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Ernesto Junior Martínez Avelino |1

b) Legalidad y justicia: algunas precisiones.

Sabiendo que toda la actividad de la Iglesia, así como el ejercicio de aquella potestad que
recibió del Señor, es un servicio, del cual se debe excluir toda arbitrariedad, podemos decir que
el principio de legalidad es un instrumento al servicio de la justicia, por lo tanto, la legalidad
no es un valor absoluto, sino relativo a la justicia. Por ejemplo, puede que haya leyes injustas
que se apliquen conforme a derecho (legalmente), y se cometa una injusticia; o bien, que al
aplicarse automáticamente una ley, se produzca un resultado contrario a la justicia. Esto sucede
porque la ley humana, al ser abstracta y general (según la definición tomasiana), no puede
abarcar cada una de las situaciones reales y concretas que se suscitarán en el futuro.

Por esta razón, el Derecho Canónico posee una racionalidad que se expresa en la
flexibilidad al momento de crear leyes y de aplicarlas. Lo contrario a esta racionalidad sería el
legalismo, que no busca la justicia ni el fin de la Iglesia, que es la salvación de las almas. Por
ello, en el momento de aplicar la ley, la Iglesia recurre a la equidad canónica, a la tolerancia,
a la disimulación, y para favorecer casos particulares emplea las concesiones como privilegios
o dispensas, porque la salus animarum consiste en la salvación de cada una de las almas.

Por último, lo que motiva el principio de legalidad en la Iglesia, no es una tensión o


desconfianza hacia quienes gobiernan, sino un sentido de comunión y servicio que, mediante
manifestaciones jurídicas expresa la naturaleza de la función de gobierno en la Iglesia.

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