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Una parte importante de los evangelios narra los encuentros mantenidos por Jesús con
diversas personas y grupos. Las relaciones personales vividas por el Maestro de Nazareth
fueron signo de vida para quienes las protagonizaron, pudiendo considerarse como «lugar
teológico». Mediante aquellos encuentros se concretaba la acción salvadora de Dios en
medio de su pueblo. En la escueta descripción de algunos de estos encuentros aparecen
actitudes de Jesús que pueden considerarse como pautas para orientar la misión de los
discípulos.
El presente artículo pretende fijar la mirada sobre algunos encuentros de Jesús acaecidos en
dos escenarios geográficos concretos: Cafarnaún y Jericó. ¿Cómo se originaban? ¿Qué
actitudes mostraba Jesús en la acogida? ¿Qué pautas de comportamiento seguía?
Del análisis de cada texto se deducen unos «Reflejos desde la Palabra» en un intento de
concretar itinerarios para una pastoral del encuentro y la acogida.
El edificio más emblemático de la ciudad era su Sinagoga, parte de la cual todavía se halla en
pie. Construida sobre un solar de unos mil metros cuadrados, adquirió nuevo esplendor con
su reconstrucción en siglo II. A partir de este momento pasó a denominarse «La Blanca» por
el color claro de las piedras con que fue restaurada.
Cafarnaún se hallaba situada en las inmediaciones de la antigua ruta que unía Siria con
Egipto. Su posición estratégica le hacía albergar un destacamento de soldados mercenarios
dependientes de Herodes Antipas, rey de Galilea.
La parte más importante de la ermita bizantina se alza sobre una habitación de 40 metros
cuadrados. Las inscripciones de sus paredes citan con profusión a Pedro; otras confiesan que
Jesús es el Señor. El lugar fue objeto de peregrinación y veneración ya en el siglo III.
Jesús de Nazareth debió residir, con toda probabilidad, en esta «casa» de Cafarnaún. En ella
curó a los enfermos, anunció su mensaje, acogió y perdonó los pecados a un paralítico,
explicó sus enseñanzas a los discípulos, rezó… Y, cuando, tras la muerte y resurrección de
Jesús se inicia la persecución en Jerusalén, los cristianos de la primera hora se desplazaron
hacia lugares conocidos del norte. Se instalaron nuevamente en Cafarnaún e hicieron de la
vivienda de la suegra de Pedro una casa común y compartida.
A juzgar por las acciones que señala el evangelio de Marcos en la «casa de la suegra de
Pedro», bien pudiera denominarse: «un hogar para la acogida y la esperanza. Entre las
paredes de esta casa Jesús fortaleció los lazos de su primera comunidad de discípulos, la hizo
centro de su misión, explicó los contenidos de la Buena Noticia proclamada, curó a multitud
de enfermos devolviéndoles la salud y la esperanza, fue lugar de interioridad y oración… En
el evangelio de Marcos, Jesús inicia su actividad evangelizadora en una casa.
Los verbos que describen las acciones de Jesús son un programa para el agente de pastoral:
«Jesús se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La
población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males…».
Llega a «la casa» un paralítico. Está a merced de las buenas personas que lo trasladan en
camilla. Tal vez son sus familiares o unos buenos amigos. El evangelio no da detalles de
estos «personajes secundarios», tan importantes en el desarrollo de la narración. Frente a
estos protagonistas se perfilan los escribas, auténticos «antagonistas» del relato.
Jesús, viendo la fe de los portadores, perdona los pecados al paralítico y, ante las críticas de
los responsables de la institución religiosa, verifica su poder curando al impedido.
Un primer mensaje es el interés de Jesús por una salvación integral, que abarca aspectos
espirituales y materiales. Por eso anuncia al paralítico dos buenas noticias, diversas, pero
complementarias: tus pecados son perdonados, y… toma tu camilla, levántate y anda. Pero
en la forma de actuar de «los personajes secundarios» que no cejan en su intento hasta
conseguir que el impedido se encuentre con Jesús, descubrimos también un proyecto
transferible a los agentes de pastoral.
Los cristianos de los primeros siglos construyeron pequeñas ermitas bizantinas en las orillas
del Mar de Galilea para conmemorar palabras y gestos de Jesús.
Una antigua tradición sitúa en Tabgha, lugar ribereño vecino a Cafarnaún, la multiplicación
de los panes y los peces. Así lo sugiere un primitivo culto cristiano. Entre los restos de la
ermita bizantina del siglo IV, se conserva un mosaico con símbolos eucarísticos y la imagen
de una cesta conteniendo los panes y flanqueada por dos peces.
La multiplicación de los panes y los peces debió ser un texto muy significativo para las
primeras comunidades cristianas, no en vano es narrado por los cuatro evangelios.
En él se inicia un tema que se desarrollará ulteriormente: Jesús es el Buen Pastor que cuida
del pueblo. «Sintió lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor»
La imagen del Buen Pastor, tan utilizada en el Evangelio, no es original de Jesús de Nazareth.
Está tomada del capítulo 34 del libro del profeta Ezequiel y también forma parte del acerbo
simbólico del pueblo de Israel que comparaba a Dios con un Buen Pastor.
Las descripciones y recursos literarios que utilizó Ezequiel son tan sugerentes que
constituyen un modelo para la actuación del agente de pastoral: Yahvé, cansado de ver cómo
proliferan los malos pastores que se aprovechan del rebaño, va ser el pastor de su pueblo. Él
cuidará con ternura y misericordia de las ovejas perdidas, las librará de tormentas y
tempestades, las conducirá hacia dehesas de pastos abundantes, cogerá en hombros a los
corderillos que tienen dificultades, defenderá al rebaño de los lobos… Iniciará un tiempo
nuevo para su pueblo.
Este conjunto de actitudes pueden transferirse al agente de pastoral que desarrolla su misión
en la catequesis y la educación, y se siente llamado a ser «buen pastor» para un pueblo de
jóvenes.
Cuidar, reunir, apacentar… a los niños y jóvenes confiados para que ninguno se
pierda.
Proporcionar jugosos pastos en fértiles dehesas… alimentándoles con un ambiente
rico en valores para contribuir a su desarrollo integral.
Proporcionar lugar de reposo…facilitando el desarrollo de la interioridad, la reflexión y
el silencio.
Buscar a la oveja perdida y descarriada… no dando a nadie por extraviado
definitivamente y ofreciendo nuevas oportunidades a quienes más lo necesitan.
Curar a la oveja herida, confortar a la enferma… ejerciendo el servicio de la curación.
Salvar a las ovejas del pillaje, liberarlas de la explotación y ahuyentar a las bestias
feroces… defendiéndolas, desarrollando una visión crítica de la realidad y actuando
con mentalidad preventiva.
Hacer con ellas una alianza de paz… creando espacios de encuentro y cercanía
personal para facilitar el acompañamiento.
b) El milagro de la solidaridad
La segunda parte de este relato muestra varias actitudes que debe desarrollar el discípulo.
El texto no está interesado por el «hecho maravilloso» de la curación. Quiere subrayar que
Jesús de Nazareth no ha venido a salvar tan sólo al pueblo de Israel. Su salvación es
universal. Allí donde exista una persona sufriendo, Dios está dispuesto a darle su abrazo
generoso, sin importarle su condición social, raza o religión…
El pasaje describe sucintamente las actitudes del Maestro de Nazareth: Jesús escucha
atentamente la súplica del centurión. No es un israelita cumplidor de la Ley de Yahvé, pero
es una persona que necesita ayuda. Jesús se pone en su lugar y asume su sufrimiento. Y, sin
dudar, sin poner excusas, sin pedir nada a cambio, sin importar la condición étnica o religiosa
de quien suplica… se implica y decide ir personalmente a curar al criado del centurión.
El texto, al describir las actitudes de Jesús, presenta nuevos elementos que pueden orientar
los encuentros del agente de pastoral
Sus restos arqueológicos le confieren el honor de ser la ciudad más antigua de la humanidad.
La antigua Jericó creció a la sombra de un gran oasis situado en el desierto de Judea. Varios
manantiales daban vida a la urbe desde la más remota antigüedad.
El camino que une Jerusalén y Jericó, discurre a través 28 km. por el desierto de Judea; región
montañosa de gran aridez y muy apta para las emboscadas de grupos de bandoleros. En
tiempos de Jesús la ciudad gozaba de gran prestigio pues el rey Herodes había construido en
ella su palacio de invierno.
Zaqueo eran natural de Jericó. Como jefe de recaudadores, controlaba los impuestos que
pagaban las largas caravanas que llegaban desde Oriente. Debía ser persona muy rica y
temida. Pero un jefe de recaudadores era profundamente despreciado por sus convecinos:
colaboracionista con los romanos, cobraba los impuestos que Roma destinaba a pagar a sus
soldados y al fomento de cultos idolátricos ajenos a Yahvé. Los recaudadores tenían también
una merecida fama de ladrones, pues pagaban al poder romano por adelantado los
impuestos y luego gozaban de amplia libertad para resarcirse del dinero adelantado con sus
intereses. Lo habitual era que se enriquecieran ilícitamente cobrando mucho más de lo que
estaba tasado.
Dice el evangelio que «entró Jesús en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto un
hombre, llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y muy rico, trataba de distinguir
quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era de baja estatura».
Zaqueo, por su situación social y religiosa, no tiene la «talla» adecuada para ver a Jesús. Por
eso es Jesús quien toma la iniciativa, lo llama por su nombre, se encuentra con él y se
produce el inicio de su conversión.
Jesús «busca lo perdido para salvarlo». Es más, el hecho de que Zaqueo fuese considerado
pecador público, por ladrón y colaboracionista, no impidió a Jesús entrar en su casa a comer
con él. En el transcurso de aquel encuentro, Zaqueo sintió deseos de cambiar: Se
comprometió a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a devolver cuatro veces aquello que
había defraudado. Zaqueo se comprometió mucho más de lo que las leyes exigían.
Las actitudes de Jesús en este relato son modelo para el agente de pastoral.
Reflejos de la Palabra
Sobre el escenario de la ciudad de Jericó, Jesús va a dar una nueva lección a los discípulos.
El relato del ciego de Jericó encierra un profundo simbolismo ya que la ceguera era utilizada,
en los círculos religiosos del tiempo de Jesús, no sólo para denominar una minusvalía física,
sino también para expresar cerrazón ante la propuesta religiosa.
El ciego de Jericó es símbolo del discípulo que comprende progresivamente que Jesús no va a
ser un Mesías político, sino un Mesías que ha venido a servir desde la sencillez y la humildad.
El ciego se halla en las afueras de la ciudad, excluido de la vida social y religiosa. Pero
conserva una cierta inquietud, pregunta y quiere saber qué ocurre y quién es el importante
personaje que transita por el camino. Aunque privado de la vista, mantiene intacta su voz.
Grita para llamar la atención del Maestro que pasa cerca de donde él pide limosna
habitualmente. Jesús escucha y atiende su grito desgarrado: ¡ten piedad de mí!
La percepción que tiene el ciego de Jesús es imperfecta: le llama «Hijo de David»; expresión
tras la que subyace un concepto de Mesías poderoso y comprometido política y militarmente.
Jesús se acerca físicamente al ciego. Dialoga con él. Se preocupa por su situación. Le ofrece
ayuda. Finalmente le abre gratuitamente los ojos. No le pide nada a cambio, ni siquiera
corrige la idea equivocada que el ciego ha expresado sobre el Mesías.
Reflejos de la Palabra
El agente de pastoral permanece atento para escuchar la voz de quienes buscan y
preguntan, aunque sea desde el desconocimiento o desde posturas religiosamente
imperfectas.
No es suficiente con escuchar de lejos. Hay que comprender la situación de cerca.
Así como Jesús ofrece su ayuda incondicional, el agente de pastoral ofrece su ayuda
desinteresada y generosa, sin pedir nada a cambio.
La salvación espiritual es una salvación encarnada. Lo material y lo espiritual van de
la mano. El ciego accedió a la fe a través de la sanación concreta de sus ojos privados
de luz.
En una sociedad cegada por el brillo de la cosas, «abrir los ojos» y hacer sensible el
alma es tarea del agente de pastoral. Ayudar a «mirar con profundidad» la vida.
La parábola del Buen Samaritano trascurre en el camino que baja desde Jerusalén hacia
Jericó. Aunque esta conocida parábola presenta multitud de detalles, nos centramos en la
secuencia de verbos de acción que configuran la actuación del protagonista.
No es indiferente que el protagonista sea samaritano. Esta elección contiene una enseñanza
de hondo calado. Porque, si las relaciones entre judíos y samaritanos fueron siempre tensas,
en tiempos de Jesús no podían ser peores: los samaritanos, hartos de sentirse despreciados,
hacia el año 9 del siglo I, habían entrado por la noche en el Templo de Jerusalén y lo habían
sembrado de huesos humanos. Esto equivalía a hacer impuro el mismísimo Templo del
Yahvé; acción sacrílega y desafiante contra el pueblo judío. Los samaritanos eran
considerados por los israelitas como seres despreciables, herejes en lo religioso y
desnaturalizados en lo social.
Un samaritano es el elegido para subrayar lo ilimitado del mandamiento del amor; un amor
que se hace operativo con elementos tomados de la vida diaria: aceite, vino, vendas, un
asno, denarios…
El contraste es más fuerte si tenemos en cuenta que los antagonistas son un sacerdote y un
levita; personajes relacionados con el templo de Jerusalén. Sus acciones son frías: ven, dan
un rodeo y… pasan de largo.
La secuencia de las acciones del buen samaritano son programa de acción para los
discípulos: vio; se acercó; sintió compasión, curó las heridas con vendas, aceite y vino; lo
trasportó hacia una posada cómoda y segura; lo cuidó; gastó su dinero en ayudarle; prometió
regresar para continuar la buena acción.
3. Conclusión
Una pastoral de acogida que promueve el encuentro personal, no es una necesidad surgida
en las últimas décadas a partir del desarrollo de la «inteligencia emocional» y sus
importantes aportaciones. Este tipo de pastoral hunde sus raíces en las narraciones
evangélicas que describen a Jesús de Nazareth con una excepcional sensibilidad para el
encuentro.
Los encuentros descritos en los evangelios sinópticos (frecuentemente con muy pocas
palabras) suelen tener un «antes» y un «después».
En el inicio de cada uno de ellos, Jesús mira con profundidad a la realidad y a las personas.
Los encuentros descritos no son superficiales sino que afectan a las dimensiones más
profundas de la persona, al sentido de la vida, a la fe, el sufrimiento, el gozo…
Quien se encuentra con Jesús se siente querido por sí mismo, lleno de nuevas posibilidades y
colmado de esperanza. Y, sobre todo, son encuentros que abren la puerta a la relación con
Dios.
El agente de pastoral halla en los encuentros del evangelio pautas para profundizar su
misión.