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“LA HISTORIA DE ROY KOHLER

Y GRANT REMUND”
El Presidente Thomas S. Monson

El Presidente Thomas S. Monson, relato de dos hombres que fueron héroes para mí. Sus
actos de valentía no tuvieron lugar a nivel nacional, sino en un pacífico valle conocido con
el nombre de Midway, Utah. Hace muchos años, Roy Kohler y Grant Remund prestaron
servicio juntos en cargos de la Iglesia. Eran los mejores amigos; ambos agricultores y
lecheros. Entonces surgió un malentendido que causó un distanciamiento entre ellos.
Tiempo después, cuando Roy Kohler cayó gravemente enfermo de cáncer y le quedaba
poco tiempo de vida, mi esposa Frances y yo fuimos a verlo, y le di una bendición. Más
tarde, mientras hablábamos, el hermano Kohler dijo: “Quisiera contarles una de las
experiencias más hermosas de mi vida”. Entonces nos contó del malentendido ocurrido
con Grant Remund y del distanciamiento que había tenido lugar. Su comentario fue: “No
nos podíamos ni ver”. “Tiempo después”, continuó Roy, “yo había terminado de almacenar
la alfalfa para el invierno que se avecinaba, cuando una noche, como resultado de una
combustión espontánea, la alfalfa se incendió, quemándose completamente, así como el
granero y todo lo que había en él. Me sentía desolado”, dijo Roy. “No sabía qué hacer. La
noche era oscura, con excepción de las brasas que poco a poco se extinguían. Entonces
vi que se acercaban por la carretera, en dirección de la propiedad de Grant Remund, las
luces de tractores y de equipo pesado. Cuando el „grupo de rescate‟ ingresó por la
entrada de mi granja y me encontró hecho un mar de lágrimas, Grant dijo: „Roy, es
increíble el desastre que te ha quedado para limpiar; pero no te preocupes, mis
muchachos y yo estamos aquí. Manos a la obra‟ ”. Y juntos se ocuparon del trabajo. La
cuña escondida que los había separado por un corto tiempo desapareció para siempre.
Trabajaron toda la noche hasta al día siguiente, junto con otra gente del lugar que se
había unido a ellos. Roy Kohler murió y Grant Remund está ya mayor. Los hijos de ambos
prestaron servicio en el obispado del mismo barrio. Atesoro de verdad la amistad de esas
dos extraordinarias familias. Ruego que seamos un ejemplo en nuestros hogares y
seamos fieles en guardar todos los mandamientos para que, de esa forma, no guardemos
cuñas escondidas sino que, en cambio, recordemos la admonición del Salvador: “En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Este es
mi ruego y mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén. (“Cuñas escondidas”,
Liahona, julio de 2002, pág. 19-22).

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