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Pese al gran avance que en los últimos años ha tenido la Renovación en este campo, sigue
siendo uno de los principales retos optimizar esta integración a través de estrategias que permitan
la vivencia de una sana y auténtica comunión en el campo espiritual, doctrinal y pastoral. Para
ello se hace necesario, por un lado, que la Renovación actúe con la debida, prudencia, seriedad,
rectitud y obediencia que debe distinguir a toda corriente o movimiento en la Iglesia; y por otro,
que los agentes de pastoral, principalmente los párrocos la acojan sin prevenciones, mirando más
lo positivo que hay en ella, que las eventuales exageraciones o desviaciones que puedan
presentarse, y le brinden, además la debida formación y acompañamiento que requiere para que
ésta pueda desarrollar todo el potencial que posee como fuerza renovadora de la Iglesia.
Quiero incluir este tema fundamental, ya que la Asamblea Plenaria del Episcopado
Colombiano a principios del mes de julio de 2018 se reunió para hablar de movimientos
apostólicos y nuevas comunidades. Algunas palabras de Monseñor Oscar Urbina Ortega
arzobispo de Villavicencio y presidente de la conferencia episcopal colombiana quien expresó:
“la necesidad de hacer descubrir a los movimientos eclesiales, el motivo de la gratuidad en el que
valoren los dones recibidos de la misericordia de Dios, que les ensancha el corazón y los
plenifica, les permite dar sentido a lo que hacen y superar la tentación de una teología de la
prosperidad.” Indicó que los movimientos apostólicos se les debe dar “una buena formación
integral que les ayude a ser cristianos, para que logren mantener permanentemente un modo de
ser, pensar, sentir, actuar y vivir cristiano, personal y comunitario en todas las dimensiones de su
vida. Ayudarlos a desarrollar el encuentro sencillo y confiado con el Padre del cielo y con su Hijo
Jesucristo, con la Iglesia, y que logren así una fe adulta, consiente y comprometida que unifique
su vida y la haga coherente, participe de la misión evangelizadora de la Iglesia, comprometida en
lo social y lo político, y solidaria con los más pobres.”, hasta aquí las palabras de Monseñor.
Presentamos a continuación algunas ideas que nos pueden ayudar a conocer mejor la naturaleza
teológica de los movimientos, su tarea misionera y su puesto en la Iglesia, lo mismo que el papel
del obispo y de los sacerdotes en ellos. Ello nos dará algunas luces para comprender mejor la
compleja y rica experiencia de la Renovación Carismática, facilitar un mejor aprovechamiento de
su acción pastoral en la parroquia y en la diócesis.
1. San Juan Pablo II afirma que los movimientos “son autentico don para el Espíritu en la
Iglesia y es uno de los nuevos signos surgidos en el Concilio Vaticano II”. A pesar de la
diversidad de sus formas, los movimientos se caracterizan por su conciencia común de la
“novedad” que la gracia bautismal aporta a la vida, por el singular deseo de profundizar el
misterio de la comunión con Cristo y con los hermanos, y por el firme patrimonio de la fe
trasmitido por la corriente viva de la tradición. Esto produce un nuevo impulso misionero con la
capacidad de llegar a los hombres y mujeres de nuestra época, en las situaciones concretas en que
se encuentran. Constituyen un anuncio de la potencia del amor de Dios que, superando divisiones
y barreras de todo tipo renueva la faz de la tierra para construir la civilización del amor.
El Papa Juan Pablo II, al preguntarse “¿qué se entiende por Movimiento?”, reconoce que esta
palabra puede aludir a realidades muy heterogéneas, e indicó en el movimiento “una realidad
eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio
cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del
fundador en circunstancias y modos determinados”. El Papa continúa diciendo “La originalidad
propia del carisma que da vida a un movimiento no pretende, ni podrá hacerlo, añadir algo a la
riqueza del depósito de la fe, conservado por la Iglesia, con celosa fidelidad. Pero constituye un
fuerte apoyo, una llamada sugestiva y convincente a vivir en plenitud, con inteligencia y
creatividad, la experiencia cristiana. Decía el cardenal Ratzinger: se debe decir con claridad que
los movimientos apostólicos se presentan con formas siempre diversas a lo largo de la historia,
como respuesta del Espíritu Santo a las nuevas situaciones con las cuales se va encontrando la
Iglesia”.
Los movimientos eclesiales nuevos pretenden una experiencia del Espíritu, un encuentro con el
Señor resucitado, una apertura a los carismas, un contacto más profundo con la Sagrada Escritura,
son de carácter asociativo y muchas veces con una organización supradiocesana y
supraparroquial, necesitan de una mejor asistencia y asesoría, tanto parroquial como diocesana,
con el fin de evitar que se caiga en el carismatismo desorientado, en un sentimentalismo
peligroso, en un fundamentalismo bíblico o que se cierren sobre sí convirtiéndose en ruedas
sueltas de corte sectario.
El Papa Juan Pablo II en su discurso a los nuevos movimientos y comunidades del 30 de mayo
de 1998 se pregunta: ¿Cómo custodiar y garantizar la autenticidad del carisma? Y responde: “Es
fundamental al respecto que cada movimiento se someta al discernimiento de la autoridad
eclesiástica competente. Por esto, ningún carisma se dispensa de la referencia y de la sumisión a
los Pastores de la Iglesia. Con claras palabras el Concilio escribe: el juicio sobre la genuinidad de
los carismas y de su ejercicio ordenado pertenece a quienes presiden en la Iglesia, a los cuales
corresponde especialmente no extinguir el Espíritu, pero examinarlo todo y retener aquello que es
bueno (Cf. 1 Tes 5,12; 19,21) (LG 129). Conocéis los criterios de eclesialidad de las formas
laicales presentes en la exhortación apostólica Christifidelis Laici (Nº 30) Os pido que os adhiráis
con generosidad y humildad insertando vuestras experiencias en las Iglesias locales, en las
parroquias y siempre permaneciendo en comunión con los pastores y atentos a sus indicaciones”.
El obispo, el sacerdote y el diácono, como pastores deben dedicarse a todos los movimientos
que hay en su comunidad e insertándolos a la vida parroquial y diocesana, no debe hacer del
movimiento una superiglesia o una Iglesia paralela, o abandonar y despreciar los movimientos
que no son de su agrado, sino integrarlos todos a la única Iglesia. La Iglesia está por encima de
los movimientos.
Criterios de eclesialidad
1. El primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad y que se manifiesta “en los
frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles”. Al respecto el Papa Francisco en la
Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate expresó a todos los fieles: “No tengas miedo de
apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengáis miedo de dejarte guiar por el
Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con
la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida ‘existe una sola tristeza, la
de no ser santos’ ” (Nº 34).
Estos criterios se comprueban en frutos concretos que acompañan la vida y las obras de las
diversas formas asociadas, como son el renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida
litúrgica y sacramental; el estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al
sacerdocio ministerial y a la vida consagrada; la disponibilidad a participar en los programas y
actividades de la Iglesia sea en el ámbito, local, nacional o internacional; el empeño catequético y
la capacidad pedagógica para formar los cristianos; el impulsar a una presencia cristiana en los
diversos ambientes de la vida social, y crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales;
el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa
caridad para con todos; la conversión a la vida cristiana y el retorno a la comunión de los
bautizados “alejados”.
Ecclesia in América Nº 41 “La parroquia renovada supone la figura de un pastor que, en primer
lugar, tenga una profunda experiencia de Cristo Vivo, espíritu misional, corazón paterno, que sea
animador de la vida espiritual y evangelizador capaz de promover la participación. La parroquia
renovada requiere la cooperación de los laicos, un animador de la acción pastoral y la capacidad
de pastor para trabajar con otros. Las parroquias en América deben señalarse por su impulso
misional que haga que extiendan su acción a los alejados”.
(Algunas ideas fueron extraídas del documento “el sacerdote como pastor en la Renovación
Carismática” de Monseñor Oscar Aníbal Salazar Gómez, el cual hace una síntesis de los aspectos
más importantes del mensaje del Papa Juan Pablo II a los participantes del congreso mundial de
movimientos eclesiales, celebrado en Roma en la fiesta de Pentecostés del año 1998 y de la
conferencia de apertura del cardenal Joseph Ratzinger).
La Renovación, pues, debe permanecer fiel a su misión de trabajar por la renovación espiritual
de la Iglesia a partir de la experiencia fundamental del “BAUTISMO EN EL ESPÍRITU”,
entendiendo este como “una renovación del evento de Pentecostés y del sacramento del bautismo
y de la iniciación cristiana en general, a pesar de que ambas cosas, en la realidad, coinciden y no
deberían estar nunca separadas y contrapuestas”. Además, dicha experiencia, lleva consigo la
recepción de nuevas fuerzas para realizar la misión que Dios ha confiado a cada uno en la Iglesia.
No debemos olvidar las palabras del Papa Francisco en el coliseo máximus en Roma: “Bautismo
en el Espíritu Santo, alabanza, servicio del hombre. Las tres cosas están indisolublemente
unidas.”