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El tema que se encuentra detrás de los dos términos en cuestión –nueva evan-
gelización y catequesis– ha sido tratado ya en varias ocasiones, en sedes pres-
tigiosas y en documentos que han marcado la historia de la catequesis. Por
nuestra parte, pretendemos únicamente evidenciar el problema planteado y
los eventuales rumbos que podrían surgir en un futuro cercano. Tengo el
gusto de colocar estas reflexiones en el escenario de la Evangelii nuntiandi de
Pablo VI, porque realmente la Exhortación Apostólica enfoca esa problemá-
tica en el inmediato post-Concilio: “Un medio que no se puede descuidar es
la enseñanza catequética. La inteligencia, sobre todo tratándose de niños y
adolescentes, necesita aprender mediante una enseñanza religiosa sistemática
los datos fundamentales, el contenido vivo de la verdad que Dios ha querido
transmitirnos y que la Iglesia ha procurado expresar de manera cada vez más
perfecta a lo largo de la historia. A nadie se le ocurrirá poner en duda que
esta enseñanza se ha de impartir con el objeto de educar las costumbres, no
de estacionarse en un plano meramente intelectual. Con toda seguridad, el
esfuerzo de evangelización será grandemente provechoso, a nivel de la ense-
ñanza catequética” (En 44). Para examinar de forma más directa este texto
programático, es oportuno recordar, en primer lugar, el contexto en el cual se
desarrolla la reflexión de la Exhortación Apostólica. El Papa, en efecto, deter-
minaba algunas carreras privilegiadas entre las cuales era necesario desem-
peñar la acción evangelizadora. La atención va dirigida al “cómo” evangelizar
(En 40)1. El Papa Montini colocaba en primer lugar el testimonio como pri-
mera señal de toda auténtica obra evangelizadora2. En este contexto encon-
1
“Bástenos aquí recordar algunos sistemas de evangelización, que por un motivo u otro,
tienen una importancia fundamental” (En 40).
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“El primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente
cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consa-
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Cfr. R. Fisichella, La nuova evangelizzazione. Una sfida per uscire dall’indifferenza,
Mondadori, Milano 2011.
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Cfr K. Rahner, Scienza e fede cristiana. Nuovi Saggi IX, Roma 1984, 165-169.
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momento de gracia muy especial para los adultos, porque los llevaría poco
a poco a la opción de la fe, no como acontecimiento emotivo, sino como un
compromiso que tiene todos los rasgos de una opción libre y auténtica, asu-
mida conscientemente para confiar en el Señor. Presentar la radicalidad de
la fe cristiana: una vida nueva realmente ofrecida mediante el Bautismo, no
es algo que pueda generar miedo. Y, antes de expresar lo referente a los man-
damientos y las Bienaventuranzas, es importante adelantar la conciencia de
la vida de gracia que se da. El don de la vida de Dios es el amor que se hace
visible y llega a ser compromiso para conformar la propia vida a Cristo.
Esto debería ser uno de los objetivos perseguidos por la catequesis. La vida
bautismal como expresión del discipulado es la vida nueva de quien renuncia
al pecado, es decir vive su propia existencia lejos del ejemplo de este mundo,
para vivir como discípulo en la comunidad de los discípulos. Es evidente en-
tonces, que la conversión frente al don de una vida nueva –el amor de Dios–
permite conectar nuevamente evangelización y catequesis. El camino de ma-
durez en la fe es un camino de evangelización para descubrir la novedad de la
fe y así averiguar su riqueza.
Aquí está expresado en todo su sentido existencial el valor de la Palabra de
Dios como el origen de nuestra vida de creyentes. Una Palabra leída y vivida
en la Iglesia, la cual permite a cada creyente su trasmisión fiel y viva. Nos lo
recuerda con énfasis el Vaticano II cuando afirma: “La Iglesia, en el decurso
de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta
que en ella se cumplan las palabras de Dios..... De esta forma, Dios, que habló
en otro tiempo, habla sin interrrupción con la Esposa de su amado Hijo; y el
Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por
ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que
la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente” (DV 8).
En este proceso de trasmisión, la catequesis ciertamente desempeña un papel
fundamental. La comunidad cristiana, que desde hace 2000 años se pregunta
sobre cómo responder con fidelidad al mandamiento del Señor de ir por todo
el mundo y proclamar el Evangelio, haciendo discípulos a los que crean (cfr
Mt 28,19), encuentra en el proceso de la catequesis una etapa muy significati-
va para su esfuerzo en renovarse e individuar la formas más adecuadas para
que el Evangelio siempre se perciba como Palabra de Dios que salva. Aquí la
exigencia de nueva evangelización llama a la puerta de nuestras comunidades
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Desde los primeros siglos de nuestra historia, los Obispos han sido protago-
nistas de la catequesis. Las indicaciones de San Agustín en el De catechizandis
rudibus, las Catequesis de Cirilo de Jerusalén, como la Oratio catechetica mag-
na de Gregorio Nisseno, la Explanatio symboli de Ambrosio y las Catequesis
bautismales de Juan Crisóstomo, sin olvidar las Homilías catequísticas de Teo-
doro de Mopsuestia, o los textos catequísticos de Pedro Canisio, de Roberto
Bellarmino y Juan de Ávila, para señalar unos ejemplos más conocidos, des-
tacan el compromiso común en Oriente y Occidente acerca de la catequesis.
Si además se añade el hecho de que el Papa cada miércoles de la semana tiene
su catequesis para millares de personas, entonces sería oportuno preguntarse
si ha llegado el momento en el que cada Obispo en su propia catedral retome
su función de primer catequista, para comunicar el patrimonio de sabiduría
y de espiritualidad que enriquece y fortalece la fe. Así sería un ejemplo con-
creto para un compromiso de nueva evangelización que se hace anuncio y
catequesis para restablecer coraje en tantos sacerdotes, diáconos, religiosos
y religiosas, laicos y laicas que sin cesar ofrecen cada día su libre, generosa y
certera contribución para la catequesis.
Afirmaba Pablo VI con tanta previsión y fuerza profética: “El mundo, que a
pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo
por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo
exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos co-
nocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible (122). El
mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, cari-
dad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia
y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad,
nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de
este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda” (En 76). Abrir el co-
razón y la mente de nuestros contemporáneos para que puedan descubrir la
importancia de Dios en su propia vida y creer en Jesucristo. Esto es el objetivo
de la nueva evangelización y, desde luego, el contenido primario de la cate-
quesis. Y será posible si hombres y mujeres que asumen la responsabilidad
de ser evangelizadores y catequistas lograrán ser testigos del encuentro con
Cristo. Hacer arder el corazón por su amor e iluminar la mente por su pala-
bra; de esta forma, el camino hacia nuestros contemporáneos será de nuevo
accesible y más fácil. Para que esto se realice, es imprescindible redescubrir el
primado del testimonio, allá donde el primado no es expresado por las pala-
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bras, sino por la vida. Es importante, por lo tanto, que cada día sea marcado
por nuestro deseo de ratificar la fe con una renovada opción de amor confia-
do en el Señor Resucitado.
c Rino Fisichella,
Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción
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