnicidad del conocimiento. Es evidente el primer plano que
ocupa la historia en el análisis del discurso del autor; la historia de los planes de objetos por
conocer, la historia de las funciones y posiciones del sujeto conocedor y la historia de las
inversiones técnicas e instrumentales del conocimiento. Todas ellas alrededor de la historia de
la voluntad del saber misma.
La historia, para el autor, no se aleja de los acontecimientos, más bien extiende su campo sin
cesar para establecer series diversas, entrecruzadas, a menudo divergentes, pero no autónomas,
que permiten circunscribir el lugar del acontecimiento, los márgenes de su azar y las
condiciones de su aparición. Aquí surge un problema importante del análisis del discurso de
Foucault: tratar los discursos como un conjunto de acontecimientos. El mismo aclarará más
tarde en su discurso que se no se trata en absoluto de una concepción de una sucesión de
instantes de tiempo, en cambio se trata de cesuras que rompen el instante y el sujeto en una
pluralidad de posibles posiciones y funciones.
Esta voluntad de verdad está acompañada además de la forma de en que se pone en práctica el
saber en una sociedad, de cómo es valorizado, distribuido y atribuido. De esta forma, atraviesa
múltiples campos (la literatura la economía, el derecho) y los obliga a buscar una base en lo
verosímil. Esto desencadena en una problemática importante: el discurso verdadero no puede
reconocer la voluntad de verdad que lo atraviesa, se presenta enmascarada y enmascarando
también el deseo y el poder. Se presenta la verdad como llena de riqueza, fecundidad, fuerza
suave e insidiosamente universal. El autor afirma que por el contrario es una prodigiosa
máquina de exclusión que cae sobre quienes intentan evitarla y enfrentarla cuando a través de
ella se quiere justificar lo prohibido y definir la locura.
Aparecen así los otros dos sistemas de control: prohibición y rechazo de la locura. Foucault
arguye -aunque ya lo ha hecho evidente- la primacía de la voluntad de verdad explicando como
ésta intenta apoderarse de los otros dos para fundamentarlos y modificarlos. Los primeros se
vuelven más frágiles mientras esta última se fortalece, se hace más profunda e insoslayable;
convergen imperiosamente hacia ella.
El comentario conjura el azar del discurso creando de una identidad que tendría la forma de la
repetición y de lo mismo y que pretende asentar las conjunciones ritualizadas, para así limitar
la multiplicad abierta de sentidos del discurso. Este sistema de control reconoce, según Michel,
la riqueza y el secreto consustanciales de los discursos y genera consecuentemente un desfase
entre los textos. le atañe la permanencia de los discursos; las modalidades en que este se
reanuda y se transforma. La desaparición de este subnivel comportaría el juego, la utopía y la
angustia. Respecto a este punto, Foucault deja entrever, desde mi punto de vista, una propuesta/
oportunidad liberadora para el discurso.
Con el autor, Foucault reanima el concepto de voluntad de verdad. Porque este primero es a
quien se exige que de cuenta de la unidad del texto, que revele su sentido oculto Este primero
limita el azar por el juego de una identidad que tiene la forma de individualismo y del yo. No
visto como quién ha dicho o escrito un texto, sino como un principio de agrupación del
discurso, unidad y origen de sus significaciones, foco de su coherencia. Este principio no actúa
de forma constante, pues es evidente la presencia de discursos que circulan sin autor. Sin
embargo, en los terrenos en los que la atribución a un autor es indispensable (se mencionan
literatura, ciencia y filosofía) su función es variable.
Si bien en campos como en el de la ciencia en los que el autor ha influido en la valoración del
texto se ha ido debilitando, en el terreno de lo literario la figura y función se ha fortalecido. El
autor es quien da al lenguaje de ficción su unidad, sus nudos de coherencia su inserción en lo
real. Hay un individuo inventor escritor que tomando diferentes posiciones y recibiendo y
modificando su época perfila y pone diferencias en su vacilante obra.
Michel aprovecha la disciplina para insistir en el carácter relativo y móvil de los principios de
control de la producción del discurso. Fija sus límites por el juego con una identidad que tiene
la forma de una reactualización permanente de las reglas. Permite construir, pero según un
estrecho juego
Con el último grupo no se trata de dominar los poderes que conllevan o conjurar los azares de
su aparición sino de determinar las condiciones de su utilización. Estos sitemas imponen
directamente a los individuos una calificación y unas exigencias para hacer uso del discurso y
no permiten así su acceso a todo el mundo. Se trata esta vez de un enrarecimiento de los sujetos
que hablan. Algunas regiones del discurso no están abiertas y penetrables, se presentan por el
contrario diferenciadas y diferenciantes.
Ulteriormente a esta honda consideración de los sistemas de sumisión del discurso, Michel
Foucault erige el problema, que ya ha sido exteriorizado transparentemente: Parte de la
filosofía proporciona una racionalidad como principio de desarrollo del discurso y deniega su
realidad específica; brota como respuesta a estos juegos de la limitación, a esa condenable
búsqueda y deseo de la verdad ideal.Parece que el pensamiento ha velado por que haya el
menor espacio posible entre el pensamiento y el habla. Las palabras hacen visible el
pensamiento, pero más allá de eso lo revisten de sus signos. El discurso se anula de este modo
en su realidad situándose en el orden del significante.
Para analizar los problemas del temor y la limitación del discurso, Foucault abandona la
posibilidad de borrarlos, propone: poner en duda nuestra voluntad de verdad, restituir al
discurso su carácter de acontecimiento y levantar finalmente la soberanía del significante. Este
método exige consigo cuatro principios que ya se han manifestado: trastocamiento, que
consiste en reconocer el juego negativo de un corte y enrarecimiento del discurso más allá de
la función positiva que parecen jugar los agentes de control y cesar de considerarlos como
instancia fundamental y creadora; discontinuidad, bajo la cual los discursos deben ser tratados
como prácticas discontinuas que se cruzan a veces se yuxtaponen pero otras veces se ignoran
y obliteran; especificidad, según la cual es necesario concebir el discurso como una práctica
que les imponemos, práctica donde los discursos adquieren el principio de regularidad; y
finalmente, exterioridad, ir hacia las condiciones externas de posibilidad que da motivo a la
serie aleatoria de estos acontecimientos y que fija sus límites.
Se oponen en este análisis cuatro principios reguladores a cuatro nociones que han dominado
la historia tradicional de las ideas: el acontecimiento a la creación, la serie a la unidad, la
regularidad a la originalidad y la condición de posibilidad a la significación. Foucault ha
reconocido previamente en esta historia tradicional de las ideas una maquinaria que permite
introducir en la raíz del pensamiento, el azar, el discontinuo y la materialidad. Amenazas que
se pretenden sortear refiriendo al desarrollo continuo de una necesidad ideal.
Foucault hace distinción de dos conjuntos con dos perspectivas y delimitaciones distintas en
su horizonte de análisis. El conjunto crítico que utilizará el principio de trastocamiento ya
mencionado y al cual le atañerá el análisis de los sistemas de desarrollo discursivos, intentará
señalar, cercar estos principios de libramiento, de exclusión, de rareza del discurso; pero
también el reagrupamiento y unificación de los discursos a través de las cuales se forman. Y el
conjunto genealógico que utilizará los otros tres principios del método y que se refiere a las
series de formación efectiva del discurso estudia su formación dispersa, discontinua y regular
teniendo en cuenta los límites que intervienen en las formaciones reales e intenta captarlo en
su poder de afirmación.
El análisis del discurso así entendido no revela la universalidad de un sentido, saca a relucir el
juego de la rareza impuesta por un poder fundamental de afirmación. Finalmente, Foucault
muestra de donde proviene la influencia en sus ideas y da nombre a esa voz: J.Hyppolite, que
el desea que este presente como antecesor en la dirección en la cátedra, pero que finalmente lo
impulsa a gestar la lección que acaba de dar.