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1M· Perspectivas feministas en teoría política

- Ruddick, Sara, Maternal 1binking: Toward a Politics 01 Peace, Boston, Bea­ Capítulo 8
con Press, 1989.
- Sherwin, Susan, «A Feminist Approach to Ethics», en Resourceslor Feminist DESIGUALDAD DE GÉNERO Y DIFERENCIAS CULTURALES
Research, vol. 16, n.o 3, 1987 (número monográfico dedicado a «mujeres y
filosofía»). Susan Moller Okin
- Somers, Christina Hoff, «Filial Morality», en 1beJoumal 01Philosophy, vol.
83, n.o 8, agosto de 1986.
- Spelman, Elizabeth v., Inessential Wóman: Problems 01Exclusion in Feminist
1bought, Bostan, Beacon, 1989. Las teorías de la justicia están experimentando algo similar a una crisis del
- Walker, Margaret, «Moral Understandings: Alternative "Epistemology" for identidad. ¿Cómo pueden éstas ser universales, basadas en principios, funda-'
a Feminist Ethics», en Hypathia: A Joumal 01 Feminist Philosophy, vol. 4, mentadas en buenas razones que todo el mundo pueda aceptar y, al mismo tiem­
n.o 2, verano de 1989. po, dar cuenta de las muchas diferencias existentes entre las personas y los gru­
- Weitzman, Lenore J., The Divorce Revolution, Nueva York, The Free Press, pos sociales? Las feministas han sido de las primeras en señalar que l-.steorías
1985. supuestamente universalistas hanexcluiio a,gmn número de personas-: Y algu­
- Williams, B., «A Critique uf Utilitarianism», en Utilitarianism: For and nas feministas han señalado también quei~~~teorí.:"5·fernini~as1~eaha­
Against, Cambridge, Cambridge University Press, 1973. ber daio cuenta délsesgo@ t3@mÍsiónséXiS-ta-andejado de lado otros sesgos
- Williams, B., «Morality and the Emotions», en Problems 01 the Self, Cam­ racistas, heterosexiseas, religiosos y de clase. Pese a todo, uniendo nuestras voces
bridge, Cambridge University Press, 1973. a las de los/as demás, algunas de nosotras vemOs problemático avanzar en la
- Williams, Wendy W., «Equality's Riddle: Pregnancy and the Equal Treat­ dirección de formular completamente una teoría de la justicia atendiendo a los
ment/Special Treatment Debate», en New }órk University Review 01 Law puntos de vista y a la expresión de las necesidades de cada uno de los individuos
and Social Change, vol. 13, n.O 2, 1984-1985. o grupos concretos. ¿Es posible, de adoptar esta vía, establecer algunos princi­
- Young, Iris Marion, «Impartiality and the Civic Public», en Praxis Interna­ pios? ¿Se trata de un camino viable, habida cuenta de la posibilidad de «falsa
tional, vol. 5, n.o 4, enero de 1986. conciencia»? ¿Subrayar las diferencias, especialmente las diferencias culturales,
- Young, Iris Marion, «Throwing Like a Girl: A Phenomenology of Femini­ no conlleva un deslizamiento hacia el relativismo? El problema que todo ello
ne Body Comportment, Motility and Spatiality»; «Pregnant Embodiment: plantea es importante. Ci~arnentel~,uedeacistir duda alguna de que cuan­
Subjectivity and Alienation»; «Breast as Experience: The Look and the Fee­ do se conformaron la ffiay@r parte' de las teorías de la justicia se omitió escu­
ling», en Stretching Out: Essays in Feminist Social Theory and Female Body char numerosas vocesfFe~ ¿c6tn6 es posible que se expresen y se oigan esas
Experience, Bloomington, Indiana University Press, 1990. voces diferentes y,a pesar de todo, se establezca una teoría de la justicia cohe­
rente y viable? Ésta es una de las cuestiones de las que (eventualmente) volveré
a ocuparme en este ensayo.

FEMlNISMO, D1FBRENCIA Y ESENCIALlSMO

Recientemente, las feministas han tenido mucho que decir acerca de la dife­
rencia. Uno de los aspectos del debate ha sido la continuación de la vieja argu­
mentación que trata de discernir cuán distintas son las mujeres de los hombres,
a qué pueden deberse tales diferencias y, por último, si éstas exigen que las leyes
y otros aspectos de la política pública traten a las mujeres de alguna forma dis­
tinta a los hombres. 1 Otro aspecto más innovador del debate se refiere a las di­

1. En su mayor parte este debate se ha llevado a cabo entre feministas especializadas en teoría legal
y teoría política. La bibliografía de carácter jurÍdico es ya tan amplia que resulta difícil de resumir y,
además, no es relevante para este ensayo. Para algunas referencias, véase Olcin, 1991, notas 1·3.
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ferencias entre mujere~/Id~Nf~m,~{af~qu~es "esencialista» hablar de las La afirmación de que gran parte de la teoría feminista reciente es esencialista
mujeres,fie los problemas de las mujeres y, especialmente, de los problemas de procede fundamentalmente de tres fuentes, en parte solapadas: el pensamiento
las mujeres «como tales».2,~~~.t~ (p.,let.~blj1.Qcas, de clase me-­ posmoderno de influencia europea; la obra de las feministas afroamericanas y
dia y aI.~ han excluido o han'si#oinsensibles p.9sólo a los problemas de las de otras minorías presentes en los Estados U nidos y Gran Bretaña; y, especial­
mujeres de otrasrazas, cultuns,])treligiones"siao incluso a los de las mujeres mente, del reciente libro deSpelmaáJi:l~iWomanlenlo sucesivo 1W).
de. ct~+~~~t~i!J~ ..§~~,¡ Pgr tanto, quienes se 0l'0nen a este esencialismo La posmodernidad es escéptica ante todas las afirmaciones universales o genera­
arumánqueel«género~es una categoría problemátiífa menos que se concrete lizables, incluyendo las del feminismo. De abí que considere que conceptos cen­
! se:~~lll~qué en el contexto de la raza, lilº~e, la etnicidad, la reli­ trales del pensamiento feminista, como el de «género» o el de «mujer», son tan
gión,uotQS diferencias semejanr.es{(Zhilders y Hooks, 1990; Harris, 1990; Hooks, ilegítimos como cualquier otra categoría o generalización que no se pare a con­
1984; Lorde, 1984; Minow y Spelman, 1990; Spelman, 1988). siderar cada una de las diferencias. Como afirma, por ejemplo, Julia Kristeva:
Ciertamente, el calificativo general de feminismo esencialista es válido apli­
cado a algunos trabajos concretos. Feministas con la solera de Harriet Taylor, La creencia de que «alguien es una mujer» es casi tan absurda y oscutantista como
Charlotte Perkins Gilman, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir y Betty Frie­ la creencia de que «alguien es un hombre». (...) Debemos usar «nosotras somos muje­
dan (en La mística de la feminidad) parecen haber dado todas por supuesto que, res" como una advertencia o como una consigna para nuestras reivindicaciones. Sin
por ejemplo, las mujeres a las que estaban liberando tendrían que recurrir a sir­ embargo, a un nivel más profundo, una mujer no puede «ser»j esto es algo que ni
vientes. Con la excepción parcial de Woolf, que alude brevemente al difícil sino siquiera pertenece al orden del ser. (Citado en Marks y de Courtivron, 1981, pág. 137.)
de las criadas, estas autoras no prestan atención al servicio doméstico, la inmen­
sa mayoría del cual está compuesto, naturalmente, por mujeres. La tendencia En la misma entrevista, Kristeva afirma también que, dada la historia tan
de muchas de las feministas blancas de clase media y alta de mediados del siglo diferente de las mujeres chinas «es absurdo cuestionar su falta de liberación se­
diecinueve, algunas de las cuales eran explícitamente racistas, consistente en pensar xual» (en Marks y de Courtivron, 1981, pág. 140). Por consiguiente, resulta ob­
únicamente en las mujeres de su propia clase y raza hace que sean tan ~ ~ vio que cree que no puede haber explicaciones u objeciones interculturales que
~ yp~~~l~plélP.t'a$itJe_Sojourner,;:Tru;t ~famoso discurso «A.m.'t den cuenta de la desigualdad de género.
1 aiwon:1an~{¿Nosoy a<;UO:;.UJ;l.il4riujer?};;j!Sinembargo, creo que este proble­ Para Spe.IpJ.an:¡Ji<la frase "como una mujer" es el caballo de Troya del etno­
ma, como argumentaré a continuación, está mucho menos presente en los tra­ centris~o femi.nlsta» {1"7. pág. 13);.!!J.•elt!~t~~A~::!a1 {!..~~:de,:la~
bajos de la mayoría de las feministas más recientes. Sin embargo, las acusaciones se medía han sido no tener en cuenta en sus critIcas a las mujeres(ílstmtas de
de «esencialismo» parecen menudear y proliferar más que antes. Se podrían re­ "enasÍ;niSm~~cuando las han contemplado e incluido en sus tesis, b~rdado
sumir en la reciente afirmación de Elizabeth Spelman (1988) de que «centrarse por supuest~!!Ífuerancuales fuesen las diferencias,su~ienciá'défsexis-·
en las mujeres "en tanto que mujeres" sólo tenía como objetivo a un grupo moera la miSlna.mn el mejor de los casos, afirma Spelman, lo que se presenta
de mujeres, a saber: las mujeres blancas de clase media de los países industriali­ es «un análisis aditivo que aborda la opresión de una mujer negra en una socie­
zados» (pág. 4). En algunos círculos esta afirmación se ha aceptado casi como dad racista y sexista como si ello fuera una carga adicional cuando, en realidad,
una obviedad. es una carga distinta» (1"7. pág. 123, la cursiva es mía).
Sin embargo, estos argumentos antiesencialistas suelen ser largos en lo teoré­
2. El término cesencialismo., empleado en el contexto de la teorla feminista, parece tener básica­ tico pero muy cortos en evidencias empíricas/Una gran proporción de los ejem­
mente dos significados. U no alude a la tendencia a contemplar determinadas caracteristicas o capacida­ plos que ofrece Spelman sobre cómo difieren las experiencias de la opresión
des como esencialmente cfemeninas., en el sentido de que éstas están inalterablemente asociadas con
el hecho de ser mujer. Usado en esta acepción, el esencialismo está muy cerca del determinismo bioló­ experimentadas por las mujeres se refieren a los períodos de esclavitud de la
giG9> cuando no coincide exactamente con él. Obviamente. no aludo aqui a este sentido del término. antigua Grecia y, especialmente, al Sur de los Estados Unidos antes de la guerra
3. En 1851,'durante una convención sobre derechos de las mujeres compuesta casi exclusivamente civil. Sin embargo, no está claro hasta qué punto es importante para la mayoría
por mujeres blancas, Truth dijo: c1.Ds hombres de ahi fuera dicen que hay que.ayudar a las mujeres
de cuestiones relacionadas con la semejanza o diferencia de las fortnas de opre­
a subir a los carruajes, a cruzar las zanjas y que éstas deben ocupar el mejor lugar en todas partes. ¡A
mi nadie me ayuda a subir a un carruaje, ni impide que chapotee en el barro, ni me cede el mejor lugar! sión de género actuales el contraste obvio entre la experiencia de las esposas
¿Y no soy acaso una mujer? ¡Miradme! ¡Mirad mi bru.o! ¡Yo he cavado, plantado y he llevado la cosecha de los esclavistas blancos y la de las esclavas negras.
al granero, y ningún hombre pudo disuadirme! ¿Y no soy acaso una mujer? Puedo trabajar y comer Dejando al margen la escasez de evidencias relevantes, algo de lo que volveré
tanto como un hombre -cuando tengo qué comer- y también empuñar un látigo. ¿Y no soy acaso
una mujer? He dado a luz a trece criaturas y he visto cómo la mayoria de ellas han sido vendidas como
a ocuparme, creo que en el ~mento antiesencialista de Spelman existen otros
esclavas, y cuando mi dolor de madre me hizo gritar, nadie. salvo Jesús, me escuchó. ¿Y no soy acaso dos problemas conexos. Uno de ellos es la afirmación de que, a menos que una
una mujer?». teórica feminista perciba la identidad de género como algo intrínsecamente vincu­
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lado a la clase, la raza u otros aspectos de la identidad, la feminista en cuestión negras es, aun ahora, radicalmente diferente de la de las mujeres blancas, que
ignora los efectos de todas esas otras diferencias. Spelman escribe que «si el gé­ se trata de «una experiencia profundamente arraigada tanto en el color como
nero fuera aislable de otras formas de identidad, si el sexismo fuera aislable de en el género» (pág. 598). 4 Harris, al igual que Spelman, está tan preocupada por
otras formas de opresión, lo que pudiera ser cierto entonces de la relación entre las feministas blancas que dicen que las mujeres negras son «como nosotras, sólo
cualquier hombre y cualquier mujer podría también ser cierto de la relación que aún más» como lo está porque ellas marginen o ignoren a las mujeres ne­
entre cualquier otro hombre y cualquier otra mujer» (IW; pág. 81). Pero una gras. Como sostendré más adelante, esta «insultante» conclusión, según la cual
cosa no se sigue de la otra. Se puede afirmar que el sexismo es una forma identi­ los problemas de las demás mujeres son «similares a los nuestros pero aún más
ficable de opresión, muchos de cuyos efectos son percibidos por las mujeres con acentuados», es exactamente la conclusión a la que llegué al aplicar algunas ideas
independencia de su raza o de la clase a la que pertenezcan, sin que ello signifi­ feministas occidentales sobre la justicia a las situaciones de las mujeres pobres
que en modo alguno suscribir la opinión de que la opresión de raza y de clase en muchos países pobres.
son insignificantes. Por ejemplo, se puede seguir insistiendo en la importante En el presente ensayo, someto al feminismo antiesencialista a una verifica­
diferencia que existe entre la relación de una mujer negra pobre con un hombre ción que, en mi opinión, es razonablemente blando. Y al hacerlo, recojo el guante
blanco rico y la de una mujer blanca rica con un hombre negro pobre. lanzado por Spelman que, al referirse al corpus de nuevos trabajos sobre muje­
El segundo problema es que Spelman sitúa mal la carga de la prueba, que res que ha aparecido en muchas disciplinas, sostiene que:
presumiblemente afecta a su percepción de que necesita producir evidencias
que corroboren sus afirmaciones. Spe~an ~ostiené cilié _;precisamente en la me­ En lugar de dar por supuesto que las mujeres tienen algo en común en tanto que
dida en que una discusión de género y de relaciones de género es, en realidad, mujeres, estas investigadoras deberían ayudarnos a ver si lo tienen. (...) En lugar de
aunque sea de forma poco clara, una discusión sobre un grupo concreto de mu­ dedicarse primero a buscar lo que es cierto en el caso de algunas mujeres en tanto
jeres y su relación con un determinado grupo de hombres, resulta improbable que mujeres, y de inferir a continuaci6n que ello es cierto para todas las mujeres...,
que pueda aplicarse a no importa qué otro grupo de mujeres» (I\v, pág. 114). debemos investigar las diferentes vidas de las mujeres y ver qué tienen en común
(II.v, pág. 137). '"
Pero, ¿por qué es así? Seguramente la carga de la prueba reside en la crítica. Para
resultar convincente, Spelman necesita demostrar que la teoría acusada de esen­
Al parecer, Spelman, filósofa de formación, no considera apropiado aceptar
cialismo omite o distorsiona -y cómo lo hace-la eXperiencia de personas dis­
el reto de someter a examen real algunas de sus pruebas empíricas. Tras afirmar
tintas de aquellas pocas que las teóricas presumiblemente toman en considera­
lo expuesto en la cita anterior, pasa a ocuparse de Platón. Por mi parte, habida
ción. Después de todo, ésta es la carga que muchas de las feministas que Spelman
cuenta de mi formación de politóloga, intentaré examinar alguna evidencin com­
considera «esencialistas» han aducido a la hora de criticar el sesgo machista de
parativa, evaluaré algunas ideas feministas occidentales acerca de la justicia y la
las teorías del malestream. Uno de los problemas del feminismo antiesencialis­
desigualdad (partiendo de mi reciente libro y de las numerosas fuentes feminis­
ta, que en mi opinión comparte con gran parte de la crítica posmoderna, es
tas que he empleado para fundamentar algunos de mis argumentos), y examina­
que tiende a sustituir los argumentos y las evidencias por la consigna «todos/as
ré hasta qué punto esas teorías -desarrolladas en el contexto de las mujeres de
somos diferentes».
países occidentales fuertemente industrializados- funcionan al aplicarse a las
Sin embargo, existen excepciones, que suelen provenir de feministas que per­
tenecen a las minorías raciales. Una de las mejores críticas del feminismo esen­
cialista que conozco es la de Angela Harris (1990), en la que demuestra que 4. El ejemplo alude a las muchas mujeres negras (y a las pocas mujeres blancas) que respondieron
la ignorancia de las peculiaridades de una cultura impregna casi totalmente ciertos a la apelación de Joann Litde en nombre de Delbert Tibbs, un hombre negro que fue falsamente acusa­
do de violar a una mujer blanca y fue condenado a muerte. No creo que el ejemplo avale claramente
análisis feministas bien intencionados de las experiencias de opresión de las mu­ el supuesto de Harris, según el cual las mujeres negras poseen cuna ambivalencia sin parang6n» con
jeres en esa cultura. Harris sostiene, por ejemplo, que en algunos aspectos las respecto a la violación, ni tampoco que apoye el supuesto que trata de refutar; que su experiencia es
mujeres negras han tenido en los Estados Unidos una experiencia de violación similar, pero de magnitud diferente. En la actualidad, la experiencia de violación de las mujeres negras
es seguramente similar a la de las mujeres blancas en varios aspectos importantes: muchas son violadas
cualitativamente -más que cuantitativamente- diferente de la de las mujeres
(por conocidos y por desconocidos), temen ser violadas, a veces modifican su conducta en función de
blancas (véase especialmente págs. 594, 598-601). Sin embargo, me parece que ese temor, y son victimizadas como t.estigos en los juicios de sus violadores. Pero su experiencia es pro­
incluso en este caso la crítica antiesencialista sólo es parcialmente convincente. bablemente también peor porque, además de todo eso, han de vivir conociendo la experiencia de hom­
Pese a estar más preocupada por probar la importancia de las diferencias de lo bres negros que han sido víctimas de acusaciones falsas, sentencias más duras y que, en el peor de los
casos, han sido linchados. Sólo una investigación empírica en la que se les preguntase directamente po­
que parecen estarlo la mayoría de las antiesencialistas, Harris plantea muchas dría mostrar con mayor certeza si la opresión de los hombres negros como presuntos violadores (o la
cuestiones empíricas pero proporciona pocas respuestas. Ofrece un único ejem­ historia de la violación amo/esclava, que Harris también aborda) hace que toda la experiencia contem­
plo que avale su afirmación de que la experiencia de violación de las mujeres poránea de las muieres nee:ras sea distinta dI' 1. ~ .. b. mn;...... hl.~~..
190 Perspectivas feministas en teoría política Desigualdad de género y diferencias culturales 191

situaciones bien diferentes de las mujeres más pobres de algunos de los países bernada por el cabeza de familiaroascu¡¡pQ~¡~~p~¡~l,1y:~!!~idatd .~ análisis
pobres. Se trata, en suma, de responder a la siguiente pregunta: ¿cómo se com­ apropiad. Secgp~~r~~9;l:1~~cqt;oll1Ía"mtJ:"eJo 9~l>:1ic~:K¡QIVD1íticOY!2
portan nuestras descripciones y explicaciones de la desigualdad de género al en­ económico) yiQ.,privado (lo doméstico y lopersonaily~~nte se tuve>
frentarse a una considerable diferencia cultural y socieconómica? en cuent;~. 10!~~!c<?:c()mola esf!f&,idó~~. !:. ~. ql¡le deb"~n~~ar atención,
respectivamente, los'estuc:lios sob~el.desarroIlo'Y lasteonas,de la justicia.rEn
las teorías políticas y éticas, la familia se suele considerar como un contexto
~IAS Y SIMlLll11DES EN LA· OP.RESIÓNDE GÉNERO: inapropiado para la justicia, ya que se da por supuesto que ésta se rige por el
MúíJiREs P(1BRES EN PAÍSEs POBllES amor, el altruismo o los intereses compartidos. Y a la inversa, a veces se da por
descontado que es un reino de jerarquización e injusticia. (¡Ocasionalmente al­
¿T_ alguna validez el supuesto según el cual «existe una experiencia gene­ gunos teóricos, como Rousseau, sostuvieron ambas cosas!) En la economía, los
ralizáble, identificable y colectivamente compartida del hecho de Ser mujer» {Beno
estudios sobre el desarrollo y campos afines, hasta hace muy poco se consideró
l1abib y Cornell, 1987, pág. 13), o bien dicho supuesto es un mito esencialista sin más que la familia era la unid~.d de análisis pertinente en cuestiones tales
acertadamente desafiado por las mujeres del Tercer Mundo y por sus portavo­ como la distribución de la renta._~ote~ía'público¡pri.~o ye! supuesto
ces feministas? ¿Tienen algún significado concreto las teorías concebidas por del cabeza de familia masculino tienen muchas y graves implicaciones para las
las feministas del primer mundo, especialmente nuestras críticas de las teorías no mujere~I~sí como pasa loshijoslas,de las 'que nos ocuparemos lueg2(Dasgup­
feministas de la justicia, para las mujeres más pobres de los países pobres, o bien ta, 1993; Jaquette, 1982,pág.283;Okin, 1989b,págs.10-14, 124-133;Olsen, 1983;
para los decisores políticos con capacidad de mejorar o empeorar sus vidas? Pateman, 1983).
'jf~_t18:t:eSpofider a estas preguntas abordaré sucesivamente cuatro con­ El segundo faeto1'(!St;á ínti.tna:tn~~~relaci()J1ado con el primero: ni los datos
juntos de temas planteados tanto por críticas feministas recientes de la teoría ni las argumentacionessesuodividen .pórsexos. En la bibliografía sobre el desa­
política y la teoría social angloamericana, como por los/as expertas en desarro­ rrollo, esto se presenta como un hecho, sin más (Chen, Huq y D'Souza, 1981,
llo que se han ocupado, en los últimos años, del olvido o la distorsión de la pág. 68; Jaquette, 1982, págs. 283-284). En la bibliografía sobre la justicia, por
situación de las mujeres en los países que estudian. Esos temas son concreta­ el contrario, este factor suele pasar desapercibido mediante el uso de pronom­
mente los siguientes.§n.,e~:~f ~~,p~t~R~r9:u~.r cómo la cuestión ?e la desi­ bres y otros referentes masculinos, costumbre a la que últimamente se ha añadi­
gualdad entre los sexos ha SI~O Ignorada u omItida dur;mte t~to~le,~I'?' de do una práctica bastante más insidiosa, que denomino «falsa neutralidad de gé­
manera que sólo se ha abordado en época muy reciente? En seguÍ}(:l~lp<>;911é nero». La práctica en cuestión consiste en emplear términos neutrales por lo
el asunto es lo suficientemente importante para merecer que se abord~En ter" que respecta al género (<<él o ella», «personas», etcétera) cuando el punto que
i~'result~bsencoritramos al someter··los hogares o las familias a los se está tratando resulta pura y simplemente no válido, e incluso falso, si se apli­
~'t ~~d~res de justicia, al considerar las largamente ocultas desigual­ ca realmente a las mujeres (Okin, 1989b, especialmente págs. 10-13,45). En cual­
d¡it~;'~~tre los sexos? Y, finalmente, ¿cuáles son las implicaciones políticas de quier caso, el efecto final es el mismo en ambas bibliografías: no se toma en
esos resultados? consideración a las mujeres, por lo que las desigualdades entre los sexos perma­
necen ocultas.
¿Por qué la atención al género es algo comparativamente nuevo? .La dicotomía público/doméstico tiene graves implicaciones para las muje­
res. No sólo oculta las desigualdades de recursos yde poder 4ue se producen
Tanto en los estudios sobre el desarrollo como en las teorías de la justicia en el seno de las familias, como sostendré luego, sino que conlleva también que
ha dominado hasta hace bien poco una notable falta de atención a los aspectos no se considere como «trilbajo» gran parte del trabajo que retlizafilasmujeres,
de género y, especialmente, a las desigualdades sistemáticas entre los sexos. Por pUesto que lo único que se contempla como tal son las tareas que se desempe­
lo que respecta a.Ostlem"Íasdelajustieia, la cuestión se planteó durante la déca­ ñan en la esfera «públiea» a ca1'nbiode una remuneración: Todo el trabajó que
da de los años ochenta ror ejemplo Kearns, 1983; Okin, 1989b; Crossthwaite, realizan las mujeres al atender y criar a sus hijos/as, al limpiar y mantener sus
1989). En la bibliografla sobre el desarrollo, la cuestión se suscitó antes, con hogares, al cuidar a las personas mayores y enfermas, así como sus diversas con­
el innovador trabajo de Ester Boserup, aunque luego cobró mayor relevancia tribuciones al trabajo de los hombres no se consideran trabajo.;Í9(es, . ~~·
en los trabajos de importantes teóricos/as del desarrollo (Chen, 1983; Dasgup­ ~~~~, . ll~~~e ~~l1os'ejemPl<os eJ1(1<)S~~l! ~~~«i~J1;.g~.'~,,~~e~ .más .ro­
t:;<},~.~~;r~~~; 1~~~a, 1990b; Jelin, 1990). En ambos contextos,~O'tí\.~i~.í1de Eh~§ efi1ós~aísespo§resno~cu~i~ti~me~tediff:J"ellfe , ~a.s~~i2~~~la
i~r~~j~¡~r~nc:;roparece que se~e~ fundamentalmente ca do& factoJ:"es. mayorí;! de 1¡¡s mujeres eq lo~ paises ricos, sino, más bien, «sil'nilar aunque peor»,
'.lI~~esel;~e_t_~,la{l\."( que normalmente se considera go- habida cuenta que el trabaio realizado oor las muieres (v nM loe níñnc/... c\ ~n
192 Perspectivas feministas en teorfa poHtica Desigualdad de género y diferencias culturales 193

los países pobres es todavía más -y a veces mucho más- invisible, no se cuan­ favor de la necesidad de criticar desde una óptica feminista las teorías de la jus­
tifica o bien queda «subsumido bajo el trabajo de los hombres». Las tareas agrí­ ticia social era que la igualdad de oponunidadesAiLpara las mujeres y las chicas,
colas de subsistencia, el cuidado de los animales, el artesanado doméstico (o bien pero también para un creciente número de chicos...... sevefi~~ttlentea:fectada
para el mercado) y la a menudo ardua tarea de ir a buscar agua y combustible por el hecho de que las teorías de la justicia no se ocupen de lá desigualdad
se añaden a la categoría de trabajo femenino no reconocido ya existente en los de género. Esto se debe, en parte, al incremento de las dificultades económicas
países más ricos.s Chen señala que las mujeres que hacen todo esto «son con­ en los hogares cuya cabeza de familia es una mujer. En los Estados Unidos,apro­
sideradas (por los responsables de elaborar políticas) dentro de la categoría de ximadamente un veinticinco por ciento de los niños/as viven en hogares mo­
"amas de casa", pese a que dichas tareas resulten tan fundamentales para el bie­ noparentales regidos por una mujer, y tr~s'qWrttas partes de las familias cmm­
nestar de sus familias y para la producción nacional como las ejecutadas por a
camente pobres con descendencia están cÍli'go de una mujer sola, ;porcentaje
los hombres» (Chen, 1983, pág. 220; véase también Dasgupta, 1993; Dreze y que es aún mucho más elevado en las regiones en las que existe una importante
Sen, 1989, cap. 4; Jaquette, 1982, citando a Bourgue y Warren, 1979; Waring, 1989). migración masculina (Chen, 1983, pág. 221; Jaquette, 1982, pág. 271). Muchos
millones de niños y niñas están afectados por el elevado índice de pobreza de
~POT qué tiene importancia esta omisión? tales familias. 6 Las teorías de la justicia o del desarrollo económico que no pres­
tan atención al género también pasan por alto todo ,esto.
La pregunta que encabeza estas líneas puede parecer una tontería y, de he­
Por otra parte, la división del trabajo en función del género tiene un impac­
cho, espero que pronto sea una pregunta innecesaria, pero lo cierto es que aún
to grave y directo en las oportunidades de las jóvenes y de las mujeres, un im­
no lo es. ,Por esta razón, al principio de Justice, Gender, and the Family sostengo
pacto que trasciende las fronteras de la clase económica. Las oportunidades de
que el h~cho de que las teorías de la justicia omitan las cuestiones relativas al
las mujeres se ven sumamente afectadas por las estructuraS y las prácticas de la
género y gran parte de la vida de las mujeres es bien importante¡ y ello por
vida familiar/especialmente por el hecho de que las mujeres son, casi invaria­
tres razones fundamentaleslCada una de esas razones resulta igualmente aplica­
blemente, quienes se ocupan de la~t~;;llci~n a la familia, lb que repercute enor­
ble, en la práctica, a la omisión del género en las teorías del desarrollo. La pri­
memente en su disponibilidad pmel trabajo asalariado a tiempo completo. Ello
mera de ellas es obvia: las mujeres importan,(cuando menos les importan a las
hace también que estas mujeres tengan a menudo una sobrecarga de trabajo,
feministas) y, además, su bienestar importa tanto como el de los hombres. Como
y les confiere menos probabilidades que a los hombres de que se las considere
recientemente han puesto de manifiesto diversos expertos/as en desarrollo, las
desigualdades entre los sexos en numerosos países pobres no sólo tienen conse­ económicamente valiosas. Este factor también actúa «de forma similar, pero aún
cuencias altamente perjudiciales, sino fatales para millones de mujeres. Sen (1990a) más» en el seno de las familias pobres de muchos países pobres. Allí, también,
ha afirmado recientemente que existen cien millones menos de mujeres de las las mujeres adultas sufren -a menudo con mayor gravedad- muchos de los
que cabría esperar en función de las tasas de mortalidad hombre/mujer de las so­ efectos de la división del trabajo que padecen las mujeres de los países más ricos.
ciedades que menos devalúan a las mujeres, sociedades no sólo del mundo in­ Pero, además, sus hijas probablemente tendrán que trabajar en el hogar a una
dustrializado occidental, sino de gran parte del África subsahariana (véase tam­ edad muy temprana, tendrán muchas menos probabilidades de recibir una edu­
bién Dasgupta, 1993; Dreze y Sen, 1989, cap. 4; Dreze y Sen, 1990, introduc­ cación y de aprender a leer y a escribir que los hijos varones de esas mismas
ción, págs. 11-14; y Harriss, 1990; Wheeler y Abdullah, 1988). Así pues, también familias y, lo peor de todo, al estar menos valoradas que sus hermanos tendrán
en este caso podemos afirmar razonablemente que el hecho de relegar a las mu­ menores probabilidades de seguir con vida, puesto que padecerán mayor esca­
jeres es «similar pero mucho peor».
La segunda cuestión que planteé, en el contexto de los Estados Unidos, en 6. La pobreza es un término relativo y absoluto a la vez. Los hogares más pobres de los países pobres
son absolutamente pobres, en términos relativos y absolutos, y pueden encontrarse fácilmente bajo el
nivel de subsistencia en virtud de cualquier tipo de catástrofe natural, social o personal. En los países
5. No obstante, la división pormenorizada del trabajo entre sexos varía considerablemente de cultu­ ricos, es más frecuente que la pobreza sea una pobreza relativa (aunque actualmente en los Estados Uni­
ra a cultura. Como recientemente escribió Jane Mansbridge (1983), en una discusión sobre el «género dos, por ejemplo, existen preocupantes índices de malnutrición, y de abuso de drogas, con todas las
gratuito»: «Entre los a1eutianos de Noneamérica, por ejemplo, sólo se permite a las mujeres matar los enfermedades concomitantes, lo cual está altamente correlacionado con la pobreza). La pobreza relati­
animales, mientras que entre los ingalik norteamericanos sólo pueden hacerlo los hombres. Entre los va, aunque no ponga en peligro la vida directamente, puede resultar no obstante muy dolorosa, espe­
suku africanos, sólo las mujeres pueden plantar las cosechas y sólo los hombres pueden hacer cestos. cialmente para aquellos niños/as que viven en sociedades que no sólo están altamente orientadas al con­
Pero entre los kaffa del Mediterráneo, sólo los hombres pueden plantar cosechas y sólo las mujeres sumo, ya que también muchas oportunidades, como una buena atención sanitaria, una educación decente,
pueden hacer cestos» (pág. 345), Su análisis se deriva de datos recogidos en George P. Murdoch y Cateri­ el desarrollo de los talentos, la persecución de los intereses, etcétera, están gravemente limitadas para
na Provost, «Factors in the Division of Labor by Sex: a Cross-Cultural Analysis», en Ethnology, vol. los niños y niñas que proceden de familias pobres. Las personas que se encuentran solas a cargo de
12, 1973, págs. 203-225. Sin embargo, las tareas realizadas por mujeres es más probable que queden «fue­ una familia también experimentan una grave «escasez de tiempo» que puede tener serias repercusiones
ra» del trabajo y que no se paguen o valoren. en el bienestar de los hijos/as.
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _'-1 _
194 Perspectivas feministas en teoría politica Desigualdad de género y diferencias culturales 195

sez de comida y de atención sanitaria que ellos (Dasgupta, 1993; Dreze y Sen, La justicia en la famüia
1990, cap. 4; Sen, 1990a; Papanek, 1990).
í&i.tet.zerlUgar,konsidero que no abordar la cuestión de la distribución jus­ ¿Qué encontramos al comP~i~gunas de las conclusiones de las feministas
ta en el seno de las familias es importante porqul#.{ªn:úli~esla primera, y angloamericanas respecto de la,,-ieiaen las famili.as de sus sociedades con los
ptQbable~ntelamásinl!í~nte>escuela de desarrollo moral {Okin 1989b, es­ recientes descubrimientos acerca de la distribución de beneficios y cargas en las
pecialmente págs. 17-23). Éste es el primer entorno en el que experimentamos familias pobres de los países pobl'es?,¡¡Una vez más y en muchos aspecto~las in­
cómo las personas tratan a loslas demás, y por tanto elprimer entorno en el justici.as en función. delgén.e.l'2 son.~tante similares. y
que tene$OS la pO&ibili.<lad de,iprender cómo ser ju,stos e injustos/as. Si los ni­ En ambas situaéiones,'eJ acceso de las mujeres al trabajo asalariado está limi­
ñoslas ven que la diferencia sexual ocasiona un tratamiento obviamente dife­ tad~i. por la discriminación y la segregación de sexos en el lugar de trabajo, y
rencial, sin duda alguna su desarrollo personal y moral se verá afectado por ello. por la asunción de que las mujeres son «por naturaleza» responsables de todo,
Es probable que aprendan la injusticia interiorizando esos mensajes: si son del o de la mayor parte, del trabajo no remunerado del hogar (Bergmann, 1986;
sexo masculino, aprenderán que tienen algún tipo de derecho «natural» y, si per­ Fuchs, 1988; Gerson, 1985; Okin, 1989b, págs. 147-152,155-156; Sanday, 1974).
tenecen al femenino, aprenderán que no son iguales y que en el mejor de los En ambas situaciones las mujeres trabajan, indefectiblemente, más horas que
casos estarán subordinadas, eso suponiendo que no sean víctimas de abusos. Hasta los hombres:
donde yo sé!,;~lprig!j~iP g~.n~.~ la atención de esto ~n el con~o occideIl;t~
f:ve 1,2h9:,~~~~ :MDa~¡!(¡ue escnlno sobre~a«p~~r~lllfluenCla».de laílJ;:liPllu Las estadísticas que miden el tiempo trabajado considerando la totalidad del tra­
ingl~a,típica de su época, que calificó de¡~I,C~Mi~~despotismo» (Mill [1869], bajo (la actividad econ6mica remunerada y no remunerada, así como el trabajo do­
1988, pág. 88). He argumentado que la persistencia de la desigual distribución méstico no remunerado) revelan que las mujeres emplean una mayor parte de su tiem­
de beneficios y cargas entre padre y madre en la mayor parte de las familias po trabajando que los hombres en todas las regiones desarrolladas y en desarrollo,
biparentales heterosexuales afectará con toda probabilidad al desarrollo del sen­ a excepci6n del norte de América y Australia, donde las horas son prácticamente
tido de la justicia de sus hijos e hijas (Okin, 1989b, por ejemplo, págs. 21-23, las mismas (United Natiom Report, 1991, pág. 81 Y cap. 6 en adelante; véase también
97-101). En el contexto de los países pobres, como señala Papanek (1990), «los Bergmann, 1986; Hochschild, 1989).
grupos domésticos en los que la edad y la diferencia de género confieren poder
a algunas personas sobre otras, son entornos inapropiados para desaprender las En ambas situaciones, desarrolladas y menos desarrolladas, es evidente que
normas de la desigualdad» (págs. 163-165). Papanek afirma también que «dada una gran cantidad del trab:ljo <k las mujeres no es remuneradq!'y no se conside­
la persistencia de las desigualdades de género basadas en el poder, la autoridad ra «productivo»,7 Así pues, existe una enorme diferencia entre la participación
y el acceso a los recursos, podemos concluir que la socialización que fomenta económica registrada de hombres y mujeres. La percepción de que el trabajo
la desigualdad de género sigue logrando sus objetivos con toda holgura» (pág. de las mujeres es menos. valioso {pese a que en muchos lugares trabajen más
170). Cuando bienes básicos como los alimentos y la atención sanitaria se dis­ y a que dicho trabajo es crucial para la supervivencia de los miembros de la
tribuyen desigualmente a los niñoslas pequeños en función de su sexo, estamos fami1ia~~Jlpip\!y!\a ;qu~.;~mujeres. estén devaluadas y tengan metlOS poder,
casi con toda seguridad ante un síntoma de que se acepta la injusticia. Compa­ tanto en la familia como fuera del hogar (Blumstein y Schwartz, 1983; Dasgup­
rar la mayor parte de las familias de los países ricos con las familias pobres de ta, 1993; Dreze y Sen, 1990, cap. 4; Okin, 1989b, cap. 7; Sanday, 1974; Sen, 1990a,
los países pobres, donde las distinciones entre los sexos acostumbran a empezar 1990b). Esto, a su vez,tie.q~~f~fts>Sapyersq.s sobre su capacidad de ser económi- .
antes y son mucho más evidentes y más perjudiciales para las niñas, permite camente menos dependientes de los hombres•. Por consiguiente, las mujeres se
concluir, también en este caso, que las cosas no son tan diferentes, sino «simila­
res pero más agudas y acentuadas»OiNi&pa;re~.l', J:P.\!f"has familias del TercerMut;lpo 7. Véase Dasgupta (1993) sobre la «utilidad» percibida de los miembros de la familia que afecta a
son aún peores escuelas de justieia y l6§fall incwcar aún más lu desigualdad en­ la asignación de bienes dentro de los hogares de las familias pobres. Los estudios occidentales, así como
los no occidentales, demuestran que es bastante probable que el trabajo de las mujeres.seconsidúe me­
tre los sexos como algo natural y apropiadb~¡ comparadas con 10 que son y ha­ nos útil incluso cuando es necesario para el bienestar de la familia. Por tanto, cuando realmente las
cen sus equivalentes del mundo desarrollad2);1~r.~!JL1~9,B;q~bepres!ars~!2q:l.vía mujeres son menos útiles (ya sea por convención o bien por falta de oportunidades de empleo), nos
mayor atención a la desigualdad de género en el contexto del Tercer Mundo encontramos ante un problema compuesto, con varias dimensiones. Dasgupta cuestiona las mediciones
que en el del mundo desarrollado. simples de utilidad, como el empleo remunerado, en el caso de las jóvenes (1993). Cuando las mujeres
pobres jóvenes no tienen derecho a los activos paternos y sus oportunidades de empleo externo están
gravemente restringidas, el único «empleo» importante al que pueden aspirar es el de ocuparse de los
niños/as y atender la casa, de manera que el matrimonio se convierte en algo especialmente valioso
(aun cuando sus condiciones puedan ser altamente opresivas).
196 Perspectivas feministas en teoría política l Desigualdad de género y diferencias culturales 19

ven implicadas en «un ciclo de vulnerabilidad socialmente causada y caracterfs­ fica, y el paso de la economía de subsistencia a la economía de mercado no cons-,
ticamente asimétrica» (Okin, 1989b, pág. 138; Dreze y Sen, 1989, págs. 56-59). tituían, desde una perspectiva feminista, «beneficios netos, sino... procesos que
Ladeval_óoae! trabajo de las mujeres, así, como su menor fuerza física f arrancan a las mujeres de sus papeles económicos y sociales tradicionales, y las
suiaepenciencia económica cielos hombres, nace
que se vean sometidas a abu~ empujan al sector moderno, en el que vuelven a ser discriminadas y explotadas
sos físicos, sexuales yío psicológicos por parte de los hombres con los que viven y donde suelen recibir unos ingresos inferiores al nivel de subsistencia, (...) que,
(Gordon, 1988; United Nations Report, 1991, págs. 19-20). Sin embargo, en mu­ a su vez, aumentan la dependencia femenina» Oaquette, 1982; véase también
chos países pob-"Icomo he mencionado, este diferencial de poder se extiend~ Boserup, 1970; Rogers, en Jaquette).9
más allá de los abusos y de la sobrecarga de trabajo hasta llegar a la priva?ión Tanto en los países ricos como en los pobres, las mujeres que son el único
enté~in~s. de alimentacióo, atención sanitaria y educación de las niñas.;,' in, sustento económico de sus familias a menudo suelen enfrentarse a grandes difi­
cluso a la posibilidad de que esas niñas puedan o no nacer: «De los ocho mil cultades. Sin embargo, aunque coinciden algunas de las razones de ello, no son
abortos que se produjeron en Bombay una vez que los progenitores supieron exactamente las mismas. La discriminación de las mujeres en el acceso al traba­
el sexo del feto mediante la amniocentesis, sólo uno de ellos hubiera sido un jo, los salarios, la conservación y la promoción son comunes en la mayor parte
niño» (United Nations Repor, 1991; véase también Dasgupta, 1993; Dreze y Sen, de países, con unos efectos obviamente perniciosos sobre las familias a cargo
1989, cap. 4; Sen, 1990a). de mujeres. En los Estados Unidos, los honorarios medios de una mujer que
Realizando análisis inter y transregionales, Sen y Dasgupta han encontrado trabaja a tiempo completo equivalen a poco más de dos tercios del salario de
correlaciones entre las expectativas de vida de las mujeres con relación a los hom­ un trabajador varón a tiempo completo; además, tres quintas partes de las fami­
bres y la medida en que se percibe que el trabajo de la mujer tiene valor econó­ lias con hijos/as que viven en una situación de pobreza crónica son familias
mico. Así, tanto en los países ricos como en los pobres, la participación laboral monoparentales a cargo de una mujer. Muchas de estas mujeres, tanto en los
de las mujeres fuera del hogar puede mejorar su estatus dentro de la familia, países ricos como en los pobres, sufren también de una grave «pobreza de tiempo».
aunque esto no sea del todo seguro. Resulta interesante comparar el análisis de Pero la situación de algunas mujeres pobres en los países pobres es diferente,
Barbara Bergmann (1986) de la situación de las «esposas esclavizadas» en los Es­ y característicamente peor, que la de la mayoría de las mujeres occidentales de
tados Unidos, que trabajan a jornada completa a cambio de un salario y reali­ nuestros días. De hecho, se parece más a la situación de est@iS últimas en el siglo
zan también prácticamente todo el trabajo doméstico no remunerado, con la diecinueve: incluso cuando no tienen ningún otro medio de subsistencia, se les
investigación anterior de Peggy Sanday, que mostró que en algunos contextos prohíbe (mediante leyes derivadas de preceptos religiosos o mediante normas cul­
del Tercer Mundo, las mujeres que hacen una pequeña parte del trabajo consi­ turales opresivas) desempeñar trabajos remunerados. Martha Chen (en un texto
derado «productivo» tienen un estatus bajo, mientras que las muchas mujeres de próxima publicación) ha estudiado detalladamente la situación de estas mu­
que hacen gran parte del mismo se convierten «prácticamente en esclavas» (San­ jeres en el subcontinente indio. Privadas del tradicional apoyo económico de
day, 1974, pág. 201; Bergmann, 1986, págs. 260-273).8 un hombre, se les impide participar en el empleo remunerado mediante nor­
Esto nos lleva a la cuestión de la dependencia económica de las mujeres, real mas de casta, o purdah. En realidad, para tales mujeres puede ser liberador ayu­
o percibida. Pese a que la mayoría de las mujeres pobres de los países pobres darlas (como han hecho personas ajenas a su situación, como Chen) a resistir
trabajan diariamente largas horas, en todo el mundo suelen ser económicamen­ las sanciones dictadas contra ellas por sus mayores, sus vecinos o por poderosos
te dependientes de los hombres. Esto también es «similar, pero peor que» la dirigentes sociales. Aunque muchas de las formas de trabajo asalariado, espe­
situación de muchas mujeres en los países ricos. Ello se debe a que la mayor cialmente las que se ofrecen a las mujeres, difícilmente son «liberadoras», excep­
parte de su trabajo es no remunerado, también a que gran parte de su trabajo to en el sentido más básico del término, ciertamente las mujeres son menos li­
remunerado está muy mal pagado y a que, en algunos casos, los hombres recla­ bres si no se les permite acceder a ellas, especialmente si no disponen de ningún
man los salarios que cobran sus mujeres y sus hijas. Desde Ester Boserup (1970), otro medio de subsistencia. En los países industrializados occidentales muchas
las críticas feministas han sostenido que la dependencia económica de las muje­ de las mujeres que tienen un empleo todavía tienen que enfrentarse a un cierto
res con respecto a los hombres se veía exacerbada en muchos casos por el hecho rechazo, especialmente si son madres de hijos/as pequeños o si la necesidad que
de que la teoría del desarrollo y los diseñadores de políticas de desarrollo consi­ la familia tiene de su salario es relativamente baja. Pero al menos, exceptuando
deraban los cambios como algo simplemente «progresivo». Al estar todos ellos las familias o subculturas más opresivas, se les permite salir a trabajar fuera de
predispuestos a considerar a las mujeres como seres dependientes, los teóricos casa. Por el contrario, como muestra el trabajo de Chen, en otras culturas se
de la corriente principal no advirtieron que la tecnología, la movilidad geográ­
9. Todo ello se asemeja a los cambios en el trabajo y en el estatus socioecon6mico de las mujeres
8. Sobre este asunto existen al parecer evidencias conflictivas. Véase Papanek 1990, págs. 166-168. en Europa Occidental en los siglos dieciséis al dieciocho.
1'.ns Perspectivas feministas en teoría política Desigualdad de género y diferencias culturales 199

sigue negando a las mujeres el derecho básico a realizar un trabajo necesario ya en muchos casos por normas culturales altamente patriarcales, se vea refor­
para su subsistencia y para la de sus hijos e hijas. zado. Si bien, como señala Dasgupta (1993), la fórmula de Nash no se concibe
Por tanto, nos encontramos aquí con una verdadera diferencia: una situa­ como teoría normativa en este contexto, la teoría no sólo explica (al igual que
ción de opresión a la que la mayoría de las mujeres occidentales ya no se tienen mi utilización de la teoría de Hirschman) la naturaleza cíclica de la falta de po­
~ue enf~e~~.~.Pero:o!~~lllosa.lassi~ilit,~~es:• •~~algunasde .nuestras der de las mujeres en las familias; denota también la injusticia de una situación
M'ieastemmtstasecctoenmessObrella 1usuaa 'cont~JOS sobre las mUjeres po­ en la que la asunción de que las mujeres son responsables de los niños/as, la
~~f~?Sr~espO?res descu.brí Ique una deestáSSÍmilittides tenía que ver con situación de desventaja de éstas en el mundo del trabajo remunerado, así como
'lfmnwmcadel poder en el~n'0 ae<lafamilia. ,.a teoría del potencial de salida su vulnerabilidad física respecto de la violencia masculina son factores que con­
diferencial, que tomé del trabajo de Albert Hirschman para explicar el poder tribuyen a conferir a las mujeres un escaso margen negociador cuando sus inte­
dentro de la familia, se ha aplicado recientemente a la situación de las mujeres reses (o los de sus hijos/as) entran en conflicto con los intereses de los hombres
en los países pobres (Okin, 1989b, cap. 7, con Dasgupta 1993 y Sen 1990b). Partha con los que viven, lo cual empeora a su vez su posición relativa con respecto
Dasgupta (1993) también emplea la teoría de la salida al explicar que no «es de esos hombres. En este caso, el conjunto de la teoría, bien sea en su forma
infrecuente» que los hombres abandonen a sus familias durante las hambrunas. más matematizada como en la que lo está menos, parece tan aplicable a las si­
Dasgupta ha escrito: «El hombre abandona a su esposa porque su opción exter­ tuaciones de las mujeres muy pobres de los países pobres como a la de las muje­
na en esas circunstancias ocupa en su orden de preferencias un lugar superior res de las familias acomodadas de los países ricos. De hecho, también en este
al de cualquier posible asignación dentro de la familia» (pág. 329). En su opio caso podríamos decir, que estamos en una situación «similar pero mucho peor»,
nión, el hardware que emplea, el programa de teoría de juegos de John Nash, puesto que lo que está en juego es innegablemente más importante: nada me­
es «necesario, si tenemos que alcanzar algún progreso en una cuestión profun· nos que la vida o la muerte para más de cien millones de mujeres, como se ha
damente compleja, la comprensión de las decisiones familiares» (pág. 329). Pero señalado recientemente (Dreze y Sen 1990, cap. 4; Sen, 1990a).
}ácon.élÜsmn~a la que llega es bastante similar a la que llegué yo recurriendo
a la teoría hirschmaniana del poder y los efectos del potencial de salida diferen­ Implicaciones pol~tjcas #
cial de las personas,ro<i<)líaetbt"quemejore 111 opciónde'sMida délmarido o
vaya en detntn.ento de la opcióndetSálida deht'es1'OSílIWñfiefe a aquél una voz, iii~gt!.nas de .•~i· ~1'G~9tl~~ tedos e~tps problemas;' que recientemente han
ó'uñpó<terdeneg()(;iación,~~~~e~ la. ~l~!?~j~~él~is~oOlodo,cual­ sugerido algunos expertos/as que se han ocupado de la situación de las mujeres
q~er c()~a q~e mejore la op~?n~~líQa a~' 101 ~,t~su adq~isición d~ú.~ pobres en los países pobres, ~ ~l1!lejan bastante a las propuestas por las femi­
~~~~.~~lllano of1sk?,pot;en1pt(),aume~~ suáuténomíay la siroaráen
1

nistas occicientaljS, centradas fundamentalmente en sus propias sociedades. (Por


una'rh:ejÓt posiciónnegociael0m en'larelación~Dasgupta, 1993, págs. 331-333; «soluciones a los problemas» entiendo aquello que los teóricos y científicos so­
Okin, 1989b; cap. 7).10
ciales han de hacer para rectificar sus análisis y lo que los responsables de elabo­
J!n](jS:~ad<JslJt1ioos,irJvestrgacit>néSrécientes hah deínostrado que el es­
rar políticas deben hacer para res?lver los problemas sociales en sí mismos.) l;n
t¡m5·~¿(!jir8mich·delasm.újei'éSf9'Iostilñ(js/&#(teniendo en cuenta las necesida­
primerl}l:g~, l~'Üf?tomía de laS esferas pública y doméstica debe ser fuerte­
des)ac05tU(tíbra a détériorarseti'aS'1'aSepáfacioho eldívorclo, mientras que, por
mente cl.1estionada•. Como escribió Chen (1983), en el contexto de las regiones
el c5ntr.iAo,Ld del esratüs'ect>ñómic¡!) médio de los hombres divorciados mejo­
rurales pobres, «mientras los responsables de elaborar políticas continúen tra­
ra(McLindon, 1987;Weitzm:m~19~5;Wishik, 1986)J~~~~o~júr~iU1lente¿ó~'
la teoría salidalV'oz, implica un menor poder'de negoclati(5'ií para las esposasi zando una distinción artificial entre la granja y el hogar, entre el trabajo remu­
Itffitro del matrimotilo. lEn los países pobres -en los que las condiciones de nerado y el no remunerado, entre el trabajo productivo y el doméstico, las mu­
extrema pobreza se combinan con la falta de oportunidades de empleo remu­ jeres continuarán estando marginadas» (pág. nO);G:llestíonar esta dicotomía
nerado para las mujeres, lo que aumenta su dependencia de los hombres- es tambiénllattlará lp.a~!.l5i(>11~?b~1~~~!~~~~~~q~falta de equidad que se pro­
harto probable que el poder de los hombres en el seno de la familia, legitimado ducen en las famili~t~~g.e:~~q1;J.t;Seencuentrati la distribución no equitativa
de alimentos y de atencÍón>sahitaria. Qomo sostiene Papanek (1990), «las rela­
10. No pretendo presuponer que la mayoria de las mujeres, ya sea en las sociedades desarrolladas ciones de poder dentro de las familias, un foco de socialización en pro de la
o en las menos desarrolladas, piensen en mejorar sus opciones de salida cuando toman decisiones sobre desigualdad, merecen una atención especial como tema central a la hora de exa­
el trabajo asalariado y otras cuestiones conexas. De hecho, en algunas culturas, las mujeres abando­ minar las dinámicas de las familias» (pág. 170).
nan el trabajo asalariado tan pronto como la situación financiera de sus familias se lo permite. Pero
su opción de salida se ve sin embargo reducida, y la de su compañero reforzada, con lo que probable­ En~egundo l1;J.~ar'f~~Hn9íl!.l90 .en elJ?Jtl1FoélOteEioEl1~~~.~d ~e¡málisis,
mente se altera la distribución de poder en el seno de la familia. tanto para los estudios como para gran parte de la organización política, debe
200 Perspectivas feministas en teoría política Desigualdad de género y diferencias culturales 201

se~el individuo; no la falllii!ia>l!fPartiendo del hecho de que, dado el mayor to femUús~•. &@re.JaiU$ticia,asíCQIDQ qUe eJ velo de Ja ign~mulá~ es especial­
peso político de los hombres, las decisiones públicas que afectan a las personas mente importante (Rawls, 1971; Olcin, 1989a, 1989b).,;Sicadako»breo mujer.
pobres de los países pobres suelen estar «guiadas por las preferencias masculinas habla ÚI1i(:alDente ~AesGe.S'~t¡PQilt~nM.yis,~no.estádar0.,ue~.p~Uegar.
y no por las necesidades femeninas (frecuentemente antagónicas)>>, Dasgupta establecerprin~~~~ • • J l 0 ~de}.vtl<>i'que oculta a quienes
(1993) llega a la siguiente conclusión: están en la posición original todo conocimiento específico de las características
personales o de la posición social que ocuparán en la sociedad para la que están
se debe rechazar la maximizaci6n del bienestar como modelo para explicar el com­ diseñando los. pri~cipiosde j~stici~~.~~\~~!a •..~e~~ii~e!i'l~IJ~'~Hm~~~)f};.1
portamiento de las familias. (...) Aunque a menudo es algo difícil de establecer y mero de voces t'?S1:?1e-~.~9~~m:~P.~ les conmlna a preoc~paJSe por aquenas
de llevar a cabo, el objetivo de la poHtica pública debería ser la persona, no la fami­ persona5'que están en peor situaci~f};f~l}<>Sp~m'li!c.~coneiliar la exigencia
lia. (...) Los gobiernos deben ser conscientes de que la familia es un mecanismo de de9ue unate()l'~a~e~.j~i~ia.~llni'Vers~~ble~on Iaal?~n~menteantagó­
asignaci6n de recursos (págs. 335-336). nica exigencia de que esta teona ceng¡!l en cuenta las múltiples <liferencias exis­
tentes entre losseresLlnJtnllno&.
Si, como señala Chen (1983), puesto que en los países pobres hay más pro­ En un reciente artículo (de próxima publicación), Ruth Anna Putnam, de­
babilidades que en los países ricos de que sean especialmente las mujeres quienes fendiendo una línea fuertemente antiesencialista y acusando a Rawls y a mí misma
procuren el único o el principal sustento de sus familias, dichas mujeres necesi­ de diversos grados de esencialismo excluyente, propone un feminismo «interac­
tan poder acceder a los créditos, formación, entrenamiento, mercados laborales tivo» (q~¡ otras personas denominarían «dialógico»), un feminismo que «escu­
y tecnologías en iguales condiciones que los hombres (a lo que añadiría que che las voces de las mujeres de color y de las mujeres de clase distinta a la nues­
hay que asegurar que reciban igual salario por su trabajo) (pág. 221). Cada vez tra y qu~nos permita apropiarnos de lo que oímos» (pág. 21),12 Escuchando
resultan más precisas políticas que fomenten la plena participación y producti­ y discutiendo tenemos mucho que recomendarles; son fundamentales para la
vidad económica de las mujeres para asegurar la supervivencia de sus familias, democracia en el mejor sentido de la palabra. Y algunas veces, cuando se escu­
su estatus socioeconómico general y su posición negociadora dentro de sus fa­ cha a las mujeres especialmente oprimidas, su exigencia de justicia es clara, como
milias. Como afirman Dreze y Sen (1989), de «la considerable evidencia exis­ en el caso de las mujeres con las que trabajó Martha Chen, que se convencieron
tente de que la mayor implicación en el trabajo externo y remunerado tiende de que lograr que les permitieran abandonar la esfera doméstica para ganar un
a ir acompañada de un menor sesgo antifemenino en la distribución intrafami­ salario les ayudaría a liberarse. Pero no siempre vemos con claridad qué es justo
liar» se siguen «importantes implicaciones políticas» (pág. 58). En los países po­ sólo con preguntar a personas que parecen estar sufriendo injusticias qué es lo
bres dar un trato desigual a las niñas constituye una práctica bastante generali­ que quieren. A menudo, las personas oprimidas han interiorizado de tal forma
zada. Por ello, la necesidad de que las personas responsables de elaborar políticas su opresión que no tienen sentido alguno de aquello a que tienen justo derecho
traten de forma igualitaria a las mujeres es bastante más acuciante en los países como seres humanos. Éste es precisamente el caso de las desigualdades de géne­
pobres que para la mayoría de las mujeres de los países más ricos; pero, una ro. Como escribió Papanek (1990), «la clara percepción de desventajas... exige
vez más, no se trata de un asunto muy diferente, sino más bien de un tema «si· el rechazo consciente de las normas sociales y de los ideales culturales que per­
milar, pero más acentuado». petúan l~esigualdades, así como el uso de diferentes criterios -quizá de otra
sociedad, real o idealizada- para valorar la igualdad como un preludio de la
acción» (págs. 164-165). En algunas ocasiones, las personas en grave situación
IMPLICACIONES EN EL PENSAMIENTO SOBRE LA JUSTICIA de privación no sólo aceptan ésta, sino que se sienten relativamente contentas;
es la situación de las «pequeñas resignaciones». A menudo, las privaciones se
Finalmente, especularé brevemente sobre dos formas distintas de pensar acerca convierten en algo acallado y soterrado por razones ideológicas profundamente
de la justicia entre los sexos en culturas muy diferentes de las nuestras. He in­ arraigadas. Pero con toda certeza, desde el punto de vista ético sería profunda­
tentado mostrar quela teoría de John Rawls, revisándola ie manera que inclu­ mente erróneo menoscabar la pérdida de bienestar de tales personas a causa de
ya a las mujeres y a la familia, puede resultar muy sugerente para el pensamien­ su estrategia de supervivencia.
ResignifSe con poco no es una receta válida para la justicia social. Por consi­
11. Al parecer este punto se explicitó por primera vez en el contexto de la organización política guiente, c~o que está bastante justificado que quienes no están completamente
por George Bernard Shaw que, en The lntelligent Woman's Guide to Socialism and Capitalism (New
Brunswick, N], Transaction Books, 1984) sostuvo que el Estado debería exigir a todas las personas adultas
que trabajasen y que debería asignar una porción igual de renta a cada uno, ya fuese hombre, mujer 12. Como me hizo notar Joan Tronto, vale la pena señalar el uso de la expresión «nos permita apro­
o niño/a. piarnos., dado el manifiesto deseo de Putnam de tratar a estas otras mujeres como iguales.
202 Perspectivas feministas en teoría política Desigualdad de género y diferencias culturales 203
-*­

imbuidos/as de las normas no igualitarias de una cultura, se acerquen a ella con Personas muy inteligentes, comprometidas con el bienestar de las mujeres y los
ánimo de efectuar una crítica constructiva. •es~cfe;tódo,l3.distanciacrítica hombres de los países en vías de desarrollo, que se consideran progresistas, feminis­
tas y antirracistas, (...) adoptan posturas que convergen... con las posturas reacciona­
~.~.~i:~~~!'~é'c(}~~~I~te~:~.ts?~~!<:J~~. pero comprometidas rias, opresivas y sexistas. Bajo la bandera de su «antiesencialismo» radical y política­
a,!*~~u~b#p~etfen~rm~j0~~~;Y '~fttiéO!~~a injusticia social. que .las mente correcto desfilan antiguos tabúes religiosos, el placer del marido mimado, la
~~~.(}~~· . qt1eviven •. enficl!Biur,lv<londe estasinjuStíeías se producen. tl>e ahí mala salud, la ignorancia y la muerte (pág. 240).
q~~~~comorla!e"ieiÓtl¡O~"<¡ueprete~~aproxímarsea un punto
at"~~I~o, sea tan vál~0,;atmenos co1nocompre ento a algunarorma
rn Por decirlo con las palabras conclusivas de Nussbaum: «La identificación
c1iFai!logo.tensemos por un momento en algunas de las"instituciones y prácti­ no de~ ignorar las diferencias locales concretas: en realidad, en el mejor de
cas más crueles y opresivas que se han empleado, o que todavía se emplean, los casos, exige un análisis que investigue las diferencias, a fin de que el bien
para «.marcar» a las mujeres:.e~~~~jede lospies,laablaci6n del clítoris y el general pueda realizarse adecuadamente en ese caso concreto. Pero el aprendiza­
purda~Gomo demuestra Pi\"'it~' mujer~ «bien sc:>cializadas» en las cultu­ je del y acerca del otrola está motivado... por el convencimiento de que esa per­
nlS' q~e.rn31l~ie~~n t~esprá.cticas las internalizan como algo necesario para su sona (otra) es uno de los nuestros/as» (pág. 241).
6ptima féallza.ciórí como féminas. N aunque, en el caso de las dos primeras prác­ Como demuestran los trabajos de algunas académicas feministas, emplear el
ticas, estas mujeres puedan conservar un vivo recuerdo de su propio e intenso concepto de género e impedir que las diferencias nos amordacen o fragmenten
dolor, perpetúan las crueldades infligiéndolas ellas mismas o bien permitiendo nuestros análisis no implica que debamos efectuar generalizaciones desmesura­
que se las inflijan a sus propias hijas. das o €fUe intentemos aplicar soluciones «estandarizadas» a los problemas de
Así pues y con toda claridad, una teoría del florecimiento humano como mujeres cuyas circunstancias son distintas. Chen defiende el valor de analizar,
la que desarrollaron Nussbaum y Sen no tendría problema alguno en deslegiti­ situaci6'il por situaci6n, los papeles y constricciones de las mujeres antes de ha­
mar tales prácticas (Nussbaum, 1992).!erofues!?s aelegir entre una perspecti.. cer planes y diseñar programas. Y a su vez, Papanek muestra que para contri­
va~~lsi~~ revi~~a . .o la «~minista interactiva», de ~~~~r~o ~on la d~finici6n buir a educar a las mujeres para que sean conscientes de su opresión se necesita
de Putn~, optaría sin dudar por la primera, pu~o que . ~~ la Se~Ilda las mu­ un conocimiento profundo y específico de la cultura en la que éstas se desen­
jel$bietl!~cialiZll~as de los gtu;poS oprimidos son demasiado proclives a racio­ vuelven.
n~IíJ.S~r;u~ldades~ I~~~~~ql#~ !~1rlomb~diffcil~ente se opondrán a ta­ Por consiguiente, concluiré afirmando que el género es, en sí mismo, una
les práCticas,dJJ:abida cuenta que las consideran beneficiosas para ellos. ¿No es categoría de análisis muytmltó~Y'\ifUe elÍrn9dó~tit)a~beflariiospárali­
mucho más probable que, tras el velo de la ignorancia, opresores y oprimidos zarnos por el hecho de que existan diferencias entre las mujereS.fSe pueden esta­

p~~~~~n ~(}~::~.:.c ~t~~~ ~t.rngre~~m vi~a


blecer generalizaciones acerca de muchos aspectos de la desigualdad entre los
se lo .•
~~~.AeB;S1m~1l:lte es
.•.•.•. . tmpendencla, pasando calor
elegiría pasar suvestIdos
con gruesos en ne­
re­ sexos siempre y cuando seamos cuidadosas y desarrollemos nuestros juicios a
gros que 10 tápasen de la cabeza a los pies?!'¿Qué hombre chino anterior a la la luz de evidencias empíricas.~teOrías surgidas en contextos occidentales
revoluci6n hubiese votado a favor de que le destrozasen los pies y tuviese que
cojear toda la vida de saber que él hubiera podido ser una de estas personas
te,
pu~en apliearseclaramen a1l11~~os en.~ran parte, a las mujeres que se desen­
vuelven en contextoscultum1esmtiy diferentes..'En todos los lugares, en todas
lisiadas?/¿Qué hombre hubieraraprobado la práctiea de la mutilaci6n genital, las clase; en todas las razas y en todas las culturas encontramos similitudes en
a sabiendas dé que esos genitá.les podían ser los SUYOS?iY las mujeres de dichas los rasgos característicos de esas desigualdades, así como en lo relativo a sus cau­
culturas, obligadas a pensar sobre tales prácticas desde un punto de vista mascu­ sas y sus efectos, aunque a menudo su magnitud o su gravedad difieran.
lino y femenino podrían, con un poco de distanciamiento, ser más conscientes
del hecho de que lo que están perpetuando no es tanto la feminidad perfecta
como la subordinación de las mujeres a los hombres. REFERENCIAS BIBUOGRÁFICAS
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