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la razón & la fuerza

la razón
&
la fuerza
GABRIEL CASTRO RODRÍGUEZ
gabriel castro rodríguez

La Razón & la Fuerza


Gabriel Castro Rodríguez
Reg. Prop. Intel. Nº
I.S.B.N. Nº
Tregua & Catala Ediciones
Autor foto portada y solapa: Ana Luisa Montes
Diseño: Gabriel Castro Rodríguez
1ª edición de 250 ejemplares.
Viña del Mar, Noviembre de 2001
la razón & la fuerza

“Querida Mamá:
1º-No estoy perdido así que no se ponga nerviosa
2º-Tampoco se enoje porque lo que pasó es pura fatalidad.
(...)
4º- Yo estoy tranquilamente detenido pero no preso.
(...)
El Sargento Neri que es amigo de la Domi me prestó papel y lápiz
para que le escriba a usted y él mismo le va a llevar la carta esta noche.
Hay bastante gente en este calabozo así que no me da miedo.”
PAPELUCHO DETECTIVE, Marcela Paz
gabriel castro rodríguez
la razón & la fuerza

Prólogo
Es lunes. De nuevo inevitablemente atardece en Coihué.
El paisaje montañoso enmarcado en la ventana de una oficina del
Partido de mi ex compañero de U se torna anaranjado. Le tengo un par de
preguntas.
Balancea su Hush Puppies derecho. Tic típico en él: De pierna diestra
arriba fumando echado para atrás. Sonríe o simplemente muestra los dientes.
Con la mano libre extendida explicando lo inexplicable. Mientras en la radio
de la oficina Mick Jagger me pregunta irónico despacito: Ain’ t no good to
be alive?
-Date cuenta Abelín- me dice- la güevada es así. No podía, no tenía
opción. Ni sabía. Y si hubiera sabido, no me estaban dadas las condiciones
de decisión tampoco. El queque se corta mucho más arriba de lo que te
imaginas. Yo igual que tú fui un gueón más víctima de las circunstancias.
Comprendo tu disgusto. Son tiempos difíciles con esta dictadura de mierda.
De pronto nos confudimos en los medios por no perder la meta.
Lo escucho sin mucha atención. Ya he dejado de ser aquel choapino
humano sonriendo siempre dispuesto a que los otros se limpien los pies en
mí. No estoy aquí para escuchar disculpas. Ninguna puede justificar lo pasado.
-Pero hay una pequeña diferencia, ex-hermano- le digo mirándolo a
los ojos- Para tí las circunstancias de las cuales dices eras víctima, era ser
promovido a un cargo cototo dentro de tu partido. Puta mansa víctima. A mí
estos episodios pasados, de los cuales te hago totalmente responsable, me
conducían simple y concretamente a la locura- me levanto del asiento. Acerco
mi cara a la suya- O a la muerte ¿Víctimas los dos de las circunstancias? Ja.
Güeón hipócrita ¿A quién querís engañar? ¿Me has visto la güeas? A mí no
me vendes la pomada de la lucha contra la dictadura.
-Yo no sé. Esto no es una disculpa. Quizás sea una explicación. No
siendo de mi directa responsabilidad que sucedieran, insisto, a ambos nos
afectaron. Supongo que esto le ocurrió a muchos de nuestros amigos cercanos.
De alguna manera podían tener información comprometiendo mi posición
en el partido ¿Entendís o no?
-¿Y cuál era la orden?
-Te digo que no sé. Esas acciones supongo eran extra al equipo oficial.
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Emanaron supongo de la cúpula del partido. Ahora que me cuentas de lo del


rapto y los baleos, realmente estoy de una pieza. Te prometo que voy a hacer
algo para poner en su lugar a esos güeones. Si es que existen ¿Qué se han
creído los conchasumadre? ¿La DINA? Así que tranquilo, y por favor no
pienses tan mal de mí. Soy el mismo de siempre ¿Cómo crestas se te puede
imaginar Abelín que te iba a exponer a la muerte en aras de mis movimientos
políticos? ¿Iba a cagarte a tí, a la Lily y a la guagua? Por favor loquillo.
Estamos trabajando en todo lo contrario a amedrentar a la ciudadanía, menos
a mis amigos cercanos. No te pasís películas y ándate para la casa a descansar
en lo que queda de tus vacaciones. Parece que bien que lo tienes merecido
después de todo el mal rato. Ya verás como subo y bajo si encuentro a los
desubicados que te hicieron lo que te hicieron. Si es que los hallo. Nunca
faltan los locos en cualquier parte.
-Tengo buen material para una novela- le digo.
-¿Sigues escribiendo? Deberías publicar. A ver si muevo algunos
contactos que tengo para tenderte una mano. Traémela cuando la tengas
lista.
-No te va a gustar ayudarme cuando sepas lo que voy a escribir.
-Ya me lo empiezo a imaginar- me sonríe- En todo caso, yo no tengo
culpa de que tú te hayas quedado pegado en nuestros sueños artísticos de los
tiempos de la U. Yo simplemente superé la etapa. No son tiempos para güeviar
con literatura. El asunto es serio y hay que hacer cosas más prácticas.
-Tienes culpa de casi todo lo que he pasado. De eso voy a escribir.
-Igual estás desfasado en tu edad mental. En todo caso...- saca un
cigarrillo de una cajetilla sobre el escritorio. Me la tira a las manos para que
saque. No me muevo- ¿Eres sapo o escritor?
-La diferencia entre los escritores y la gente normal es que nosotros
somos informantes. Escribimos informes. Me remito a William Lee en The
Naked Lunch.
-Precioso, Abelín, pero lamento decirte, la pauperización de la clase
media auspiciada por la dictadura te carcome. Mírate. Hiciste mal con
dormirte sobre los podridos laureles de la pedagogía- se pone de pie. Se
acerca a mí- Hueles a perro mojado- enciende el cigarro- A perraje, al cual,
modestamente, ya no pertenezco hermanito. Me preparo para nuevos tiempos
que vienen. Quiero ser protagonista no escenario.
Perraje, me repito mentalmente y saco un cigarrillo. Es cierto lo que
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dice el maldito. Yo en el medio. O peor, por aquí en un rincón.


-Hay otros estratos- prosigue Charly- en que, por decir algo, no se es
alcohólico, sino que barman. No se baila, sino que se es el que pone los
discos. No se es jefe, sino free lancer. No se es oprimido sino que gestor de
mejores tiempos para los prisioneros de conciencia.
-Pero hay algo interesante. No sé si es el adjetivo adecuado... Estar en
una de las esquinas del perraje.
-Bonito consuelo.
-No entiendes- me enciende el cigarrillo con un zippo plateado- Nunca
podrías entenderlo- le digo- Ser un Outsider es mi opción, aunque te confieso,
para que veas que estoy lúcido, mucho más que tú, no soy Outsider por
naturaleza. En verdad debería ser por naturaleza un burgués emergente, tú te
imaginas que sumergente, en alcohol por decir algo. Pero creo en la
transfiguración de la carne por gracia de la marginalidad social. Es mi modus
operandi para sobrevivir a la dictadura. No creas que hablo de mi obvia
marginalidad económica. Por cierto no la niego. Hablo de mi condición de
Outsider ¿Puedes entender eso pretendido demócrata? Me acojo a tal
condición entonces. Igual me aseguro con una cuerda y engancho desde mi
isla. No soy güeón tampoco. Me engancho con el continente de la urbe y el
burgo, del cual tú pareces haber tomado carta de ciudadanía.
-No me digas que no te da envidia. Convéncete Abelín, yo estoy okey-
muestra con la mano del cigarrillo su oficina- Mírame. Tú has caído. No
bailarías la danza que la pretendes artística marginalidad anárquica sino
fuera porque has caído. Ni siquiera danzarías de otra forma. Estarías en una
terraza, sentado de guata al sol, mirando el atardecer, tomándote una limonada
con malicia. Con tu familia esperando el advenimiento de la democracia que
estamos preparando para ti y para al país. Tú has caído, no yo ¿Qué te pasó?
¿Cuándo ? ¿Dónde? ¿Con quién?- camina hacia un mueble detrás de él.
-No te importa. Prefiero estar de este lado que del tuyo.
-¿Seguro?- saca de un mueble detrás de su escritorio una botella de
pisco y dos vasos ad-hoc. Sigo con demasiado interés tal operación- Disculpa,
no tengo hielo. Mandaré a buscar- me sonríe amistoso. En realidad ahora no
está cultivando nuestra antigua amistad. Es otra cosa. Acciona un botón debajo
de la cubierta de la mesa. Puedo escuchar la chicharra en la oficina contigua.
-Te parecerá que enloquecí- le digo- y te digo que es posible sea así,
pero ésa es justamente la diferencia entre tú y yo.
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-Para enloquecerse hay que estar normal.


-¿Qué me quieres decir, mierda?
-Interpreta, Abel, no es difícil. Estás frito, admítelo. Mírate. Todas
tus opciones cerradas. No niegues que te sientes cagado, sin elecciones, justo
en un momento crucial para la nación.
-Lo que no se puede elegir es un regalo de Dios.
-Eso suena precioso, pero demuestra lo cagado que estás. No sabes
realmente lo que dices. Pareces facho.
-Posiblemente a ti te suene a eso, estrecho de mente. Pero no traiciono
a los amigos por una sucia causa personal disfrazada de lineamiento político.
-Pero no te hagas más el inocente, por favor Abel. Te conozco bien.
Tienes cara de inocente pero igual eres culpable. Es decir alguna vez fuiste
sin mancha y te quedó la cara. No te hagas la blanca paloma ahora conmigo
Abelín. También te has mandado condoros.
Entra una muy exitante secretaria justo cuando considero es el
momento para ejecutar el acto de justicia que nos merecíamos.
-¿Necesita algo don Sharly?
-Trae hielo por favor.
-¿Hielo?
-Si mijita, hielo- le repite Charly visiblemente escaso de paciencia.
El poto enorme y las tetas gigantes aprisionadas en un uniforme dos
tallas menos que la adecuada se estremecen. Su dueña da media vuelta y sale
rápidamente auxiliada por dos piernas perfectas naciendo de una minifalda
casi inexistente. Me acordé de María Eugenia.
-¿Tú diseñaste el uniforme?
-Esa mina es reemplazo. Pero la vamos a cortar. Tiene caliente a medio
mundo. Seguro que es puta. A veces nos equivocamos en la selección del
personal.
-Sí, a veces se equivocan. Seguro no es puta, pero quiere serlo. En
todo caso tiene una idea equivocada de esa profesión. Una cosa es ser puta y
otra indigna.
-¿Ahora eres teórico de la prostitución?
-De un tiempo a esta parte tengo más claro algunas cosas. He conocido
gente.
-Sí ya me lo imagino. Es situación cliché que todo escritor es acogido
por las putas.
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-La marginalidad se apoya para enfrentar la inconsciente oficialidad.


-Sí, claro. Toma.
No contesto. Acepto culpable el vaso de pisco pero no dejo de pensar
en María Eugenia. Me pregunto si no estará ahora mismo haciendo las maletas
para irse a Caldera o quizás para dónde. Todo por mi imbécil causa, o mejor
dicho por la causa de quien está ahora al frente mío tratando de explicar lo
inexplicable.
-Mira Abelín quiero que te quede claro. Escucho atentamente la
acusación que trajiste, y por eso estoy muy ofendido por el carácter de tu
visita. Para qué de voy a decir una cosa por otra- me señala un enorme sofá
de cuero para que nos sentemos. No lo sigo pero él igual se sienta. Se echa
una pierna encima de la otra. Comienza a balancearla nervioso. Bebe un
sorbo de su pisco y enciende otro cigarrillo- Pero ahora quiero ser claro. Veo
muy dificil alguna posibilidad de ser responsable yo o mi partido de la
persecución a la que te han sometido. Igual voy a investigar, tenemos muchos
simpatizantes que ya quisieramos no tenerlos. Por ahí podría ser, pero del
partido partido, me atrevo a desde ya decirte que no tenemos nada que ver.
-Sería bueno que conversaras con Jesús Lara.
-Ya conversé con él en la mañana.
-¿Cómo?
-Me llamó al mediodía y me dijo hartas cosas. Entre esas me anunció
tu inminente visita. Me dijo que lo llamaras a su casa apenas pudieras. Estaba
preocupado por ti.
-Con él concluímos que tú podías ser el responsable de mis pesares.
-Él no me dijo eso.
Golpean a la puerta. Charly ordena que pasen. Nuevamente entra la
maravilla neumática con su idea equivocada de la prostitución y según su
actual jefe inmediato, también equivocada con el tipo de gente que el partido
necesitaba. Trae un plato lleno de hielo.
Mi ex amigo me hace un gesto con un dedo cruzando mi boca para
evitar que siguiera con el diálogo. No quiero hacerle caso pero aprovecho la
instancia para beber de mi vaso. Ella me detiene alegre con su mano tibia
para echarme con la otra dos cubos. Charly alarga el suyo. Con sus propias
manos saca del plato dos cubos que él mismo echa en su vaso. Le dice con
cara de asco que puede irse.
La mina da dos saltitos en su lugar y se va lentamente como esperando
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la llamen antes de irse.


El lento desplazamiento altera a mi ex amigo. Se levanta del sillón y
va hasta la puerta para abrírsela. La toma de un hombro empujándola fuera
suavemente y le da las gracias.
-Ah, don Sharly- le dice con la cabeza entremedio de la puerta
semicerrada. Se pasa la lengua por sus labios carnosos y lo mira a los ojos-
tiene un caballero esperándolo, es de la muni.
-Ya, dígale que espere... O mejor que vuelva mañana. Vino muy
tarde. Ya me voy- cierra la puerta y me dice que si eso es marginalidad me la
regala y me da plata encima.
-Pobre chiquilla. No sabe con quiénes se está metiendo.
-Córtala Abel. Tienes una idea tan equivocada de nuestras acciones.
Lamentablemente me dan pocas ganas de orientarte. Eres caso perdido.
-No te preocupes,. Mejor aclárame lo de la llamada del Jesús Lara.
-Tu vecino y amigo mutuo me ilustró al respecto de varias de las cosas
que le dijiste te habían estado pasando ahora último. En todo caso también
me advirtió que habías sido tú el que apresuradamente me había
responsabilizado por ellas. Fue claro: Teme por tu salud física y mental. Dijo
que andabas en una onda muy rara de la cual era difícil sacarte a pesar de
que él había hecho intentos. Él es muy fraternal, yo no. Tú sabes. No esperes
de mí el trato suave que él dio a tus recalentadas ínfulas políticas. No es que
no me alegre verlas siendo que nunca las tuviste cuando era el momento ¿Te
dije que quería que lo llamaras a su casa lo antes posible?
-Nunca es tarde. A tipos como ustedes les espanta el que uno se salga
de los esquemas en que por flojera mental nos colocan.
-Buena onda que por fin te ilumines Abelín. Lo que desautoriza toda
tu renovada energía es que la bases en una preocupante serie de sucesos que
según tú te han ocurrido. Para mi gusto ponen bien en duda tu salud mental.
-¿Cuándo te dijo Larita que me le había desaparecido?
-No sé. En el entretiempo del partido de ayer en Santiago.
-¿Qué hora era esa?
-Las siete, siete y media de la tarde supongo.
-A qué hora llegué a Coihué .
-No sé eso lo sabes tú.
-Llegué ayer a las siete y media aproximadamente.
-Imposible. A esa hora estabas en Santiago. Llegas por lo menos a las
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diez acá.
-Ése es el punto ex amigo. Fui transportado por un espíritu de un
detenido desaparecido.
-Sí ése es el punto. Dices güevadas propias de un desequilibrado ¿Más
pisco?
Le paso culpable el vaso para que me sirva.
-Pero tengo testigos.
-Ya. Supongamos que los tienes. Supongamos que lo del viaje de
Santiago a Coihué en cero segundos es verdad pero ¿De qué sirve saber eso?
-A tí de nada.
-Entonces para qué lo mencionas.
-Yo no lo mencioné, tú fuiste. Esas experiencias, fueron varias no
sólo esa. Pensándolo bien fueron lo positivo de todo el viaje obligado al que
me expusiste con tu purga de pasado imperfecto.
-Dale con eso. Yo no tengo nada que ver. Esos y otros relatos que
Larita me contó en la mañana que le habías dicho y ahora tú quieres
contármelos a mí, me prueban que te estás volviendo loco. Para eso no
necesitas de la ayuda de mi partido o mía, esas te vienen solito por tu vida
anormal que has hecho hasta ahora. Es una forma en que tu infelicidad se te
rebela y te carcome. Estás mal. Muy mal para mi gusto.
-Eso me indica que estoy bien. Muy bien.
-Larita también me contó que a nivel familiar estás como las güevas.
La Lily te abandonó.
-¿Él te contó eso?- siento un escalofrío.
-Sí. El pobre quedó trastornado con tu estado y tratando de localizarte
me llamó a mí y antes ubicó en Viña a la Lily. Ella le aportó más datos sobre
los terribles días que dices has pasado.
-¿Cómo está la Lily y el niño?
-¿No sabes?
-Dime.
-Pues desde que te desapareciste esa noche de la casa, en la más
ridícula, para ir a comprar cigarrillos, fuiste muy maricón, y después del
violento episodio del motel en Con-Cón, es bien justa su reacción de no
quererte ver más por un buen tiempo.
-Todo eso es mentira. Así no sucedió.
-Tranquilo Abelín. Lo que más me gustaría, y a Jesús Lara más todavía,
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sería ayudarte. Pero estás tan hostil que es dificil abordarte- me intenta llenar
nuevamente el vaso. Yo no acepto- quizás si te relajaras un poco y te sinceraras
diciendo más verdades de las que me has dicho, podríamos hacer algo. Intenta
dejar de decir lo que crees que te pasó en estos días y cuéntame lo que
realmente ocurrió. Supongo quieres estar bien y no así como estás ahora.
Estás irreconocible y equivocado. Muy equivocado.
-Que me encuentres extraviado para mí es un bálsamo que no te me
imaginas cómo me alivia.
-Me gustaría que me contaras en detalle lo que te ha pasado. No ese
enfermizo resumen de las puras cosas malas. Cuéntame todo- llena mi vaso.
Me invita nuevamente a sentarme en el sillón. Acepto.
-¿Quieres jugar al sicoanalista?- le pregunto- Okey aquí vamos.
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Uno

«Y aún cuando con los ojos vendados me pasearan por el mundo entero
tratando de perderme por sus caminos; con los ojos vendados me bastaría
respirar hondo, tan hondo, tan solo una vez para saber que me encuentro
en Viña del Mar«
María Luisa Bombal

La Noche

Aquella noche que fracturó mi vida acababa de terminarme una


cerveza. Me quedaba un cigarrillo. Lo fumaba con calma para que durara
más porción de esa madrugada insomne no queriéndola corta. Era la una, o
más. Horas en que para mí en vacaciones era como si fueran las 6 de la tarde:
Sin sueño y con ganas de güeviar. Podría decirse que tuve lo pedido. Incluso
más güeveo del cual se puede soportar. Horas en las cuales mi esposa y mi
hijito solían dormir como un buen pedazo de la humanidad seguramente
también lo hace. Horas en las cuales ya se me empezaba a acabar el trago,
los cigarrillos y debía meter menos bulla. Todo decía: Sería mejor acostarse
también. Dormir y dejar dormir.
¿Pero qué podía hacer? Me levantaba mínimo a las doce. Ergo: a esa
hora santa no tenía sueño. Más encima siempre era el momento adecuado
para fisgonear la llegada de las difíciles musas. Esas que me encaminarían a
la escritura de la gran novela chilena de los ochenta. Pesquisa que muchas
veces terminaba en el fondo de un vaso de mal tinto, una hoja arrugada y
manchada con letra difusa sin lograr diálogo con nada ni con nadie.
Estaba esa noche en el living. Echado en el único sillón que tenemos.
El TV con el volumen en cero al frente. A la derecha, al alcance de la mano,
lápiz y papel muertos. A la izquierda mi mano humeando su último cigarrillo
de la noche. Bajo ella un cenicero de vidrio verde raptado de la casa de mis
padres. Desde atrás me llegaba el álbum doble de los Beatles, el blanco. Un
amigo me había regalado una copia en cassettes de tan portentosos sonidos.
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En ese momento John me gritaba a histérico: Take it easy. Si hubiera


habido a uno de los lados del sillón una lámpara alta de pie con una breve
pantalla amarilla cónica en su extremo superior y en mi muñeca un reloj de
Mickey Mouse, hubiera sido más menos la versión chilensis de Pink Floyd
con sus enredados cables pelados esparcidos a los pies de una gran muralla.
No estaba mal el símil. Es más, yo producía en esos tiempos casi
conscientemente tales atmósferas apocalípticas. Las adoraba.
Suspiré el humo de tabaco de baja calidad. Deseé a alguien con una
máquina filmadora o una máquina fotográfica. Esos eran los días en los cuales
la demencia para mí era una palabra con aroma a maravilla. Ahora el sólo
pronunciarla o escribirla me hiela la sangre.
Sonó entonces la chicharra del portero eléctrico. Me inquieté. A esa
hora no solíamos tener visitas. Pero me tranquilicé en seguida suponiendo
algo probable para esos tiempos: Jesús Lara volviendo del sur con su esposa,
visitándome para demostrar su retorno. Fui entonces a donde Lily. Ella dormía
abrazando a nuestro hijo.
-Lily- acaricié su cabeza- Lily. Tocaron el timbre ¿Será Larita?
-Hummm. Ten cuidado. Pregunta por el citófono- abrió con dificultad
los ojos y me miró- ¿Es muy tarde? ¿Qué hora es?
-Más de la una.
-No creo que sea él ¿Será algún vecino que quiere entrar y no tiene
llave?
-Voy a ver.
-Cuidado.
Mi último cigarrillo de la noche casi se había consumido en el cenicero
al borde del brazo del sillón. Sonaba el timbre otra vez. Apagué el equipo y
la tele. Apagué la poca colilla sobrante para que no se siguiera consumiendo
sola y me dejara una pizca de tabaco para fumar después.
-¿Quién es?- pregunté por el citófono.
-Un amigo, Abel.
La voz me resultó conocida. Debe ser Jesús, pensé y presioné el botón
para destrabar el portón. Abrí la puerta del departamento.
Desde afuera empujaron con fuerza y entraron dos tipos con rápida y
nerviosa violencia. Uno, el que entró primero, con un puñetazo en el pecho
me impulsó hacia atrás haciéndome perder equilibrio y caer escandalosamente
al suelo de espaldas.
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-Cagaste mierda- se burló el segundo. Un tercero entró finalmente y


cerró la puerta con cauta calma. El que me había empujado sacó una pistola
de su chaquetón negro. Se arrodilló y sonriendo me la puso en la frente.
-Tranquilo. Tranquilo y no te pasará nada- el tercero sin duda lideraba
y ordenó al segundo: -Anda a las piezas a ver quién hay.
-Están mi esposa y mi hijo.
-Cállate mierda- me ordenó el líder. Le hizo una señal al segundo para
que investigara.
Mi esposa obligada a empujones ingresó al living. Mi hijito empezó a
llorar y preguntar por la mamá.
-Está bien cabrita, anda a ver a tu hijo. Tranquila, si se portan bien no
habrá problema. Ni contigo ni con tu hijo. Ya nos vamos. Te tomamos prestado
por unos días a tu maridito.
-¿Quién crestas son ustedes?- pregunté desde el suelo.
-Cállate güevón conchatumadre o te quedas sin familia- gritó enajenado
el que me apuntaba en la frente. No dejó de sonreír ni de clavarme su arma
con rabia.
-Okey, okey- traté de mirar a los ojos de mi esposa.
-Ya señora, vaya a ver a su hijo. No la molestamos más. Adiós- el
tercero daba por terminada la misión. Abrió la puerta y me sacaron entre los
otros dos raptores.
La parte de arriba de la salida de cancha que traía puesta me la
levantaron por atrás, a modo de capuchón. De tal forma me tapaba la cara en
forma fácil y rápida. Igual logré escuchar los sollozos desesperados de mi
mujer disminuyendo rápidamente por el espacio aumentando entre nosotros.
Me llevaron a un vehículo cercano. Abrieron la cajuela y me metieron
ahí. Me amarraron rápidamente las manos y me ataron alrededor del cuello
una soga para que no se me saliera de la cabeza la chaqueta. También me
amarraron los pies. Partieron tranquilamente.
Una vez que calculé, por la levedad de los saltos que daba el vehículo,
que estábamos ya en la calle principal, aceleraron bastante.
Empecé a conjeturar al respecto de lo que estaba sucediendo. Pero
pensar o siquiera seguir existiendo se me estaba convirtiendo en algo difícil
por los golpes, la sorpresa y la maldita cuerda al cuello: No era una broma.
El asunto se sentía serio.
Lo poco que pude ver de los rostros no me había indicado nada
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conocido. Ahora, si trataba de pensar en motivos políticos no los veía por


ninguna parte. Mi actividad política, por mencionar algún móvil para este
secuestro, era nula como siempre lo había sido. Todo quizás era una
equivocación. Aunque por el citófono habían mencionado mi nombre.
Un plagio para obtener rescate era simplemente posibilidad ridícula.
Mi valor monetario era negativo. Soy más deudas que haberes. Además del
pánico me quedaba la opción de estar perplejo.
No tenía entonces otra cosa más que esperar a que los acontecimientos
solos, y estos tipos, me mostraran qué era lo que estaba pasando. No era una
broma, no soñaba. Era real toda esta pesadilla.
Me empecé a mover a ver si podía zafarme de las ataduras. Pensé en
mi hijo y en Lily ¿Qué estaba haciendo ella? ¿Pidiendo un teléfono a los
vecinos para llamar a los carabineros? ¿Qué hacía?
Las ataduras eran perfectas. No cedían ni un milímetro. Solo conseguía
afixiarme más y dañar mis muñecas.
Llevábamos mucho tiempo trasladándonos. De vez en cuando el
vehículo se detenía, daba vuelta y proseguía acelerando rápido. Bajadas,
subidas pronunciadas, vueltas y más aceleración. Íbamos lejos, quizás al
interior, fuera de la ciudad ¿Cómo saberlo? ¿O a la capital? Quizás a un
lugar desolado en donde... Me desesperé. Oh Dios, me estaba ahogando y
agobiado comencé a patear. Sentía ganas de volver el estómago con la dosis
de alcohol de la jornada. Finalmente creo que grité.
Posiblemente después perdí el conocimiento. Entré en un profundo
sueño del cual no recuerdo ninguna imagen salvo la de mi hijo llorando y
pidiendo a su mamá: Ella llorando me miraba cómo estaba en el suelo
encañonado, en el living de mi departamento también llorando de susto.

Viaje Obligado al Interior

-Despierta mierda- gritó uno de los raptores mientras apuntaba a mi


cuerpo en la cajuela abierta y miraba sonriendo al resto- Este güeón se durmió.
Despierta te digo. Llegamos.
Ya no tenía la chaqueta en la cabeza. Pero seguía atado. Estaba abierta
la puerta de la cajuela y era de día. La luz me hería los ojos. Los tres me
miraban sonriendo. Uno me apuntaba con una pistola. Me levantaron los
otros dos.
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Estoy en el campo, me dije cuando ya mis ojos se acostumbraron a la


claridad. Mucho pasto, mucho árbol y nadie más. Pura soledad. Hacia frío.
Había amanecido recién un día despejado y luminoso. Los queltehues gritaban
cerca.
-¿Me pueden poner la chaqueta? Tengo frío.
-Pónsela, no se nos vaya a resfriar- dijo uno. Los tres se carcajearon al
mismo tiempo.
Me llevaron por un sendero y traté de reconocer el lugar. La única
certeza obtenida con mi observación era estar alejado de la carretera. Quizás
al interior, fuera de la ciudad. Al interior, viaje obligado al interior, fuera de
la ciudad.
-¿Qué mirai tanto? No es donde piensas. Camina mirando hacia el
suelo.
Entramos a una casa de madera muy maltrecha con un sillón de mimbre
al centro de lo que sería un desolado living comedor de casa de campo. Todo
viejo apenas en pie.
Me sentaron. Me ataron fuerte por la cintura. Después salieron de la
cabaña. Sentí a lo lejos el motor del auto encendiéndose y pareció alejarse
¿Me habían dejado solo o es que había alguien más aquí esperando mi llegada?
Ahora quizás todo se aclararía como lo hizo el día.
Pero estuve atado en el centro de la habitación muchas horas.
Las moscas se posaban en todo mi cuerpo: en las piernas, en la cara,
en los brazos, en las manos. Me enloquecían. Ni siquiera pude dormir o
pensar algo coherente para salirme de aquella locura.
Ni las ataduras cedían,o el silencio se rompía. Solo canto de pájaros
y moscas revoloteándome.
Ya hacía calor y tenía ganas de mear. Decidí voltear el sillón. Comencé
a balancearme de un lado a otro.
Era difícil hacerlo. El armatoste era bajo y ancho. Pero tras mucho
intentarlo me fui por el lado derecho al suelo. Caí con fuerza y me pegué en
el brazo. Por lo menos así estaría en otra posición, me dije, rompiendo la
atroz monotonía enloqueciéndome. Así estuve muchas horas más.
Mi vejiga me torturaba.
Pensaba que quizás hubiera estado mejor sentado y no así como estaba
ahora. En fin, poco podía hacer más que tratar de pegar saltos e intentar
arrastrarme hacia la infinitamente lejana puerta al lado izquierdo solamente
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a unos pasos.
No aguanté más y me desgracié los bluyines: La orina tibia y hedionda
inundó mi orgullo y mi esperanza. Pasto para las moscas.
Seguían pasando las horas y nada. Soledad, hambre, sed, miedo y un
atardecer avanzando lentamente llevándose las moscas y los pájaros de campo.
Ni un ruido más que mis gritos con los cuales ya estaba ronco y
desesperanzado de lograr algo.
De pronto tuve la certeza estúpida de que ellos ya no vendrían. Quizás
tan solo era esto en lo cual consistía su misión: Maniatarme, aislarme,
aterrorizarme.
Me sentí aliviado. Con mucho tiempo para salirme de este problema
haciéndose leve. Con la frágil y ridícula seguridad de que a esos tres mafiosos
no les vería más la cara supuse que todo lo por hacer ahora era zafarme
pronto de las ataduras. Como fuera y largarme a cien por hora de este lugar
del infierno para reunirme con mi desesperada familia, beberme un buen
trago y después suponer quién había encomendado la misión de los matones.
Todo adquiría entonces un liviano y delicioso sabor a aventura. Pero
de la cual ya estaba bueno de participar. Había que darla por terminada. No
nos pongamos pesados, me dije. Game Over.
Las ataduras de tanto forzarlas, pese a mis muñecas, tobillos y vientre
resentidos por los tironeos, parecían más flojas y dispuestas a liberar mis
miembros.
En eso estaba cuando entró alguien por la puerta. Anochecía así es
que sólo vi su sombra enorme alargándose desde el umbral hasta el sector
del piso donde estaba yo.
-¿Eres un sucio revoltoso que no sabe lo que hace? Te enseñaré algo.
Seguro que después de la lección ya sabrás qué debes hacer y con quién. La
vida no es tan fácil como tú crees. El güeveo no es gratis.
No era ninguno de los tres. Pero hablaba como si fuera otro de ellos.
Hasta era posible que imaginara todo debido a mi mente agotada por la
porquería sucediendo.
-Llegó la hora de tu sopita- continuó diciendo. Mientras yo babeaba
como caracol desde el piso tratando de levantar la mirada para ver quién
hablaba. No pude seguir haciéndolo. Me pateó la cara y enseguida perdí el
conocimiento.
la razón & la fuerza

Emboscada Madre I

-Debes tener hambre- dijo el hombre fornido. El cuarto implicado en


mi secuestro. También de rostro ignoto a pesar de que ya podía examinarlo
perfectamente con la luz que encendió en la maltrecha pieza.
Nuevamente estaba el sillón de mimbre en pie conmigo atado.
-Aquí tienes algo- dijo y me puso en las piernas un plato hondo con
algo así como una sopa y agregó:- Aunque yo no me la tomaría. Puede estar
envenenada- y lanzó una carcajada revoloteando harto rato por el cuartucho.
El sujeto tenía a lo menos 50 años, algunos de sus dientes eran
enfundados en oro, fumaba y en la otra mano tenía un vaso de vino tinto.
Parecía ser que yo era el obligado huésped de su casa.
-Si sé. No me mires así. Te voy a desatar una mano para que te tomes
tu sopita. No pienso dártela en la boca como lo haría tu mamita. A propósito
¿Cómo está?- su aspecto y tono para expresarse lo hacían ineludiblemente
un hombre de campo. Me desató las manos.
-¿La conoce?- pregunté sospechando una broma grosera mientras
tomaba la cuchara.
-Sí, la conozco- afirmó serio.
-¿Ella tiene que ver con todo esto?- lo miré de reojo entrecerrando los
párpados esperando un golpe. No de los físicos.
-Ay Diosito- exclamó bebiendo un sorbo del vaso- ¿Cómo se te ocurre?
¿La imaginas pagando y armando el secuestro de su hijo único ? ¿Quién
sospecha de su propia madre?- se zampó el resto del vino.
-Sí, es cierto. No sé qué pensar ¿Quiénes son ustedes?
-¿Ustedes?- volvió a llenar el vaso de una botella sin etiqueta, a medio
vaciar, en mitad de una mesa con grueso mantel rojo de plástico.
-Sí, los tres que me sacaron de mi departamento y usted.
-Así que fueron tres ¿Ah?
-¿No tiene nada que ver con ellos?
-Nada. Ni sé quiénes son. Lo que pasa es que a esta zona no sé qué
crestas le hayan. Vienen a botar cada mierda. Vienen de las fábricas, casas
de tortura, clínicas clandestinas -pateó la silla de mimbre- Mírate ahora tú,
un secuestrado- se pasó la mano por el mentón sin rasurar sus espinas canas-
Y en mi casa el perla, no podrían haberte tirado al río. Algo quieren que yo
haga contigo- entrecerró los ojos pensando. Encendió un cigarrillo y sonrió
gabriel castro rodríguez

conten to.
Algo tramaba mirándome. Sentí un escalofrío.
-O quizás ellos no quieran nada de mí para ti, y esta reunión es asunto
divino ¿Quiubo? Lo ha preparado el Tatita Dios ¿Eh? ¿Qué chucha hago
contigo?
-Pues soltarme- grité- ¿Qué más podría hacer? ¿O quiere hacerse
cómplice de este delito?
-Ya estoy viejo para asustarme con las condenas de los hombres. Ser
cómplice o no de alguna cagadita me tiene sin cuidado. Nadie me obliga a
hacer nada a mí ¿Entendiste? Sólo yo y Dios manejamos mi vida ¿Quiubo?-
dijo. Apagó su cigarrillo pisándolo fuerte en el suelo. Se acercó mucho a mi
cara mirándome directo a los ojos.
-Ok, señor- dije y bajé la mirada hacia el plato- La sopa está rica,
tenía hambre- dije mientras sorbía el líquido tibio y miraba el vaso de vino
en su mano. Sentí su tufo a alcohol pero interfirió un golpe fuerte del aroma
de mi propia orina seca subiendo desde mi entrepiernas pasando por el plato
y llegando a mi nariz maltratada.
-Apestas.
Una gota gruesa de sangre resbaló de mi mejilla partida hasta dejarse
caer al centro del plato y ahí recordé: Este hombre me pateó el rostro. Quizás
me había dicho algo así como que el güeveo no era gratis, que me daría una
lección y ya aprendería con ella a comportarme ¿Delirio o verdad?
Igual tiré con odio el plato y la cuchara al suelo, a los pies del hombre
fornido de chupalla y chaleco de tela. Sonrió y levantó lentamente las cosas
del suelo.
-Usted está en acuerdo con los secuestradores ¿Cierto?
-Yo no miento, mijo. Te dije clarito que ni los conozco. Ni les vi
llegar, ni les vi irse. A propósito, debo irme si quiero cagarlos. Ya está bueno
de que vengan a traer mierda para acá. Éstas son tierras de Dios- dijo y fue
hacia las piezas del fondo.
-Usted sabe quién soy ¿Por qué me pateó en la cara y me dijo lo que
me dijo?
-Ay si tu supieras Abel por qué te patié- dijo desde adentro
sorprendiéndome. Sabía mi nombre.
-Quiero saberlo- grité- En vez de ayudarme usted se coloca en la misma
actitud de mis raptores- traté de mirar hacia atrás a la pieza en que estaba el
la razón & la fuerza

hombre- Dice que conoce a mi madre.


-Más a tu padre- volvió con un escopeta de caza de doble cañón y una
caja de municiones que dejó sobre la mesa de mantel rojo- Cuando te vi en el
suelo se me imaginó que eras Héctor, tu padre, lo cual pintaba para milagro,
o asunto del demonio trasladándome en el tiempo. Pero enseguida te reconocí,
y me cayó la chaucha. No era ni más ni menos que un gran cuevazo esta
reunión. Igual merecías lo que escuchaste y la patada... A cuenta de lo que
nos debe tu taita- se sacó el sombrero, se peinó su escasa cabellera entrecana
con la mano y se volvió a colocar la chupalla.
-No entiendo.
-Ya habrá harto tiempo para explicar. Ahora te ataré de nuevo, me
llevaré este plato y la cuchara. Mejor no mencionar mi visita. Si lo haces no
importa. Pero echarías a perder la sorpresita. En fin. Vuelvo en el momento
oportuno a darles lo que merecen esos güevones. No saben que para esto
tienen su mugre de ciudad donde hacer sus jueguitos de mierda- me mostró
la escopeta y tomó las municiones de la mesa- Los haré recagar con una
emboscada madre. Chao Abel.
Se fue con la escopeta. Antes había guardado en la cocina el plato,
cuchara, vaso y la botella de vino. Me hubiera gustado aceptar un trago pero
salió, cerró y se fue silbando.
Los tres no llegaban. Se retrasaba el momento de, según las palabras
del huaso, la emboscada madre.
¿Por qué no me desató y ya? Quizás temía represalias por parte de los
raptores. Aunque igual las tendría después del ataque, supuse. Qué sabía yo.
Lo único seguro en ese momento era que necesitaba todo resuelto luego para
largarme. Para irme a mi casa con mi esposa y mi hijito.
Expulsé lentamente aire de mi mejillas infladas. Allá bebería a la salud
del señor miedo, quien nunca se me había presentado de esta forma.
Qué desesperación la de Lily sola en casa sin saber mi paradero y
estado. Ya posiblemente la policía me andaría buscando. Claro que de ahí a
encontrarme acá...
Oscurecía lentamente. Sentía que mi esperanza estaba toda en este
huaso quien decía conocer a mis padres. Peligroso tipo también. Pero al
plantearse como enemigo de mis enemigos, creí, podría entonces cifrar cierta
dosis de confianza en este aparecido. Comencé a silbar para calmarme un
poco.
gabriel castro rodríguez

Afuera llegó un vehículo cuando ya la luz natural no estaba. Los focos


del auto iluminaron la cabaña por unos instantes. Mi corazón empezó a
bombear y bombear sangre a mil por hora.
En unos minutos tuve a los tres secuestradores frente a mi mirándome
con odio preguntándome quién había venido.
-Dinos quién vino güevón de mierda- preguntó a gritos uno, y al mismo
tiempo me lanzaba un puñetazo en el vientre haciéndome vomitar parte de la
sopa del huaso. Otro se agachó. Con un dedo raspó el suelo donde vertí el
líquido y llevándoselo a la nariz olió.
-Cazuela de pollo fresca- dijo con seguridad tomando una gran
bocanada de aire. Se hinchó entero y sacó de debajo de su abrigo negro una
pistola. Me apuntó unos segundos y la giró después con rapidez hacia la
ventana por la cual entraba un tiro de escopeta que lo tumbó al suelo. Justo
al lado mío. Su pecho agujereado manaba sangre y humo de perdigones.
Los dos sobrevivientes sacaron entonces al instante sus armas. Uno
me la puso en la boca soltándome un diente. El otro se tiró bajo la ventana y
disparó a la noche.
-En una emboscada, mierda- gritó uno.
-Madre- traté de decir consiguiendo escupir sólo sangre de mi boca
encañonada. Entonces la puerta se vino abajo y entró el huaso disparándole
con precisión al que me amenazaba. Impactado cayó encima mío disparando,
gracias al Todopoderoso ya fuera de mi boca, al suelo de tabla para luego
caer muerto a mis pies.
El de la ventana se puso de pie. Saltó sin pensarlo dos veces a través
de esta hacia afuera. Mi salvador retrocedió en dirección a la puerta. Veloz
cargó su arma disparando hacia el fugitivo. Posiblemente no dio en el blanco
pues en cosa de segundos el vehículo de los secuestradores aceleraba afuera
arrancando como alma perseguida por el diablo a mil por hora del sitio de la
emboscada.
-¿Viste? No miento- me dijo el huaso pateando uno de los cadáveres.
-Sí, señor. Fue una emboscada madre- dije escupiendo la sangre de
mi diente suelto.
-Para que aprendan los chuchas de su madre a no ensuciar con sus
cochinadas de ciudad el campo chileno en donde se trabaja de verdad- estaba
de rodillas frente al primer muerto revisando sus ropas. Obvié tal sutil repetida
ofensa a mi persona por la felicidad de saberme salvado de esta pesadilla.
la razón & la fuerza

-Gracias oiga- le dije aguantando un escalofrío de miedo. Hacía rato


estaba tratando de contenerlo. Expulsé aliviado aire y sangre por mi boca.
-Por nada.
-¿Cuál es su nombre?
-Nemesio- dijo levantándose del lado de la otra víctima de su
emboscada. No había encontrado ni una sola señal para identificarlo. Antes
había revisado al otro con igual resultado.
-Oiga Nemesio.
-¿Qué?- dijo sin mirarme. Comenzaba a arrastrar por lo pies hacia la
puerta uno de los cuerpos.
-¿No me va a desatar?
-Lo estoy pensando cabrito. A mis ojos tú eres igual que estos futres
de mierda. Y te diría que peor.
-¿Peor? Pero si yo soy la víctima- le mostré con los ojos, echándome
un poco para atrás, mi condición de atado- Eso me acerca más a su situación,
Nemesio, que a la de esos tipos ¿No cree usted?
-Vamos despacito por las piedras caballerito- se acercó con la escopeta
tibia en la mano derecha- Yo no soy víctima de nadie. Estas bostas a mí no
me hacen más que rabiar, y que tú seas secuestrado de ellos será por algún
imbécil motivo de esos que tienen los citadinos como ustedes para perder el
tiempo. Pretextos para no ponerse a ganarse honradamente la vida como es
de cristianos hacerlo. Yo no sé por qué no te pego un tiro ahora mismo
Hectorcito chico y terminamos con este asunto antes que se alargue más.
-Soy un eterno agradecido suyo por su gestión- le dije con la voz más
dulce que me salió. Miraba preocupado el arma de Nemesio.
-Limpiaba la casa no más. No quiero agradecimientos, menos los tuyos-
dijo y siguió arrastrando uno de los cadáveres fuera de la casa.
-Usted es bien raro oiga, Nemesio. Primero me patea y luego me da
sopa. Después me libera de mis secuestradores, y ahora duda si desatarme o
pegarme un tiro de su escopeta.
-Nada de raro. La doble sangre y sudor que te huelo me inspira
justamente a ayudarte o matarte. No es más que culpa de tu padre y de tu
madre. Y tuya también. Permitir ser engendro de esa mescolanza hace que
no se sepa qué hacer contigo acá en San Marcos.
-San Marcos.
-Sí ¿Dónde creías que estabas? ¿En París? Acá eres difícil de entender,
gabriel castro rodríguez

mierda. Allá en tu ciudad son todos locos, nadie se percata de la locura del
vecino o la propia, de la mala mezcla de sangre. Acá en el campo, en la
naturaleza, en el contacto directo con la tierra, te vuelves realmente lo que
eres, un engendro incomprensible. No sé qué hacer contigo- dijo mirándome
justo a los ojos por unos segundos. No lo había hecho desde que nos vimos
por primera vez.
A pesar de sus palabras veía que Nemesio tenía algo así como un plan
para mí.
-Suélteme. Me voy corriendo de aquí y no me ve más.
-Sí claro, corriendo a donde tu abuela que sabes que vive por acá, a
molestarla con tus cosas de citadino. Sabrás que ya ella se habrá acostado
hace rato. O peor aún, te vas a tu casa y luego vuelves un domingo en la
tarde en el auto de tu papito. Entonces me buscas para darme unas mercaderías
en recompensa por haberte salvado- se acerca bastante alterado hacia donde
estoy- Muestras a tus hijos y a tu señora al bicho raro sobre un caballo. Me
pedirás que te venda unos tomates, cosa que yo te diga, no patroncito,
lléveselos no más, cómaselos a mi nombre. Aquí tiene unos choclitos y una
ramita de albahaca para que se hagan pastel los señores- escupió a milímetros
de mis pies- ¿Me has visto las güeas?- gritó alterado.
-¿Entonces qué Nemesio? Usted lo ha dicho, no alarguemos más esto.
Decida mi destino ya que cree tener derecho.
-Qué te hay creído chiquillo de mierda apurándome- tenía la cara roja
de ira-Ya se me ocurrirá qué hacer contigo. Mientras, estai re bien ahí
amarrado. Duérmete, y reza antes, si sabes: Agradécele a Dios tu fortuna de
estar todavía vivo. Ah, y agradécele también que te ha tocado retornar, aunque
sea para ensuciar, a la tierra en donde nació tu padre. De paso has de saber
que es mi primo, por lo que por desgracia queda que somos parientes. Sí.
Pero ya se me está ocurriendo qué vamos a hacer contigo- dijo terminando
de arrastrar al muerto hacia el exterior.

¿Quién se Va a Fijar en vo’ Huaso Hediondo a


Chancho?

-Despierta- escuché que me decían. Abrí los ojos con dificultad. Me


dolía todo el cuerpo, principalmente el estómago, la boca, las muñecas.
-¿Qué?
la razón & la fuerza

-Qué despiertes, mierda.


-¿Qué pasó?- revisé con la mirada una vieja y desconocida habitación
de madera. Estaba llena de sol.
-¿Cómo qué pasó? Es hora de levantarse- dijo Nemesio
zamarreándome por los hombros. Tenía frío y me dolía todo, incluyendo el
orgullo. Poco a poco recapitulé mi pasada violenta jornada.
-Difícil que me levante. Una porque estoy atado y otra porque no me
he acostado.
-Ah qué bueno- se puso las manos en la cintura y me miró serio-
Amaneciste chistosito. Fíjate que yo también- comenzó a desatarme- He
decidido soltarte de tus amarras, y estarás conmigo hasta que decida cuándo
te vas. Tengo planes para ti. Si das un paso que yo no te haya autorizado, te
mando un escopetazo y se acabó el güeveo. Soy bueno con el arma ¿No?-
busqué con la mirada los cadáveres. No los encontré.
Estoy muy maltrecho, confundido y acalambrado.
-Total, te ato como a las bestias, te tiro a una acequia y dirán que
fueron, si te encuentran, los famosos citadinos esos que puedan quedar de
los que te raptaron. Pero no les daré la oportunidad de ensuciar este honrado
lugar. Más bien tengo pensado que harás una limpieza acá. Si decides agachar
el moño, y por lo tanto seguir vivo ¿Nos entendemos?
-Sí. Sigo secuestrado- dije e intenté levantarme. Estaba tullido.
-Como quieras. Si quieres te dejo atado, y esperamos a que te vengan
a buscar los que te quieren tanto, sobre todo después de la balacera de anoche
y los dos finaditos ya bajo tierra. Yo me sé cuidar bien- sonríe con cara de
dominar la situación- Pero tú, atado...- Nemesio dejó de soltar las cuerdas.
-Sí, oiga Nemesio, lo que usted quiera, hagamos lo que usted quiera-
me sentía pésimo. Acepté de inmediato que él era el dueño de la situación
por el momento. Después de todo, pensé ese día, lo peor ya había pasado.
-Tomaremos desayuno y luego al pueblo donde tu abuela. Se me
ocurrió algo bueno.
-¿Qué sería eso bueno?
-Ya verás. Ahora come y calla- me dijo. Luego hizo un gesto para que
lo siguiera a la cocina.
-Me gustaría avisar a mi familia que estoy bien- sugerí sentándome
frente a una mesa de cocina bien apertrechada con un desayuno de campo:
Huevos amarillitos revueltos en una paila de loza blanca ribeteada de una
gabriel castro rodríguez

línea lila. Mortadela, un pan amasado calientito humeando su vapor de buena


manteca, té con leche y mantequilla. A la mierda lo diet, pensé, viva el campo.
-Putas el güeón optimista- dijo Nemesio. Se sentó frente a mí
mirándome con cara de pocos amigos- Tú todavía no estás bien Hectorcito.
No te salvas fácil de este extraño designio de Dios.
-Soy Abel- le dije levantando el pañito caliente de sobre el pan.
-Desde ahora Héctor ¿Oíste?- me dijo amenazándome con el cuchillo
untado de mantequilla. Me sonaban las tripas, no de miedo.Tenía hambre.
-Sí- contesté humilde. Espanté unas moscas madrugadoras y partí el
pan con las manos sucias. Afuera un gallo cantó y calculé serían las siete. O
las ocho a todo reventar.
-Da gracias a que sigues con vida y se te alimenta. Aunque no será
gratis la estadía, ya verás. Pero aguántate así no más, tu familia estará bien
sin ti un tiempo. Te harás hombre, uno verdadero. Ya verás de lo que hablo.
-Lo que usted diga Nemesio- contesté traspuesto en la ceremonia de
comerme un pan con huevos, mortadela y mantequilla entre sorbos de buen
té de hojas con fresca leche de vaca.
-Así está mejor. Apúrate que tenemos que allegarnos. Te lavas y luego
al pueblo.

-Buenos días tía Isabel ¿Cómo amaneció?- dijo Nemesio. Se sacó la


chupalla respetuoso saludando a mi abuela en el umbral de su casuchita
armada por mi padre hace unos años con mi ayuda en el terreno de su sobrina
Juana.
Hace meses que no visitaba a la abuela. A simple vista me parecía
igual a siempre.
-Más o menos Nemesio. Me duelen los huesos. Siento un hielo que
me recorre, así, todo el espinazo.
-Mire la sorpresita que le traigo. Lo encontré en la acequia. Parece
que el tío le dio trago. Eso fue anoche. Ya está despejado. Se lo traje de
vuelta- dijo Nemesio, me tironeó de la ropa y me colocó frente a la abuela.
Sus ojos se enturbiaron mirándome. Trató de luchar en cosa de
segundos entre el pasado, siempre mejor, y el presente, siempre detestable.
Cerebro y ojos resolvieron la pugna tres segundos después del examen con
la razón & la fuerza

evidente triunfo aplastante en favor de Nemesio.


-Héctor- dijo mi abuela viendo a su hijo y no a su nieto.
-Abuela, soy...- Nemesio me dio un fuerte tirón por la manga.
-Cállate mocoso. Saluda a tu mamá que debe aguantar las leseras de
su hijo- el huaso me miró violento a los ojos.
-Hola mamá- saludé poco convencido pero muy amenazado.
-Buenos días ¿Ya desayunó?- me preguntó mientras se arreglaba
levemente femenina su ropa de vieja. Reconocía su clásico tono seco. Tanto
como las calles de San Marcos en verano.
-Sí. El Nemesio me dio- contesté sintiendo mi vientre abultado.
-Cómo que el Nemesio. Tío Nemesio será- dijo bajando lentamente la
breve escala de madera en dirección a mí mientras examinaba a su supuesto
único hijo, natural por cierto, de pies a cabeza.
-Sí, eso- dije nervioso mientras ella me observaba.
-¿Y esa ropa?- preguntó la abuela apuntando con la uña amarilla de
su índice arrugado.
-Se la habrá comprado él seguramente- intervino Nemesio- Ya sabe
cómo están estos cabros tía. Déjelo no más, es la de domingo. Andan así
como saben que llegan en el verano señoritas de la ciudad- dijo y me zamarreó
nuevamente- ¿Quién se va a fijar en vo´ huaso hediondo a chancho? Ya, y
como es lunes, ligerito vai a guardar esa ropa y a ponerte la de trabajo. Oiga
tía, le venía a pedir permiso para que me dejara tenerlo un tiempo conmigo.
Para que me ayude con las bestias allá en mi casa. Usted sabe que nunca
sobran manos.
-Sí Nemesio, lléveselo no más. Me lo trae hoy al té porque quiero que
me acompañe a Quillota. Le voy a comprar ropa. Me voy a pagar y compraré
algunas cositas.
-Ya tía- dijo Nemesio mientras me hacía un gesto ordenándome una
despedida- Despídete de tu santa madre.
-Hasta luego mamá- dije y la miré a los ojos. Le acerqué la mano. Ella
me la estrechó con la suya levemente arrugada, lejana, fría. Como siempre
con mi padre, conmigo o con todos- Hasta luego, abuela Isabel- dije entre
dientes.
-Hasta luego- dijo ella ya definitivamente con su mirada y su alma
convencida de despedirse de su único hijo de nuevo joven. Un pase mágico-
cronológico hecho por el buen Nemesio. Algo así como un Merlín rural. Yo
gabriel castro rodríguez

era ahora como un conejo sacado de la chupalla de este huaso.

-¿Hace cuánto que no veías a tu abuela?- me preguntó Nemesio


mientras avanzamos de vuelta caminando, actividad que nunca dejaba de
agradarme. Caminar.
-Seis meses.
-La pobre está un poco desequilibrada. Tu papá la viene a ver
regularmente. No es culpa de nadie. Son los años. Es que ella ha trabajado
mucho en su vida. Ya va por los ochenta o más. Entiéndela ¿No te das cuenta
que le das una alegría haciéndote pasar por su hijo? Le retornas su hijo único,
natural, soltero, sólo para ella. A propósito, a la hora de once te tengo que
venir a dejar donde ella y, primero: Le sigues la corriente. Y segundo: Si te
escapas, te busco por cielo, mar y tierra y luego te hago polvo. Lo que te iban
a hacer esos secuestradores no sería nada comparado a lo que te haría yo si
dejaras a la tía Isabel botada allá en Quillota. Además la pobre quizás que se
pierda ¿Entendiste?
-Sí Nemesio- le contesté y comencé a examinar las pocas calles
polvorientas de este San Marcos. A través de los años igual solo a sí mismo.
-Sí tío Nemesio- me corrigió.
-Si tío Nemesio- acepté distraído. Miré un gato cruzando la calle
lentamente. No supe por qué me trajo a la mente mi casa, mi familia, mi
esposa, mi hijo. Allá no tenemos gato. Igual nos gustaría, pero en
departamento...
-Y te pondrás una ropa adecuada que te tengo en la casa. Aféitate,
lávate, péinate, ya sabrás cómo, no así que pareces...- me dio un empujón. El
tipo se veía contento- Y te vistes de huaso, ni más ni menos como debe ser.
Así además pasarás desapercibido por si andan husmeando los secuestradores.
Y a propósito ¿Por qué güevada te buscan?
-No tengo idea.
-¿Política?
-No ando metido en esas cosas.
-Bueno, a mí qué me importa también.
-Oiga ¿Y los parientes cuando me vean con ella?- le pregunté mientras
veía a unos chiquillos en la plaza.
la razón & la fuerza

-Están todos muertos hacen por lo menos treinta años. Los demás no
se meten con tu abuela. Como es media rara. Aquí nadie dirá nada- dijo
Nemesio y saludó con un gesto de su rostro a los cabritos que peluseaban en
mitad plaza- Sobre todo si tú no dices nada que no corresponda. Hace las
cosas como corresponde y todo irá bien. Hácelo por tu abuela, por tu estirpe.
Le estás dando una felicidad, aunque no lo demuestre. Sabes de sobra como
es la familia supongo. Si no lo sabes, tendrás tiempo demás para conocerla.
Ya verás- dijo y lanzó una carcajada.
La mayoría coincidía: yo era físicamente más de la línea paterna que
de la materna, así que creía saber bien lo de mi familia de mi padre. No tan
bien como quería Nemesio que lo supiera en los sucesivos días.
-No se veía tan feliz de verme.
-Así era tu abuela con tu padre. Con todos. Es algo así como el sello
familiar ¿Cierto? Déjala, es su modo de ser, tú sabes bien eso. Y si no, ya te
digo que tendrás harto tiempo como para recorrer de punta a cabo nuestra
estirpe.
-¿No que estaban casi todos muertos?
-Ya verás como revivimos recuerdos y parientes Hectorcito- y diciendo
esto se sacó la chupalla, me la puso en la cabeza y con un fuerte golpe arriba
me la asentó hasta casi taparme los ojos.

Llegamos a lo de Nemesio.
-Ahora cámbiate y acompáñame a mostrarte a dónde te ganarás el
pan. Así, después que vuelvas de donde la tía Isabel, empezarás a trabajar
aquí. Son los chiqueros. Ya verás qué lindo trabajo. A tu papito le encantaba
cuidar chanchos.

Cosas de Veraneo

-No, no quiero merenguitos abuela...- dije y recordé las severas


instrucciones de Nemesio- Osea, mamá.
Estábamos en la próspera Quillota. Recién habíamos pasado a una
oficina del Seguro Social y habíamos hecho cola por un buen rato con viejitos
y viejitas.
gabriel castro rodríguez

Siempre me ha gustado esta ciudad.


Paramos en una antigua panadería de frente a la estación. La abuela
me mostraba unos dulces sobre el mostrador muy lejanos a la frescura y muy
cercanos a las moscas, las que muy bien sabían superar la barrera de la gasa
amarilla protegiéndolos.
-¿Qué le pasa? Se ve raro- dijo y cerró su cartera de tevinil negro tan
vieja como ella con el clac del simple mecanismo de fierro dorado.
-¿Qué quiere que le diga?- le dije distraído, examinando la ciudad a
través de la sucia vitrina del negocio en busca de algún conocido.
-Es esa mujer de Viña la que te ha puesto así- me dijo mientras salíamos
del apestoso local- Piénsalo bien Héctor. Tienes que quedarte conmigo,
cuidarme. Si pretendes algo serio con ella, anda desde ya pensando que dónde
tú vayas yo también voy -supuse que hablaba de mi madre- No podemos
separarnos. Tienes que ayudar a Nemesio además. Esos terrenos y esas bestias
son también tuyas, pero si te da con irte lo perderás todo- me di cuenta de
que su caminar no era muy firme. Pero no supe cómo tenderle el brazo para
que se sostuviera de él. Supuse además que mi abuela no lo aceptaría. Desistí
de la idea. Tanto orgullo, me dije y la miré: Un palo de roble viejo, tiesa rama
de orgullo erecta aún en la última vejez- No te hagas muchas ilusiones con
esas mujeres de la ciudad, jamás te valorarán de verdad por lo que eres.
Puede que esté hasta jugando con tus sentimientos. Son otro el tipo de hombres
los que ellas necesitan y quieren. Hombres de ciudad, yo los conozco bien a
ésos. Tipos malos que nunca hay que confiarles nada. No toman en serio a
pueblerinos como nosotros. Son cosas de veraneo a las que están
acostumbradas esas mujeres.
Miré sus ojos cuando hablaba de hombres de ciudad. Allí estaba la
difusa imagen del padre de mi padre del cual nunca se había sabido. Vi a esta
abuela teniéndole bien al día el rencor, o algo no muy bueno más parecido al
odio que a algún tipo de amor o añoranza.
-No son mujeres, son chiquillas sin malas intenciones- le dije y me di
cuenta de que ya estaba entrando en el jueguito de Nemesio y defendía a mi
pretendiente de la ciudad. Mi madre. Cruzábamos hacia la estación de trenes.
la razón & la fuerza

-Osea que te gusta y estás dispuesto a dejar todo lo de acá, incluso a tu


madre por esa mujer que nadie sabe sus verdaderas intenciones contigo.
Supongo que sólo fue un sano enamoramiento por parte tuyo. Cosas de verano
¿No te das cuenta que ustedes son tan diferentes y son de mundos distintos?
Si quieres alguien que realmente te convenga piensa en la niñita esa prima
tuya de Quintero. Yo sé que se gustan ¿Por qué no le has escrito más? Puede
que te dé plata para que pases febrero allá en la costa. Ya verás como se te
olvida esa citadina que te hará puro sufrir. Escúchame, es tu madre quien te
lo dice. Escúchame.
La abuela compró dos pasajes a San Marcos. El automotor pasaba en
quince minutos más, automotor el cual iba por el pueblo y llegaba hasta
Viña. Viña, mi casa.
-Sí mamá. Lo que usted diga.
-Toma. Guárdalos para febrero- me dijo la abuela y me pasó una
porción pequeña de su recién cobrado montepío. Logro porque trabajó en
una ya desaparecida fábrica de esta misma ciudad. En los tiempos en los
cuales ella se situaba con su confundida paradoja temporal la mesada dada
era suficiente para irme al vecino puerto en tren y sobraba para volver y
pasar una relajada semana.
Miré los billetes. Ahora con dificultad alcanzaba para una cerveza.
Miré la línea del tren. O para un pasaje a Viña.
-Gracias mamá.- dije y me los guardé en el bolsillo trasero del pantalón
que me había prestado Nemesio.

Caído del cielo

¿De qué forma empezar esto? ¿O de qué forma terminarlo? Echar a


correr todo esto que no es sueño. Soñé con moscas, creo. Muchas.
Vamos levántate. Tú puedes, me dije. Patea las sábanas ajenas, la
colcha hedionda a otros seres humanos, este envoltorio uterino de los sueños
de ayer y espanta a las moscas verdaderas. Levántate y dale un golpe a este
nuevo día. Siéntate al borde de la cama y manoséate el rostro, limpiando
fácilmente de él todas las telarañas maravillosas no reales, las cuales no son
capaces de cazar dípteros. Eso cualquiera lo hace. Pero siento que los días
son piedras duras las cuales hay que marcar a cincel. Sólo así seremos algo y
no sólo pasajeros del calendario.
gabriel castro rodríguez

Esto era más difícil que sobajearse la cara y borrar con las manos
telarañas de sueños. Por lo mismo lo más valioso. Levantarse con fuerza y
mirar alrededor. Aunque no estén el hijo, la mujer ni los mismos ruidos,
objetos o insectos alguna vez detestados. Ahora lloras lágrimas de sangre el
no sentirlos. Igual escarbar entre esa vida extraña buscando algo especial
para tener ganas de sobrevivir en este territorio raro. Con fuerza, con potencia,
con ruidos nuevos. Ofrecer la vida si es necesario. Ofrecerla y eso es día.
Tener fuerzas. Vivir es tener potencia y se acabó cualquier obstáculo, abulia
o desazón de estar muerto en una zona muerta a una hora muerta. Rodeado
de moscas y cadáveres de verdad. Afuera los chanchos de Nemesio, los cuales
él mismo en acuerdo con mi abuela, insistían en adjudicármelos. Reclamaban
mi presencia.

¿Pero qué son el día y la noche bajo esta cruz de huesos presidiendo
desde hace un par de jornadas mi errática existencia? Ahora mismo ¿Qué es
esta enorme masa de gentes yendo, cabizbajos a, como dicen ellos, cortar
tomates?
Nos hemos echado al pecho por lo menos 5 huevos revueltos cada
uno. Desayuno con el Nemesio.
Nos hemos quitado la chupalla respetuosos ante los vecinos de las
parcelas cercanas, los cuales también van a cortar tomates.
Al mediodía nos hemos puesto a dormitar. Descansando a la sombra
de un sauce paralelos a una acequia. Hacemos semisiesta auspiciada por un
vino traído en botella chica de pilsener y medio pollo para cada uno. Todo
perjudicado por las moscas de mierda aterrizando en los brazos, la guata o la
cara. Una y mil veces.
Y continuamos con la corta a la tarde con más silencio que charlar de
anécdotas campestres, líos de vecinos, o peripecias del tiempo en que se
fueron lejos un año y medio por obra y gracia del servicio militar. Puras
peripecias esmeriladas por el tedio de las veces contadas.
Y luego terminar e irse con una caja de tomates al hombro cada uno
como paga de la jornada presente.
¿Esto es el día?
la razón & la fuerza

Y más tarde en lo que era el teatro San Marcos. Donde mi papá se


mamó las primeras de Cantinflas. Ahora salón de pool y bar. Hordas de
hombres, entre esos yo: El forastero, el citadino, para mis adentros. El Titito,
el hijo de doña Isabel, para afuera, para ellos. Así jugando sin importarles ni
entendiendo mucho el sofisticado juego de paradojas temporales inventado
por Nemesio en su huasteca imaginación. Pretendiendo Dios sabe qué con
tal maquinación ridícula.
¿Es esto la noche?
Bebiendo mucho todos, incluso yo. Pero con disímiles motivaciones.
Hasta casi borronear por unos instantes el paisaje éste que nos rodea. Uno
tratándome de seducir en una empresa rara, no entendiéndola ni queriéndola
aceptar. Ni siquiera creyendo que me pertenezca. Paisaje el cual a ellos los
hace sudar, sangrar y llorar a causa de sacarle provecho mínimo al pedazo de
tierra asignado. Todo para poder decir esa ridícula metáfora de enciclopedia:
Vivimos de la tierra. Cuando la verdad es: Morimos de la tierra.
Poner al campo distinto con el copete. Difuso, onírico, otro. Algo así
como el descrito al Rey por el muy mentiroso Pedro de Valdivia.
Emborrachándonos. Pero después de ese mínimo vuelo a no agrícolas
tierras diferentes, ellos para pasearse un rato en ellas, yo para retornar a tales
urbes mías, muy mías, auspiciados por el pésimo vino tinto.
Y luego salir afirmándonos de los bolsillos, casi descociéndolos con
la fuerza, la rabia. Dos puños sin ya ni poder golpear así enterrados en el
fondo de los bolsillos. Fumando un maltrecho cigarro y chupalla bien puesta,
eso sí, en la cabezota endurecida. Todos uno. Yo y ellos. Enrabiados por sólo
una leve visión imperfecta. Ese viajar a las ciudades débilmente producido
por el vino de la casa. De la casa.
-¿Por qué no estamos allá?- gritábamos todos al unísono en disímiles
esperanzas desesperadas. Menos uno de los borrachos, de los muchos
abandonando el bar a la hora cuando la capacidad de ingerir alcohol y la
plata se había acabado. Claro, porque Nemesio muy ebrio estaría, pero igual
era el único sin soñar esa noche, ni nunca, con la gran ciudad llena de luces
sin dejar dormir allá a unos kilómetros hacia la costa. Él es Caín y se acabó.

*
gabriel castro rodríguez

Aterricé anestesiado en la cabaña de Nemesio. Sobre una de las camas


de este tío loco con la profilaxis familiar, deseando ejecutarla conmigo como
protagonista:

-Me has caído del cielo Titito- balbuceaba borracho en el bar.


-Abel.
-Escucha, mierda- miraba hacia cada lado verificando la presencia de
intrusos y no viéndolos, continuaba:- Hace tiempecito que quería traer a tu
taita para que enmendara las medias ni que cagadas que produjo al dejar
todo esto botado. Pero el pobrecito es cierto que es sólo una víctima de las
circunstancias familiares de nosotros. Tu abuela también. Pero no son causa.
Habría que ser güeón para haberle echado la culpa a ella o a él. El problema
es de antes. Si tan sólo supiera dónde la familia se perdíó, se contaminó con
ideas locas de salir de esta área, de los chanchos, de nuestras tierras- examinó
nuevamente el rededor en busca de fisgones. De nuevo no los encontró y por
lo tanto prosiguió- Todos los buenos Torres están enterrados como Dios manda
en el mausoleo que erigió el finado Roque Torres hace cien años en el
cementerio de Quillota. Pero hay sangres que se nos han metido, malas ideas
que han intervenido hipócritamente en la familia y la han enloquecido. Tu
abuela y tu padre- me sonreía casi diría con ternura y me alumbraba con sus
dientes de oro bañados en vino- Bueno y tú, además de ellos, son sólo
víctimas- me aplastó con su manaza sobre mi cabeza- Yo quiero al victimario-
sacó la mano de gruesa y pesada tierra de mi cabeza y la empuñó frente a mis
ojos- Y para eso ya no necesito a tu viejo y cansado padre. Ahora te tengo a
tí. Esa es tu misión. Cuando la cumplas te puedes ir tranquilito a tu casita
con haber hecho algo realmente importante en tu estúpida vida por primera
vez. Te meteré en una máquina del tiempo, Titito.
-Abel.
*

Me sentía centro de un torbellino girando y girando a portentosas


velocidades.
Por fin me derrotó esta juguera. Sentí iba a vaciar el vientre, a donde
alcanzara llegar. Un líquido vinagre color vino, o sangre, mezclado con
tomate, huevo y pollo.
No alcancé a dar con el baño.
la razón & la fuerza

Posiblemente vomité en la entrada.


-¿Es esto todo el día?- me pregunté mientras trataba de encontrar mi
lecho asignado en estos lares- ¿Es esto toda la noche?- balbuceé extraviado.
Como no logré encontrar mi cama asignada, sí la puerta de calle
entreabierta gritándome la magnífica noche ventosa: Ven, ven, obedecí y
emprendí una real primera huída de este lugar extraño, de esta mounstrosa
misión que me encomendaba este campestre pariente. Contaba con la
borrachera de Nemesio y envalentonado con la mía, la cual ya se me había
espantado un poco con la buitreada, entré a la noche buscando un camino de
salida.

Bonsai

Palmas de Cocalán, Ocoa, o de quién sabe dónde: Como fuego artificial


de madera encendido por el brillo de la luna llena arrastrándose como una
culebra dorada. Juego pirotécnico largo lanzado al vacío de la bóveda celeste
gobernada por el viento. Columna dórica terminada en estallido verde todo
coco y rama. Te miré en tu magnífica naturaleza plateada por el satélite,
caminando, yo bonsai. Sí. Bonsai bien hechurado desde chiquito por mano
materna. Bonsai. Bonsai. Y vi a la orilla del camino plantas herejes. No
como yo, magnífico mini árbol hechurado con cuidado por mi mamita.
Caminando un árbol enano. Pobres ellas. Malezas les suelen llamar estos
traspirados huasos al matarlas con la hoz filuda. Mecidas por el viento
delicioso nocturno.
gabriel castro rodríguez

Verdes y rubias mareas mecidas por el viento. Como bailando las


pobres criaturas de Dios. ¿Son seres vivos o no, existencias? Me respondí
con irrevocable certeza que sí. Sí lo son. Seres vivos igual a mí. Las acaricié
al pasar. Pero existencias libres. Tan sólo me pregunté por qué Dios, pudiendo
ellas más fácil que yo ceder al baile largo con la naturaleza, es decir entrar en
fiesta con la realidad chic to chic siempre e intenso, no les dotó a ellas entonces
de la sabiduría y del sistema nervioso como para disfrutarlo ¿Por qué yo sí
tengo tan complejos sentidos? Con la dificultad que tengo, debo buscar la
instancia para ser mecido por la naturaleza pura y limpia, y así entonces
exponerme a la sinrazón deliciosa del arte del underground y del outsider
vagabundo ¿Por qué yo no? Siendo que dotado de sistema nervioso central
un milenio más desarrollado que el yuyo, mejor no puedo disfrutarlo y
completar en éxtasis mi ser bailando así, mecido así ¿Por qué le das el baile
maravilloso de la libertad a las plantas, las cuales no pueden gozarlo? Y a mí
me lo cobras tan caro. Yo que fácilmente puedo y quiero sentir en plenitud
ese baile ¿Ah? ¿Por qué? ¿Será una ley más de la compensación divina?
Más allá, igual a la maleza con esos mismos aires de la costa, se mecían
con furia unas sábanas estampadas. Pero sólo son como banderas de alguna
raza violenta: Chicoteaban mi valor para hacerlo susto extraño. Ellas, seres
inanimados, también bailaban con el viento nocturno en danza de guerra.
Mediatos en la escala de la vida. Hijas de Cortázar. Objetos muertos llamando
a la guerra a los objetos vivos. Telas aunque lavadas igual hediondas a ser
humano. Con el mismo viento bailaban y veía que con rabia. Yo no bailaba y
quería ser bailado con ritmo como la chépica. O con rabia como las sábanas
estampadas. Sólo logré ser despeinado y airado con este viento enloquecedor
impregnado de libertad. Frío y celeste esperanza de algo mejor que esta
vida. Sin raíces, pero igual atado al tiempo y al territorio. Como si yo fuera
planta o cosa. Siendo que creo no serlo.
A lo más Bonsai.
la razón & la fuerza

Entonces este escalofrío no era nada y estas ganas nada. Pobre de mí.
Era un bonsai arrastrando como podía su macetero por la noche sin merecer
mecido alguno huyendo de su sino extraño en esta zona. A desfavor de este
delicioso viento nocturno costero ¿O es que ésta es la danza que me das
Dios? ¿Ésta es la fama que me otorgas y que las malezas en su inconciente
libertad envidian? ¿Ser pieza en un tablero de un match propuesto por la
extraña inteligencia de Nemesio? ¿Debía agradecerte, volver a San Marcos
y dejarme mover?
Y en aquel mismo vegetal océano eólico, fulminado sin responder a
mis propias preguntas caí entre aquellas nobles y maravillosas malezas
dormido toda esa noche. Arrullado por el seseo y la tibieza silvestre.
Fulminado en mi hégira al hogar. Soñando volviendo a mi familia, a la simple
más que conocida misión de profesor en inevitable proceso de
empobrecimiento. Durante vacaciones remojadas en alcohol garrapateando
de vez en cuando con un lápiz en unas hojas un leve intento literario
infructuoso, en vez de vivir extrañas aparatosas aventuras impuestas por un
lejano pariente en un indecente pueblo interior del cual por milagro mi padre
había salido de joven aprendiz de obrero. Puras güevadas ajenas o por lo
menos muy atemporales. Reconocí que eran mis raíces, pero igual ese tiempo
ya había pasado. Nada para hacer con él en ese momento. Pero Nemesio...
Espanté de mi rostro una polilla nocturna. Era mi día, y mi noche
ahora. Durmiendo lejos de casa.
-Debería haberme empleado este verano de vendedor comisionista. O
de alguna güevada- suspiré- Éste debe ser un castigo de Dios por mi galopante
flojera- farfullé antes de quedarme dormido por fin mecido por la maleza de
San Marcos.

Breve Pánico Burgués

Miraba un tarro, el amarillo: Jurel tipo atún o atún tipo jurel ¿Qué tal?
La misma mierda. Lo cogí y examiné el precio: Un código raro. Atajo a un
güeón de blanco.
gabriel castro rodríguez

-Le digo enseguida- dijo. Se escabulló por entre los pasillos y ya no


volvió más. Decidí mejor le preguntaba a una mina también de blanco. Se
encogió de hombros. Me fui blasfemando en silencio con el tarro en mi
mano: Todos perdidos en este enorme supermercado. Después de todo su
mastodóntico tamaño tenía que pagar el precio de alguna forma: Anarquía,
desinformación: Caos durando hasta llegar a la registradora y la cajera detenga
mi pequeño pánico burgués y digite sin preguntarme. En el visor verde
entonces aparece: Atún tip jur COD 090805 $118
-Eso es mucho. No lo quiero.
Me respondió con una mueca de odio. Lanzó la lata hacia atrás y
redigitó borrando la entrada. Al final llevé un paquete de papas fritas, dos
berlines tibios deliciosos y una cajita tetra de vino tinto. Detesto el vino pero
ya el aburrimiento, la tradición y el alcoholismo no cedían fácilmente. Hace
un mes atrás quizás pero ese día ya no ¿Por qué tomas hermanito?
-365 pesos.
Pagué con 5000 para terminar de enemistarme con la muchacha. Ella
quedó como si nada y al segundo me enterró en la palma vuelto y boleta.
-Muchas gracias- dije irónico al aire. Tomé la bolsa y me fui pensando
en una moneda de 10 en mi palma la cual podría haber dado al chiquillo del
empaque. En fin. Hurgueteé nervioso en los bolsillos de mi pantalón y en los
de la chaqueta en busca de la famosa tablita con el número de custodia para
canjear mi agenda repleta de ideas para mi novela.
-Se me quedó en el canasto de mierda- exclamé con pánico, pero de
inmediato sentí un estúpido alivio burgués al encontrarla muy cuadrada y
tranquila en el bolsillo trasero junto con la billetera ¿Cómo llegó ahí? No
importa, me dije. La canjeé por mi agenda seguramente ultrajada, pensé
paranoico. Deshecho inmediatamente la posibilidad.
la razón & la fuerza

La Calle Brilla

Salí y me encaminé hacia algún lugar no muy claro para mí.


Incertidumbre. Lejos de incomodame era más bien un leve remanso de paz.
Igual podría haberme ido al tiro para la casa pero... Encendí el pérsonal y
escuché algo como jazz mezclado con interferencia. Preferí apagarlo y me
saqué los auriculares. Ese nuevo jazz fusión estática no se ajustaba a mis
expectativas de mirar los edificios, el tráfico y a la gente de Valparaíso como
si todo eso fuera una lejana película burguesa de Woody Allen. Después de
todo hay que tenerle más respeto al panorama. Se trata ni más ni menos que
la realidad, me dije. Ja.
¿Por qué me como el supuesto brillo de la calle, de las cosas, y no lo
llevo conmigo, no lo doy a manos llenas allá en la casa a mi familia?

Cero Interés

El verano inapelablemente vuelve a las mujeres más excitantes y es


definitiva y simplemente porque muestran descaradamente mucha más piel.
Más allá del arco británico vi una pareciendo pedir guerra ¿Casada,
pololeando, puteando? Me pareció distraída en sus frivolidades. Sin interés
sexual por el momento. Aunque si se le incentivara quizás. La seguí unos
metros. Suficientes para imaginármela desnuda y servida frente a mí. Pero al
mirar el interior de mi bolsa de súper con dos berlines, una caja de vino de
$250, una bolsita de papas fritas me di cuenta desilusionado: No soy el mejor
incentivo con lo ofrecido para un combate erótico. Menos aún con lo cual
me quedaba: El sacrosanto intocable vuelto de los cinco mil para el resto del
mes, a mitad de él. Estábamos perdidos. Sólo queda mirar. Y eso es lo que
hice.
gabriel castro rodríguez

Observé mi figura reflejada en los vidrios de un ventanal enorme de


un portentoso banco: Con la bolsa estaba perdido. Con el vuelto intocable,
muerto. Pero con esta facha de burgués hambriento simplemente no existía.
Mejor echarme tierra, taparme con papel de diario o embalsamarme para un
museo de curiosidades. Pero ¿Sabes? ni eso. Ni siquiera así era exótico. En
ese momento miré y andaban miles por las calles, por los edificios, sobre las
micros o los autos casi como yo mismo. Por lo tanto ni para un museo de
curiosidades. Cero interés. Less than zero. Como para suicidarse ¿No? No.
Prefería esta vida de perros antes que ceder a la muerte. Que ella me alcance
yo no la buscaré, me dije.
Pata Pata

Y tomé el bus adecuado, en el paradero adecuado, a la hora adecuada


para matarme lentamente con la cajita y las demás güevadas en el hogar. Por
lo tanto no sería un día distinto: Grieta en el alma, fractura que sólo tendía a
abrirse. Nunca por sí sola a cerrarse ¿Por qué habría de ser diferente aquel
fin de semana? ¿Merecía un día mejor si no había hecho nada para transar o
batallar con la rutina? Si a lo menos hubiera hecho una tontería algo tendría
a cambio tal ridícula rebelión inútil.
La micro en una mala maniobra casi chocó frontalmente con otra. El
conductor se detuvo lo justo y necesario para empapelar a insultos al colega
salido de su pista. Luego retomó tranquilo su ruta. And in the end, the love
you take is equal to the love you made ... cantaba la radio en un especial de
los Beatles. Sin embargo yo no había cometido ningún desatino y eso quería
decir otro día más en el Paraíso. Aunque me dolía no debía quejarme. No
merecía una vuelta abrupta del destino porque simplemente no había apostado
y entonces ¿Cómo ganar o perder siquiera algo? Estaba arrinconado. Incluso
si me hubiera puesto de pronto los berlines como sombrero y me hubiera
bajado los pantalones intentando alguna especie de violación a la chiquilla
deliciosa en minifalda sentada junto a mí, mientras gritaba: Pata pata o nada.
Entonces hubieran tenido de inmediato un lugar para mí esperándome con
una placa en la cual estaría grabado mi nombre completo.
la razón & la fuerza

Me están esperando, hermano, una estúpida rebelión, me dije. Me la


están esperando. Por eso nada nuevo bajo el sol, pensé. La micro siguió
horadando la ciudad igual que siempre conmigo adentro. Es que hay días del
año simulando no existir, pensé: pasan sin pena ni gloria. Más valdría la
mínima pena de arrancarlos de raíz de nuestra agenda.

Ya Nunca más vas a ser Feliz:


Se te Acabó el Litio

Simplemente ya no me salgo del esquema, me dije. Quizás nunca


pude y nunca podré. Miré por la ventana hacia el asfalto salpicado
regularmente de rayas blancas como mensaje morse de un obseso. Pero me
daba cuenta: está oscuro y por eso busco la luz. Tal y como dicen en la radio
de la micro justo ahora. Entonces mejor emborrácharme en casa y dormir sin
sueños, pensé acariciando la cajita. Ya otra vida para mí no hay: Por lo tanto
esperar como quiera la muerte. Como yo quiera. Aunque siempre habrá una
pista preparada para desarrollar tal o cual baile. Por ejemplo la misma literatura
que pretendía crear se me constituyó como recipiente de esta falsedad ¿O
quizás lo falso como recipiente de la literatura verdadera? No sabía. La cosa
es que ejecutaba sólo una danza. Ni siquiera el pata pata era de mi autoría.
Todo contaminado de dislocación. Como cantar una canción. Como construir
un edificio. Pero simplemente no es como la vida verdadera, me dije. Esta
estaba en otra parte, no acá, ni allá, estaba muy lejos de mí porque nada de lo
que hiciera o dijera era más que un simulacro. Así es que tranquilo con los
vicios, dolores y enfermedades, me dije esa noche. Tranquilo también con
los placeres, felicidades y pasiones, pues ni el abismo ni el Shangrilá son
más que estaciones de tren ¿Se me había agotado el litio?
gabriel castro rodríguez

-Una pena no estar de una vez por todas en la verdadera verdad- dije
mientras compraba un súper ocho a un viejito subido al bus. Pero en fin,
seguí pensando será algo como un consuelo esta débil certeza de saber estar
jugando sólo un odioso juego. Así hasta la muerte este simulacro de vida la
cual algunos estúpidos se lo toman como en serio. Pero es justamente allí,
pensé, en las puertas de la muerte, sino ha sido algunas veces antes, es cuando
entra el escalofrío de pensar: ¿Y si ésta es la verdadera vida? Y yo el güeón
no la he tomado en serio.
Masqué la golosina.
Pero no creía en las sorpresas. Todos mis movimientos estaban
fríamente calculados, me di cuenta en la más chapulín y tiré el papel al suelo.
Por ustedes calculado. Una lástima.
El chocolate atormentó una de mis muelas picadas.
Era uno del montón, y ni creando una novela, cuento, dibujo, ni con
un amenazar suicidarme si no me dejaba la joven compañera de asiento
acariciar siquiera unos segundos sus dorados muslos, ni así lograría salirme
de las medidas del cajón.

Estirpe

-No puede ser- balbucée. Pero era. Y mejor, o no creer, o no decir:


Estoy perdido. La verdad era: Estoy encontrado- Debo tener otra chance por
la misma remierda- dije y me tomé la cabeza a dos manos- No tengo ni
siquiera 30 todavía- grité creo pues la minita del lado se puso incómoda y
me miró de reojo. Sí, me daba cuenta de que tenía una falla en mi alma, una
fisura. No natural, supuse, sino convocada. Mancha o marca familiar,
especulé. Tumor latente y benigno como podría calificársele pues no me
mataba, no nos mataba. Nos enloquecía un gramo cada siglo a todo miembro
de esta mi estirpe, de la cual ya bien sabría hasta la saciedad en los próximos
días.
Tenía un quiste el cual de paso hacía llorar litros de lágrimas y brotar
kilos de hiel. Todo por nuestra extraña insistencia insana. Maltrataba a quienes
tenían a mal rodearnos en nuestra merecida intrínseca soledad familiar ¿Qué
pretendíamos? ¿Para qué, entonces, nos comportábamos como normales,
aglutinábamos gentes a nuestro alrededor y les poníamos el mal nombre de
hogares?
la razón & la fuerza

La micro empezaba a subir hacia los suburbios de Viña.


Sentí tenía que erradicar esa mácula aunque pareciera tan enrraizada
que quizás muriera en el intento. Si no, creí, ya nunca sería feliz.
Miré hacia los edificios que coronan los cerros suburbanos.
Ni menos serán felices mis supuestos seres queridos. Pero ese
desmalezamiento camino a la honestidad, a la verdad, me vendría después
pronto impuesto a hierro. Aunque todavía ni tenía idea de ello. Pero lo pedía.
Lo pedía sin saberlo.

Ni Lennon ni Rimbaud

En esos días creía no tener ya chance. Sólo mal relajarme, beber, fumar
y esperar al día siguiente sin muchas expectativas. Sin muchas ilusiones
pues estas, pensaba, me dañarían. Entonces simplemente dejar que los días
de mi vida se sucedieran rápido y no oponer resistencia. A lo más el resistir
me producirá dolor, pensaba. Todo, por lo tanto, dentro de un marco razonable
de acontecimientos, nada estrafalario, nada muy descabellado. Todo muy
usual y normal. Casi sin pensarlo mucho. Pero igual pedía, pedía algo.
Ser algo así como un Outsider era mi casi inconsciente opción. No
siéndolo por naturaleza.
Las luces de la ciudad allá abajo se veían divinas.
En verdad debería ser por naturaleza un burgués emergente, pero como
creía en la transfiguración de la carne por gracia de la marginalidad social,
jamás de la económica, me acogía como instintivamente a los terrenos baldíos
de la ciudad como si fuera otro nombre de la esperanza. Igual me aseguraba
con una cuerda y garfio enganchando desde aquella isla de alcohol y tabaco,
ciertamente caricatura de algún tipo de verdadera rebeldía, con el continente
de la urbe y el burgo. Por ejemplo ese día me iba para la casa a escribir, con
una bolsa para rebelarme esa noche: Berlines, papas, vino tinto. Ja.
Era sólo dejarme llevar. No era ni Lennon, ni Rimbaud. Nadie más
que yo mismo murmurando una vieja canción hecha para un adolescente
que yo no lo era. Estaba inconciliable. A duras penas lograba todavía aunarme
en mi cama para dormir. Ni país, familia, secta, facción política, publicación,
ni emisión podían concertarse conmigo para formar algo más que yo. Estaba
sin posibilidad de mezcla ¿Conforme?
-No- grité. El chofer disminuyó la velocidad.
gabriel castro rodríguez

La chiquilla deliciosa se había bajado antes, en las casas imponentes


antes de llegar a los verdaderos repugnantes suburbios en donde yo vivía.
Entonces intentar algo. Pero nunca decir: No se me advirtió de los
atroces peligros.
-Me saldré del esquema- dije pensando que mi paradero se aproximaba.
Hacer algo, hermano. Pero no decir después: No me advirtieron....

La Puerta Estrecha

Pero tenía tan pocas esperanzas. .Me reacomodé en el asiento al darme


cuenta de la lejanía de mi paradero. Y además ¿No era más cómodo dejarse
llevar por aquel bus y soñar una cachita con aquella compañera de viaje, sin
padres, SIDA, escándalo, sin titulares? ¿No es mejor soñar sin riesgos? No
más de los que pueda controlar con mi imaginación. Entonces no ceder a la
ambición de tan elevado precio. Mirarme, sentirme ¿No estaba después de
todo sano, vivo, seguro? ¿Modestamente vivo, pero tranquilo? Bailo con mi
sombra en la pared, nada que perder...
-No estoy tranquilo, tengo grillos en la cabeza- dije en voz alta. El
chofer me miró por el espejo.
Era el verano y las mujeres pedían guerra. Sin quererlo realmente,
supuse . Era la crisis de los 30 asomándose lentamente. Vendrán días peores,
me advertí.
Pero en el fondo era feliz ¿No?
-No- me contesté convencido. Era un inconformista y peor que eso:
Inconformista inactivo. Son los de la peor clase. Con un rollo de este volado
en la cabeza. Pero callados, pasivos. Murmurando maldiciones y quedándose
así. Revolcándose por dentro siempre. Amargándome mi, después de todo,
tranquila vida. Ni más ni menos que la mitad más uno de los chilenos de mi
edad. Sino el 50 más uno de los de mi edad en todo el mundo.
Abrí los ojos y verifiqué mi localización.
Qué raza más zombie.

ADIVINANZA
la razón & la fuerza

¿Cuál es el insecto que al avanzar al mismo tiempo intenta borrar sus


huellas porque las odia?

RESPUESTA:
Yo.

-Pero entonces he de hacer algo- dije. Entonces el chofer me sonrió a


través del espejo- Quiero ser un inconformista activo. Quiero ser otro, otro
tipo, otro.
Entonces aprontarse a, como decía mi madre, quizás todavía lo diga,
a mojarme el potito. Lo quiero, dije, a la difícil. Bueno, pero debía saber
entonces que vendrán días muy difíciles. Prepararse entonces.
Me puse de pie.
En cierta forma, tuve que confesarlo, sentía una mínima esperanza
para mí aguardando. Leve y casi invisible única puerta estrecha esperando
ser cruzada por mí todo ensangrentado, sucio, moribundo. Pero una vez
traspuesta todo sería diferente, realmente diferente. Dejaría, quizás era eso
solamente lo que en realidad deseaba, boquiabiertos a todos los que me
conocían. Supuse que todo esto era algo así como un feliz presentimiento.
No me pedí más detalles. Ni yo mismo los sabía en esos días. Si fuera de otra
forma no hubiera estado perdiendo allí el tiempo con tanto bla bla.
Pero ¿Por dónde empezaría ese viaje sin retorno a la autenticidad?
Yo que padecí las desorientaciones de la Poesía.
-Por el momento atacaré estos berlines, las papas y me zamparé la
cajita- dije. Miré el contenido de la bolsa del súper y ordené al chofer que
parara- Manaña veré mi itinerario. Dormiré así esta noche más tranquilo.
Quizás fume y beba menos que otras veces. Ahora ya sé: hay algo más que
toda esta repugnante rutina. Tal vez sólo había querido escuchar eso: Tengo
una esperanza, pequeña, pero esperanza al fin y con sólo saberlo me baste.
Buenas noches- dije y me bajé de la micro.
-Buenas noches- me contestó el chofer tragado los siguientes segundos
por la calle con su máquina.
Hasta un ladrillo quiere ser más que eso.

Algo para Hacer Fermentar al Campo


gabriel castro rodríguez

Estaba apoyado en uno de los travesaños superiores de la reja


encerrando a los chanchos. Los brazos encima de la madera hedionda y mi
mentón sobre ellos. Los miraba existir. Se paseaban, me miraban, comían,
bebían agua, se gruñían, se revolcaban en su barro y me olían como si
intentaran con ese gesto captar mi naturaleza. Entonces pensé en lo escuchado
por ahí: Estos animales son muy inteligentes son parientes de las ballenas y
de los delfines. Recordé a Orwell y su granja de animales presidida justamente
por ellos. Recordé también a aquellas cerdas que buscan, las pobres, a ese
macho enterrado no sabiendo que en realidad oliscan trufas. Quizás la ventaja
de los porcinos por sobre los demás animales, pensé, no sea su cerebro sino
más bien su magnífico olfato. El olfato es el sentido más primitivo.
Mazacotuda paradoja. Tal fino y antiguo olfato es puesto a prueba segundo a
segundo con los feroces escenarios hediondos a los que suele acostumbrarlos
su dueño y su naturaleza también: Acequias, montones de estiércol, barro
podrido y otros etcéteras putrefactos. Finura en la podredumbre ¿Qué tal?
¿Sabrán entonces por sus narices mi procedencia afuerina? Traté de
cuidarlos bien a estos flipers de agua estancada.
Parecían tranquilos y eso hablaba bien de mi labor en aquel día. Se
veían sanos y contentos.
Me alejé de la porqueriza dejándola lo menos pocilga que se podía.
Tarea difícil quizás así tan bien hecha me significaría ciertas garantías.
Quería bañarme para sacarme el sudor de la cerda tarea de ese día.
Si los había bañado a ellos ¿Yo no merecería un poco de agua limpia?
-¿A dónde vas?-preguntó Nemesio.
-Quiero bañarme.
-¿Terminaste con los chanchos?
-Sí, solo me faltó arrullarlos.
-¿Estás chistosito? ¿Habrá que ir a buscarte hoy a la noche de nuevo
a los plantíos en donde te gusta dormir la mona?
-Simplemente estoy feliz de haber hecho una buena jornada.
-Te dije que te iba a gustar trabajar con chanchos. Tienes sangre de
porquerizo.
*
la razón & la fuerza

Me bañé con el agua helada cayendo desde mi cabeza manando de


la challa abrazada por una panti, ingenuo ingenio quizás puesto por Nemesio
para lograr una lluvia más amplia. El resultado era un chorro deforme y
grueso sobre mi pelo. Miré la prenda interior un par de minutos especulando
sobre su origen sin poder llegar a resultados interesantes. No se le veía a este
huaso rodeado hasta el momento de pareja femenina alguna.
Me estaba helando a pesar de haberme dado el trabajo media hora
para cortar con el hacha tablas de un viejo cajón de tomates abandonado.
También ocupé corontas tiradas por ahí sabiendo bien, gracias a esos viajes
donde la familia de mi esposa a Avellanos, que reemplazaban la leña. Largo
trabajo de apilar y encender todo eso bajo otro ingenio campesino, laberinto
serpenteante de cañerías gruesas tiznadas encerradas entre tres murallas de
ladrillos afuera junto a la artesa. Igual el agua era poco menos que congelada.

Después de vestido descubrí la fogata apagada. Nemesio la extinguió


apenas yo la había dejado encendida yéndome a duchar. Mientras me sacaba
el pelo le pregunté molesto por qué lo había hecho.
-Hay que ahorrar leña- me contestó mirando su cigarrillo recién
encendido.
-Yo podría haber cortado más. Esa la había cortado yo.
-Esto no es hotel, mijito- se paró, tiró el pucho a la acequia y me
indicó hacia las porquerizas-Ven, mira.
-¿Qué?
-Ven a la porqueriza. Quiero mostrarte algo.
Iba yo adelante. Él apuró el paso y abrió la reja.
Una luna llena como la noche anterior plateaba al barro bajo la
magnífica noche. Mientras, los cerdos roncaban bajo el toldo negro.
Me sentía bien con ese aire de campo nocturno impregnándome la
camisa blanca recién planchada por mí. El pantalón negro, las medias plomas
y las ojotas de suela de neumático, la colonia inglesa, el fuerte jabón le sancy
salmón y el agua fresca de pozo me emanaban por cada poro. Añoré un litro
de vino tibio para completar la magnífica sensación.
gabriel castro rodríguez

Alguien por las cercanías quemaba pasto aromatizando así la zona


colocándome en un lugar que me acogía de alguna manera con amor,
retornándome a algo bueno para mi espíritu. Y así de alegre llegué a estar en
ese momento porque inútil era negarlo: Alguna vez perteneció mi sangre a
este terreno, me dije respirando hondo. Respeté y amé mis raíces paternas
por unos instantes.
-Mira- me gritó Nemesio y me dio un feroz empujón haciendo caerme
íntegro al centro de la porqueriza- Te las das de futre. Bosta eres. Igual que
yo o cualquiera de los de aquí. Algo para hacer fermentar el campo y así
coman los señores de la ciudad. Nada más ¿Entendido? No olerás a nada
más que chancho hasta la paga. ¿Qué mierda te crees que te perfumai tanto?
¿Qué hay de malo en tu traspiración? Sácate lo que sea que sea eso. Sácate
inmediatamente ese limpiarte el cuerpo del barro de cerdo. A eso debes oler
¿Entendido? Quizás el día de paga te permita un buen baño, antes no. No
vueles muy alto, porque me encargaré entonces de cortarte las alitas. Yo
estoy aquí para recordarte hasta donde puedes volar. No te eleves muy alto
Titito. No importa lo que creas ser o lo que hayan dicho que eres. Eres de
ahí. Del centro de la casa de tus puercos. Son tuyos ¿Escuchaste? Esos
chanchos son tuyos, tu herencia. Te pertenecen como tú a ellos. Son tus
hijos, tu familia.
-Mi familia está en Viña esperándome- le dije mientras me levantaba
y me sacudía inútilmente de la cerda suciedad nuevamente impregnada en
mi cuerpo.
-Cállate. El olfato de esas bestias de mierda no acepta otro olor que
no sea aquel que venga del centro de su porqueriza- encendió otro cigarrillo-
Un olor afuerino los irrita, espanta y los pone feroces. Mira- me advirtió
señalando a los cerdos- Despertaron. Te miran con los ojos rojos. Despertaron
y te desconocen. No hay nada más peligroso que un chancho furioso. Sale
de ahí. Sale inmediatamente de ahí antes que te hagan mierda. Ese raro aroma
al mezclar tu olor de señorito con el barro de la porqueriza los güevea ¿Qué
eres? ¿Porquerizo o futre?
-Futre, usted lo sabe- dije mientras me seguía sacudiendo sin lograr
ningún resultado. Se me había desgraciado la ducha y la ropa limpia.
-Eres Héctor, huaso venido a futre- me dijo dándome otro empujón
con el cual por poco me devuelve a la porqueriza.
la razón & la fuerza

-No. Abel, profesor de Castellano, nacido en Valparaíso, avecindado


en Viña, con ansias de ser escritor reconocido.
-Cállate conchetumadre- me gritó rojo de ira- No te vaya a escuchar
alguien. Quizás fuiste todo eso, pero provienes de Héctor, huacho de una
mujer de San Marcos. Por lo tanto tu padre es el barro que pisas. Le debes
respeto y dedicación.
-¿Por qué habría de cargar con las raíces de mi padre?- me estaba
dando frío- Recuerda que también soy hijo de una señorita de Viña.
-Sí, venía a veranear para acá. Pobrecita ella que se fue a interesar
en un huaso venido a futre. La culpa sería de tu pobre abuela. También tenía
la mala sangre de creerse de lejos de aquí. Tu rama es la mala, la sucia, la
mezclada con algún gusano antiguo- se sobó nervioso el mentón sin rasurar-
Tu madre aquí no cuenta en esta historia. Pero cuando encuentres al gusano
ahí otro gallo te cantará a ti y a todos nosotros. Entonces la cosa será distinta-
escupió aire y se calmó un poco- Ahí la cosa será distinta para todos.
-Okey. Pero tú eres pariente, compartes la misma sangre de mi padre-
me fui hacia la casa para intentar calentarme.
-Jamás- me dijo siguiéndome- yo soy de los Torres limpios. Sabemos
cuál es nuestro lugar correcto.
-¿Quién es, según tú, el gusano antiguo que contaminó mi rama?
Ahí estará la solución a este dilema tuyo, creo yo ¿No hay chimenea o algo
parecido?
-¿Dilema mío? Para nada. Tú eres el engendro, yo no. El nombre de
quien contaminó tu estirpe no te lo diré yo. Lo encontrarás tú mismo
Hectorcito, ya verás. Y en ese momento se cerrará el círculo y podrás
despedirte de mi presencia.
-¿No te das cuenta? No tengo culpa de lo que me reprochas. Según
entiendo quien podría alterar tu esquema es de los tiempos de los progenitores
de mi abuela cuando menos. Muertos inalcanzables de hace casi un siglo-
estaba tiritando y presentí un resfrío. Deseé intensamente un pisquito con
limón.
-Para allá viajamos Titito. Para allá vamos con este viaje Titito.
-Abel- le dije casi gritando exasperado por el frío y la cantinela
aburrida de Nemesio.
gabriel castro rodríguez

-No lo digas muy alto güevoncito. Acuérdate que parece que ésa, tu
ridícula identidad pasajera, te ha metido en lo de los güeones que te raptaron
¿Qué prefieres, morir o viajar conmigo para buscar quien contaminó tu
sangre?
-¿Qué crees? Acepto tu invitación- el huaso tenía razón. Era peligro
de muerte o bailar al son de la locura suya- Aunque te juro que no te entiendo
cómo vamos a viajar a alguna parte conmigo así todo embarrado. Tengo frío.
-¿No te das cuenta que el viaje ya comenzó? En este momento eres
ni más ni menos que tu padre. Pronto serás tu abuela. Después el padre de tu
abuela y así hasta que hallemos lo malo- Nemesio miraba a la luna con los
ojos brillantes. Tenía una mueca que se suponía era una sonrisa.
-No capto bien cuál es tu interés en asear nuestra historia familiar,
la cual por lo demás no debe diferir mucho de cualquiera de muchos de los
que andan por ahí circulando ¿No es acaso la historia de muchos chilenos
que sus antepasados emigraron con esfuerzos del campo a la ciudad?
-Pongámole que son ganas de que las cosas marchen bien. Como
deben ser.
-Y yo que me creía un soñador.
-Ya. Aséate y ándate a acostar que mañana tienes que ir al liceo.
-¿Qué me duche? ¿Qué vaya al liceo?
-Pégate una lavada rápida en la artesa. Lo mismo pa’ tu ropa. Déjala
remojando. Lo del liceo, ésa es idea de tu abuela. Mala en todo caso. En
Quillota se te subirán más los humos. Entre más ignorante se sea mejor.
Mejor se cuidan a los chanchos. Pero a tu abuela le quedan pocos días y hay
que hacerla feliz. Habrá que respetar la peligrosa idea de educarte. Una vez
que nos haya dejado tomarás su lugar y ya el famoso liceo se acabará.
-Quiero dormir pero lo que me dices me quita el sueño.
-Duérmete luego mierda ¿Eso te da sueño?
la razón & la fuerza

Matriushka Podrida Corrompe al Resto

En la pantalla del subconsciente se proyectaba mi departamento.


El dormitorio, mi esposa y mi hijo durmiendo plácidamente. Yo como una
sombra succionada por una aspiradora negra poderosa, más arma que
electrodoméstico. Salía de ese lugar mío a gran velocidad en reversa
cruzando calles, avenidas, ciudades, pueblos, hasta llegar hasta una cabaña
maltrecha. De pie al centro del cuarto principal un gigantesco sarcófago de
madera pintado como si fuera el envase de una mujer muerta, de campo,
materna, redonda, con suaves combas talladas y pintadas a mano. Pintado
también un pañuelo cubriéndole el cabello trenzado, con las mejillas teñidas
cada una con dos circunferencias púrpuras, del mismo color que sus
primorosos labios de madre sonriendo. Más abajo grandes pechos cubiertos
por un delantal a cuadros azules y más abajo una falda negra larga
cubriéndole blanca enagua. Y ese sarcófago se abrió y mostró en su interior
otro sarcófago. Idéntico estuche, idénticos colores y formas. Entonces alguien
me sopló al oído: Es una gran matriushka y no un sarcófago. Se abrió y
mostró otra más pequeña en su interior, y ésta se abrió y mostró otra idéntica,
pero un poco más pequeña y así muchas y muchas veces hasta quedar una
minúscula al centro. Abriéndose mostró en su centro ya no otra matriushka
sino una placenta transparente en la cual flotaba frágil algo así como un
feto, pero más bien parecía un gusano humanoide. Aún así el rostro sin
terminar mostraba un sello familiar y yo lo supe en el sueño identificar
perfectamente.
¿Estaré puro perdiendo el tiempo?

A otra hora y en otro lugar rodeado de gentes. Por ejemplo en el


trabajo, en el colegio, y entonces tirito de pies a cabeza. Pero de objetos
estoy rodeado en este lugar y a esta hora, en mi casa. Y me ahogo sin tiritar
siquiera. Muero supongo. Me matan, lo que es peor.
Esa noche de viernes necesitaba algo sucio para ponerme. Me levanté
de frente a la máquina y dejé de escribir. Fui al closet. Había llegado hacía
unas horas del trabajo. Me desvestí de profesorsillo burgués y me puse los
vestidos del ocio, del relax, de la libertad. Con ellas pretendía, luego de
comer, salir a seguirle el rastro a borrachos o quizás a mí mismo. Iba a
ensuciarme.
gabriel castro rodríguez

Pero no salí. Conversé con mi mujer, miré a mi hijito dormir y no salí.


Esa noche no fue nada más que prestidigitar un pedazo de novela en tal
orden de cosas:
De cosas que tranquilas, calladas, en solemne previda acogen mi
existencia corpórea y síquica preñada de catorce horas de mundo. En tal
status de realidad, propicio a narrar, me implanto en el cuaderno de borrador
incrustado en mi cerebro esta cadena lingüística.
Miré la hoja y leí las palabras escritas. Fui a la cocina. Abrí la caja y
me serví un vaso de vino.

Estaba fumando. Intensamente me fumaba los Lifes y descubrí de


pronto que quedaba sólo uno. Okey, uno sólo. Pero ese es otro problema. En
ese momento estaba en el proceso de levantar seres y cosas. Construir, elevar
existencias hechas de ladrillos lingüísticos. De grafemas que les dicen. De
fonemas si acaso gritaba o susurraba lo escrito. Y Dios quiera me sirva para
algo bueno, deseé ¿O estaré puro perdiendo el tiempo y ganando la nada?
Miré con sospecha la máquina y la hoja. Goethe para poder dictarle
obras maestras a su secretario debía oler a su alrededor manzanas podridas.
Yo había escrito o maquinado mucho, en las micros de mi ciudad. Escuchando
pérsonal. Bebí otro sorbo de vino. Bueno, y también había escrito o maquinado
mucho, así. Borracho.
Un punto y ya vuelvo, le dije a la máquina, voy a ver el mundo y
vuelvo. Creía saber que sin mí él no podía, no debía girar.
La radio había dejado de cantar, una pausa y ya vuelvo le dije a la
máquina. Me puse de pie y fui hacia el living. Nada, sólo una caída de antena,
un corte de luz, en fin, la radio había dejado de existir. Resintonicé y ya,
solucionado el entuerto, así es la electrónica. Fácil, pero las relaciones
humanas. El tú y yo. El de mí para ti...
Mi esposa lavaba una ruma de ropa en el baño. Me acerqué y le besé
la cabellera.
Ah, las relaciones humanas, pensé, son ya otra cosa finalmente mayor,
de la cual ya más rato quizás ya hablaríamos. El quid era determinar el punto
exacto motivante de este encuentro ¿Okey?
la razón & la fuerza

Vagaría un poco por lo que rodea mi zona de residencia. Enormes


cajas de cereales suburbanas. Pretendía detectar el lugar exacto en el cual
me venderían tres, tres simples cigarrillos. A ver si paliaba mi determinada
existencia aspirante a libre con esos adminículos. Seguir quizás más tranquilo
caminando por este valle de ridículos simbolitos, los cuales construían lo
que a algunos les ha dado llamar basura y a otros pocos, Dios los tenga en su
Santo Reino, Literatura.

Y volví. No con tres cilindros nicotinosos como les decía un buen


amigo el cual tuve allá en la U hace ya algún tiempo, sino con cuatro. Mira
qué cosas. Y llegué con algo más que eso. Ya decía la tía, en paz descanse,
de mi esposa : Las vueltas dejan: Tuve un encuentro sutil amparado por las
doce de la noche de un suburbano barrio mal iluminado. Un alumno de uno
de mis dos terceros medios del año pasado. Lo vi, quizás él también me vio.
Ya tanto de eso que ya ni la pena vale recordarlo. En fin, el olvido es más
largo que la enseñanza, y qué fue.
Encendí un cigarrillo y me senté nuevamente frente a la máquina
portátil suiza, pobrecita toda enferma de vieja. Igual la desearía William
Lee.
Breve digresión: Junto a mi departamento un profesor alcohólico, a
veces digo, mi futuro, a veces, mi advertencia. A veces, a veces, no sé ni de
mi poto. La cosa es que de nosotros los profesores suelen ser los días del
verano, así como de los fugaces amores clavados en las neuronas de la
memoria de los jóvenes para los tiempos de los tiempos. Del verano que
fuimos tan felices, como dice Savory.
Me serví más vino. Amén.

Meconio

Y mi esposa al verme llegar con cuatro trofeos de la noche:


gabriel castro rodríguez

-Qué bueno que vuelvas a escribir- me dijo: Me sonrió y se puso los


lentes para observar unos breves momentos lo escrito. Y es que en este verano
nada hasta el momento de literatura. Me dediqué a comer y se puede dejar
este verbo vulgar para vestirlo de ropaje a algún sucio ocioso crítico o algún
bienaventurado lector.
Di una chupada a mi cigarrillo antes de apagarlo y bebí el concho rojo
del vaso. En ese momento recién algo escrito, aquello. Un recuerdo a la
distancia para aquella ruma enorme de pruebas sin corregir que suelo
coleccionar en tiempos escolares. A la mierda. Pobres criaturas de Dios y de
los hombres, nadie les corrige sus cosas ¿Seré yo? Y volví a escribir:
¿A qué este encuentro casual entre tú y yo? No sé. Sólo levanto torres
y sombras humanoides.
Y al respecto de lo último, confesé que encerraba tal vez una gran
mentira. Mi feto enorme de celulosa procesada, impregnada de tinta, mi otra
ruma, esta sí adorable, de obras de mi imaginación, o debería decir de mi
digitación compulsa, la sentía reventándose en mi vientre de escritor desde
hace meses. Debí escribir años, reflexioné. Tomé el corrector y borré.
Retrocedí el carro y reescribí. Esa ruma deliciosa padecía mortal meconio.
No estaba tranquilo puro levantando fachadas y marionetas de tinta y papel.
Tiré con violencia la máquina hacia adelante.
Me explico:
Su caca lo mataba, la ruma se me apolillaba, el No canteis a la rosa,
oh poetas, hacedla florecer en el poema, creo que va así, apestaba, se me
podría. Necesitaba oxígeno, vida exterior, como yo. Me pongo de pie.
-Publicación- grité- Oh editorial, publícame conchetumadre- y vuelvo
a gritar. Mi esposa salió del baño y me hizo callar.
-Vas a despertar al niño.

Había una vez un escritor no publicado mirando atentamente una


lona roja en el suelo de una vereda. Calle Valparaíso esquina Quillota. Sobre
ella muchos libros los cuales un sujeto vendía.
-¿Qué miras?- le preguntó un autor publicado. Le conocía y pasaba
justo por ahí.
la razón & la fuerza

-Escojo lo que creo será nuestra vivienda después de la muerte.


Pero esa era otra historia, como diría mi compadre Suskind con el
contrabajo metido en su entrepiernas alemán sudoroso. Esta en realidad era
una historia de un ser humano con un taladro. Nada extraordinario. Todos
poseen uno. Que lo usen, eso ya es otro cuento. Este era de uno mantenido
a riesgo de agotar la energía que lo movía. Girando y girando todo el tiempo.
Siempre revolucionando. Pues bien, el uso era el frecuente para estos casos:
barrenar placentas. El perforar la primera, para qué te digo, cualquiera lo
hace. Lo logró en breve como lo han hecho todos los felices e infelices
pobladores de esta tierra de Dios, o del Demonio. Todo depende del
observador. Sin embargo en perforar la segunda se demoró a lo menos 30
años. Menuda tarea pues corrió sangre como suele ocurrir en estos casos.
Sangre de inocentes y de culpables, lo de rigor. Casi todo el mundo lo hace.
Miles de millones... Pero ya de ansiar seguir con una tercera y cuarta y
hasta la bolsa final... Eso es ya es de viciosos, dijo más de alguno... Es de
dioses, dijo uno sólo. Y de eso, por fin, trataba este cuento.
Giré el rodillo y tipié en el encabezado Aterrados y nihilistas.

Fuera yo o no, eso no era importante materia de aquel relato o su


exégesis, igual seamos objetivos, me dije. Seamos mascáricos, seamos
prácticos. Igual quería dejarme esa noche llevar por la narración y no pensar
si era la historia del vecino alcohólico, o de la tía muerta. Simplemente a un
güevón se le ocurrió soñar una madrugada dejar de ser quien era dos, tres,
cuatro, mil veces pretendiendo llegar al final de esta vaina llamada existencia,
así encaramándose en ciertos períodos lingüísticos con tal de disfrazarse
bien. Para descubrir que lo que era yo, me acaricié la barbilla sin afeitar,
era, simplemente..., tomé un cigarrillo y lo encendí.

Asalariados del mundo uníos en pos de este relato mío. Reconózcanse


en nuestro sueño de mineros, de tuneleros en esta gran labor de galerianos
en un mundo granítico adornado de rosas mentirosas endulzando una y
otra placenta diciendo:
gabriel castro rodríguez

-Aquí, quédate aquí. Ésta es la última. Si no, qué importa.

A un hombre, con linterna lo examina de pies a cabeza un paco


preguntándole qué hace así en pelotas en un callejón. Muy parado pues
estaba extensamente exitado. Con un james bond lleno de pruebas de
comprensión de lectura sobre LA VIDA ES SUEÑO y sólo repetía
incansablemente con unas cansadas ojeras a modo de quizás bienvenida
respuesta:
-Sin mis poemas, mis novelas, sin nada.
-Sin nada se te ve- le respondía el carabinero sonriendo, redactándole
¿Escucharon chiquillos? Redactándole al profe un magnífico parte y
arrastrándolo hacia la baliza centelleante roja y azul del radiopatrullas.
Y así yo también un día de estos si se me espanta el susto y se me
valentiza la valentía. Llené nuevamente el vaso junto a la máquina y me lo
bebí al seco. Dejé de masturbarme con la literatura y me viajé de verdad.
Aunque esa noche no era la noche aquella.
Era por esos tiempos de esa humanidad que trataba de ser buena y
sincera, pero estaba atada por su pasado retorcido y cínico, el cual no podían
sino los valientes torcer tal túnel asqueroso.
¿Sería yo de los valientes o de los otros?
-La diferencia entre los escritores y la gente normal es que nosotros
somos informantes, escribimos informes- me decía William Lee en The Naked
Lunch.

Conversando con la Almohada

Por el momento creí ya no bebería más vino, ni fumaría más porque


se me había entrado un asco y un sueño de los mil demonios.
Bostecé largamente y estiré los brazos hacia el cielo sentado frente a
la máquina. Me fui a acostar y a dormir el sueño de los justos. Oh Dios mío,
otra noche más.
-Quizás hermano la última de ellas. Ten fe renovada entonces.
La teníamos aunque no veía qué tenía que ver con este asunto.
-Todo tiene que ver con esta fe carcomiéndote el alma.
la razón & la fuerza

Ya verás como mañana, salud, comienzo con una serie de acciones


dirigidas a ese umbral minúsculo esperándome. Anegado como estoy en vino
y noche, sigo presintiendo algo. Mentira.
-No esperará por mucho tiempo abierta.
Esperará hasta mañana ¿No?
-Puede ser, puede ser.
Salud entonces hermano por mi otro mundo esperándome.

¡Al Liceo!

-¡Al liceo!- me gritó Nemesio desde la otra pieza. Y en mi adormilado


espíritu y mi adolorido cuerpo quise pensar en que debía presentarme como
maestro. No como, a los minutos después recapitulando recordé, a la manera
de un vulgar y silvestre alumno.
Al desayuno, dos huevos revueltos, pan batido y una taza de té con
leche fresca, traté de razonar con Nemesio: Entre otros reparos consideraba
que mi misión encomendada para este día era infructuosa. Estábamos en
Enero, por lo tanto el proceso educativo sino estaba terminando, estaba ya
finalizado.
-Eso no va a importar- me dijo tranquilo mientras levantaba la mesa.
-¿Y a qué curso se supone que voy?
-A sexto de humanidades.
-A cuarto medio.
-Cállate y prepárate a tomar la liebre. Toma esta carpeta y vamos.
Te voy a dejar por si acaso se te ocurre hacer alguna güevada.
-¿No sería conveniente que me afeitara?- le pregunté pasándome la
mano por las mejillas y el mentón.
-Verdad. Apúrate chiquillo de moledera que se te va la liebre y llegas
tarde. Hay un uniforme a los pies de tu cama.
gabriel castro rodríguez

Durante la lenta rasurada con la máquina de esas que se les gira el


manguito abajo, se abren y se cierran albergando así a la hoja de afeitar chic
azul de doble filo, le pregunté al tipo del espejo, sonriéndole con timidez, si
acaso todo esto era una pesadilla. Como respuesta sólo obtuve una sonrisa
leve y un encogimiento de hombros. Me toqué y me dolió el diente suelto y
quebrado en una punta durante la emboscada madre. También tenía un
moretón en la mejilla, regalo del buen Nemesio, o quizás de una mala caída
hacía dos noches, derrotado por el vino.
Pensé me venía el aspecto de liceano. No parecía otra cosa más que
eso a pesar de las heridas, todo lo cual me daba una sospechosa tranquilidad.
Afuera me despedí con desgano de los cerdos, quienes ya estaban en sus
cuatro patas sin mirarme casi. Oliscaban el aire putrefacto inundando al
chiquero.
En la carretera Nemesio hizo parar la liebre rumbo a Quillota. Era
una micro muy antigua pero bien mantenida. El parrillero nos hizo pasar.
- Pasen. De ahí les cobro.
Busqué otros escolares mientras calculaba que era algo así como
diez de Enero según mi calendario mental. Para mi sorpresa había varios de
ellos mirándome el rostro. Intentaban saludarme, supongo, justo cuando
Nemesio me dio un leve pero firme empujón con el cual quería decirme que
siguiera hasta el fondo. Allí nos esperaban cinco asientos desocupados en
fila para elegir.
-¿A cuánto estamos?- le pregunté sentándome.
-¿Año, mes o día?- me preguntó Nemesio, quien sentado junto a mí
distraído se levantó sus perneras mostrando orgulloso sus lampiñas
pantorrillas blancas y gruesas.
-Año mes y día.
-Lunes 18 de Diciembre de 1950- me contestó muy serio.
-Mierda ¿Estás bromeando?- intenté pararme ofuscado.
-Lo que ves– dijo. Me mostró el paisaje con su chupalla en la mano.
Efectivamente allá afuera olía a pasado. La gente emanaba tiempos pretéritos.
Su ropa, su manera de moverse, de vestir. Claro que en el campo, pensé,
sabido es que hay cierto viaje al pasado. Volví a mirar por la ventana. El
ambiente no me indicaba más que sólo eso.
la razón & la fuerza

-Creo que esta pesadilla se está volviendo verdad- dije en voz baja
sólo para mí. Cerré los ojos derrotado. Apreté con rabia la carpeta, examiné
cada milímetro de la micro y del exterior pasando a 50 kilómetros por hora
frente a mis ojos. Rogué ver algo para volver a mi época. Nada. Todo era
neutro cronológicamente hablando. Claro que el campo es así, insistía para
mis adentros. Atento vi las monedas con las cuales Nemesio le pagaba al
cobrador.
-Te pillé- grité feliz- le pagaste con monedas de diez pesos. Monedas
que son mínimo del 75, no antes.
-Cállese Titito y arréglese la corbata. Ya estamos por llegar.
Divisé con intensa emoción un teléfono público amarillo allá en
una esquina. Aparato de los 80. Vi por allá y por acá unos modelitos de auto
japonés también de los 80. Al frente mío un escolar con pérsonal estéreo. No
con una radio Galena como por último debería ser esta cada vez menos
pesadilla . Por suerte, me dije. Respiré más tranquilo. Me solté la corbata un
poco.
Pero ¿Escolares en Enero? Algo estaba fallando, me dije y cometí
la osadía de interpelar al del pérsonal.
-¿A dónde vas?- le pregunté con mi mejor sonrisa. Nemesio me
lanzó una mirada de intenso odio. Me apretó el brazo atrayéndome hacia él.
No me iba a detener por eso.
-¿A dónde va compadrito?- insistí.
-Al liceo ¿A dónde más?- me contestó acongojado el gordito evitando
mirarme a los ojos.
-¿En enero?
-¿Enero?-el gordito me devolvió la pregunta como despertando de
un sueño.
-Hay que bajarse ya- escuché.
El grito no provenía esta vez de la garganta de Nemesio sino de la
de un gordo rojo con chupalla. Tomando del brazo al del pérsonal tiró del
cordel del timbre con cierta violencia contenida. Entonces la cara mal afeitada
del gordito escolar me enfrentó por primera vez. Luego miró a Nemesio,
hizo una mueca y encogió los hombros aferrándose de su bolso escolar café.
El de chupallas le sacó de un manotón los auriculares de las orejas. Bajaron
por la puerta trasera.
gabriel castro rodríguez

La liebre comenzó a alejarse de la escena achicándola encuadrada


en su ventanal trasero mientras el escolar manoteaba en la lejanía rozando la
cara roja del gordo. A ambos los unía un parecido familiar.
-¿Qué mierdas pasa?- pregunté mientras nos alejábamos de la escena.
-Mire amigo. Parece que no nos estamos entendiendo. O asume o
yo mismo averiguo quién lo quiere muerto, lo llevo y lo sirvo en bandeja
para que le hagan sepa Dios qué es lo quieren hacerle ¿Quiubo? ¿Ahora
entiende lo importante que es no salirse del papel? ¿Hasta cuándo güevea?
- Sí Nemesio. Pero entiéndame usted también. Tengo que estar
inquieto.
-Nada. Ya, hay que bajarse- me dijo. Indicó el timbre de cordelito el
cual accioné.
Era Quillota y definitivamente Quillota de los 80 no de los 50. Me
bajó algo como un poco de felicidad pues era la misma bullente ciudad que
hace 2 días visité con la abuela. Hice entonces nuevamente fervientes votos
para encontrarme con alguien conocido. Pero la boca del Liceo de Hombres
de Quillota nos tragó rápido.

-Aquí está el chiquillo del que le hablé- le dijo Nemesio al inspector


mostrándome.
-Muy bien ¿Tiene sus papeles?- preguntó el colega quien desde un
principio pareció turbado. Evitó mirarme a los ojos. Luego lo sentí molesto
porque emanaba una serie de gestos indicándome que para él algo no andaba
bien.
-No. Ya le expliqué ayer- Nemesio le dice serio
-Muy bien- el vejete suspira y se entrega- Que pase no más. Sexto
D. Usted se puede retirar. La salida es a las 12. Es temporada de exámenes.
El supuesto Inspector me conduce en contenido silencio hacia el
patio central donde los alumnos se empiezan a formar. Allí me deja. Me
sonríe profesional antes de alejarse. Parece más regimiento que liceo.
-Me gustaría hacer una llamada- le digo.
-Al recreo quizás Torres. Vaya a formarse- y se aleja casi corriendo.
la razón & la fuerza

Es un ridículo sueño donde no es enero sino diciembre del 50. Yo sé


que es enero, enero del 80. Mi calendario mental se arruga y se arruga
impotente ante tanta paradoja. Confundido y sumiso busco la fila del sexto
D. También busco inútilmente alguna, siquiera alguna cara conocida pero,
como es ridículamente lógico, no logro reconocer a nadie.
Un viejo auxiliar toca la campana indicando así el inicio de la jornada.
Una profesora de capa blanca nos saluda allá adelante. Nos ordena sacarnos
las manos de los bolsillos y entonar el Himno Nacional con ganas.
Estoy al final de la fila. Uno de pelo largo adelante susurra que la
Godoy es una marimacha de mierda.
Después del Himno se acerca al frente alguien de terno café.
Posiblemente sea el director. Se dirige al alumnado recordándonos que son
los últimos días de clases y se debe mucho empeño en la disciplina y a los
exámenes. Es la etapa final.
El que me condujo al patio central e ineludiblemente era el Inspector,
a quien el chascón de adelante trata entre dientes de nazi, felicita a los
cursantes del sexto de humanidades. Nos insta a representar bien al liceo en
el bachillerato, a evitar todo tipo de celebraciones inadecuadas que mal
conmemorarían el término de tan importante etapa estudiantil. Luego de estas
y otras palabras, las cuales no escuché, hace pasar a sus respectivas salas a
los cursos que estén con profesor al frente.

Iba en la pregunta 15 de 36 del examen de Castellano. Contestaba


con golosa facilidad cuando apareció en la puerta de la sala el viejo Inspector
llamando al profesor de lentes que nos tomaba la prueba. Entonces el
supuestamente nazi me señaló con un bic de tapa roja. Ambos miraron hacia
mi banco. Todos los alumnos entonces se dieron vuelta a mirar hacia donde
indicaba la autoridad. Finalmente el profesor ordenó seguir con el examen
de castellano y se acercó a mi puesto.
gabriel castro rodríguez

-Torres, su mamá está mal así que debe retirarse, después vemos
cómo termina los exámenes, total, su madre es más importante. Su tío está
en inspectoría. Tome sus cosas y salga. Esté tranquilo Héctor, son las cosas
de la vida- me dice el profesor- Su mamá quiere verlo. Le dio algo grave que
es posible que la quite de este mundo. Después puede volver en horario libre
a terminar sus humanidades. Vaya.
Comencé a caminar confundido junto al inspector. Miré hacia atrás.
Supuse que el profesor, seguramente en la sala, en mi banco, mi colega,
rompía en varios pedazos mi glorioso examen.
Entonces recordé medio pasmado: Mi padre nunca terminó sus
humanidades.
Salimos con Nemesio del liceo tan rápido como entramos en él. En
la esquina apropiada nos quedamos esperando la liebre apropiada.
-¿De verdad la abuela está mal?
-Le ha dado por irse de la casita que tu papá le hizo en el terreno de
la Juana. Sale a vagar en busca de quién sabe qué. Vaga y vaga. Después
como que se pierde y no sabe o no quiere volver. Esta vez se cayó y se
machucó bien machucada. Tu papá la está viendo ahora.
-Mi papá- grité-¿Mi papá está en San Marcos?
-Sí, la vino a ver y se encontró con la sorpresa que doña Isabel no
estaba. La buscó, preguntó por acá y por allá y al fin dio con ella. La llevó en
taxi al hospital. Parece que se partió la cadera. Ya no va a poder valerse por
sí misma, quizás ya nunca más.
-Vamos. Ésa es la liebre- dije y estiré el brazo para hacerla parar.

Fractales

Un suspiro, me di vuelta. Abrí un ojo y vi que ya era de día.


Tenía la boca amarga. No muy hondo adentro el suspiro. Deseaba
entregarme nuevamente al sueño. Vi la hora y eran las siete y veinticinco del
día sábado. Cerré los ojos y seguí durmiendo.
Supuse se trataba todo esto del desgano, un viaje de mi Energía Blanca
hacia otro sector de mi planeta corporal. La pregunta fue: Si no está en este
acto respiratorio hermano del desaliento, del ahogo, falta de oxígeno, etc
¿A dónde se fue la Energía Blanca?
la razón & la fuerza

Fue entonces cuando adherí al estado de mi espíritu y lo tomé más


bien como el ojo del tornado, el posarse en la mansedumbre, en mi reino
alimentado- Como diría Neruda- de leche eléctrica, la cual me dio por
suponer se trataba de leche con ron. Un Alexander de los de Lennon y me
auguró buenos aires queridos. Me creó espacio tranquilo y entonces bauticé
todo eso como el método B. S. F., primo hermano del B. B. B.: Bueno, Bonito
y Barato. Estuve así de ir corriendo a la oficina de patentes y asegurarme
un sustento B. B. B. para cercenar de mí la ventosa la cual me recorría la
espina dorsal succionando mi sangre pobre pero honrada. Dejé para después
eso de pedir a viejas incautas, vía contra reembolso, un folleto de mi método
recién nacido: Bueno, Sano y Feliz.
Preferí desde ese sueño probarlo en mi Psiquis por un tiempo. A ver
si me hacía coraza para defenderme y al mismo protegiera al resto de toda
esta gran masa de Energía Negra inundándome las venas de los ojos, puños
y la voz a cada paso dado. Cada instante recorriendo aquel sendero de la
vida. Sentí un ruido en la cocina. Y dije Amén.
He aquí el dilema queridos compañeros y compañeras de ruta. Grité
en sueños:
-¡Polución!- ¿Polución nocturna? me pregunté examinándome el
entrepiernas.
Me confesé esa mañana, tirado inerte en la cama, sistema órganico
emitiendo gases tóxicos y quise, lancé una carcajada, no me digan que no
estuve IN con aquello, de nuevo me reí fuera del sueño, un filtro catalítico, y
otra vez todos juntos, insté:
-Amén- grité fuera del sueño. Respiré hondo esa vez con energía y
soñé:
Quiero un basurero en las afueras de la ciudad, ni en un prostíbulo,
ring, micro, caja de vino tinto, ni en el parque donde hacer footing, ni ninguna
otra parte más que en un lugar ad hoc, verdaderamente ad hoc para toda la
humanidad donde verter tanta Energía Negra llena de hollín contaminando
mi ámbito. Insistí , y desperté.
-No me digan que no estoy de moda con este mensaje. Amén. Amén
y otra vez Amén. Le pondríamos una tapa de titanio y una válvula ¿Qué tal
sería que fuera aprovechable tal energía, una vez debidamente tratada, para
fines no bélicos en beneficio de la humanidad? ¿Ah?
-Duérmete Abel. Es tan temprano todavía, vas a despertar al niño.
gabriel castro rodríguez

Abrí los ojos. Estaba en el espejo de la cómoda y también mi pequeño


hijo en la cuna muy dormido. Precioso él. Vi también a una cara maltrecha
con un peinado ya lo quisieran para una película de terror. Me sentí perdido
en un mundo de, a duras penas, equivalencias, reflejos. Nada es perenne, ni
un segundo, me dije. Yo, un hombre en busca de sólidas e inapelables
igualdades.
Me di vuelta y me acurruqué, pero ya el sueño se me había ido. Tenía
la boca cerrada conteniendo los más portentosos efluvios de alcohol. La
barba mal afeitada eterna de un maniaco depresivo. Me levanté y me miré de
cuerpo entero en el espejo. Ése era yo con mi anatomía atropellada por el
sueño. Aburrimiento de otro espantoso día igual al anterior. Un litro de pésimo
vino tinto y casi 10 cigarrillos de más mala calidad que el vino. Todo en ese
cuerpo.
Era un animal sin gratitud. Un Centauro supe días después.

Recordé mientras iba al baño: Conocía en ese tiempo a alguien que se


preocupaba mucho, entre otras cosas, de su imagen: De su corte de pelo, su
ropa, la pluma fuente, del modo de expresarse, las gafas bien limpias y en
buen marco.
Comencé a lavarme los dientes.
Ese tipo lo hacía bien. Me daba lecciones. Un maestro para alguien
como yo, refocilándose entre los fractales de la vida. En más de alguna vez,
sin embargo, me había tratado de vestir de negro, beatle y pelo corto. Pero al
rato me chorreaba de barro y tinto. Es que mis células llamaban al caos como
el imán al polvo de los rieles que días después recorrería.
Además este ser se mostraba humilde y tranquilo en el lugar donde
debía mostrarse humilde y donde la calma era oro por su escasez. Pero por
dentro, y algunas veces visiblemente, se dejaba cambiar la imagen, o no
podía evitarla y era violento y nervioso.
En fin. Eran vacaciones y había que olvidarlo, me dije. Me metí a la
ducha.
la razón & la fuerza

Alta Fidelidad

Los productores de vicios simplemente no nos cuidaban. Otro día


más en el Paraíso, me dije mirándome en el espejo del botiquín y lanzando
un eructo hediendo asqueroso ¿What can you do now?
¿No hiciste una promesa ayer? ¿No tuviste un presentimiento? me
pregunté. No se me podría llamar un buscavida en esa mañana. Más bien
parecía ser todo lo contrario frente a ese espejo
¿Ayer? Viernes, dos de la madrugada, borracho, prometía, veía o
presentía cualquier cosa. Borracho, drogado o loco. Hasta que no bebería
más podía prometer. No fumaría y escribiría a conciencia, me sonreí paternal
al espejo, a conciencia una gran novela. Ja.
-Hoy nada prometo. Sólo a mí mismo vivir haciendo mínimo daño a
mis semejantes, empezando por mi familia.
En definitiva parecía ser, la vida, pensé esa mañana, no era más que
una pugna constante entre nosotros y los otros. De tal forma solamente prometí
a esa hora matutina: Ser inicuo para ser bueno, para no sentirme después
culpable.
Justamente esto último era lo cual me ataba, lo que me acordonaba, lo
que me detenía: Las culpas. El qué dirán.
En definitiva toda esta problemática, pensé mientras me vestía, se
hubiera resuelto si hubiese madurado más rápido. Esas sucias y apestosas y
nauseabundas cadenas son las únicas que no me dejaban emprender vuelo,
me dije y fui a leer en la máquina:

Hacia el umbral mínimo pero existente de mi esperanza.


Yo soy la candela la cual no se apaga aun en la noche + salvaje
y también
yo soy el relámpago rasguñando
a la medianoche
yéndose con el siguiente momento
encandilados todos por segundos...
Yo soy la rosa de Sarón
y el lirio de los valles...
gabriel castro rodríguez

El amor, la paternidad, pero la comodidad, la cara de mis padres, de


mi suegro, de ella y de mi hijo buscándome. Esos eran los cabos atándome a
ese día sábado.
-Cada ajo tiene adentro una lágrima- escuché le decía maravilloso mi
hijo a su madre preparando el almuerzo.
Eran de mi familia las cuerdas las cuales me ataban a este día sábado,
día de lavado, feria, visitas y tranquilidad, suavidad, tibieza, relajo, sueño,
este poder seguir durmiendo rico si quería, tibio, uterino. Pero no, ya estaba
lavado y vestido, sin sueño. Había que ejecutar este nuevo día a como diera
lugar. Ya no creía esa mañana, ni en muchas otras, en la búsqueda de la
felicidad. Creía en el encuentro fortuito y breve con ella. Ni más ni menos
como se me ofrecía la programación desde el televisor frente al sillón, esa
mañana en el living donde olía a tabaco y a frío.
Qué dulces y deliciosas cadenas y por lo mismo: Qué sospechosas
felicidades de saber que tenía 300 más para otra cajita y 150 para otra cajetilla
en el cajón de la cómoda, de la cómoda.
Ay qué más amarga desazón la de saberse borracho y perdido, entre
borrachos y perdidos. De un tiempo a esa parte en aquellos y otros vasos se
me habían dividido los minutos de mi vida: Por un lado los de oro puro, por
otro los de mierda pura.
Abrí una botella chica de cerveza que saqué del refrigerador. Todo
igual a mi triste disposición para reiniciar la rutina.
Encendí un cigarrillo.
Interruptores que presionar y ya. Todo comenzaba y nada lo detenía.
Ni la novela que el día de ayer había empezado la cual no me daban ni ganas
de retomar por mala, tonta y humedecida en vino.
Fui hasta donde la máquina en el dormitorio. Era tan fácil ponerse a
escribir cualquier güevada ¿A quién podría servir esa literatura, William
Lee, ah? Ni a mí mismo. Saqué la hoja de la máquina y la tiré al tacho de los
papeles. Seguro por eso era un vómito lo que escribí aquel ayer, y aquel
anteayer, y aquel antes de anteayer. Por fácil. Si escribiera bajo otras
condiciones...
Bebí un trago de la botella.
la razón & la fuerza

Aunque hubiese hilado las mismas oraciones, pensé, ellas habrían


tenido más valor si hubieran sido escritas bajo un puente, o en un calabozo,
o en un bar a las 4 de la mañana, como después parecido sucedió. Sólo así
las amaría más por maravillas desburguesadas.
Creo arrugué otras hojas y las quemé en la tina en una suerte de ritual.
Quizás las dejé para que el tiempo las pudriera en el closet. Eso sería lo
mejor, reflexioné. Como fuera no merecían nada más que eso: Desidia. Quiero
pensar que las dejé podrirse al tiempo, el mismo que me pudría a mí desde
ese momento en el cual alcancé el botón de encendido de la TV, el pérsonal,
accioné ambos y me puse a leer imbécilmente, por enésima vez Rayuela
mientras veía unos dibujos animados japoneses sentado en el sillón. Me volvía
a dormir y eran recién las nueve. Pobre Cortázar, inútil Cortázar.

*
Me quedé dormido por lo menos 15 minutos después de haber
encendido la tele, el pérsonal y abierto a Rayuela pobrecita. Los dos últimos
en el suelo.
Mi esposa y mi hijito deambularon ese día por el departamento
haciendo sus cosas. Y pensar que me había quedado con ellos para aportales
algo positivo. No para contaminarlos con mi mala vida.
Cayó la botella a la alfombra y regó unos chorritos de cerveza.
Contaminando con estos vicios como el cigarro, comer ají, inevitablemente
comprarme el diario todos los domingos, el cafecito, la cerveza, el vino, el
pisco y tantos otros tics los cuales bien me mataban a mí, pero en los cuales
no había para qué involucrarlos a ellos.
Mi esposa levantó la botella chica. Limpió lo mejor que pudo la
alfombra.

*
Desperté nuevamente a las doce. Desde la pantalla de la TV un gringo
me decía algo cómico que me hizo reír. Busqué la botella. No la encontré
por ninguna parte. No tuve que prestarle mucha atención al tipo de la tele
para entenderle el chiste. Me lo sabía de memoria. Me lo había dicho tantas
veces y las mismas veces nos habíamos reído juntos. Me puse de pie y fui
hacia el refrigerador. Esto sí que era fidelidad, mierda.
gabriel castro rodríguez

Y tuve Sed otra vez

Todos los vegetales buscan de una u otra forma un camino hacia la


luz, narraban en un documental de la TV, y yo decía: A veces hago todo lo
contrario a aquella fototropía. Me levanté, apagué el pérsonal pensando en
las caras pilas. Nuevamente erupté el maléfico vino que me había destruído
otro ayer más.
Los que no creen en este mundo lo suicidan un poco cada día, pensé
mientras iba a la cocina y preguntaba si había que comprar algo para el
almuerzo. Dinero, muerte, miedo, mediodía hermoso de verano, todavía había
patria ciudadanos.
Tomé con una mano la bolsa del pan. Con la otra la manita de mi hijo
y salí del departamento.
Por lo menos yo todavía estaba vivo, me dije.
Pedí a Dios me conservara en su santo reino, flotando en un frasco de
buena cerveza si fuese posible. Tuve sed otra vez.

¿Por el Padre se Llega al Hijo ?


o
¿Por el Hijo se Llega al Padre ?

Retorné en forma mental, entonces, a algún momento de mi infancia


en el cual mi padre probablemente me podía salvar de un grave entuerto,
aunque 25 años después era un problema no de niño sino que de hombre: Me
raptan de noche unos desconocidos, me salva un pariente y me mete en una
extraña pesadilla.
-Papá. Sácame de aquí y llévame contigo a la casa.
Pero como si un demonio siguiera barajando los sectores de mi vida
y mi destino, yo mismo me di cuenta: Esta salvación era una paradoja espacio-
temporal a la cual no me estaba dado recurrir.
la razón & la fuerza

-Llévame a casa- insistí pero ¿A qué casa? A un hogar el cual ya no


es el mío y más encima no existe porque mi padres no viven donde me criaron.
Para ellos nunca fue bueno, específicamente para mi madre acostumbrada a
vivir en el centro a mano de todo. Allá arriba en el cerro, en los suburbios de
Viña, era la tragedia. Pero por el niño subieron. Por mí, y también, por qué
no decirlo ahora cuando bien voy entendiendo algunas cosas, por el Titito,
quien veía en ese lugar mitad barrio residencial mitad campo un retorno a su
locus amoenus. Es que había más aire puro, más sol, más campo, la quebrada,
el paisaje, el verde. Realmente le gustaba todo eso. Pero después de que el
Abelito se casó ¿Para qué seguir acá? preguntó mi madre. Mi padre no supo
qué decir porque la verdad era evidente y también mareado por sus años se
dejó llevar a otro lugar.
Entonces mi casa ya no estaba. Igual me podía rescatar. Me llevaría
en el auto a mi nueva casa a donde estaba mi flamante familia y entonces
todo resuelto ¿Ok? Indagar entonces qué mierdas es lo que pasaba con
aquellos güevones sacándome a medianoche y raptándome. Saber si a mi
esposa y mi hijo no les habían hecho daño tales bestias al perderme de vista
a mí, a su objetivo. Saber, padre, qué es lo que había hecho para ser atrapado
y castigado. Saber de paso el nombre de mi, nuestro, crimen familiar y tratar
de explicarse y resolver. Resolver. Preguntarte como que no quiere la cosa
qué onda con el Nemesio que se había empeñado en resolver un problema
grave del pasado de tu, nuestra, estirpe.
-Papá explícame qué chucha está pasando.
¿Por el Hijo se llega al Padre? o ¿Por el padre se llega al hijo? No sé
todavía cómo va esta historia.

Educación Rural, Humor Campesino

Hizo aparición avanzando a poca velocidad por la calle principal


enlatado. Protegido cree el pobrecito de mi padre en su auto de segunda
mano blanco. Casi feliz. Orgulloso a pesar de su pesar de hoy: Su madre
grave.
gabriel castro rodríguez

Iba en su supuesto escudo separándolo del pueblo. Haciéndolo


superior. Una cápsula de cristal superior al pasado y al presente de los
habitantes. Pero era sólo una ilusión suya lo de la seguridad. Estaba más
desollado que nunca ante las miles de horrendas moscas locales. Pegándosele
el polvo levantado de las calles de San Marcos en su cuero al descubierto
como siempre, posiblemente como todos los días, como en sus pesadillas
recordó lo de la orange crush con ceniza:
Alguna figura paterna queriendo serlo, debiendo serlo, o por si acaso,
le dio una lección antitabaquismo:
-Tome Titito.
Una rica Orange Crush fresquita le pasó con la mano oscura de
campesino. Con una sonrisa imperfecta de oro bondadosa.
-Tómesela al seco que está rica.
Y así se la zampó. Hasta el fondo el pobre Titito de quizás unos 10
años sin sospechar sus buenos centímetros cúbicos de ceniza de cigarrillo
obtenida de algún cenicero de por ahí.
-Para que no se le ocurra agarrar el vicio del cigarrillo. No faltaba
más- y escupió una carcajada sucia de babas hasta el final de los días nuestros.
Estuviste vomitando, papito, todo ese día y todos tus demás días
también. Vomitando la paternidad putativa, la confianza, la educación rural,
el humor campesino. Tantas otras cosas que vomitas alguna veces cuando
andas mal con el pasado muy demasiado al día sin poder borrarlo. Triste
hombre endurecido por fuera con diversos materiales como el auto blanco
con el cual te paseabas ya abuelo por las odiosas e intactas calles de San
Marcos después de casi 30 años de haberte zafado en buena ley de ellas.
Venías de vuelta del hospital donde dejaste a la abuela quebrada,
sin lograr todavía, y ya nunca, saber cómo endurecerte por dentro pobre
padre mío. Tú no me ibas a poder ayudar ¿Cierto que no podías aunque
quisieras? me pregunté apostando.

Sencillo pero Certero

-¿Cómo está la abuela?- le preguntó el huaso a mi padre,


semisacándose la chupalla.
la razón & la fuerza

-Hola Nemesio ¿Cómo estás?- contestó mi padre extendiéndole débil


su mano mientras con la otra se arreglaba nervioso los lentes- Mi mamá se
fracturó la cadera. Se cayó vagando por acá buscando con su cabeza mala no
sé qué- abrió la puerta del auto y salió. Estábamos frente a la casita de la
abuela- Ella cree en su pobre mente que tiene cuarenta años menos -sonrió
nervioso- La pobre me decía que me había mandado en la mañana al liceo-
continuó sonriendo con dulzura por el hecho, en su opinión, delirante. No se
imaginaba que eso había pasado casi en verdad- Ahora se quedó hospitalizada
en Quillota y quizás la operen. Pero ella no va a resistir, yo sé que no, ella no
es para hospitales- se entristeció- ¿Quién lo es? Si deciden operarla, aunque
el doctor dice que por la edad es mejor que no se haga nada, se la llevan al
Gustavo Frike en Viña ¿Quieres saber en qué piso y pieza está para que la
vayas a ver?
-Papá - dije saliendo de detrás de Nemesio, estremecido por mi
ejercida condición de hijo.
-Abelito qué bueno que viniste- sonrió extrañado al verme. Se ajustó
nuevamente sus lentes y me tomó por un hombro, contento- ¿Cómo supiste?
¿Viniste sólo?- buscó a mi alrededor- ¿Cómo está la Lily y el niño?
-Bien supongo, papá- dije. Traté de pedirle auxilio, pero sentí a
Nemesio apretándome disimulado el brazo.
-Nos vamos juntos ¿Ya? La abuela me pidió unas cosas- se dirigió
hacia la casita con llaves en su mano- Su Biblia, unas ropas- dijo. Cabizbajo
se acomodó nuevamente los lentes- Vamos a Quillota a dejárselas y
aprovechas de verla. Aunque es posible que ya esté durmiendo por los
medicamentos que le dieron- me tomó de los hombros con un gesto entre
apoyo y cariño- En todo caso no se puede conversar mucho con ella porque
anda con la cabeza mala. Tú sabes. Y de ahí te llevo a tu casa- se dio vuelta-
Nemesio ¿Quieres ir a ver a mi mamá?
-Sí. Sería bueno ir con ustedes- contestó Nemesio y me miró a los
ojos como amenazando con terribles males si seguía intentando algo.
-Aunque de vuelta te dejo a la salida del pueblo no más- le advirtió
mi padre- No tengo para qué entrar de nuevo ¿Ya?
Mi padre no quiere a San Marcos. Quién puede, sólo Nemesio.
gabriel castro rodríguez

-No hay problema Tito- dijo Nemesio sin dejar de mirarme. Le


devolví potente la mirada al huaso riéndose suavecito ¿Qué es lo que trama
para evitar mi fuga que se va perfilando perfecta y limpia? me pregunté ¿O
es que todo ha terminado y hasta aquí no más llegó su loco plan?
Por su parte mi papá se veía mal. Su mamá maltrecha y él también.
Más que nunca su espíritu estaba fallido. Ni siquiera se dio cuenta de que
andaba de uniforme escolar en enero y con casi treinta años a cuestas. Nemesio
lo sabía: Mi papá estaba débil. Tanto, pensaba, como para fácilmente
arrebartarle a su hijo de las manos.
¿No captaba mi presidio? Necesitaba decírselo. O quizás las
circunstancias, pensé, me serían favorables sin tener que decirle mucho.
Observé a mi padre cómo buscaba entre las cositas de la abuela. Circunstancias
propicias ni más ni menos como se estaba perfilando la situación.
Nemesio se sacó la chupalla. Se rascó la cabeza pensando lo más
rápido posible mientras mi papá seguía buscando en la casita de mi abuela lo
necesario para llevarle. El huaso se me acercó mientras esperaba afuera.
-Tú no te escapas tan fácil. No te hagas ilusiones. Tu padre está mal
con lo de mi tía. Será fácil distraerlo de su hijo que ahora no le preocupa
tanto. No te hagas ilusiones Titito. Tu aventura lejos de terminar está recién
empezando, te lo juro.
-¿Por qué se afana en esta ridícula pantomima? ¿Por qué no
terminamos esta farsa por la paz? Nos despedimos como buenos amigos.
Después de todo usted me salvó de mis raptores.Y calabaza, calabaza...
-Pantomima- se puso la chupalla y sonrió confiado- Bonita palabra
y eso que no es ni domingo. Oye Tito- me ignoró y fue donde mi padre.
-¿Humm?
-Tu hijo me estaba diciendo que si podía quedarse acá en la casa de
la abuela unos días- miró hacia donde estaba yo y me cerró un ojo- Así está
más cerca del hospital. Tú te mantienes bien informado de su estado y él la
puede visitar diariamente.
-¿En serio Abelito?- me sonrió- Gracias pero- metía cosas en una
bolsa- ¿Y a la Lily y el niño los vas a dejar solos? Mejor no. Además yo igual
puedo venir a verla todos los días- me pasó la bolsa y me dijo que la llevara
al auto- Gracias hijo, pero es mejor que lo hagamos a mi modo ¿Ya ?
la razón & la fuerza

Típico en todo caso, aunque en ese instante su tozudez me favorecía.


Miré a mi papá mientras cerraba la puerta de la casita. Cuántas veces había
apretado los dientes ante un padre que no cedía un milímetro por nada ni por
nadie su idea de las cosas y los hechos.
-Como tú digas Tito- contestó serio su primo siendo que el que tenía
que contestar era yo, ahora mudo. Con ganas eso sí de gritar.
-Ya ¿Vamos?- propuso mi padre caminando hacia el auto.
-Vamos- asentí más tranquilo sintiéndome rescatado. Nemesio volvía
a sonreír, esta vez a espaldas de mi papá quien acomodaba la bolsa en el
auto. Me cerró un ojo nuevamente haciéndome un gesto con la mano como
diciendo que me esperara. Parecía querer decirme que tenía muchas más
cartas en la manga.
-Tito llévate las cosas de valor de la abuela, que deben ser pocas,
pero igual. El otro día le entraron a robar a la Sara que tú sabes está como
siempre con tu tía Liduvina veraneando en Quintero- señaló con la chupalla
en la mano la casa de material sólido dominando el terreno- Y tiene esta casa
sola, y ahora la casita de al lado de tu mamá que también va a quedar sola...
-Ah- dijo mi padre y se acomodó nuevamente los lentes pensando-
la Sara está en Quintero- abrió el auto- Pero dejé con candado- mostró las
llaves- Además tan poco de valor queda.
-Pero igual- Nemesio me miró serio- Podrías dejar a tu hijo cuidando.
Mi papá me miró, luego a Nemesio y se rió suavemente.
-Tú quieres de cualquier forma que mi hijo se quede en San Marcos-
ahora mi padre lo miró serio- ¿Qué pasa?
¿Cómo te quedó el ojo Nemesio? Este es mi padre. Sencillo pero
certero.
-Vayámonos luego, papá. No vaya a acabarse el horario de visitas-
le dije entusiasmado a mi papá tocándole el hombro. Reflexioné entonces
que el tocarse, en una relación en que tales actos son escasos, volvía el gesto
de gran significancia.
Mientras, el Nemesio callado parecía rendirse mientras se metía al
asiento trasero del auto.
gabriel castro rodríguez

Centauro

Yo adelante, al lado de mi padre, me fui contándole de camino a


Quillota las nuevas gracias de su nieto, y de la posibilidad de ir a pasar unos
días con ellos aprovechando mis vacaciones. Mientras Nemesio atrás persistía
en su silencio, seguro planeando alguna forma de no soltarme de su redil
porcino en el cual me tenía hasta hace un rato.

La abuela estaba dormida. Entre sedantes agotada, quebrada y


derrotada de saberse, a pesar de sus delirios, en un hospital. No había
posibilidad de visita ese día a esa hora, dijo la enfermera y recibió con cara
de sospechosa las especies llevadas a Isabel.
Aprovechando que Nemesio esperaba taimado afuera, mi papá,
primero mirando para todos lados, me tomó de los hombros como casi nunca
solía hacerlo, haciendo entonces así la situación más que importante, y me
llevó hacia un rincón.
-Debes saber bien que no te puedes ir de aquí Abelito. Perdóname,
pero lo que Nemesio está intentando hacer es necesario no intervenirlo.
Tranquilo hijo. Tu familia y nosotros estaremos bien- me apretaba suavemente
los hombros- Entiendo que debería sacarte de este lío pero no puedo. No
tengo ni fuerza ni derecho- se reacomodó los lentes- Sé que tú quieres irte
conmigo, pero no debes. Quédate con Nemesio. Él sabe lo que hace contigo.
Yo sé por qué intenta de todas las formas retenerte. Es algo de la familia.
Cierto es que debería estar prisionero yo, pero mi tiempo y mi fortaleza ya
no me pertenecen- levantó los hombros y sonrió levemente- Te las heredo
confiado en que tú podrás arreglar lo muy feo que está incrustado en nuestra
calaña. Debería habértelo dicho antes, pero bueno, es justo ahora el lugar y
el minuto. Nemesio se ha empecinado en detectarlo y extirparlo desde hace
mucho tiempo. Ya no me quiere a mí para asear a la familia. Te lo pide a tí.
-Él no pide. Exige- le dije buscando en su rostro algo que no
encontraba en sus palabras: Auxilio.
la razón & la fuerza

-Si sé. Lo conozco. Pero no nos falles Abelito. Has lo que yo no


puedo ya hacer. Hazlo rápido. Te prometo que la Lily y tu hijo, mi nieto,
están y estarán bien. Para eso tengo fuerzas. Has lo que hay que hacer, así tu
hijo no heredará una tarea inconclusa como te ocurrió a ti. Para lo que te ha
atrapado Nemesio yo no aguantaría. Tú eres joven y fuerte. No tomes tanto
y cuídate. Sé fuerte y sabio como nunca. Perdona, pero no puedes irte
conmigo- Me abrazó tembloroso- Yo sé bien lo que Nemesio está haciendo
contigo. Hazlo por nosotros y pon fuerza para que terminemos luego con esa
suciedad que buscamos. No te puedes ir conmigo. Ojalá pudiera llevarte.
Quería hacerme el tonto y rescatarte, pero debo dejarte en San Marcos
cumpliendo el plan de mi primo. Es que así, al final, la felicidad por fin ya
verás como se posa definitivamente sobre nuestro apellido. Pero te regalo un
salvavidas- comenzó a hablarme al oído- Un secreto que no debes compartirlo
con nadie. Creo que es lo único y mejor que ahora te puedo dar, y de verdad
te hará mantenerte vivo: No te alejes mucho del centauro que está dibujado
en la gran pared de adobe pintada de blanco a la entrada del pueblo. Examínalo
bien, entiéndelo, apréndetelo. Yo sé por qué te lo digo. No dejes que lo
borren tampoco. De ahí venimos tú y yo. Por él pude salir de San Marcos.
Nemesio no puede hacer nada contra eso- miró nervioso hacia el auto- No
sabe de su importancia ni cómo utilizarla. Por eso ha estado siempre donde
está. Debes entender esa imagen en esa pared al final de este viaje que
emprendes y que recién comienza. Si no, estarás perdido para siempre. Por
ahí saldremos ¿Quiubo?- se alejó de mi oído y señaló la insignia de la
chaqueta- Me tengo que ir ya. Veo que conociste mi liceo. Chao hijo. Te
quiero.
Me dejé desplazar por la fuerza de gravedad del momento hacia
abajo. Lentamente la espalda pegada a las baldosas recién desinfectadas del
Servicio de Salud de Quillota. Descendí hasta quedar sentado en el suelo
con la cabeza gacha posiblemente con una baja de presión momentánea y un
desaliento tan grande como la provincia, la región o quizás todo el país.
Respiré hondo. Desde el suelo le hablé débilmente a mi padre mirándome
hacia abajo espectante.
-Entonces dígale a la Lily que estoy bien, y que vengan a verme.
Los traes mañana cuando vengas al hospital a ver a la abuela- dije. Pero temí
que eso no iba a suceder- La Lily te va a contar algo que me pasó el otro día-
y lo miré a los ojos a ver si sabía algo.
gabriel castro rodríguez

-A ver si alcanzo a traerlos mañana- dijo. Seguro pensaba que eso


no iba a suceder posiblemente- ¿Qué te pasó el otro día?- el rapto nocturno
era, entonces me pareció, harina de otro costal. Fuera de este lío familiar
Héctor no sabía realmente a lo que me refería.
-Ella te va a decir- suspiré con un desaliento del tamaño de América.
Así fue como la jugada la ganó Nemesio esta vez.
Me despedí con un beso de mi padre con cara de extraviado. Lo vi
alejarse con su auto en dirección al río Aconcagua. Se iba por la costa vía
Con-Cón. Quizás hasta cuánto tiempo más verlo a él o a mi familia.
Ganó el maldito huaso implacablemente y en curiosa complicidad
con mi padre. No me esperaba eso. Como si fuera la mano de hierro de un
destino de acero que veía injusta e inexplicablemente de pronto atándome a
esta zona, la cual se me convertía en una extraña burbuja de tiempo añejo
entregada en misión, la cual quién chucha sabe por qué crestas se les ocurría
encomendarla a mi pobre espíritu triste. Un espíritu que sólo quería disfrutar,
como siempre, tranquilo en su burguesa alcóholica decadencia con aquel
verano de merecidadas vacaciones docentes, pretendiendo dedicarlas a
escribir literatura y fantasías pero no a vivirlas. Ofrecía en venta en ese
momento mi alma por una pilsener. Mi más barata huída.

Una Carta

Decidí la noche de aquel día redactarle una carta a mi esposa.


Encendí una vela, la puse en la palmatoria de loza del velador y
comencé a escribir.

Mientras observaba la carta recién hecha alcancé a pensar ya en su


respuesta ¿Pero a dónde recibirla?
Si diera la dirección de Nemesio, en el caso de que existiera, y la
contestación llegara aquí, él la haría pedazos. Y a mí también de paso. Me
toqué el diente suelto. Solución: una casilla postal. Miré a través de la ventana
la noche estrellada ¿Pero en este pueblucho habrán tales modernos servicios?

*
la razón & la fuerza

Al día siguiente caminé por la calle principal de San Marcos en


busca del correo con la carta en el bolsillo trasero de los pantalones. Salí de
donde lo de Nemesio después de hacer mis deberes so pretexto de estirar las
piernas. De cuando en vez miraba hacia atrás esperando la vigilancia del
huaso. Ni luces de él. Repasé los edificios públicos: Policlínico, la iglesia:
Un galpón de madera con una cruz blanca sobre la entrada. La muni, el
correo. Busqué dónde pudiera albergar algo parecido a casillas. Pero nada.
Entré. Le pregunté a una señora de pelo teñido, guardapolvos azul
marino, lentes gruesos y lápiz pasta bic en la oreja izquierda. Me miró desde
atrás del mesón.
-¿Casillas?- preguntó considerando lo escuchado como si le
consultara por plutonio en polvo.
-Sí. Es que no tengo domicilio fijo y pensé que las casillas serían
solución para recibir respuesta a ésta- le mostré la carta para mi esposa- Va a
Viña y quiero recibir la respuesta acá ¿Qué puedo hacer? ¿Qué pongo como
remitente?
-¿No tiene domicilio fijo? ¿Y dónde hospeda?
-Por ahí- dije señalando hacia un lugar remoto en el cual supuse
estaban los cerros.
-¿Usted no es el primo de Nemesio?- me preguntó. Se sacó los lentes
y se achinó mirándome el rostro. Con esa pregunta terminó toda posibilidad
de diálogo o amistad.
Di media vuelta. Salí rápido para que si a esta vieja se le ocurriera
hablar con Nemesio careciera de seguridad de mi rostro y así el huaso no
tuviera certeza de mis intentos de comunicarme con el exterior. Sería la mala
vista de la vieja contra mis palabras jurando no haberme acercado por el
correo.
Luego sentado en la desértica plaza se me ocurrió: la respuesta estaba
en la próspera ciudad de Quillota, ahí seguro estaba el servicio buscado
¿Ir a Quillota entonces?
Miré la carta para mi esposa. La abrí y leí lo escrito la noche anterior.
gabriel castro rodríguez

Lily:
Realmente espero estés bien tú y nuestro hijo cuando leas estas
líneas. Y recuperada del shock del rapto.
Has de saber, no sé si mi padre te ha contado algo, que estoy en
San Marcos, y en general bien. A salvo de mis iniciales raptores, de los
cuales todavía ignoro sus móviles para arrebatarme de ustedes ¿Tú sabes
algo? Si es así cuéntame. Estoy bien. Pero diría que de nuevo raptado.
Es tan confuso todo. Te contaré sin detalles que un tío de mi padre,
(recordarás que él es de acá), se ha empeñado en que yo asuma el rol de
enmedador de pifias familiares. En estos momentos para todo el mundo soy
su primo, es decir el Titito, es decir tu suegro, mi padre. Así me presentó
ante la abuela y así a ella se le ocurrió acogerme como su hijo vuelto a
tener 25 años. No es raro en ella tal reacción ¿Te acuerdas cuando la vinimos
a ver y ella tenía en un macetero y regaba una flor plástica? Pues bien
ahora ella está grave y alucinando en el hospital de Quillota. Se cayó la
pobre. Nemesio, así se llama el tío, quiere que ahora sea la abuela, que me
vista como ella... Creo entender que así de esta forma, bajo esos roles llegaré
a algo que él busca y que no puede encontrar.
Era una misión para mi padre, algo que dejó inconcluso, y yo parece
que debo encargarme de pagar la deuda, pues él ya está viejo para esto.
Algo así como que su tiempo pasó. Yo no sé a dónde irá a parar toda esta
locura. Supongo estaré bien. Me preocupan principalmente ustedes, quiero
saber que están bien y sin problema. Yo en cuanto me deje ir Nemesio, estaré
con ustedes. Te juro que actualmente soy un prisionero de este hombre de
campo que me salvó de los raptores. Como te digo no sé qué querían conmigo.
Pero a su vez Nemesio me tiene también atrapado. ¡Hasta mi papá hoy en la
mañana, cuando vino a ver a la abuela enferma, me dijo que debía seguirle
el juego al huaso! Y te juro que no quiero (En mala hora me trajeron los
raptores, atado en la cajuela, hasta San Marcos) pero igual debo seguir
acá. Quizás más temprano que tarde, haya hecho o no lo que me
encomiendan, esté con ustedes. Cuidense. Váyanse del departamento, a donde
tus papás o donde los míos, no estés sola con el niño. Si necesitas plata
pídele a mi papá o intenta ir a buscar el cheque al colegio. Ya por estos días
lo estarán entregando.
Te quiere y recuerda, Abel.
la razón & la fuerza

Bolaca

Pero el esfuerzo de salir de San Marcos hacia Quillota a dejar la


carta y a intentar lo de la casilla lo supuse equivalente a huir de este lugar. El
ejercicio postal terminó ahí. Doblé la carta. Me la guardé nuevamente en el
bolsillo trasero del pantalón. Tiré el sobre y las emprendí hacia la casa de
Nemesio pensando seriamente en largarme del pueblo esa noche.
Mi mujer sabría de mi estado por mi padre. Era yo el que quería
saber de mi familia y temía que, ante el frustrado rapto mío, incluso con
bajas por su parte, hubieran enfurecido los malditos y descargaran tal furia
en ella y en mi hijo.
Recordé en ese instante el teléfono de mis suegros. Así distinguí
una solución a mis terribles dudas. Teléfono público. De hecho ya se me
había ocurrido la idea en liceo, sin embargo todo lo sucedido allá me distrajo
de hacerlo. Ahora era el momento.
Junto al correo logré divisar uno y me detuve ahí. Pero para llamar
a Viña se necesitaba una ficha. Me agarré la cabeza con ambas manos al ver
que en el mismo aparato había un autoadhesivo indicando que las famosas
estaban disponibles en el correo. Es decir para comunicarme de nuevo tenía
que llamar la atención de la viejuja de lentes, quien ya estaría sobreaviso de
mis intenciones de conectarme con el exterior ¿Qué hacer? ¿Sería
simplemente todo esto una trampa de mi antigua paranoia y la mujer no
sabía ni diría nada? Como fuera, igual debía arriesgarme para saber de la
situación de mi familia. Así estar tranquilo en esta intranquilidad sabiendo
de su buen estado. Por lo menos así haría más llevadera esta maldita aventura.

-Una ficha de larga distancia, por favor- le pedí a la vieja sin mirarla.
-¿Desistió de la carta?- preguntó buscándome el rostro, pero no le
contesté. Le pasé las monedas correspondientes. El último dinero que me
quedaba. Me pasó la ficha. Me miró de nuevo con ese asqueroso gesto de
sacarse los lentes y examinarme el rostro con los ojos de ciega achinados.
gabriel castro rodríguez

Fui donde el teléfono. Marqué el código apropiado para Viña y luego


el número de mis suegros. El sonido repugnante de ocupado sonó una y otra
vez. Nada. Imposible comunicarme. Así estuve por lo menos casi una media
hora entre dejar de llamar, darme una vuelta estéril por la asquerosa plaza y
volver al aparato. Marcar, y escuchar el tono de ocupado. Nada. No era mi
día. En eso estaba cuando vi aparecer en una de las calles del fondo a Nemesio
buscándome. Me alejé del teléfono y me senté haciéndome el turista,
mordiéndome la frustración de todavía no saber del estado de mi familia.
-¿En que anda Titito? Tiene cara de culpable- dijo Nemesio. Se
sentó a mi lado, se sacó la chupalla y me sonrió con su dentadura mitad oro.
-Mi cara no más- contesté muy molesto con su presencia.
-Sí , es cierto. Su cara de culpable no más- dijo y me miró burlándose
con gestos en su cara roja. Lanzó una carcajada.
-Quisiera saber de mi familia. Póngale que le intenten hacer algo
debido a que usted les frustró mi rapto.Y más encima perdieron algunos
hombres.
-Humm- farfulló sin interés en lo que le decía.
-Y bueno ¿Me dejaría comunicarme con ellos para saber su estado?-
me puse de pie y miré hacia el teléfono.
-¿Qué quiere que le diga Titito? Su familia es ésta. Yo, su abuela
enferma, toda está en San Marcos. En el futuro lejano parece que al aprendiz
de futrecito se le relaciona con Viña, pero ahora recuerde que ha retrocedido
en el tiempo. No existe tal familia.
-Ya pues Nemesio, déjese de güevadas. Está bien el jueguito para
seguirlo cuando corresponda, pero ¿No me entiende lo que le digo? Esto
está fuera del juego. Le pido bolaca ¿Entiende?
la razón & la fuerza

-¿Qué te hay creído cabrito? Más respeto con tu tío. Esto Titito, no
es juego ¿Ya? ¿Me entiendes? La comunicación que me pides no es posible.
Supongo que ya intentaste algo con ese teléfono- señaló hacia donde yo
miraba- Cuánto te apuesto que no lograste nada- se ríe sin ganas- Comunicarse
fuera de San Marcos no se puede. Agradece que pudiste vivir la paradoja de
conversar con tu padre, o sea contigo mismo. Ya verás que él velará por tu
familia. Olvídate entonces de ellos y concéntrate en tu papel Titito- me hizo
un gesto para que me volviera a sentar en el banco de aquella deprimente
plaza- Mira que en la medida en que te metas en tu nuevo papel, así y sólo
así podrás recolectar los datos que necesito para tomar el hilo de la madeja
enmarañada. El extremo que me permitirá deshacer el enredo y reovillarla.
La gavilla estará lista, limpia y tú podrás largarte a donde se te dé la regalada
gana. Asume mi plan y te irás luego a tu tiempo y lugar. Antes no puedes.
Estás perdido en mi tiempo y en mi lugar, sin autorización para hacer otra
cosa más que estar atento al gran momento de encontrar la falla. Así es que
pórtate bien. Yo me voy a la casa. Allégate luego, mira que los chanchos te
están echando de menos.
Se puso de pie. Se enchufó la chupalla y se fue tranquilo por donde
llegó, dejándome, pensó, seguro con un supuesto collar invisible del cual no
me podía zafar. Eso es lo que él cree. Está equivocado.
Regresé al teléfono. Volví a perder media hora sin lograr
comunicarme. Miré el aparato, que por cierto era muy viejo. Recordé entonces
las palabras de Nemesio diciéndome que esto era un viaje hacia el pasado y
ya había sido suficiente paradoja el comunicarme con mi padre puesto que
yo ahora era él.
Colgué finalmente el fono y me di por vencido. No con mi actual
plan de huída.
Busco dónde servirme una cerveza. Despedida de San Marcos y
combustible para emplumármelas de una vez por todas de este indeseable
berengenal.
gabriel castro rodríguez

Pies en Polvorosa

-Hay que puro huir- me dije eructando gas de cerveza. Nada más
que correr en dirección contraria a este pueblucho. En un par de duras horas
estaré en mi sitio, donde debía estar. Ya entonces todo sería mejor. Aunque
esta sombra posada sobre mi espíritu con raros acontecimientos que me habían
sucedido persistiera. Por lo menos estaría en mi hogar. Entonces todo, creí,
todo sería mejor. Había que puro poner pies en la línea del tren y avanzar.
Respiré hondo. Miré hacia atrás y vi en la sombría estación un par
de gentes con bolsas de feria, bolsos de tevinil alguna vez celeste, bolsas de
pan. Miraban sus relojes de Taiwán en resina negra. Intercambiaban palabras
sin gran sentido para mí. Otra tarde más en este triste pueblo, pero eso no lo
sabían, no lo sentían, ya no lo lamentaban ¿Érais de aquella prisión o de otra
más grande pero igual de triste y seca?
Atroz interior, pensé. Bien te llama la gente interior. Zona asquerosa
hedionda a bosta. Interior, intestino de la urbe. Pobres gentes a escasos
kilómetros de la vida verdadera muertos en una mentira increíble para un
brillante ciudadano como yo. La rutina campechana, la inconmensurable
huecura de la existencia. Cuando Macca dijo All I want to be is a country
boy, me dije, debió haber estado pensando en otra cosa. Chao gente, pobres
gentes atrapadas en esta burbuja cercana a lo verídico. Por eso más terrible
todo esto. Qué espanto estar en el límite, al filo de la realidad sin poder
acceder a ella. Sólo verla. Chao espectadores bobos de campo, chao. Mi
exótica vida urbana me espera ¿Hay algo más cierto que la vida en la ciudad?
me pregunté. No, no hay nada más cierto. Say good bye to San Marcos my
baby, farewell. Decadente o no, mi vida es en la ciudad y no aquí: Doble
decadencia.

*
la razón & la fuerza

La línea era una infinita escalera tirada. Había que puro cuidarse de
que no viniera un tren. Pero era fácil en todo caso darse cuenta. Los rieles,
los durmientes completamente en movimiento vibratorio anunciando el animal
de fierro acercándose. Atroz mamotreto repleto de gentes haciendo el ruido
que suelen las gentes hacer al existir, pero todo apretujado simultáneo en los
vagones. Se siente y hay que puro ponerse a un lado y más que eso, consideré.
Un par de metros lejos de la vía de tal forma que no haya ni posibilidad
mínima de ser chupado por la máquina infernal, como advertía mi madre
para estos casos. Concierto de cuchillos afilándose, toneladas de muerte a
mil por hora, concierto de maestranzas rompiendo la vegetación, salpicándola
de grasa. Gusano metálico a cien por hora. Cómo te odia y cómo te ama esta
gente. De lejos verlo pasar y luego de pasado volver a la vía y continuar el
difícil devenir. Escabrosa peripecia puesto que tal ruta no está hecha
definitivamente para humanos. Es difícil caminar en la línea del tren: o sobra
o falta un paso para coincidir con los durmientes: Las más de las veces el
zapato cae desnivelado, crujiendo, entre los maderos olorosos a aceite, en
piedras marrones duras como el sol que hace hervir al transeúnte venido a
locomotora. A mí.
Todo ardía y a lado y lado acequias o huertos, o plantíos olorosos
ignorando al compañero intruso. Sendero de acero, madera y mala piedra
esa vez con fugitivo en la ruta. Las chicharras cruzaban de lado a lado los
tímpanos con su chillido rayando la ultra frecuencia. Hilando las perlas de
abrasador calor de enero en ese campo maldito. Dios me guíe, pedí, y el
diablo se haga el sordo quedándose en San Marcos bebiendo en algún
clandestino.
Y de pronto las paralelas líneas plateadas en los bordes superiores,
a cada costado juntando para el viento polvos de acero microscópico, se
hicieron cuatro y orquesta muda de tornillos, grasas e ingenios tan
maravillosos en medio de la nada, del desierto verde vertical. Fauna de
chicharras, ratones, conejos y moscas. Morada de la soledad calcinada por el
mediodía agricultor. Desvío, carro carcomido por los años, la soledad, las
hordas de diezmados mariguaneros locales, o simples aspirantes de los
solventes la mayoría. O solamente sombra al riachuelo para bebedero de
cabras y vacas.
Puras escaramuzas de ingenieros de Ferrocarriles del Estado sin un
para qué o un para dónde claro. Todo botado. Simplemente todo botado.
gabriel castro rodríguez

Pero hay que puro seguir, me dije. A lo más, ya que el aire lo sugiere,
un meado rápido y seguir. Puro seguir huyendo del raro caso de relegamiento
del cual había sido víctima sin ton ni son.
Refrescó a una hora cuando no deberían correr tales brisas. Seguro
porque se anunciaba el gran río, sospeché entonces. Miré perplejo las rápidas
acequias a la derecha, de un brazo de ancho a lo más. Caudalosas, apuradas,
peinando largos pastos acuáticos y por sobre ellas de vez en cuando podridos
secos tablones abrazados por alambres tostados por innumerables veranos.
Oxidados y cortados los más débiles jugando a ser puentes para acceder a
las partes pudendas de las parcelas, donde estaba el tendido, la máquina
carcomida ayer tractor, o repuesto de él. La artesa, el gato, el perro amarrado
ladrándome. El niñito en calzoncillos chorreando agua de balde saludando
con timidez. Antenas inconmensurables para ver la TV nacional: Idéntico
ingenio para los puentes improvisados de tablones, pero en vez de
horizontales, verticales picando al cielo en busca de una señal de urbe para
mirarla de reojo y soñar estando allí y no acá. En fin, la línea, el tren, el
ferrocarril era un fisgón pillando a las viejas en calzones saliendo de la casucha
sobre el pozo séptico. Ahí iba yo sospechando al Aconcagua por el frío
penetrando el calor de pleno verano, haciéndolo algo marítimo siendo que
bien sabía faltan varios kilómetros para ese maravilloso inasible animal.
De cuando en vez aparecía allá, por sobre la vegetación seca ansiando
un incendio, la cinta gris cariada en donde circulan vehículos a gran velocidad.
Todos de paso. Llegando o huyendo. Todos de paso. Pocos son los que llegan
para quedarse ¿Quién quisiera quedarse? Camionetas rojas repletas atrás de
verduras empaquetadas con 4 hombres de sombrero de pita en una cabina
para tres apretados.
Se acercaba un cruce para los automovilistas, para el tren, y para mí
punto final a San Marcos. Para arriba la costa, para abajo Quillota y abajo
murmuraba su potente canción un Aconcagua perplejo. Él también está en
un cruce: viene de Quillota, le dan de San Marcos, va para Tabolango. Y el
cruce le hace todo brazo, pie, borbotón, banco de arena, gaviotas, garzas,
queltehues, islotes, rápidas y lentas aguas. Y ahí yo.
la razón & la fuerza

No supe por qué pero no me iba a la costa por la carretera. Persistí


por la línea férrea pues había que ser fiel. Ser fiel en esta hora en la cual huía.
Ser fiel al riel. Alta fidelidad con la fantasía de los ingenieros de este siglo
chileno. Con este sueño lleno de ruedas y mecanismos. Ser fiel, me dije, y
pasé por bajo del puente carretero hasta encontrarme a boca de jarro con un
magnífico puente. Para ser más exactos rieles flotando a 20 metros
horizontales al río. Líneas firmes, líneas escupidas derechas a clavar al
horizonte, achuradas por maderos. Nada más. Puente para el tren pero para
el humano nada. Desafío a la sangre fría a una hora en que la tenía caliente.
En todo caso como siempre: sangre más bien tibia de un hombre de sillón,
tele, pérsonal, mal carrusel, pésima montaña rusa, nada de equilibrio y
enemigo de estar sobre sillas y mayores alturas.
Pero ser fiel al riel.
Exploré y saqué cuentas. Había que puro bajar al río como lo habían
hecho millones de piedras y tierra desechadas hasta el borde del Aconcagua.
Una vez abajo agarré de un costado una larga rama gruesa. La
introduje al torrente para indagar su hondura conectándome entonces con el
alma de río. Con su vibración transmitida a mis brazos me habló y me dijo
sus intenciones para conmigo si lo quería cruzar. Saqué la rama vibrante.
Miré hacia arriba la doble raya esperándome, mal llamado puente para mi
gusto. Suspiré y me senté a mirar el constante fluir del cual habló Heráclito,
sin saber creo de lo que hablaba aquel griego de mierda. Observé la rama y
su trecho mojado.
-No es tanto. 1 metro a lo más.
Pero eso en la orilla ¿Y avanzando cuándo será? Es sabido conforme
se penetra, la hondura va aumentando.
Razonaba como si estuviera considerando un affaire con alguna
minita. Sin embargo ese fluir me parecía lento, pero inapelablemente
poderoso. Especial para arrastrarme, ahogarme y finalmente entregarme
impávido al Pacífico en Con-Cón.
Miré hacia arriba al puente. Me consideré avanzando por él. No, me
dije. Las alturas no van nunca conmigo. Lo único, si quiero cruzar e interponer
entre mí y San Marcos una buena y supuesta infranqueable barrera
asegurándome huída, de la cual ya Nemesio debe estar en sobreaviso en
todo caso. Es puro cruzar ese río de sus buenos 20 metros de ancho ¿20 de
altura o 20 de ancho?
gabriel castro rodríguez

-Veinte de ancho- grité acordándome de Heráclito. Tomé la sólida


rama y penetré con cuidado en la anatomía del Aconcagua ¿Los Jaivas no
tienen una canción a este río o será a la montaña homónima? Qué importa,
me dije, ya estábamos conectados y me hacía vibrar la mano derecha con la
rama. Así me saludaba con extraordinaria potencia todo el cuerpo, dándome
la bienvenida. Así también me bamboleaba sumergido hasta más arriba del
cinturón en este ferrocarril líquido.
Miré arriba el sólido, verdadero. Justo pasó por el puente hacia la
costa aullando el tren a cien por hora. Agradecí con poco convencimiento
estar abajo y no arriba en aquellos precisos momentos.
-Sueño con serpientes, largas transparentes llevando en su vientre
lo que puedan arrebatarle al amor- tatarié mientras descubría que
efectivamente la hondura aumentaba. El río me atrapaba vehemente sonando
como riéndose del acto de apoderarse de mí.
Avanzaba y avanzaba pero la hondura no era tal. Mi báculo
improvisado atrapó sin querer una bolsa plástica. El frío licuado me penetraba
hasta más arriba de la cintura y se mantenía el nivel. Los zapatos raros de
agua pisaban felices barro y piedras. Todo era más bien sólido y no fangoso
como en la orilla.
Toda la corriente la supe queriéndome llevar de inmediato a la costa.
-Tienes fuerza, pero yo más- le grité escupiendo- Gamulán que se
duerme se lo lleva la corriente- canté mientras veía arriba un huaso silbando
tranquilo cruzando hacia San Marcos por el puente hecho para el tren y no
para humanos. No era el Nemesio.
El tipo me miró extrañado. Llegué a creer que me saludaba. Le
contesté levantando la izquierda libre y temblorosa admirando su osadía.
Quizás él admiraba la mía.
Estaba en la mitad del recorrido. El Aconcagua haría de mí lo que
estimara conveniente.
La rama vibraba con extrema potencia haciéndome tiritar ¿O seré
yo quién provoco el temblor?
En fin, la travesía era intensamente fuerte, pero me sentía tranquilo.
La bestia líquida parecía más amable de lo que se veía.
Casi llegaba a la otra orilla. Estaba a sólo a pocos extraños líquidos
pesados pasos. Y llegué, llegué y me sentí tránsfuga completo y salvado.
Vivo y feliz. Más bien cómplice que adversario del río. Tan amable me dejó
la razón & la fuerza

cruzarlo. Gracias buen río. Buen río, dije.


-Toma- dije y le regalé agradecido y emocionado una rama que había
sido bastón vibratorio ¿Quién te creerá tu aventura palo insignificante? Y de
un chapuzón se lo tragó rápido y feliz. Lo miré irse rápido flotando con
cierta tristeza de dejar un amigo sentado: Yo en la otra orilla de arena ribereña
del Aconcagua ya protegido por sus aguas. Fugado y resguardado, creí yo,
del extraño pasado ancestral viniéndoseme de pronto sin quererlo allá al
otro lado en tal deprimente pueblucho. Ahora lejos.

Sensación de Libertad

Estaba tirado de cara al sol con los ojos cerrados disfrutando del
aire oloroso a río, sólo molestado por algunas moscas insistiendo en posárseme
en la cara y brazos. Desesperantes bichos alterándome aquel momento de
perfecta fuga, intentándolos infructuosamente espantar con la mano. Perfecta
fuga. Qué inocente.
Claro. Con una mano levantó su chupalla saludando, con la otra
mostró algo así como un largo palo el cual después identifiqué como caña de
pescar. Silbaba. Abrí los ojos y miré lo más me permitía el sol hacia arriba,
hacia el puente ferroviario y, Dios mío, era Nemesio. Por supuesto que era
Nemesio sonnriendo como si hubiera inventado la sonrisa con sus
campechanos enfundados de oro y sus ausencias dentales.
-¿Quiere ir a veranear? No faltaba más. No tenía para qué hacer tan
engorroso viaje. Le hubiera dicho no más a su tío Nemesio que quería ir a la
costa. Para eso tiene a su Tía Liduvina, que tanto que lo quiere y cada vez
que se acuerda se pone a llorar, y lo invita para que vaya a pasarse unos días
por allá en Quintero para que se asolee un poquito. Venga, suba y vamos.
Mire como está todo revolcado, lo viera su mamita Isabel, la pobrecita que
sufre ahora en el hospital- todo me lo gritó para abajo del puente ferroviario
hasta donde yo estaba en un banco de arena obra del río. Antes salvación
final.
Me puse en pie mareado por la maniobra de improviso. Hacía mucho
calor. Pensé huir, correr hasta internarme entre las malezas prehistóricas del
lecho fluvial. Me faltaron fuerzas. Mi alma, mente, ganas de hacer algo se
habían licuado con el Aconcagua, o con otra cosa manando del pueblo. O
gabriel castro rodríguez

con el mismo huaso mirándome desde allá arriba esperando, sonriendo con
cinismo la obediencia a su invitación. Gigantesco moscardón sonriente.
Seguro me debilitaba la experiencia de haber emprendido una larga, peligrosa
y perfecta huída convertida en puro cansancio y frustración en un par de
segundos viendo a mi captor allá arriba en la línea, contento y dándole un
nuevo giro, completamente distinto, a mi plan de escape. Veranear a Quintero.
Qué chiste. Tal y como lo hacía mi padre en sus tiempos de adolescente.
No huí, pensé, sólo me había adelantado un poquito en el camino
para que luego Nemesio me alcanzara y, al día siguiente, emprendiera el
viaje a la costa siguiendo su plan. Todo tal cual seguramente lo pensó. Como
si yo fuera una marioneta, como un perro dándosele soga, larga y la pobre
bestia, osea yo, se hizo en el intertanto la ilusión de huir a perderse. Sólo le
daban cuerda. Por eso trotaba y trotaba a reventarse hasta que, viéndose
lejos cruzado el río, salvado, restablecido a su largo camino de regreso a
casa, de pronto, paff. La soga casi me estrangula poniéndose tensa, anunciando
su persistencia al cuello, mostrando sonriendo su: Nunca te dejé salir de mí,
nunca te dejé ir.
Como una caricatura de Tom y Jerry.
-Sólo te di un poco de cuerda para que sintieras la engañosa
sensación de que eras libre nuevamente- me pareció decía mi tío, tirado de
guata transversal a la línea extendiéndome la mano libre por un momento de
la caña de pescar, para ayudarme a subir por la columna chorreada de óxido
del vertiginoso puente ferroviario.

Dos
Repasar
la razón & la fuerza

Sólo quería emborracharme y terminar con este, con estos días tristes.
Miraba cómo atardecía por la ventana desde este clandestino de conocimiento
popular. Miré hacia la costa donde se me imaginaba debía estar mi esposa y
mi hijito. Me preguntaba cómo no había podido tener fuerzas para largarme
de esta enorme cárcel abierta. Empezaba a pensar que el éxito de huir no
pasaba por la fuerza, sino por la suerte, la burla, burla al destino, al cual no
sabía cómo Nemesio lo tenía de las riendas bien controlado.
Me bebí al seco el vaso de mal tinto. Creí saber ya la respuesta de
mi fracaso: Se me había debilitado mi ya pobre espíritu con estos tragos, y
también con aquella, algo así como maldición ancestral que recién venía a
conocer acá. Aquella consigna pegada en espalda: Debes armar lo
desarmado.
Yo, el patán de pequeños mínimos esfuerzos, pasar suave, suavizado
aún más por el alcohol y la rutina de algodonoso profesor mediocre,
refocilándose en su mediocridad, ni siquiera salvándose con el infructuoso
bálsamo de la confección de una mínima mala novela inacabable, atrapado
ahora por estas cadenas invisibles heredadas de pronto de mi estirpe paterna.
Pobre familia que algo, más de algo hizo mal. Adivinen quién debe pagar
por los platos rotos incluso con su sangre, pregunté.
Como si fuera la única familia chilena con zonas retorcidas y oscuras.
Me engullí el contenido del vaso ¿De dónde estas ganas de
perfeccionar lo que es estadísticamente normal? me pregunté. Para qué
preocuparse tanto ¿Ah?
Recuerdo esa micro llevándome al Liceo de Quillota hace un par de
días, acompañado posiblemente con otros al borde de los treinta como yo,
enfundados en chaquetas escolares azul piedra, en enero y mirando para
todos lados tratando de descubrir si eran los ochenta o los cincuenta igual
que yo. Igual. Ergo, pensé, hay otras torcidas familias en pie de guerra
enderezando en este preciso momento.
Quizás ese gordito colorado mirando para acá de vez en cuando, me
dije, o esa tipa en la plaza allá afuera con cara de matea haciendo dibujos
con un palito en la tierra. En fin, debajo de este país planeando reconciliarse
por encima con lo ocurrido por debajo, hay un pueblo planeando reconciliarse
por debajo con lo que ocurrió por encima.
gabriel castro rodríguez

No me extrañaría que en estos tiempos chilenos, acá adentro donde


los hombres se ahogaban en alcohol un jueves, no estaba seguro del día que
era, pero al atardecer, o allá afuera en la calle, en las casas donde la familia
ve los Tres Chiflados o quizás alguna graciosa telenovela nacional, estábamos
en realidad todos al unísono desesperados con una misión enmendadora del
pasado malo, olvidando el presente también malo, pero con de pronto la
urgencia por las voces desesperadas de los padres vivos o muertos.Hoy mal
mañana peor. Entonces asumíamos o nos veíamos obligados a repasar la
lección, la cual con la premura de la post guerra en este güevón país
subdesarrollado con pretensiones de británico, nuestros padres no tuvieron
ni tiempo ni ganas de aprender bien. Qué mierda que lo hicieran tan mal.
Ahora debíamos repasar, en vez de estar pasando materia nueva.
Pensé en ese momento que me había alcoholizado por retornar a mi
infancia. Me la había pasado mareado entre Bonanza y otras similares drogas
con las cuales me intoxicaba mi amado Westinghouse. Supuse sería algo así
como mi padrastro aquel aparato.
Yo alienado y mareado del mundo no vi otra mejor que tomar pasaje
para volver con aquellas u otras anteriores copas. Como el afán del Nemesio,
pero solo y piola.
Le hice salud al gordito colorado que me miraba insistentemente.
Yo, limitado a mares, perdido en un punto fijo sin salir, perdido.
Ahora estaba acá, en este clandestino donde un mozo borracho se empeñaba
en suplicarme levantar los pies para secar los vómitos de algún
consuetudinario parroquiano que había botado en el suelo su cura de un
jueves. Creo que era ese día.
Ay San Marcos, dije, verte y morir, ombligo del mundo, paraíso en
la tierra, omphalus mundi, Dublín de América, pene y vagina al mismo tiempo.
Qué he hecho para merecerte.

Había oscurecido. Nada más quedaba mirar cómo los borrachitos


insisten: hoy juega el Colo y el Nacional lo transmite. Por lo tanto hay que
prender la tele del clandestino. Pero para muy mala suerte de ellos y fortuna
mía estaban inevitables y sólo visibles hoy y otras muchas tardes los Tres
Chiflados.
la razón & la fuerza

Grandiosos profetas del dolor, gurús del martillo azotado en el


cráneo, serrucho en la calva de Larry o en la del rengo Curly, tornillo mecánico
apretando la cabeza de Moe. Exorcistas del trabajo pesado haciendo
sahumerios a la rutina laboral y cotidiana. Sacando los demonios del taller y
enseñando que las herramientas no sólo sirven para construir, y un taller
mecánico no es sólo para reparar.
Igual con la herramientas del agricultor. El trabajo, la herramienta
también es dolor, un arma. Algo así como lo que Jack Nicholson enseñó 40
años más tarde persiguiendo en la nieve a su familia con un hacha.
Supuse que esa era la verdadera pedagogía. No el simulacro cometido
por mí de marzo a diciembre de un tiempo a esa parte.
Justo cuando los chiflados nos dejaba con sabor a violencia chistosa
y se anunció a Maxwell Smart contrarrestando a Caos, entró por la puerta
del clandestino mi profesor de Técnicas Manuales: El chivo, ni más ni menos
que el chivo. Y este hecho no fue ni más ni menos el vivenciar en carne
propia el mito del eterno retorno, puro pasado: los tres chiflados, el Agente
86 y ahora el chivo.

Oferta y Demanda

Dibujaba volutas de humo con mis Hilton sueltos: nubes simétricas,


libres, sueltas a cada lado de mi hocico de dragón y luego un tubo de humo
largo como un pene gris durando unos segundos. Entonces vi a un ser idéntico
a aquel dislocado pedagogo, quizás uno de dos profesores que valió la pena
ver y escuchar en mi triste pobre colegio particular viñamarino: el maestro
de técnicas manuales, ni más ni menos como lo fueron, y lo son, los Tres
Chiflados.
Su todavía inevitable rostro caprino explicaba su apodo. Venía con
una enorme maleta que la dejó a su lado mientras pedía algo fuerte en la
barra.
gabriel castro rodríguez

Yo le había olido en esos años de colegio su aliento, creí yo, de un


buen whisky mañanero. Quizás, dijo otro compañero más piadoso, son los
esténsiles que más tarde nos pasaba, los cuales como todos saben se sacan
con ayuda de alcohol. Pero yo pensé ahora viéndolo: eso era una amable
desechable teoría. El tipo era alcohólico o por lo menos aficionado al desayuno
fuerte. En fin, sea lo que sea, lo tenía 10 años después, ahora, de nuevo en mi
perspectiva.
Bebía tranquilo un buen Manhattan o algo así. Quizás una piscola o
un ron con coca cola. Sea lo que fuere su trago, seguía con su gamulán
oxidado y arestiniento, con su barba de chivo y sus rojos ojos vidriosos
mirando a quienes le rodeaban.
Se dio vuelta, me miró, me sonrió, me saludó y se acercó a mi mesa
no sin antes acarrear consigo su maleta de cuero de chancho ¿Había cerrado
la puerta de los chanchos antes de salir?
-Hola. Soy Hidalgo.
-Hola. Torres.
-¿Quieres fumar?- me preguntó ofreciendo en sus manos, muy
jóvenes para hombre un viejo, una cajetilla abierta con cigarrillos gringos de
alta calaña. Acepté y saqué uno. Al instante abrió frente al regalo un zippo
maravilloso con el cual me encendió el susodicho.
-Usted fue mi profesor de Técnicas Manuales- le dije saboreando el
buen tabaco.
-¿Y aprendiste algo?- preguntó serio.
-Nada. Quizás sólo que usted era un buen profesor.
-¿Aún cuando no te enseñé nada ?- sonrió levemente incrédulo.
-Sí, es que capté buenas intenciones- dije y moví las manos como
suelo hacerlo cuando hago clases- Independientemente que me enseñara algo.
O tal vez lo vi en una parada diferente a la mayoría de los otros profes-
observé su rostro en busca de una reacción.
la razón & la fuerza

-Eso si que es amor. Recordar por las intenciones y no por las


concretas mercancías dadas- contuvo una carcajada, la cual al final se le
escapó en unos ojos rojos llenos de agüita emocionada- En fin, ahora ando
por estos lares- subió el volumen de voz en la más pedagógica como para ser
escuchado no sólo por mí sino por toda la clientela del distinguido clandestino-
para ofrecer permuta, cambio, trueque de ropa- abrió su dichosa maleta de
cuero de buen chancho y mostró diferentes y magníficas prendas las cuales
expuso por el mesón ante la mirada hostil del dueño del bar- Por antigüedades
que dispongan en sus hogares.
Pasó una mano por el mesón, pidió toalla nova y le pasaron un paño
putrefacto. Lo mejor que pudo limpió y con cuidado expuso parkas,
pantalones, jeans, poleras, ropa interior, todas de gran atractivo. Entonces la
concurrencia, el dueño del local, incluso yo, nos vimos mágicamente atraídos
por el cargamento.
-Elige lo que te guste- nos dijo como seguramente lo habrá dicho en
tantos otros pueblos- Muéstrame tu reliquia y si hay conformidad de ambas
partes, será tuya ¿Ok?
Personalmente me entusiasmé con un sombrero indudablemente
texano. Le pedí permiso para ir al baño a mirarme cómo me quedaba. De
paso eché una buena meada y después me miré el sombrero. Me gustó. Me
hacía sentir como un vaquero en un snack bar o algo por el estilo de paso por
el desierto de Arizona. Entonces recordé cuando iba por donde lo nuevo de
mis padres, sacaba medio cuerpo para fumarme un cigarro sin molestar a los
dueños de casa: abrir la corredera de aluminio y mirar hacia adelante echando
humo como si fuera, hasta escribí un inundado poema al respecto, como si
fuera un mareado maquinista de locomotora. Más tarde descubrí era mejor,
al abrir la ventana corredera, poner un cojín para montarme fumando. Así
era cowboy y no piloto de un caballo de hierro. Es decir para mis adentros,
curado siempre, fumando siempre, me sentía progresando en mi degeneración,
progresando hacia atrás y así tranquilo creía saber que me humanizaba. Ya
dejaba la sórdida imagen de ser jefe de una máquina, ya era un galopante ser
humano fumando en alguna pradera, avanzando hacia el pasado feliz en la
casa de mis padres en Villa Germana, los cuales antes habían vivido en los
suburbios de Viña.
Por lo tanto, me dije, ese sombrero debía ser de este cowboy.
gabriel castro rodríguez

-Tendría que buscar si hay algo de su interés a cambio de esto- le


dije al chivo de vuelta del baño.
-Ok- dijo mientras observaba satisfecho a un curadito mirando una
polera de fino dibujo ante la luz tenue del clandestino.
-Es muy delgada- reclamó.
-He ahí su ventaja amigo, suave como la brisa. No es para abrigar,
es para vestir sin acalorar, amigo.
Se la arrebató. Le dijo que buscara alguna cosa de interés histórico
en su casa y así, Dios mediante, sería suya.
-Yo creo que puedo conseguirme alguna cosa de su interés para
hacer trueque- insistí pasándole el sombrero texano.
-Tranquilo, Torres, el sombrero es tuyo. Me debes una eso sí
¿Aceptas?- preguntó y me miró a los ojos sonriendo profesional.
-Ningún problema, profe. Estoy en estos días aceptando de todo-
desvié la mirada, bebí la mitad del contenido de mi vaso de vino e hice un
gesto para que me lo llenaran- Bueno casi de todo.
-¿Cómo me ves? ¿Próspero?- se levantó y giró.
-Pues- no continué hablando. Refugié la vista examinando mi
flamante sombrero. Le miré de reojo su sucio gamulán.
-Mira, tengo libertad de movimiento, sin jefe, colegas, ni horario.
Hay continua transacción comercial, movimiento de billetes. Tú sabes- dijo
y me mostró con la mano la ropa extendida sobre el mesón- No para hacerme
millonario, pero sí para darme lo que necesito: diferentes escenarios, contacto
con gente. Sin grandes responsabilidades, no más de las que yo mismo me
impongo.
-¿Y hace mucho de esto?
-¿Serán cinco años? Por ahí- se sentó y miró a la concurrencia
disfrazándose con la ropa para trueque del chivo- He conocido todo Chile,
pero bien conocido. Ya te imaginarás. Buena parte de Argentina, Perú, Bolivia,
Ecuador, unos pedacitos de Brasil- me contó mientras bebía de su vaso- No
está mal para un profesor de Técnicas Manuales destinado a diferentes
menores brillos.
-Somos colegas. Yo soy profesor de Castellano.
-¿De vacaciones por acá?- preguntó y me miró extrañado de arriba
a abajo.
la razón & la fuerza

-No- le contesté. Bajé la mirada hasta el suelo de largos tablones de


madera, manchados con los más asquerosos efluvios que se pudieran imaginar.
Chutié suave un pucho quizás mío.
Reflexioné: ¿Le digo o no? Si le contaba mi extraña aventura
¿Serviría de algo? Por lo menos desahogarme. Hasta tal vez me tenga alguna
ayuda o idea para terminar con esta pesadilla. Levanté la mirada.
-¿Y entonces qué haces en este pueblo olvidado de Dios? Como
muchos de los poblados grandes o chicos que visito durante todos estos años-
dijo. Me abrazó amistosamente. Entonces me entregué.
-Todo comenzó con un rapto desde mi hogar en Viña- le dije- Luego,
salvado por un pariente que se ha emputecido con que enmiende lacras
familiares asumiendo los roles de mis ancentros, mi padre, mi abuela- examiné
a la concurrencia en busca del rostro de Nemesio. Sospechosamente no hacía
aparición por ningún lado.
-Oye, qué raro. Y mira que lo dice quien ha escuchado y visto cosas
raras. Debes estar choqueado- me dijo y encendió otro cigarrilllo- ¿Y desde
cuándo?- me volvió a abrazar, gesto con el cual ya me empezaba a sentir
incómodo por la cercanía corporal.
-Creo que casi una semana- le dije con cara de extraviado, la cual
por cierto la debía tener ya crónica. Me zafé suavemente del abrazo y caminé
unos pasos por los alrededores de mi vaso nuevamente vacío. Esta vez el ex
profe de técnicas manuales, actualmente comerciante en ropas y antigüedades
desvalorizadas por el supuesto inculto campo chileno, hizo un gesto para
que me volvieran a recargar el vaso.
-Y qué te retiene en ese estado. En realidad tienes una cara de preso
¿No quieres algo más fuerte? Estoy tomando ron con cacao. Está fantástico.
-De ahí, gracias. Ganas e intentos no me han faltado, pero mi tío, el
que me retiene, ha sabido mantenerme encerrado en cárcel invisible.
-Muy raro oye, muy raro. Disculpa, pero la iniciativa de tu tío es
increíble- sonrió- Mira que raptarte desde tu casa y traerte hasta acá, y retenerte
¿Otro cigarrillo?
gabriel castro rodríguez

-Okey, gracias. No, si lo del rapto todavía no lo tengo aclarado- de


nuevo me ofreció la llama del zippo- No sé quién ni por qué me lo hicieron.
De pura mala casualidad me trajeron para acá y entonces mi tío, entre comillas,
bueno en realidad verdaderamente, me salvó. Pero aprovechó mi presencia,
y como si le hubiera caído del cielo, me tomó como protagonista de su extraño
delirio familiar.
-De película, Torres, de película. Habrá que recurrir a la policía,
digo yo ¿No? Un par de llamadas y bueno, caso resuelto. O por lo menos
retornado a casa. Muy loca tu historia chiquillo. Salud.
-Salud.
Me miraba a los ojos, sorbía de su ron con cacao y volvía a mirarme
a los ojos sonriendo levemente. Como incrédulo me imaginaba yo.
Luego comenzó a guardar cuidadosamente la ropa doblándola con
sus manos de joven y metiéndola en la maleta. De paso intercambiaba
impresiones con los interesados en su mercancía. Anotaba en una libreta,
también de cuero, direcciones y señas para contactarse al día siguiente a
concretar trueques.
Después se bebió al seco el resto de su trago. Me volvió a mirar a
los ojos. Al mismo tiempo puso su brazo sobre mi hombro derecho. Su mano
joven con un anillo posiblemente de oro tallado con sus iniciales y un pequeño
rubí muy rojo.
-Te ofrezco un doble trato- me dijo mientras cerraba su maleta.
-Lo escucho profe- le dije mirándole de reojo el anillo. Nunca me
gustaron los varones que usaban esos aditamentos.
-Primero, lo más importante. Te ayudo a salir de tu extraña cárcel-
dijo. Se acercó y me habló en tono de confidencia- Y segundo te me unes en
mi viajante comercio por el mundo- se alejó de mi rostro y manoteó en el
aire feliz- Lo uno o lo otro. O ambos. Sin compromiso.
-¿Sin compromiso? No entiendo el trato. Y qué le doy a cambio de
ambas ofertas.
-Tu cuerpo jovencito- me dijo sacando su brazo de mi hombro y
acariciándose la barba.
-¿Queeeé?- exclamé retrocediendo dos pasos. Miré alrededor para
ver si habían escuchado la pervertida oferta vergonzosa.
-Es broma- dijo y lanzó una carcajada- ¿Cuál es tu nombre? No lo
recuerdo.
la razón & la fuerza

-Abel- le dije buscando mi vaso.


-Abel. Tienes razón- dijo y me pasó mi vaso lleno del vino muy
malo del cual había estado tomando todo este rato- Te muestro las dos especies
y no te digo el precio. No sé, por este antiguo conocimiento mutuo que nos
une, estoy en condiciones de no ponerle más precio que el que tú le pongas
a esta doble oferta.
-Sería el tercer compromiso que cerraría con usted esta noche- le
dije ajustándome en mi cabeza el sombrero texano- Es un comerciante
prodigioso. Lo que más me fascina es su disposición para ayudarme a salir
de San Marcos. Le juro que solo no he podido. No sé qué me ha pasado. Por
otra parte, creo que seguirlo en su peregrinar comercial me resulta difícil.
Pero el sombrero y su ayuda para largarme de acá son ofertas más que
atractivas ¿De acuerdo?
-Por supuesto. Entiendo bien de cárceles. Si tan sólo pudieras
llenarme estas manos vacías con alguna antigüedad.
-Tendría que buscar. Pero le aseguro que no van a quedar vacías
esas manos. Sobre todo si promete colaborarme en mi fuga. A ver si así me
resulta largarme de este endemoniado entuerto.
Tomó su maleta y miró alrededor.
-Mañana al mediodía en la estación. Tú con tu antigüedad, yo con
mi ingenio para desaparecerte en el acto, como si fuera mago, de este
pueblucho y de las manos de tu tío. No será muy difícil supongo. Palabra de
chivo- y lanzó una carcajada. Tenía los dientes amarillos de nicotina. Uno de
oro puro.
-¿Sabía que le decíamos así?
-¿Qué profesor no sabe cómo le dicen sus alumnos?
No sabía de ningún apodo que me tuvieran los chiquillos ¿No era
entonces un verdadero profesor? ¿O era que el consabido saber de los
discípulos había captado que no había nada en mí de lo cual agarrarse como
para construir mofa o chiste? No por mi perfección sino todo lo contrario,
por mi vacío existencial vertiginoso ¿Qué apodo ponerle a una lámina de
vidrio?

Cascanueces
gabriel castro rodríguez

Esa noche, en la más silenciosa, busqué lentamente por toda la cabaña


de Nemesio algún objeto de interés para el chivo. Buscaba mi pasaje para
Viña mientras el huaso roncaba en su cama.
El campo suele ser depósito físico del tiempo así como del intangible
es la memoria. De esta forma, todo lo cual en la ciudad con dificultad en los
hogares de clase media resiste el paso del calendario, acá pervive cotidiano
hasta hoy, nutrido este anacronismo por los mismos parientes de la ciudad:
-Esta Yalivan Mix es súper buena, pero ahora Tito me regaló una
sacajugo estupenda ¿Quieren la Yalivan? Está intacta- y la máquina es un
monumento a la ya inexistente industria nacional. Más de 10 años. De los
tiempos de la UP. Entre otras manoseadas cosas, tiempo de fulgor nacionalista.
Pura arqueología de una bienintencionada pero precaria tecnología nacional.
Como las citrolas hechas en Los Andes, los Antú blancos con escudo chileno
al centro del parlante, las Motorolas, o mi idolatrado Westinghouse. Como
ni más ni menos las micros Ford, carrocerías Tres Ases, las cuales bien
funcionan acá en San Marcos hoy día, y hace 3 años subían los cerros de
Valparaíso vestidas de verde, con su maravilloso timbre de cordelito y puerta
delantera abierta por la misma mano del chofer. Hace unos meses vi sus latas
frontales aguantando jardines oblicuos en el cerro Ramaditas.
Valparaíso no lo hace nada de mal siendo museo abierto. Pero, ah,
el campo: refrigerador de la historia material de la clase media nacional.
Frigorífico de costras, diría el Nemesio. Cementerio de la urbe, digo yo.
Estaba en la cocina y hurgueteaba en sus muebles. Me decidí por un
formidable cascanueces de madera hecho y pintado a mano, encolado con
genuina cola de carpintero. En la luz de mi habitación reconocí a este precioso
objeto.
Es como un guardia germano o algo así. Te conozco. De uniforme
celeste, sombrero de copa negro más ancho arriba que abajo. Tres enormes
botones pintados de negro, sus brazos cilíndricos, el derecho afirmando un
fusil. Pantalones también negros, largas piernas terminadas en zapatos sin
pintar. Conocía su boca en donde se parten las nueces. Allí alberga una lengua
diseñada para recibir la forma del fruto del nogal y bien partirlo, lengua que
se prolonga hasta atrás en una larga y firme palanca. Sabía que en la espalda
tiene una mochila negra como si fueran dos tubos de oxígeno. La miré. Todo
el soldado alcanzaba apenas un codo de alto.
la razón & la fuerza

Es una de las maravillas de mi infancia. Lo reconozco y no me puedo


convencer encontrarlo acá en la cocina de Nemesio. Lo beso en su boca
poderosa.
Se supone que este mismo había sido uno de mis juguetes preferidos
de mi más tierna infancia ¿Qué hacía aquí? ¿Tan curado estoy alucinándote
acá siendo que, por lo menos, deberías estar en mi ex casa en los suburbios
de Viña, enterrado en el patio?
Esto es artesanía hecha por las manos de un abuelo alemán: El O
papá con quien compartieron el patio y la casita subarrendada de unos
alemanes de Recreo mis padres cuando fueron inquilinos antes de mi
nacimiento. Pero yo ya estaba paseándome por los conductos seminales de
mi padre y ya comenzaba a jugar con este cascanueces. Lo abracé muy fuerte
y me dormí con él, mal pensando en que había encontrado el pasaje para
salir de San Marcos y llegar así donde mi esposa y mi hijito.

Mediodía en la Estación
(El que se Arrepiente se Salva)
gabriel castro rodríguez

-Ya. Desde hoy debes ser mi tía Isabel. Estando ella fuera de
circulación, es lo que coresponde. Supe que ayer te habías curado en el ex
teatro. Bien por tí. Supongo que te puedes dar esos lujos mientras me haigas
mantenido a los chanchos bien cuidados ¿Ese sombrero de vaquero de a
dónde lo sacaste? Guárdalo, ya no te servirá por un buen tiempo. Por tu
salud espero que no hayas hablado de más. De todas formas acá nadie te va
a hacer juicio con tus palabrerías de citadino. Toma la peluca y el gorro de
lana. A la abuela se le estaba cayendo el pelo, por eso la peluca es así. Métete
alguno de estos pinches negros. Así. Afeitate bien la cara. Te echas de estos
polvos. Supongo que las piernas no te las rasuras, pues las medias estas son
bien gruesas. Ve por si acaso. Esa ropa es de ella. Vístete luego. Toma la
cartera. Lávate bien el hocico para que no se te sienta el tufo a vino tinto.
Cómete unas pastillas de eucaliptus que hay en la cartera después que
desayunes. Te echas de estos polvos en la cara, y de esta colonia inglesa. Ah,
y lávate con el Le Sanci salmón. Te puedes echar un poco de brillantina en la
chasquilla. Creo que no tendrás problemas con los zapatos pues son bajos.
-Okey, okey- asentí mientras recordaba mi cita al mediodía en la
estación.
-Te ves tranquilo ¿Qué pasa? No vayas intentar nada Isabelita. Te
estaré vigilando. Vas a la estación conmigo y tomas un tren especial de verano
que sale para Quintero a las doce.
-¿No era que era temporada escolar?
-Es la temporada que a mí se me ocurra- empuñó las manos- ¿Está
claro? Además, desde que hiciste la gracia esa la del río Aconcagua te tenía
prometido el veraneo en Quintero. Eso sí que yo no sabía que ibas a ir de
abuela Isabel. Así será como lo quiere el Taita Dios.
-Lo que usted diga- dije. Pensé en que todo calzaba para mi nuevo
plan de huída. Aunque ahora fuera vestido de abuela.
-Muy bien. Allá te juntarás con tu ahora hermana Liduvina. La pobre
está ciega de hace años y le encantará recibirte por unos días- me pasó una
cartera negra-También está tu sobrina Milena. Ella no sospechará nada, está
mala de la cabeza. Pero esa es otra historia.
-Muy bien.
-Estás muy colaborador ¿Qué tramas?
-Nada.
la razón & la fuerza

-Pon cara de abuela ¿Ya? Y no se te ocurra güeviarme, mira que ya


sabes que no me cuesta nada despacharte y se acabó tu historia ¿Quiubo? No
intentes nada. Te conozco mosco.
-Sí Nemesio. Tranquilo.
-Sí, tranquilo.
Mientras me vestía puse a presión dentro de la cartera de buen cuero
negro al cascanueces. Mi pasaje a la libertad.
De pronto me acordé de mi hijito. No sé por qué. Acaricié el juguete.
Será por él, me dije, que me imaginé a mi niño preguntando por su papá.

Estábamos en la estación. Busqué con la mirada al Chivo. Nemesio


me llevaba firme del brazo. Me sentía destrozado por la juerga de ayer.
-¿Qué mira tanto? ¿Busca a alguien?
Entarmos a la estación. Me compró un pasaje simple a Quintero
mientras mi cabeza palpitaba. Eran las doce treinta y el automotor salía a las
trece. Seguí buscando al ex profesor, actual comerciante. Tantié mi gorda
cartera. El cascanueces alemán me aliviaba mi grave resaca. De nuevo pensé
en mi hijo.
Entonces fuimos a una triste fuente de soda en la misma estación
frente a las decrépitas boleterías. Nemesio pidió, para sacarme pica, una
Escudo individual helada.
-Usted pida una bebida no más ¿No se le ocurriría llegar con tufo a
copete donde su hermana Liduvina?
-Una Limón Soda heladita- dije mientras me corroía la sed. Justo al
frente de nuestra mesa descubrí al Chivo mirándome mientras contenía una
carcajada por verme de abuela. Me cerró un ojo sonriendo y examinó la
figura del huaso. Levantó su vaso, posiblemente una cerveza y me hizo un
salud. Le contesté serio con mi vaso largo de Limón Soda sabiendo, según
mi opinión, a lavaza.
-¿A quién saluda Isabel?- me preguntó alterado Nemesio. Se dio
vuelta a mirar. El Chivo se levantaba de su mesa y comenzaba a caminar
hacia nosotros.
Sonriendo llegó a sentarse en nuestra mesa. Colocó su maleta de
cuero de chancho a un lado y dijo:
gabriel castro rodríguez

-Don Nemesio ¿Qué pretende?


-¿Cómo que qué pretendo oiga? ¿No se ha cansado de estafar a las
buenas gentes de acá?
-¿Lo conoces?- pregunté mientras se me partía la cabeza, como suele
decir mi madre.
-Cállese abuela. Parece que era esto lo que estaba tramando ¿Ah?
-No siga con eso don Nemesio. Lo sé todo.
-¿Todo? Si lo supiera todo no estaría payaseando en San Marcos
ahora.
-Usted sabe a lo que me refiero ¿O no? Sé que esta abuela es en
realidad Abel y usted pretende oscuros fines con tal suplantamiento.
-No se meta oiga ¿Qué quiere para tranquilizar su existencia
mercenaria ? ¿Quiere antigüedades valiosas? Las tendrá.
El chivo me miró fijamente. Nuevamente me cerró un ojo como
diciendo: Tranquilo, soy insobornable, solo blufeo un poco, juego un rato.
Comencé a alucinar con jugar con mi hijo y el cascanueces oculto
en mi cartera, pero corregí la idea. Sabía que debía entregar el juguete.
-¿De qué valores estaríamos hablando?
-No sé, lo que quiera. Después hablamos. No sé lo que le hayan
ofrecido- Nemesio me miró- Le ofrezco el doble ¿Entiende? El doble.
-Deje a Abel en paz. Su tranquilidad no está en venta.
-No se meta oiga. Puede resultarle más que molesto meterse
¿Quiubo?- Nemesio me levantó de un brazo y arrastró fuera del lugar, no si
antes tirar un billete sobre la mesa. Entonces el profesor nos siguió lentamente,
con seguridad. Una actitud que me tranquilizó un poco.
Este juguete le va a encantar a mi hijo, pensé insistiendo en una idea
difícil de concretar. Sabía que el cascanueces era para el Chivo. Abrí la cartera
y saqué la figura de madera.
-¿Qué mierdas andas trayendo?
-Mi boleto para Viña- le dije desafiante a Nemesio, pero muy poco
convencido de lo dicho. No tenía claro por qué.
El chivo miró mis manos. Le brillaron los ojos enfocando el objeto
ofrecido para trueque.
-¿Eso es lo que me tienes?
la razón & la fuerza

-¿Por eso haces todo esto? Has caído bajo, comerciante de pacotilla-
dijo Nemesio justo cuando se sintió a lo lejos la bocina de un automotor-
Además eso es mío ¿De a dónde lo sacaste?- intentó arrebatármelo.
-Mentira. Esto es muy mío, de mi infancia. Juguete de mi niñez-
dije reaccionando no como abuela sino como un niño. Ni más ni menos
como lo haría mi hijito luchando por un juguete suyo.
-Tu niñez me la paso por la raja- exclamó Nemesio y me lo intentó
arrebatar sin conseguirlo- Eso me lo regaló tu madre. Es mío- nuevamente
hizo ademán de quitármelo. Manoteando en lucha por el soldado, cayó al
suelo rodando lo más permitido por su palanca atravezándole la cabeza.
Entonces ágilmente lo tomó el Chivo. Pobre juguete, pensé, no
merece tales golpes.
-Es mío ahora, Nemesio. No me cuesta nada darte un trompazo y
tirarte a la línea. Total yo ya no vuelvo más por estos estériles lares, así es
que no pierdo ni clientela. Esta zona ya la he agotado. Suelta a Abel no más
y nos vamos todos felices.
-Güeón de mierda no te metas en lo que no te importa- gritó Nemesio
empuñando sus manos.
-Esto me importa- dijo el Chivo examinando profesional al
cascanueces- Es mi paga por el rescate de las locuras que has dado a tu
pariente.
Miré el juguete. En realidad, me confesé, eso es, un juguete
maravilloso cargado de mi felicidad infantil. Me dio un escalofrío verlo en
las manos obscenas del chivo con su anillo con rubí. Lo mismo si lo viera
cayendo a un río o al fondo de un pozo. Algo raro se me paseó por la mente.
-¡Pásamelo, es de mi nieto!- dije nieto y pensé en mi hijo.
Nemesio se me quedó mirando.
-¿Qué?- el chivo también me miró confundido.
-Páseselo a la abuela oiga- dijo un parroquiano macizo de chupalla
que iba pasando- ¿Este citadino está güeviando a tu tía Isabel, Nemesio?
-Si niño- le dije sonriéndole con mi mejor cara de abuela.
-Pero tú estás loco Abel- me dijo mi ex profesor- Mira, viene el tren
de Quillota para Viña. Ahí nos vamos. A tu casa, donde tu esposa, donde tu
hijo.
gabriel castro rodríguez

-Justamente eso es para mi hijo- titubié- Eee, para mi nieto, ese


cascanueces lo quiero para mi nieto- dije y miré severo a mi profesor de
Técnicas Manuales- Disuelvo el trato. Quisiera tener acá el sombrero texano
para devolvértelo.
-Estay cagado conchas de tu madre- gritó alterado el chivo- Con
razón estás donde estás. Te falta un tornillo.Toma mierda ¿Para qué crestas
me hacís perder el tiempo? Pensé que te querías zafar de estos güevones
raros. Pero veo que contigo encontraron la horma de su zapato.
-Yo también, colega, quiero irme. Pero ese cascanueces tiene que
tenerlo mi hijo. Mi nieto.Y no otro niño ¿Entiendes?
-Ni coco. Chao.
Y llegó el tren que iba a Viña.
El Chivo tomó violento su maleta de cuero de chancho y se subió al
automotor. Desde la ventanilla me miró con su mirada roja de incomprensión.
El comerciante me hizo un gesto violento y cerró los ojos. Echó la
cabeza con fuerza para atrás y se acomodó sonriendo para pretender una
siesta, la cual, se suponía, no terminaría hasta la gloriosa Viña del Mar.

Saludos y Fruta

Nemesio levantó del suelo el cascanueces y sonrió raro como nunca


se lo había visto en estos días.
-Toma. Es cierto, era tuyo. Lloraste cuando tu mamá me lo dio, eso
fue hace años ¿Lo quieres para tu hijo?
Se secó con la manga la transpiración de la frente, arregló su ropa,
sonrió al vecino robusto de chupalla que le había ayudado y se despidió de él
con un apretón de manos comentando lo maricones que son los de la ciudad.
Me miró y dijo que me preparara porque venía el tren a Quintero.
-Desgraciaste una huida poco perfecta, pero huida al fin. Por esto-
señaló el juguete en mis manos- Supongo que ustedes los citadinos también
tienen sus momentos valiosos.
-A mi hijo le servirá como me sirvió a mí para alumbrar la ya luminosa
infancia. Supongo que son pocas las cosas felices que puedo darle a mi hijo
que hayan sido mías- lo miré a los ojos-Y hay que cuidarlas.
-Ya, súbete luego.
-Deja irme a casa ¿Tan importante es que continuemos esta rareza?
la razón & la fuerza

-Entiende mierda. Debemos seguir. Por ti, tu abuela, tu padre, tu


hijo. Por mí. No es más raro lo que has hecho por ese juguete. Al final, con
esa locura, que ni tú mismo sabes por qué la hiciste, me demuestras que
algunos litros de limpia sangre nuestra corre por tus venas. No cagues este
momento especial y sube al tren. Te están esperando allá.
-Nemesio.
-¿Qué hay?
-Guárdame este juguete de mi hijo para la vuelta ¿Ok?
-Okey. Oiga abuela.
-¿Qué pasa sobrino?
-En este bolso tiene su ropita, alguna que otra fruta y verdura para
los de la costa. Saludos.
-Sí. Y saludos ¿Usted va para allá?
-Sí en dos días más. Que le vaya bien, cuídese. Hágale caso a su
hermana y no tontee.
-Será pues, Nemesio. Chao.

Me dejé llevar llorando suavemente como vieja que era, con mi


cartera y mi bolso, en el automotor a la costa.
Para pasar la pena saqué una caluga Freyman, de esas que hacen en
Quillota, con las cuales mi abuela me engolosinaba cada vez que nos visitaba
hace años.

Slam

Supuse que ver a una abuela llorando en el asiento de al frente de un


tren yendo hacia la veraniega costa feliz a cualquiera le enternece. Incluso a
un adolescente de feroz apariencia. Entonces disculpé, y además admiré la
intrusión de aquel chiquillo.
Se cambió de su asiento del frente hasta al lado mío. Dejó su mochila
de mezclilla hilachienta junto a mi bolso y me preguntó si necesitaba algo.
-Nada niño. Tranquilo ¿Si tú fueras una abuela sola como yo, no
llorarías así?- saqué el pañuelo guardado en mi manga y me enjugué los
ojos.
gabriel castro rodríguez

También saqué de la cartera una de esas calugas que hacen en Quillota


con envoltorio azul y plateado. Se la pasé al chiquillo para que disfrutara de
una verdadera golosina. No como las drogas que seguramente solía lamer, o
qué sabía yo cómo las ingresaba a su cuerpo.
-Supongo que sí lloraría. Gracias ¿Le puedo ayudar en algo?- me
examinaba sospechando. Lo que veía no era una abuela verdadera.
Me miró fijamente mientras saboreaba la caluga.
-¿Eres algo así como un cortapalos buscando hacer su buena acción
del día?- le pregunté molesto y sarcástico. Sabía muy bien, por su apariencia
de Easy Rider, que era todo lo contrario a un buen muchacho afiliado a las
huestes de Baden Powell.
-No- tomó aire y entrecerró los ojos- Oiga. Usted no parece una abuela
verdadera- me miró más acuciosamente, para lo cual se levantó sus pequeñas
gafas de cristal azul.
-Bingo- exclamé- ¿Y qué hay con eso, intruso? Baja la voz- por todos
lados del vagón busqué con terror más inoportunos intrusos alertados por
este chiquillo.
-No hay problema, creo- dijo levantando sus hombros envueltos en
cuero.
-Ya, entonces anda a tu lugar y haz tu buena acción con otro. Olvídate
de mí- le dije cambiando el sonsonete de abuela. Me permití hablar con mi
voz verdadera.
Me seguí sonando mientras miraba distraído al techo. Al centro, las
llamadas canoas de luz del tren: Se veían en su leve transparencia lechosa, al
interior, miles de moscas muertas entre zancudos y ramitas. Todo seco.
-¿Están haciendo una película o una cámara escondida?- el muchacho
miró para todos lados buscando el equipo de Sábados Gigantes.
-Ni lo uno ni lo otro- le dije. Hice un gesto para que se acercara a
escuchar un secreto. Olía a buena colombiana- ¿Realmente quieres saber?
Y sin esperarle respuesta fui de nuevo con mi ridícula historia. Más
por rellenar los minutos del trayecto que por dar explicaciones o buscar ayuda.
Pero este recorrido no era en realidad aburrido. El paisaje era soberbio:
Explosión de vegetación, tren, Aconcagua desembocando, olor a mar y a
campo: Combinación bomba.
No estaba como para distraerse contando mi Increíble y Triste Historia
del Cándido Herético y de su Tío Desalmado.
la razón & la fuerza

Pero igual. No había escrito ni una línea de literatura parecida a la


realidad en varios días. Ejercitaba con este joven drogo mi afición salvadora
contándole realidades pareciendo literatura, y así repletar provechosamente
un poco este viaje, después de todo hermoso como ya dije, y de paso saciar
la curiosidad del cabrito.
-¿Qué me dices?- le pregunté luego de acabado mi relato.
Podría haber hecho una novela con la forma en que tenía la boca
abierta. Al centro una caluga. Sonreía incrédulo.
-Cualquier onda- sólo atinó a decir sacudiendo su larga melena.
-Sí, cualquier onda- le digo burlesco- ¿Alguna sugerencia?- pregunté
por preguntar.
-Por supuesto. Tírese- me dijo serio y seguro- Haga slam a la arena.
-¿Qué?- ahora yo abría la boca sin entender.
-Claro, cuando el tren agarre hacia Quintero por ahí por el puente
Con-Cón, se tira por la ventana. La máquina ésta, va lenta, y usted cae con
suerte a la orilla, o a la desembocadura ¿Sabe nadar?
-No, y ya está bueno de fugas por el Aconcagua- dije recordando mi
anterior huida fallida.
-Entonces en la recta que toma enfilando a Quintero, antes de Ritoque,
en Mantagua. Ahí hay pura arena, el tren va despacio igual- me miró y pensó
en algo divertido- Yo lo acompañaría pero llegaría tarde al recital de los
Death Snake.
-No suena mal tu sugerencia, chiquillo.
-Legal, loquillo. Tiene que arriesgarse si quiere ver de nuevo a su
familia. Supongo que con llorar no saca nada. Mejor cero dramas- y terminó
su argumentación el sabio chascón. Me golpeó fuerte en el hombro con su
mano, con un guante sin dedos remachado de plateadas puntas.
-Muy cierto, oye- convencido le devolví el golpe.
-Vamos llegando al lugar apropiado- dijo sacando de pronto
arriesgadamente la cabeza por la ventana. Luego, metiéndola nuevamente al
carro con la melena despeinada, me ordenó:- Prepárese. No lo piense dos
veces. Es su gran oportunidad. Suerte que se encontró conmigo. Sino llega a
Quintero llorando.
-Sí, creo que tuve suerte de encontrarme contigo- le dije mirando con
cuidado hacia afuera.
gabriel castro rodríguez

-No hay nadie mirando, y bueno, si alguien mira jamás atina lo que
vamos a hacer. Es cosa de ser rápido. Usted se tira y yo le lanzo el bolso- me
miró esperando una respuesta- ¿Oká?
-Okey. Bueno, el bolso no es tan importante, pero igual me lo tiras.
-Espérese. Viene el inspector. Dejémoslo pasar, va seguramente a la
cabina del conductor. El gordito pasó ocupado en sus cosas y no en las
nuestras.
-Ya abuelita, ventana bien abierta, inspector en la cabina del conductor,
nadie mirando. Uno, dos y- larga pausa emocionante, y gritó: -Tres.
Pero la cosa era más peligrosa de lo pintado por el nene: había postes
carcomidos por el aire salino pasando a regular velocidad frente a mi nariz.
Abajo se veía más veloz de lo que se suponía el infinito pasar de los
durmientes crujiendo con orquesta de metales de este mounstro salvaje
rodado. Más allá se veían dunas salpicadas de piedras y plantas, y más allá el
mar salvaje de esta costa casi virgen. Sin nadie a la vista en una tarde de
neblina costera.
La cosa era saltar lo más lejos de esta bestia, la cual fácilmente me
podía tragar y hacer puré. Bueno y también la gracia era no chocar con un
poste. Ni tampoco con una piedra filuda en vez de suave colchón de arena.
Sentí los huesos de mis piernas, su carne crujir bajo las ruedas del
tren. Astillado mi cráneo. Todo crepitar, todo crujir. Desolado, muerto. Eso
sí que era violencia, odio, desamparo verdadero sin piedad.
-Ya pues oiga- insistía impaciente el muchacho- Si la sigue pensando
llega a Quintero con medio cuerpo afuera. Tome, esto le ayudará a decidirse-
y me dio a fumar un genuino pito recién encendido.
Lo mejor que pude cara al viento fumé como se deben fumar tales
cosas. Luego de dos piteadas se lo devolví. El muy salvaje entonces me
empujó con su bototo puesto en mi trasero. Justo después de un poste. De
boca salí en real salto mortal de abuela hacia afuera del tren. Lo más lejos
que pude intentando para no ser difunto y lograr ser tránsfuga feliz.
El rápido influjo de la poderosa yerba me hizo sentir más liviana y
lenta la caída.
Caí con la boca abierta en una muy dura duna. Libre gracias a Dios,
de piedras, y a una distancia leve de los durmientes y del convoy pasando
con su rechinar de máquina venciendo el viento helado con agua de mar y
arena perniciosa para el metal.
la razón & la fuerza

Unos metros más allá cayó con estrépito mi bolso de abuela junto con
un paquetito hecho con papel de diario.
Vi a mi ocasional ayudante alejarse, despediéndose y con ambas
manos encueradas señalándome el envío. Medio cuerpo hacia afuera, chascón,
rumbo a su recital de los Death Snake.
-Suerte abuelita- me gritó levantando sus pulgares agitándolos hacia
el cielo- Buen provecho.
Me despedí haciendo igual gesto, sentado entre los montículos de
arena. Libre mientras menos se veía y se escuchaba el tren. Cada vez menos.

Todo Hombre su propio Aleph en el Ombligo


(With a Little Help from my Friend)

Hacía frío y escupía arena. Levanté el bolso y el paquete de papel de


diario donde habían tres pitos de marihuana y una caja de fósforos. Decidí
de inmediato probar el regalo.
Al rato junto a mí descubrí un librito semientrerrado en la arena. Como
si me hubiera estado esperando.
Papelucho Perdido leí en la casi incolora tapa acostumbrado ya a las
raras casualidades. A algún pobre infante de veraneo se le había quedado,
supuse. Y hacía tiempo, concluí por lo desteñido de las tapas. Comencé a
hojearlo. Leí ruborizado, por los continuos Dejas Vous simultáneos
producidos por la yerba, las primeras páginas, las cuales casi me las sabía de
memoria.
Decía que él no estaba extraviado. Era más bien su familia la perdida.
Luego contaba de una tía considerada una perdida. Sin embargo nadie la
buscaba.
Sentado en la arena, tal y como había caído allí, pero tirado hacia
atrás y con una pierna arriba, seguí leyendo un poco más para calentarme el
espíritu ya tibio de chilombiana.
La escena era un banquete surrealista: Una abuela pierna arriba
fumando yerba, leyendo Papelucho Perdido, de espaldas en la arena de esta
costa desolada.
gabriel castro rodríguez

Pero la densa niebla empezando a inundar el sector me heló el cuerpo


y me vi obligado a levantar, aunque muy mareado, y a reemprender mi huída.
Me guardé entre las ropas el libro. Hice lo mismo con los restantes
pitos. Dejé abandonado el bolso. Comencé a navegar en la dirección en la
cual suponía estaba Viña.
Entonces en la atroz neblina, apenas dejándome ver la punta de mi
nariz, me sumergí.
Era como el otro día, como en la otra fuga. Ir por la línea, ser fiel al
riel. En dirección contraria de un tren del cual ya nada se veía. En la dirección
exactamente contraria a Quintero: Con-Cón.
Atraído por el estereofónico reventar de las olas, decidí bajar a la
playa e irme por la arena dura y húmeda.
Sístoles y diástoles oceánicos. Explosión. Arrastrar de piedras y arena.
Reventar y vuelta a arrastrar.
A pesar del frío bajé. El paisaje lo ameritaba.
Era algo así como una costa virgen de seres humanos. Aunque no era
dificil toparse con una ex fogata y su usual reguero de basura. Pero de actual
presencia humana nada. Eso por lo menos en la poca periferia que permitía
ver la densa neblina sumergiendo todo. Incluso a mí mismo ya sumergido
también en los efectos de la yerba.
Así iba en doble envoltura. Pero igual sentía mucho frío y entre mis
ropas y la piel del estómago sentí deslizarse, como un pez vivo, el librito
encontrado.
Mirando una fogata extinguida pura ceniza todavía respetada por el
atroz viento, se me vino a la mente la escena vista en Al filo de la Navaja con
Bill Murray. La versión nueva. Cuando en la punta del Tibet quema sus
libros para abrigarse.
Tomé la caja de fósforos.
Pobre incendio, pensé con este leve libro podría hacer, me dije
palpándolo. Además suponía la ciudad de Con-Cón ya en minutos empezando
a asomarse. Por lo tanto había que puro resistir lo poco de terrible hielo
marino restante.
la razón & la fuerza

Encendí el segundo pito y seguí avanzando. Me salí de la hermosa


orilla y retorné al riel. Me dio por recitar en voz alta, casi como cantando,
rememorando lo leído hace unos meses en las paredes de la Ex-Refinería
cuando salía del Colegio, junto a aquellos otros rieles hermanos de estos,
yendo o viniendo de la estación de Viña: Porque soy vago y atorrante por
eso tengo aguante. Nada más lejano lema de mí persona. Pero igual había
que darme ánimo de alguna forma en ese momento, en ese pedazo de antártida
chilena desatado. Sufría, aunque no tanto pues tenía el abrigo del poder del
hechizado cigarrillo.
Supe en esos instantes: Este ataque de nubosidad costera es local.
Casi como un ataque personal a esta pobre abuela tránsfuga. A un par de
pasos sería fácil ganar el sol, pero se habían empecinado en cegarme y
congelarme. Había que avanzar fiel al riel.
Y en ese trance se me atravezó el ansia de, al llegar a la esperada
localidad, lo primero que pediría en el primer bar hallado, para exorcizar el
frío alojándoseme en cada hueso, tomar la famosa leche eléctrica, osea leche
con ron. Con esa idea fija seguí más firme y veloz hacia Con-Cón.
Abel ¿Qué estarías haciendo sino estuvieras aquí? me pregunté de
pronto como si intentara así en realidad enunciar el hecho de estar mil veces
mejor aquí, aunque congelándome, aún en la línea extraviado. Mejor que
ejecutando la misma danza segura tibia de todos los veranos de vacaciones.
Algo se veía allá al frente. Algo. Pero a pesar de la posible meta cercana
igual caí de rodillas extenuado. Poseído por la droga.
Caí entre un par de durmientes carcomidos. De inmediato como pude
salí de ese suicidio. Estaba a segundos de pasmarme por el frío y la yerba.
En la línea era el peor lugar para que me ocurriera una pálida.
De rodillas en la arena, entonces, a un lado de la línea.
Allá al fondo se veía algo. Era Con-Cón de seguro esperándome.
Cerré los ojos. Algo allí me poseyó y me ordenó levantarme la ropa:
El chaleco de abuela, la blusa de abuela.
El Papelucho cayó a la arena ¿Qué intentaba? ¿Zafarme del papel
encomendado por Nemesio? ¿Entregarme definitivo al frío? ¿Masturbarme?
No sé, pero lo que hice entonces fue que me puse a observar mi
ombligo. Al poco rato, lo juro, pude ver una gema preciosa, un aleph. En
este el significado de la vida:
gabriel castro rodríguez

Soy la candela inextinguible aun en la noche + salvaje


también
el relámpago rasguñando
la medianoche
yéndose con el siguiente momento
encandilados todos por segundos...
Soy la rosa de Sarón
y el lirio de los valles...

Recité ruborizado.
Así estuve como si fuera nylon. Estirados minutos gozando de mi
omphalus como si fuera este una mini TV.
Infierno florido. Polo con forma de mosca de hielo, saboreando una
revelación: En mi ombligo todos los asilos tenidos y por tener: El útero
materno, luego el kinder, básica, la media, la U, mi Trabajo ¿Libertad y no
asilo, por fin? Nooo. Después mi casa. Luego una buena Casa de Reposo.
Finalmente el Cementerio. Puros asilos.
Tirado, inerte. Habiendo sido del frío y de la yerba también. Anidado
por la arena tibia: Vieja sabia estrujando al sol de la tarde para reterlo y
prodigarlo en casos como estos. A metros de mi objetivo aquella ciudad.
Tirado dormí profundamente. Dormí semi feliz, revelado, sin frío, soñando
sería así con cualquier droga. Pero también sería así sin cualquier droga:
Mágico, liberado por fin. Rebelado, sabio, sin vicios, disfraces. Desnudo
sabiendo bien qué había que ser y dejar a la música raptada por el viento. Así
como también todo lo escrito y dicho. Mi estirpe paterna y así todo. Todo.
Entonces, en imposible contorsión, besé mi ombligo mirando al mismo
tiempo una foca, o un lobo marino. Algo por el estilo.
Agusanándose en esta orilla solitaria con una enorme ave marina
muerta enterrado su pico todo cubierto de moscas y hormigas.
Como Prometeo y el águila muertos y pretificados.
Ave copulándolo, comiéndole el bolo alimenticio antiguo de su
estómago seco.
Comiéndose recíprocamente todos a partir de lo que era el vientre del
mamífero marino.
Festín simultáneo en el océano, donde empezó la vida.
Ying y el Yang.
la razón & la fuerza

Vi en mi ombligo todo empezando, todo terminando.


Círculo eterno, inacabable.
Ni más ni menos mi omphalus con una lágrima roja en su centro.
Todo vida, todo muerte, todo comiendo, todo circulando, todo rueda,
todo ciclo autosuficiente ¿Después del intercambio de fluídos qué?
Respondí gritando: Pues esto.
Desde la ventana de mi propio ombligo todo horrible, pero interesante.
Supe, por ejemplo: no me importa ser la sombra si tú eres la figura,
familia mía.
También vi un mueble vitrina que se me apareció flotando entre las
olas como un emblema de zona prohibida: Lo tras el vidrio no está disponible
para mí. Se ve pero no se toca. Deseable, muy deseable justamente por eso,
por lo inalcanzable.
No es raro esto, me dije.
En mi infancia vi muchas de estas vitrinas encerrando tesoros, tesoros
de difícil descripción.
Visibles en ese mueble flotando, pero intensamente prohibidos:
Piernas, sexos, billetes, brillos, oscuridades, cadenas abiertas, libros,
sonrisas.
Yo sin techo.
Sin padre pues este había caído.
Yo desnudo, sin techo mirando una oscura noche a mediatarde.
Todos hijos de un solo hijo.
Así me mamé todo el sol de la tarde autorizado por la caprichosa
niebla.

Mi centro anatómico también me enseñó: Siempre hubo una sombra


sobre mí. Siempre un agua deshacía el concentrado y me diluía en penas,
tristeza y frigidez.
Pero eso era polvo en el viento.
Vi a mi padre, a quien seguramente quiero más. El pobre me heredaba,
para protegerme, su miedo.
Lo perdoné y lo comprendí.
gabriel castro rodríguez

Vi que en verdad, en realidad, todo era una pugna estúpida entre yo y


los otros.
Se me hacía un agujero, pero esta vez en el centro del pecho.
Mi padre: Le bon savage.

Quizás horas después desperté de ese estado de beatitud con los cocos
doliéndome de frío. Claro, de abuela, pero con el vestido revuelto.
Como violada. Permitiendo así que la nieve marina se me metiera
debajo.
Me bajé las polleras pudorosa. Ah mujeres, valientes mujeres con
faldas. Casi al aire el sexo. Con razón aprendieron muchas a protegerlo
sistemáticamente.
Me paré. Ya sin nada de niebla alrededor ni adentro mío me percaté
faltaban un par de pasos para entrar a la encrucijada turística: La ciudad de
Con-Cón. Vecina, muy vecina localidad de mi hogar.
Estaba a pasos de mi consumada fuga con el espíritu calmo por primera
vez en años. Como si hubiera vomitado algo malo.

La soledad introvierte al hombre, los grupos lo vuelven hacia afuera,


pensé mientras le gritaba saludos a unos muchachos veraneantes pasando
con sus cañas de pescar. Sonrientes contestaron mis entusiasmados manoteos
de abuela.
Estaba aún un poco borracho de yerba.
Me encontraba por fin, creí, definitivamente fugado y retornado a la
civilización.
Mejor que todo. Limpio y lúcido por primera vez en años.
la razón & la fuerza

Pisé la vereda que me hacía entrar a la ciudad. Algo me llamó la


atención en el suelo. Un huesito de vaca atrapado desde hace años me distrajo
al centro del sendero de cemento. Y entonces de pronto vi como la ciudad
nacía cuando a esa tibia, desmedulada y aserrada, se le empezó a apegar
cemento, casas, postes, negocios, servicentros. Y en ellos autos argentinos,
chilenos y gentes, perros, niños, canastos de pescados, mariscos, y teléfonos
públicos. Teléfonos públicos. Como un torbellino todo, proyectando el hueso
imágenes en el urbano ecran de cemento.

Telephone Line
give sometime
I´m living in Twlight

Así entré a Con- Cón con la ceremonia, velocidad y la simpleza de un


bolero ¿Los Death Snake tocarían boleros? Me recibieron primero las
gaviotas, los albatros y las palomas. Las palomas son las moscas de los
gigantes y las moscas anuncian visitas. Era yo que llegaba a esta ciudad, y
estando gigante.
Sin pensarlo mucho coloqué una moneda en el primer teléfono público
que encontré. Marqué el número de mis suegros. Tenían su casa a 20 minutos
en bus de aquí. Al frente mío un bombero empleado del servicentro, quien
no dejaba de mirarme, lavaba un auto. Tenía a todo lo que daba la radio.ELO
con Telefone Line ni más ni menos.
gabriel castro rodríguez

Lily estaba donde sus papás refugiada después del rapto. Le pedí nos
encontráramos en Con-Cón y trajera ropa para cambiarme. Expresé lo mejor
posible a través de la línea telefónica mi amor por ella. Estábamos vivos,
intactos y amantes más que nunca. En media hora estaríamos juntos de nuevo,
así el círculo inesperado se cerraría para siempre. No traería al niño porque
recién había iniciado su siesta. Solo ella y yo clausurando la temporada loca,
Rescatado y salvado por mi mujer. Cambio y fuera.

Allegro man non Troppo

Me siento en la vereda junto al poste del teléfono público. Con mi


atuendo maltrecho de abuela debo parecer algo así como un payaso caído de
la caravana de un circo. Me duele un poco la cabeza y tengo la boca seca.
Me reviso y no encuentro plata suficiente para ni siquiera una lata de cerveza.
Y yo que me iba a tomar una leche con ron. Había algún billete en el bolso
dejado allá en Mantagua. Estaba Alegro man non troppo pues me movía en
esos días en un ámbito de chauchas y gambas: Es que un hombre sin dinero
va sólo con vergüenzas arrastrando. No tiene ni credo, gustos, gran orgullo,
ni mucha dignidad. Sólo es una boca seca, una garganta apretada y un
estómago hueco. Pero en fin, había que puro esperar la llegada de mi mujercita
al rescate de su hombre enmascarado de abuela vuelto de tan increíble
aventura.
¿Y si hiciera dedo y diera una sorpresa a mi amada? Pensé. Pero
considerándolo bien, mejor dejar la cita como había sido pactada. No vaya a
ser que produzca un desencuentro. Las circunstancias se me habían presentado
tan juguetonas que quizás era más prudente aguantarme y esperar. Ya le
tenía miedo a los dados de la vida, los cuales hasta ahora parecían cargados
a favor de Nemesio. Era mucho mejor no mover ni un dedo. Todavía esta
aparente fuga me parecía frágil. Manosearla mucho la podría desgraciar.
Alegro man non troppo.
la razón & la fuerza

Tan solo me limité a ubicar en un lugar menos visible. Detrás del


servicentro, con visión hacia el paradero de los que venían de arriba. Así
podía atisbar fácilmente la bajada de los pasajeros y de las gentes circulando
por todos lados. Así también no verían mi extraña figura la cual a cualquiera
podía intranquilizar y peor aún, llamar la atención de alguien vinculado con
Nemesio. O lo más terrible, con mis iniciales raptores. Y el recuerdo de
aquellos todavía no resueltos enemigos me espantó suponiendo algún tipo
de intervención telefónica al aparato de mis suegros. Pensé que por lo tanto
tal hecho significaría que los raptores estarían en perfecto conocimiento de
mi posición. Consideré también la torpeza impulsiva de mi acto reciente.
Agucé la mirada por si algún sospechoso llegara buscándome en el lugar del
concertado encuentro. De nuevo esbocé la posibilidad de mejor ir yo a la
casa de mis suegros. Así el encuentro no se verificaría acá en Con-Cón sino
en otro lado. No estarían en sobreaviso los posibles raptores. Pero ya había
pasado un buen rato y tal posibilidad se hacía también muy peligrosa: Yo
subiendo, ella bajando hacia el lugar de la cita y ellos esperando.
No les sería mala ventaja para sus oscuros fines tomar a Lily ante mi
ausencia.
Debía entonces quedarme aquí, montar guardia y solicitar al
Todopoderoso que sólo fueran mis usuales paranoias todas estas
especulaciones.
Para relajarme me levanté la blusa y miré mi ombligo. Me había
enseñado el alfa y omega de todo hace unas horas. Pero al cabo de unos
minutos de espectarlo sólo vi lo que suelo ver siempre al observar ese agujero
mío: Pelusas, pelos. Nada en general muy extraordinario o místico. Me palpé
el bolsillo de la blusa. Sentí el restante cigarrillo de marihuana. Lancé un
bufido de frustración. Agarré el pito y arrugándolo lo tiré al suelo.
Qué tristeza ver morir otra esperanza. Cerrarse otra puerta. Y como
un rayo, en la más terrible me escuché pensar aterrado: Mataron a Bruce
Lee, y no me van a matar a mí. Cerré los ojos y traté de tranquilizarme
pensando en voz alta: Ya falta poco para el encuentro con mi mujer.

Ríos de Hiel
gabriel castro rodríguez

Me distraje de mis pensamientos un rato observando a un decadente


personaje en la entrada del puente en dirección a Quintero: Un muchacho
quien a vista y paciencia de la comunidad, la población flotante, daba una
pincelada gruesa al cuadro turístico de este verano: Uno de los muchos que
aspiran neoprén.
Hasta en mi escondite podía oliscar el penetrante vapor de tal
improvisada droga letal. La heroína de los pobres: Debajo de una cebosa
parka junto a su corazón tenía encerrada otra atmósfera, pequeña, de la cual
periódicamente mirando fijo y rojo a los transeúntes y mucho más allá de
ellos, sentado en el suelo, extraía nimbos los cuales entonces, y siempre, se
interpondrían entre él y ellos, diluyéndolo de paso a él mismo y a la verdadera
extensa atmósfera de esta ciudad, este país, de este ceboso planeta.
Tuve ganas de vomitar pero me las aguanté. No tenía la culpa de ese
drama, ni tampoco de que a mis pies hubiera un folleto promocional de una
agencia de turismo enorgullenciéndose en ofrecer la beatificación del
Monseñor Escrivá en US$ 250. Me agaché, lo tomé, y con ganas de
comérmelo lo arrugué y lo tiré lo más lejos que pude. Ni con vía satélite
hubiera Santo Tomás creído sin ver en vivo. Así todos los hombres.
Entonces sentí ríos de hiel regando las calles de Con-Cón
inevitablemente. Alimentando sus frutos. Ofreciéndoselos a este humilde
servidor con rasgado disfraz de abuela.
Ya se venía reptando lentamente una amarga angustia. De esas siempre
tenidas, pero hace varios años pequeñitas e insulsas. Por esos tiempos no lo
sabía. Ahora son más grandes. Y me pregunté ¿Para combatirlas debo pensar
que igual son puras güevadas como aquellas de mi infancia y juventud?
Si tan solo al mismo tiempo que elimino pusiera algo en el agujero
que queda, me dije. Mi alma pondría entonces más oposición al viento y no
sería algo así como un queso mal oliente lleno de hoyos. Quizás por eso
mismo también paso llenándome, recordé, con lo que pille, sin grandes
discriminaciones conscientes.
Yo, otra vez más un alma con bulimia. Como un muñeco de trapo sin
relleno, anhelándolo cualquiera sea su especie. Me estaba poniendo como
cuando lograba mi tristeza, inexplicable a veces, perdiéndome del sentido
de la vida. Se me abalanzaba ese no saber qué hacer con cada minuto, o
sabiéndolo, pero sin poder encontrarle valor a esa labor, la cual creía no
merecía ni uno solo.
la razón & la fuerza

Me saqué el gorrito de abuela y me despeiné. Otra cosa sí que era


importante ¿Pero qué otra?

Rosas, Violetas y Nenúfares

Para escupir ese asco enfoqué hacia el paradero inundado de pasajeros


viniendo de arriba. No estaba entre ellos mi esposa. Entonces empecé a
preocuparme y a muy fácilmente imaginar grandes tragedias, o pequeñas
confusiones evitando la cita. Pero de inmediato me alegré un poco pensando:
Aunque nadie me llevara en su vehículo a donde mis suegros, o no tuviera
monedas suficientes para la micro, igual podría ir caminando. En una hora
estaría con mi esposa. Pero igual persistía mi estado de nerviosismo ante la
espera larga, larga. En nada ayudaba lo que me rodeaba. Entonces traté de
distraerme nuevamente, mirando a las gentes. Muchas deambulaban por el
rango de mi visión. Habitantes de Con-Cón haciendo sus cotidianidades.
Matizados con muchos turistas: un abuelo mascando eternamente algo
inexistente. Algunos algo así como hijos de la muerte: Niños pálidos,
panzones, rodillas saltonas, sin carne. A esos que se les ven la venas azules
y lilas en las manos pidiendo sucias unas monedas a la gente. Como los
personajes de Ruskin.
La gente es asquerosa, me dije. Están llenos de órganos y gritos
obsenos. Sus diálogos, los cuales podía adivinar con sólo mirar sus labios y
el movimiento de sus manos, me dio con pensar que fácilmente podían
reducirse a tres verbos haciendo interminables, extensos, disfrazados
parlamentos: Pedir, disculparse, dar gracias. Solo eso era lo cual ellos, o
incluso yo mismo verdaderamente siempre quisimos comunicar.
Apresuradamente trataba de salvarlos, pues muchos de ellos, a pesar de su
horripilancia, pueden cometer actos bondadosos. Sin embargo eso es como
su pago por circular por ahí, pornográficos.
Huyo del miedo y maldad. Pero no hay lugar que no alcancen. Le
digo a los niños que no tengo plata.
¿El mundo debe adaptarse a mí, o yo a él?
gabriel castro rodríguez

Recordé con cierto sabor de ironía: en el Renacimiento, para la


angustia, acedia o tedium vitae como le llamaban, recomendaban a modo de
remedio rosas, violetas y nenúfares. Entonces, a falta de tales flores, pretendí
curarme del atroz paisaje humano visualizando una que otra chiquilla atractiva
pasando en tanga, con un atado de verdura para la cena. O una viniendo con
su toalla de la playa después de dorar su delicioso cuerpo, con quien entonces,
justamente, me dejé amedrentar por el calibre de sus piernas, las cuales
generosamente mostraba la toalla amarilla. Como si ella fuera un nenúfar
amarillo de los cuales necesitaba en ese preciso momento.

El Más Extraño Suicidio Jamás Visto

Más de alguno desde la vereda del frente, o en su auto detenido por


gasolina, fijaba su vista en mi exótica apariencia. Desvié la mirada mientras
pensaba que los extraños en el pueblo, ni más ni menos yo mismo en ese
momento, suelen los normales convertirnos en encarnación de sus traumas.
Márgenes de la sociedad moderna: Homosexuales, asesinos, terroristas,
ladrones, drogos, yo.
Miré justo en los ojos a un taxista observándome desde hacía rato. Le
saqué la lengua. Se puso colorado, pagó la bencina y se subió apresurado a
su vehículo yéndose, supongo, un poco aterrorizado.
Miré hacia donde estaba el chiquillo amante de los diluyentes, eventual
colega en este estado de extraño en el pueblo. Ya no se veía.
Comenzaba a oscurecerse. Lily todavía no hacía aparición. En ese
momento exacto me quedé de una pieza viendo como desde la altura del
techo del edificio más alto de Con-Cón, al frente de la gasolinera, una casona
de tres pisos, se dejaba caer sin aletear una paloma.
Veo como en breve golpea contra la vereda. Es un ruido como de pan
remojado. Una vez en el suelo aletea por primera vez desde que la vi tirarse.
Una o dos veces débil expirando su último aliento de ave urbana. Así
consternado, de pie sin saber qué pensar ante el suicidio más extraño jamás
visto, todo naranja por el maravilloso atardecer marítimo Conconino, rayado
por las aves de rigor demostrándole a la muerte de la paloma su vida a toda
prueba, justo en ese momento, escuché a mi esposa llamándome desde el
paradero.
-Abel.
la razón & la fuerza

Miré y por unos cortos instantes pensé: (sin una gota de pasado, sin
una gota de futuro), se acaba esa tristeza matándome desde hace algún tiempo.
La juventud suele ser de por sí atractiva, pero había algo más atractivo
que su aura juvenil, perenne aunque acumulara años. La vi, entonces, más
hermosa que nunca. Brillaba llena de belleza intransable.

No se fije en Gastos, Cumpa

-Te demoraste- le dije y la besé largamente- Te ves hermosa- miré a


sus ojos para decirle lo que mis palabras no podían.
-A veces es mejor tomar el siguiente tren- sonrió- Aunque llegues
tarde. Sea lo que sea que te pasó, mi amor, agrandó tu cariño- dijo y me
abrazó fuerte- Qué rico saber que estás bien.
-¿Tú cómo estás?
-Bien ¿Y tú?
-Soy como el junco que se dobla pero que siempre sigue en pie.
También soy el egoísta que no podía vivir solo.
Unos niños recortados en el horizonte azul oscuro observaban con la
boca abierta como se besaban en la boca, abrazados, una mujer y una abuela.
-¿Cómo pudiste huir de esos tipos?- preguntó. Me tomó la mano fuerte.
Con la otra me peinó.
-Es una historia más larga y complicada de lo que pudieras imaginarte.
En todo caso creo que con toda esta intricada aventura me he graduado de
Pathfinder.
-Suena interesante.
-Lo es, aunque también fue harta congoja.
La abracé fuerte.
Sin duda, pensé, un nuevo lapso se inauguraba como cuando me
pagaban, pero mucho mejor. O cuando se da vuelta la página de lo malo.
Igual como decía Cortázar en sus Instrucciones cuando se le daba cuerda a
un reloj.
-Estoy en otra de las vueltas de mi vida- le dije al oído- Una que
empezó en la noche en que me raptaron esos infelices. Y que termina aquí,
abrazado a ti.
-¿Qué pretendían?- se soltó. Retrocedió dos pasos y me miró severa a
los ojos.
gabriel castro rodríguez

-¿Me creerás que todavía no tengo idea? Ya te digo, es una historia


larga y complicada. Quiero darte detalles, pero en un lugar más cómodo.
Además quiero bañarme, sacarme esta ropa y beber un buen trago. Además
quisiera- me acerqué- Tú sabes.
-Oye y qué pretendes con esa facha. Si te viera tu hijo le haría harta
gracia ¿Eres una abuela?
-Sí ¿Cómo está él?
-Muy bien, pero preguntando por su papá- me tomó nuevamente de la
mano. Comenzamos a caminar. Suceso para regocijo de los niños
siguiéndonos a corta distancia murmurando hipótesis.
-Yo me he acordado también de él. Bueno ¿Qué vamos a hacer?- me
detuve.
-Irnos a donde mis papás ¿Qué más?
-Se me ocurre una idea ¿Andas con plata?- tomé su cartera. Ella me la
arrebató con fuerza, sonrió y contestó que sí. Andaba con plata.
-¿Poca o harta?
-¿Qué se te ocurrió?
-No hemos ido nunca a un motel- la miré con picardía.
-¿Quieres ir ahora a un motel?
-Exacto. Este lugar está lleno de moteles ¿Nos alcanza?
-Supongo que sí, aunque después andaremos escuálidos el resto del
mes. Como siempre en todo caso ¿Cuánto sale un motel?
-Oh amada. Nuestra vida regida por el laboral calendario lunar- la
abracé-Tranquila. Tenemos que celebrar mi escapada y por lo tanto, como
dice el cumpa de Condorito, no nos fijemos en gastos- la tomé de las manos
y ejecuté un vals improvisado mientras los niños atrás aplaudían, les sonrío
y les hago una venia. Les da risa y salen corriendo lejos.
-Okey. Supongo que la ocasión lo amerita. Además quiero escuchar
pronto la famosa aventura. Llamaré a la casa para decir que estás bien, mis
papás también se han preocupado mucho. Además quiero saber cómo está
nuestro hijo. Supongo bien, pero por si las moscas.
-Por si las moscas...- repetí el extraño dicho, no sé por qué un poco
alucinado- Compremos algo para comer y tomar. Luego vamos para allá.
Creo que por ahí hay un motel.
-¿Y tú cómo sabes?- me preguntó seria.
la razón & la fuerza

-Cultura general, mi amor, no se pase rollos- me río, pero me detengo


con la imagen mental de mi padre despidiéndose en San Marcos.
-¿Y qué es de mis papás? ¿Mi papá no te ha dicho nada?- recordé los
sucesos del hospital.
-Tu abuela murió.
-¿Cuándo?- pregunté poco sorprendido pues ya me esperaba algo así,
pues ni ella, nadie de la familia, es para hospitales. También se me apareció
la imagen mental de Nemesio ¿Habrá asistido al funeral?
-Ayer. Eso es lo único que he sabido de tus papás. Por lo mismo no
quise decirle del rapto a tu papá. Tú entiendes.
-¿Y el funeral?
-En Quillota hoy en la tarde.
-¿Y qué le dijiste a mi papá porque no podíamos ir?
-Le dije que estabas enfermo. Y yo cuidándote. Casi voy igual al
funeral, y no me encuentras en casa cuando llamaste. Son las cosas del destino-
se acercó y me abrazó- Algo me dijo que no tenía que salir.
-¿Y qué dijo él?- pregunté distraído del abrazo. Concentrado en los
recientes dichos y hechos de mi padre.
-Que comprendía.
-Claro que comprendía. Vi a mi padre en San Marcos el otro día. Por
allá andaba yo raptado. Él por la mala salud de la abuela.
-¿Estabas en San Marcos?
-Sí, y fui con mi padre hasta Quillota donde estuvo hospitalizada la
abuela. Pero no llegué a saber de su muerte.
-¿Pero por qué no me dijo nada de ti? Me hubiera tranquilizado.
-No sé, la confusión la tendrá por la muerte de su madre, pero le dije
que te contara que estaba bien- me saqué el gorrito de lana y me rasqué la
cabeza- No qué sé pasó.

Rico es Amar

Reconocí que el lugar, a pesar de lo exorbitante del precio por la


noche, me gustaba por su cierto lujo. Tenía un microondas donde
calentaríamos la pizza y un mini refrigerador con una cubierta imitando
madera donde helaríamos la champaña.
gabriel castro rodríguez

Prendí la radio. Sonaron en vivo los Death Snake en Ritoque. La


televisión por su parte transmitía las noticias. Puse mute y descubrí, esperando
en el video, bajo la tele, una porno seguramente.
-¿Haré el amor con una abuela revolcada?- me preguntó Lily tendida
en la cama. Sonreía coqueta.
Como repuesta dejé la lata de cerveza en el velador y me desnudé. A
mis pies cayó Papelucho Perdido. Mi esposa lo tomó y hojeó. Fui al baño y
me di una ducha.
-Ni aún en las peores situaciones tú abandonas la literatura- me dijo
con un tono sonando a reproche cuando volvía del baño.
-Es que la literatura se me constituyó como recipiente para la vida-
dije. Recordé las dunas de Mantagua- O quizás, debo confensar, la vida como
recipiente de la literatura- me metí bajo las sábanas- No sé, la cosa es que he
ejecutado una danza. Para nada puedo creer que es la vida real. Es cantar
una canción, construir un edificio, hacer una película, pero simplemente, sin
lugar a dudas, no es la vida, la cual está en otra parte. Y entonces casi nada
de lo que he hecho o he dicho es más que un simulacro. Así es que estoy
tranquilo con los vicios, dolores y enfermedades por los cuales he pasado,
ahora último sobre todo. Tranquilo también con los placeres, felicidades y
pasiones. Ni el abismo ni el Shangri La son más que estaciones de tren. Hay
que hacerle caso a León Gieco cuando dice eso de que nunca hay que creerse
en la sima o en la gloria. Una pena no estar de una vez por todas en la
verdadera verdad- la besé en la frente- Pero en fin. Así hasta la muerte este
simulacro de vida que algunos estúpidos se lo toman como en serio. Pero es
justamente allí, en las puertas de la muerte, sino ha sido algunas veces antes,
cuando entra el calofrío de pensar: ¿Y si ésta es la verdadera vida? Pero
igual amo a la literatura- le arrebaté el librito- Éste es sólo un libro muy ad
hoc que me encontré ¿Me puedes creer? en la costa casi virgen, esa que va
después de Con-Cón y termina en Ritoque, justo en donde suenan esos locos
que escuchas en la radio.
-Buena música ¿De dónde son?- dijo ignorando todo lo escuchado.
Trataba de cambiar de tema. Se incorporó de la cama, subió el volumen de la
radio, tomó la lata de cerveza de la cual yo bebía e intentó tomar. Hizo una
mueca de molestia. Estaba vacía. Me miró.
-Creo que son chilenos ¿Quieres champaña?
la razón & la fuerza

-No ¿Y cantan en inglés?- sonrió tratando de demostrarme que todo


iba bien. Igual sentí que debía comportarme en lo del trago.
-Sí. Qué raro ¿No? Se supone que es heavy metal, creo- bajé un poco
el volumen- Suenan bien. Hoy conocí a un chiquillo de la misma línea. De
hecho iba para allá a ver a ese conjunto. Por ahí escuché: el rock era la caja
de arena del establishement para cagar, mear, etc- puse mi brazo bajo su
nuca y la atraje hacia mí- ¿Qué tal? Ese chico que conocí en la tarde en el
tren seguramente pensaba otra cosa. O quizás en lo mismo. No sé.
-¿Te viniste en tren de San Marcos?- sacó de su cartera una cajetilla
de cigarrillos y me ofreció. Acepté. Luego me pasó un diminuto encendedor
rosado. Prendí el suyo. Luego el mío.
-Ajá- le confirmé tirando una bocanada de humo. Eran fuertes. Miré
la marca y me acordé de los cigarros del chivo. Los mismos, importados- Me
puso en él en realidad, con esa ropa de la abuela el tipo ése, el primo de mi
papá del cual ya te conté- le mostré el cigarrillo- ¿Y estos cigarros?
-Se los regalaron a mi papá- apagó el suyo. Tomó el mío- Y como él
dejó de fumar- lanzó una bocanada y me lo devolvió- Nemesio ¿Cierto?
-Exacto. Como te decía es un gallo de campo que odia todo lo que
viene de la ciudad. Pero igual creo que me estima un poco. Además fui su
esperanza para realizar la misión salvífica de su, mi estirpe, la que cree
imperfecta y posible de enmedar con estas rarezas de asumir a nuestros
ancestros familiares. Repasar y mejorar el pasado. Una locura.
-Súper loco ¿Y nada que ver con los que te raptaron desde el
departamento?- Tiró el humo de su cigarrillo hacia el techo.
-Nada. Ellos son tipos totalmente desconectados del Nemesio. De
hecho ya te dije que incluso mató a dos de ellos- tomé el libro como para
cambiar de tema- Este libro se le habrá extraviado a un pequeñito lector
veraneante, supongo. Este es un país de escritores y de lectores pese a lo que
digan. Será para nuestro hijo. Aunque creo que lo tengo- la miré- ¿O es el
Papelucho en la Clínica el que tenemos?
-Con lo que has pasado, a propósito- tomó de mi mano el libro. Lo
dejó sobre el velador junto al tarro vacío de cerveza- supongo que tendrás
buenos temas para escribir algo.
-Indudablemente ¿Escuchaste al güeón?- me refería al locutor de la
radio.
-¿Qué?
gabriel castro rodríguez

-A qué se refiere señor locutor con eso de qué rico es amar- exclamé
apretando los dientes y mirando a la radio- ¿Es que se refiere a ese verbo con
todas sus acepciones y alcances? No lo creo. Supongo que no piensa en lo
que dice. Mejor deja sonar a los Death Snake- Traté de apagar el aparato.
Ella me detuvo.
-Tranquilo- atrapó mi mano buscando el switch.
-Mi violencia es en verdad tristeza- le dije. Llevé a mi boca su mano
atrapando la mía y se la besé.
-¿Acaso no estás contento por estar acá conmigo, libre ya de aquellos
extraños rollos del Nemesio?- me consultó buscando un cenicero. Acerqué
uno que encontré sobre la tele, la cual ahora después de 60 minutos anunciaba
un capítulo de la versión para la tele de la obra de Peter Graves Yo Claudio.
Ficción británica después de ficción nacional. Me dan ganas de soltarle el
mute. Me aguanto.
-Verdad- le dije mirándola a los ojos- Disculpa. Oye en verdad que
tengo cualquier material para una buena novela, hay que puro recordar y
empezar a escribirla, revisarla, terminarla y tratar de publicarla- sonreí- No
hay mal que por bien no venga ¿No?- dije y la besé.
-Ajá- dijo y me besó.
-San Marcos que me hiciste daño, sin embargo igual te quiero. Cariño
malo- dije sonriendo otra vez- La literatura como tabla de flote ante la
tempestad más dura. Claro que sí. No te niego que con lo de Nemesio me
reconecté con mi pasado familiar. Y además me llegó un increíble material
para hacer un buen libro. Es cosa de escribirlo no más- levanté los brazos
hacia el cielo bostezando relajado- Total, verano y por lo tanto tiempo, me
queda ¿Has visto como llena la gente vacía sus horas? Inventa conflictos,
beben, en fin, nada bueno. Si por último escribieran, ya sería algo mucho
mejor.
-Pero tú bebes también, y creo que mucho.
-Cuando me emborracho soy un hermano mayor mío.
-Te prefiero a ti. A nadie más.
la razón & la fuerza

-Sí mi amor. Tranquila- dije. La volví a besar. Metí mi mano bajo las
sábanas y recorrí sus piernas morenas. Se acercó al cenicero del velador y
apagó el cigarrillo. Intentó apagar la luz, pero se lo impedí. Lentamente puse
mis manos en sus senos. Acerqué mi boca y mamé de su pezón derecho de
madre. Luego del izquierdo. Duritos. Le apreté todo el pecho con mis dos
manos. De nuevo intentó apagar la luz.
-No. Quiero verte.
-Bueno- dijo tapándose los ojos con la mano izquierda y sonrió. La
derecha fue hacia mi sexo. Lo encaminó al centro de su sexo. Le bajé
lentamente los calzones. Le besé, mordí, y succioné. Se resistió poco, jugando.
Le metí mi lengua. Recorrí su sexo una y otra vez. Se contorsionó en el
lecho. Se abrió de piernas para que pudiera penetrar con mi lengua mejor.
Miré de reojo su rostro. Con mis manos indiqué que se pusiera de
guatita. Le lamí el potito una y otra vez hasta admitir en su centro mi lengua
húmeda y dura.
Me levanté y saqué completamente su calzón.
La observé con su cabellera larga sobre su suave espalda morena.
Toda entregada.
Mordisquié su cuello. Revolví su pelo. Masqué suave el lóbulo de su
oreja derecha, le dije: te amo. Te eché de menos.
Bajé lamiendo lentamente por el centro de su espalda, escuchando su
quejido de placer hasta llegar a su potito en cuyo centro volví a lamerla
enterrando mi lengüita. Seguí hacia abajo. Me tendí para metérsela en el
sexo. Una y otra vez desesperándola. Sentí manar el sector rosado.
Algo decían por la radio, algo decía ella.
Me tendí de espaldas. Ella se deslizó hasta atrapar con sus manos,
frente a su rostro mi sexo erecto. Me comenzó a masturbar. Luego metió mi
miembro en su boca una y otra vez. Retiré su pelo del rostro para ver bien lo
delicioso que me hacía. Ella también retiró su larga chasquilla del rostro.
Entonces retiró su boca, me miró con los ojos entrecerrados, sonrió y me
dijo despacito: te amo. Acarició mi vientre. Se puso sobre mí, tomó mi
miembro y se lo metió en su vagina caliente y húmeda.
Comenzó a cabalgar primero lento. Luego rápido haciendo saltar sus
tetitas, las cuales se las atrapaba y acariciaba con ambas manos con la
apropiada fuerza.
Gozábamos bien.
gabriel castro rodríguez

Al rato se apegó a mí. Me abrazó y me dijo al oído que me pusiera


sobre ella.
Lo hice.
Ahora cabalgaba yo sobre ella, alentado por sus quejidos, ojos lindos
y manos estrujando la almohada.
-Grita. Te estoy escuchando- dije.
Levantó sus piernas. Las cruzó sobre mi espalda. Con mis manos
agarré su cadera, sus glúteos y me los atraje hacia mi pelvis sube y baja.
La tenía mía.
Sentí acercarse la eyaculación. Bajé el ritmo y le pedí se pusiera de
boca con el potito parado.
Obedeció.
Entonces lamí nuevamente. Metí mi lengua. Luego intenté con mi
pene.
-No, ahora no. No.
Obedecí. Volví mi pene a su vagina.
Abracé su cintura. Comencé de nuevo el viejo mete y saca hasta
eyacular en silencio después mientras ella movía su potito queriendo más.
No podía darle más por un par de horas.
Me dejé caer lentamente en la cama siempre metido en ella. La abracé
por detrás fuerte y me dejé invadir por el sueño entregado a esa posesión
jugosa y tibia de mi pene en la posesión jugosa y tibia de su vagina.
Tomó la sábana, nos cubrió. Entonces ya no supe más.
Me entregué al sueño. Antes balbucié en su oído: He vuelto a casa. El
hogar tuve la certeza era esa vagina mojada apretando mi miembro. Nada
diferente.

Moscas

En la radio escuché sonando un saxofón. Ese era el sonido emitido


desde el bicho con el cual soñé esa noche: Gran insecto inmóvil por su
obesidad acostumbrando después de comer su cartón escupir una masa.
Se alimentaba del jugo de diarios, papeles y botaba lo restante en
forma de escupitajo blancuzco al lado de su cola. Ni más ni menos como un
semen.
la razón & la fuerza

Se formaban, entonces, largas filas de indigentes, entre esos yo, el


menos idigente de la fila. Alimentábamos al insecto y así obteníamos el
provecho de la masa excretada, buen material gratuito para casas sólidas.
Construyendo mi modesto hogar con ese material me encontraba cuando
escuché entre sueños, la vigilia y el sueño, la zona crepuscular, entre la
duermevela una voz conocida diciéndome mientras moldeaba mi casa: Así
como intentas llevar a la punta de tu pene la vagina de ella, así es como
sabes o no sabes apropiarte del mundo. Y a un eyaculador precoz le queda
el triunfo y la conquista, puros, con la felicidad implícita que le es inherente.
El triunfo y la conquista por sí mismos, sin adornos, desnudos, desinteresado,
honesto, limpio sin ambición a disfrutar de lo conquistado. El reino adquirido
no será de ese mundo eyaculador precoz .
-Primero se pone amoroso, después catatónico- dijo otra voz.
-Recién a los 40 me voy a enamorar de ti. Y digámosle enamorar, si
es eso lo que le sucede a un naúfrago con su balsa- dije yo.
-El sexo, el brutal sexo- dijo una voz conocida. En el sueño escuché
El Vuelo del Moscardón de Rinsky Korsakov. Comenzaron a rodearme
moscas de colores eléctricos: azules, verdes. Moscas viniendo desde un
enorme surullo. Me impedían seguir construyendo.
Me convertí en un aspirante de neoprén mientras se desenrrollaban
sobre mí miles de papeles higiénicos desde el cielo mientras veía a un
saxofonista ejecutando su instrumento en mitad de una carretera frente a mí.
Me creció entonces, sintiéndome drogo, alcohólico y perdido en un
tarro de pegamento, un brote por el techo de mi cráneo. Suavecito, un poco
lento comenzaba a subir esa firme pero elástica cola verde, delgada primero,
más gruesa después. La cola de un gato verde enojado chicoteando el aire,
oliscando, buscando algo o alguien. Entonces se enrrolló al cuello de un
amigo con la porción central y la punta de la húmeda lengua verde atrapó un
vaso: Se lo dio en la boca como una madre la mamadera a su hijo. Aparecieron
otros amigos. No se manifestó y se ocultó. Aparecieron entonces nuevamente
moscas, muchas enormes moscas limpiándose los ojos con las patitas
delanteras, antes frotándoselas, y con las traseras hicieron lo mismo pero
para esta vez limpiarse las aquerosas alitas.
-Hacerse la mosca muerta, mosca en leche. Moscas sobre el mármol.
Por si las moscas- decía una voz familiar.
gabriel castro rodríguez

Vi las moscas en un vertical y transparente planeta plano: La ventana


de mi recién hecha casa.

De una Pieza, en una Pieza

Y desperté y vi a otra mujer. Es decir la misma. Mi mujer, pero mis


ojos veían a una desconocida.
-Vengo de un lugar en que la felicidad es rejas bien cerradas- le dije
estirándome y bostezando.
-Yo de uno en que la felicidad es rejas bien abiertas- me replicó seria.
Estaba vestida. Se pintaba frente al espejo del baño. Se había duchado,
tenía el pelo mojado y calculé eran como las diez de la mañana.
-¿Qué hora es?
Miró en su muñeca el reloj regalado por su madre.
-Las nueve y diez de la mañana.
Afuera se sentía el reventar de las olas. Hacía frío.
-En mi casa había una chicharra, no un ding-dong para anunciar a las
visitas- le dije- Debo quedarme por los buenos. Por ustedes, por ti y por
nuestro hijo- últimamente al despertar me estaba comenzando a sentir
invariablemente siempre como el señor K.
-Yo tuve una moneda de la suerte, pero se me perdió- dijo repasándose
con su lápiz labial. Acabado esto, lo guardó en la cartera y la cerró- Todas
las monedas de la suerte se pierden. Lo que hicimos en esta cama huele a
látex- dijo sacando de un manotón la cajetilla de cigarros importados de
encima del velador. Algo le enfadaba mucho.
-¿Crees que hice el amor con otra?- le pregunté extendiendo mi mano
y pidiéndole un cigarrillo.
Me tiró uno sobre la cama, luego el pequeño encendedor perdiéndose
entre la deliciosa geografía del cubrecamas.
-Sí- dice en voz casi imperceptible cruzando los brazos sobre sus
pechos de madre.
-Estás equivocada- le dije y recité:

Sólo me puse bajo el fanal para amar


más de cerca a la rosa
Pero al poco tiempo me faltó el aire
la razón & la fuerza

y permití que un diamante


penetrara la campana de cristal
y por allí respirase
y saliese yo por algún tiempo...

Quizás sea sólo un pusilánime, sólo eso. No un adúltero.


-Sería mejor que te fueras por donde viniste- me dijo. Volvió al baño
y sacó de su cartera una peineta y comenzó a repasarse el cabello.
-Arrepentirme de la lluvia sería pretender retroceder lo ya hecho- me
dio rabia su inexplicable actitud- Es la ridiculés que me propone Nemesio-
me levanté desnudo. Le pedí la ropa que me trajo para cambiarme. Negó con
la cabeza. Se le había olvidado traerla-Yo veo en el colegio cuando se separan
los padres egoístas que piensan solo en ellos- me volví a acostar porque
tenía frío- Veo lo que les pasa a los chiquillos, a los hijos. Se envician, se
pierden, se asustan y se agarran de cualquier suicidio. Pocos sobreviven.
Los profesores saben bien de eso, lo vemos todos los días, y no lo quiero
para mi hijo.
-Ni siquiera saco mucho con también emborracharme contigo porque
pierdes a un testigo, y yo creo que eso es lo que necesitas- dijo como si no
me escuchara- estoy aburrida de todo esto.
-¿El que tome tanto es lo que te molesta?
-Entre otras cosas eso es- me respondió mientras seguía peinando su
pelo largo con vehemencia y peineta.
-Pero fuiste anoche algo así como Frida Kalho, una sensualidad
dislocada: Tacto en la mirada y ojos en las manos.
-No me compares a esa pobre mujer por favor.
-Todas esas ternuras y regresiones infantiles del flirteo, del coqueteo
adolescente, esos arrurúes y añuñús ¿Dónde se fueron? ¿Qué te pasa?
-Con la noche, con la infancia, con la adolescencia se fueron- se dejó
de peinar y me miró con rabia- ¿A dónde más pueden estar ya?- terminó de
peinarse y se preparó para abandonar la habitación.
-Qué triste es el sentir que sólo dormido se está bien- le dije abrazando
la almohada.
-Esta esposa corre el riesgo de transformarse en una segunda madre o
la hermana mayor. Supongo que no es la idea- dijo sin mirarme mientras
giraba la manilla de la puerta.
gabriel castro rodríguez

-No me importa ser la sombra cuando eres tú la figura- le dije


extendiéndole mi mano.
-Suena bonito pero es justamente al revés. En la disco EGO todos
bailan solos. No hay tiempo ni ganas para preocuparse del otro. Sólo hay
tiempo para uno- me señaló con su dedo índice derecho- Para nadie más.
Los demás después, otra noche, otro día.
-No te niego que estuve con ganas de estar acompañado, borrar la
propia historia, pero sólo por un rato. La fuerza del hogar es fuerte y poderosa.
Eso de largarse unas horas, no más, y después volver, como si nada hubiera
pasado. Oh Dios. Eso para mí no. O todo o nada, medias tintas no. No hago
a veces lo que quiero hacer para que no sea justificación para que tú hagas
algo que yo no quiero que hagas- incliné la cabeza sonriendo- Confieso,
para qué te voy a mentir: he hecho locuras para que no se diga que soy flojo.
He dejado de hacer otras a veces por desidia. Pero en estos días no. Nada, te
lo juro.
Pero veía, a pesar de mis palabras, igual desatándose un gran infierno
desflorado.
Le sonreí nuevamente cuando me miró. Supuse todo esto un mal
despertar y una pequeña disputa pronto a resolver positivamente.
-Hombres que se comen a las mujeres sin grandes ascos. Eso no va
conmigo- continué diciéndole mientras me levantaba desnudo e iba hacia
ella- Nada más terrible que la mentira. Si la verdad es muerte, creo que es
mejor morir en ella que en mentira. El touch and go no va conmigo. Tiendo
a la soledad. Así como vivo contigo es la manera más feliz de vivir mi
infelicidad.
-Quiero que te vayas ahora por donde viniste- me dijo rechazando mi
abrazo- No me obligues a echarte. Me alegro que estés bien, pero es el mejor
momento para seguir caminos separados.
-¿Me golpearías para que me fuera?
-Sí, pero con verdades, no con mis puños- me miró directo a los ojos.
-¿Cómo cuáles?
-¿Por qué no te vas?- dijo mirando el suelo.
-¿Con cuáles verdades me echarías?- insistí.
-Con esta- me volvió a mirar a los ojos. Se mordió los labios nerviosa,
colorada y me dijo:
la razón & la fuerza

-Tu hijo no es en realidad hijo tuyo- y salió por donde habíamos


entrado. Dejó abierta de par en par la puerta de la habitación 33 del motel.
Yo en la cama desnudo. Con la boca abierta podía ver cómo mi esposa salía
del recinto enfilando hacia el paradero sin mirar atrás.
Yo en una pieza de una pieza.

Tocata y Fuga

Y entonces entraron ellos con la ropa caliente hediondos a calor.


Era la segunda noche pasada en Con-Cón. En la mañana había sido
abruptamente abandonado a mi suerte por mi esposa quien no se hacía cargo
del muerto. Osea no se hacía cargo de mí diciéndome cosas hirientes.
Atacándome verbalmente por todos los flancos posibles. De que tenía una
gran rabia reservada conmigo para un buen momento, la tenía. No se podía
dudar. Revisé mi prontuario desde nuestro primer encuentro. No encontré
más motivos para su salvaje ataque, a la mañana siguiente, después del nada
de mal, según mi opinión, polvo. Nada más que unos cuantos adjetivos, los
cuales reconocía, bien me venían de un tiempo a esta parte: Pusilánime,
depresivo, paranoico, hipocondriaco, hedonista, alcohólico, abúlico,
desencantado, nihilista, agnóstico, aterrorizado, violento, resentido y un poco
adúltero. Pensándolo bien, sinceramente me hubiera ido con ella también
sino fuera porque tenía obligatoriamente que quedarme conmigo.
Entonces fue una de las veces en las cuales se me vinieron unas ganas
incontenibles de grabar en video algo que se llamara Touch and Go.
gabriel castro rodríguez

Sería como en varias películas en donde los tipos y tipas flotan en el


aire al morir, o algo por el estilo. En mi video la idea es que te estás comiendo
un helado con tu esposa y tus niños, de pronto te desdoblas. De fondo va la
Tocata y Fuga en Re de Bach. Te partes en dos aunque no lo crea, ni pueda,
Silvio Rodríguez. Una imagen tuya circulando queda con tu familia. Eres tú,
pero otra se desprende y flota como en un cuadro de Chagall hacia las nubes
más bajas no sin antes hacer una señal de despedida con la mano y tiras un
beso. También ese eres tú. Luego desciendes al otro lado de la ciudad en una
casa, en una cama con otra mujer, una que conoces bien. Se hacen el amor
entonces. Lento, con delirio y mordiéndole el cuello a lo vampiro a la delicius
girl siguiendo con el ritual del amor. Nuevamente te desdoblas y flotas y
flotas atravezando el techo de madera. Vuelas de espalda silbando hasta dejarte
caer en una playa solitaria al atardecer con el suave, pero poderoso, oleaje
palpitando a tus pies. Ves el atardecer dorado. De nuevo te desdoblas haciendo
volutas con tu cuerpo flotando en la tarde tibia de un verano. Caes suavemente
sobre la cubierta de un mercante yendo a tierras lejanas. El capitán te grita
en chino si te crees turista y qué esperas para ir a la sala de máquinas. Así
hasta la eternidad. So far so close. Multiplicado de ubicuidad. Touch an Go.
Como la sala de dirección de un canal de TV, con varias docenas de monitores
mostrando simultáneas diferentes tomas con el mismo protagonista. Tocata
y Fuga. Ni más ni menos como los ojos millonarios de una mosca, cada ojo
más que un segmento de una misma imagen, escenarios lejanos entre sí de
un mismo infinito cosmos, cada uno con tu persona como protagonista. Como
un ensayo de orquesta, sincronicidad de Jung, un Aleph. Sin vivir una sola
vida en un solo momento con las mismas personas siempre. Bailar muchos
bailes en diferentes salones todos al unísono. Pero somos seres
unidimensionales.
Y ahí quedé boquieabierto conmigo mismo sin poder huirme. Pero
mi esposa sí huyó. No lo pensó dos veces.

Emboscada Madre I I

Esa mañana me encontré entonces otra vez perplejo y sin mucha


claridad al respecto de lo que debía hacer. Sabía lo que no debía hacer: Ir con
mi esposa, o ir a Quintero.
la razón & la fuerza

Estaba desnudo. Ayer mi mujer había botado la ropa sucia de la abuela.


Estaba sin dinero alguno en una pieza de motel con su puerta abierta de par
en par, con un conserje entrando y diciéndome que debía salir.
-Mire como estoy- le dije con la sábana puesta a modo de toga.
-¿No tiene ropa?- preguntó el gordo mirándome de reojo desconfiado.
-Nada, y tampoco dinero- le contesté con mi mejor cara de víctima.
-Lo único en lo que le puedo ayudar es ofreciéndole un trabajo si
usted quisiera- se sentó al borde de la cama- Tendría hospedaje gratis y
alimentación. Por lo menos es una solución. Acá nunca sobran manos.
-Indudablemente amigo. Acepto- dije. Efectivamente era mejor que
lo tenido hasta ese momento: Nada. Ya pensaría en algo a medida que la
situación mejorara.
-Okey. Le traeré unos bluyines y una polera, son de mi hermano, es
como de su talla. Él ya no los necesita.
-¿No los necesita?
-No- se turbó cambiando la cara gentil- Usted hará el aseo. El baño,
los jacuzzi. Sacará las sábanas, vaciará los ceniceros y en fin, limpiará todo
lo que haya que limpiar ¿Okey?
-Trato hecho.
-Y empezará por esta misma pieza. Sea rápido, hay otras esperando.
Y así fue la jornada de ese segundo día en Con-Cón.
A la noche, tarde, al cambiar turno con otro encargado del aseo, me
fui a un cuartito. El lugar donde dormiría.
Me sentía cansado. También vacío y triste. Con ganas de ver a mi
mujer entrando al motel y preguntando por mí.
Me dio escalofríos imaginarme a Nemesio hacer lo mismo con una
escopeta en la mano. Sacudí la cabeza a ver si se me despejaba de tan mal
pensamiento. Me recosté sobre la cama, cerré los ojos y empecé a alucinar
con una cerveza helada.
Fue entonces cuando entraron ellos con la ropa caliente hediondos a
calor, haciendo un gran estrépito.
gabriel castro rodríguez

A pesar de no reconocerles sus rostros de inmediato los vinculé con


los raptores de la vez anterior. Así mismo esta extraña temporada había
comenzado. El modus operandi, y más que eso, un halo similar al de esa
noche en mi departamento, me indicaba que todo empezaba otra vez, o mejor
dicho todo terminaba ahora sí definitivamente. Las armas exhibidas me
confirmaron el aroma a despedida inundando el cuartito.
-Hello again, amigo- exclamó uno con entusiasmo.
-Escurridizo amigo- agregó otro.
-Venimos por tiií- cantó un tercero. En eso se asomó a la puerta Óscar,
el gordito conserje, el cual tan gentilmente me había apuntalado.
-¿Qué pasa aquí?- preguntó con voz de macho.
-Se está verificando un arresto- explicó uno de los tres sacando una
credencial del bolsillo interior de su chaqueta. Se la puso a un centímetro de
los ojos de Óscar, sin dejar de apuntarme.
-Ah. Investigaciones de Chile. Esa mala costumbre mía de ser tan
confiado- dijo y se dirigió a mí- Tendría que haber sospechado. Eras un
delicuente. Bueno, no digas nunca que no fui paleta. En fin, qué le vamos a
hacer- dijo agitando las manos- El crimen no paga- terminó sentenciando
Óscar creyendo que sabiamente.
-Estos gallos no son tiras- exclamé desesperado- Esto no es un arresto,
es un rapto. Te lo juro. Ayúdame.
-Mi madre siempre me dijo que debía creerle más a los que tenían
armas.
-¿Eso decía tu madre?- le pregunté invadido por el miedo.
-Muy sabia tu mamá- dijo uno apuntándole al rostro.
-No hagas eso- dijo suave, pero con energía otro que podía ser el
líder.
-¿Por qué no?- preguntó sonriendo nervioso el que apuntaba a Óscar.
Le tomó del cuello de la camisa acercándolo hacia el cañón.
Respiraba raro. Parecía gangoso de resfriado.
-Córtala te dije, güeón- insistió enojado el líder dejándome solo con
el segundo apuntándome. Fue adonde el rebelde resfriado.
-¿Son detectives de verdad?- preguntó el gordito mirándome serio
con cara de que me estaba creyendo mi versión del rapto.
la razón & la fuerza

-Mejor córrase y déjenos actuar- dijo el líder muy diplomático


zafándolo de la mano del rebelde agripado y conduciéndolo hacia la salida-
Vaya, tome el teléfono y pregunte a Investigaciones de Viña. Pregunte si
acaso se está realizando o no un operativo acá en Con–Cón. Allá le podrán
explicar mejor.
-Sí, señor- asintió obediente Óscar saliendo. No sin antes darse vuelta
y mirarme a los ojos asustados.
-Yo en su lugar también desconfiaría. Vaya y pregunte. Nosotros lo
esperaremos aquí- insistió con voz confiable el jefe de los raptores.
Yo mismo casi le creí. Pero cuando el gordito se alejaba, los dos fueron
donde el líder y le preguntaron qué pretendía con eso de la llamada.
-Nos dará tiempo para llevarnos a este güeón de una vez por todas
¿No captaron?- les dijo demostrando por qué era el jefe él y no ellos.
-¿Por qué no lo ejecutamos ahora?- dijo el rebelde acercándose a mí y
poniéndome su arma sobre un ojo- ya nos ha costado dos este conchesumadre-
inspiró fuerte haciendo sonar la acuosidad de su nariz.
-Porque las órdenes son otras. Lo necesitamos vivo. Así se dio la
misión. Vivo- dijo el jefe y yo sentí entonces un leve alivio al escucharlo.
Pero me sobresalté nuevamente cuando de pronto Nemesio con una escopeta,
tal y como me lo había imaginado hacía un rato, irrumpió gritando por la
puerta.
-Suéltenlo y nadie saldrá herido- tenía un cierto aire de John Wayne
en Río Bravo, por ejemplo.
-Puta... Otra vez el llanero solitario- dijo mirando hacia el techo el
líder de los raptores y apuntando con su arma flojamente hacia el suelo-
¿Qué pretendes interrupiendo de nuevo nuestra misión? ¿No sabís acaso
con quién te metís huaso de mierda intruso?- subió el arma y le apuntó ahora
más serio.
-¿Lo mato? ¿Lo mato?- preguntaba el rebelde con entusiasmo
refiriéndose a mí sin sacar el arma de mi ojo. Tenía sucesivas risitas nerviosas
y el dedo índice de la mano libre se lo pasaba una y otra vez por las fosas
nasales inspirando un constante manar.
-Te dije que no- continuó anulándolo el líder- Nosotros nos deshacemos
de este.
-Vamos. Inténtalo- azuzó Nemesio.
gabriel castro rodríguez

-Mira. No tenemos órdenes de matar al profesorcito. Quizás eliminarte


a tí, sobre todo considerando que nos quitaste a dos de los nuestros- el
mandamás aprieta los dientes y escupe aire- Sin embargo los planes pueden
cambiar. Despacharlos a los dos, empezando por el güeón este, podría ser la
solución a todo este enorme trámite supuestamente más rápido y simple. Te
aconsejo, si tanto te interesa el caso del profesorcito, ármate de paciencia,
ándate por donde viniste, y en 48 horas te lo entregamos enterito en el lugar
que tú quieras ¿Qué te parece? ¿No me digas que no es un buen trato? Te
doy mi palabra de que todo saldrá okey. En caso contrario ya te digo que no
hay problema con cambiar la misión. Correría entonces sangre de este y de
la tuya también- bajó el arma y sonrió asintiendo con la cabeza -¿Qué me
dices? Somos tres contra uno. No hay por dónde perderse.
-Yo no hago tratos con citadinos- dijo Nemesio con ojos de loco.
Disparó sobre el tórax del jefe justo cuando entraba Óscar armado disparando
sobre el rebelde que me tenía el cañón de su arma enterrrado en el ojo
izquierdo. Al morir cayó al suelo sin disparar un solo tiro.
El segundo raptor corrió en busca de una salida. No la encontró más
que en el terrible segundo tiro de Nemesio. De boca cayó a la entrada del
baño con un agujero en la espalda.
-Bote la escopeta o lo mato- le gritó el conserje a Nemesio.
-No dispares...- grité pensando en cómo calificar al huaso-...Es amigo.
-Amigo- repitió Nemesio sacándose la chupalla y saludando al gordito.
Me miró de reojo con fiereza. Óscar bajó el arma convencido. Lo mismo
Nemesio avanzando lentamente hasta mí. Cuando estuvo muy cerca me
escupió la cara.

Omega Man y el Diablo Conocido

Caminando por el puente de Con-Cón en dirección de Quintero


sentimos las sirenas de policía rodeando el motel de Óscar. Me imaginé
entonces a mi mujer viendo las noticias relatando los sucesos de hace media
hora. Recordé al gordito pálido lamentando en voz alta el haberme dado una
oportunidad mientras miraba la mortandad regada en su cuartito de empleados.
Nemesio iba siguiéndome de muy cerca apuntándome bajo la luna
llena con su escopeta recargada y aún tibia. Yo necesitaba como nunca un
trago fuerte.
la razón & la fuerza

-Estar así despiertos es un delirio de condenados- canté suavecito.


Después de ver tanta sangre correr, en vez de repugnancia sentí ganas
de abalanzarme sobre el huaso intruso, como le nombró el líder de los raptores,
arrebatarle la escopeta despachándolo ahí mismo y tirarlo inerte del puente a
la desembocadura. Cada vez más todo me empujaba a la criminalidad, pero
desistí inmediatamente del arrebato de ira por dos motivos: Primero por el
temor grande dado por la pericia de Nemesio con el arma. Segundo, por una
suerte de agradecimiento de haberme sacado de esos güevones que algo
querían conmigo y yo todavía no sabía qué era. En todo caso nada bueno,
por mucho me quisieran vivo como dijeron eran sus órdenes.
Di vuelta la cabeza y miré a Nemesio. Entre diablo conocido y ángeles
por conocer... pensé. Aunque ángeles no veía por ninguna parte. Aparte de
todo eso igual me sentía como si fuera el hombre omega: hombre apocalíptico,
rey Midas del desastre, king of pain, mosca: donde se para deja la cagada.
Mi esposa, los muertos, Óscar, Nemesio, mi misma persona desorientada y
con necesidad de beber mucho y luego dormir harto, quizás para siempre.
Me di vuelta nuevamente. Logré ver las luces de Con-Cón. Más allá
un pequeño sector lejano posiblemente Viña o Valparaíso. Amados lugares
míos de los cuales me alejaba. Miré hacia adelante y vi pura oscuridad: Dios
fue un desierto antes de ser la tierra prometida, me dije tratando de alentarme.
Y aún cuando con los ojos vendados me pasearan por el mundo entero
tratando de perderme por sus caminos; con los ojos vendados me bastaría
respirar hondo, tan hondo, tan solo una vez para saber que me encuentro en
Viña del Mar, recité despacito mirando otra vez hacia atrás.
-¿Qué estai mirando? Mira hacia adelante no más- me dijo con rabia
Nemesio enterrando el arma en mi espalda.
Sentía el canto nocturno de ranas y sapos bajo el puente. Toda una
fauna nocturna cantora.
-¿Para dónde vamos?- pregunté suponiendo y casi deseando me
contestara, a Quintero. Temía algo terrible del enfurecido huaso.
-Los cabros chicos siempre ven de a dónde vienen, los grandes siempre
andan pensando a dónde van. Como en las micros cuando se sientan en el
último asiento a mirar a los que los siguen- me contestó sin contestarme
Nemesio dándoselas de sabio proverbiante. Luego continuó con una sentencia
más pedestre:- No pasan ni micros, ni autos ni nada hacia Quintero. Ya es
tarde.
gabriel castro rodríguez

-¿Vamos a Quintero?
-Cállate y déjame pensar.
Me ordenó parar. Llegábamos al final del puente. Se acercaba el cruce
de la línea del tren y ya se podía distinguir el curioso guardavía eléctrico con
su forma humanoide. Muerto a esta hora.
-Por supuesto que vamos a Quintero. Ya que el lindo decidió bajarse
antes, tuvo que venir su tío a ponerlo nuevamente en camino al muy maricón
traidor. Putas que me costó encontrarte. Pero el buen tío Nemesio triunfó
otra vez. Y justo a tiempo para salvar de nuevo al malagradecido de mierda.
Claro que vamos a Quintero. Pero no hay ninguna güevada en qué irse para
allá a estas horas por la misma re chucha ¿Te das cuenta en los medios ni
güeveos que nos pones Titito? Y por puro ser maricón y jugarme chueco.
Hace dos días que te esperaba tu tía Liduvina. Y claro, yo, el güeón, confía
en el maricón, y cometo la torpeza de dejarte venir solo- Escupió al suelo- Se
me olvida de que eres un citadino maricón, y no se puede confiar en tí.
-Quería ver a mi familia.
-Rica familia que tenís güeón. Tu mujercita te deja botado, en pelota
y sin ni un cinco- se rió.
-¿Cómo sabe usted eso?
-Ese gallo del motel me lo dijo mientras tú te ibas a cambiar los pañales
al baño. Además me debes plata, tuve que pagarle por esa ropa que llevas
puesta. Eres puras pérdidas. Ni una ganancia.
-Podría haberle comprado un yerse. Me muero de frío.
-¿Y no quería otra cosita el güeón patúo? Cállate será mejor. Así me
dejas pensar qué vamos a hacer ahora que no podemos tomar nada para ir a
donde tu tía.
-Podríamos devolvernos y pasar la noche en Con-Cón.
-¿Quieres un escopetazo güeón chistosisto?

Colmo

Nos detuvimos en el cruce ferroviario, debían ser como las diez de la


noche o más.
la razón & la fuerza

Leí en una de las panderetas de un sitio industrial junto a nosotros:


¡Viva Boca! Firma, el Bigote. Me reí. Con el dedo índice de mi mano derecha
mostré el grafiti a Nemesio. Lo miró y como si nada, dio vuelta hacia mí. Me
preguntó serio si conocía Colmo.
-No. Aunque de un tiempo a esta parte he conocido algunos colmos.
-Ponte serio, mierda.
-¿Sabes leer Nemesio?
-Eso a tí no te importa ¿Conoces Colmo?
-He pasado por el puente Colmo, más allá, en micro, sólo eso.
-Esta noche pasaremos la noche allá. Es zona agrícola, es decir, lugar
seguro. De gente confiable. Vamos.

*
-¿Es un prisionero?
-Sí- Nemesio contestó sonriendo orgulloso.
-Hace tiempo tuve uno.
-Y ¿Cómo le fue abuelito?
-Después le cuento, cuando se vaya a dormir el futrecito ¿Se serviría
unas cañitas con este abuelo?
-Es tarde, pero igual ¿Cómo despreciarle?
-Vieeeja.
-¿Qué pasa?
-Sírvete una botella de tinto.
-Viejo, a usted el trago le hace muy re mal. Acuérdese de lo que le
dijo el doctor- advirtió la abuela mirándonos de reojo a Nemesio y a mí.
-A la mierda el matasanos ¿Cierto Nemesio? Y caliéntese el pastel de
choclo, pique tomate y cebollita y lo acarrea para acá ligerito. Llévese al
futrecito y muéstrele dónde va a dormir.
Yo sentía el llamado más que del hambre, de la sed. Miré a Nemesio
para que intercediera por mí.
Nemesio me conocía. Sabía qué quería, pero seguía muy enojado
conmigo. Me ignoró dejándome en manos de la vieja. Ella me condujo por
una boca de lobo acabando en un cuartucho pareciendo ser, o bien era, un
gallinero con una vela encendida en el centro.
gabriel castro rodríguez

-Apague luego la vela. Una vez se nos quemó un hijo acá, por quedarse
dormido con la vela prendida.
-¿No podría traerme un vasito de tinto señora?
-¿Está loco, quiere que el viejo me pegue? Duérmase ligerito y ya va
a ver que amanece luego. Apague pronto la vela oiga. No quiero recogerlo
con pala y escoba mañana- y la abuela se fue lentito por la oscuridad
farfullando que a su viejo le hacía mal el trago.
Al rato sentí las risas del Nemesio y del abuelo. Lejos, en la cocina,
mientras comían y tomaban intercambiando impresiones de sus respectivos
prisioneros. Me dormí con facilidad acordándome de Jorge González y
amigos.

Desperté atacado por moscas en mi cara y en mis brazos. Desesperantes


despertadores del verano en un cuartucho para guardar semillas, veneno para
caracoles e instrumentos agrícolas tales como un hacha bien afilada
alucinándome unos momentos, todo rodeando una improvisada cama.
Estaba tapado por asquerosos sacos paperos, hediondos y ásperos.
Por lo menos no estaba envuelto en ellos, metido, cocidos encerrándome
como fue el triste caso del Humberto Peñaloza, el mudito de Donoso.
Me zafé de la ropa de cama. Lentamente me levanté lo más permitido
por mi apaleado cuerpo producto de la incomodidad por el sitio donde dormí.
Sentí frío, por lo cual, con la tenuidad de la luz y toda la sensación más que
térmica rodeándome, calculé recién había amanecido. Sin embargo las moscas
insitiendo en posarse en mi cuerpo me hicieron deducir que era más tarde.
Es sabido que los dípteros no se levantan activos temprano.
Abrí la descuadrada portezuela del gallinero. Descubrí estirándome,
recibiendo el frío de la mañana, un nublado total. Otro chiste de los veranos
de la región de Valparaíso. Cómo reclamarían los turistas cagándose de frío
esperando practicar actividades acuáticas frustradas por la niebla.
El ranchito estaba en un alto del poblado de Colmo. Ofrecía una
hermosa vista de terraza panorámica, permitiendo, a pesar de la neblina, ver
al Aconcagua desembocando bajo un puente de Con-Cón y a los cerros
aledaños.
la razón & la fuerza

Vehículos y gentes iban y venían de acá para allá sumidos en sus


particulares actividades. Mucho hombre con bolso viejo de tevinil. Mucho
bus repleto y todo un ajetreo oliéndome a lunes, pero no tenía la certeza.
Sólo podía ser.
Miré hacia la casa de corredor y adobe. Vi junto a una artesa a la vieja
cortando leña para, supuse, un desayuno. Entonces sonriendo con las manos
en los bolsillos me acerqué lentamente.
-Buenos días señora ¿La ayudo?- pregunté conteniendo un bostezo.
-Buenos días. Sí, corte leña. Se supone que el José María hace eso,
pero como ayer se le pasaron las copas de tinto, todavía ronca. Eso no le
hace bien. Yo le dije, pero es tan re porfiado- se limpió las manos en el
delantal- Bueno, es que nunca recibimos visitas.
Tomé el hacha pensando que, igual al abuelo, Nemesio dormía a pata
suelta. Craso error. Al avanzar hacia el árbol caído, del cual había que hacer
leña, miré mejor la artesa y vi a Nemesio peinándose sus pocas tiesas y
gruesas greñas usando para ayudarse un frasquito de glostora del José María.
Me miró con severidad y tiró la peineta en la artesa.
-Lávate. Después del desayuno seguimos camino- diciéndome esto
me arrebató el hacha y se dedicó a cortar la leña para el desayuno- No te
vayan a salir callos en tus manitos de futre.

Vi en la lontananza, arriba, a los abuelos rodeados de perros y gatos


reanudar sus actividades. Nemesio intercambió las prendas del hermano del
conserje de Con-Cón por algunas ropas de la abuela. Agregó al trueque
quinientos pesos por la molestia. Llevaba la escopeta envuelta en diarios y
en una cubrecama. Todo amarrado con hilo de cáñamo.
-Esa sí que es gente de valer- escupió casi sobre mis zapatos- No
como los de la ciudad, puros culebrones flojos y traicioneros.
-¿Ahora sí que vamos a Quintero?- le pregunté desde mi aspecto
nuevamente de abuela Isabel.
-Por supuesto ¿A dónde más? Tu hermana Liduvina te esperaba desde
antes de ayer.
gabriel castro rodríguez

Infantes y Bomberos

Tomamos un bus en el cruce ferroviario. Mucha juventud. Quizás


otra noche del festival Rock de Ritoque, o quizás también a Caleta Horcón.
La cosa era veranear a lo joven, es decir mucha fogata, mucho huiro, mucho
guitarreo y copete. Arena, sexo libre y mar.
¿Qué más se podía esperar de la vida? Seguramente se preguntaban
los chiquillos y las chiquillas tarareando la ubicua y sempiterna buena música
rock. Tan cerca y tan lejos. Ellos y yo. Ellos muy libres y yo muy prisionero.
Una chiquilla me ofreció asiento. La miré y creí reconocerla. Quizás
una alumna o una vecina. No logré saberlo. Miré a Nemesio sonriéndome
irónico sabiendo que así de abuela era irreconocible con mi rostro bien
afeitado y empolvado ¿Quién podría imaginar que era yo?
Me rendí y senté. Mejor me distrajera mirando el paisaje en pugna
eterna entre el campo y la playa, dunas y plantíos, campesinos y turistas.
Nemesio me pasó la escopeta envuelta.

*
El bus se detuvo bruscamente. Un taco. Centena de vehículos más
adelante frenada por unos carabineros no teniendo por dónde desvíar el tráfico
frente a la entrada a Ritoque, a escasos kilómetros del puerto de Quintero.
Surgieron especulaciones entre el chofer, parrillero, pasajeros del bus
y los vendedores de diversas cosas pasando con sus canastos vendiendo esto
y aquello para comer, beber o leer. Finalmente concluí por propia y directa
observación: no era un accidente carretero. Por la cantidad de bomberos
desplazándose en dirección a Ritoque y la feroz humareda desatada allá al
fondo después del bosque de pinos, se trataba, a pesar de lo temprano y
húmedo de la mañana, de un incendio de proporciones dantescas, como
seguramente decían en la radio y más tarde aparecería escrito en los diarios.
-Bajémonos- me ordenó Nemesio tomando el arma envuelta- Queda
tan poco. Podemos caminar.
la razón & la fuerza

Lo mismo hacían muchos, quienes seguramente iban solo hasta


Quintero.
Al final se quedaron durmiendo o protestando quienes iban a
Puchuncaví, Horcón o a Maintencilllo, el último punto al cual llegaba el
bus.
Obedecí. Me levanté con rapidez pidiendo permiso por entre los que
quedaban en el pasillo y no bajaban esperando los asientos desocupándose.
Nemesio sonrió simulando. Me apretó una mano, me dijo al oído que me
calmara y recordara mi condición de abuela.
-Sí hijito, sí hijito- le dije obediente asumiendo paso cansino.
Cuando bajábamos del bus observé: Había bomberos de la base naval
además de los civiles. De los bomberos con buzo azul y con un ancla en la
manga derecha salió uno y nos preguntó para dónde íbamos. También un
bombero civil se acercó y mencionó el hecho de que yo era una abuela y
debía respetárseme. El bombero-marino miró a su pariente lejano. Le dijo
que no se metiera. Entonces se acercó un oficial de la armada y preguntó qué
pasaba.
El siniestro era en los bosques de Ritoque. Quizás producido por algún
auditor extraviado del show de los Death Snake usando de cenicero al bosque,
supuse. Sin embargo pronto sabría que el autor era de muy diferente calaña.
Los dueños de la situación parecían querer serlo los bomberos de la armada
¿Será zona militar?
-Este bombero civil está interviniendo, señor.
-Retírese por favor. Esto lo controlamos nosotros. Es zona militar-
dijo serio el oficial. De fondo había humo negro y olor como a fosa común.
-Llamaré al capitán- dijo el voluntario sonriendo a Nemesio y a su
abuela.
-Llame a su capitán- desafíó el oficial.
Ahí recién me cayó la chaucha. Recordé un antiguo centro de detención
post 73 por acá en estos lares, alguna vez mencionado por mis padres cuando
veníamos para acá a veranear. A pesar del humo veo todo más claro.
-Vamos, abuela. No perdamos más el tiempo- aconsejó Nemesio
tomándome del brazo.
-Espera. Vamos por allá- le mostré más allá de los carros bomba un
sendero perdiéndose en el humo.
-Está loca. Allá está el incendio.
gabriel castro rodríguez

-No, por allá se llega más rápido, es un atajo. Además ¿No se da


cuenta que estos gallos nos van a pedir los documentos?. Tu show se vendría
abajo si descubrieran que no soy una abuela. La cosa es seria. Andan los de
la Armada. Además descubrirían tu escopeta. Apuesto que no tienes permiso
para portarla.
Nemesio me miraba, y luego hacia las bombas, carros policiales y
carabineros. Se estaba convenciendo. Lo mejor era mi atajo. Mi intención de
todas formas era huir. Me ayudaría del humo inundando el supuesto
acortacamino a la ciudad.
Por fin creyó era buena idea hacer lo propuesto por mí. Caminamos
rápido hacia el sendero ahumado detrás de los carros bomba.
Me tomó fuerte el brazo.
-No se te vaya a ocurrir nada loco. Ya estoy hasta la coronilla con tus
arrancadas. Una más y no respondo de mí- levantó el bulto cilíndrico
escondiendo la escopeta.
-Tranquilo Nemesio. El año pasado estuve por acá mismo. Sé que
llegamos en diez minutos a Quintero- mentí.

Hamlet en Hiroshima

Parecía un sobreviviente de Hiroshima. Estaba sentado sobre una


piedra rectangular frente a los palos negros humeantes de un difunto
eucaliptus, con una rama también chamuscada removía el rescoldo como
dibujando. Fumaba relajado, como esperando. Junto a él había un tarro, uno
de esos cuadrados en que se suele almacenar combustible.
-Ya que que no caen nunca meteoros purificadores, uno tiene que
hacer su trabajo como pueda.
-¿Tú hiciste esto?- le preguntó Nemesio.
-Vengan. Esto es un esqueleto ¿Cierto?
Nos acercamos. Semienterrado entre las cenizas humeantes bajo la
punta del palo en la mano del muchacho efectivamente había un esqueleto
blanco. Un poco desarmado, pero aún se distinguían bien sus manos, como
dormidas arañas pálidas de yeso, atadas por un alambre oxidado dando varias
vueltas alrededor de las muñecas.
-Por allá hay muchas más. Todas igual. Atados pies y manos con
alambre. Parece como si rezaran. Fíjense en el cráneo de esta. Ahí.
la razón & la fuerza

Señaló con el palo un agujero del porte de una moneda, atrás, perfecto.
Metió la rama por el hoyito y levantó. El cráneo se desprendió sin dificultad
del resto del esqueleto y subió dando una vuelta en el extremo de la vara.
-Todos tienen su agujero. Los gusanos no comen hueso ¿Cierto?
-Eso es de bala- murmuró con cara de asco Nemesio apretando su
arma envuelta. El muchacho acercó el cráneo a su cara y le respondió a su
sonrisa de muerte plegando los labios y mostrando sus dientes amarillos.
-Aquí hubo un centro de detención para el 73- le expliqué.
-Ah sí. Allá en el sur también hubo varios.
-¿Eres del sur?
-Sí, me vine hace un par de días de Conce. El norte es lindísimo. No
deja de maravillarme. Y ustedes ¿En qué andan?- pestañeaba lento como si
tuviera sueño.
-Vamos a Quintero- dijo Nemesio señalando hacia donde continuaba
el sendero.
-Para allá hay puros acantilados. Hacia la izquierda está la playa de
Ritoque. Pero Quintero- besó suavemente la calavera- Quintero está de a
donde ustedes vienen ¿No son de acá?
Nemesio me miró rojo de ira.
-Supongo que el humo me confundió- le expliqué al huaso
retrocediendo ante su ira.
-Debería matarte- dijo entre dientes zamarreando el tubo de género
en su mano.
-Las abuelas son algo grande. Hay que cuidarlas.
-Devolvámonos- dijo Nemesio dándome un empujón. Justo cuando
le hacía una señal de despedida al pirómano nos dimos cuenta de que se
acercaban sombras desde donde nosotros recién veníamos. No se podía saber
si se trataba de los civiles o de los otros. No quisimos quedarnos para
averiguarlo. Afortunadamente el humo era nuestro aliado pues de vez en
cuando hacía de barrera visual entre ellos y nosotros. Seguro todavía no nos
habían avistado.
-¿Tú no vienes?- le pregunté al muchacho- Esto es recinto militar,
andan tipos de la armada por todos lados. Será mejor que huyas también. Así
nos guías.
-No es gran cosa, sólo seguir el sendero, esa cinta pelada que no se
quemó por lo mismo.
gabriel castro rodríguez

El muchacho se quedó ahí sentado donde mismo lo encontramos.


Ahora le hablaba cosas al cráneo.
-Ese cabro parecía drogado- murmuró Nemesio mirándome con ira
como si yo fuera responsable.
Estábamos al Borde del Precipicio
y Dimos Un Paso Adelante

A los pocos minutos pudimos divisar la ancha y espléndida costa. El


asqueroso olor a hueso quemado se diluía un poco con el fuerte y salado
viento fresco. El chiquillo no mintió, efectivamente estábamos a bastantes
metros arriba, al borde de un acantilado abrupto en el cual jugueteaban
planeando cientos de gaviotas. No se veía manera de continuar a no ser que
fuéramos aves. El sendero moría a nuestros pies.
-Debería desenvolver este artefacto y volarte la cabeza.
-¿Y por qué no lo hace?- le dije afirmándome la pañoleta sobre el
pelo que el viento pretendía arrancarme.
-No te hagas la valiente conmigo Isabel. Si supieras que hablo en
serio te arrodillarías todo meada a mis pies suplicándome que no te mate-
Nemesio despeinado parecía rejuvenecer, apenas mantuvo abierto los ojos
pues el viento se lo impidía- Pero sabes bien que no he güeviado tanto contigo
para terminar todo ahora, lanzando tu cuerpo agujereado allá al fondo. Así
no me sirves. Vamos hacia la izquierda, el cabro dijo que para allá estaba
Ritoque. Con lo de los acantilados no mintió así es que supongo que es para
donde debemos ir.
Había un estrecho camino, al cual sólo se lograba acceder si nos
descolgábamos un poco desde el borde del cerro. Con cuidado eso sí por el
viento y lo casi inaccesible. Un mal cálculo e iríamos a parar, ante el estupor
de las gaviotas acróbatas, al fondo. Entre el roquerío, espuma y el poderoso
animal turquesa inflando y desinflando su cuerpo pausadamente allá abajo
arrastrando piedras con atroz batahola.
la razón & la fuerza

Era ventajoso llegar hasta ese camino como a dos metros más abajo.
Si bien peligroso y estrecho, nos resguardaría de la vista de los marinos-
bomberos. Ellos seguramente andaban husmeando entre el humo muy cerca.
Sabrían quizás del pirómano sureño, de la exposición ante nuestros ojos de
los maniatados esqueletos ejecutados hace menos de siete años. Haber
presenciado tal aterrador espectáculo nos ponía en aprietos
indudablemente.Vimos algo prohibido y justamente lo pretendido evitar de
la vista de los civiles veraneantes. Sin quererlo nos habíamos metido en un
lío más bien grande, pensé.
-Tú vas primero. Cuando estés abajo me recibes la escopeta. Yo te
ayudo, y por lo que más quieras, no te vayas a caer Isabel. Serías mermelada
de frutilla para postre de esos pájaros.
-No se preocupe. Haré lo imposible por no caer.
Me ayudó tomándome de una mano. Los zapatos de la abuela de Colmo
aparte de apretarme los pies como mil demonios, no hacían más que evitar
aferrarme al cerro. Resbalé y quedé unos instantes, pareciendo horas, colgando
de la mano del Nemesio.
-Mierda, no te sueltes- gritó Nemesio. Se puso como pudo en cuclillas,
luego se tendió tratándome de agarrar con la otra mano. Miré hacia abajo y
mis pies, colgando inertes fuera del caminito de abajo, los vi sobre el roquerío
y las olas a veinte metros en el fondo.
-No me suelto. Usted tampoco me suelte.
-Trata de apegarte al cerro como puedas y déjate caer. Achúntale o
sigues de largo.
Hice lo que le huaso decía y me comencé a balancear.
Nemesio era sin duda un tipo fuerte.
Por unos instantes pude poner pie en una roca saliente con cierta
firmeza. Nemesio consideró pasado el peligro y, quizás también ya agotado,
erróneamente relajó los músculos sin dejar de agarrarme de las muñecas.
Cuando la piedra cedió y yo con ella, Nemesio no logró contenerme ni
sujetarse. Como no me soltó, lo arrastré y cayó de cabeza conmigo.
gabriel castro rodríguez

Ambos gritamos en el vacío cayendo para regocijo de las gaviotas.


Afortunadamente no pasamos del estrecho sendero. Sin embargo la posición
de Nemesio al caer no le favoreció el aterrizaje, ni tampoco la misma piedra
caída con nosotros. Esta le recibió la cabeza dejándolo de inmediato
inconsciente, manando de entre la escasa cabellera matizada de canas un
hilillo de sangre.
-Nemesio, Nemesio ¿Está bien?
El huaso no respondía sino sólo emitía un leve quejido. No estaba
muerto.
Levanté su cabeza y se la coloqué sobre la misma piedra que lo había
herido. Aflojé el botón del cuello de su camisa de franela y el cinturón
oprimiendo su abundante panza. Estaba herido, desmayado. Respiraba
regularmente.
Me senté a su lado y lo miré con detención por primera vez desde que
nos conocíamos. Se parecía un poco a mi padre este enorme pedazo de huaso
tozudo ahora cagado, a mi entera disposición.
-Huaso de mierda- le dije.

Me quedé sentado con la espalda apoyada en el muro de tierra.


Entretenido mirando las gaviotas a las cuales de vez en cuando
infructuosamente les tiraba piedras.
Podían quedarse suspendidas quietas planeando frente a nosotros. Con
un suave gesto, casi despreciativo, esquivaban los proyectiles.
El viento era fuerte y helado.
Los pájaros parecían inquietos quizás por la breve distancia entre
nosotros y sus posibles nidos cercanos. Les tuve piedad y dejé de tirarles
piedras.
la razón & la fuerza

Ya la herida de Nemesio había secado, pero seguía inconsciente. En


eso noté a una misma gaviota volando insistentemente muy cerca. Una y
otra vez como atisbando nerviosa el lugar donde estábamos. Gritaba bajando
un poco fuera de mi vista y volvía a aparecer. De pronto recordé a la escopeta
envuelta quedada arriba. Pero era imposible recuperarla. Mala cosa su actual
posición. Además podría dar una buena señal a quienes seguramente nos
buscaban. Cogerían el bulto alargado, descubrirían al desenvolverlo el arma,
mirarían a uno y otro lado y luego hacia abajo y ya estaba. Atrapados como
ratas. Tenían hasta el arma para eliminar a los inoportunos testigos de la
masacre cobarde cometida acá hace aproximadamente siete años.
La gaviota con su pico amarillo doblado hacia abajo, abierto con su
punta rematada en un lunar rojo, comenzó a tirarse sobre mí en picada gritando
su terrible alarido de guerra para eliminar la amenaza supuesta a sus huevos.
Quién sabe dónde mierda estaban. Cerca en todo caso, supuse.
Los ataques eran realmente cercanos, peligrosos y posiblemente su
destino eran mis ojos. Los cubrí de inmediato. Seguro era una gaviota extra
de los pájaros de Hitchcock.
Su graznido exactamente en mi oído me hizo empezar a zamarrear el
cuerpo todavía dormido del Nemesio. No había caso, roncaba totalmente
ajeno al peligro acechando. Comencé a tirarle piedras a la maldita ave, pero
tuve mucha menos fortuna que cuando lo hacía por jugarreta. Entonces fue
cuando para redoblar mi espanto me ensombreció una figura humana a mi
lado.
Primero por el intenso olor a humo pensé en el joven incendiario
sureño. Después en uno de los bomberos de la armada que quién sabe cómo
había llegado hasta allí. Pero no era ninguno de los dos.
Era un señor de lentes, con chaqueta y camisa blanca, sin corbata,
semi calvo. Hizo un gesto con su mano derecha. Como borrándola hizo
desaparecer al ave.
-La maternidad no es sólo ternura- dijo serio.
-¿Quién es usted?- dije poniéndome de pie con dificultad ante el vértigo
y la confusión.
-Nos llaman detenidos desaparecidos. Particularmente soy, o era en
realidad, profesor de la Escuela de Cine de la Universidad Católica de
Valparaíso. Actualmente entiendo desaparecida, igual que yo y mis
compañeros.
gabriel castro rodríguez

-¿Y ha estado viviendo por acá todos estos años?


-No jovencito, he estado muerto acá todos estos años. Asesinado y
atado con alambre bajo tierra todo este tiempo. Mi sitio está por allá. Este
incendio intencional nos ha sacado de la modorra por algunos instantes, con
la esperanza de dejar de ser desaparecidos y nos entreguen a nuestros
parientes. Bien envueltos eso sí. Sé que no ofrecemos un grato espectáculo.
En fin, la muerte es así. Lo justo sería que por fin dejáramos estos parajes y
nos llevaran a una sepultura más santa ¿No crees?
-Me está güeviando.
-Para ti será eso. Para mí y mis compañeros, conseguir una esperanza
de aparecer por fin.
-¿Me quiere decir que usted es un espíritu?
-Podríamos llamarle así.
-A ver, compruébemelo.
-¿No te parece suficiente haberte salvado de esa enfurecida madre?
-Sinceramente no.
-Toma entonces.
Levantó sus manos y apareció flotando la escopeta envuelta en el
chal. Bajó lentamente desde donde estaba hasta reposar frente a mis pies.
-¿Qué tal?
-Increíble. Le creo ¿Me podría transportar así, flotando, hasta Viña?
-Supongo que sí. Aunque debes prometerme algo antes.
-Ya sé. Que dé aviso de ustedes para que los vengan a buscar.
-Exacto.
-Así será, se lo prometo. No descansaré hasta que los exhumen sus
parientes y les den a todos santo sepulcro.
-Sería maravilloso ¿Quieres transporte para tu amigo también?
-Sí, pero a él llévelo a San Marcos después que me deje a mí en el
centro de Viña.
-San Marcos, cerca de Quillota.
-Exacto. Puede ¿No es cierto?
-Sí. Prepárate.
la razón & la fuerza

Cuando comenzó a extender sus manos hacia mí, Nemesio empezó a


moverse y a balbucear. A los pocos minutos se incorporó restregándose los
ojos, tocándose la herida en su cuero cabelludo escaso y preguntó qué chucha
había pasado mirando hacia mí viendo al profesor de cine esfumándose
lentamente.
-Igual, por favor, habla de nosotros para que nos vengan a recoger. Te
lo suplico.
-No se vaya oiga, no se vaya.
-¿Con quién hablas?- preguntó Nemesio despacito.Ya el espíritu del
detenido desaparecido de Ritoque se había marchado.
Nemesio estaba de pie. Se estiró como si se levantara de una deliciosa
siesta.
-No me creería. Incluso supongo que no le importa mucho ¿Cierto?
-Verdad. Me huele a esas cosas tuyas raras que a mí no me incumben-
miró el sendero estrecho bajando hasta Ritoque. Se tocó el corte ya seco en
su cabeza- No te fuiste, Isabel. Eres de oro puro.
-¿Cómo iba a dejarlo inconsciente aquí tirado? Supuse que estaba
más grave. Veo que usted es de fierro puro.
-Igual me duele el chancacazo- se agachó y levantó la escopeta
envuelta- Podrías haberme despachado fácilmente.
-No es mi estilo Nemesio. Ya debería saberlo.
-Sí en realidad. Eres como tu padre, no matas ni a una mosca.
-No tanto. Simplemente se veía mal y no podía dejarlo tirado. Además
algo me distrajo.
-Las gaviotas.
-Sí Nemesio, las gaviotas- respondí frustrado buscando alrededor algún
vestigio de espíritus. Sólo vi un poco de humo por allí, otro tanto de gaviotas
por allá, y el inmenso mar rabioso al frente-Vamos.
-Vamos.
Bajamos por un escarpado y boscoso cerro salvado de las llamas. Un
pequeño paraíso cercado de altos eucaliptus y álamos mirando al mar dorado
ardiente de ese mediodía allá abajo.

Ciega no Sorda
gabriel castro rodríguez

-Seré ciega pero no sorda, ni tampoco tonta. Tú no eres Isabel- me


dijo la tía Liduvina juntando mis manos con la suyas tibias y maternales- Tú
eres mi sobrino Titito. Sácate esa ropa de vieja, niñito, y anda a disfrutar de
tu veraneo- recorrió con sus manos mi rostro y sonrió- Antes llévate una
naranja para el camino- sus ojos estaban totalmente inundados de oscuridad-
Y plata para un helado ¿Qué pretende tu tío Nemesio con esa broma de la
ropa de vieja?
-Pues...- sólo alcancé a decir y busqué al huaso.
Nemesio nos observaba hundido y distante desde un sillón al fondo
del gran living, en la casona de la cariñosa tía ciega rodeada de árboles
deteniendo el poderoso viento del mar en Quintero. Tía que bien crió a mi
padre por un buen tiempo, por ejemplo cuando venía a veranear para acá
siendo el balneario como un oasis entonces, entre tanto San Marcos seco y
brutal.
Desde hacía años había arrastrado su mal acumulando tinieblas y más
tinieblas sin poder su gran cariño y bondad contrarrestrar la noche
revoloteándole la vista hasta estos tiempos cuando se posó para siempre en
sus cuencas. Pero en fin, una vez más la noche se comió con todo y zapatos
al buen día. Como para no creer en la justicia. Triste pero cierto.
-Las cosas pasan, qué le vamos a hacer. Para qué amargarse- dijo
sonriendo la tía. No supe si se refería a su vista perdida, sin mucho tino
comentada por Nemesio en voz alta, o a mi cuchicheo en su oído derecho
diciéndole: no soy Titito. Soy su hijo, Abel.
Acarició mi cabeza, me dio un suave empujón y al mismo tiempo
puso un billete húmedo en mi mano abierta cerrándomela con la suya
temblorosa- disfruta del verano ahora que estás joven, anda a mirar chiquillas,
cómete un helado a mi nombre. Déjame sola con Nemesio, quiero que me
cuente de mi hermana y de San Marcos, temas demasiado lejanos a tu juventud
Titito. Vaya y vuelva para la once.
-Liduvina- interrumpió Nemesio serio levantándose del sillón y
acercándose a nosotros.
-Ya sé lo que vas a decir viejo aburrido. Déjalo, es joven. Esto no es
Valparaíso como para temer que le pase algo. Anda Titito, anda y disfruta de
la vida antes que te pongas como tu tío Nemesio, viejo, feo y aburrido.
la razón & la fuerza

Nemesio se me acercó. Me llevó hasta un rincón y dijo una serie de


groserías. En resumen me amenazaba más que de muerte si hacía una de mis
usuales tonterías. Estaba muy molesto por el cambio de rol prodigado por la
buena tía Liduvina. Pero tenía que resignarse a la, para mí, buena noticia de
no tener que andar de abuela por el balneario.
-Vuelve luego. Sino te voy a buscar a punta de escopetazos de dónde
sea que te metas.
-¿Me puedo sacar esta ropa y ponerme una normal?
-Sí. Ya ves que la Liduvina desarmó un poco mi plan. Pero igual estás
bajo mi poder.
-En el ropero de la pieza de mi difunto hijo hay ropa que puede que te
quede buena ¿Te acuerdas del Andresito?
-Algo, tía- le mentí. Fui a donde aquella pieza, la típica intacta desde
la muerte de un hijo, con un olor a encierro y oscuridad de medianoche
recibiéndome.
Abrí con dificultad una ventana semitrancada por años. Pudo entrar
un poco de aire fresco y luz del patio interior donde se veían ropas recién
lavadas. Por ahí debería entonces, supuse, andar circulando otra persona,
mujer quizás. Creí recordar: esta señora tiene una hija. Alguien debería haber
de una manera u otra por acá para auxiliar a una viejita inválida.
La otra presencia me pareció poco relevante para esbozar otra fuga a
estas alturas de la situación necesariamente drástica. Nemesio parecía ser
dueño de todo el naipe en este imbécil juego. Así se me debilitó el interés en
saber más de aquella posible hija. Igual mi prisión tenía puerta y llave en el
odioso huaso. Por lo demás de lo único que tenía ganas en esos momentos,
mientras examinaba la ropa helada del difunto, era un buen trago de algún
licor y también caminar por Quintero. Por donde pudiera sentirme aunque
sea momentáneamente libre. Aunque fuera un rato desconectado de este
extraño rapto, como libre otra vez, con mis propios problemas, no de otros,
por muy familiares y cruciales que fueran como pretendía Nemesio en su
morbosa misión conmigo como protagonista. Aunque vestido ahora con la
ropa de un lejano pariente muerto no era muy lejos lo que podía volar.
Algo es algo, me dije. Salí silenciosamente a la calle, una del centro
del balneario. Mientras, escuchaba las voces del Nemesio y la tía Liduvina
debilitándose detrás de mí. Finalmente se extinguieron al cerrar la puerta.
gabriel castro rodríguez

Miré el billete dado por la buena mujer. Lo traduje rápidamente a


líquido y cigarros. Era suficiente para ablandar bien la tarde, pensé y me
puse a silbar una canción del álbum blanco de los Beatles: All I want to be is
a Country boy. Lancé una carcajada que espantó a un perrito pasando por
ahí.
Mouche

Dijo llamarse Mouche o algo así. A mí en un primer momento me


interesó poco encontrarme con esta cierta belleza local de nombre sonándome
a francés. Motivos ciertamente por los cuales, en otras circunstancias más
favorables, me habrían bastado para entablar una conversación más interesada.
Seguí con mi pílsener de a tres cuartos. Antes espanté una mosca recién
posada en el borde de mi vaso vinero a medias con cerveza tibia, y espuma
para más remate.
No había duda al respecto, las moscas anuncian visita, pensé, ni más
ni menos como dictaminaba mi madre una y otra vez. Ella, la visita anunciada,
insistió en entablarme diálogo.
-¿Te molesta si me siento?- dijo con una cadena lingüística que me
pareció tan antigua. Como corresponde para estos casos se sentó
inmediatamente sin esperar mi respuesta, indudablemente negativa. Quise
completar el diálogo antiquísimo con su usual réplica. Ya estaba algo
borracho.
-¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este?- dije y le extendí
mi mano con el vaso a medio llenar. Se río con hartas ganas. Dijo que ella
me iba a preguntar qué hacía un chico como yo en un lugar como este- Es
época de turistas. No veo lo raro de mi presencia en este, rasca pero concurrido
balneario. Debe haber sujetos más raros por allá, o quizás por allá- dije y
señalé las puertas de salida del local en uno y otro extremo.
Aceptó el vaso. Se bebió íntegro su mal contenido lentamente,
examinándome.
-¿Quieres ir a Loncura? Yo vivo allá- dijo y sonrió angelical.
-¿Qué hay de especial allá como para tomarme la molestia de
levantarme, dejar de beber esta cerveza y acompañarte?- estaba casi bien en
este lugarcito como para pararme. Más bien diría me estaba acomodando.
la razón & la fuerza

-Ya te dije, allá vivo yo- dijo. Me miró seria justo en los ojos- Nos
vamos caminando- me vuelve a intentar engatusar con su sonrisa de niña
pícara.
-Mira qué cosas ¿Eres algo así como la atracción turística de acá,
niñita?
-Pagas 50 pesos por la botella y te la llevas- dice creyendo adivinar
que yo y el envase estábamos inseparables- Si no te importa que bebamos de
ella en el trayecto.
-Eres bien tímida, oye ¿Ah?
-Y a ti te gusta emprender caminatas- me miró nuevamente a los ojos
seria. Esperó una reacción.
-¿Y cómo sabes eso?
-Se te nota.
-¿Ah sí?- me miré- es verdad- admití- Como decía una tía de mi esposa:
Las vueltas dejan.
-¿Eres casado?- se mordió el dedo índice derecho, la uña.
-Sí ¿No lo notaste? Y con hijo- me bebí al seco la cerveza tibia.
-No, eso no me lo dijo tu tío- dijo. Me miró a los ojos seria con cara de
venganza, diría yo, aunque en ese momento no tuve ni ganas ni ojos para
determinar contenido de miradas. Igual me daba asco y rabia tener que
recordar de pronto al odioso huaso.
-Conoces al Nemesio- saqué un life. Le ofrecí pero lo rechazó y con
el cigarrillo en la boca murmuré nervioso de nuevo- Y pensar que estaba
empezando a relajarme recién. Mierda.
-Sí. Tú y yo somos primos- me tomó la mano. Entonces recordé
vagamente un diálogo sostenido con la abuela, que en paz descance, hace
algunos días en San Marcos: Una prima de mi papá en Quintero de la cual él
era pretendiente o algo así.
-Mira que pequeño es el mundo ¿Tienes fósforos?- traté de hacerme
el de las chacras. Ja, casi lo era.
-No, pero te consigo- se puso de pie, fue hacia el mesón y pude
observarla con más detención.
gabriel castro rodríguez

Tenía la edad cuando a las mujeres no se les nota cuál. Más baja que
yo, pero erecta: Su cabeza, nuca, espalda, potito, sus piernas. Erecta de orgullo.
Algo familiar, agradable, vertical en su figura, algo que me podía encantar
en una mujer. Pararse como desafiando a la vida la cual siempre nos quiere
horizontales, inertes. Falda gitanil vaporosa con el largo justo como para ver
unas piernas bien formadas. Como torneadas en ciprés. Chica de casa, me
dije, bien alimentada. La misma prenda le favorecía unas caderas quizás de
madre, o de bien provisto poto virgen. Subí la mirada. Polera blanca con una
tajada de sandía impresa en la espalda, busto regular y firme, bien aguantando
el andar sin sostén. Rostro claro, solar, armónico. Labios gruesos y frescos.
Nariz noble como cortada a cincel: orgullosa como su figura. Cabellera clara
ondulada y larga tomada suavemente por un pañuelo agitanado como la falda.
Ella era más que una bolsa de piel blanca. Cualquier buena mujer lo
es.
Ella hilvanaba al terreno como si fuera aguja erecta de cristal hiriendo
a las cosas y no viceversa: Su cabellera hilo con el cual unía sectores del
tiempo y del espacio. Verla era ver al mundo sin pecado, orbitando feliz en
su perfección. Era hermosa.
Miré la botella: la mitad. Ella regresaba con fósforos, juvenil, linda,
pariente, caminata por la playa, cerveza, cigarros. Me incorporé ¿Cómo decir
no?
-Será un placer caminar contigo hasta donde sea- dije. Me puse de pie
y levanté la botella vacía.
-A Loncura, ya te dije. Pareces más entusiasmado- me encendió el
cigarrillo.
-Es que te miré mejor, primita- le confesé airado por el trago.
-Ahora tú pareces poco tímido- se puso colorada.
-Echémosle la culpa a la cerveza.
-¿Quieres llevar otra?
-¿Por qué no, Mouche? Eso sí que tú tendrías que pagar. A mí ya se
me acabó la plata- saqué los forros de los bolsillos al exterior- Te la debo.
-Me la fían. Yo también ando sin plata. Aquí me conocen.
la razón & la fuerza

-Dime ahora que el dueño es pariente.


-No, pero tú sabes bien que el hotel de allá al frente alguna vez
perteneció a la familia- me mostró el edificio del otro lado de la calle, frente
a la caleta.
-Sí, mi padre hace 40 años...
-Sí, tu padre hace 40 años- me interrumpió como demostrando saber
bien la historia. Demasiado bien supe después.
-Conoces la historia.
-Conozco la historia- repitió más bien triste. Como si el cuento fuera
penoso.
-¿Y sabes que en todos estos últimos desgraciados días se me ha
obligado a viajar, a viajar no sólo en el espacio sino que en el tiempo, y he
debido repasar, adorable Mouche, las vicisitudes de mi ascendencia? Como
si se me estuviera encomendado, si mal no he entendido, reparar algo erróneo
que se cometió por parte de mi familia paterna ¿Habías escuchado algo más
extraño, más injusto?- me senté nuevamente.
-¿Injusto? Deberías sentirte afortunado de la oportunidad que se te
brinda ¿Quién puede enmendar su pasado? Ya quisiera yo arreglar algunos
pasajes oscuros de mis padres, de mis abuelos, míos.
gabriel castro rodríguez

-A la mierda con esta paradoja que se me otorga. El pasado pasó y ya-


gritaba. Me di cuenta y bajé la voz- Yo que me jactaba con el intento de vivir
el momento, y a la mierda el ayer. Ahora se me incrusta sin previo aviso en el
presente, para darme la responsabilidad, sin mayores instrucciones, bajo mi
pura intuición, modificar algo que no sé qué chucha es, quizás así mejorar
no sé qué. En mi triste y complicada existencia presente ya tenía hartos
problemas, muchos como para que se me diera la gran oportunidad de
retroceder a escarbar entre los huesos de mi historia familiar, y ordenar o
limpiar- bebí el concho amargo del vaso- Si supiera mi misión en forma
clara, todo a lo mejor sería más fácil. Pero igual. Si mi padre o mi abuela y
todos los demás, vivieron mal su vida, allá ellos- volví a elevar la voz. Mouche
me miraba con expresión de reproche- Yo, a lo más debo mejorar y
perfeccionar mi paso por este vil mundo, y velar porque mi descendencia
viva lo mejor que pueda- negué con la cabeza y encendí otro cigarrillo- Pero
retroceder a los muertos verdaderos, a los muertos en vida eso me parece
imposible y macabro- dije. Miré a Mouche para buscarle apoyo a mi dilema-
Como desenterrar cadáveres y maquillarlos ¿Entiendes? Una labor macabra
es la que se me ha encomendado- dije. La niña no cedía en su cara de disgusto
por mis reclamos- Mi tío Nemesio es un necrofílico empedernido, tozudo
huaso de mierda empecinado en arreglar lo ya putrefacto ¿Qué es esto
Mouche? ¿Un rapto o el patio trasero de unas pompas fúnebres?
-¿Qué difuntos? ¿Qué dices? Tu padre no ha muerto, tu abuela Isabel
tampoco.
la razón & la fuerza

-Mi padre es una figura de cuero que nada ya lo curte otra vez. Fingirá
algunos cambios y torcimientos nuevos, pero después al rato retorna elástico
a lo que es realmente él. Ya nadie lo puede cambiar. Menos yo- bebí otra vez
el concho amargo del vaso- Mi abuela, lamento informarte, ya se murió. Con
su cadera, con su libertad hecha pedazos, ha bebido la muerte de sopetón
ante tanto hospital y posta, antes que se sintiera más muerta en vida de lo que
pudiera soportar ella, una mujer tan llena de- la miré. Vi el rostro de la abuela
en ella- ¿De qué? ¿De orgullo? No sé, todavía no lo entiendo, todavía no lo
analizo. En todo caso reconozco y acuso recibo del sello familiar. Yo me
hubiera dejado a la muerte en el mismo momento en que lo hizo ella. No
soportaría el estado de la inmovilidad- me puse de pie. Fui hacia la ventana,
según yo en dirección a Quillota- Yo te entiendo Isabel, yo sé por qué y
cuándo te moriste. Yo hubiera hecho lo mismo- me volví hacia Mouche-
Ahora según el orate itinerario de Nemesio debería estar asumiendo el rol de
ella, pero la buena tía Liduvina deshizo momentáneamente sus planes. Pero
querida, pronto llegará Nemesio, y me estará pidiendo que asuma sus ropas,
maquillajes, polvos, rosarios, Biblias, cómodas, espejos, sus zapatillas negras
de felpa con cierre de abuela que se regalan para los cumpleaños a las abuelas.
Sus pagos en la Caja, merengues comprados como ese día en Quillota. Su
paila para freírse, medio cocerse un huevo de campo. Las hierbas, el matico,
sus gatos con nombres masculinos, el lavatorio blanco saltado, la Tercera de
la Hora que terminará de forro para los cajones del ropero. La lupa muy
picada en los bordes y quién sabe de dónde la sacó, para medio leer y medio
interpretar las noticias y a Revelación 17:15. El hombrecito de la Casa
O’Higgins en su carromato, esperándola con su pelela de loza celeste, el
jarro de plástico salmón y los vasos Shif para vendérselos y así ella se los
regalará a su nieto, osea a mí, cuando aparezca una vez a las quinientas.
Todo pagado a plazo. Me están esperando allá en San Marcos- me acerqué a
ella como en trance y le tomé las manos- Por Dios amorcito, sálvame de esta
pesadilla, dime que ese mar que nos mira es de 1980, no de 1946, y que
puedo huir sin que se me obligue a seguir con esta misión que no quiero ni
entiendo.
-¿Amorcito?- no me soltó las manos. Se veía, diría yo, más bien alegre
con lo último de mi trance.
Salimos. Nos encaminamos de la mano a Loncura por la playa.

*
gabriel castro rodríguez

-Discúlpame por el trato demasiado íntimo. Suelo caer en el error de


pensar que las mujeres en este mundo raro están puestas para salvarme de
mis terribles miedos.
-Somos algo más que flotadores, Abel. De vez en cuando nosotras
también necesitamos de ustedes para salvarnos, para suavizarnos en este
áspero camino. También ¿Se te había ocurrido? tenemos algunos problemas
primito- se detuvo. Me ordenó el cabello revuelto por el viento ensimismada.
Ida, recordando.
-Esto parece película- me envolvía una embriagadora niebla de
romance- Debo decirlo sin embargo. Discúlpame otra vez. Hemos hablado
mucho de mí. Hablemos ahora de ti- me retiré de su lado. Seguí caminando.
Quise más cerveza amarga para lavar esta conversación dulzona gustándome.
Algo raro inexplicable también me incomodaba.
-No hay mucho que decir- habló a mis espaldas- Nada tan espectacular
como tu, perdona ¿Cómo dicen ahora? rollo. Simplemente algo tan chabacano
como pensar qué será de mí acá en este pueblucho costero. Con quién debo
casarme y con quién no, cuántos hijos tener o no tenerlos, o mejor estudiar y
en el caso de hacerlo, qué estudiar y con qué plata. Como ves nada muy
novelesco. Pero igual me desespera un poco. Aunque debo reconocer que
mis adolescentes preocupaciones no son tan angustiantes como tus terribles
paradojas espacio temporales. Las de un hombre treintañero casado, con
hijo.
Recordé algo más amargo que la cerveza: Mi esposa abandonándome
a mi suerte en el motel. Sentí merecer este incipiente romance.
la razón & la fuerza

-Igual podemos disfrutar de la amnistía de una momentánea amnesia,


entre tanta memoria a que me obligan- le dije- Y gozar este día maravilloso
caminando por la playa de la mano, como si fuéramos pololos o algo así
¿No? Y hacer lo de rigor, a saber: Huir de las olas que pretenden mojarnos,
sacarnos los zapatos y colgárnolos al cuello por los cordones. Escribir nuestros
nombres en la arena dura, besarnos, cantar canciones, correr y hacernos el
amor en una cabaña de verano vacía eventualmente. Para luego bajar
nuevamente a la orilla y conversar con los pescadores, preguntarles por la
mar, los nombres de los pescados y a la noche bañarnos desnudos a la luz de
la luna gritando y besándonos nuevamente. Prometiéndonos, mientras nos
peinamos mutuamente, el cielo, la tierra, la luna y las estrellas- suspiré
entregado al deseo. Nada más me importó- Igual que en Gracia y el Forastero.
-Te faltó jugar taca-taca- dijo riéndose. Me mostró a unos chiquillos
en traje de baño jugando arriba en el camino de tierra.
-No sé jugar.
-Por Dios. Si es de lo más fácil y entretenido- hizo un gesto con sus
manos como si estuviera jugando taca-taca.
-¿Nos olvidamos de lo que éramos, lo que somos y lo que seremos?-
le propuse tomándola por la cintura.
-¿Acaso no es eso el amor apasionado?- preguntó dichosa.
-¿Hay amor apasionado entre nosotros?
-Es cosa de encenderlo ¿No?- dijo y me miró coqueta.
-¿Te dije que no eras nada tímida?
-Sí primo. Pero no te contesté. Y lo soy. Además soy virgen- bajó la
mirada.
-Chucha, y yo sin velas que prenderte.
-No seas tonto, mira que me pongo colorada- miró hacia a otro lado.
-A ver, ponte colorada- le tomé la cara con mis manos. Se la levanté
para mirarle su hermoso rostro.
-Mírame. No es el sol.
-Por lo menos esto quedará en familia, primita- me apegué a su cuerpo
y le dije al oído- Si te dejara embarazada el hijo saldría tonto.
-Tonto estás tú- se rió y me empujó tratándose de zafarse de mis manos
y cercanía. Coqueta o molesta, no supe. Supuse jugaba el juego antiguo de la
seducción.
gabriel castro rodríguez

-Somos primos lejanos, nuestros hijos saldrían lejanamente tontos- le


dije riéndome. Su rostro se ensombreció.
-Además...
-¿Además qué?
-No nada- intentó sonreir de nuevo y me tiró de las manos- Vamos a
mi casa. No hay nadie a esta hora.
-Además qué, Mouche- insistí sospechando algo feo.
-Nada. Ven, vamos- me tomó de la mano. Tiró nuevamente tratando
de sacarme de la arena. Hice gesto de no moverme hasta que confesara qué
casi dijo sin quererlo.
-Además qué, prima.
-Además yo me morí de tuberculosis hace treinta años- me miró a los
ojos muy triste- Tu padre también me enamoró por acá mismo en la playa. Te
pareces tanto- intentó acariciarme pero yo, que no estaba para bromas
macabras, retrocedí bufando.
-Oye córtala. Primero, estás diciendo güevadas igual quel Nemesio y
segundo, yo no me parezco a mi padre ¿Escuchaste? Yo no me parezco a mi
padre. He trabajado los últimos 10 años en variar la figura paterna que todos
me colgaban ¿Ya?
-Cierto. Él era muy diferente, pero igual lo reconozco en ti Hay gestos,
palabras, caminares idénticos.
-Te dije que la cortaras Mouche, por favor. Yo soy Abel y tú eres una
chiquilla de los 80- ordené violento, pero sintiéndome de a poco sutilmente
ridículo.
-Qué más quisiera yo- dijo despacito. Se dejó caer en la arena y
comenzó a dibujar figuras sin mirarme- Pero soy sólo la sombra de un
recuerdo, a la cual el Tío Nemesio y mi tía Liduvina se han encargado de
insuflarle la suficiente vida como para que tú me tomaras de nuevo, Titito
mío, y terminaras lo que dejaste inconcluso aquel verano acá mismo- me
miró. Tendió sus manos blancas suplicantes. No la veía deseable y fresca
como hace unos minutos atrás.
-Déjate, mierda- estaba realmente indignado- Te suplico que dejes de
güeviarme con el pasado. Insisto, yo soy Abel, el hijo de Héctor y se acabó.
Es el verano de 1980- la miré con odio- Te deseaba como el vasto mar que
nos mira, te deseaba, pero me enfrían tus insistentes y ridículas palabras. Yo
no transo con espíritus nada ¿Okey?
la razón & la fuerza

-Entonces me quedo callada, pero igual todo permanece como es.


Soy quien te he dicho y se acabó- borró lo dibujado en la arena. Se levantó y
sacudió su vestido- Si quieres creerme o no, eso ya es cosa tuya, pero quiero
decirte que lo único que te puede salvar de enloquecerte en este, y otros
momentos de tu aventura que se te ha brindado vivir, es que no luches, te
vuelvas una hoja que un seguro viento antiguo, pero tuyo, se ha empeñado
bondadosamente en llevarte en pos de una reivindicación de muchas cosas
equivocadas. Esto no es una pesadilla, es un sueño lindo al cual no debes
resistirte. Mírame, tócame, abrázame, poséeme- me abrazó- ¿Sientes? Cuando
me hagas tuya, sabrás que esto no es pesadilla, sino un sueño inconcluso en
su paso a la realidad, dándote una nueva oportunidad para existir. La primera
vez que todo esto ocurrió, tú y yo, lo de San Marcos, todo eso, lo hicimos
mal. Estamos ahora bendecidos con una segunda chance ¿Lo echarás a perder
nuevamente?
-Largo. Vete. Eres otra marioneta, otra estratagema del asqueroso
Nemesio ¿Cómo es que no lo sospeché antes? Chao- me devolví hacia
Quintero. Antes di la vuelta y grité a la niña- Yo no me encamo con el pasado.
Soy del buen presente. Chao prima, las cagaste, iba todo tan bien, pero ahora
que lo mencionas, de verdad que tu aliento olía a añejo. Vuélvete a tu mortaja
tuberculosa, ya sabía que ese cuerpo de miel debía de guardar alguna trampa,
sucia y deliciosa chiquilla. Descansa en paz a pesar de saber que por segunda
y última vez has perdido la oportunidad de enmendar el feroz e inapelable
pasado.
-Tu tío Nemesio y tu Tía Liduvina escuchan- cerró los ojos para oir
mejor.
-A la mierda ¿Qué se creen, que uno es güevón?- grité para que me
escucharan.
-Mi error fue hablar demasiado, no pude resistir- explicaba a los
mentados- Es mi culpa. A esta hora ya parte del pasado estaría enmendado.
Mía es la culpa y merezco volver a mi mortaja a dormir el sueño de los
muertos. Perdónenme por favor- dijo y pareció desvanecerse lentamente.
Hacerse del mismo color de la arena, del sol, del mar. Transparente, grávil,
tosiendo débilmente.
Me refregué los ojos y busqué la figura de la chiquilla por allí y por
allá sin lograr verla más. A pesar del terror y la perplejidad no cedía mi
rabia.
gabriel castro rodríguez

-Sí, y cómanse esto, güevones de mierda- levanté mis puños al cielo y


comencé a correr en dirección a una micro iniciando su recorrido lentamente
junto a los taca-tacas. Mientras, farfullaba entre dientes con las manos
enterradas en los bolsillos- Habrase visto tanta imbecilidad en güevones viejos
tratando de reparar lo irreparable. Ni dos veces, sepa Dios cómo se las habrán
conseguido, ni dos veces son suficientes para torcer el sucio destino suyo-
miré hacia atrás. Ya no se divisaba en ninguna parte la figura de Mouche-
Escucharon. Suyo. A mí no me importa lo que fue su triste historia. Eso ya
está hecho, mal o bien ya todo ocurrió. Si fue así o asá es porque así estaba
escrito. Nada ni nadie puede variarlo. Prueba de eso sea este amargo pasaje
de historia familiar vuelta a insistir en su proceder- me saqué violentamente,
con el puño de la camisa pasándomelo por la boca oliendo y sabiendo, el
ruch reseco de Mouche- Soy el presente que se niega dejar de serlo.
-Detalles, Titito, detalles. No cantes victoria mira que falta mucho
por reandar hombrecito orgulloso- dijo una voz en off que se me imaginó
venida de los parlantes del quiosco rojo junto al salvavidas. Era la voz de
Nemesio. Escupí ignorando lo escuchado y corrí .

Náufrago

Despertaba de algo así como una siesta que me había pegado en medio
de la playa. Claro que la hora cuando la inicié fue a eso de las siete de la
mañana. La noche anterior había bebido cerveza y vino, el dinero lo había
conseguido entre los veraneantes con una humillante recolección so pretexto
reunir para viajar a casa después de un ficticio asalto.
Había pasado la noche vagando borracho por la vecina Loncura en
busca de una Mouche perdida inevitablemente en el pasado. Podría haberme
ido. Sin embargo, aunque ni yo mismo lo entendía bien, la chiquilla me
produjo tal efecto que me sentí un paria. Hoja sin más destino que flotar sin
rumbo, a la buena o mala suerte ofrecida por los aires del balneario. Y
auspiciado por tales licores había dormido un par de horas en la mañana, al
cabo de las cuales el viento, y un ciento de veraneantes, ninguno de los
cuales estaba allí cuando caí fulminado, acompañaban mi despertar.
Tenía la camisa afuera, mi cabellera hecha trizas, una barba imponente
y hedía a todas las botillerías de la zona.
la razón & la fuerza

Era posible que tanto niño rodeándome al momento de abrir los ojos
fuera porque en la breve base de datos de los peques mi imagen correspondiera
perfectamente a un genuino náufrago. En cierta forma lo era.
-¿Usted es un náufrago?
La pregunta era de una niñita rubia argentina en malla verde petróleo.
Cinco niños más esperaban ansiosos mi respuesta positiva.
-Se podría decir que sí. Náufrago- dije mientras el sol calcinaba mis
ojos- Y no porque mi barco se haya hundido. El único hundido en este día, y
en los anteriores de mi trayecto he sido yo sólo. La verdad es que he sido
raptado y lanzado al proceloso mar.
-¿Y no se ahogó?
La pregunta ahora venía de la boca rosada de un compatriota de unos
6 años con un balde y pala en sus manitas.
-No siendo un pez para estas situaciones, hasta el momento pueden
ver que me mantengo vivo. Hay que sobrevivir como sea.
-¿Y qué va a hacer para volver a su barco?
-Nadar contra la corriente.
Padres molestos con el contacto realizado por sus niños, descontentos
y preocupados, llamaron la atención al respecto de mi presencia perturbadora
en la playa. Y temiendo por la seguridad de sus hijos, recurrieron al salvavidas
para que conjugara su oficio en los niños, o por lo menos hiciera algo drástico
con el extraño. Osea conmigo.
-¿Qué desea?- me preguntó el salvavidas.
-Por el momento nada- me puse la mano como visera y miré hacia
arriba- Aunque me está dando un hambre atroz. Ah, y es posible que con
esta dormilona costera me haya pescado un resfriado. Así es que en realidad
quisiera una aspirina.
-Chistosito el güeón.
-Chhhhit. Los niños escuchan- le advertí al grosero salvavidas.
-El caballero es un naúfrago. Hay que ayudarlo- explicó un niño.
-Ya niños, váyanse para allá que sus papás están preocupados. El señor
náufrago se va conmigo- les dijo y me dio un puntapié para invitarme a que
me levantara- Ya gallito, se va por sus propios medios o llamo a los
carabineros.
gabriel castro rodríguez

Entonces recién en toda esta historia se me manifestó cercana y útil la


presencia policiaca. La amenaza de este salvavidas, creyendo serlo para mí,
se convirtió en una maravillosa posibilidad de rescate. Ahora, pensé, en este
balneario vienen dotaciones de carabineros extra. Por ejemplo las paquitas o
aquellos con perros policiales: Pisarle la cola a uno de ellos, aguantar la
mordida, pero como sea, llamar felizmente la atención de carabineros.
Me levanté haciendo un breve acto de baile. Modesto, lo reconozco
por mi condición de saliente de cura, y por mis propios defectos en el área de
la danza.
Posteriormente, ante la estupefacción del morocho guardián de la
bahía, corrí en busca de la más deliciosa tanga de la playa.
No tardó mucho mi búsqueda pues pronto di muy mareado, lo
reconozco, con una morena, posiblemente de la casa, en tanga color azul
rey, de proporciones físicas más que comestibles.
Al verme acercar sonriendo, como sólo los náufragos en cerveza
sabemos hacerlo, gritó los gritos más deliciosos de todo ese verano.
Entonces la playa ardió aún más con la escena. Recreaba sin duda el
subconciente de millones de burgueses de cientos de veranos. Era algo así
como el sueño del chileno de clase media realizándose en vivo y para toda la
costa Quinterana. Superior a cualquier evento comercial habido o por haber.
El correteo gritado duró bastante pues creo no haber aplicado toda mi
velocidad, en aras del espectáculo y también porque mi cuerpo recién
levantado reclamaba alimento y no gasto de energía.

Ley

Todo terminó con la mulata arrinconada entre unas rocas en las que
insistía golpear el mar y su maravilloso tórax en inquietante sube y baja.
A dos metros acercándome con las manos extendidas como una momia
marina lasciva lentamente. El salvavidas llegando a mis espaldas con dos
carabineros. Uno aguantando la risa y preocupándose de no mojarse los
zapatos.
la razón & la fuerza

-Fueron las cervezas señorita. Sólo fue eso. Bueno, y su cuerpo- le


gritaba hacia atrás a la morenaza abrazada por unas amigas, todo risa nerviosa-
Bien es sabido que en los meses de verano los ataques sexuales aumentan,
mi cabo, por culpa de esas cochinas que se creen con derecho a mostrarse así
semidesnudas a vista y paciencia de los hombres que no somos de fierro.
Dígame que no- les explicaba lleno de la alegría dada por el rescate y
sentimiento de saberse en camino de vuelta al hogar- Quiero volver a mi
casa señores. Aquí en Quintero sólo daré problemas.
-Así que no es de acá- preguntó el carabinero más joven.
-No, soy de Viña.
-Bah qué raro ¿Y no está acostumbrado a las tangas el caballero?-
preguntó el más viejo cerrándole un ojo al joven.
-Es que soy profesor.
-Ahhhhh. Eso explica algo el asunto- dijo el joven mirándome
extrañado.
-¿Vamos al retén?
-Por supuesto ¿A dónde si no?
-¿No me podrían trasladar a Viña?
-¿Para qué?
-Creo que no merezco estar aquí. Además soy de allá. Oiga ¿Estamos
en enero cierto?
-Así dicen.
-¿Y de qué año?
-¿De qué año?
-¿No sabe el año en que vive amigo?
-¿Los 80?
-Sí amigo, los ochenta.
No pude evitar abrazarlos pese a su resistencia y sospecha de algo
terrible por mi acto reflejo puro agradecimiento.
Lloré como niño.
El carabinero joven tranquilizó al viejo. Ya estaba desenfundando.
-Uno no aprecia- traté de hilvanar palabras precisas- Las personas no
aprecian a los carabineros. No saben lo que pueden significar para un pobre
viajero extraviado. Me disculpo de todo lo que pensé. De todo lo que dije en
contra de su institución. No saben cuánto los quiero.
gabriel castro rodríguez

Otra Antigua Ley

En esos improvisados pero sentidos homenajes estaba cuando con los


ojos inutilizados de lágrimas, sólo guiado por el olfato, sentí un aroma antiguo
y despegado del salobre ambiente del balneario. Olí a cerdos, bosta, caballo,
cuero mal curtido, a vino tinto clandestino. Emanaba de los alrededores
cercanos a diente enfundado en oro, cazuela de campo, buena madera
quemada, tomate recién cortado. Escuché las pisadas de botas de macho, de
gallo. Sentí espuelas de fierro oxidado tintinear sucias de barro en la tierra
mitad arena de Quintero. Escuché escupir a mi lado antes de hablar. Un
golpe de rebenque, un carraspeo como una risa, un viento antiguo muy antiguo
nos rodeó a todos.
Sentí la presencia primero. Luego escuché la voz ineludible de
Nemesio.
-¿A ´onde llevan a este cabro, señores carabineros?
-Al retén por ofensas a la moral pública, señor ¿Lo conoce?
-Mentira. Mentira todo lo que diga. Mentira- grité y me violenté
histérico ante el inminente fracaso de este nuevo intento de retorno. Pero el
joven uniformado palmoteó mi espalda para calmarme.
-Tranquilo mierda- escuché pasmado por la orden del uniformado
mayor- ¿Usted reclama a este ebrio y desadaptado?
-Sí cabo. Lamentablemente es mi sobrino.
-Mentira- volví a decir. El más joven me miró a los ojos, levantó las
cejas como diciendo algo y apretó mi brazo.
Yo conozco a este muchachón, me dije mirándolo sorprendido por el
descubrimiento.
-Pues tendrá que acompañarnos entonces al retén para identificar al
detenido- dijo.
-¿Y si se lo pasamos al huaso?- preguntó el cabo al oído del joven-
Acuérdate que está lleno con el asunto de ayer en recital de Ritoque.
-Vamos todos al retén y ahí cursamos mejor los procedimientos
oficiales- contestó el joven al oído del cabo.
la razón & la fuerza

El carabinero regordete levantó los hombros impotente. Cruzó


miradas con Nemesio como diciéndole: usted sabe cómo son estos cabritos.
Nemesio por su parte resoplaba mientras se golpeaba la pierna con su
rebenque y levantaba los hombros. Hacía un puchero escondiendo así sus
abundantes dientes subidos de precio y aceptó finalmente acompañarnos al
retén no sin antes pasarme el rebenque por el trasero y decirme con descaro
desde atrás:
-Esto no durará mucho Titito.
Miré de reojo al carabinero joven. Creí reconocer en él a alguien visto.
No sabía dónde mierda había sido.

Profe

Camino al retén en el furgón, gracias al espejo retrovisor, revisé el


rostro de mi circunstancial cómplice pudiendo haberme dejado a merced de
Nemesio. Total comodidad para ellos en favor de evitar el lógico papeleo y
el mencionado atoche del retén. Sin embargo había tenido la tremenda
sensibilidad para captar que eso a mí no me convenía. Era exactamente lo
que no quería.
En la playa frente al huaso me había apretado el brazo. Me había
mirado estableciendo así una frágil palabra leve flotante en el aire volátil y
cambiante de la costa: Tranquilo.
Conozco a este cabro, me dije examinando su rostro en el espejo.
De pronto teoricé: es un ex alumno.
Lo miré otra vez. Me miró por el espejo. Me convencí: Este flamante
carabinero es ni más ni menos un alumno de cuarto medio que tuve hace
unos años. Cuando recién empezaba a trabajar.
gabriel castro rodríguez

Eran esos tiempos cuando salía de la sala de clases, del colegio,


apretado como un puño, con los cocos llenos de adrenalina. Entonces mi
pobre alma soportaba como la roca que golpea la ola, justo como decía mi
querido puma Rodríguez, el embate de las hordas de alumnos. Entre esos
este servidor público ahora de otro uniforme. Y yo resistía bien. En unos
cursos, eso sí, más que en otros. Pero otros colegas resistían mal. Entonces
ellos salían del establecimiento educacional, igual apretados como puños,
pero con rabia, no adrenalina. Con cuerdas de cuero alrededor, en mi caso de
guitarra, de roble, cemento, duras, apretadas y secas como un puño, aceptando
poderoso el desafío.
Eran otros tiempos.
Las de muchos otros colegas eran cuerdas de cuero mojadas, hediondas
de frustración. Sudor frío. Cuerdas atadas al cuello, al alma como un tumor,
un quiste cebáceo.
Así nos íbamos a nuestras casas a almorzar cuando podíamos.
Apretados como puños. Y pensar que si hubieramos tenido plata y tiempo
mejor nos hubieramos ido a un gimnasium, al punch and ball.
Para ser profesor hay que ser caradura.
Cerré los ojos y dormí algunos minutos. Tranquilo como el ex alumno
me aconsejaba.

Cría Cuervos

Las puertas del furgón estaban abiertas de par en par cuando abrí los
ojos.
Seguía esposado. Afuera, sobre el inicio de unas enormes dunas, estaba
el Nemesio, el carabinero joven, quien indudablemente era un ex alumno
mío, y el gordo carabinero viejo. Los tres me miraban mientras discutían al
respecto de mi futuro próximo.
-Fue mi profesor y quisiera devolverle la mano por su buena voluntad.
-Se debe cumplir con la ley jovencito. Te lo digo yo, tu superior.
-Si lo dejaran a mi custodia estaría bien y no volvería a cometer ningún
acto deshonesto. Además ¿No dicen que tienen los calabozos llenos? Estoy
dispuesto a firmar ahora los papeles que sean necesarios, mi cabo.
la razón & la fuerza

El joven miró al huaso, luego a mí tratándole de enviar un SOS con la


mirada, pero él ya había captado el mensaje y hacía rato se la estaba jugando
por mí. Eso era claro. Salió de mi foco para ir donde el transmisor del furgón
a atender un llamado.
-Incluso estaría en condiciones de hacer una generosa donación a usted,
cabo, para que agilizara esta situación tan lamentable de mi sobrino- dijo
Nemesio hurgando entre sus ropas. Mientras el cabo lo observaba distraído
sin decir ni chus ni mus.
Es la ocasión propicia, seguro pensaba el carabinero gordo, no está el
cabrito, sería bienvenido un aporte a mi disminuído presupuesto con tanto
gasto extra para cubrir sin mermar el escúalido sueldo y la patrona así no lo
note. Me miró y luego al huaso. Sacó un par de billetes, se los acercó a su
gorda mano extendida y justo cuando yo con espanto veía otra vez frustrada
una fuga, apareció en el cuadrado luminoso de las puertas abiertas del furgón
mi ex alumno. Le dijo a su superior que necesitaban apoyo para cercar al
pirómano que andaba reduciendo a brasas los bosques de la zona y a uno que
otro local nocturno del balneario.
-El pirómano- gritó casi hipnotizado el cabo retirando rápido su mano
vacía extendida. Nemesio hizo un gesto de rabia y se quedó con los billetes
ofrecidos sabiendo que con el carabinero joven un intento de soborno era
infructuoso.
Yo miraba todo desde mi posición. Como si fuera una película cuyo
desarrollo argumental era crucial para mi propio futuro próximo. Respiré
más tranquilo mientras veía que el cabo salía del encuadre de las puertas
traseras del furgón, se metía a su cabina y decía al que estaba al otro lado del
transmisor que iban para allá.
Mientras tanto el carabinero joven gritó mirándome desde atrás:
-Sería bueno resolver entonces ahora el asunto del profe sicópata antes
de ir donde el pirómano.
Nemesio nos miraba con rabia.
-Y voy a ser sincero, mi cabo. Este hombre que lo reclama no me
parece acreditado como para su custodia- dijo mirando al huaso.
-¿Qué sugieres?
-Soltar al profe por falta de méritos. Después de todo no le hizo nada
malo a la bañista.
-Bueno, eso fue porque llegamos a tiempo.
gabriel castro rodríguez

-Pero igual. Este señor fue mi profe y yo sé que sólo fue un mala
travesura y nos promete ¿Cierto? Irse a su casa y no volver a hacerlo más.
-Lo prometo, me voy para mi casa y me tranquilizo.
-Ya, me convenciste, ganaste. Vamos a donde el pirómano entonces-
dijo apresurado el cabo.
-Si, pero espérate. Este señor vi que te intentó sobornar. Delito de alta
gravedad. Afortunadamente actuaste como se debe en estos casos e ignoraste
el ofrecimiento, pero el no proceder con el inmediato arresto de este
sinvergüenza sí que nos pondría en falta.
-Usted está loco- dijo Nemesio rojo viendo cómo me sacaban las
esposas y mi brillante ex alumno se las ponía a él. Mientras el cabo apoyaba
la operación apuntando al huaso, seguro se preguntaba por qué mierdas le
pondrían de compañero a un cabro tan alentado. Claro, porque de sobra le
había visto a punto de aceptar el soborno, si no fuera por la interrupción
abrupta motivada por la solicitud de apoyo para el caso del pirómano, quien
fijo era el que habíamos conocido en el bosque de Ritoque.
No me queda otra, decía la cara del cabo gordo mirando al Nemesio
como disculpándose de la situación. Yo bajaba del vehículo sonriendo
triunfante, le cerraba un ojo al esposado Nemesio subiendo ahora él al furgón,
cerrándole las puertas en su cara de perro articulando maldiciones, sobre
todo dedicadas a mí.
El cabo fue más bien triste donde la cabina no sin antes mirarme de
reojo con rabia. Quedamos solos mi ex-alumno y yo.
-Esto fue por la vez que me pilló copiando ¿Se acuerda? No dijo
nada. Después me habló en el recreo. Creo que estamos a mano, profe.
-Totalmente- le dije. Lo abracé y pensé otra vez en la delicada labor
de conducir almas incompletas, más tarde quizás almas completas. Con a
veces alto poder de resolución como fue el caso de este joven carabinero.
Por eso, reflexioné, la sabiduría del profesor debe ser alta siempre, no tanto
en conocimiento como en actitud con los que educa. También pensé: en
buenahora no fue este ex-alumno uno de los muchos que partí en forma
totalmente irresponsable tantas veces. Hombres y mujeres pudiendo ser ahora
tan poderosos como este en cuanto a mi destino.
la razón & la fuerza

No debía en el futuro depender de la lotería de proceder sólo a veces


bien con mis alumnos, salgan o no salgan carabineros. Debía acostumbrarme
a ser delicado con mi gestión. Eso en el caso de continuar con aquella extraña
misión de formar almas, siendo que la propia la sentía apenas casi igual, o
más dejada de la esperanza que la de ellos mismos. Amén.
Me despedí del muchacho y le di las gracias.
Vi el vehículo policial alejarse por la cinta de asfalto hirviendo
entremedio de los cerros de sal amarilla. Saborié otra vez la libertad recuperada
por el ejercicio del juguetón destino.

Cuando Pase el Temblor

A izquierda y derecha del asfalto licuándose bajo la tarde del pleno


verano, montañas de arena. Al centro caminando hacia la supuesta dirección
a Con-Cón. Aturdido por el infierno inundándome. Ningún vehículo
circulaba. Todos inteligentemente sobrevivían a las llamaradas, ya sea en las
playas, o en una buena siesta bajo una amable pieza ensombrecida en
compañía o solos. Por supuesto ¿Quién sería tan loco o a quién el destino le
jugaría tan extraño como para estar bajo esta carretera a esta hora inhumana?
Sólo a mí me tocaban estas circunstancias que, descubría en ese
momento, no me cansaban de, a pesar de todo, justificar, e incluso preferir
antes que vivir unas vacaciones normales.
Sí, era difícil de creer. Le estaba tomando el gustito a esta aventura en
este capítulo consistente en achicharrarme, pero que ya sabía pronto pasaría
a otro, quizás igual de chocante, pero con la facultad, imposible negarlo, de
curtir mi piel delicada. Suave pasto de los vicios y las blandeces de una vida
de insecto burgués. Profesor engordando en vacaciones esperando el timbre
de marzo para dejarse machacar por la mediocridad de marcar el paso hasta
que le den recreo otra vez. Así hasta una jubilación remota. Hedionda a
pobreza y a muerte.
Por lo menos estaba en la ruta. Calcinándome pero en definitiva
haciendo algo distinto y significativo. Crucial para mi espíritu. Simplemente
algo que narrar, y por sobre todas las cosas algo para engordar mi alma
desnutrida.
gabriel castro rodríguez

Pensé en el incendiario del sur tratando de ejercer su oficio en este


paisaje a 50 grados a la sombra y me dio risa. Me pregunté si acaso los
pirómanos se iban al infierno.
Recordé también a Mouche. Me pregunté qué sería de ella, y de la tía
ciega preguntando por mí, o más bien por su sobrino regalón.
Pensé también en Nemesio.
Me dio pena y hasta un poco de vergüenza lo que le había pasado casi
por culpa mía. Consideré toda su gestión de estas semanas. A pesar de que
nuevamente me pareció teñida de locura, igual llegué a sentir respeto por su
empeño en enderezar cosas. Admiración por su intranquilidad. Y comparé
con mi tendencia al facilismo, a dejar las cosas como estaban, al ocio, la
flojera, a la egoísta inmovilidad para mi puro regocijo. Perdí en la
comparación.
Ese empeño mío de volver, volver. Inútil en este momento el regreso
sabiendo que las cosas en mi hogar habían cambiado. Eso si creía a mi esposa
aquellos terribles dichos en el motel.
No sabía decir en ese instante si el puente cortado era para mejor o
peor.
Lily había cambiado. La condición del niño que críabamos había
cambiado, y eso me dolía, claro que dolía. Y me pregunté ¿Por eso era
rechazable esta situación actual? ¿Porque dolía también? ¿No era acaso todo
esto una secuencia de crisis hirientes, pero como tales auguraban un
movimiento por fin en mi férreo camino seguro, pero sospechoso? ¿No era
esto lo que en realidad necesitaba y casi pedía? ¿No era todo aquello en
realidad una ocasión perfecta para salir de la mediocridad y aunque doliera
debía afrontarla y no huir de ella?
No podía ser simple masoquismo reconocer que esta aventura me
servía. De verdad parecía ser que en el fondo el terremoto más beneficiaba
que damnificaba.
Para nacer hay que destruir un mundo, recordé, y también: nada es
permanente, sólo el cambio. Pero esperaba de verdad que pasado el temblor
todo se estabilizara, sobre todo mi hogar. Y con sorpresa me descubrí
abrazando contento todo el caos pasado y por pasar con tal que después todo
ocurriera como de verdad debía suceder. Que el nuevo paisaje me fuera más
auténtico, bueno y provechoso para mí y para mi familia. Cuando decía familia
pensaba también lo pensado por Nemesio cuando pronunciaba esa palabra.
la razón & la fuerza

Entonces recordé malamente unos versos de Blaise Cendrars que me


parecieron venían perfectamente al caso por el cual pasaba mi espíritu y
prometiéndolo confortar:

Cuando amas debes partir


el mundo está lleno de negros y negras
mujeres hombres hombres mujeres
mira los bellos negocios
ese simón ese hombre esa mujer ese simón
y todas las hermosas mercancías
hay aire hay viento
montañas aguas cielo tierra
niños animales
plantas y carbón de tierra
aprende a vender a comprar a revender
da toma da toma
cuando amas debes saber
cantar correr comer beber
silbar
y aprende a trabajar
cuando amas debes partir

Antes del caos de verdad no era feliz. Durante tampoco lo era, pero
olía a nuevos años mejores. En definitiva todo indicaba que si soportaba y
sobrevivía el final de este sismo, lo demás que viniera sería de verdad más
felicidad que nunca. O por lo menos distinto.
Y echémosle la culpa al calor insoportable, a los versos de Cendrars,
a mi nueva perspectiva para ver todo este asunto, o hasta tal vez un nuevo
hechizo a control remoto de Nemesio. La cosa es que me di media vuelta y
comencé el regreso a donde se suponía iba el pobre huaso encerrado bajo el
cargo de soborno a la fuerza policial. Decidí rescatarlo de una u otra forma.

Como si el clima me ayudara en la extraña decisión, refrescó por unas


buenas nubes, que para desgracia de los turistas, comenzaron a interponerse
gabriel castro rodríguez

entre el sol, las dunas. El camino esfaltado lentamente se solidificó


permitiéndome un regreso más gentil.
El fresco también despertó al tráfico. Pronto no fue ridículo hacerle
dedo a algún transporte de vuelta a Quintero.
Quien tuvo a bien detenerse fue un camionero accediendo a trasladarme
atrás entre su carga de cerveza destinada a surtir a los locales de expendio de
alcohol de los balnearios.
-Súbete atrás y no abras muchas. Yo las pago- me dijo.
Bajo su autorización me bebí una de a tres cuartos en el trayecto de
media hora separándome de Quintero.

Terminado el viaje me bajé achispado en el centro. Abracé a mi


ocasional y generoso colaborador y me despedí lleno de agradecimiento.
-Ha sido más que un salvador- le dije con la mano levantada mientras
el camionero se alejaba tocando la bocina.

Ganarse los Porotos

Había que primero ubicar el lugar de detención donde se encontraba


Nemesio. Luego, urdir un plan para sacarlo como fuera.
El sentimiento de culpa, y de algo así como callada deuda de honor
contraída con él, se me habían avivado más con la cerveza. Me sentía
comprometido a rescatarlo y luego entregarme a sus designios sin chistar.
Era ineludible mi conducta a seguir después de todo lo considerado
en la carretera entre las dunas. No puedo desdecirme, me dije intentando
aprender a ser consecuente con mis recientes pensamientos.
Antes decidí buscar dónde aplacar el hambre, aunque fuera un poco.
Después de saciada, cortar esa escalada de ganas de repletar mi estómago
con un cigarrillo, técnica que había perfeccionado en la impactante
circunstancia de cambio de jornada en la temporada de colegio sin tiempo
para almozar, sólo trasladarme hasta el otro establecimiento.
Llegué a un punto alto del balneario. La atmósfera había vuelto a
estar brillante y clara por última vez en el día antes de oscurecerse. Desde
allí se veía hasta Valparaíso. Divina ciudad al lado de mi hogar y añorándolo
la razón & la fuerza

estaba cuando un aroma a comida me distrajo del paisaje. Di media vuelta y


vi la casita que emanaba el olor a porotos granados recién cocinados con
albahaca, choclo y tomate.
-¿Se puede?
-¿Qué quiere?
-Le corto el pasto seco de la entrada a cambio de comida.
La vieja me observó. Sujetó de la correa el enorme perro mirándome
con cara de asesino y dijo que sí. Entró a su casa. Amarró al animal y volvió
con una pala y un rastrillo.
-No haga quemas. Hemos tenido suficientes incendios como para armar
otro. Además andan pasando partes por hacer fogatas no autorizadas. Pura
pala y rastrillo. Me amontona el pasto ahí y yo lo quemo mañana a la
madrugada cuando esté húmedo con el rocío.
-Ya señora.
Refrescaba. Había salido el famoso viento de Quintero haciéndome
la faena menos dura. Así corté bien todo mientras pensaba cómo lograr que
Nemesio recobrara su libertad.
Consideraba que le habría resultado difícil zafarse de ese problema.
Lo más seguro es que todavía estuviera encarcelado. Por lo tanto mis buenas
intenciones calzaban perfectamente con su situación.
Mientras pensaba y cortaba, todo el rato un biplano por última vez en
el día insistía en sobrevolar de aquí para allá sobre el balneario con un lienzo
largo al cual cada vez que levantaba la vista sólo lograba leerle euqotiR ne
ekanS htaeD ed laticeR la sodoT. Mensaje en un principio chino para mí,
pero para los que estaban al otro lado de Quintero, en la costa, siempre era
perfectamente legible.
Después de varias pasadas pude dilucidar el texto, además apoyado
por uno de los miles de volantes amarillos regados por todo el balneario que
llegó a mis manos. Entonces fue inevitable acordarme del muchacho drogo
del tren que me había colaborado con una de mis tantas fugas.
Pero había algo más atrayéndome a ese biplano. Cuando ya se
oscurecía aterrizó abajo en la larga pista de la Base Aeronaval.
Con loca certeza creí que ese aparato y su labor podría de alguna
forma estar ofreciéndome una manera de rescatar a Nemesio. La vinculación
directa con el rescate todavía no la tenía clara, pero insistía en tener la extraña
sensación de que la libertad del huaso pasaba por ese biplano publicitario.
gabriel castro rodríguez

Sin olvidar mi cuasi plan me presenté ante la señora con las


herramientas. Le dije que había terminado el desmalezamiento. Fue a mirar
cómo había quedado todo y satisfecha me dijo que la acompañara hasta un
parrón en el jardín. Bajo él una silla con un cojín floreado. Una mesa larga
con un mantel de hule rojo. Sobre ella un jarro chico de vidrio con medio
litro de vino tinto, un vaso, una fuentecita de loza azul con ensalada de tomate
con cilantro y cebollita picada en cuadros. Dos tortillas de rescoldo calientitas,
el servicio, una servilleta de género y un enorme plato hondo humeante lleno
de porotos granados con choclo, chuchoca y ají de color. También había un
medio melón tuna de postre.
-Apúrese oiga que las moscas se le van a adelantar- dijo la señora
agitando un paño de platos celeste sobre la deliciosa cena.
Sólo atiné a decir gracias, y me senté a devorar la poderosa cena.
Cuando sólo me quedaba el melón para atacar escuché a alguien
ingresando por el portón de tablas al otro lado de la casa. Le hacía fiestas al
perro.
Seguro era el marido de la mujer regresando del trabajo, pensé mientras
escuchaba su comentario sobre el pasto cortado.
Entró a la casa y pegó un portazo. Dejé el melón sobre la mesa, tomé
el último vaso de tinto que quedaba, me puse de pie y fui hasta una esquina
de la casa de madera junto a una ventana para tratar de ver a quién le
correspondía esa voz de dueño de casa que había escuchado antes de ahora.
Era difícil ver sin ser visto. Me limité a oir la conversación.
-Te tengo porotos granados, viejo.
-Bien, tuve un día pesado ¿Cortaron el pasto de la entrada?
-Sí, vino un joven a pedir comida a cambio de cortarlo.
-Bien malita la pega que hizo.
-Chiiit, viejo, lo tengo comiendo en el parrón.
-Chis, güena. ¿No puedo gritar en mi propia casa ahora? Además
hiciste mal, vieja ¿Cuántas veces te he dicho que no metas a gente extraña a
la casa?
-Se veía bien decente.
-Decente. Hoy día tomamos preso al pirómano que andanba güeviando
por acá. Y también se veía bien decente. Cuidado vieja, te digo. A ver, vamos
a ver a ese cabrito que corta tan mal el pasto.
Me retiré de la ventana con la terrible sensación de que había llegado
la razón & la fuerza

a la casa del cabo gordo pareja de mi ex-alumno. Sin ánimo de comprobarlo,


viéndole frente a frente la cara agarré el medio melón, salté como pude la
reja de madera y salí corriendo calle abajo en dirección a la base aeronaval
lo más que me lo permitía mi estómago lleno. Ya habría tiempo para reposar.

Objetos Voladores

Desde muy pequeño y hasta hoy no puedo evitar salir de donde esté si
siento un objeto volador pasar sobre mí.
Los aparatos a reacción simplemente me trastornan, aunque igual
poderoso efecto me producen otras máquinas voladoras de hélice. Los
helicópteros también me encantan.
Mis mejores sueños, aunque con cierto sabor a angustia, son en los
que vuelo. Suceso muy frecuente en mi programación onírica.
En mi vida real nunca he volado y pareciera no estoy tan bien dotado
para ese prodigio, pues sufro de mareos a alturas ridículas como puede ser
estar sobre una silla para cambiar una ampolleta. Pese a todo sé que por mi
venas corre sangre de aviador. Este amor por las máquinas sobrevolando el
cielo sobre mí no es broma. Por eso a pesar de los riesgos reales para mi vida
a los que me exponía al ingresar a la base aeronaval de Quintero, sin la más
mínima autorización, igual no lo dudé y crucé como pude la reja. Caminé
con cierto sonambulismo una zona de pasto alto cruzado por una pequeña
zanja conteniendo un esterito. Casi con la certeza de que era una franja
minada.
No habiendo muerto en el trayecto decidí una vez ingresado a la orilla
de la pista sentarme en esta para arriesgadamente ofrecer, a pesar de lo oscuro
de la noche, mínimo bulto extraño y así no mostrar un infiltrado.
Lamentablemente sólo un enorme avión Hércules aterrizó con todo el
escándalo delicioso de esa operación. Luego de quince minutos despegó
rumbo al mar, pero a pesar de lo escueto del espectáculo de esa noche igual
me sentí bien satisfecho de lo visto y sentido. Acciones y sonidos
conmovedores para alguien que no siendo experto en el arte y la ciencia de
la aeronáutica, igual puede gozar con tales operaciones.
gabriel castro rodríguez

A la madrugada me quedé dormido entre el pasto de la supuesta zona


minada, arrullado por el canto de las ranas y el viento meciendo el largo
pasto.
La Mejor Forma de Rescatar

Al despertarme con la resolana, más descansado y menos poseído


del trance por la cercanía de los objetos voladores, dediqué mis pensamientos
a lo que sería el rescate de mi tío Nemesio.
Lo ridículo del desnutrido plan no me desanimaba. Sobre todo porque
incluía la posibilidad de volar por primera vez, específicamente en el biplano
de publicidad ya ubicado allá al principio de la pista con su piloto en
preparación junto a unas cajas seguro conteniendo los volantes para dejar
caer sobre el balneario.
Sin pensarlo dos veces corrí hasta el aparato. Saludé con mi mano
marcial sobre la frente al piloto y ofrecí mi ayuda con las cajas.
-¿Le ayudo piloto?
-Sí- contestó el hombre mirándome perplejo desde su gorra de cuero
incluyendo en una sola pieza unos lentes gruesos como de plástico- ¿Y quién
eres tú?
-Ayudante de pista- dije.
-Autorizado, supongo.
-Totalmente autorizado- mentí, tomé una caja y la subí al hermoso
biplano.
Cuando ya habíamos despegado el piloto tomó el micrófono de la
radio. Me miró y supuse en ese momento preguntaría a tierra por mi presencia
junto a él.
Bueno, me había invitado a acompañarlo para hacer un vuelo menos
solitario y para que le ayudara a tirar los panfletos de los Death Snake. Pero
mi total emoción desatada al emprender el despegue, seguro lo desconcertó
pues no era lógico que un funcionario de la base aeronaval demostrara tanta
exitación con algo que debía pertenecer a mi labor cotidiana. Decidió entonces
efectivamente corroborar mi existencia con el personal de la base.
Me salí de mi arrebato. Le tomé la mano del micrófono y le pregunté
qué haría si desde abajo decían no saber quién era yo.
-¿Me va a lanzar del avión acaso?
-¿Quién eres?
la razón & la fuerza

-Abel Torres, profesor de castellano- le dije estirando mi mano hacia


la suya a modo de presentación.
-¿Y ayudante de pista?
-Sólo en sueños.
-¿Qué quieres?
-Desvíese de su ruta y lléveme a La Habana.
-Me estás güeviando.
-Sí. En honor a la verdad estoy con usted para que me ayude a rescatar
a mi tío que está preso con los carabineros de Quintero.
-¿Qué?
-Lo que escuchó. Está ahí por mi culpa y quiero sacarlo.
-¿Y qué pretendes que haga yo?
-Todavía no estoy seguro. Mientras pienso hagamos lo que tiene que
hacer ¿Hay que empezar a tirar los panfletos?
-Espérate que lleguemos a la playa- dijo moviendo la cabeza lentamente
hacia un lado y otro. Colgó el micrófono y me miró serio desde sus gafas.
Mientras pasábamos a escasa altura del mar frente a la playa me contó
que el volar solitario era económicamente conveniente. Abarataba costos.
Pero tenía desventajas: Primero no tener con quién conversar. Eso lo aburría.
No es cierto lo que piensa la mayoría de la gente: los pilotos son gente solitaria.
En segundo lugar era incómodo pues tenía que vérselas con los volantes,
hacer malabares para pescar tucos y tirarlos por la ventana a su izquierda,
siendo que había atrás una escotilla especialmente hecha para lanzarlos con
mayor comodidad. Pero él no podía utilizarla. No podía dejar los controles
solos.
-¿Y el piloto automático?
-Los aviones grandes tienen, este no. A mi hijo varias veces le he
pedido que me acompañe, pero a él no le gustan lo aviones. Prefiere quedarse
en tierra, en la playa con sus amigos. Por más que le he ofrecido darles
algunos billetes ni aún así se interesa. Por cierto Abel, le va a caer algo por la
ayuda.
gabriel castro rodríguez

Yo desde la escotilla fascinado mirando mientras tiraba algunos


volantes, no muchos pues estábamos sobre el mar y eran pocos los que los
llevaba el viento hasta la costa, le contesté que no era eso lo que quería de él,
se llamaba Mario Basoalto, sino que lo necesitado era apoyo en el rescate de
mi tío, como le había contado hace un rato.
-Veo muy raro eso que me pides. Sinceramente te digo que no me
suena bien.
-Ni yo lo veo claro todavía, pero por la necesidad de rescatar a mi tío
me urge dar con algún plan que incluya su poderoso aparato.
-Nunca tan poderoso. Es sólo un biplano publicitario.
-Igual es mejor que contar sólo con mi anatomía para ejercer el rescate.
-Eso es cierto. Muchas batallas se han ganado por el aire.
-¿Entonces está de acuerdo con cooperarme?
-Si el plan es bueno sería un orgullo colaborar. Piensa Abel en uno
bueno y cuentas conmigo.
-¿En serio?
-Por supuesto. Nunca es tarde para doblarle el cuello al destino. Ya
me estaba aburriendo de esto de estar haciendo los recorridos obvios a que
obliga la publicidad. Dame un buen plan y rescatamos a tu tío.
-Usted disculpe, Mario ¿No trae consigo algo fuerte como para ponerle
ruedas al espíritu aventurero?
-Mira, hace años que dejé el jale, por caro e inútil para alguien que
puede rizar el rizo con el fuerte, casi mismo, vértigo mental que da la coca.
Igual no he podido zafarme del gusto de sorber a veces, cuando la ocasión lo
amerita, esto...- Basoalto saca una botella de whisky de debajo del asiento, y
sacándole el corcho con los dientes me la ofrece.
-Genial, esto auspiciará un buen plan.
-Y si no lo hace, no nos importará mucho- pronosticó lanzando una
carcajada.
El latigazo de alcohol que instaló el licor en la mente del piloto lo
puso más osado en su maniobrar. Muy despreocupado de su primera misión
de publicitar a los Death Snake y con fuerte tendencia a abrazar como suya
la misión para rescatar a Nemesio.
la razón & la fuerza

Me pregunté que si la extraña conciencia del campesino se sentiría


entusiasmada al saber el compromiso también tomado por Mario Basoalto
para la recuperación de su libertad. Actitud que para mí exigía cada vez más
de un buen plan. A pesar de la dura nube que lentamente anegaba mi mente
con la persistente inclusión del poderoso whisky en mi organismo.
-¿Ya tienes el plan Abel? Si fuera así sería tiempo que lo compartieras
conmigo. Ya no hay panfletos, el combustible comienza a escasear y el whisky
me está llegando a la orilla de mi buena razón. Es ahora o nunca.
-Haz un vuelo rasante al retén y yo me tiro.
-¿Era rescate o suicidio? Si hacemos eso quedas inmortalizado como
pintura impresionista bermellón en el primer muro que encuentres. Te
desplazarías a la misma velocidad de la nave que te lanza: 200 kilómetros
por hora ¿Qué tal? No dejes que te nuble el whisky.
-¿Y paracaídas?
-Tengo uno. Pero su utilización te aseguro que alertagaría el factor
sorpresa, sería lo mismo que traspusieras por medio de una garrocha el muro
de los pacos ¿Para qué el avión entonces?
-Entonces el avión nos otorga el factor sorpresa.
-Definitivamente ¿Oye Abel?
-¿Qué?
-¿Te dije que quiero vender este aparato para jubilarme bien y retirarme
para vivir tranquilo el resto de mis días? Bueno, igual me gusta volar como
nada, pero ya creo que treinta años de pasar a kilómetros por sobre la gente
me aburrió. Mira, venderlo me da una cantidad irrisoria. Como todo, nunca
lo vendería al precio real. Una poca cantidad de dinero que sólo lo sobrepasa
muy bien el seguro del aparato más el que me dan por mi anatomía, no
muerta pero sí damnificada. Aunque no tan invalidante como para justamente
disfrutar bien el resto de mis años.
-¿Está hablando de un accidente?
-Sí, un accidente bien hecho inutilizaría el aparato pero a nosotros no.
A mí el no dañarme físicamente por lo menos me daría la oportunidad de
alegar un mentiroso daño sicológico que me otorgaría una inmejorable prima
para vivir holgado hasta el fin de mis días. Incluso si mi hijo quisiera continuar
con el oficio igual le daría un margen para comprarse un aparato nuevo. Tan
sólo habría que evitar una alcoholemia que inhabilitara para mis fines al
accidente, el resto estaría bajo mi control.
gabriel castro rodríguez

-Déjame ver si te entiendo bien. Dices que te estrellarías con el avión


y eso te conviene, y que eres capaz de, a pesar de lo que eso significa, salir
ilesos y tú feliz con una carrera aeronáutica finalizada.
-En gloria y majestad, como corresponde a un buen piloto, hecho
mierda en tierra.
-Bueno nunca tanto.
-El aparato hecho mierda.
-Sí eso, Mario, por favor.
-Y ya supones donde estrellarnos.
-En el retén donde está mi tío Nemesio.
-Sí, en el retén donde está tu tío Nemesio. Te armé el plan. Eres un
pelagato Abel, el whisky te aturdió, no como a mi mente noble a la que
activa.
-Tengo que reconocerlo a pesar de mi alma y espíritu borracho.
-En fin. Salud. Si todos fuéramos iguales ante el whisky sería tan
aburrido.
-Salud por la pluralidad.

Hechos Mierda

No nos quedaban panfletos para tirar.


Mario Basoalto, piloto a punto de finalizar voluntaria y
estrepitosamente su carrera de aviador, comenzó a buscar con mi escasa
ayuda el lugar exacto del accidente.
-Es una acción muy precisa. Será en el patio, supongo que pequeño,
mayor desafío, y con el coste de vida máximo de un perro ¿Okey? Sí, porque
no queremos matar a nadie ¿Cierto?- decía el piloto mientras se tragaba el
último contenido de la botella.
Sobrevolamos la ciudad de Quintero hasta dar con el indiscutible retén.
-¿No habrá otro?- pregunté.
-No, es sólo ése. La pregunta es si acaso estará ahí tu tío.
No lo miré ni le contesté. Prefería no ahondar en una posibilidad
adversa ante tan gigantesca operación que preparábamos realizar.
la razón & la fuerza

-Tú sales una vez acabada la conmoción del impacto en tierra, me


dejas en la cabina actuando lo que supongo de rigor para estos casos. La
posibilidad de una explosión es nula debido a la mínima cantidad de
combustible que queda en el estanque.
-¿Has estado en una situación similar antes?
-No. Sólo en sueños, o en pesadillas para ser más exactos. Pero ten fe.
Todo saldrá de maravillas. El caos que producirá el estrellamiento te dará un
inmejorable factor sorpresa del cual solamente tú serás el responsable de
aprovechar. Mira, hay un sitio eriazo cerca que me apoyará en la explicación
de que ése era el lugar en que quería aterrizar. Va todo perfecto. Nada podría
salir mal. Toma- me pasó una pistola.
-No la necesito.
-Sí la necesitas. Si algo falla y me veo muy mal, no quiero sufrir. Un
tiro en la cabeza y me harías un gran favor. Me debes la promesa de que me
lo darás, Abel.
-Sí lo prometo ¿Pero todo saldrá bien?
-Por supuesto. Simplemente hay que ponerse en todos los casos.
Como si fuéramos un buitre acechando, rodeamos bajando en espiral
sobre la ciudad, apartándonos del punto de impacto para dar el ángulo preciso,
y de ahí lanzarnos a la ejecución del temerario plan.
La fortaleza del alcohol ingerido igual me permitía estar aterrorizado
y lleno de pánico ante las precisas maniobras de Mario, quien serio se quedó
mudo concentrándose en los últimos preparativos para el accidente.
-Ajústate bien el cinturón, tómate bien del asiento, controla siempre
los movimientos de tu espalda y nuca de tal forma que sean flexibles pero
firmes, no a su antojo sino que bajo tu control siempre. Una sacudida fuera
de tu dirección podría dejarte inválido o muerto.
Empecé a pensar en mi hijo, en Lily, en Nemesio.
gabriel castro rodríguez

Especialmente en ese viejo loco. En su reacción en caso de que este,


a todas luces suicida intento de rescate, resultara. Si no lo apreciara en su
real magnitud, traspasando su ignorancia directa en este tipo de acciones,
saltándose la intuición de lo que significa poner el riesgo mi vida como lo
estaba haciendo ahora, en tal caso sabría que estaba frente a un ser
simplemente torpe. Entonces todo lo reconstruído e incluso admirado de su
personalidad no valdría ni un peso. Y en la eventualidad de sobrevivir a esta
mortal peripecia, lo dejaría definitivamente solo a su suerte de pobre loco,
pero inútil en la compresión de verdaderos riesgos límites, los cuales al no
apreciarlos, lo desnudarían como un vulgar entre muchos otros.
Escuché como Mario Basoalto simulaba muy bien por radio la
desesperación frente a un supuesto desperfecto obligándolo a un aterrizaje
de emergencia.
-Mayday, mayday- decía con cara de desesperado- aparato con
desperfectos graves. Intentaré aterrizar en sitio eriazo detrás de retén de
carabineros. Mayday, mayday.
Insistía en pensar que esta locura mía emprendida ahora, era no sólo
eso. Era además crucial oportunidad para tasar el espíritu de Nemesio. A ver
si era digno de acompañar en sus intenciones raras, o solo alguien más con
un trasnochado afán ridículo. Apróntate Nemesio para el test de valor humano
al que te pongo a prueba ahora, me dije. Aquí caes o te mantienes.
No era sólo yo el que estaba al filo de la navaja ahora descendiendo
voluntariamente a doscientos kilómetros por hora en un biplano publicitario,
ex profeso sin el tren de aterrizaje abajo, con destino retén de Quintero.
- ¿Sabes cómo se llama el biplano?
- No.
-Adivina.
-No sé ¿Kamizaque?
-No. Liberty.
-Buen nombre- alcancé a decir y nos reventamos de boca en el patio
del retén haciéndonos mierda.

No Hay Mal que por Bien no Venga


la razón & la fuerza

Lo primero que hice al recobrar la conciencia, posiblemente unos


minutos después del impacto, fue tocarme entero en busca de humedades de
sangre o dolores insoportables. Ni uno ni lo otro. Luego giré la cabeza para
observar a Mario Basoalto. Estaba inmóvil, con los ojos cerrados, la cabeza
tirada hacia atrás, los brazos lacios y las manos abiertas como muertas, manos
que minutos antes estaban aferradas con pericia y fuerza al timón del avión
ahora todo chatarra humeante y crujiente clavado en el patio del retén.
-Mario, Mario ¿Cómo está?
Me liberé del cinturón y apreté en mi mano el revolver. El asiento se
había soltado de su base y la cabina estaba desformada totalmente. El piloto
abrió un ojo para mirarme.
-No se te vaya a ocurrir disparar, Abel. Estoy bien, triste por haberle
hecho esto al Liberty pero en fin, toda acción tiene un sentido. Comienzo a
reforzar el mío con la tragedia que comienzo a actuar. Sale y dale el sentido
tuyo a este accidente. Que tengas suerte. Búscame en la guía telefónica y
llámame para saber cómo te fue. Fue un gusto ayudarte. Chao.
Tiré el revolver al piso y comencé a patear la portezuela descuadrada
negándose a dejarme salir. Afuera nadie se veía.
Una vez afuera de la cabina miré hacia uno y otro lado hasta divisar
entre el humo dos o tres gorras de carabinero detrás de un tambor semitapado
por el lienzo de los Death Snake hecho tiras. Grossa propaganda, seguro
dirían después los muchachos. Grité hacia las gorras que el avión estaba
próximo a explotar. Había que sacar a todo ser viviente en cien metros a la
redonda. Pronto.
Los tres carabineros se pusieron en pie. Pude ver sus caras pálidas
mirarme como si fuera un extraterrestre. Conocía dos rostros. Rogué que el
impacto me hubiera dado un aspecto irreconocible para esos conocidos. El
cabo y mi ex alumno desaparecieron corriendo por un pasillo conducente al
interior del retén. El tercer carabinero se acercó a auxiliarme.
-¿Queda más gente en el avión?
-Sí, el piloto. Ayúdelo, yo estoy bien. Apúrese esto va a explotar de
un momento a otro- mentí y fui hacia el pasillo conducente al interior del
retén con más prisa que la debida para un copiloto recién estrellado. Adentro
era un caos. Casa de putas, me dije riéndome nervioso del chiste y su mal
momento para aparecer.
gabriel castro rodríguez

Uniformados y detenidos eran una sola masa desordenada buscando


la salida lo más pronto posible. Igual los carabineros arma en mano trataban
de controlar a tanto preso liberado encaminándolos a la calle. De todas
maneras era poco el manejo de la desesperada situación por la cual se suponía
pasábamos. En verdad eran muchos los detenidos y pocos los carabineros.
En ese mar en pánico buscaba el rostro de Nemesio sin poder dar con
él. Llegué a pensar que no estaba justo cuando divisé su inconfundible figura
bruta, maceteada y campechana salir sin mucha prisa, solo, sin custodia por
la puerta de calle.
Con una mano le alcancé el hombro. Se dio media vuelta y me miró
de arriba a abajo con la boca abierta. Alcancé a ver una leve luz en su ojos
cuando por fin me reconoció después de unos segundos de apresurado
examen.
-Sorpresa tío. Puede considerarse rescatado- le dije tomándolo fuerte
del hombro. Lo arrastré hasta la calle. Una vez allí le indiqué que corriéramos
con toda el alma a perdernos sin mirar atrás por entre las calles de Quintero.
Detrás alguien me gritaba, seguro un carabinero. Copiloto, copiloto
decía ofreciéndome una ambulancia. Por supuesto no necesaria.
Lo último que vimos del retén fueron varios detenidos. Entre esos el
muchacho pirómano, escapando en lentamente sin muchas ganas.
Muchos carabineros horas después ya más tranquilos, quizás estarían
más felices que tristes al analizar y concluir que el terrible accidente, primero,
por las inescrutables motivaciones de la Providencia, en realidad notable
pericia de Basoalto, no había ocurrido sobre sus cabezas sino a pocos metros,
en el patio. Segundo, no había pasado a explosión aunque era lo más lógico.
Lo cual era nueva consecuencia de la intervención divina. Y tercero, pese a
la ética, la seguridad de la ciudadanía y al cabo Gómez que había detenido al
pirómano, el atroz suceso había sido un ejemplo del viejo dicho no hay mal
que por bien no venga: Había descongestionado un tantito el atestado retén
con los fugados.
Igual la pregunta de qué había ocurrido con el copiloto quedaba sin
responder. Asunto sobre el cual el ahora traumatizado pobre piloto Basoalto
debería responder una vez salido de su shock tratado en el hospital de Quillota.
Quizás con pronto traslado al centro de Neurocirugía del Van Buren en
Valparaíso.
la razón & la fuerza

El Principio del Fin

-No puedo creer que hicieras todo esto para sacarme.


-Lo hice. Bueno, hay que agracedecerle al piloto Mario Basoalto.
-Fue de película.
-¿Le gustó?
-Lo que realmente me intriga es por qué te arriesgaste tanto. Podrías
haberte ido. Era lo que suponía habías hecho.
-Mire Nemesio, después que lo tomaron preso me dio no sé qué. Al
final llegué a la conclusión que lo debía rescatar. No sé. Digamos que me
sentí culpable.
-Culpable.
-Sí, pero no le demos muchas vueltas al asunto ¿Okey?
-Creo que es segunda vez que voluntariamente te entregas a mi plan.
-Ahora recuerdo que más que culpabilidad lo que me movió a hacer
esto fue algo así como más bien respeto.
-¿Respeto?
-Sí, respeto a lo que usted llama su plan. Cierto que me he rebelado
unas cuantas veces a él, pero bueno, otras tantas me he entregado. Además
le debo algunas salvadas en las que usted también arriesgó su pellejo.
-Pero, modestamente, yo estaba en mi ambiente natural. Esas balaceras
no son nuevas para mí. Además defendía, más que a tí, a mis intenciones
contigo. Pero tú no eres piloto, ni comando de rescate.
-Sí, cierto. También se puede decir que me puse del lado de su causa
para hacer todo esto.
-Nuestra causa.
-Sí definitivamente. Sentí bastante mío el plan en que usted me ha
comprometido. Si lo hubiera sentido lejano a mis intereses no habría movido
un dedo y me hubiera ido a mi hogar de alguna manera. Hogar que entre
paréntesis está un poco desarmado con los últimos acontecimientos.
-Sí.
gabriel castro rodríguez

Nemesio se dio la vuelta. Se acercó pesadamente, como suele ser su


modo de hacer las cosas y me abrazó fuerte. Entre muchas sensaciones
extrañas sentí algo poderoso, conocido y escaso como el oro. Como un aroma
y una tibieza, la suma de ambas atmósferas remitiéndome de inmediato
inequívocamente a mi padre. Era eso lo sentido principalmente: Mi padre
abrazándome con todo el cúmulo de sensaciones traídas con eso. El gesto
duró unos segundos, pero traspuso las dimensiones del tiempo, del espacio y
me otorgó una sensación de felicidad plena. De reencuentro definitivo con
una verdad inexplicable, ciertamente motor para seguir existiendo por el
resto de mis días, pero diferente, mejor. En conjunción con el pasado y futuro
de mi familia. Sobre todo de la paterna. Mi padre, mi hijo, mi abuela, mis
ancestros.
Nemesio me soltó y miró serio.
-Hueles a whisky.
-El piloto me dio.
-Tu abuelo paterno dicen que era aviador.
-¿Mi abuelo? Ni mi padre lo conoció.
-Pues tu abuelo era aviador, y asentado acá. En la Base Aeronaval de
Quintero.
-¿Basoalto era un espíritu?- pregunté retrocediendo dos pasos.
-No tengo idea. No lo conozco.
-Me alegra saberlo. Me hace feliz hacer cosas anexas a su plan.
-Supongo que sí. Sobre todo cosas que lo favorecen. Sobre todo ahora
que ya todo termina.
-¿Cómo?
-Lo que dije. Vamos donde tu tía Liduvina. Hay que despedirse. Debe
estar preocupada por nuestra ausencia.

Lo Esencial es Invisible a los Ojos


la razón & la fuerza

-No hay problema- dijo extendiéndonos las manos- los jóvenes son
así, vienen de paso, como los pájaros, y nosotros las viejas tenemos suficiente
contento con saber que estuvieron cerca. Espero que lo hayan pasado bien.
No se pierdan. Acuérdense de que no sólo en verano existe Quintero y su
vieja y ciega tía. Nemesio ahora que te vas, cuéntame la verdad ¿Cómo se
llama este muchachito nieto de la Isabel? Por cierto no es el Titito, ni menos
mi hermana ¿Creías que no me iba a dar cuenta? Este jovencito silencioso es
mi sobrino nieto ¿Cierto?
-Me llamo Abel.
-Y tu madre ¿Cómo se llama?
-Mi madre se llama Marta.
-Ah, sí, alguna vez, hace muchos años vinieron los dos. Creo que ya
estaban casados, o de novios, no me acuerdo. Un poco antes se había muerto
un gran amor de tu padre ¿Cómo era que se llamaba? Nemesio ¿Te acuerdas?
-Mouche- dijo el huaso.
-Eso es, Mouche. Qué nombre tan raro- bajó la voz -con tu padre eran
primos. Eso sí que lejanos. La pobrecita sufrió harto. Aunque los médicos
no lo dijeran nunca, yo sé que murió de pena. Pero en fin, la vida es así
¿Cierto Abel? Y hay que dejarla como está ¿Cierto Nemesio?
Nemesio hizo como que no oía.
-¿Cómo está tu padre?- me preguntó.
-Bien, y contento con su nieto.
-Qué bueno. Dile que no sea ingrato y que venga a verme. Yo lo crié
un tiempo ¿Te ha contado?
-Creo que sí.
-Claro que lo hice. Era un buen chiquillo. Un poco callado, pero muy
inteligente y bueno. Aunque no te veo puedo sentir que te pareces mucho a
él. Deberías sentirte muy contento. Era un joven muy emprendedor.
-Lo estoy. A veces se me olvida, pero la mayoría de las veces siento
que tengo suerte de tener esta familia paterna.
-Eso es. Somos muy raros pero al fin y al cabo ¿Qué familia no lo es?
Ah, y mándale saludos a tu madre. Dile que cuide al Titito. Tu madre significó
y debe significar mucho para mi sobrino. Era de Viña ¿Cierto?
-Sí.
gabriel castro rodríguez

-Abel, tenemos que irnos- me dijo en voz baja Nemesio para que no
escuchara la tía Liduvina, ciega, no sorda. Ni tonta tampoco.
-¿Y no se quedan a tomar once?
- Hay que irse Liduvina. Hasta pronto- le dijo Nemesio tomándole
una de sus manos.
-Nemesio siempre ha sido tan serio y preocupado. Relájate niño. Deja
que la vida te conforte y no trates de confortala tú a ella. La vida es una vieja
como yo. Nada ni nadie la va a cambiar.
-Supongo que sí- le dijo Nemesio en voz baja casi inaudible. Me quedé
pensando en la comparación.
-Chao tía Liduvina- me despedí de la viejecita besándole una mejilla
pensando en el posible tufo a whisky que seguro tenía- volveremos con mis
padres, mi esposa y mi hijo- le dije.
-Chao Abelito. Me recordaste mucho a tu padre. Pero siempre supe
que eras otro muy diferente en el fondo. Que les vaya bien.
Salimos con Nemesio rápido rumbo a la calle principal de vuelta a
San Marcos. Entonces de nuevo me bajó la sensación de retornar a donde no
tenía que volver. Me dieron enormes ganas de tomar un bus rumbo a Viña y
por fin terminar esta historia. Sin embargo mi constante vaivén maniaco
depresivo al que me había visto expuesto durante todos estos días, derivó en
un simple dejarme llevar sin pensar mucho porque el hacerlo me calentaba
la cabeza. Me sentí esa tarde demasiado cansado como para pensar mucho y
actuar según esa lógica.
En un abrir y cerrar de ojos estuve sentado sobre un bus a San Marcos
dejándome llevar por la velocidad y el sueño.

Tres
la razón & la fuerza

Ño Farías nos lleva a la Feria

Fuimos a Valpo a la feria del sábado. Hay patrones, dueños de parcelas,


latifundistas esperando la venta de sus productos. Vamos a porcentaje según
nos dijo el Humberto. La noche anterior habíamos navegado por las mortales
cuestas que separaban Quillota de Limache, y esta de Peñablanca y Villa
Alemana y Quilpué, y esta ciudad de Paso Hondo, y esta de Limonares y
luego más rato la curva Los Mayos, y finalmente a escasos metros del Nudo
Barón y ya nada más que avanzar en línea recta por la Avenida Argentina
hasta el sitio eriazo últimamente dispuesto para estacionarnos, dormir un
poco entre los cajones y al poco rato al amanecer prepararse instalando el
puesto al frente.
Había sido un milagro la llegada:
gabriel castro rodríguez

Nemesio junto a mí en la parte de atrás del camión zangoloteándose


cuesta abajo ingresando a Peñablanca, durmiendo o simulando hacerlo, no
se percataba, o no había querido inmiscuirse con la terrible travesía.
Eso de no beba si conduce o conduzca si no ha bebido se los pasó el
piloto por la raja. Literalmente sobrevivimos al viaje, pasando por detenidas,
ronquidos, extravíos y una serie de imperfecciones engordando mi pánico
atrás entre el cargamento. Sobre todo cuando, so pretexto de una falla de
batería, el piloto anegado en copete apagó las luces y el motor en pleno
encumbramiento casi a la cresta de la cuesta que separa San Marcos y
Quebrada Escobar.
A las cuatro de la madrugada no tener luces, detenidos en mitad de la
carretera, era cosa de temblores y pánicos. Por lo menos yo los tuve. Al rato,
cuando ya me bajaba a empujar, la marcha se reanudó y el piloto,
inevitablemente todavía ebrio, captó la onda: había que despejarse y proseguir
como fuera, sin morir en el intento, hacia el puerto con el cargamento de
tomates, frutas y verduras.
-Ya pues ño Farías. No se me duerma- decía el copiloto, un tal
Humberto, cabro de 20 años quien sin asco le pegaba combos al chofer, todo
con tal de pasara los cambios y mantuviera el volante y la velocidad como
correspondía. Fue él quien encendió la seudo radio del camión llevándola a
todo volumen para mantener despierto al piloto. Era una transmisión
evangélica. Cuando Humberto vio que ño Farías igual prefería dormirse y
no manejar más, entonces pescó una mugrosa toalla tirada en el piso de la
cabina, la empapó en colonia inglesa sacada de la mugrosa guantera y se la
puso en las rodillas del casi inconciente piloto. Las fuertes emanaciones
alertaron un poco al chofer.
-Última vez que usamos su camión- amenazaba el Humberto
escupiendo el suelo de la Avenida Argentina y pidiendo ayuda para bajar de
la cabina al soporífero ño Farías, ángel dormido que nos había traído como
tal, vía milagro, con el cargamento para vender al puerto.
Nemesio nos ayudó refunfuñando a bajarlo. Después se puso rápido a
transportar las cajas de tomates a nuestro puesto armado por un tal Mauro,
viejo y silencioso sujeto del Cerro Polanco asociado a nosotros por un par de
billetes. A pesar de su introversión no dejó de reirse todo el rato del estado
de nuestro chofer.
-¿No encontraron uno más curado?
la razón & la fuerza

-Última vez- repetía serio Nemesio mirándome como si hubiera vivido


él todo el terrorífico trayecto. Había sido yo y no él quien había viajado
atento todo el rato.

Como a las ocho de la mañana vino hasta nuestro puesto un viejo mal
afeitado quien comenzó a seleccionar una de nuestras lechugas como si
eligiera la nube para ser su morada en el paraíso.
La venta de ese sábado resultó un relativo éxito. Las especies sobrantes
fueron pocas y por lo tanto el resultado de las transacciones de cierta
abundancia.

Diferente

Cerramos el camión al anochecer de ese sábado y lo dejamos en el


galpón junto a otros vehículos de los feriantes. Procedimos entonces a
desplazarnos hacia uno de los centros de Valparaíso en busca de algún bar
apropiado para gastar un porcentaje de la ventas a modo de festejo. No había
mucho para festejar en todo caso. Simplemente dar curso a una leve tradición
de huasos feriantes llegados al puerto con ganas de emborracharse bajo un
diferente techo y ligar con mujeres distintas, pero en el fondo era todo lo
mismo, aunque a simple vista parecieran vivir otra vida.
Ño Farías se quedó frente a la feria desmantelada anclado en un
barucho so pretexto de cuidar el camión. Lo cual no era necesario. Para él en
realidad, y con esto se demostraba mucho menos esperanzado y más práctico
que los demás, era lo mismo dónde emborracharse, o mejor dicho dónde
evitar que le bajara la borrachera traída desde San Marcos.
-Este dichoso puerto en todas sus partes es la misma mierda- nos dijo
despidiéndose con un manotón al aire.
Nemesio, supuse, podía tener la misma actitud de desprecio hacia la
urbe, sin embargo se dejó llevar también por la atracción de teñir diferente
esa noche aunque fuera por la superficie, o quizás por no perderme la pista a
mí, peligrosamente muy cerca de mi territorio. O quizás por algo muy extraño
visto en su figura, sus ojos desde la mañana de ese día cuando insultaba a ño
Farías.
gabriel castro rodríguez

Nemesio se veía diferente desde la vuelta de Quintero. Ocultaba la


mirada como podría hacerlo un perro sintiendo que ha hecho algo malo. Se
robó algo, o qué se yo, se meó en la alfombra. Como fuera, Nemesio parecía
cambiado, y más silencioso que de costumbre. Menos amenazante, más
distraído de su misión que le había dado con adjudicármela. Por eso recordé
las últimas horas en Quintero hace dos días, después del rescate de película.
Recordé que Nemesio dijo algo así como que su famoso plan ya estaba
terminando. De hecho ya casi ni me miraba ni hablaba. Como si ya no le
importara mucho lo antes tan importante. Él mismo en San Marcos el día
anterior había levantado los hombros taimado y miró para otro lado sin
contestarme cuando le pregunté si podía dejar de andar vestido de abuela
Isabel. Ahí fue cuando Humberto nos invitó a venir a Valparaíso a vender
tomates, lechugas y otras especies. Al final fui yo quien dije entusiasmado
que sí, temiendo un rechazo por parte de Nemesio. Sin embargo él de nuevo
dijo nada. Sin mirarme caminó solo alrededor del camión examinándolo y
pateando sus enormes ruedas.
Algo le pasaba a Nemesio. Algo vulgarizándolo, descarrilándolo de
sus locas ideas que me retuvieron por casi un mes entre San Marcos y
Quintero, entre el pasado y el presente. Simplemente me sentía ridículo y
estúpido echando de menos sus amenazas, misiones locas y órdenes a punta
de escopeta. El único con vuelito para continuar con un plan que ya parecía
no tener líder era, extrañamente, yo el otrora obligado. Toda una paradoja.
-¿Qué pasa Nemesio?- me atreví a preguntarle esa tarde de viernes
antes de partir con el cargamento a Valparaíso.
-¿Cómo que qué pasa?
-Lo noto raro.
-Putas la güeá ¿Querís una sonrisita acaso?
-No. Pero podría insultarme un poco o amenazarme con la escopeta.
Hacerme disfrazar de, no sé, de centauro y obligarme a trotar por San Marcos.
-¿De Centauro?- los ojos de Nemesio me miraron brillantes, como si
lo escuchado fuera un golpe. Pero de inmediato, como si voluntariamente se
sacara rápido un estupor no queriendo demostrarlo, cambió la mirada a otra,
la nueva suya que le había notado. Parecía semi dormido y quisiera dejarse
llevar totalmente por el sueño. Murmuró algo y se fue lejos con las manos en
los bolsillos.
-¿Vamos a ir al puerto a la feria?
la razón & la fuerza

Pero no escuchó o no quiso contestarme. Definitivamente no me


quedaba más que el escaso vuelito con que yo solo iba y Nemesio ahora se
negaba a seguir incrementádome.
Lo dejaría morir solo ¿Para qué insistir en algo cuyo objetivo parecía
ya alcanzado y quizás del cual yo apenas podía algo vislumbar si recordaba
el abrazo de Nemesio en Quintero, la fuerte emanación de luz que me había
transmitido, que si cerraba los ojos todavía podía sentir y casi utilizar para
vivir mejor?

Larita

Fuimos a celebrar las escuálidas ventas de ese día sábado logradas en


la feria de la avenida Argentina. Así fue como nos encontramos frente a la
puerta de la sede de un equipo de fútbol local donde se realizaba una fiesta
con regia orquesta tropical a beneficio del club.
No éramos los únicos feriantes en el lugar. Había muchos que también
se sintieron atraídos por la música y por la alegría de los socios y amigos del
equipo popular.
-Torres, amigo- me gritó el Lara desde adentro al reconocerme- Pasa,
hombre ¿Qué hacís ahí parado como güeón?
-Hola Larita, hermano. Qué tal.
-¿En que andai? Pasa.
Nemesio serio nos observaba abrazarnos. Yo giré y lo miré.
-Este es mi tío Nemesio de San Marcos. Andábamos vendiendo
verduras en la feria y quisimos venirnos a relajarnos un ratito. Este es Larita,
colega y amigo de mucho tiempo.
-Hola ¿Cómo está?
-Buenas noches- respondió seco Nemesio.
-Tú Abel, vendiendo verduras ¿Qué chucha?
-De algo hay que morir compadre ¿O no? Así que llegaste del sur.
Hace un par de semanas recibí visitas y creí que erai tú.
-Sí pus, llegamos del sur con la Elisa. Lo pasamos el descueve. Oigan,
pasen ¿Qué se sirven?
-Este es el Humberto, un amigo de San Marcos también.
-Hola ¿Quieren una piscola?
-Ya pus- contestó entusiasmado el Humberto ante el caluroso
gabriel castro rodríguez

recibimiento.
-Aquí estamos reuniendo fondos para la última fecha de la Copa Polla
Gol. Toca en Santiago. Aún tenemos esperanzas de ofrecer un buen partido.
-¿Con la cato?- preguntó interesado el Humberto.
-Sí ¿Eres de la católica? No lo digas muy fuerte. Allá en la otra mesa
están los de la Chile. Así que estás de feriante Abel ¿Cómo está la Lily?
Miré a Nemesio que estaba sentado fumando un cigarrillo distraído
examinando con cara de asco a la concurrencia.
-Me han raptado- le susurré serio.
-¿Qué?
-Lo que dije, he sido raptado- y luego elevé la voz como para que
escuchara el Nemesio- Muéstrame donde está el baño, por favor- Nemesio
miró, Lara me miró, yo los miré a ambos y encogí los hombros- Estoy
aguantando desde hace rato el meado- Lara algo captó. Chasqueó los dedos
rápido e indicó a un mozo que nos sirviera una botella de pisco y tres
cocacolas. Me tomó del brazo y me llevó hacia los baños mientras Nemesio
continuaba fumando y entre la nube de humo gris nos seguía con la mirada y
una mueca.

Hacia los Cerros

-¿Qué mierda estai diciendo de que fuiste raptado, Torres?


-Parte del hecho de lo que escuchaste: Ando de feriante.
-Sí pus güeón, bastante irregular lo que me dijiste, por decir lo menos.
Tú de feriante na que ver.
-Mira- le dije cerrando la puerta del estrecho y putrefacto baño- No
tenemos mucho tiempo. La güeá es que hace casi un mes vinieron en la
madrugada unos güeones a mi departamento. Me sacaron maniatado ante el
terror, ya te imaginarás, de la Lily con el niño. Me llevaron a las afueras de la
ciudad. Después supe a San Marcos. Supongo para nada bueno. Sí me visitaras
más seguido te hubieras enterado. Llevaban armas, compadre. Yo no sé qué
mierdas querían. Matarme supongo- Larita me miraba con su enorme boca
abierta- Me abandonaron siempre maniatado en una casucha. Antes de que
volvieran llegó el dueño de casa. Ni coco tenía que ver con los anteriores
maleantes. Era este tipejo, el Nemesio, primo de mi papá, que recordarás
que es de San Marcos.
la razón & la fuerza

-Sí- Larita estaba pálido pues el relato le era familiar. Él no era como
yo, ajeno a contiendas políticas, sabía de memoria terribles relatos que
empezaban como el mío.
-Y bueno, ahí, después del tiroteo...
-¿Después del tiroteo, Torres?- me interrumpió mordiéndose su grueso
labio inferior.
-Sí, mira. Me partieron este diente con una pistola que me metieron
en la boca. Bueno, después del tiroteo que resultó favorable a este huaso
loco, él me metió, si tu supieras, en un tete, un rollo, pajeo mental de este
volado. Onda purificar la familia. Para lo cual fui mi papá, mi abuela, y
supongo que quizás después, si me quedo, representaré a otro antepasado.
Aunque ahora el Nemesio anda medio bajoneado y poco creativo. Después
otra vez, en Con-Cón contratacaron los güeones. Supongo son de la dina.
Seguro habrás escuchado del tiroteo en las noticias. Y después lo del avión
estrellado en el retén de Quintero, quizás también habrás sabido. Pero yo no
me explico todavía qué chucha quieren esos tipos conmigo. Tú sabís Lara
que yo na ni na con la política. Lo más cercano a la política que he estado fue
en la U cuando estaba con, ustedes, cuando, estaba, con, ustedes- me lo
quedé mirando fijamente.
Larita transpiraba helado y miraba al suelo. Yo empezaba a teorizar
más lúcidamente lo hasta un momento pareciéndome muy enredoso.
En eso estábamos cuando dieron dos o tres golpes en la puerta. Tres
golpes firmes y secos.
-¿Quién es?- gritó Lara medio tiritón y espirituado con la historia
acabada de contar. No contestó nadie salvo nuevos golpes pareciendo ya no
puños sino patadas.
-Mierda, Abel. No sé qué es lo que pasa. No te entendí ni coco lo que
me tratabas de explicar. Te lo juro. Pero igual creo que será mejor arrancar-
Jesús Lara me miraba con cara de niño con ganas de llorar. Señaló un estrecho
rectángulo sobre uno de los lavamanos- Vamos Torres, vámonos por ahí. Ya
me dio la güeá. Y yo que pensaba que todo esto había terminado ¿Qué
chucha?- dio veloz media vuelta y miró hacia la puerta sacudida por los
golpes. Yo ya estaba con medio cuerpo afuera de la ventanilla del baño-
Supongo que la fiesta podrá seguir sin mí- se dijo Lara en voz alta. En eso
sonaron fuera dos o tres balazos que perforaron la puerta. Entonces, como si
fuera un dibujo animado, Jesús Lara dio un salto eléctrico. Con su cabeza
gabriel castro rodríguez

clavada en mi trasero empujó, me tiró a la calle mientras pasaba supersónico


por el rectángulo estrecho y cayó junto a mí. Se paró atlético como nunca lo
había visto y me agarró de una manga.
-Corramos, mierda.
Balazos sonaron tras de nosotros perdiéndonos subiendo por los
vericuetos de Valparaíso corriendo con toda el alma.

Pretérito Perfecto

Lara, antiguo habitante del puerto, supo en poco tiempo entre las
callecitas perdernos de los enemigos. Subimos hasta llegar a una larga terraza
oscura mostrando abajo gran parte de la ciudad, la piscina negra salpicada
de barcos iluminados y allá al fondo lejos, mi casa rodeada de miles de luces
en Viña. Ambos jadeábamos de agotamiento y miedo sentados en el suelo.
-Abel, hace un buen tiempo que no sentía este terror. Llegué a pensar
que la güeá había terminado ya. Iluso yo. La represión sigue. Estamos
marcados todavía.
-Pero yo no- le dije con rabia.
-Parece que también. Si no ¿Cómo entendís lo del rapto?
-Bueno, te diré que pese a todo, en realidad no me disgusta ser enemigo
de las mierdas de la dina. Pero nunca me imaginé que ocuparían fuerzas en
güeviar a alguien tan alejado de la política como yo.
-Te voy a decir algo: Para también ser su blanco a esos maricones les
basta con conectarte con cualquiera en sus archivos fichado por combatir de
alguna forma a la dictadura. Así funcionan. Tú Abel fuiste, eres, amigo mío.
Y también del Charly.
-El Charly. Me acordé de él cuando anduve por Quillota ¿Qué es de
él?
-Sigue en cosas de su partido.
-¿Y tú?
-Me retiré. Se ha chacreado mucho. Demasiada indisciplina. Pero ya
vez que para los güeones estos da lo mismo estar metido o no. La prueba está
en que te están güeviando, siendo que ni pito has tocado tú en la lucha. Son
así. Aunque te diré que en realidad, a pesar de todo, me extraña realmente
que anden tras tuyo.
-Es que están picados. Nemesio se ha echado por lo menos a cuatro.
la razón & la fuerza

Es bárbaro con la escopeta. John Wayne es moco al lado de él.


-¿Qué pasará en el club?
-Espero que nada.
-Si te quieren a tí andarán rastreándonos ahora por los cerros. Pero el
día del loly darán con nosotros. Quizás hayan agarrado a tu tío.
-Ya te digo que Nemesio sabe defenderse ¿Qué cachai de todo esto?
-No sé. Mira, por mi causa, Abel, dudo que te puedan güeviar. Ya te
digo que me retiré del partido. Queda quizás, pensándolo bien, tu vínculo
con el Charly que continúa en su partido. Puede ser esa la motivación. No sé
qué pensar. Pero piensa que no sólo los de la dina pueden andar güeviando
por las calles. Hay pasaos pa la punta de todos lados ¿No andas metido en
líos de plata, apuestas, no sé, drogas?
-Mi máxima droga es el vino tinto. Y mi última apuesta fue a la Polla
Gol.
-Entonces serán de donde lo del Charly.
-¿Entonces no crees que sean del Gobierno?
-Tú no lo has güeviado nunca explícitamente ¿Por qué habrían de
güeviarte entonces?
-¿Del Charly? ¿Quieres decir que él los mandó?
-Mira, el Charly en estos momentos está preparándose para el
inminente advenimiento de la democracia. Esta güevá no da para más. Va a
venir algo grande. El viejo si no hace elecciones verdaderas, no como la
farsa de la Consulta Nacional, algo serio pronto, lo matan. Lo matan un día
de estos. Entonces, yo no soy gurú para saber esto, lo sabe cualquier analista
de la situación chilena, el Charly se prepara para un justo puesto futuro en el
próximo gobierno democrático. Harto que luchó en contra de la dictadura.
-¿Y qué tengo que ver yo con eso?
-Mucho. El partido del Charly es líder de la oposición. Se está
moviendo, acomodando para lo que viene. Hay un 99 por ciento de
posibilidades de que sea ese sector el líder. Y muchos de sus correligionarios
los que ocuparán cargos en el nuevo gobierno. Entre esos nuestro amigo.
Pero para ocupar un espacio en la democracia en camino se debe tener un
pasado limpio. Ahí calzas tú. Incluso, ahora que lo pienso, yo también. Piensa
Abel Torres ¿Qué tienes que pueda comprometer su pasado?
-Sólo recuerdos. Puros recuerdos de jaranas hasta el amanecer.
-¿Sólo recuerdos? ¿Tienes fotos? Estos gallos son delicados.
gabriel castro rodríguez

-No. Y si las hay, las tiene todas él mismo.


-O algo escrito por él.
-Tengo alguno de sus cuentos.
-Puede ser eso. A ti te gusta escribir ¿Has escrito algo sobre él?
-Sí.
-¿Viste? Su cúpula necesita neutralizar todos esos pedazos de pasado
repartidos. Por ejemplo en tu casa.
-Putas ¿Y no le salía más fácil ir él mismo a mi casa y pedirme todo lo
que tengo sobre el lindo? ¿Acaso la solución para colar su pretérito imperfecto,
gozo leve que ahora desprecia, pasaba por mi muerte?
-Te estoy hablando de cúpulas partidistas, a ese nivel. Puede que ni el
mismo Charly sepa que le están preparando así el terreno para un cargo
futuro en el próximo advenimiento de la democracia. Puede que actúen grupos
armados de su partido sin siquiera enterarlo de sus intenciones. Puede ser.
Aunque no es la línea de su partido. No sé, especulo. Todo es tan raro.
-Qué mierda. Harto caro salió ser amigo de ustedes, conchas de su
madre.
-¿Hubieras preferido que tus amigos hubieran sido fachos, Abel?

Mirando hacia atrás con Ira

-Me contestó la Laurita. Mijita rica- me dijo Jesús Lara tapando con
la mano el fono del teléfono público- Dice que los que entraron a la sede
patearon y balearon la puerta del baño. Fueron tres pericos. Y adivina,
preguntando por quién...
-Por mí.
-No güeón. Preguntaron por Jesús Lara. Al saber que huímos por la
ventana del baño se fueron muy campantes- colgó y me miró con cara de
premiado- Me buscaban a mí, Torres, te das cuenta. No a ti, a mí. Me gustaría
comunicarme con la Elisa.
-¿Y eso qué quiere decir?
-No se anula para nada lo que te he dicho. Huelo que los de Charly
están tras de nosotros, sus amigos. Pero te aseguro que el buen Charly no
sabe nada de eso. Yo sé por qué te lo digo. Yo sé como se arman estas cosas.
-Ese güeón conchas de su madre ¿Tenís plata?
la razón & la fuerza

-No seai güeón, Abel. Él no sabe nada, te lo aseguro. Son cosas de la


política. Si de él dependiera no estaríamos pasando por esto.
Me levanté y miré el cielo. Había luna llena: Tiempo de locos. El
cielo estaba repleto de una alfombra de nubes. Ovejas amontonadas en tercera
dimensión, nubes craqueladas, traspasadas por el disco plateado. Un ojo de
loco viajando aparentemente. Pero sabía que iba más lenta de lo que parecía.
Todo se veía como un sagrado cinerama con perros ladrando a ambos lados
y un árbol a un costado de la terraza como si fuera del otoño y no del verano.
El cielo se veía más cercano. Me sentí inundado de una enorme ira,
pero también me completaba algo así como una sensación de poderoso
protagonismo por primera vez en esta historia política que me había tocado
del país. Así es que me sentí con una causa entre los dientes, personal, pero
al mismo tiempo causa colectiva: la de todos aquellos pisoteados más que
por la dictadura cruel, más que por otra disfrazada que venía. Estaba
asumiendo aquella causa, pero Larita se negaba a reconocerla. Simplemente
me encolerizaba sentir el pisotón al individuo por parte del poder de los
maricones atribuyéndose la potestad de nuestras suaves almas libres, ajenas
al sucio juego del sistema, cualquiera que fuese su nombre.
-Préstame plata, Jesús.
-Mañana es domingo, Abel.
-Entonces iré al encuentro del Charly el lunes. Igual préstame plata.
El buen Larita se puso de pie. Hurgó entre sus ropas y me pasó
quinientos pesos.
-Vamos -me dijo- Bajemos a la sede. Los güeones supongo ya se han
ido. Nos tomamos unos buenos tragos para olvidar este mal rato. Ya verás
como para mañana entenderás todo mejor y estarás más tranquilo.
-Jamás. He sido atropellado en mi intimidad. Debo hacer pagar por
tal atrevimiento.
-¿Por qué no aprovechas y te vas a donde la Lily?
-No puedo. Eso es otra historia más larga todavía. Otro día te cuento
si me animo. Además te agradezco la invitación a la sede, pero allá está
Nemesio. No quiero de nuevo caer en sus garras, en buenahora creo que me
zafé de él. Quizás por un buen tiempo por fin.
-No, si la Laurita me dijo que se habían ido ellos. El huaso y otro
gallo que lo acompañaba.
-¿El Humberto?
gabriel castro rodríguez

-Sí, el Humberto ¿Viste? Bajemos Torres, nos relajamos y olvidamos


este mal rato. Esta noche, por lo menos, no creo que vuelvan a güeviarnos. Y
yo me contacto con la Elisa para advertirle de la situación.
Asentí y bajamos las callejuelas en silencio. Mi cólera no disminuía,
es más, se mantenía activa.

Domingo de Fútbol

-No seas tonto, Abel. Acompáñanos al partido. Te distraerás un rato


de todos tus pesares. Mira, quiero que me ayudes. Necesitamos creta.
-¿Creta?
-Sí, es como tiza. Se moja y con eso pintamos los buses con mensajes
y figuras alusivas al club. Después vamos a que nos llenen estos extinguidores
con una mezcla de color verde para la barra. No te aburrirás, te distraerás de
tus problemas. Vamos a Santiago. Si no quieres irte para donde la Lily, y
dices que vas mañana lunes a donde el Charly ¿Qué vas a hacer mientras
tanto? Acompáñanos y lo pasarás el descueve.Vamos.
-Okey.
-Bien Torres. Ya verás. No te vas a arrepentir.
Con Larita organizamos una rifa en el bus que íbamos. El premio:
Una magnífica garrafa de tinto. Bolsa con números, talonario totalmente
vendido, buena recaudación como para cubrir los costos del viaje. Lara había
tenido razón. Me entretenía.
El premio se lo sacó un viejito quien cedió fácilmente a la insistencia
de casi todos los pasajeros de abrir la garrafa y hacerla correr. Así llegamos,
por lo menos yo, y varios jóvenes hinchas más, bastante mareados al Nacional.
Entre los entusiasmados alocados destacaba un extraviado fanático apodado
El Pizarreño.
-Se subió volado- me advirtió Lara.
-Y va a caer, y va caer- cantaba el Pizarreño sin saberse a ciencia
cierta si lo decía a propósito del equipo contrario, de él mismo, o de otra
cosa más trascendente a nivel de política nacional próxima a desplomarse.
la razón & la fuerza
-Ayúdame con los extinguidores- me dijo mi amigo mientras nos
ubicábamos en lo que se constituyó como el sector de la barra. Las banderas
arriba, serpentinas, garrafas casi vacías sorteadas de los otros buses. Cláxones,
cigarrillos con y sin malicia. En fin todo el aparataje para alentar al equipo
de Valparaíso.
El partido comenzó y todos aplaudieron a la flamante formación
internacional contratada en las cuales cifraban toda su esperanza para este
partido y los próximos. Lara me explicaba:
-Son peruanos. La delantera soñada desde siempre para el equipo.
Harán un partidazo, ya verás. Como puntero derecho está Bailón, ese de
allá. A la izquierda ataca el magnífico Bailete. Por allá están Bufarini y
Bochini. Les sacaremos la mierda. Los otros, los de la UC, como si fueran
pocas b largas, son en puntero derecho Burruchaga y por la otra banda
Barberón. Pero no podrán hacer nada. Somos grandes por primera vez en
años. Ya verás.
-Quiero hacer pichí- dije un poco lejano a los fervores de mi amigo.
-Apúrate que el partido empieza. Por ahí están los baños.

Iluminar

Bajé según me indicó Larita . Entre la maraña de espectadores, en las


galerías interiores con público yéndose a ubicar con cintillos de uno u otro
equipo, los vendedores de sanguches y bebidas, me perdí irremediablemente
terminando en un túnel hediondo a meado y a humo de chorizos.
-¿Harán un acto de desagravio?
-¿Cómo?- di media vuelta para ver quién me hablaba entre la penumbra
y la hediondez.
-No niego que nos molesta tanto jolgorio ¿No se atreven a recordarnos
antes de empezar el partido? Sabemos que gritan camufladas consignas en
contra del perro, pero al rato se les olvidan y vuelcan toda su energía al
encuentro. Si tan sólo ocuparan más fuerza en recordar que este fue un campo
de detención, quizás así tendríamos un poco más de luz.
-No me vaya a decir que usted es un detenido desaparecido.
-Detenido, torturado, asesinado y desaparecido. De eso hace siete años.
-Vuelta otra vez.
-¿Qué dice?
-Hace unos días estuve con uno igual a usted ¿Qué tengo que atraigo
muertos?
gabriel castro rodríguez

-Debería sentirse orgulloso. No nos corporizamos ante cualquiera ¿Fue


en Ritoque que se entrevistó con un compañero sufriente como nosotros?
-Sí ¿Cómo sabe?
-Lo escuché de su mente. En rigor yo no sabía de ese recinto. Morí
antes de que instalaran otros. Sólo lo escuché de su mente .
- ¿Qué más escucha de mi mente?
-Nada que me importe mucho. Cosas graves pero que son más bien
personales y no colectivas como su actitud ante mi tristeza y la de mis
compañeros.
-Supongo querrá algo de mí.
-Atreverse a acordarse más de nosotros. Ninguna otra cosa pedimos
¿Mucho?
-La cosa es igual brava en estos tiempos.
-Sí, lo sabemos. De todas maneras el pueblo no puede pisar este recinto
sin recordar que muchos murieron aquí. Está bien la alegría, vítores y penurias
frívolas, pero ¿Qué tal un recuerdo que nos encienda un poco nuestra terrible
muerte?
-Lo voy a proponer allá arriba. Dudo que me escuchen.
-Yo también lo dudo. Pero tenemos fe en los más viejos. Haga un
intento con ellos ¿Lo promete?
-Sí.
-¿Pide algo a cambio?
-Creo que no. Ya está bueno de pedir, supongo.
-Así se habla amigo. Vaya y haga que griten nuestros nombres. Se lo
agraderíamos mucho.
Atrás de la sombra que me hablaba se veían muchas otras. Distinguí
con dificultad una en particular sentada en el suelo que me resultó familiar.
Tenía levantadas lo que alguna vez fueron manos, junto a él una guitarra
negra tirada en el suelo.

No Antes del Entretiempo


Acordarse
la razón & la fuerza

Cuando llegué junto a Larita el partido ya había comenzado. No


escuchó con toda atención el relato de lo que me había pasado abajo.
-Sería algún güeón tomándote el pelo- me dijo distraído sin dejar de
mirar hacia la cancha.
-Es verdad lo que te digo. Ven conmigo- lo tomé del brazo.
-En el entretiempo ¿Ya?
-¿Mientras tanto no podríamos gritar algunas cosas reivindicatorias
para los detenidos desaparecidos en este recinto?
-Supongo que sí. Anda a hablar con El Piza allá abajo. Es muy bueno
para gritar. Sobre todo cuando se trata de güeviar al gobierno. Pero que
griten calmados y sutilmente. No quisiera terminar escuchando el partido
con una radio a pilas en la comisaría.
-Okey.
Bajé las gradas hasta ponerme junto al El Pizarreño enfervorizado
con el resto de la llamada ola verde animando a su equipo todos pintada la
cara con el color alusivo. Le pregunté al oído si sabía que en este mismo
recinto hace más de siete años habían sido detenidos, torturados y ejecutados
muchos compatriotas.
-Sí loco, lo sé.
-¿No te gustaría con tus compañeros conmemorar aquellos tristes
acontecimientos gritando algunas cosas alusivas?
-Por supuesto, hermanito. Pero en el entretiempo- me contestó
pasándome un cigarrrillo de mariguana, continuando con sus gritos y cantos
para animar a su equipo. Luego accionó un extinguidor de los que habíamos
llenado en la mañana y nos sumergió a todos en una espuma y vapor verde.
Subí devolviéndome al lugar en donde estaba mi amigo.
-Nuestra súper delantera flamante no está funcionando del todo bien.
Es decir lo hacen como corresponde. Los que la están cagando son los
defensas. Recién casi nos meten un gol ¿Lo viste?
-A decir verdad no. Estoy preocupado de otras cosas ahora. Además
el baño de espuma verde que me dieron me borró la visión por un rato.
-Concéntrate en el partido Abel. Después vemos lo que te preocupa.
No seas pesado, nunca te habían preocupado mucho los avatares de la política.
Pésimo momento para que te dé fervor justiciero.
gabriel castro rodríguez

-Ya te conté lo que me pasó abajo. Me encomendaron una misión.


Creo que es el lugar y el momento exacto como para asumir acciones en
favor de los detenidos desaparecidos.
-Córtala Abel Torres, deja ver el partido tranquilo.
Me puse en frente de Larita tapándole la visión del encuentro. Si se
movía hacia la derecha, me corría a la derecha. Si se movía a la izquierda,
me colocaba al frente tapándole.
-Déjame ver el partido tranquilo. Se supone que no te invité para esto...
¿Cobró penal? ¿Cobró penal?- preguntaba Jesús Lara a sus compañeros de
barra porque se había dado cuenta de una jugada crucial en el arco de la UC.
No lo había dejado ver bien- Ya pus Abel, no me güevees mi único placer.
Déjame ver el partido.
-Si es eso lo que prefieres...- digo y me siento a su lado taimado.
-Disfruta del partido. En el entretiempo conversamos de lo que pasó
acá el setenta y tres. Y a lo mejor hacemos algo ¿Ya? Te lo prometo.
-Sí Larita.
Todo ese rato reflexioné al respecto del poder hipnótico del fútbol.
No miraraba el partido sino a los integrantes de la barra llegada de Valparaíso.
Entre ellos El Pizarreño y mi amigo. Supe bien por qué le llamaban el opio
del pueblo. Realmente actuaba fuerte sobre toda esta gente presente, los de
la otra barra, los 22 jugadores, árbitro, técnicos, periodistas, todos embobados
en el partido ignorando las sombras dolientes por debajo vagando. Sólo un
pedazo, pero igual demostrativo de lo que era el país: una nación fácilmente
perdonadora. Y olvidando, porque no le costaba nada olvidar, por ejemplo
ahora ablandados por un imbécil encuentro de fútbol. Quizás un transvasije
de pasiones, una cambiadita, un pase de preocupaciones... Una mierda, pensé.
-Gooooooooooooooooool- gritó todo el estadio, pero más la galería
en que estábamos nosotros. Era tanto del equipo de Larita. Fuegos articiales
verdes rayaron el cielo de la tarde, nubes del mismo color, detonaciones y
gritos eufóricos estallaron por todos lados del sector de la barra. Larita me
abrazó y me levantó para mostrarme cómo uno de los peruanos se ponía al
frente de nosotros y aullaba mostrando la camiseta.
-Se armó, Abel, se armó la güevá. Ahora sí que ganamos.
la razón & la fuerza

Por los altoparlantes del estadio anunciaban el gol y nombre de su


autor. El marcador registró el tanto y la barra toda siguió su enfervorizado
apoyo. Por allá abajo le daban y daban con fuerza a un enorme bombo. Todo
el ambiente estaba caliente y prometía subir más la temperatura. Yo frustrado
y aburrido esperaba el entretiempo sorbiendo callado una lata de cerveza
que me habían pasado para calmarme.

Entretiempo

El partido terminó su primera etapa. Los equipos desaparecieron de


la cancha.
-Irse con un tanto al descanso es una inmejorable ventaja.Vamos a
ganar- me explicaba Jesús Lara- Ya. Hagámosle caso ahora a tu galopante
arrebato combativo. No pensé vivir para ver a Abel Torres afiebrado por sed
de justicia a los detenidos desaparecidos del Nacional. Bueno, habrá que
disfrutarlo ¿Qué propones?
-Un acto de conmemoración por los caídos a manos de los asesinos
del régimen militar.
-¿No será algo muy drástico, Torres?
-O todo o nada.
-Mira a esos pacos ¿Los ves? Están esperando una güevada como la
que planeas para meternos a todos en cana por unos días bajo el cargo de
quebrantamiento de la ley de seguridad interior del Estado. Los y va a caer
del Pizarreño ya los tienen vacunados, pero algo más sofisticado es cárcel
militar segura.
-Es justamente el miedo lo que debemos vencer.
-Yo vine, todos vinimos por otro motivo.
-Bien güeón en todo caso el motivo.
gabriel castro rodríguez

-Díselo a ellos- me señala al Pizarreño y a sus compañeros- Mira Abel,


ya me hinchaste la bolas harto con tu recalentado fervor patriótico. Cuando
tú te estabas chupando el dedo en la universidad, y con la otra mano escribías
poemas de amor a las minas, yo me exponía sin ninguna protección a las
demoniacas fuerzas de la dictadura. Desde allí llegué sin morir, por pericia y
también suerte, hasta las altas cúpulas clandestinas del partido. Todo el
pedagógico estuvo a mi cargo durante un tiempo. El amanecer muerto de un
balazo en mi casa y con mi familia allanada fue pesadilla de todo ese tiempo.
Así es que no me vengai por favor Abelito a hinchar los cocos con detenidos
desaparecidos ahora, y ni siquiera es que sienta misión cumplida. Para ese
punto de los Derechos Humanos falta tanto por recorrer, pero, disculpa, a
diferencia de ti, yo ya he hecho harto. No es que me niegue ahora, simplemente
entiende: El único en falta al respecto aquí, eres tú mismo. No me güevees
mucho por favor Abel Torres con la lucha contra los horrores de la dictadura
¿Ya?
-Ya- le digo cabizbajo- ¿Pero vamos a hacer algo?
-¿Qué sugieres?
-Lo que les decía en denantes. Unos cantos por aquí, otros por allá.
Algo livianito, para cumplirle al caballero con quien me encontré.
-Eso me dejó metido. A ver, vamos a conocerlo.
Bajamos y salimos de la galería recorriendo lo que bajo esta había:
Negocios de diversos tipos de sánguches, todos con su fuentecita de ají en
una esquina, puestos de banderines u otros recuerdos de los equipos en
disputa, llaveros y otras chucherías. Pilares desde los que miraban serios los
carabineros atajando con las correas a los nerviosos pastores alemanes.
Puestos de cigarros, bebidas, helados y golosinas. En fin, todo un submundo
comercial oloroso y bullente.
-¿Por dónde?
-No sé. Creo que por ahí.
-Para allá están los baños.
-Para allá es.
-Ya, pero hay que apurarse. El segundo tiempo está por empezar.

Cuando estuvimos en el lugar exacto del encuentro tenido con el


espíritu, ni este ni otro se apareció para mi desprestigio y desconfianza de
Jesús Lara.
la razón & la fuerza

Me miraba como quien mira a un loco, o peor aún, como si tuviera


frente a alguien con el propósito de burlarse de él.
-No se juega con estas cosas Abel- me dijo serio.
-Si pudieran materializarse por favor- decía yo al éter- Miren que
tenemos frente a nosotros a un legítimo ver para creer.
Pero nada ni nadie se materializó ante nuestros ojos, ya el segundo
tiempo comenzaba y no había nada que pudiera detener ahí abajo a Larita en
tal circunstancia. Me dejó solo imprecando a los esquivos y, según yo, tontos
espíritus.
-Para lo pedido era imprescindible que se dejaran ver ¿No se dan
cuenta?
-Tú eres el único semimuerto en las cercanías que puede vernos y
conversar con nosotros. El joven que trajiste tiene superadas algunas cosas.
No cuenta con el dudoso honor de vernos. Bueno, lo intentaste, nos consta.
No tenemos resentimientos contigo ni con nadie. Suponemos eso sí que
debemos someternos de ahora en adelante a un sutil pero poderoso olvido.
Como una segunda muerte. Seguiremos intentanto otras incursiones como
la presente. Total, si bien fe ya no tenemos por nuestra condición, al menos
contamos con el tiempo. Adiós y gracias por el intento.
-Sé que no lo merezco, pero por mi infructuosa gestión ¿No es posible
un pequeño favor?
-En el pedir no hay engaño. Sin compromiso enuncia tu petición.
-¿Me podrían transportar a Coihué?
-Pensé que nos ibas a pedir que ganaran el partido.
-No, no me interesa este partido ni otros.
-Bueno. Veamos qué podemos hacer ¿Dónde queda Coihué?
-En la quinta región.
-Administración antigua, por favor.
-Perdón. Bueno, departamento de Quillota, creo.
-Espera. Consultaré con los otros. Es imprescindible conocer el lugar
de destino, yo no lo conozco.
Después de unos minutos otra sombra volvió.
-Conozco el destino al que quieres llegar. Me han instruído, a pesar
de que tu gestión para con nosotros ha sido nula, para colaborarte en tus
deseos de vivo. Prepárate para viajar. Pero es claro, estarás entonces en doble
deuda con nosotros.
gabriel castro rodríguez

-Intentaré pagarle ambas más temprano que tarde.


-Que así sea. Adiós y buena suerte. Aunque entiendo que ni debería
auspiciar tu movimiento hediondo a odio. Se huelen muy fuerte tus intenciones
con el traslado que nos pides.
-Pero igual no me diga que no se justifica mi intención de por lo
menos aclarar responsabilidades de los problemas que he estado pasando
estas semanas.
-No sé. Mejor me abstengo de opinar. Son rencillas personales sin
sentido para nosotros víctimas de conflictos colectivos. En fin. Allá vas.
Desde los pies hasta mi cabeza mi organismo se me fue haciendo
bolas de luz en ebullición, como si hirviera mi piel de luciérnagas, justo
cuando escuchaba un multitudinario grito de gol, quizás del equipo contrario
a Jesús Lara, y después ya no más vi ni sentí nada por unos segundos hasta
aparecer tirado en el pasto de la plaza de Coihué, bajo la estatua ecuestre de
un antiguo prócer de la patria. Tarde muerta, calurosa a pesar de que ya
anochecía.

La Única Forma de Viajar

Vagué en el pueblo lentamente ensombrecido por una enorme montaña


escupiendo de vez en cuando uno que otro alas delta jugando con el viento.
Cuando casi oscurecía di con esta sede de tu partido. Naturalmente no estabas
y tampoco nadie. Todo cerrado y deshabitado como corespondía a un domingo
al atardecer. Sin saber el lugar dónde ubicar tu casa, ex amigo, grabé la
posición en donde suponía seguramente al día siguiente en la mañana sí te
encontraría sujeto de mi acción reinvidicadora. No habiendo qué hacer más
en ese lugar, me retiré haciendo una limpieza mental de los pensamientos
dedicados solamente al odio. Necesitaba desconectarme. Descansar unas
horas para reservar muchas energías físicas y mentales para el día siguiente
cuando me enfrentaría al responsable de muchas de las tribulaciones por las
cuales pasé durante en primer mes del primer año de la década de los ochenta.
Decidí brindarme lo inevitable, localizar algún bar y tratar de viajar
inmóvil con ayuda del alcohol por las nebulosas zonas de la ebriedad
desvinculada de cualquier pesar y responsabilidad actual. En estos pueblos
lo que más hay son bares. Efectivamente no tardé mucho, ya de noche, en
dar con uno en semipenumbra semilleno a cargo de un oscuro hombrón de
largo pelo ensortijado negro, cara mal afeitada y malagestada. Con aspecto
general de muy pocos amigos y felicidad me miró como con rabia en espera
de mi orden.
la razón & la fuerza

El Otro Charly

Tenía los quinientos pesos de Jesús Lara, los cuales me hicieron


recordarlo con cierta ternura, sobre todo al imaginarme su reacción,
preocupación y movimientos al buscarme en Santiago, en el estadio, sin,
lógicamente, saber nada de mí. Pensé estaría preocupado, mucho, y quizás
sintiéndose culpable de no haberme hecho suficiente juicio con lo de los
detenidos del Nacional, y también por haberme pegado una buena, pero dura
aclarada al respecto de su situación y de la mía en relación a los Derechos
Humanos. Pero no podía hacer nada para tranquilizarlo concluí, así es que lo
fui olvidando lentamente.
-Tengo quina y quiero durar toda la noche chupando ¿Qué me sugiere?
-Que se vaya a su casa y de paso se compre ocho cervezas.
-Chistoso pero muy, muy honesto. Oiga, de verdad, qué me sugiere.
-La malta con cacao le puede acompañar bien toda la noche. Una
botella de cacao y otra de malta. Son seiscientos, pero le hago precio. Para
un citadino le apuesto que eso le basta e incluso le sobra.
-No me quedaría para cigarrillos.
-Lo toma o lo deja, amigo.
-Si hay que tomar tomamos- dije y le pasé el billete arrugado. A cambio
enseguida llegó con un vasito de malta con cacao.
-¿No debería ponerme al frente las dos botellas?
-Como quiera futrecito, pero le digo que cuando las cosas no se ven,
duran más.
-Bueno, si es para eso dejémoslo así- le dije asombrado por los posibles
alcances de su sentencia.
-Yo sé que es mejor- dijo serio y me pasó un cigarrillo- cortesía de la
casa. Fúmeselo despacito y así le dura toda la noche. No le voy a dar más.
-¿Cómo se llama?
-Yo me llamo Carlos, pero todos me conocen como Charly.
-Mejor Carlos.
-Como quiera.
gabriel castro rodríguez

¿En Qué se Parece...?

Observé alrededor del mesón. Descubrí la misma fauna usual para


estos lugares: Cero mujeres, muchos huasos silenciosos, otros jóvenes con
los ojos rojos soltando risotadas. Todos sosteniendo diálogos o más bien
monólogos inexpugnables. Gente en grupos, pero en realidad sola licuando
esa atroz sensación con diversos licores. Y peor un domingo en la noche,
apelando a temas tales como el fútbol, situaciones laborales, añejas anécdotas,
trágicas relaciones sentimentales o familiares. En fin, lo típico para personas
y lugares como estos. Este y miles de otros bares por todo el país a esta hora.
¿En qué me parecía a toda esta gente? ¿En qué me diferenciaba?
Lo cierto era que estando bajo el mismo techo haciendo lo mismo:
emborracharme hasta las patas, hacía que estuviera muy cerca de su situación.
Lo distanciador era mi profesión. Aunque podría llevarme alguna sorpresa
si hiciera una encuesta de oficios y profesiones.
Quizás la distancia me la daban sus objetivos. Por ejemplo los
pendientes para el día siguiente. A pocos, quizás a ninguno lo esperaba un
ex amigo al cual imprecarle sus mal intencionadas movidas. Bueno, por ahí
podría haber uno matando mañana a un amigo que le jugó chueco con la
señora. Por lo tanto las motivaciones para esa a simple vista parecida acción
me alejaban.
¿Pero acaso al final desde arriba, muy arriba como a veces es
conveniente ver las cosas, no era lo mismo e importaban poco o nada las
motivaciones?
Sí, era lo mismo. Ajustar cuentas. Hacer al ayer amigo pagar su
felonía.
la razón & la fuerza

Entonces, me dije, puedo estar muy cerca de alguno o más de alguno


de los sujetos de este bar. Pero una vez más el rescate de la masificación lo
otorgó la siempre fiel literatura, y me reinvidiqué bastante acordándome de
ella y de lo botada que la tenía ahora último. Creerme con el don de poner en
papel lo sentido, imaginado o sucedido, e inclinarme a la confección de
literatura porfiadamente como si tuviera el don de verdad, sólo Dios y no el
cura José Miguel Ibañez Langlois lo sabía, era lo que definitivamente me
podía alejar de la insulsa vida minuto a minuto mezclándome y
confundiéndome en la vulgaridad.
Por eso me prometí en ese mismo instante a escribir una novela con
todo lo que había estado pasando en este mes, intención obvia casi no tenida
en todo este tiempo de variadas peripecias. Pero recordé aquellas puertas
cerradas, bueno, ni siquiera golpeadas: Las famosas editoriales, para evitar
tener un montón más de hojas comiéndoselas el consabido meconio de lo
escrito y no publicado, y entonces me dio un escalofrío la omnipresente
ironía del destino: Recordé quién me había varias veces ofrecido sus contactos
para publicar. Fuiste justamente tú, buen amigo Charly. De quien pensé: si
no te mataba mañana por lo menos te dejaría en condición de sólo retribuirme
el bastante odio que te tenía preparado. Cosas reservadas a mí por la ironía
constante de la vida.
Bebí otro vaso de la poderosa y deliciosa malta con cacao y me prometí
buscar muy pronto con gran ahinco otra vía de publicación, si no lo hacía,
esta masa de curados u otra, este bar u otro, más temprano que tarde, me
absorvería totalmente y quizás sólo tendría después de muerto la dudosa
satisfacción de ver cómo raspan el meconio seco de todos mis escritos para
publicarlos y posteriormente hacerme disímil del resto, para cuando ya eso
no me importe casi nada, o simplemente nada.
Guardé bien mi plan para cuando pudiera concentrarme más, bebí
otro trago de poderoso licor y esperé confiado: la matanza de neuronas
enprendida otra vez hoy no mermará el corpus de mi proyecto de novela.
Creía saberlo bien: mi escritura se apoya más que en la memoria en
los supuestos finos tentáculos absorviendo todas mis experiencias. Se filtran
allá arriba, en mi tablado de escritor, finas gotas de un licor precioso
germinador de mundos.

Guachos
gabriel castro rodríguez

Me puse de pie con el vaso recién llenado en mi mano. Decidí entablar


conversación y pesquiza de cigarrillo con una solitaria dama recién entrada
al bar del otro Charly.
-Ten cuidado con ella- me dijo el atroz barman. Le contesté con un
cerrar de ojo, ya bien mareado, más entusiasmado que amedrentado con la
advertencia. No quise pedir explicación.
-¿Estás sola?- le pregunté sentándome a su lado. Puse mi vasito sobre
la mesa junto a su cartera forrada de lentejuelas negras.
-Podría decirse que sí, guachito ¿Y tú?
-También podría decirse que sí, sin temor a mentir ¿Qué tomas?- señalé
su vaso alto lleno de un licor negro.
-Piscola ¿Y tú?
-Malta con cacao.
-Vas a amanecer con fuego en la boca. Mucha caloría- dijo pasándome
una de sus uñas largas pintadas con cútex rojo por mis labios entrecerrados.
-Suena interesante. Disculpa que no te ofrezca invitarte un trago, pero
invertí todo en esto.
-No importa guachito, no soy machista: Es más, si quieres te puedo
invitar- hizo ademán de abrir su cartera.
-No gracias, por el momento no. Pero un cigarrillo sería bueno.
-Sólo mentolados ¿Te importa?- me pasó una cajetilla de Kool.
-No puedo ponerme exigente- dije sacando uno y acercándoselo a su
pequeñito encendedor Bic rojo como sus uñas.
-Hay que ponerse siempre exigente, guachito. Nunca bajar la guardia
del orgullo ¿No?
-Puede ser. Oye ¿Te puedo hacer una pregunta? Pero sin enojarse.
-Pregunta no más- me dijo alejándose un poco. Cruzó sus brazos gordos
sobre sus enormes pechos apenas atrapados por el escote del vestido rojo.
Me miró seria detrás del humo de su cigarrillo.
-¿Guachito?
-Así trato a los hombres ¿Te ofende?
-No. Pero los guachitos son los que no tienen papá ni mamá. Yo los
tengo.
-Sí, pero ya te digo. Es una forma de ser cariñosa. Es divertido.
-¿Es divertido?
la razón & la fuerza

-Es cómico. No tengo ni papá ni mamá. Nunca los conocí.


-Es decir eres a la que propiamente se le podría llamar guachita. No
por cariño sino porque en verdad lo eres. En realidad es cómico.
-Sí, aunque nunca tanto porque es triste ser huérfana- me dijo
nuevamente seria.
-Seguramente. Entrete intentar tratar cariñosamente diciéndole
huerfanito.
-Sí ¿Te imaginas? ¿Quiere ir a un motel, huerfanito?- dijo mirándome
a los ojos y haciendo una mueca rápida que transformó por unos segundos
su cara muy maquillada en otra que no le había visto desde que me acerqué
a ella.
-Igual suena tiernucho ¿Sueles preguntar eso del motel muy seguido?-
le pregunté devolviéndole una mirada penetrante a sus ojos coronados por
unas enormes pestañas postizas.
-De vez en cuando- dijo tirando humo por un lado de su boca
enchuecada especialmente para esa acción. Boca pintada con lápiz labial
rojo.
-¿Eres puta?
-Soy María Eugenia, a veces Irma cuando trabajo de puta- aclaró.
-Hola, soy Abel, a veces Héctor, a veces Isabel, trabajo de profesor-
le dije extendiéndole mi mano.
-Es normal que yo tenga dos nombres, pero un profesor que tenga tres
y uno de mujer, es bien raro, guachito.
-Sí es raro. Pero en fin, sería largo de explicar.
-¿No quieres explicármelo?- me dijo con cara supuestamente muy
amorosa apretándome la mano que le había extendido.
-No, en realidad no- le contesté sin sacar mi mano de debajo de la
suya, tibia y rasposa.
En eso llegó Charly para cambiarme el vaso vacío por uno lleno.
-¿Cómo estás, Irma?- le preguntó.
-Bien, Charly ¿Y tú?
-Aquí estamos. Supongo que el caballero te dijo que no tiene plata-
dijo el gentil barman mirándome y haciendo con su boca una especie de
sonrisa malévola.
-Es un caballero. Fue lo primero que me dijo.
-Debe ser interesante la conversa entonces.
gabriel castro rodríguez

-Sí, aunque tiene misterios que no quiere compartir- dijo Irma


pasándole su vaso al barman quien, contrariamente a lo que en algún
reglamento seguro dice, aceptó el trago y se zampó la mitad de la piscola.
-Está tibia ¿Te traigo hielo?
-Por favor.
-¿Se conocen hace tiempo?- le pregunté mirando a Charly
devolviéndose al mesón.
-Bastante tiempo. Somos hermanos- dijo mirándome iluminada al
mismo tiempo que me sonreía con cara de haberme matado con la confesión.
-¿En serio?
-¿Para qué te mentiría? ¿Te extraña acaso?- dijo con la misma mirada
pícara.
-Un poco.
-¿Por qué?- se entusiasmaba más y más.
-Güevadas de burgués cartucho. Me avergüenza decírtelo. No vale la
pena.
-Igual en tu rollo de cosas buenas y malas está claro qué pensar en el
caso de una mujer ejerciendo la prostitución en el bar de su hermano- encendió
otro mentolado muy interesada en mis respuestas. Parecía que este tema era
uno que le gustaba exhibir y poner el tapete de la polémica.
-Yo no me la juego por esos códigos güeones. Por cierto los tengo,
pero ya te digo que más bien me avergüenzan.
-Pero igual los tienes bien metiditos en tu cabeza- me dijo clavándome
una uña entremedio del pelo.
-Diariamente los intento modificar para que sean más humanos. Es
más cómodo, práctico, mejor apegados a la compleja realidad. Se sufre menos
con códigos menos estrictos. Se pierde el factor sorpresa, el oooh. Pero así
es mejor. Uno se abre a otras posibilidades de existencia con mayor facilidad.
-¿Tienes hijos, profesor?
-Yo digo uno. Otros dicen ninguno.
-Por Dios. Qué misterioso.
-¿Para qué preguntas?
-¿Le enseñarás esa manera de pensar?
-Por supuesto. Lo bueno para mí es bueno para él. Creo.
-No estás seguro.
la razón & la fuerza

-Igual siempre hay cosas de uno que mejor el hijo no las tenga- digo
bebiendo el concho de mi vasito. Busco con la mirada al barman.
-Eso es egoísta.
-Puede ser. Es tan difícil ser padre. Y tú ¿Tienes hijos?
-Dos, una hija mujer y un hijo hombre.
-¿Qué edad tienen?
-La niñita tres y el niñito seis- dijo y sacó de la cartera una billetera.
Extrajo una foto donde aparecía una mujer vieja y los dos niños sentados en
la arena de una playa muy hermosa.
-Son lindos. El mío tiene tres.
-Son ricos los cabritos chicos- dijo guardando la foto- Salen con cada
cosa. Yo los tengo lejos. Soy de Caldera. Están allá con una tía, la de la foto.
Es como si fuera mi mamá. Me crío a mí y ahora cría a mis hijos. Hace
tiempo que no los veo. Espero irme para allá aunque sea unos días para
febrero.
-¿Carlos también se vino para acá de Caldera?
-¿El Charly? No, el nació acá. En realidad somos hermanos de madre
no más. El viejo suyo le heredó este bar ¿Quieres otro cigarrillo?
-Sí.
-Nuestra madre se vino para acá después de tenerme a mí y me dejó
con su hermana. Se casó con el dueño de este barucho, tuvo al Charly y se
murió. Un par de años después que había muerto su papá nos contactamos y
me vine. Echo de menos Caldera ¿Lo conoces? Es súper bonito, con mar. La
de la foto es una playa de allá, Bahía Inglesa. Pero muy serio para una mujer
loca como yo. Me vine a probar suerte acá y bueno, tampoco es gran cosa.
Igual una es rara en todos lados. En realidad siempre pienso que es mejor
estar en donde nació una que andar dando la cuática en otros lados, pero es
como para establecer distancia con los seres queridos. Para ellos uno mejor
fuera diferente. Apenas cambie, madure, o qué se yo, me vuelvo donde mi
tía y mis hijitos. Es lo mejor, pero ¿Cierto que es difícil cambiar? No sé, a
veces se me ocurre la idea loca de poder ser varias personas a la vez. Estar
acá haciendo lo que hago que, para qué te digo una cosa por otra, harto que
me gusta la vida bohemia. Pero al mismo tiempo estar allá en Caldera con mi
familia. Ser una dueña de casa hecha y derecha, con delantal y todo. Hacer el
aseo y prepararle comida, darle amor a un solo hombre y toda la demás
lesera. Pero no se puede. Yo no puedo.
gabriel castro rodríguez

-Te comprendo. Prometo que a mí se me ha ocurrido más de alguna


vez algo parecido. Sería de lo mejor. Me alegra encontrar una mujer que
piense igual.
-No te creo que piense como pensó un profesor.
-Somos todos iguales Irma.Todos iguales.
-No es cierto. Conozco a muchos que les basta una vida. Y apenas
con esa.
-Pero hay muchos necesitando lo que nosotros. La vida es muy corta
como para bailarla con una pura canción.
-Exacto, suena precioso como lo dices- me dijo y me dio un memorable
corto beso justo cuando llegó su medio hermano con hielo y una recarga
para mi vaso vacío.
-Llegué justo con el hielo- dijo Charly- la cosa se estaba poniendo
caliente.
-Cambia de trago Abel. Acompáñame con piscola. Yo invito.
-Calculo que llevo doscientos pesos tomados- le dije al barman- ¿Se
pueden convertir los restantes en piscola?
-Es más cara. Te alcanza para una piscola más.
-Déjate de leseras profesor. Yo invito, no seas machista.
-Y qué pasa con los trescientos ¿Quedan volando en el espacio?-
pregunté interesado en rescatar algo de plata para eventuales gastos
inmediatos. O para mañana.
-¿Te los paso, futrecito?
-Podría ser.
-Eres un patudo- me dijo Carlos haciendo nuevamente esa mueca
quizás una sonrisa y sacando unas monedas de su bolsillo trasero- ¿Así que
el futrecito es profesor? ¿Y de qué? ¿De matemáticas?
-De castellano- le dije recibiendo las monedas y guardándomelas
rápido.
-De castellano- repitió el barman sorprendido- Y mira qué vocabulario
hemos usado con este profesor Banderas. Usted disculpe, señor profesor.
-No me compare con ese conchesumadre por favor.
-Profesor qué vocabulario ¿Qué tiene con ese colega que nos orienta
tan bien con sus Usted no lo diga?
-Aplica güevadas extranjeras a nuestro hermoso idioma chileno- le
contesté molesto a Carlos.
la razón & la fuerza

-¿Extranjeras?- preguntó interesada Irma.


-¿Cómo llaman a los españoles?- pregunté.
-Coños- dijo seguro Charly.
-Sí y son extranjeros ¿Acaso les gustaría hablar como ellos?
-Supongo que no- dijo pensativa Irma.
-Ese es el punto. El güeón quiere eso. Mejor ni hablar de él. Hablemos
de cosas más agradables. De la doble orden de piscola.
-Sí, Charly, doble orden de piscola con hielo.
-Ahí tienes mientras tanto el hielo- dijo Carlos malhumorado tirando
tres cubitos casi hechos agua en el vaso alto de su hermana, retirando el mío
y volviendo al mesón a buscar lo pedido.
-¿Es buen hermano?
-Así como lo ves en realidad no es. Es pura fachada su caracter seco y
duro. Cómo llevar un trabajo tan complicado de otro modo. Pero por dentro
es el ser más lindo que hay. Un amor.
-Tu trabajo también exige cara dura, una que hasta el momento no
veo.
-Mi trabajo lo que necesita es una máscara. Uno se la pone y sale a la
pega. Cara de cariñosita y calentona, que, para qué te digo una cosa por otra,
igual se parece al caracter de una, pero no todos los días, ni menos con
cuanto jetón uno se cruza a veces por ahí. La mayoría de las veces hay que
usar la máscara.
-Ahora conmigo supongo que no.
-Al principio cuando te ganaste a mi mesa sí, pero después, con esa
intuición de las putas, más la que nos ganamos por derecho propio siendo
mujeres, me di cuenta de que tú eras diferente. Me podía sacar la máscara y
meterla en la cartera.
-Debería sentirme halagado.
-Creo que sí Además mi hermano también colaboró para que me
sintiera cómoda contigo. Te regaló un cigarro. Te devolvió plata. Ha
conversado contigo, a su modo, pesado, pero te ha conversado. Eso, Abel,
eso no lo hace casi con nadie. Él también vio en ti alguien especial.
-Gracias, de verdad. Hace tiempo, durante todo este mes, la mayoría
de las veces me he sentido usado. Seguro comprendes y vives diariamente lo
que te digo.
-Sí, aunque paguen con todo el oro del mundo igual me siento usada.
gabriel castro rodríguez

-Y a mí ni siquiera me han pagado... Igual ahora que te lo digo y lo


pienso, creo que algo gané. Pero al fondo o a los costados siempre hay alguien
usándome.
-Todos. No es necesario ser puta para sentirlo. Todos somos usados
de alguna u otra forma.
Llegó Charly con una botella de pisco y dos chicas de coca-cola. Me
hizo una mueca pudiendo ser una sonrisa y se retiró. Le serví a María Eugenia
y luego a mí.
- Sí, por supuesto. Pero mi caso excedió todos los excesos. Se vinieron
abajo las escenografías cubriendo los hilos manejándome todos estos años.
Recién me vengo a dar cuenta en este mes lo espantoso que ha sido y
seguramente es. Como si de pronto te dicen que eres robot y no humano, o te
quieres suicidar y un tipo que no lo has visto nunca te dice que no puedes
porque le perteneces, que él te creó y por lo tanto tiene poder sobre tu vida y
tu muerte. En estas semanas, Irma, María Eugenia, vi el revés de la trama, el
vestido por dentro, las hilachas colgando, los nudos, las marcas de corte,
todo lo que por el derecho se veía tan bonito y compuestito. Bueno, nunca
tanto.
-Qué loco- dijo y se bebió un trago largo de piscola.
-¿Cierto que sí? Por suerte tengo una carta bajo la manga
asegurándome que si bien puedo volverme completamente loco, por lo menos
no será infructuoso el derrumbe.
-¿Cuál carta?
-Escribir- le dije y me zampé un sorbo largo de mi vaso.
-¿Escribir?
-Sí, soy escritor.
-Qué precioso. Nómbrame alguno de tus libros, aunque no lo creas
leo harto.
-No me hagas esa pregunta, por favor, ese es un terrible drama.
-¿Qué pasa?
-No he publicado ni una de las innumerables líneas que he escrito.
Quizás lo que me sucedió este mes también se volverá libro, y me salve el
escribirlo. Pero más me salvaría verlo puesto en todas las librerías del país, y
por qué no decirlo, del mundo.
-Qué raro.
-Qué.
la razón & la fuerza

-Es raro que no te guste puro escribir.


-Me contenta, pero también necesito publicar .
-Supongo que será también importante.
-Lo es, si no, todo se pudre. De nada sirve escribir sino es para que lo
lean las gentes ¿Entiendes?
-Así seguro ayudará a otras personas que tengan el mismo problema.
-Sí puede ser. Lo único que sé es que quiero ser leído por mucha
gente. Es como esta conversación María Eugenia. En ella ganamos tú y yo.
Sí estuvieramos sólo pensando estas palabras encerrados en la bóveda de
nuestro cerebro ¿Sería bueno? ¿No sería acaso lo mismo que escribir y escribir
sin que nadie lo lea nunca?
-Si uno deja un papel escrito por ahí, tarde o temprano lo van a leer.
-Sí, y yo quiero que sea temprano.
-Disculpa Abel, pero tu afán me suena pura búsqueda de fama. Me
gustaría escucharte decir que escribes por puro placer.
-Eso ya pasó, María Eugenia. Por lo menos para mí. Ahora quiero
salir a la superficie.
-Será lo que más deseas. Por eso es bueno para ti. Espero que para los
demás también.
-No se puede hacer una tortilla sin romper de huevos.
-Así es. Tengo que irme- se puso de pie.
-¿Irte?- le pregunté tomándole de una mano.
-Sí, no te olvides que estoy trabajando.
-Pensé que...
-Que qué ¿Qué pasaríamos la noche juntos?
-Bueno...
-¿Pero qué ? ¿Que me caías bien?
-Sí. Dijiste que me considerabas especial.
-Querido Abel, debo trabajar para mandarle plata a mi hija. El verano,
aunque crean lo contrario, por lo menos acá, en el apestoso Coihué, es la
peor época para las putas. Todos los hombres salen con sus esposas.
-Apuesto que te defraudó mi manera de ver la literatura.
gabriel castro rodríguez

-¿La literatura? No guachito. No tengo tiempo para pensar en eso,


debo trabajar. Fue un placer. Chao- se acercó a mí y me dio un breve beso en
la boca. Durante ese breve instante olí su aroma, uno extrañamente familiar
y grato como el mismo de alguien alguna vez amado. Imposible identificarlo.
Por eso descubrí la importancia de no soltar a María Eugenia hasta dilucidar
a quién conocí y quise tanto con aquel mismo aroma.
-María Eugenia- grité. Se dio vuelta, puso uno de sus dedos largos
con una uña muy roja cruzándome los labios.
-Irma, guachito, Irma.
-Irma, pasemos la noche juntos.
-Necesito plata, no rollos. Para eso tengo bastante con los míos- me
dijo, tomó una de mis manos y me la puso en su cintura haciéndome con la
mano apretar sus rollos. Cuando sintió que los así, lanzó una carcajada
pareciendo inundar el lugar. Tan fuerte que todos los parroquianos asilados
en el lugar callaron volviéndose hacia nosotros.
Charly había bajado justo el volumen de la radio publicando así la
burla de una puta que seguro, sin las maltas con cacao, piscolas, todo el mes
vivido, y ese aroma olido en alguna época feliz de mi vida, jamás hubiera
deseado con tanta fuerza.
-Si quieres pasar la noche conmigo hay una solución, pobre
profesorcito con aires de escritor- me dijo.Toda la concurrencia, sus
conversaciones, miradas y el volumen de la radio habían vuelto a un estado
normal. No éramos más que uno de tantos dentro del bar de Charly.
-Pero déjame llevar esto- le dije a María Eugenia tomando la botella
de pisco casi llena que quedaba y vertiéndole cuidadosamente el resto de las
dos botellas de Coca-Cola a medio consumir- Chao- le dije al medio hermano
de la puta con quien me iba, y le cerré un ojo.
Desde el mesón nuevamente hizo aquella mueca pudiendo ser sonrisa.
Cuando iba saliendo del brazo de la mujer quise ser justo, o lo más
posible en mis circunstancias económicas. Me devolví hasta la mesa donde
Charly pasaba un paño húmedo con una mano mientras en la otra tenía las
dos Cocacolas vacías. Le pasé la única plata que tenía.
-Gracias por todo- le dije y estreché la mano- Eres un buen tipo.
-¿No lo vas a necesitar?- me preguntó sacando la mirada de mis ojos
pretendiendo mostrármela amistosa y la llevó hasta la salida donde me
esperaba su hermana.
la razón & la fuerza

-No cuñado. Tenemos un plan- le contesté.


-Dios te ampare, profesor Banderas- me dijo y se fue hasta el mesón
moviendo la cabeza como lamentando un desenlace grave.
-Vamos. Es tarde- me dijo María Eugenia desde la salida del barucho,
y la seguí como un perro hace cuando su amo lo llama.

Plan C

-Ahora entiendo lo que dijo tu medio hermano cuando salimos del


bar.
-¿Qué dijo?- me preguntó María Eugenia, o Irma, mientras se sacaba
el chal cubriéndole la parte de arriba de su vestido rojo tremendamente
escotado y se ubicaba en una de las esquinas de la plaza de Coihué. Calculé
que eran como las dos de la mañana.
-Dios te ampare, me dijo- le dije empinándome lo restante de la piscola.
Al final me la había tomado toda porque Irma, con la insistente cantinela de
que tengo que trabajar porque mis hijos necesitan plata para ropa, se había
negado a beber.
Me concentré todo el rato en oler el aroma delicioso rodeando a Irma.
No logré saber dónde lo había sentido y amado antes.
-¿Cómo se llama el perfume que usas?- le pregunté no bien habíamos
salido del bar de su hermano.
-Puta Fatal- me contestó sin mirarme mientras íbamos calle abajo hasta
la plaza.
-No, en serio. Quiero saber su nombre, me encanta.
-Secreto profesional.
Ahora, mientras me pasaba el chal, destapando así sus portentosos
pechos, mi concentración en el maravilloso perfume disminuyó por el asunto
de considerar el plan de Irma para así pasar la noche con ella.
-Si pillamos a un curado con plata- me dijo- combinación bien difícil
de encontrar te diré, un tipo bien curado y con harta plata, lo llevo hasta el
pastito. Allá en la penumbra hago como que me le entrego y tú por atrás le
pegas en la cabeza, no muy fuerte no lo vayas a matar. Entonces salvo la
noche y tú te ganas puta gratis ¿Okey?
gabriel castro rodríguez

Para pensarlo. El asunto iba casi como para delincuencia sino


totalmente. Aunque en estas semanas había estado al borde de la ley,
delincuencia y en general peligros grandes nunca antes vividos, todavía estaba
sano y salvo. Para qué tentar tanto la suerte, por muy caliente que estuviera
con esta puta simpática, quien ya no lo estaba tanto conmigo después de
confesarle que lo mío no era el arte por el arte.
Más borracho y estúpido estaba con ese aroma tan rico igual al de
alguien que amé hace mucho tiempo atrás con toda mi alma que con las
maltas con cacao y la piscolas, aunque no tanto como para aceptarle de buenas
a primeras su plan.
-No sé Irma, no sé.
-Bueno, pero decídelo ahora mismo. Después no sirve. Aquí parado
al lado mío me espantas a los clientes. Si es no, besito y buenas noches. Si es
sí, te pones ahora detrás de esos árboles a esperar el cliente perfecto. Ah, y
otra cosa, si lo primero que viene es un güeón con auto, chaito no más. Caga
el plan A, el del curaito con plata y pasamos al B, el de la noche con buena
paga. Eso quiere decir adiós de lejitos, quizás una mano lacia como haciéndote
adiós ¿Comprendido?
-Cambiaste- le dije a Irma con cara de perro aporreado dándome cuenta
de que cuando se ponía así como al pan pan al vino vino, exudaba más fuerte
aún ese aroma enloqueciéndome, entre otras cosas porque no podía
identificarlo, aunque sabía que era uno de los más importantes de mi colección
de toda una vida.
-Digamos que me puse la máscara de puta.
-Yo te caía bien.
-Nunca le creas nada a una puta ¿Ya guachito?- me dijo estirando una
de sus manos para pasármela por la cara. Frunció sus labios rojos como para
darme un beso- ¿Qué decidiste?
No contesté. Me fui lentamente caminando hasta quedar bajo la sombra
de los arbustos, casi al centro de la plaza, en la penumbra donde empezba el
pasto, donde el curaito con plata aprendería, quizás, mejor no meterse con
putas.
-Tírame los cigarros- le grité. Me los tiró y luego el pequeño
encendedor bic rojo. Encendí uno y esperé que pasara el plan A y no el B.
*
la razón & la fuerza

Pasó un buen rato. El silencio y la profesional paciencia de Irma me


hicieron caer en un estado de sopor apenas soportable tirado en el pasto
húmedo bajo la atroz helada de Coihué. Apenas sobrevivía con el chal de la
puta emanando débilmente el perfume enloqueciéndome. La borrosa imagen
de una antigua amada anónima exigía no desistir del insistente deseo de
acostarme con Irma a pesar del efecto de los tragos arrebatado por el frío, el
tiempo vacío pasado y una nube apenas permitiéndome luchar por la
posibilidad de una noche de putas.
En eso pensaba cuando escuché a Irma gritándome.
-Parece que se acerca un plan B, así es que chaito no más y pásame el
chal.
En efecto se sintió un vehículo acercándose. Vi unas luces altas
iluminando a la puta oliéndome como un sueño.
El auto se detuvo. Se agachó parando bien el poto, acercando la cabeza
y su profundo escote a la ventanilla del conductor. Buenas piernas.
-Hola guachito ¿Está solito?-dijo Irma con voz profesional.
Algo contestaron de adentro que hizo lanzar una carcajada a la puta.
En seguida se abrió la puerta de atrás del conductor. Supe entonces
que en el vehículo viajaba más de una persona. Agudicé la mirada desde la
penumbra y con espanto creí reconocer el auto.
Nublado por la sensación de perderla, viéndola subir al auto
despidiéndose con la mano lacia que sólo yo pude identificar como chao mi
amor, lo siento salió el plan B. Acuérdate que tengo que vestir a mis hijos en
Caldera, pero cuídame el chal, alterado todavía por los residuos de alcohol,
paranoico con los autos negros, creí ver en ese vehículo el de quienes me
trataron de cagar todo el mes.
Me puse de pie. Corrí atravezando la plaza hasta donde ya el vehículo
en marcha con Irma adentro pasaría en unos segundos más.
Lo más rápido que pude elaboré un plan. ¿El C? me alcancé a
preguntar. Salvar a Irma de la muerte saltando sobre el auto de mis odiados
raptores y tapar con el chal el parabrisas para hacerlos chocar.
gabriel castro rodríguez

No lo pensé dos veces. Corrí hasta el borde inferior de la plaza. Justo


cuando pasaba frente a mí el auto indudablemente el de los que me habían
pretendido eliminar, me lancé sobre él, al techo, afirmándome con una mano
del borde de la ventanilla del copiloto por suerte abierta de tal manera que
me permitió introducir la mano y sujetarme. Con la otra extendí lo mejor que
pude el chal sobre el parabrisas.
Pude escuchar los garabatos del chofer, los gritos de Irma y sentí el
zigzaguear inmediato del auto como un caballo chúcaro tratándose de librar
de su domador. Tras unos segundos de pánico general, incluyendo el mío, se
logró zafar de mí.
Caí del techo y rodé por la calle sintiendo, además del fuerte golpe de
mi cabeza en el alfalto, el terrible impacto del vehículo negro con un árbol a
diez metros más allá de donde caí.
Me levanté como pude mareado por el golpe y corrí hasta el auto
hecho uno con el árbol partido en dos.
Abrí como pude la puerta trasera desformada por el choque, saqué de
un brazo a Irma gritando histérica toda despeinada pero aparentemente sin
mella.
-Te salvé- le dije y la abracé fuerte.
-¿Qué te pasa conchetumadre loco? Mira lo que hiciste.
Verifiqué la identidad de los pasajeros del auto. Vi dentro a tres
hombres, vestidos de negro, viejos. No sangraba ni uno, pero se veían
visiblemente conmocionados por el choque.
Al primer golpe de vista supe que me había equivocado. Los señores
accidentados no eran los que yo pensaba.
-Güevón de mierda- me dijo Irma tomándome de la mano y
arrastrándome para correr por una callecita oscura justo después del árbol
partido. Pero enseguida se detuvo en seco, me soltó la mano y corrió hasta el
auto incrustado en el árbol. Buscó adelante y encontró el chal tirado en el
suelo, lo tomó y salió corriendo nuevamente hacia donde estaba yo- Corre
güevón. Tenía que ir a buscar el chal, es el único que tengo. Además con él
quizás me podrían identificar.
Después de correr juntos varias cuadras hacia abajo y cuando ya el
sonido de un radiopatrulla y sus balizas intermitentes apenas se podían
distinguir, Irma se detuvo, se sentó al borde de la vereda, me miró directo a
los ojos y escupió lo mejor que podía con su respiración casi ahogada:
la razón & la fuerza

-Reconchadetumadre, qué mierda tenís en la cabeza güeón estúpido.


Una cosa es hablar estupideces y otra hacerlas ¿Sabís a quiénes casi matas?
-Creía que se trataba de unos tipos muy malos tratando de hacerme
daño durante todo este mes. No quería que te hicieran daño a ti.
-Unos tipos muy malos- me remedó con voz burlesca. Se levantó y
acercó tanto que pude oler otra vez ese aroma perturbador. Ya me parecía iba
a resultar infructuoso descubrir a cuál mujer amada alguna vez perteneció-
Güevón imbécil- me dijo empujándome con ambas manos con tal rabia y
fuerza que perdí el equilibrio y me vine abajo de espaldas en mitad de la
calle- Los que iban en ese vehículo eran gallos importantes de Coihué. Haber
culiado con ellos me hubiera significado cierta inmunidad en este pueblo de
mierda. Nunca, escuchaste, nunca había tenido la suerte de encontrarme con
ellos. Solo soñaba con la posibilidad, pero no había tenido la suerte. Pero no,
cuando llega mi hora el lindo profesor escritor viene con sus güevadas raras
y deja la mansa ni que cagada ¿Sabes qué significa para mí lo que ha sucedido
esta noche? Semanas, quizás meses sin poder salir a trabajar. De hecho es
mejor que me vaya, y si no, mejor me devuelva a Caldera. Empezar en otro
pueblucho alejado de este. Muchas gracias, guachito, muchas gracias.
-Disculpa . Te juro que pensé que estabas en peligro .
-Tú estás en peligro ahora güevón- dijo Irma abriendo tiritona su cartera
adornada de lentejuelas y sacando una cuchilla que la apuntó hacia mí- ándate
o te hago recordar para siempre lo que le hiciste a una pobre puta como yo-
se tiró al suelo y se puso a llorar.
Me acercaba a ella para abrazarla y tratar de explicar lo inexplicable
cuando sentimos viniendo hacia nosotros el radiopatrullas. Irma corrió por
una calle hacia el poniente y yo hacia el lado contrario.
Fue la última vez que nos vimos y pude oler su aroma llevándome al
de una mujer que había amado hace mucho tiempo y había perdido, y peor,
no sabía quién chucha era. Puras pérdidas.
El vehículo policial siguió de largo sin poder distinguirnos mientras
huíamos con todas nuestras fuerzas, ella seguro las tenidas por la ira de
perder en esa noche todo un territorio de trabajo a duras penas ganado, yo
por las del odio a mí mismo y no poder zafarme de un tirón de mi dañina
existencia.

Charlys
gabriel castro rodríguez

Me cansé de correr. No podía huir de mí mismo por lo tanto me quedé


dormido entremedio de las matas bordeando una acequia.
Estaba agotado, asustado. Apenas soportaba mi alma. Casi deseé caer
rodando durante algún momento de la noche al torrente y no despertar hasta
la mañana siguiente, el lunes, descubriendo que me había ahogado y flotaba
de espaldas con la cara al sol calcinante del mediodía de un día de finales de
enero, sin nada más que dejarme llevar. Muerto.
A pesar de mis deseos cobardes, continué dormido allí, al borde del
estero de Coihué, como aferrado a la vida a pesar de todo.
Desperté atacado por el aniquilador sol de mediodía, me puse en pie,
sacudí mi ropa, y utilizando la amargura de los sucesos de la noche anterior,
representándose débilmente en mi boca y con potencia en mi alma, pude
encaminarme con renovado odio hacia la sede del partido donde sabía esta
vez sí te encontraría, Charly, alguna vez mi amigo. Ahora te constituyes en
mi gran enemigo, responsable de todos mis pesares, incluso, por supuesto, te
digo, de lo que le había hecho a María Eugenia.
Calenté mi odio toda esa tarde vagando por los rincones de Coihué,
rodeé el bar de Charly, el bueno, con la impotente idea de intentar una disculpa
y tratar de averiguar algo de su hermana, asunto que al final deseché inundado
por cierta cobardía.Cuando calculé por la posición del sol ya casi
escondiéndose que si no me apuraba encontraría otra vez cerrado tu lugar de
trabajo, de Charly el malo, avancé directamente hacia acá, ex-amigo con la
rabia casi desbordándome.
la razón & la fuerza

Cuatro
Proyección de la Siquis

-Mira hermano. Respiraré hondo para intentar sacar después todas las
impurezas que tengo adentro. El smog de Santiago son moco comparado
con la contaminación metida en mi organismo. Me las quiero sacar, aunque
sea un instante. Todo para hablarte por primera vez desde que te conozco
sincera y objetivamente, de verdad. En la dura, de verdad, para ayudarte,
para ayudarme, para ayudarnos ¿Okey? En la dura ¿Okey?- me dice Charly
tomando aire, mostrando un barniz de seriedad que parece haberle dado cada
uno de los episodios que recién le había relatado.
-Ya, okey- le digo otorgándole una última oportunidad de reivindicarse,
defenderse de mis graves imputaciones. Me siento ablandado por sus palabras.
Las maneja muy bien, no en vano eligió sabiamente el camino de la política.
Igual percibo una atmósfera suave, rara. De dulce reconciliación. No puedo
evitar aceptarla como un viento fresco colándose por alguna grieta, pudiendo
prometer oxígeno para mi cerebro intoxicado con confusión y odio.
-Abelín, hermano- me abraza fuerte, tibio. Incluso está llorando un
poco. Siento su promesa: sinceridad, objetividad. Me retorna a un lugar de
nuestra amistad nunca visitado. Por eso no es verdaderamente un retorno,
me digo, sino más bien visita a donde nunca habíamos estado salvo en el
escenario de mis ideales. Quizás los de todos nosotros los buenos muchachos
del Peda. Ese abrazo, la sensación producida es llegar al lugar donde está
todo lo aspirado, buscado. Paraíso en la tierra sabiendo que nunca lo vamos
a hallar, pero igual vamos por él.
Par de segundos de Cielo hasta que Charly me suelta y mira con sus
ojos rojos llenos de lágrimas, sonriéndome como amigo verdadero, asunto
inédito sabiendo que todo este tiempo de conocidos la ternura nunca estuvo.
Igual me la tenía guardada. Y me sorprende entregándomela hoy.
Hallazgo, don, regalo, verdad entre los amigos, amantes, los seres de
este mundo nunca dada, nunca, pero Charly me la da. Luego me dice serio:
-Amigo, hermano, Abelín, estai cagado hasta las masas- dice y lanza
una carcajada.
gabriel castro rodríguez

Quedo de una pieza mirándolo cómo se ahoga en risa y deja caer


desde el enorme sillón hasta la alfombra.
Me levanto y quiero en ese instante retroceder unos buenos centímetros
poco a poco mi pierna derecha, el pie. Una patada mortal justo a su rostro
deformado por el ataque de risa, pero entonces comprendo todo y comienzo
a dejarme contagiar por la risa histérica de mi amigo. También me tiro al
suelo.
-No tienes nada que ver con lo que me sucedió- le digo sonriendo
invadido por la risa de Charly.
-Nada, nada- me dice manoteando entre risas.
-Eres el mismo de siempre.
-El mismo- me dice apretándose el estómago y acercándose para
abrazarme.
-Y dices que estoy cagado.
-Sí hermano. Cagado de la cabeza- me dice abandonado lentamente
por el ataque de risa.
-Tú también.
-Por supuesto Abelín, por supuesto. Sé que sufriste hermano, pero ya
quisiera haber tenido el Magic Mystery Tour que tuviste. Yo estoy loco de
aquí adentro, es terrible, con esto y lo otro evitando una y otra vez sacar la
locura. Sacarla al sol. Has sufrido, pero igual, la tiraste al sol. Si fuera un
sicólogo o un siquiatra, no sé, te diría que este verano hiciste una proyección
mental de tu caca viva, mierda en 3D. Eso no lo cuenta cualquiera. Nada
realmente ocurrió. Deberías estar más liviano, mejor. No sé. Da esperanzas
por si puedo para el próximo verano hacer lo mismo.
-No es juego.
-No. Si sé que el asunto va en serio, sino no lo envidiaría.
-Envidias mi viaje.
-Lo envidio.
-Mándate a un par de gorilas para que te vayan a raptar a tu casa.
-Sabes que el asunto no empezó así.
-Lo sé. Era broma. Estaba mareado de locura, buscaba responsables y
tu nombre apareció de pronto.
-Y no soy responsable ¿Cierto?
la razón & la fuerza

-No. Si sé. Creo que el único responsable fue mi mente. Eso de la


proyección mental fue una explicación grosa. Si hubiera un Nobel a la
siquiatría te postularía.
-En todo caso una proyección en la dura ¿No?
-Sí, muy dura. Lo que es el poder de la mente. Nada ocurrió.
-A propósito ¿Por qué no intentas arrimarte un par de vasos y la botella
de pisco con telekinesis?
-Veamos- digo, y concentro mi mente. No logro más que con el
esfuerzo se me salga un leve pedo.
-Güéon cochino, te escuché. Puedes proyectarte en 3D y tecnicolor
cuatro semanas, pero no puedes mover una botella de pisco. Eres un fiasco.
Ya me veía tu representante artístico y mañana mismo te llevaba a Sábados
Gigantes. Los martes graban.
-Paradojas síquicas.
-Sí, paradojas- Estira su mano y la pone sobre mi hombro- ¿Amigos?
-Amigos.
-¿Tranquilo?
-Tranquilo.
-Perfecto ¿Vamos a mi casa y armamos un asadito? A la Susana le
gustaría verte.
-No puedo.
-¿Cómo que no? La pesadilla terminó ¿O no?
-Hay un par de hilos sueltos para intentar atar- A pesar de lo revelado
debo retomar por última vez el camino de vuelta al centro de mi proyección
síquica. Su demostrado espesor ficticio no elude mi responsabilidad de
resolver el signo onírico crucial. Creo en los sueños.
-¿Vuelves a tu casa?
-No, vuelvo a San Marcos.
-Ah bueno ¿Vas ahora?
-Sï, ahora.
-Si te desocupas temprano vas para la casa y le damos al asunto del
asado.
-Si me desocupo temprano.
gabriel castro rodríguez

Epílogo
Domesticar
la razón & la fuerza

Como a ciertos tipos de caballos no se les da nada güeviar entre los


hombres, se dejan poner los bultos sobre sus lomos, clavos en sus pezuñas,
correas en su hocico, hacer la castración o cuánta mierda se les ocurra para
la domesticación. No de la que hablaba El Principito. Así también aún quedan
pocos indomables eyaculando y gestando sólo entre ellos. Puros, organizados
por ciertas llanuras huyendo con el viento en contra de sus dueños, aquellos
creadores de centauros u otros híbridos. Bien. Pero todo es cuestión de
genética.
Detrás mío está la gran propaganda en el murallón de adobe, un
centauro, mejor o peor que un hombre, qué sé yo, pero mezcolanza al fin al
cabo. Al logo de las conservas homónimo le habían dibujado un pene blanco
de puro raspar la muralla.
Recuerdo entonces lo que mi padre me dijo al oído en el hospital de
Quillota hace unos días, cuando entonces ya de viejo aprendió: las
oportunidades no hacen necesariamente al hombre, sino más bien su sangre,
herencia, su antigua marca buena o mala. Todo bajo la música de fondo del
buen señor Tiempo Inexorable.

Centauro por los Palos

Frente a la cabellera verde paralela a la acequia limitando con el gran


murallón busco un lugar apropiado para ver atentamente el dibujo, así tratar
de encontrar mi tesoro.
Sentado con las piernas cruzadas observo y observo un buen rato.
Detrás puros autos yendo y viniendo por la calle cariada, las moscas
insistiendo en güeviar sobre mis orejas y cara creyéndome caballo o vaca,
mis únicos distractores. Luchan, diría, casi voluntariamente por sacarme de
mi concentración para descubir las claves ocultas en la enorme figura, imagen
perjudicada por el tiempo.
Como decía Lennon: Cuando no puedo hacer hablar mi corazón,
dejo hablar a mi mente. Claro, lo único utilizable, mi corazón, está de
vacaciones bronceándose en Las Salinas, así es que sólo tengo a mano
mi pobre lógica güeviada por la mini fauna insistiendo en distorsionar y un
cigarrillo encendido obstaculizándome un buen flujo de oxígeno al cerebro.
Esta carcomida lógica me dice al oído por ejemplo:
gabriel castro rodríguez

Un caballo: peor que un hombre, muy musculoso y veloz será, pero


peor al hombre que lo monta y no viceversa. Ergo: Son más brutos que
nosotros. Se dejan domeñar y nada sacan con eso. Siquiera un provecho
sacaran, pero nada, sólo triste humildad y cabizbajos recorren, por ejemplo
este pueblo.
En la unión caballo-hombre, uno más bajo que el otro, quizás se gane
lo mejor de cada uno en un mismo nuevo cuerpo, Ying y Yang o también el
superior degradado. Una apuesta, me digo. Lo que significa esta figura del
centauro que mi padre me aseguró tan importante.
Siento el calorcito de estar cerca, súper cerca de la verdad.
Tentadores valores en juego.
Hagan sus apuestas señores.
Pero esa invitación está antigua, no es temporada de poner fichas, así
el centauro quizás más que apuesta es resultado de los momios, hay que puro
interpretarlo a la luz de la única verdad y sabré si salió pares o nones. Entonces
yo soy, nosotros somos, hasta el mismo Nemesio sería consecuencias del
premio obtenido hace bastante tiempo, ni más ni menos.

La Espina
en la Pata de los Caballos

Debo ser objetivo y traducir a buen español este centauro celeste de


cabello largo. Joven y orgulloso de su doble naturaleza. Si fuera tan solo por
su cara de maricón sonriente, ya sabría salió par. Sé: esa cara desteñida es
pura ficción, lo único de carne verdadera, de la que duele, soy yo por estos
alrededores, pero igual, creo reconocerlo: Engendro de este ser doble. Como
mirar entonces la foto gigantesca de mi abuelo ignoto.

Nemesio desde que volvió de Valparaíso y yo de Coihué, anda en sus


cosas. Esto me logró preocupar un resto, se lo dije varias veces, pero él
como una ostra se encerraba en sí mismo, sin hablar ni aclarar nada, pudiendo
estar sobre mi sombra como solía hacerlo. Pero no lo hizo.
la razón & la fuerza

Desde el rescate con esa espectacular peripecia en Quintero parecía


no importarle mi destino. Recuerdo mencionó la cercanía con el fin. Incluso
digo: Se siente satisfecho de lo avanzado de su plan loco y lo da por terminado.
Ya parece abandonarlo. Y a mí. Pero me sé inevitablemente inoculado de su
extraña dolencia. Así estoy ahora en piloto automático indagando solitario
el meollo de la familia.
Seguro tampoco le gustó mucho mi huída espectacular desde
Valparaíso, desde ahí Santiago, de ahí hasta Coihué en cero segundos y luego,
como perro domesticado de vuelta, sin nadie obligándome de nuevo a su
San Marcos enajenado.
Si le importara a Nemesio mi presencia, como al principio, estaría
orgulloso de mi retorno a la médula: Este centauro.
A minutos de la representación de una verdad a suceder dentro mío,
temo enfrentarla sin quererlo, o para ser más justo, no queriéndolo antes.
Ahora quiero saber bien y correr donde el huaso y explicarle, pero
aún falta saber exactamente lo que debo darle. Días antes sería el fin a sus
preocupaciones, pero ya no son las suyas. Son mis propias tribulaciones.
Como una herencia.
No sé ni cómo: Me ha contagiado, supongo eso sí lo hará feliz aún
ahora: Saberme con la inercia ejecutada inoculado de su antigua espina
atravezada. Aunque ni por eso parece interesado ahora. Simplemente parece
vuelto a su vida cotidiana, a sus chanchos por ejemplo.

Zoofilia

¿Qué resultó de la unión de caballo con hombre? Supongo nada bueno.


Contrariamente estaría en mi casa tranquilo con mi esposa y mi hijito tomando
té, pero ya la espina atravezada llegó hasta mí, incluso antes de saber su
posesión, igual sentía: Algo funcionaba mal, se me pegó por osmosis o qué
sé yo, genética tal vez.
Sea lo que sea no me paro ni voy de este lugar hasta traducir al centauro,
sea su significado bueno o malo. Nada importa salvo la verdad. Realmente
es una lástima: Nemesio no está aquí para saberla y alimentarse de ella. Es
posible que este fuera su sueño: Entender de una vez lo bueno o lo malo de
nuestra familia, lo que tanto le preocupaba hace unos días y ahora ya no más
¿AcasoPero
vencí? Si lo
en fin, hice
con ¿Merezco
o sin el huaso mi
estasoledad
misión ydebería
su apatía?
ya concluir resuelta.
Lo está haciendo frente a mí desde arriba y al centro del gran mural con el
gabriel castro rodríguez

centauro.
Resumiendo: Alguna vez en mis entepasados sucedió la zoofilia tan
común en el campo, pero no el burdo ayuntamiento sexual. No. Sucedió,
especulo, un pecado peor, y si es pecado no es buena cosa.
No lo era ¿Por qué podría ser algo bueno esa unión si corroía desde
mis antepasados hasta mí? Incluyendo posiblemente mi propio hijo actual,
última piedra de nuestra pirámide familiar.
Un error ese ayuntamiento. Ese era el punto defendido por Nemesio y
en cierta forma ahora yo apoyaba ¿De qué otra manera se explica mi antiguo
vacío existencial pretendiendo llenar con alcohol? Todo este güeveo del rapto
por lo menos saciaba un poco, queriéndolo o no, el vértigo de saberse con
algo fallando. Entre paréntesis güeveo al final quizás solo una monumental
proyección mental de mi estrambótico cerebro. Dr. Sigmund Charly Dixit.
Principales acciones hasta el cansancio deshechadas categóricamente
por mi amigo Charly como producto de su directa o indirecta responsabilidad.
Argumentos también hasta el cansancio pesados hasta tender finalmente a
darle total crédito. Pues ¿Qué historia carece de oscuros puntos inexplicables?
Incluso llego al punto de asumir: Quizás deba una disculpa a Charly por el
mal rato de ayer en Coihué. Aunque al final todo había terminado tan bien y
lo de la disculpa quizás sobre.
Tantas sombras encontradas en el camino, no parece tan cierto todo lo
en algún momento considerado como verdad absoluta. Ciertamente Jesús
Lara no tiene tanta culpa como yo de habérmela instalado en la cabeza.

Profilaxis Familiar

Pero es mierda esta clave familiar apenas dilucidada.


la razón & la fuerza

Te entendía, o mejor, te entiendo Nemesio. Yo también he sentido en


mis huesos algo torcido, algo mal. Siempre te he entendido, simplemente
carecía de agallas, supongo, darme tu trabajo enorme: Seek & destroy.
Hombre de esperanza, loco, intentanto la demente operación de
recuperar la profilaxis de una unión natural corrompida por alguien alguna
vez.
Pero te digo, ni aún esta fuerza impuesta a mí durante estas semanas
derrotará al güeveo inexorable del señor Tiempo y sus jugadas perras. Mis
propias sombras no desaparecen tan fácil como puedes ver. No olvido el
abrazo luminoso después del rescate de película allá en Quintero. Lo dibujado
por el trancurrir es imborrable, bruto Nemesio, la oportunidad que viste
entregada por el destino cuando llegué a tus manos, no fue sino una burla.
No puedes decir en todo caso que no te apoyé, aunque sea un poco. Después
de todo supe que era cosa familiar, como te dije. Como puedes ver finalmente
entiendo todo.

Miti Mota

¿Querrá decir este centauro esta chabacanería?: Somos medio


animales. Ese es todo el problema. Reconozco en este momento: Hasta
también podría ser un sello nacional. Lo pienso por nuestro escudo. Por la
razón o la fuerza, por el hombre o por el animal.
A pesar de la sensación de luz próxima, mis sombras personales
impiden todavía acercarme al significado de este centauro. Significado
esperado por toda mi familia paterna, vivos, muertos, insaciables siempre
con cara de: La existencia está en otra parte y no aquí. Por lo menos
merecíamos, con tu ansia contagiosa Nemesio, saber por qué esta sed
maricona, intranquilidad
Es simple. incrustada,
Me avergüenza percepción
no haberlo suave pero
descubierto certera:
antes. Nada
Sin duda el
en nosotros
centauro está terminado
representa como un perno.
la configuración Con
actual de el correr
nuestra de losmiaños
familia, y sus
padre, la
generaciones
mía. nuevas
De mi hijo. igual
Pero queda
cada vez abierta,
menos como herida
centauros sin cicatrizar.
según avanza laMorimos
estirpe.
con
Esteella
debeabierta.
haber sido el primer Torres que nació mezclado. Simple: El caballo
Sé: ael pesar
representa campodey lo del escudo,
el hombre en realidad sólo nosotros, los Torres,
la ciudad.
somos los fallecidos inconclusos arrastrando nuestra frustración. Sé: hay
miles saciados, terminados, completos entregados a la muerte. Sin embargo
nosotros...
-Lo tengo- grito.
gabriel castro rodríguez

El hombre a estas alturas familiares más que el caballo, por ejemplo


yo. Eso era lo que desesperaba a Nemesio. Pero el miti mota ¿Mi padre? ¿Mi
abuela? ¿Importa acaso? Nemesio quería saberlo ¿Hubiera sido mejor,
estúpido huaso, revisar las partidas de nacimiento familiares? ¿Preguntar a
la familia quién el primero engendrando con ayuda de un citadino? Pero no,
el huaso carecía de metodología de trabajo, y claro, recurrió al güeón que
habla para irse por el camino dificil, así él, yo, hiciera el trabajo sucio ¿O
quería revertir el proceso y equinizar a partir de mí, deshumanizarme,
volverme más caballo? ¿Sería el desconocido abuelo aviador símil de Basoalto
u otro antepasado más remoto el traidor, según Nemesio, humanizando,
poniéndole alas al caballo con sus pies bien puestos en el cerdo barro?

Mosca contra Mosca

En todo caso más sentido tendría esta historia si la figura en esta muralla
fuera el triste hombre chancho hecho correr por la imaginería popular en la
primera mitad de los setenta. O algo más precario aún, otro híbrido. Miro
una mosca posada en mi rodilla. La imagino inoculando un cerdo. Me asquea
la imagen. Me paro de inmediato saboreando un gusto a basura. Imposible
evitar imaginar, mientras corro fuera del pueblo hacia las chacras, hacia la
casa de Nemesio, la figura de dos moscas copulándose, asquerosa resolución
final, metáfora degradada: La aviación incrustándose en un pegaso sin alas:
Un centauro, mi abuela u otro. Como sea.
Sí, dos moscas idénticas. Correcto suceso desde la perspectiva del
huaso, instancia primitiva de la historia familiar desde donde se delinea, por
fin ahora, la verdad nuestra. Cualquier otra combinación mentira, pecado,
desnaturalización y degradación. Lo querido por Nemesio en definitiva: Ni
caballo con hombre, hombre con cerdo, cerdo con mosca, tampoco hombre
del aire, como ángel, diría mi abuela en sus sueños más profundos, con
centaura. Nemesio ansía su origen de estirpe: Mosca con mosca.
Vomité en la mitad del trayecto.

Veo entonces esosChisporroteando en Cópula


cerdos de Nemesio en la acequia nutriéndose de
los detritus, alimentándose de deshechos, festejados por las moscas sobándose
sus manecitas. Más allá una cabeza porcina descorporizada en una estaca
secándose al sol, sobrevolada, con pestañas de moscas, así marcando un
la razón & la fuerza

territorio. Como en El Señor de las Moscas.


-Basta. En nombre de mi imperfecta estirpe, por fin me entrego a ti.
Basta de rodeos generación tras generación. En nombre de qué enfermedad
mental nos emputamos con naufragar la vida y al mismo tiempo engendramos
hijos ¿Ah?- dije inundado en mis propias sombras ahogándome la luz que
había creído retener entremedio de mi pobre espíritu.
Desnudo: más oscuridad que luz. Los poderosos centelleos iniciados
con el abrazo de mi padre, al trash, esposa, ex alumno carabinero, Mouche,
tía Liduvina, Basoalto, Nemesio, María Eugenia y finalmente con mi amigo
Charly, no pueden con las infinitas tinieblas. Atroz herencia insalvable.
Entro a la casa. No hay nadie. Veo la escopeta de Nemesio como
esperándome sobre el mantel de hule rojo. La tomo y compruebo: Está
cargada.

-Pero sonríes muerte maricona, amiga ahora. Ven, sé porque ríes: me


entrego tarde- digo examinando nuevamente el arma. Está con dos tiros-
Este episodio debería suceder antes de mi hijito. No soy ahora la punta de la
gabriel castro rodríguez

pirámide de esta rara estirpe condenada tras mil años de soledad a la vacía
locura perpetua de la mezcolanza. Incluso podría haber ocurrido antes de
mí, mi padre, mi abuela. O mucho antes ¿Para qué matarme? Pero igual me
inmolo -observo la pesada escopeta- Llámenle cobardía, cansancio, asco,
insoportable vacuidad del ser. Por último locura. Desencanto del que vio la
luz, pero ida con el mediodía infernal del incubador de tinieblas. Es lo ocurrido
cuando se hacen trenzas y no líneas -escupo aire- Sea cual fuere el nombre
de este día tenido por todos mis antecesores, quienes prefirieron seguir huecos
avanzando como muñecos injertados, empujados por el viento. Aquí mi pecho
abierto a la muerte voluntaria, como nadie se atrevió a tomar cartas en el
asunto. Soy el único valiente de la estirpe. Toma este cuerpo ya vacío, llénalo
de ti, de tu semen de gusanos y complétame, aunque este sacrificio lo vea
inútil para detener mi raza híbrida. Ya me cansé y espero en esta muerte un
significado, un final a esta, mi estirpe trenzada por años engañándose con
miles de variadas imbéciles esperanzas. Me queda eso sí todavía la pregunta
sin responder ¿Qué episodio y quién combinó aceite con vinagre? ¿Un
hermano tuyo, amigo Basoalto, hombre de los cielos y ahora por siempre en
tierra por decisión propia? ¿Quién chupó el transparente tuétano a mi raza?
Tan buena como cualquiera con derecho a ser medianamente feliz. Pero no
importa, mejor anhelar este último deseo con ésta, mi muerte. Ojalá tape esta
jarra vacía de saltada porcelana blanca contaminada con putrefacto musgo
verde. Todos nosotros. Sin responsables. Así por lo menos quizás mi hijito
inaugurará nueva estirpe buena y completa, con alma. Borrón y cuenta nueva.
Mi anhelo final ahora. Comienzo así este acto de muerte mía bajo repentina
extraña lluvia de moscas copulando. Chisporroteando en cópula pegándose
con sus patitas sudorosas a mi cuerpo.

Rescate Aéreo I I

Meto los cañones en mi boca, acomodo el dedo al gatillo. Moscas


caen a pares, al apa, sobre el piso, desde el techo, a través de la ventana mal
volando, copulando. Sobre mí miles, millones de pares de moscas montándose
sobre y bajo mí en instantes.
La escopeta en segundos negra, multialada, viva, zumbante y oscura.
Se meten por el cañón. Mi pelo hirviendo de moscas reproduciéndose
intentan entrar a mi boca,elimino
Infructuosamente nariz, ojos, entrede
a golpes mismano
ropas, de a pares,
docenas. Yo, millones
ahora el
zumbando a dúo en irregulares vuelos alterados por la misión reproductora
simultánea clavada en sus cerebros ¿Tienen cerebro las moscas?
la razón & la fuerza

señor de las moscas, en mis oídos zumbando canciones porno las Tsé-Tsé,
las miro pasar mosqueado, como siempre. Yo y mi estirpe vacua, señores de
las moscas, presenciando obligado su poli reproducción, su camino al infinito.
Nuestro apellido bien hubiera sido Moscoso y no Torres.
¿Vendrán del chiquero?
Al final ¿A la crianza de moscas se ha dedicado mi familia paterna?
Negras llamitas desesperantes, leves, sucias, despreciadas, compañeras
y señoras de la putrefacción, de lo más oficialmente sucio en esta pobre
humanidad. Recuerdo como puedo, enloquecido por la invasión tratando de
avanzar hasta la puerta algo lejanamente parecido, justamente acá en San
Marcos:
Difícilmente de la mano de mi abuela Isabel llevándome a una enorme
lechería de adobe. Tendría diez años.
A las vacas, a todos nos comían las moscas con miles de cosquillas, y
el hedor de las bostas. Terminaron por hacerme vaciar el vientre de vuelta, a
la salida del local donde se compraba leche fresca.
Escupo al suelo unas. Se me habían metido a la boca. Recuerdo mi
vómito de hace un rato.
Pero hoy siendo el mismo pueblo, años más tarde, en vez de vaciarme
me llenan como un muñeco sin su arena, recuperándola con granitos de a
pares y con alas. Miles y miles.
Mi cuerpo pesa por los millones de pares posadas copulando sobre
mí. Intento salir en la nube inconexa completando todo el espacio del
cuartucho.
Tiro la escopeta en la desesperación olvidada la desesperanza.
Miles de Basoaltos sobre mí... Como rescatándome... así me salvan
del suicidio.

Centauro que se Salva


Sirve para otra Carrera
gabriel castro rodríguez

Piso la alfombra alada de doble nivel. Mi pasar asesino es ridículo en


su efecto, nada mi podercito desvastador frente al espectáculo increíble:
Duplicación magnífica de dípteros enloquecidos, ceremonia indudablemente
en honor a la vida, a la sobre vivencia.
Estas sucias llamitas negras nunca apagadas, quizás tenues,
sobrevolarán igual siempre todo el orbe. Ya irán las hembras a buscar mierda
donde anidar sus preciosos huevos contenedores de miles de billones de
descendientes. En la caca. En y por ella. Esa caca es la vida, y así desde el
principio de los tiempos hasta el fin disfrutando así, a su modo, triste mundo
de excremento, adaptándose. Justamente hacer su nido y sobrevivir. Existir,
estar, permanecer. En el bodrio, vómito, bazofia, en la mierda. Pero ahí, sin
nariz seguramente, con miles de ojos a cada lado para ver miles de veces
repetido el atroz mundo. Igual le han ganado la batalla, como si en eso
consistiera la verdad: Estar. Como sea. Estar de testigos, para informar
William Lee, informar William Burroughs.
Ya nadie saca de la vida a las verdaderas hijas y dueñas de esta bola
de mierda donde nos ha tocado vivir: Las moscas de alguna manera han
ganado la batalla, no tanto a la muerte sino más bien a la implacable vida,
aves minúsculamente despreciables, no siendo de fugaces resplandores
hermosos. Aunque ¿Habeís visto los tornasoles de aquellos moscardones
verdes? No se han apagado ni se apagarán.
Ellas me han enseñado por fin quién, para qué, por qué y cómo, sacado
de mi supuesta última morada a empujones, casi diría elevándome hasta el
umbral de la casa del Nemesio.
Entonces doy vuelta, cierro no sin antes horrorizarme ante la maravilla
apenas distinguible: Un obsceno espejo de cuerpo entero repitiendo majadero
la repetición de la repetición hasta el infinito.

Eterno Regreso

El aire libre en un segundo esparce la billonaria cópula posada sobre


mi cuerpo y ya todo se acaba.
Me siento más liviano y limpio. Algo late allá en el fondo de mi alma.
Carraspeo ¿Me tragué una mosca, ahora batiendo rítmicamente sus alas,
fumándose en mi estómago un cigarro después del coito?
la razón & la fuerza

Emprendo lenta y tranquilamente el regreso. A la ciudad, mi hogar.


Donde mi esposa y mi hijo, o a cualquier parte. Pero regreso, ya no importa
más a dónde. Dejo de ir para siempre. Ahora eternamente regreso. Sin mirar
hacia San Marcos, menos hacia la inmensa pared con el Centauro, hago
parar un bus.
Lo sé. Nemesio no me cercará ni llevará de vuelta a limpiar una antigua
culpa o falla. Ya resolví eso.
No entiendo todo bien, pero sé: ya las habitantes del cielo raso y la
caca, parece, se llevaron la mancha en sus patitas. Felices. Como
transportando lo suyo desde siempre. Queriendo o no, sanándome y a mi
estirpe. Quizás de una vez por todas.
Fui un hombre lleno de tinieblas, pero he saboreado una luz. Eso ya
es algo para otro pobre fantasma.
Siento todo ya limpio. Qué gran labor la de sacarnos la basura. Iguales
al principio. Oscuros, iluminados, vueltos a oscurecer por primera vez, pero
limpios. Higienizados por las moscas.
No miro atrás.
Lo sé. Dónde sea cometa mi regreso escribiré una novela con toda
esta increíble proyección síquica, como llamó a todo lo pasado mi amigo.
Decido cambiar, ocultar nombre , fechas, situaciones y por fin exagerar.
Mentir. No seré ni el primero ni el último. Lo único realmente cierto es que
la razón y la fuerza se preñó de un nuevo lapso y estado en mí, traído todo
sobre el lomo brillante de una mosca.

El Palto 1992 / KPD 2001


gabriel castro rodríguez

La Razón y la Fuerza
se terminó de imprimir
en
el
con un tiraje de 250 ejemplares.

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