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La Biblia nos habla de que a los que reciben a Jesucristo como su único Señor y suficiente Salvador

nacen de nuevo, y a estos; Dios les da vida eterna, y que a todos los que le rechazan serán
condenados al fuego eterno.
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra eterno como aquello: “Que no tiene
principio ni fin”, sin embargo, esta definición está años luz de su significado en la Biblia, así que; si
queremos entender lo que Dios (Yahweh: se pronúncia IAJUÉH) quiere decirnos, debemos
examinarla a la luz del idioma original del Nuevo Testamento, el “Griego Koiné”. La palabra
traducida por eterna, eternidad o perpetuo en Las Sagradas Escrituras es: aionios (se pronuncia
eonios). Esta es la palabra que se aplica a la vida y a la gloria (eternas), que representan las más
altas recompensas del cristiano, y al juicio y castigo (eternos), que deben ser causa de su más
grande terror.
"Eterno denota lo que no tiene principio ni fin, lo que no está sujeto a cambio ni decadencia, lo que
está sobre el tiempo, pero de lo que el tiempo es una imagen móvil». Platón
Lo esencial de esta imagen radica en que la eternidad es siempre la misma y siempre indivisible;
su ser no es creado ni existe devenir; no hay nada semejante a más viejo y más joven; no hay
pasado, presente ni futuro. No hay era ni habrá, sino sólo un eterno es. Obviamente, no puede darse
ese estado en el mundo creado; pero, no obstante sus limitaciones, el mundo creado es la imagen
de la eternidad.
Evidentemente, aionios es, en esencia, la palabra que se aplica al orden eterno como contrastado
con el orden de este mundo; es la palabra que se aplica a la divinidad como contrastada con la
humanidad; es la palabra que, en su total pureza, solamente puede aplicarse a Dios porque describe
nada más y nada menos que la vida de Dios.
Ahora examinemos el uso de aionios en el NT. Con mucho, su utilización más importante está en
relación con la vida eterna y, precisamente por ser tan importante, debemos considerarla por
separado y de forma especial, recordando una vez más que aionios solamente puede describir con
fidelidad lo que es propio de Dios.
Veamos, pues, el resto de los usos de esta palabra en el NT.
• Se usa respecto de las grandes bendiciones que Jesucristo ha traído a la vida del cristiano.
• Se usa respecto de las moradas eternas que aguardan al cristiano (Luc_16:9; 2Co_5:1). El destino
último del cristiano es una vida como la del mismo Dios.
• Se usa respecto de la eterna redención y de la herencia eterna del cristiano gracias a Jesucristo
(Heb_9:15). La seguridad, la libertad y la paz que Cristo forjó para los hombres son tan eternas
como el propio Dios.

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• Se usa para describir la gloria en la que entrará el cristiano fiel (1Pe_5:10; 2Co_4:17; 2Ti_2:10);
la misma gloria de Dios.
• También se usa en conexión con las palabras esperanza y salvación (Tit_3:7; 2Ti_2:10). o hay
nada efímero, pasajero o destructible en la esperanza y salvación cristianas. Ni siquiera el otro
mundo puede cambiarlas o alterarlas porque son tan inmutables como el propio Dios.
• Se usa respecto del reino de Jesucristo (2 P.1:11). Jesucristo no es superable; no es una etapa en
el camino de la revelación. Su revelación y su valor son de Dios.
• Se usa respecto del evangelio (Apo_4:6). El evangelio no es una mera revelación más, sino la
eternidad entrando en el tiempo.
• Se usa respecto del pacto eterno, del cual Cristo es mediador (Heb_13:20). Pacto quiere decir
relación con Dios. A través de Cristo, el hombre entra en una relación con Dios que es tan eterna
como él.
• Se usa para describir el fuego del castigo (Mat_18:8; Mat_25:41; Jud_1:7), el castigo en sí
(Mat_25:46), el juicio (Heb_6:2), la destrucción (2Ts_1:9) y el pecado que separará finalmente al
hombre de Dios (Mar_3:29).
En estos pasajes es donde debemos tener un cuidado especial cuando interpretemos la palabra.
Tomarla como significado simplemente para siempre, no es bastante; es preciso recordar el
significado especial de aionios.
La cual es la palabra que se aplica a la eternidad como opuesta a, y contrastada con, el tiempo; que
se aplica a la divinidad como opuesta a, y contrastada con, la humanidad, y que, por consecuencia,
solamente puede aplicarse propiamente a Dios. Si tenemos todo esto en cuenta, nos quedaremos
con una tremenda verdad: tanto las bendiciones de los fieles como los castigos de los infieles serán
tal y como le plazca a Dios el derramarlas y el infligirlos.
Y ya no podemos ir más allá, únicamente, que tomar la palabra aionios, cuando se refiere a
bendiciones y castigos, como significando para siempre es simplificarla en demasía y, ciertamente,
malentenderla por completo, puesto que abarca mucho más.
Significa que cuánto los fieles reciban y los infieles sufran estará en consonancia con el carácter y
la naturaleza de Dios para conferir y para infligir -y más allá, nosotros, que somos hombres, no
podemos ir, excepto recordar que Dios es amor.
Consideremos ahora el uso más importante de aionios en el NT: el que está relacionado con la frase
vida eterna. Debemos empezar volviendo a recordar -como tan a menudo venimos haciendo- que
aionios es la palabra que se aplica a la eternidad como contrastada con el tiempo, a la deidad como
contrastada con la humanidad, y que, por tanto, vida eterna no es otra cosa que vida de Dios.
I. La promesa de vida eterna es lo que permitirá al cristiano participar nada menos que del poder
y de la paz del propio Dios.

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Vida eterna es la promesa de Dios (Tit_1:2; 1Jn_2:25). Dios nos ha prometido que participaremos
de su bienaventuranza, y esa promesa es inquebrantable.
II. Vida eterna es el obsequio de Dios (Rom_6:23; 1Jn_5:11). La vida eterna es algo que Dios, por su
sola bondad y gracia, da a los hombres. Nosotros no la podemos ganar ni merecer. Es un regalo.
III. La vida eterna está íntimamente ligada a Jesucristo. Cristo es el agua viva, el elixir de la vida
eterna (Jua_4:14). Es el alimento que trae a los hombres vida eterna (Jua_6:27, Jua_6:54). Sus
palabras son de vida eterna (Jua_6:68). El mismo no sólo trae (Jua_17:2-3), es vida eterna
(1Jn_5:20).
Dicho de forma más sencilla, Únicamente a través de Jesucristo es posible una relación, una
intimidad, una unidad con Dios. A través de lo que él es, y de lo que hace, podemos participar de la
misma vida de Dios.
IV. La vida eterna viene por medio de creer en Jesucristo (Jua_3:15-16, Jua_3:36; Jua_5:24; Jua_6:40,
Jua_6:47; 1Jn_5:13; 1Ti_1:16). ¿Qué significa creer? Evidentemente, no es una simple aceptación
intelectual. Creer en Jesucristo significa que creemos como cierto absoluta e implícitamente todo
lo que Jesús dijo acerca de Dios.
Si realmente creemos que Dios es Padre y que ama a los hombres tanto como para enviar a su Hijo
al mundo a morir por ellos, demarcamos toda la diferencia que hay entre mundo y vida porque la
tal creencia significa que la vida está en manos del amor de Dios, y, además, significa tener por
cierto y aceptar que Jesús es quien dijo ser.
Obviamente, la confianza que podamos tener en cualquier afirmación dependerá enteramente de
la posición de la persona que la haga. Estamos obligados a preguntar:
¿Cómo puedo estar seguro de que todo lo que me dice Jesús sobre Dios es verdad?
La respuesta es:
Porque creo que Jesús es el único que tenía derecho a hablar de Dios, puesto que no me cabe la
menor duda de que Jesús es el Hijo de Dios. Por tanto, entramos en la vida eterna por creer que
Jesús es el Hijo de Dios.
Pero esta creencia va todavía más lejos. Creemos que Dios es Padre y que Dios es amor porque
creemos que Jesús, siendo el Hijo de Dios, nos ha dicho la verdad acerca de Dios, y, entonces,
actuamos en consonancia con la creencia, es decir, vivimos con la certeza de que no podemos hacer
otra cosa que no sea poner toda nuestra confianza en Dios y rendirle una perfecta obediencia.
Vida eterna no es otra cosa que la misma vida de Dios. Entramos en la vida eterna a través de creer
en Cristo, y esta creencia tiene una triple implicación:
I. Implica creer que Dios es la clase de Dios que Jesús dijo a los hombres.
II. Implica la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios, y, por tanto, que tiene todo el derecho a hablar
de Dios en una forma que nadie pudo ni jamás podrá hablar.

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III. Implica vivir toda la vida asintiendo a estas cosas. Cuando lo hacemos así, participamos nada
menos que de la vida, el poder y la paz que solamente Dios puede dar.
Ya hemos dicho que vida eterna es el regalo de Dios. Todos los dones de Dios, aun siendo tales,
requieren el esfuerzo por parte nuestra de tomarlos, como prueba de interés.
Usemos una analogía humana. Toda la belleza, riqueza y sabiduría de la Biblia están ahí para que
cualquiera las disfrute; solamente que, para eso, es preciso que antes se introduzca en ellas
mediante el trabajo, el estudio y la disciplina que el aprendizaje de la hermenéutica y del griego
exige.
El ofrecimiento de Dios de vida eterna es un hecho, pero el hombre debe anhelarla e introducirse
en ella antes de que pueda recibirla plenamente.
I) La vida eterna demanda conocimiento de Dios. Vida eterna significa "conocer al único Dios
verdadero" (Jua_17:3). Ahora bien, el hombre sólo puede conocer a Dios por medio de tres vías:
(a) La vía de la mente para pensar,
(b) La vía de los ojos y del corazón para ver y amar a Jesucristo y
(c) La vía de los oídos para escuchar lo que Dios está procurando decirle.
Si hemos de introducirnos en la vida eterna, nunca debemos estar tan ocupados con las cosas del
tiempo como para no pensar en las cosas eternas.
II. La vida eterna demanda obediencia a Dios. El mandamiento de Dios es vida eterna (Jua_12:50).
Jesús es autor de eterna salvación para todos los que le obedecen (Heb_5:9). Nuestra paz depende
sólo de hacer su voluntad. Dios contiende con el rebelde, pero sus dádivas son para el obediente.
Nunca podremos lograr una completa intimidad y unidad con alguien de quien continuamente
diferimos y a quien continuamente afligimos con nuestra desobediencia. Obediencia y vida eterna
de parte de Dios van de la mano.
III. Debemos aferrarnos a la Vida eterna (1 Tim_6:12). Para pelear la buena batalla de la fe en la
vida cristiana, y especialmente en el ministerio cristiano, necesitamos echar mano de la vida divina,
no confiando en nuestra vida humana. se pone énfasis en la vida eterna una y otra vez (1Tim_1:16;
1Tim_6:19; 2Tim_1:1, 2Tim_1:10; Tit_1:2; 3:7). Esta vida es un prerrequisito para llevar a cabo la
mayordomía de Dios con respecto a la iglesia.
IV. Hay una demanda ética en la vida eterna: la santidad (Rom_6:22). La vida cristiana conduce a
la santificación. La palabra griega es aguiasmós. Todas las palabras griegas que terminan con -
asmós describen, no un estado, sino un proceso. La santificación es el camino que conduce a la
santidad.
Cuando una persona le entrega su vida a Cristo, eso no la hace perfecta instantáneamente; la lucha
no ha terminado ni mucho menos; pero el cristianismo siempre ha considerado más importante la
dirección en que se marcha que la etapa particular que se ha alcanzado. Una vez que se pertenece
a Cristo se ha empezado el proceso de la santificación, el camino a la santidad. «Hermanos, yo
mismo no pretendo haberlo ya alcanzado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y

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extendiéndome a lo que está por delante, prosigo a la meta hacia el premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
(Flp.3:13-14 RVA1989)». No hay escapatoria de la demanda ética del cristianismo. La vida eterna
no es para el hombre o mujer que actúa como le viene en gana; sino para quien actúa como enseña
Jesucristo.
No es que se nos exija que seamos perfectos, pero sí que, aunque caigamos y fracasemos, tengamos
todavía nuestros ojos fijos en Jesucristo.
V. Vida eterna es el resultado de la justicia que viene a través de Jesucristo (Rom_5:21). El
significado esencial de justicia es una nueva relación con Dios a través de lo que Jesucristo ha hecho
por nosotros.
Y, así, terminamos donde empezamos -vida eterna es la vida de Dios mismo, en la cual podremos
entrar cuando recibamos todo lo que Jesucristo ha hecho por nosotros y todo lo que nos dice acerca
de Dios.
Nunca captaremos la idea completa de vida eterna hasta que nos desembaracemos de la
imposición casi instintiva de que vida eterna significa, fundamentalmente, vida que continúa para
siempre. Hace ya mucho tiempo que los griegos detectaron claramente que ese tipo de vida no
sería en modo alguno una bendición.
Fueron precisamente los griegos quienes contaron la historia de Aurora, diosa del alba, que se
enamoró del joven mortal Titón. Zeus le dio a escoger la gracia que quisiera para su amante mortal,
y ella pidió que no muriese nunca; pero olvidó añadir que permaneciera siempre joven. Así Titón
vivió en un continuo y sin fin envejecimiento, volviéndose más y más decrépito, hasta que la vida
llegó a ser para él una terrible e intolerable maldición.

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