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La semana pasada, Ilaria nos habló de lo bueno y lo malo de ser tímidos y de tener un

carácter introvertido. De nuestro debate, surgió, entre otras, la idea de que a veces puede
ser una cuestión de mayor o menor confianza en nosotros mismos y en los demás, lo que
me ha llevado a reflexionar y a desarrollar un poco el tema que os propongo hoy:

¿Es bueno confiar en los demás? O, mejor dicho, ¿hasta qué punto nos conviene desconfiar
de los demás?

He buscado en internet y he encontrado varios artículos y bitácoras que investigan el tema


según perspectivas diferentes: algunos lo tratan desde un punto de vista simplemente
emocional, psicológico e individual; otros, en cambio, profundizan la cuestión también
desde una perspectiva más amplia, que abraza la sociedad contemporánea entera.

Tanto en español como en italiano, tenemos varios dichos y refranes que todos
conocemos muy bien:

“Piensa mal y acertarás”

“La confianza es la madre de todas las desventuras”

“No confíes en nadie”.

Son expresiones que escuchamos o decimos muy a menudo. Forman parte también de una
educación que recibimos desde pequeños. También influye la relación que desde niños
desarrollamos con nuestros padres, en ese momento en el que dependemos
completamente de ellos. Si esa relación es inestable, existen muchas probabilidades de
que en el futuro nos cueste confiar en los demás. Por el contrario, si la relación fue positiva
tendremos más probabilidades de desarrollar mayor confianza hacia otras personas. Sin
embargo, el entorno familiar donde uno crece no determina de manera
tajante/determinante nuestra capacidad de confiar. Lo cierto es que mientras crecemos y
nos desarrollamos, tenemos también la posibilidad de modificar nuestra estructura de
pensamiento.

Muchos psicólogos afirman, y yo diría con razón, que la clave para aprender a no
equivocarse en las relaciones y en otorgar nuestra confianza a los demás, es tener un buen
nivel de autoconfianza.

EN LA VIDA COTIDIANA: Eso quiere decir que, si logramos tener un gran nivel de
confianza en nosotros mismos, podremos por ejemplo conseguir el éxito más fácilmente
(que es algo que dijimos también la semana pasada a propósito del miedo a equivocarse o
a hablar delante de un público). Por el contrario, si tenemos falta de confianza e
inseguridad, no estaremos satisfechos con nosotros mismos, seremos más propensos a
generar situaciones negativas tanto para nosotros, como para los que nos rodean. La falta
de confianza genera insatisfacción, tristeza e incluso estados de depresión debidos a la
falta de valoración hacia uno mismo.
EN LAS RELACIONES: Además, una baja auto confianza genera también retraimiento y
dificultades para relacionarse y, a nivel de pareja puede provocar sentimientos negativos y
dificultades en la comunicación que impidan prosperar o disfrutar de una buena relación.

EN EL TRABAJO: También a nivel profesional, la falta de confianza puede crear dificultades


para conseguir, mantener o progresar en el trabajo.

Pero, si no desarrollamos cierto nivel de confianza – en nosotros mismos – y, por


consiguiente, en los que nos rodean, llegamos a suponer que los demás, especialmente los
extraños, son personas peligrosas, que nos pueden hacer daño, que tienen propósitos
oscuros, que no son honestas… y lo que pasa, especialmente hoy en día, es que el mundo
en general piensa así, en que no debes confiar en los demás.

Una encuesta reciente (de la empresa Gallup) encontró que solo el 23% de la población
mundial afirma que se puede confiar en la mayoría de la gente, mientras que cerca del
75% piensa que no. Este es un hecho trágico. Hay que considerar que el mundo es extraño
para cada uno de nosotros, pero también cada uno de nosotros somos un ser extraño para
el resto del mundo. Con esta insistencia en no fiarnos de nadie, redundamos en la idea de
que, según nuestra propia opinión, no somos dignos de confianza.

Es un tema globalmente muy investigado; hemos dicho que la falta de confianza puede ser
debida a la personalidad del individuo, o a sus experiencias pasadas; pero también existen
hipótesis que ponen el foco en la cultura de cada sociedad; en que unas son más proclives
a la confianza que otras.

El politólogo Francis Fukuyama habla de sociedades de alta y baja confianza. En las


primeras incluye a países como Estados Unidos, Alemania y Japón. En las segundas, a
China, Francia e Italia. En los que son como los primeros, resulta más fácil, por ejemplo,
construir grandes empresas o corporaciones, mientras que en los de baja confianza
deberán prevalecer los negocios familiares o de pequeña escala.

Muchos estudiosos están convencidos de que este sentimiento es un activo valiosísimo


para cualquier sociedad. Es intangible, pero a la vez muy real, sobre todo en sus
consecuencias. Por ello, a la confianza se le considera parte de un capital, en este caso del
capital social. Cuanto más abunda en una sociedad, mayor es su capital social y más rica es
esa colectividad.

Donde hay más confianza es más fácil cooperar, emprender proyectos, negocios o
iniciativas sociales; en una palabra, construir, edificar, emprender. También ocurre que en
las comunidades en las que abunda esta percepción es más fácil que los ciudadanos
paguen sus impuestos y cumplan en mayor grado con sus obligaciones ciudadanas, lo cual
revierte al final en beneficio de todos. Pero también hay ganancias individuales. La gente
que confía más en los otros tiende a ser más feliz, más alegre, más optimista.

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