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Los aborígenes

Durante mucho tiempo, la población indígena quedó sometida al dominio de los


españoles y criollos. Sin embargo, poco a poco fue disminuyendo en número, como
consecuencia del proceso de mestizaje que se vivía durante la época. Residían
principalmente en el campo, donde ni siquiera pudieron mantener su idioma original, ya
que los españoles impusieron su lengua natal.

Pero al otro lado del Biobío (al sur) la historia era distinta. Si bien no estaban del todo
libres y también fueron reducidos por los españoles, los huilliches que habitaban la
región de Valdivia y Osorno se encontraban en una relativa independencia.

En 1608 se dio la autorización para esclavizar a los indígenas

Sistema de trabajo

Cuando los españoles llegaron a América, venían con la intención de enriquecerse


rápidamente a costa de lo que esta tierra les ofreciera, para lo que obligaron a los
aborígenes a trabajar en todo tipo de faenas. Los gobernadores, a nombre del rey,
encomendaban grupos de aborígenes a cada dominador español, para que estuviesen
bajo su tutela y mando. Este sistema fue más conocido como encomienda, y cada
español a cargo de un grupo de indígenas recibió el nombre de encomendero. Según las
intenciones de cada gobierno español, los aborígenes debían pagar tributos al
encomendero, en especies o dinero. Pero ellos no se conformaban con eso; además los
obligaban a trabajar arduamente, lo que se mantuvo constante durante esta época en
Chile.

Sin embargo, a cambio de los beneficios que recibían los encomenderos, debían cuidar a
sus aborígenes, proporcionarles alimentos, ropa e integrarlos a la fe cristiana. Pero esto
nunca se cumplió; solo se encargaron de hacerlos trabajar muy duro para obtener la
mayor cantidad de beneficios personales, cometiendo grandes abusos en contra suya.

Con el tiempo, los aborígenes fueron disminuyendo, por lo que a la encomienda se le


restó importancia, hasta su abolición, aprobada por el rey y puesta en práctica más tarde
por el gobernador Ambrosio O’Higgins.

Al finalizar el período colonial, los mestizos se habían convertido en la principal fuerza


de trabajo. Los esclavos negros tuvieron menor importancia, dado su alto precio y el
riesgo que significaba que pescaran alguna enfermedad o murieran.

La colonización se practicó en Chile en forma similar a la del resto del continente. La


encomienda constituyó el elemento básico y habitual de explotación del territorio. Los
indígenas encomendados pasaban a convertirse en mano de obra disponible con carácter
vitalicio. Los caciques organizaban el trabajo de la comunidad y establecían los
servicios que debían prestarse en la tierra, en las minas o en las poblaciones. El
encomendero teóricamente tomaba a su cargo la protección de los indígenas, aunque en
realidad no los consideraba más que vasallos que le permitían obtener rentas en
compensación por sus servicios prestados a la Corona española.
La monarquía trató de limitar el derecho sucesorio en la encomienda que la convertía en
una institución vitalicia. Sin embargo, después de la rebelión de los encomenderos del
Perú, aceptó la trasmisión familiar a cambio de limitar el derecho a tres generaciones.
La necesidad de disponer de combatientes en las incursiones de la guerra de Arauco
hizo que se ofreciera a los hijos de los encomenderos de la provincia y de las provincias
vecinas la posibilidad de prorrogar una generación el derecho sucesorio, siempre y
cuando permanecieran combatiendo durante cuatro años.

Cuando la institución de la encomienda se extendió en Chile en la segunda mitad del


siglo XVI, se había abolido ya la prestación personal por las Leyes Nuevas de 1543,
siendo reemplazada por el tributo indígena, servicio en producto o dinero, impuesto
sobre los indígenas que se hacían responsables colectivos del pago y cuya cuantía
dependía del número de tributarios. Las audiencias tasaban el tributo y entregaban carta
reservada a los caciques, jefes indígenas, para que organizaran las actividades. Desde
1560 los corregidores de indígenas ejercían de cobradores del tributo, formado en su
mayor parte por maíz, trigo, papa, coca, ovejas, cerdos, rara vez plata. El pago en
moneda y la retribución de la mita supuso un cambio radical en los usos locales, al
introducir a los indígenas en una economía progresivamente monetarizada, la cual
rompía la secular unidad de autoconsumo. A pesar de los cambios introducidos por el
emperador Carlos V, las condiciones de la Gobernación de Chile propiciaron que por
algún tiempo en esta región de América, en particular en la zona de la cordillera andina,
subsistiera la prestación personal. La tradición inca de la mita consistente en el trabajo
obligatorio por turno, común en la región comprendida al norte del río Biobío en la
etapa prehispánica, facilitó su traslación a la sociedad colonial. En el año 1575 se
instauró en los dominios de las Indias.

Los capitanes de mita se sirvieron de la población autóctona para explotar los recursos
que tenían al alcance e incluso la Corona recurrió también a repartimientos de indígenas
para su empleo en trabajos públicos. Pese a recomendarse que el pago a los indígenas
mitayos fuera vigilado por funcionarios que evitasen abusos, éstos no dejaron de
producirse a la vez que se estipulaban bajos salarios y se obligaba a aquellos a efectuar
largos desplazamientos que originaban el desarraigo de la población y, en consecuencia,
la disolución de familias.

Las Leyes Nuevas habían ratificado asimismo la prohibición de la esclavitud de


indígenas y las encomiendas de funcionarios reales y eclesiásticos. Reconocían también
a los indígenas como vasallos del reino y personas libres, aunque los calificaban de
rústicos dignos de protección, por lo que en contrapartida se legitimaban las exacciones
que eran impuestas por los colonizadores. Para compensar a los conquistadores se
preveía concederles corregimientos, empleos de designación real desde los que se
administraba un territorio limitado. Y para suplir el trabajo forzado indígena, al margen
de la mita, se importaron esclavos negros, que a comienzos del siglo XVII venían a
representar un número similar al de españoles, cuando no superior. La guerra de Arauco
hizo que se reconsiderase el tema de la esclavitud, de modo que la Corona la readmitió
para Chile, concediendo que los mapuches apresados en la contienda fueran reducidos a
esclavos con carácter perpetuo. Estos araucanos cautivos fueron destinados a las minas
o las chacras.
En el marco de la guerra defensiva, el virrey del Perú, príncipe de Esquilache, dictó
unas ordenanzas destinadas a reglamentar el trabajo indígena en Chile, que fueron
promulgadas en Concepción en febrero de 1621. La ordenanza suprimía el servicio
obligatorio impuesto hasta entonces a los indígenas, haciendo excepción de aquellos
mayores de 18 años que fueran tomados en hechos de armas; se establecía una tasa
compensatoria a la población mayor de aquella edad y menor de cincuenta años, fijada
en una cantidad variable según la riqueza de cada zona. De la tasa se deduciría una
fracción para la Iglesia, otra para el corregidor del partido y una tercera para el
protector, dejando el resto en manos del encomendero. El trabajo debía remunerarse en
parte en dinero para que el indígena pudiera pagar el tributo, completándose el salario
con animales o mercancías. No obstante lo anterior, subsistía la mita, regulada de modo
que cada tres años se trabajasen nueve meses de 23 días.

La nueva regulación resultó impracticable dado que los encomenderos se negaron a


acatarla y amenazaron con rehusar atender el servicio de armas al que estaban sujetos.
Así las cosas, el gobernador interino, Cristóbal de la Cerda, abandonó todo celo en la
exigencia de su cumplimiento, y su sucesor, Pedro Osores de Ulloa, acordó suspenderla
en diciembre de 1622 en espera de que la Corte dictara providencia. De hecho, en julio
anterior Felipe IV había aprobado la tasa reduciendo su cuantía y admitiendo la
esclavitud de los mayores de catorce años que rebasaran la frontera. Pero no fue sino
hasta 1625 cuando se publicó en Chile la ordenanza de Esquilache en medio de grandes
protestas. El gobernador Fernández de Córdoba, tras obtener la conformidad del obispo
de Santiago y de los superiores de las órdenes religiosas, decidió suspender la tasa
definitivamente para evitar mayores problemas. Por medio de la encomienda, los
conquistadores consiguieron privilegios, reconocimiento y rentas, que hicieron de este
grupo una élite señalada.

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