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Riesgo Sanitario:

“MURCIÉLAGOS INVADEN UNA POBLACIÓN DE CONCÓN”


Veintitrés edificios albergan en sus entretechos a cientos de quirópteros.
Los cinco mil habitantes de la Villa Primavera, en el sector oriente de
Concón, ya se estaban acostumbrando a convivir con cientos de murciélagos
que habitan en los entretechos de sus 23 edificios de departamentos.
Pero la aparición de un ejemplar con rabia, que obligó a la vacunación
de sus mascotas y vecinos cercanos al sitio del hallazgo, los puso en alerta.
La encargada de la Oficina de Medio Ambiente de la Municipalidad de
Concón, Bebé Henríquez, estima que en cada uno de los edificios vive una
colonia de murciélagos.
Los vecinos señalan que por las noches han visto salir de cada edificio
grupos de entre 50 y 100 murciélagos.
Temen que la colonia completa, de donde salió el ejemplar encontrado,
esté contagiada con la rabia.
A ello se suma la posibilidad de que el gato “Gilbert”, que huyó cuando
iba a ser vacunado por cazar un quiróptero con rabia, también haya
contraído la enfermedad y se la propague a otros animales.
Los vecinos señalan que la situación es insostenible, ya que las fecas
de los murciélagos caen sobre los muebles, en los marcos de las ventanas y
los balcones, donde juegan los niños con sus mascotas.
Les preocupa que aún no se tomen medidas para erradicarlos y esperan que esto se
logre antes que la rabia contagie a alguno de los vecinos.
El Mercurio, 25 enero 2010
Aracne y la diosa Atenea Cuentan los viejos relatos inventados en la Antiguedad que hace
mucho, muchísimo tiempo, vivía en una lejana ciudad una joven muchacha que se llamaba
Aracne. Esta muchacha trabajaba en un taller haciendo tapices. Ella misma hilaba la lana, la
coloreaba y hacía los tejidos. Sus tapices llegaron a tener tanta fama por su belleza que
todos los lugares acudían personas para admirarlos y todos comentaban que parecían estar
realizados por la misma diosa Atenea, protectora de las tejedoras y bordadoras. A Aracne
aquellos comentarios no le gustaban. Pensaba que sus obras eran perfectas y no quería que
se la comparara tan siquiera con una diosa. Y especialmente le molestaba que algunas
personas pensaran que debía su arte a las enseñanzas de la propia diosa. Por ese motivo, un
día, harta de los comentarios de la gente, Aracne, gritando, desafío a Atenea a tejer un
tapiz. ¡Diosa Atenea! ¡Diosa Atenea!¡Atrévete a competir conmigo tejiendo un tapiz! Así
todo el mundo podrá ver quién de las dos teje mejor! Pero la diosa Atenea sentía realmente
aprecio por Aracne y no quería hacerle daño. Por eso tomó la figura de una anciana
bondadosa y se presentó ante la joven para solicitarle que fuera más modesta. Y en tono
cariñoso le dijo: Aracne ¿por qué ofendes a una diosa? Confórmate con ser la mejor
tejedora del mundo y no trates de igualarte a los dioses. Si Aracne no podía soportar los
comentarios de la gente que admiraba sus tapices, menos iba soportar la intromisión de
aquella anciana, por más amable que fuera, su vanidad era tanta que contesto airada Calla,
vieja estupida. Si atenea no se presenta ante mí, es que no se siente capaz de competir
conmigo. Para la sorpresa de Aracne, apenas termino de pronunciar estas palabras , la vieja
se transformó ante sus ojos. ¡La diosa era la Atenea era la vieja! De esta manera, Atenea
aceptó el desafío lanzado por la joven tejedora. De inmediato, Atenea y Arcne pusieron
manos a la obra. Las dos tomaron hilos de seda y empezaron a confeccionar maravillosos
tapices en los que representaban a diversos personajes. Pasado el tiempo, ambas habían
acabado su labor. Los dos tapices eran, en realidad, magníficos, de una manufactura
perfecta. Pero lo que los diferenciaba eran los motivos o diseños que en ellos se mostraban.
Atenea represento en su tapiz a los dioses del Olimpo, y en cada esquina bordo una escena
en las que se mostraban los castigos reservados a los seres humanos que se atrevían a
desafiar a los dioses. En cambio, Aracne confeccionó un tapiz en el que mostraba al
mismísimo dios Zeus, padre de Atenea y jefe de todos los dioses, convertido en una vulgar
serpiente. Cuando Atenea vio que Aracne se burlaba del dios Zeus, ridiculizándolo, no
pudo reprimir su ira. Cogió el tapiz de Aracne y lo rasgo en mil pedazos. Y mientras
destruía al infame tapiz, dijo colérica. Te castigaré para que en adelante aprendas a respetar
a los dioses Asustada por la ira de Atenea, Aracne quiso huir entre la gente. Pero Atenea la
agarró del pelo, la elevó por encima del suelo y le dijo: Te condeno a vivir para siempre
suspendida en el aire, tejiendo y tejiendo sin cesar. Y al instante, Aracne quedó convertida
en una araña que, desde entonces, continua tejiendo sin parar. Por eso, lector, cuídate de no
desafiar a los dioses ni de hacerlos enfadar. Su cólera puede ser terrible.
TRISTÁN LUCHA CONTRA EL GIGANTE DE IRLANDA.

Reinaba en tiempos remotos, en el reino de Cornualles, el rey Marco. Así habló este
rey a su gente: “En un principio, los irlandeses nos exigieron trescientas libras de cobre.
Luego fueron trescientas libras de plata. Y más tarde, trescientas libras de oro. ¡Ahora nos
exigen que les entreguemos a las trescientas muchachas más bellas de nuestro reino de
Cornualles! ¡Y esto, nuestro pueblo no lo puede tolerar! –¡Estamos contigo, rey Marco! –
exclamaron todas las madres de Cornualle, presas de emoción y tristeza. –Cogeremos las
armas, si es preciso, y apagaremos la avaricia de los irlandeses. –Sólo de una forma
podemos afrontar el peligro – gritó el rey Marco -: venciendo al gigante de Irlanda, el más
feroz de los irlandeses.
El joven Tristán, que a pesar de su juventud era el jefe de los caballeros de su tío, el
rey Marco, pensó que sólo él podía vencer al gigante de Irlanda. Y se ofreció al desafío. Al
rey Marco se le llenaron de lágrimas los ojos y pidió a su sobrino que se alejara de aquella
muerte segura. Pero Tristán no se frenó ante las palabras de su tío, pues sólo pensaba en las
trescientas muchachas de Cornualles y en sus madres heridas por el dolor. La barca del
solitario caballero se hizo a la mar, y, a lo lejos, las gentes de Cornualles podían vislumbrar
la silueta de la barca del gigante de Irlanda.
Cuando Tristán llegó en su barco a las costas de Irlanda, el gigante ya lo estaba
esperando a la entrada del bosque donde se iba a celebrar el combate. Medía el gigante más
de tres metros. Tenía la cara con tantas cicatrices que ni su espesa barba se las podía ocultar
todas. Y su espada era casi tan grande como él. Desde la orilla lejana las gentes de
Cornualles estaban muy confusas, porque no sabían si había comenzado la batalla. Un
temblor enorme sacudió los árboles del bosque y el vuelo alocado de más de mil pájaros
sacaron de la confusión a las gentes de Cornualles. ¡Dios mío! Exclamaron aterrados. Ese
monstruo debe haber aplastado a nuestro Tristán. Luego se hizo un silencio muy grande. El
rey Marco empezó a llorar amargamente cuando vio que la barca del gigante se acercaba.
Las gentes de Cornualles también lloraron. Pero los llantos se tornaron a gritos de alegría
cuando los vasallos del rey vieron al joven Tristán levantar desde la barca enemiga una
gran espada ensangrentada. -¡Lo ha conseguido! –gritaron las madres desconsoladas y todo
el pueblo de Cornualles. Así es como los irlandeses y la valerosa patria de Tristán vivieron
independientes.

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