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LECCIÓN I: ADMINISTRACIÓN Y DERECHO ADMINISTRATIVO EN LA

IGLESIA

I. LAS FUNCIONES PÚBLICAS DE GOBIERNO: EL HECHO Y SU


FORMALIZACIÓN

En el séptimo de los diez principios directivos para la revisión del CIC 1917, se pedía,
entre otras cosas: «que se distingan claramente las diversas funciones de la potestad
eclesiástica, es decir, la legislativa, la administrativa y la judicial».

Puede observarse que existen unas necesidades fundamentales que condicionan la


viabilidad y la posibilidad misma de la vida social, y en ese sentido se puede decir que
responden a su naturaleza. Puesto que la misión de la autoridad pública es gobernar la
sociedad en orden al bien común, a esas necesidades esenciales corresponden funciones
públicas, que pueden sistematizarse teóricamente y distribuirse por el derecho positivo
de distintos modos, en los que se harán presentes, más o menos articuladamente, esos
tres órdenes de exigencias naturales de la vida social: dictar normas generales que la
ordenen, decidir y realizar lo necesario para perseguir el bien público en las situaciones
concretas y administrar justicia para resolver controversias.

II. LAS FUNCIONES PÚBLICAS EN LA IGLESIA

El Vaticano II ha enseñado que la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo,


no es solo comunidad de vínculos espirituales e invisibles, sino que aparece también
como sociedad orgánicamente estructurada, ordenada jerárquicamente y presidida por
una autoridad que ha recibido de Jesucristo su misión y su potestad. Al aplicar a la
Iglesia el término sociedad, «se quiere poner de relieve su formación como un cuerpo
unitario (unidad corporativa), orgánicamente estructurado: se habla de sociedad para
mostrar la idea de un ente social unitariamente organizado» (HERVADA).

l. La función legislativa

La función legislativa consiste en dictar, con carácter obligatorio, las normas generales
por las que se organiza una comunidad en orden al bien común, y por las que se rige la
conducta de los miembros de esa comunidad en cuanto tales. Los actos propios de esta
función son: generales, obligatorios (son normas) y su contenido es abstracto.

2. La función jurisdiccional

La función jurisdiccional (también llamada judicial) consiste en resolver conflictos


jurídicos entre partes formalmente enfrentadas, decidiendo e imponiendo con un acto
imperativo la solución según derecho a las cuestiones controvertidas. La posición de la
autoridad que la ejerce debe ser: imparcial, objetiva e independiente.

3. La función administrativa

La función administrativa es aquella por la que la autoridad eclesiástica persigue de


manera práctica e inmediata los fines públicos, aplicando los medios de que dispone a la
promoción del bien público eclesial y a la satisfacción de las necesidades públicas
concretas. La función administrativa se caracteriza por consistir en actividades de
contenido concreto. La actividad administrativa es inmediata (autoridad administrativa
recibe una serie de medios y facultades de actuación) y práctica (incide eficazmente en
la realidad social). La función administrativa tiene como característica la sumisión a la
legalidad o, más precisamente, su subordinación al ordenamiento jurídico.
La actividad administrativa se manifiesta en diversos tipos de actos jurídicos, en
actuaciones materiales y de gestión. Los medios que emplea la autoridad eclesiástica en
el ejercicio de la función administrativa son también de distintos tipos: medios
jurídicos, medios personales y medios reales (cosas muebles o inmuebles). En la Iglesia,
los medios más característicos son bienes y servicios de eficacia sobrenatural: los
medios de salvación (Palabra de Dios y Sacramentos).

4. Importancia de la función administrativa en la Iglesia

«La razón de que la función administrativa tenga en la Iglesia tanta importancia estriba
en una cualidad característica única de ella: en su carácter sacramental, pues es signo
eficaz de la presencia de Dios en el mundo, y ella se cuida del fin sobrenatural de los
hombres y dispone de los medios indispensables para lograrlo (...) precisamente por su
carácter de administradora de los medios instituidos y ordenados por Cristo a la
salvación de los hombres» (LABANDEIRA).

5. Distinción de funciones y organización jurídica del ejercicio de la potestad de


gobierno

Como ha sintetizado ARRIETA: «función pública sería aquella actividad socialmente


irrenunciable, realizada desde posiciones oficiales en interés de toda la comunidad». El
sistema por el que se organiza el ejercicio de la potestad de gobierno, en la Iglesia, no es
puro resultado de la aplicación de modelos más o menos eficaces, sino que refleja el
principio general que explicitaba en 1985 la Comisión Teológica Internacional, al
distinguir entre la estructura esencial de la Iglesia, de derecho divino, y su desarrollo
histórico en realizaciones organizativas concretas. Esto quiere decir que el sistema de
ejercicio de la potestad de gobierno en la Iglesia depende, en parte, de principios y
condicionamientos de origen divino; y en parte también de principios y opciones de
carácter técnico, que deben siempre respetar los anteriores. En consecuencia, presenta
unos elementos inmutables, que vienen dados; y otros mutables, perfeccionables,
ligados en su evolución a las circunstancias históricas, sociales y científicas.

III. LA POTESTAD EJECUTIVA Y LA ADMINISTRACIÓN ECLESIÁSTICA

El séptimo principio directivo para la reforma del CIC solicitaba la distinción, no solo
de las funciones legislativa, administrativa y judicial de la potestad eclesiástica, sino
también «de los órganos que ejercen cada una de ellas».

1. La separación de poderes y la organización eclesiástica

El poder público, que permite vincular jurídicamente con decisiones y mandatos a los
miembros de la sociedad y que va anejo a la misión de la autoridad, presenta diversas
facetas, caracterizadas por la eficacia típica de los respectivos actos de potestad. Hoy es
común en la ciencia jurídica y en la legislación comparada la distinción entre el poder
legislativo, el ejecutivo y el judicial. Esas tres manifestaciones del poder público pueden
ser ejercidas por un mismo sujeto o por sujetos diversos.
La filosofía política moderna, para impedir los abusos de la concentración absoluta del
poder, elaboró, con distintas versiones, el principio de separación de poderes, en cuya
virtud no solo se distinguen los tres poderes, sino que se dividen y se atribuye en
exclusiva el ejercicio de cada uno de ellos a órganos separados, estableciendo
mecanismos jurídicos de control y equilibrio entre ellos.
En la Iglesia, impera en esta materia uno de los principios esenciales e inmutables de su
constitución: por derecho divino, la potestad de gobierno se transmite personalmente al
Papa y a los obispos en comunión con él; y cada uno de estos oficios capitales posee
radicalmente toda la potestad legislativa, ejecutiva y judicial en su ámbito. En la Iglesia
rige el principio de unidad de potestad, por lo que no cabe en modo alguno aplicar en
ella la separación de poderes tal como ha sido descrita. Sin embargo, ese principio no
obliga a que la potestad de gobierno se ejerza en la Iglesia de un modo confuso y sin
regulación jurídica, o con una organización jurídica deficiente.

2. La distinción de las funciones de la potestad de gobierno en el CIC

El c. 135 § 1 establece que la potestad de gobierno (también llamada de jurisdicción: c.


129 § 1) «se distingue ("distinguitur") en legislativa, ejecutiva y judicial». El mismo
canon declara con carácter general , en los tres parágrafos sucesivos, la sumisión al
derecho del ejercicio de la potestad legislativa, judicial y ejecutiva.
Se ha efectuado, en el derecho canónico, una distinción conceptual, formal (no radical
separación) de tres aspectos o funciones de la potestad de jurisdicción que son
realmente distinguibles, por su contenido material, por sus finalidades inmediatas y por
sus efectos característicos.
Se ha llevado a cabo una regulación jurídica del ejercicio de la potestad en cada uno de
esos aspectos, que implica: regulación diferenciada de sus actos propios; regulación de
los respectivos procedimientos propios; distinción conceptual y, en cierta medida,
orgánica de los sujetos que ejercen cada potestad; e integración de los diversos actos de
potestad en un sistema.

La distinción orgánica se ha llevado a cabo solo en cierta medida , precisamente por la


unidad de potestad que se da en los oficios capitales. El Romano Pontífice (y el Colegio
episcopal) y los obispos son, en sus respectivos ámbitos, titulares de toda la potestad,
legislativa, ejecutiva y judicial (cfr. cc. 331, 336, 381, 391), de manera que pueden
actuar a título de legislador, juez o autoridad ejecutiva, dependiendo de la actuación que
lleven a cabo en cada caso.

3. La potestad ejecutiva en el Código de Derecho Canónico

a) Concepto: la potestad ejecutiva, tal como se encuentra regulada en el CIC, puede


definirse como «aquella parte de la potestad de gobierno que comprende todo lo que no
pertenece a la potestad judicial ni a la legislativa y que, subordinada a esta última,
cumple los fines de la Iglesia por procedimientos propios» (LABANDEIRA).

b) Naturaleza y caracteres: La naturaleza de la potestad ejecutiva, como parte de la


potestad eclesiástica de gobierno, es precisamente la de una potestad pública. Por ser
pública, se trata de una potestad-función (su razón de ser es actuar en interés ajeno). En
consecuencia, su atribución da lugar no solo a derechos, capacidades y facultades de su
titular, sino también a deberes. A esta naturaleza corresponden los siguientes caracteres
principales: inalienable (solo se adquiere y se pierde según los modos determinados por
el derecho); imprescriptible (su titularidad no puede perderse ni adquirirse mediante
prescripción); sometida al principio de legalidad.

c) Ámbito subjetivo de ejercicio: Al igual que toda potestad pública, la potestad


ejecutiva necesita, como presupuesto para su ejercicio, el previo establecimiento de la
relación autoridad-súbditos. El derecho canónico establece esas relaciones de sujeción
jerárquica utilizando diversos criterios objetivos: generalmente, el criterio territorial;
pero también, simultánea o alternativamente, criterios de carácter personal.

d) Ámbito objetivo y funciones: El ejercicio de la potestad ejecutiva tiene una


dimensión, sugerida por su nombre, de ejecución jurídica o aplicación inmediata del
derecho; además está vinculado, de manera especial, al desenvolvimiento de la función
administrativa. Le corresponde la dirección, coordinación y control de las actividades
públicas; la adopción de providencias y disposiciones mediante las que se atiende de
manera concreta a necesidades del bien público; la ordenación, promoción y ayuda (si
lo requiere el caso, suplencia) de las actividades eclesiales encomendadas a la
responsabilidad e iniciativa de los fieles. Se atribuyen a la potestad ejecutiva otras
actividades jurídicas que no corresponden propiamente a la función administrativa, sino
a las funciones legislativa y jurisdiccional: le compete la emisión de normas generales
de rango inferior a la ley, por las que se desarrollan las leyes y se determinan sus
modalidades de aplicación; y le compete dirimir ciertas controversias jurídicas mediante
la resolución de los recursos administrativos.

e) Notas sobre la tipología y el régimen jurídico de la potestad ejecutiva: Las


normas vigentes acerca de la potestad de gobierno distinguen:

Potestad ordinaria: es aquella que va aneja de propio derecho a un oficio eclesiástico (c.
131 § 1), se recibe al ser investido de ese oficio: puede ser propia o vicaria (c. 131 § 2).
Es propia la que se ejerce en nombre propio por el titular del oficio. Es vicaria la que se
ejerce en nombre ajeno, es decir, la que va aneja a un oficio que participa de la potestad
del oficio capital.
Potestad delegada: es la que se otorga a la persona, no a través del oficio (c. 131 § 1); se
recibe por un acto especial del titular de la potestad propia o vicaria y se rige por las
condiciones del acto de delegación (c. 133).
Mientras que la delegación, cuando se trata de la potestad legislativa o de la judicial,
está muy restringida por el derecho (cfr. cc. 135 §§ 2-3), su uso en el ámbito de la
potestad ejecutiva es muy frecuente, y se dedican varios cánones a su regulación. En la
línea de la potestad delegada existen dos figuras en las que la delegación se vincula
especialmente a los titulares de ciertos oficios: el mandato especial, las facultades
habituales, que se rigen por las normas de la potestad delegada (c. 132 § 1). Es de
interés tener presente que el c. 129 prevé la posibilidad de que los fieles laicos cooperen
en el ejercicio de la potestad de gobierno a tenor del derecho.

4. La Administración pública eclesiástica

«Administración pública eclesiástica» , o simplemente «Administración eclesiástica»,


es la denominación que se utiliza habitualmente para designar al conjunto de los sujetos
que ejercen la potestad ejecutiva o colaboran en ese ejercicio.

a) Noción y composición: la Administración eclesiástica, en sentido estricto, está


formada por los oficios personales y colegiales que ostentan en la Iglesia potestad
ejecutiva ordinaria propia y por aquellos otros cuyas competencias jurídicas suponen de
manera principal una participación vicaria en la potestad ejecutiva. A ellos se añade la
organización puesta al servicio habitual del ejercicio de la potestad ejecutiva, que forma
parte de la Administración eclesiástica entendida en sentido amplio.

Una presentación esquemática mostraría la siguiente composición:


Ámbito de la Iglesia universal: ostentan la potestad ejecutiva suprema el Papa (c. 331) y
el Colegio episcopal (c. 336). Colaboran de distintas maneras en el gobierno de la
Iglesia diversas personas (Cardenales, Legados pontificios) e instituciones (organismos
estables de colaboración integrados en la Curia romana: los dicasterios de la Curia
romana que no son tribunales ejercen vicariamente la potestad ejecutiva).
Ámbito de la Iglesia particular (paradigma: la diócesis): la potestad ejecutiva radica en
el Obispo diocesano. Colaboran con él diversas personas e instituciones integradas en la
curia diocesana. El Obispo diocesano puede ejercer la potestad ejecutiva personalmente
o por medio de sus vicarios: vicario general (potestad ejecutiva ordinaria con
competencia general) y vicarios episcopales (potestad ejecutiva ordinaria con
competencias limitadas a una circunscripción, un tipo de asuntos o un grupo de
personas). Puede actuar como órgano administrativo en la Iglesia particular el arcipreste
o vicario foráneo.
Tanto para la Iglesia universal como para la Iglesia particular existen diversos
organismos que colaboran en la función de gobierno mediante su actividad consultiva
(fundamentalmente los sínodos y consejos).
Ámbito supradiocesano: existen algunas instituciones que pueden actuar como
autoridades ejecutivas en el ámbito de su competencia: los concilios particulares y la
Conferencia episcopal. También el oficio de Metropolitano, aunque no está constituido
para ejercer una potestad de gobierno general sobre las diócesis sufragáneas, posee
algunas competencias de gobierno ejecutivas.

b) Principios organizativos fundamentales:

1º. Unidad de potestad en los oficios capitales: por institución divina, éstos concentran
las tres dimensiones de la potestad de gobierno.
2º. Inalienabilidad de la potestad radicada en los oficios capitales: no es posible
transferir en exclusiva ninguna faceta de la potestad a oficios subordinados, de tal modo
que el oficio capital la pierda.
3º. Posibilidad de transferencia y participación de la potestad de los oficios capitales por
otros oficios y personas. Los cauces principales son la vicariedad y la delegación
(desconcentración).
4.º) Descentralización y autonomía de la potestad en las Iglesias particulares: Se habla
de centralización y descentralización cuando se considera la relación de distribución de
competencias entre los órganos centrales y los que gobiernan en otros ámbitos o niveles
de una organización administrativa. La descentralización es peculiar (los obispos
diocesanos no gobiernan como vicarios del Papa, sino como vicarios de Cristo).
5º. Subsidiariedad: es una consecuencia del principio anterior, que aparecía subrayada
también en el 5º principio directivo para la reforma del Código.
6º. Comunión eclesial, en sus distintos aspectos y niveles: communio fidelium,
communio hierarchica y communio ecclesiarum.
IV. EL DERECHO ADMINISTRATIVO CANÓNICO

l. Concepto

«El derecho administrativo canónico es el derecho de la Administración pública y de la


función administrativa en la Iglesia» (LABANDEIRA). Es objeto propio del derecho
administrativo el régimen del conjunto de órganos que ejercen la potestad ejecutiva y de
los actos a los que da lugar el ejercicio de esa potestad. La definición se completa
indicando que el derecho administrativo regula también la función administrativa,
incluyendo todas las actividades de gestión pública.

2. Normas de derecho administrativo contenidas en el Código de Derecho


Canónico

l. Normas relativas a la transmisión de la potestad ejecutiva y a la organización


(estática) de su ejercicio: las normas sobre la organización de la Administración
eclesiástica.
2. Normas que regulan la actividad jurídica de la Administración eclesiástica.
Concretamente, las que se refieren a la actividad normativa de la Administración, a los
actos administrativos y a las actividades contractual y sancionadora de la
Administración.
3. Normas que regulan otras funciones públicas de gestión (ejemplo, la administración
de bienes) y de prestación de servicios eclesiales. En este último apartado se integran
también las normas administrativas relativas a las funciones de enseñar y santificar (en
aquellos aspectos que suponen derechos y deberes de los pastores y de los demás fieles
en sus relaciones con ocasión de la administración de los medios salvíficos).
4. Normas sobre los recursos administrativos y sobre el contencioso administrativo.

3. Caracteres

El derecho administrativo canónico es derecho público, puesto que regula la posición y


la actuación de personas constituidas en autoridad, en cuanto autoridades y la posición y
actuación de los demás fieles en su relación con esas autoridades y funciones.

Si se considera en cuanto derecho positivo, no constituye un cuerpo sistemáticamente


diferenciado del resto de las normas canónicas: está integrado por las normas del
Código que regulan la Administración pública y la función administrativa, y por una
serie de normas extracodiciales con el mismo objeto.

Constituye una rama autónoma del derecho canónico, en la medida en que se articula
como sistema unitario con unos principios, recursos técnicos y normas propios y
específicos.
LECCIÓN II: EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD Y LA ADMINISTRACIÓN
ECLESIÁSTICA

I. FUNCIÓN DE GOBIERNO EN LA IGLESIA Y LEGALIDAD

A. El sentido ministerial de la función de gobierno como ordenación esencial

1. La enseñanza del Concilio Vaticano II

La Const. LG afirma en su n. 24: «Aquella función que el Señor encomendó a los


pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que en las sagradas Escrituras es
llamado significativamente "diaconía", o sea ministerio (cfr. Act 1,17 y 25; 21,19; Rom
11,13; 1Tim 1,12)».
Cuando se afirma que la función de gobierno es servicio, se está indicando ante todo
que su misma existencia se explica y, consecuentemente, su ejercicio se justifica en
razón de aquello a lo que sirve; y ello por su propia naturaleza.
Ese servicio tiene una finalidad bien determinada : «Los ministros que poseen la
sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros
del Pueblo de Dios y tienen, por tanto, la verdadera dignidad de cristianos, aspirando al
mismo fin, en libertad y orden , lleguen a la salvación» (LG 18).

2. Consecuencias constitucionales del carácter esencialmente ordenado de la


función de gobierno

La afirmación de la naturaleza ministerial del gobierno eclesiástico es de rango


ontológico: pertenece al ser de la Iglesia y, por ello, contiene una dimensión jurídica (de
justicia) ineludible: «en este sentido, la función de gobierno representa una actividad
ordenada y delimitada, que encuentra en esa ordenación su razón de ser y su
justificación. Y ello en virtud de su origen divino, pues ese origen garantiza que se trata
de una función ex se esencialmente ordenada» (HERVADA).
El sentido ministerial de la función de gobierno plantea, ante todo, desde el punto de
vista jurídico, una exigencia radical de autotutela del ordenamiento canónico. La
naturaleza propia de la potestad en la Iglesia tiene directas consecuencias
constitucionales.
La doctrina conciliar, al poner de relieve con nueva fuerza ese dato ontológico, sitúa en
unas precisas coordenadas la relación entre la función de gobierno y la posición de los
fieles. De ahí derivan ciertos principios y exigencias de justicia. Estos, considerados
desde la condición del fiel, se traducen en deberes fundamentales, como los de
comunión y obediencia (cfr. cc. 209 y 212); y en una serie de derechos fundamentales,
que pueden sintetizarse en el «derecho al recto y adecuado ejercicio de la función
jerárquica»; o, si nos referimos directamente a la función de gobierno como uno de los
aspectos específicos de la función jerárquica, en el «derecho al recto y adecuado
desenvolvimiento de las actividades de la organización eclesiástica».

B. Traducción jurídica de la naturaleza ministerial del gobierno: del Concilio al


Código de Derecho Canónico

l. La naturaleza ministerial del gobierno como principio informador

Lograr la eficacia de la naturaleza ministerial del gobierno eclesiástico (LG 24), suponía
unos niveles sucesivos de formalización o concreción técnico-jurídica. Los trabajos de
reforma del CIC de 1917 son el inicio del plasmar esta doctrina magisterial en el
derecho canónico. Se da un reconocimiento explícito: el sentido ministerial de la
potestad es un principio informador del ordenamiento.

La labor de reforma se visibiliza en la descripción del CIC de 1983, que S. Juan Pablo II
hizo en la Constitución Apostólica Sacrae disciplinae leges: instrumento que se ajusta
perfectamente a la naturaleza de la Iglesia; el gran esfuerzo por traducir a lenguaje
canónico la doctrina eclesiológica conciliar; la imagen eclesial es modelo original de
referencia para el CIC, éste debe reflejar las directrices eclesiásticas; elementos
epifánicos de la verdadera y propia imagen de la Iglesia: Iglesia como Pueblo de Dios
(cf. LG 2) y autoridad jerárquica como servicio.

Como principio informador, la naturaleza ministerial del gobierno eclesiástico ha


impregnado eficazmente, en sus grandes líneas, la reforma postconciliar del derecho
canónico. El Código vigente refleja muchas de sus consecuencias con manifestaciones
variadas, apropiadas a los distintos campos y actividades de la función de gobierno.

2. Los principios directivos para la reforma del CIC: traducción de la naturaleza


ministerial del gobierno en el principio de legalidad.

a) Exclusión de la arbitrariedad.

La consecuencia jurídica primaria de ese carácter esencialmente ordenado de la potestad


eclesiástica es la exclusión de toda arbitrariedad en su ejercicio. Así lo recogieron los
principios directivos 6.º y 7.º para la reforma del CIC.
En el sentido técnico: la arbitrariedad es ausencia de regulación jurídica del ejercicio de
la potestad y no sólo ejercicio abusivo del poder (lo primero facilita que pueda darse lo
segundo, pero no lo implica necesariamente).
La traducción técnica más inmediata de esa exigencia es el llamado principio de
legalidad, que aparece como una respuesta técnica adecuada a exigencias de justicia
radical y genuinamente eclesiales. El principio de legalidad está al servicio de los fieles,
pero también al servicio de los pastores, en la medida en que tiende a garantizar y a
facilitarles la fidelidad a su misión propia en el ejercicio del gobierno. El principio de
legalidad es un instrumento que sirve objetivamente a la misión que corresponde a la
función de gobierno en la edificación del Pueblo de Dios.

b) Legalidad y justicia: algunas precisiones.

Sabiendo que toda la actividad de la Iglesia, así como el ejercicio de aquella potestad
que recibió del Señor, es un servicio, del cual se debe excluir toda arbitrariedad,
podemos decir que el principio de legalidad es un instrumento al servicio de la
justicia, por lo tanto, la legalidad no es un valor absoluto, sino relativo a la justicia. Por
ejemplo, puede que haya leyes injustas que se apliquen conforme a derecho
(legalmente), y se cometa una injusticia; o bien, que al aplicarse automáticamente una
ley, se produzca un resultado contrario a la justicia. Esto sucede porque la ley humana,
al ser abstracta y general (según la definición tomasiana), no puede abarcar cada una de
las situaciones reales y concretas que se suscitarán en el futuro.
Por esta razón, el Derecho Canónico posee una racionalidad que se expresa en la
flexibilidad al momento de crear leyes y de aplicarlas. Lo contrario a esta racionalidad
sería el legalismo, que no busca la justicia ni el fin de la Iglesia, que es la salvación de
las almas. Por ello, en el momento de aplicar la ley, la Iglesia recurre a la equidad
canónica, a la tolerancia, a la disimulación, y para favorecer casos particulares emplea
las concesiones como privilegios o dispensas, porque la salus animarum consiste en la
salvación de cada una de las almas.
Por último, lo que motiva el principio de legalidad en la Iglesia, no es una tensión o
desconfianza hacia quienes gobiernan, sino un sentido de comunión y servicio que,
mediante manifestaciones jurídicas expresa la naturaleza de la función de gobierno en la
Iglesia.

3. Establecimiento en el nivel constitucional de los presupuestos necesarios para la


aplicación del principio de legalidad.

La concreción del principio de legalidad resulta necesariamente compleja y articulada.


En los citados principios directivos 6º y 7º de reforma del código, se solicitaban dos
delimitaciones explícitas del ejercicio de la potestad en la Iglesia, que tienen el carácter
de presupuestos para la aplicación del principio de legalidad:

a) El reconocimiento de los derechos de los fieles hunde sus raíces en el derecho


divino. Su proclamación y tutela jurídica (cfr. cc. 204 ss.) conecta con la necesidad de
salvaguarda de la identidad divina de la Iglesia (LG 18). Existe una estrecha relación
entre la tutela jurídica de los derechos en la Iglesia (7 º principio directivo) y la
naturaleza ministerial del gobierno eclesiástico. Los derechos fundamentales son
reflejos primarios para que cada fiel, dentro de la comunión eclesial, se encamine
personalmente al fin sobrenatural y contribuya al fin de la Iglesia de manera libre y
responsable. La tutela jurídica de los derechos en la Iglesia es una cuestión propia de
todo el Pueblo de Dios y forma parte del bien común eclesial.

b) La tripartición de funciones y la distinción de órganos de la potestad eclesiástica


son recursos técnicos para ordenar y garantizar el ejercicio del poder de gobierno, que
pueden aplicarse en la Iglesia sin contradecir el principio de derecho divino de la unidad
de potestad. Pero su naturaleza es instrumental: su formulación obedece a la utilidad de
la distinción de potestades para la aplicación práctica del principio de legalidad y de la
tutela jurídica de los derechos. Esa relación instrumental se advierte en el hecho de que
el c. 135, después de hacer la distinción, establece la sumisión al derecho del ejercicio
de la potestad legislativa, judicial y ejecutiva. El principio de legalidad posee una
especial relevancia práctica en el ámbito propio de la función administrativa;
concretamente en el ejercicio de la potestad ejecutiva, por la incidencia inmediata de sus
actos sobre las situaciones jurídicas de los fieles.

II. EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD EN EL DERECHO ADMINISTRATIVO


CANÓNICO

A. Formulación, alcance y articulación técnica

El principio de legalidad, en el ámbito del derecho administrativo canónico, puede


formularse sencillamente como la sumisión de la Administración eclesiástica a la ley. El
sentido más directo de la legalidad en la Iglesia, obviamente, es el que resulta de la
contraposición, ya estudiada, entre legalidad y arbitrariedad. Si se llama arbitrario,
técnicamente, al poder que no está sometido a límites jurídicos, resulta claro que la
potestad en la Iglesia no es arbitraria. La legalidad administrativa supone el ejercicio de
la potestad de la Administración eclesiástica dentro de sus límites propios y siguiendo
las normas legítimamente establecidas. Concretamente:
a) Debe ejercerse dentro del ámbito de actuación delimitado por la naturaleza y fines
propios de la Iglesia, es decir, persiguiendo exclusivamente los fines propios de la
misión de la Iglesia.
b) En ese ámbito, debe ejercerse respetando las competencias exclusivas de los órganos
legislativos y judiciales, que hacen que la Administración sea absolutamente
incompetente en esas materias.
c) Dentro de su propia esfera de competencias, ha de actuar respetando los derechos
fundamentales de los fieles y la legítima autonomía de las entidades inferiores.
d) Además, puesto que el derecho le encomienda unos fines propios y le asigna unos
medios determinados para ello, la Administración está obligada a ejercer cada una de
las potestades reconocidas o concedidas con arreglo a derecho.

l. Vinculación de la Administración a la legalidad

a) La legalidad como vinculación meramente negativa: la actividad de la


Administración es legítima cuando resulta compatible con la ley, cuando no la
contradice. La ley se concibe aquí como mero límite exterior de la actuación
administrativa, que se rige por el principio de presunción de libertad.

b) La legalidad como vinculación positiva: la actividad de la Administración es


legítima si está en conformidad con las normas jurídicas: solo sería legítima la actuación
autorizada positivamente por la ley. La exigencia de esta autorización es inexcusable, de
tal modo que, en las materias en que no se da, la Administración no puede actuar. La ley
se concibe aquí como condición de la actuación administrativa, que tiene por función
ejecutar lo dispuesto en ella.

Ninguna de estas dos versiones extremas del principio de legalidad es aceptable en la


Iglesia. Una comprensión adecuada de la legalidad administrativa debe combinar
equilibradamente aspectos de vinculación positiva y de vinculación negativa; la
seguridad jurídica y la eficacia de la Administración; la necesidad de apoderamiento y
la imprescindible discrecionalidad.

2. Predeterminación de la actividad administrativa por la ley

La característica eficacia inmediata de la actividad administrativa hace especialmente


necesario rodearla de garantías que impidan que su desarrollo se produzca con
menoscabo de la seguridad jurídica. Es preciso determinar el campo en que puede
desarrollarse legítimamente la actividad administrativa, habilitando así a la
Administración para actuar en el ordenamiento exclusivamente con los poderes que la
ley le atribuye. Esta habilitación, que es la primera condición de legitimidad de la
actividad administrativa, presenta en la Iglesia contornos específicos. No se identifican
jerarquía eclesiástica y Administración, sino que la jerarquía se constituye en
Administración exclusivamente en la medida en que administra.

La distinción de poderes permite que la ley determine las atribuciones y competencias


de la potestad ejecutiva, ordenando su ejercicio. Esto es equivalente a una habilitación
general de la Administración. La ley habilita a la Administración eclesiástica
predeterminando y delimitando la esfera de actuación de la potestad ejecutiva. La
Administración no determina los límites de su propia actividad: están predeterminados
por la ley y debe sujetarse a ellos. La ley habilita a la Administración no a la jerarquía
eclesiástica ( que por naturaleza tiene radicalmente toda la potestad).
Además de la habilitación general, en el CIC aparecen diversas normas que contienen
cláusulas genéricas de apoderamiento, que no siempre otorgan potestad: en el caso de
los oficios capitales (apoderamiento impropio) se trata de reconocimiento o declaración
de la potestad que por derecho divino poseen; expresan verdaderos y propios
apoderamientos las cláusulas que se refieren a otros oficios subordinados, que
participan de la potestad ejecutiva a tenor del derecho (vicario general).
Hay también apoderamientos específicos, que habilitan a la Administración para una
actuación concreta. Cuando son de apoderamiento impropio, tienen, en ocasiones, la
función de reservar una actuación a una autoridad ejecutiva con exclusión de otras (cfr.
c. 134 § 3). Además, cumplen siempre una función determinativa, ya que concretan
aspectos de aquella distribución que asigna unas actuaciones a la potestad ejecutiva y le
sustrae otras. Las cláusulas específicas de apoderamiento, tanto propias como
impropias, cumplen también la función de indicar espacios de actuación legítima de la
Administración. Se favorece la certeza jurídica en el ejercicio de la potestad .

B. Legalidad y discrecionalidad

Que la actividad administrativa está predeterminada por el derecho, no significa que la


Administración se limite a ejecutar o aplicar automáticamente lo dispuesto por la ley. Es
necesario que la Administración goce, en el marco del derecho, de un cierto margen de
libertad de decisión y actuación para elegir los medios y modos más oportunos de
alcanzar en el caso concreto los fines que tiene encomendados.
Se llama discrecionalidad al margen de libertad que la ley otorga a la Administración
para elegir los medios más adecuados aquí y ahora para procurar el bien público que se
le confía. Conviene no confundir discrecionalidad con pastoralidad. Las potestades
discrecionales conceden a la Administración la facultad de optar entre varias
posibilidades legítimas, según criterios de oportunidad, utilidad, conveniencia, etc.

Tanto la actividad reglada como la discrecional, son jurídicas (canónicas y pastorales).


La actividad discrecional no es arbitraria: está enmarcada en el derecho y sujeta a él. La
sujeción al derecho se concreta de manera inmediata en la sumisión a las normas
jurídicas que regulan cada actuación, de tal modo que la autoridad administrativa:
a) Nunca puede actuar contraviniéndolas.
b) Debe actuar siempre con arreglo a derecho; pero esto lo hace de dos maneras:
1º. Ejerciendo sus potestades regladas según las normas que las regulan.
2º. Ejerciendo sus potestades discrecionales dentro de sus justos límites.

1. La discrecionalidad en el CIC

En el CIC, no se usan nunca ni el sustantivo discrecionalidad, ni el adjetivo


discrecional. Los supuestos de discrecionalidad aparecen indicados de formas muy
variadas: cuando se dejan decisiones al «arbitrio» o al «prudente arbitrio» de la
autoridad (cfr. cc. 554 § 3, 563, etc.); cuando se establece que la autoridad puede
proveer «libremente» (cfr. cc. 165, 477 § l, etc.); o cuando se utiliza el verbo «poder»
referido a alguna actuación de la autoridad (cfr. cc. 193 §3, 1739,etc.). Otras veces se da
la facultad de valorar si las circunstancias justifican una actuación, juzgando si es
«conveniente» (cfr. cc. 301 § 2, 1118 § 2), «útil» (cfr. cc. 439 § 1, 775 § 2, etc.),
«oportuna» (cfr. 234 § 1, 1739, etc.); o si lo aconsejan las circunstancias, la utilidad o la
necesidad (cfr. cc. 269, 270, 766, etc.).

2. Ejercicio y control de las potestades discrecionales

La valoración y la decisión acerca de los aspectos propiamente discrecionales de una


actuación están atribuidas en exclusiva a la Administración; los jueces no están
facultados para juzgar sobre la oportunidad o conveniencia de los actos de la
Administración. En todo caso, la actuación discrecional ha de ser legítima, lo que
equivale a respetar todos los elementos reglados que la condicionan.

a) Distinción de elementos discrecionales y reglados

No existen potestades absolutamente discrecionales, sino potestades que, sobre la base


de ciertos elementos reglados, prevén uno o más aspectos discrecionales. Lo decisivo
para la legalidad administrativa es determinar la medida de discrecionalidad que se da
en cada caso, distinguiendo los elementos discrecionales de los reglados.
Por amplio que sea el margen de discrecionalidad, siempre habrá, al menos, dos
elementos reglados, que garantizan un ejercicio de la potestad discrecional con arreglo a
derecho: la competencia para actuar en cada supuesto y el fin que el ordenamiento prevé
para el acto que se pretende realizar.

b) Discrecionalidad y conceptos jurídicos indeterminados

Con frecuencia, las normas delimitan de manera precisa el supuesto que justifica la
actuación administrativa; pero otras veces lo enuncian de manera imprecisa, usando
conceptos indeterminados, que es necesario interpretar. No siempre que aparece un
concepto jurídico indeterminado nos hallamos ante una potestad discrecional. Los
conceptos jurídicos indeterminados no permiten elegir (esto es discrecionalidad), sino
que hacen necesario juzgar o interpretar si se verifican o no en el caso.
El tribunal administrativo no puede entrar a valorar el contenido de una decisión
discrecional legítima de la Administración; pero sí puede juzgar si se dieron
efectivamente en el caso los presupuestos de hecho que condicionaban la legitimidad de
la actuación, y que la ley enunciaba de manera indeterminada.

c) El fin como límite de la discrecionalidad

La actuación administrativa debe perseguir el fin que aparezca explícitamente indicado


en las normas, cuando es el caso; determinándolo mediante la interpretación si está
enunciado de modo impreciso. Y aunque las normas no hagan referencia alguna al fin,
también entonces ha de entenderse que la potestad que confieren está implícitamente
ordenada al concreto fin.
No basta, en ningún caso, invocar genéricamente el bien público o el bien común para
que quede legitimada cualquier actuación discrecional; más bien es necesario delimitar
primero la necesidad existente, el interés público en juego, para estudiar después el tipo
de actuación más idóneo. Cuando el fin perseguido por la Administración en una
actuación concreta es divergente del fin previsto por el ordenamiento, se incurre en el
vicio de desviación de poder, que provoca la ilegitimidad de la actuación.
d) Discrecionalidad y equidad

La Admón. actúa persiguiendo el interés general. Esto requiere, a veces, sacrificar, total
o parcialmente, intereses particulares lícitos de los fieles, cuando su satisfacción resulte
incompatible con el interés general. Este principio elemental de la vida social no debe
llevar a pensar que se dé una exclusión radical de todo interés particular legítimo en la
Iglesia.
El derecho administrativo canónico regula ciertos actos jurídicos de la autoridad que se
ordenan inmediatamente a satisfacer algún interés particular en armonía y coordinación
con el interés general: concesiones de dispensas, privilegios y otras gracias.
La Admón. debe procurar no afectar innecesariamente a los derechos, intereses y
legítimas expectativas de los fieles. Cuando el interés general exija adoptar medidas que
puedan afectar negativamente a algún fiel, debe procurar salvaguardar en la mayor
medida posible los intereses particulares. En este aspecto interviene la equidad, como
limite interno de la actividad discrecional. El juego de la equidad lleva a aplicar las
normas buscando la justicia del caso concreto: viendo sus circunstancias particulares.

e) Buen gobierno y ejercicio de la discrecionalidad

El verbo clave en materia de discrecionalidad es “ponderar”. La autoridad debe


ponderar las circunstancias del caso y la adecuación de la medida que se dispone a
adoptar. Esto supondrá valorar las cosas sirviéndose también de criterios no
estrictamente jurídicos: dogmáticos; morales; técnicos; sociológicos; directrices o
exhortaciones pastorales; etc.
Decidir con arreglo a criterios de oportunidad no equivale a elegir al azar, caprichosa o
inmotivadamente. Debe tenerse siempre presente la ordenación esencial de la potestad
eclesiástica como verdadero servicio. El «buen gobierno» es el criterio que debe inspirar
el ejercicio de la discrecionalidad.

C. Elementos principales de la regulación jurídica de la actividad de la


Administración en el CIC

1. Distinción entre normas y actos singulares y regulación de la actividad


normativa de la Administración

El sometimiento de la actividad administrativa a la legalidad pasa por clarificar el


ejercicio de la actividad normativa de la Administración, excluyendo de su competencia
la emisión de leyes y estableciendo que las normas generales dadas en virtud de la
potestad ejecutiva no pueden contradecir válidamente lo dispuesto en las normas de
rango superior (principio de jerarquía normativa).
En el Código y en la legislación posterior se ha procedido a la distinción, formal y
conceptual, entre normas generales y actos singulares de la Administración; y se hizo
una regulación más detallada de la actividad normativa, cuyos aspectos principales son:
a) Distinción entre normas con rango de ley y normas administrativas, y delimitación de
la capacidad normativa de la potestad ejecutiva (cc. 29-31).
b) Establecimiento de las condiciones en que la Administración puede recibir, por
delegación del legislador, la potestad de dar normas con rango de ley (c. 30).
e) Declaración de que las normas ejecutivas no derogan las leyes (c. 33 § 1).
d) El Regolamento Generale della Curia Romana regula con mayor precisión la
actividad normativa de los dicasterios (art. 125), y determina los casos en los que el
Romano Pontífice asume como propios los actos jurídicos de la Curia mediante su
aprobación en forma específica (art. 126).

2. La categoría formal de los actos administrativos singulares

El Código de 1983 ha acogido también la categoría técnica de «acto administrativo


singular». De ese modo se instaura una regulación más clara y rigurosa del ejercicio de
la potestad por parte de la Administración eclesiástica, que favorece en mayor medida la
certeza y la seguridad jurídica.

3. Regulación del procedimiento administrativo

Una regulación adecuada del procedimiento para la formación de los actos


administrativos facilita la correcta toma de decisiones por parte de la autoridad y tiende
a garantizar un buen gobierno.
En el Código, la regulación del procedimiento administrativo es incompleta y presenta
aspectos técnicamente mejorables. Se han fijado algunas normas de procedimiento
especialmente importantes:
a) La audiencia de los interesados en el procedimiento de formación del acto adm.
b) La introducción de la disciplina del silencio administrativo.
c) La formalización de los actos, que exige como norma general la forma escrita y la
expresión de los motivos de las decisiones.
d) Los «controles» que se establecen. El «control de tutela» busca asegurar la legalidad
de los actos y su adecuación al sector del bien público que se encuentra en juego en
cada caso: la exigencia de autorizaciones, licencias, facultades, revisiones,
aprobaciones, etc., por parte de la autoridad superior; la función consultiva (obligación
de solicitar el dictamen y/o el consentimiento, de determinadas personas u órganos, para
la validez de ciertos actos).

4. La impugnación de los actos administrativos en vía administrativa

Se ha establecido el «recurso jerárquico» como sistema ordinario para la revisión en vía


administrativa de los actos de la Administración. Su objetivo es proclamar y tutelar los
derechos subjetivos en la Iglesia, de tal modo que se desvanezca toda sospecha de
arbitrariedad en la administración eclesiástica.

5. El contencioso-administrativo

El sistema de impugnación de los actos administrativos se completa con el «recurso


contencioso-administrativo», que ya no se interpone en vía jerárquica, sino ante un
tribunal especial.

6. Responsabilidad de la Administración eclesiástica

El canon 57 § 3 declara formal y explícitamente que la Administración eclesiástica es


responsable de los daños causados ilegítimamente por sus actos jurídicos, así como de
los ocasionados por otros actos realizados con dolo o culpa.
El resarcimiento de daños puede ser cauce para urgir la adopción de decisiones que
contrarresten las consecuencias del ejercicio inadecuado de la función de gobierno en el
ámbito administrativo.
LECCIÓN III: ACTIVIDAD NORMATIVA DE LA ADMINISTRACIÓN
ECLESIÁSTICA

I . TIPIFICACIÓN DE LA NORMA ADMINISTRATIVA

1. Conveniencia de tipificar la actividad jurídica de la Administración

Resulta necesario calificar jurídicamente las distintas actuaciones de la autoridad


administrativa con el fin de verificar su legitimidad y conocer su alcance jurídico. Ha de
tomarse en consideración la conocida y fundamental división de los actos realizados por
la Administración en actos administrativos y normas administrativas.
La cuestión no es meramente académica; tiene una gran relevancia a la hora de
determinar la oportunidad de que se habilite a la autoridad administrativa para realizar
determinadas intervenciones jurídicas; y a la hora de establecer la legitimidad de una
actuación, su procedimiento y cauce formal y el rango jurídico de los actos producidos
por la Administración.
Al realizar esa clasificación, hay que procurar que en lo posible responda a las
siguientes exigencias: a) que tenga raigambre en la ciencia canónica; b) que sea útil, que
sirva para indicar quiénes son los legítimos autores de cada tipo de acto y cuál es su
eficacia y rango jurídico; c) que esté en armonía con la tipificación legal establecida.

2. Criterios de distinción entre actos administrativos y normas administrativas

Una manera posible y sencilla de distinguir los actos administrativos de las normas
administrativas, sobre la base de la regulación del CIC 1983, es fijarse en los criterios
de la singularidad o generalidad y concreción o abstracción de las disposiciones de la
autoridad ejecutiva.
Comprenderemos dentro de la categoría del llamado «acto administrativo singular»
todos los actos dirigidos a un destinatario concreto y todos los dados para un caso o para
un tiempo determinados (aunque afecten a todos los miembros de la comunidad).
Llamaremos «norma administrativa» a la que emite la autoridad ejecutiva, dirigida a
toda la comunidad, para regular situaciones consideradas abstractamente.

II. INTERVENCIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN EN LA FUNCIÓN


LEGISLATIVA

l. La función legislativa

a) Su especial importancia: La función legislativa se manifiesta en la creación de


leyes, que son normas escritas generales y abstractas dadas por el legislador. Las leyes
determinan a priori en gran medida la eficacia jurídica del actuar humano en la
sociedad, pues pueden establecer requisitos para la validez de un determinado tipo de
acto, o pueden también atribuir efectos jurídicos precisos a ciertas actuaciones. Esta
eficacia de la ley se nota especialmente en los actos de gobierno, ya que, por una parte,
suelen estar regulados con más detalle en cuanto a la competencia, el procedimiento y la
forma; y, por otra, en no pocas ocasiones han de ejecutar lo que la ley establece.

b) Autoridades con potestad legislativa: se suele reconocer a la función de dar leyes


un papel primordial, dentro de las funciones de gobierno. En la Iglesia, la actividad
legislativa en sentido estricto quede reservada a aquellas autoridades que gobiernan con
potestad ordinaria propia: los órganos vicarios pueden tener potestad ejecutiva o
judicial, pero carecen de la potestad de dar leyes.

c) La promulgación de las normas: en cuanto a la forma, es esencial que la ley esté


promulgada. El CIC, recogiendo un dictum de Graciano, recuerda que la ley se instituye
cuando se promulga (c. 7). Con esto, se quiere decir que la ley comienza a existir
cuando el texto escrito queda fijado y es publicado oficialmente con el fin de que entre
en vigor, de manera que todos sus destinatarios puedan conocer el texto legal. Hay que
advertir que en el derecho canónico el modo de promulgación es muy libre (c. 8).

2. Cooperación de la Administración en la función legislativa

a) Conveniencia de la participación de la Administración en la actividad


normativa

Por lo que se refiere a la función legislativa, se ve la necesidad de que también las


autoridades ejecutivas puedan dar algunas normas generales. La cercanía de la
Administración con los problemas reales aconseja que sea ésta la que determine más
precisamente algunas disposiciones que en la ley quedan formuladas de manera
demasiado genérica.
Para administrar correctamente, para ejecutar las exigencias de una ley, a veces es
necesario dar normas generales; conviene, por ejemplo, que la Administración dé una
directiva (instrucción) a todas las autoridades ejecutivas para aclarar y uniformar el
modo de ejecutar una determinada ley; o puede ser necesario que la autoridad
administrativa concrete a los destinatarios de la ley el modo de cumplirla (decreto
general ejecutorio). El otorgamiento de algunas prerrogativas normativas a la
Administración (habilitación) no obedece a una decisión arbitraria, sino a una necesidad
del buen gobierno .

b) Las normas administrativas

La posibilidad de que la Administración dé ciertas normas generales no implica que


tenga un poder ilimitado de hacerlo. La actividad normativa de la Administración ha de
estar sometida también al principio de legalidad. Una norma administrativa necesita una
ley anterior que la justifique y nunca puede ser contraria a una ley, bajo pena de
nulidad.
Llamamos normas administrativas a las reglas generales infra legem dadas por las
autoridades ejecutivas. Pueden ser ejecutorias, tienen como finalidad aplicar una
determinada ley (los decretos generales ejecutorios y las instrucciones), o
independientes, porque no desarrollan algo establecido en una ley anterior, sino que
regulan espacios no legislados, pero dentro de los límites fijados por la ley (estatutos y
reglamentos).

III. LA POTESTAD LEGISLATIVA DELEGADA A LA ADMINISTRACIÓN

1. La delegación de la potestad legislativa

La potestad legislativa en la Iglesia está reservada a las autoridades que gozan de


potestad propia dentro del ámbito de su jurisdicción. No existen actualmente en el
ordenamiento jurídico de la Iglesia órganos vicarios con potestad ordinaria legislativa.
El c. 135 § 2 establece que la potestad legislativa que tiene el legislador inferior a la
autoridad suprema no puede delegarse válidamente, a no ser que el derecho disponga
explícitamente otra cosa. Es fácil comprender que la autoridad suprema (en la práctica,
el Papa) pueda delegar su potestad legislativa, no solo porque resultaría difícil justificar
que el Romano Pontífice se impusiese a sí mismo el límite de no poder delegar en ese
ámbito, sino también porque en la práctica puede resultar aconsejable transmitir a otros
sujetos la potestad de legislar sobre una determinada materia.

2. La delegación de la potestad legislativa a las autoridades ejecutivas

a) Naturaleza de los decretos legislativos

El c. 30, haciendo referencia al c. 29, dispone que quien goza solamente de potestad
ejecutiva puede dar un «decreto general» con fuerza de ley en los casos particulares en
que le haya sido concedido expresamente por el legislador competente (normalmente
será solo la autoridad suprema), respetando las condiciones establecidas en el acto de
concesión. LABANDEIRA entre otros suele referirse a este tipo de normas con el nombre
de «decretos legislativos».
Los decretos legislativos se caracterizan por ser normas generales dadas por la autoridad
ejecutiva en virtud de una delegación de la potestad legislativa, que tienen el mismo
rango de la ley: los decretos legislativos pueden dar normas nuevas, independientes de
otras leyes, o sea, pueden crear nuevas obligaciones o atribuir nuevos derechos,
establecer nuevas normas de conducta. Los decretos legislativos, puesto que tienen
rango de ley, pueden contener disposiciones contrarias a leyes anteriores, derogándolas
(con tal que esto pertenezca al ámbito de competencia de la potestad recibida por
delegación: cfr c. 131 § 1). Los decretos legislativos «son propiamente leyes y se rigen
por las disposiciones de los cánones relativos a ellas» (c. 29).

b) Los decretos legislativos de la Curia romana

El caso más frecuente, en la práctica, de delegación de la potestad legislativa a una


autoridad administrativa (y el que más problemas plantea) es el de la delegación de la
potestad legislativa que el Papa puede hacer en favor de un dicasterio de la Curia
romana.
El art. 18 de la Const. Pastor Bonus dispone taxativamente que los dicasterios no
pueden dar leyes ni decretos generales con fuerza de ley (decretos legislativos), ni
derogar las prescripciones del derecho universal vigente, a no ser en casos particulares y
con la aprobación del Sumo Pontífice . El art. 125 § 2 del RGCR recoge la misma
disposición, concretando que para que pueda darse la excepción (de normas con fuerza
de ley procedentes de los dicasterios) se requiere la «específica aprobación» del
Romano Pontífice.
El RGCR ha dado un paso importante en orden a dejar constancia clara de la
legitimidad de un decreto legislativo dado por un dicasterio, al establecer expresamente
en su art. 126 § 4 que se deberá decir explícitamente en el decreto legislativo que el
Sumo Pontífice «in forma specifica approbavit».
IV. LAS DISTINTAS CATEGORÍAS DE NORMAS ADMINISTRATIVAS

1. Los decretos generales ejecutorios

a) Noción: El c. 31 § 1 ofrece una definición de decreto general ejecutorio, al establecer


que «quienes gozan de potestad ejecutiva, pueden dar, dentro de los límites de su propia
competencia, decretos generales ejecutorios, es decir, aquellos por los que se determina
más detalladamente el modo que ha de observarse en la ejecución de la ley, o se urge la
observancia de las leyes». Los elementos esenciales de esta especie de decreto son: a) el
autor es la autoridad que goza de potestad ejecutiva; b) es una norma, general y
abstracta; c) depende por completo de una ley precedente, a la que pretende dar
ejecución, y está por debajo de ella (infra legem y secundum legem); d) su contenido
consiste en el desarrollo de una ley precedente y su finalidad es la de hacer cumplir la
ley o determinar más detalladamente el modo de aplicarla.

b) Subordinación a la ley: Los decretos generales ejecutorios son normas subordinadas


a una ley precedente. Consecuencia de esta característica esencial es la regla establecida
en el c. 33 § 1: los decretos generales ejecutorios no pueden derogar nunca las leyes y
sus prescripciones que sean contrarias a las leyes no tienen valor alguno. Se puede
añadir que son también nulas las disposiciones praeter legem: aquellas que no tienen
una base en la ley, pues no serían normas de carácter ejecutorio sino regulaciones ex
novo, propias de las leyes o de los decretos legislativos. Las disposiciones contenidas en
un decreto general ejecutorio que sean nulas por ser contra o praeter legem no hacen
nulo el resto del decreto. Otra consecuencia de la subordinación a la ley es la norma
contenida en el c. 33 § 2, que establece que cesan los decretos cuando cesa la ley para
cuya ejecución fueron dados. Y también que estos decretos pierden su vigor por
revocación explícita o implícita hecha por la autoridad competente, pero no cesan al
concluir la potestad de quien los dictó, a no ser que se disponga otra cosa.

c) Autor: Afirma el c. 31 que pueden dar decretos generales ejecutorios quienes gozan
de potestad ejecutiva, dentro de los límites de su competencia. La posibilidad de dar
decretos generales ejecutorios forma parte de la potestad ordinaria ejecutiva de la que
gozan los órganos vicarios. Pueden dar este tipo de decretos los vicarios generales y los
vicarios episcopales, a no ser que medie alguna reserva (c. 479 §§ 1 y 2); también
pueden darlos los dicasterios de la Curia romana (RGCR, art. 125 § 1). La competencia
se define por los límites de la comunidad de fieles sobre la que se ha de ejercer la
potestad y por la materia de la que se trate. Si una autoridad con potestad legislativa
quisiera dar un decreto general ejecutorio (porque tiene también potestad ejecutiva), el
decreto tendrá como contenido y finalidad la ejecución de una ley anterior, pero el
rango formal será el de ley, es decir, será una ley de contenido ejecutorio, de manera
que es irrelevante en este caso decir que es un decreto general ejecutorio.

d) Forma de producción: Como toda norma estable dada para una comunidad, es
necesario que sean conocidos, es decir, que sean promulgados. El c. 31 § 2 afirma
expresamente que en lo que atañe a la promulgación de los decretos generales
ejecutorios habrá de seguirse la misma norma que el c. 8. También se aplica a los
decretos generales ejecutorios el criterio previsto para las leyes respecto a la
«vacación». Los decretos generales ejecutorios pueden ser promulgados bajo otro
nombre. En cuanto al procedimiento de producción, hay que señalar la norma del c.
480, relativa a la actuación del vicario general y del vicario episcopal, los cuales deben
informar al Obispo diocesano sobre los asuntos más importantes y nunca actuarán
contra la voluntad e intenciones del Obispo diocesano. Respecto a la producción de este
tipo de normas por parte de los dicasterios de la Curia romana, hay que estar a lo
establecido por la Const. Pastor Bonus (arts . 17 y 18) y por el RGCR (art. 131).

2. Las instrucciones

a) Noción: Mediante las instrucciones «se aclaran las prescripciones de las leyes, y se
desarrollan y determinan los modos en que ha de realizarse su ejecución». Se trata de
una norma interna de la Administración: norma dada para todos aquellos a quienes
compete cuidar de que se cumplan las leyes, que quedan obligados a ejecutar las leyes
del modo prescrito por la instrucción (c. 34). Puesto que las instrucciones no están
dirigidas a todos los destinatarios de la ley, no necesitan ser promulgadas: basta que
lleguen a conocimiento de los destinatarios obligados. Conviene aclarar que las
instrucciones pueden ser calificadas con todo rigor de normas, en el sentido de que son
generales y abstractas.

b) Carácter administrativo: El autor de las instrucciones es quien tiene potestad


ejecutiva, dentro de los límites de su competencia. Se tratará de una autoridad
administrativa que tenga oficios u organismos jerárquicamente subordinados con la
responsabilidad de ejecutar leyes. Es irrelevante que tal autoridad tenga además
potestad legislativa, pues con la instrucción no se da ninguna ley para toda la
comunidad. «Lo ordenado en las instrucciones no deroga las leyes , y carece de todo
valor lo que es incompatible con ellas» (c. 34 § 2). Es una manifestación más de que se
trata de una norma subordinada a la ley, infra legem; pero también es un efecto de la
naturaleza propia de las instrucciones. El modo de cesación de las instrucciones es
coherente con su naturaleza administrativa y dependiente de la ley: cesan mediante
revocación explícita o implícita de la autoridad competente que la emitió, o de su
superior, y al cesar la ley para cuya aclaración o ejecución fueron dadas (c. 34 § 3).

3. Las normas «independientes»

a) Los estatutos

El c. 94 da una definición de «estatutos» en sentido propio, con lo que admite el sentido


impropio. Son las normas que se establecen a tenor del derecho en las corporaciones o
en las fundaciones, por las que se determinan su fin, constitución, régimen y forma de
actuar». La definición se basa en el contenido de estas normas: son las que establecen el
derecho «constitucional» de un ente moral, de una universitas personarum o de una
universitas rerum, esté constituida en persona jurídica o no.
El c. 94 § 2 determina el ámbito de aplicación de estas normas: obligan solo a las
personas que son miembros de la corporación y a quienes se encargan del gobierno de la
fundación. Los estatutos en sentido propio son normas fundacionales de un ente y se
refieren solo a ese ente, de manera que no afectan directamente a terceros ajenos a la
corporación o fundación. Cabe denominarlas «normas» generales y abstractas, aunque
el grado de generalidad y abstracción es mucho menor que el de una ley dada.
La naturaleza -legislativa, administrativa o de autonomía privada- de los estatutos
dependerá de quién sea su autor. El c. 94 § 3 establece que «las prescripciones de los
estatutos que han sido establecidas y promulgadas en virtud de la potestad legislativa, se
rigen por las normas de los cánones acerca de las leyes» y serían leyes de contenido
estatutario. Los estatutos dados en virtud de la potestad ejecutiva son normas
administrativas, en este caso, los estatutos deberán estar, lógicamente, sometidos a la
ley.

b) Los reglamentos

El c. 95 contiene la noción de reglamento («ordo»): son las reglas relativas a la


constitución, régimen y procedimiento que han de observarse en las reuniones de
personas, tanto convocadas por la autoridad eclesiástica como libremente promovidas
por los fieles, así como también en las celebraciones. Los reglamentos obligan a quienes
toman parte en estas reuniones o celebraciones (c. 95 § 2). Los reglamentos son normas
que se definen por su objeto y no se refieren a la constitución de un ente, sino a la
constitución y procedimiento de una reunión de personas.
El c. 95 habla de reuniones tanto convocadas por la autoridad como por iniciativa de los
fieles: también habrá reglamentos que sean fruto de la autonomía privada y otros que
sean manifestación del poder normativo de la autoridad eclesiástica. Son normas
administrativas aquellos reglamentos que sean dados por la autoridad administrativa en
el ejercicio de sus funciones. En la mayoría de los casos, los reglamentos dictados por
una autoridad eclesiástica serán normas administrativas y, por tanto, infra legem.

V. CONTROL DE LEGALIDAD DE LA ACTIVIDAD NORMATIVA

1. La racionalidad de las normas

Desde el punto de vista jurídico lo que importa es que toda la actividad de gobierno sea
justa. En cuanto a la actividad normativa, lo que se pide es que ésta sea racional (que
sea una ordinatio rationis de la vida social para conseguir el bien común). La norma, por
tanto, ha de estar de acuerdo con la realidad de las cosas y no contradecir el derecho
divino (natural o positivo), ni ser contraria a la realidad social, ni ir contra el bien
común, pues, de lo contrario, la norma sería irracional y no sería en rigor norma, no
vincularía jurídicamente (con un vínculo de justicia).

2. La jerarquía normativa

En el ordenamiento canónico, se da una cierta jerarquía normativa, lo que favorece la


seguridad jurídica. Las normas administrativas son inferiores a las legislativas.
Concretamente, los decretos generales ejecutorios están por debajo de las leyes
jerarquía formal). Ahora bien , cuando el órgano vicario de un legislador da un decreto
general ejecutorio se sitúa, por así decir, en el nivel de ese legislador. En el derecho
canónico, a la hora de establecer la jerarquía normativa, prevalece el criterio subjetivo
(la autoridad con que se dan las normas) sobre el formal (LABANDEIRA).
Ante la falta de claridad formal en el momento de emitir las normas, habrá que
examinar, en primer lugar, quién es el autor y con qué potestad actúa (si con potestad
ejecutiva ordinaria, con potestad ordinaria propia legislativa o con potestad legislativa
delegada); y, en segundo lugar, cuál es el contenido (si corresponde a un acto singular o
a una norma, si se trata de una norma ejecutoria o de una regla ex novo, etc.).
3. Los recursos contra las normas administrativas

Para garantizar la legalidad de la actividad normativa de la Administración y hacer


eficaz la jerarquía normativa introducida, es necesario que se admita la posibilidad de
recurrir contra las normas dadas por las autoridades administrativas. Sin embargo, el
derecho administrativo canónico no está suficientemente desarrollado en este punto y no
está previsto el recurso contra las normas administrativas.
Tanto el recurso jerárquico del que habla el c. 1732 como el recurso contencioso-
administrativo del que se ocupa la Signatura Apostólica (c. 1445 § 2), se refieren a los
conflictos causados por los actos administrativos singulares, y no a las normas
administrativas; así es interpretado unánimemente por la doctrina y por la praxis. Hay
que afirmar, de todos modos, con LABANDEIRA, que, si bien no están previstos
expresamente los recursos contra las normas administrativas, éstos pueden tener lugar.
LECCIÓN IV: NOTAS SOBRE LAS ACTIVIDADES CONTRACTUAL y
SANCIONADORA DE LA ADMINISTRACION ECLESIÁSTICA

I. ACTIVIDAD CONTRACTUAL DE LA ADMINISTRACIÓN ECLESIÁSTICA

La celebración de pactos, convenciones o contratos ha funcionado corrientemente desde


antiguo como fuente de derechos y obligaciones en el ámbito canónico. En el Código de
Derecho Canónico, se mencionan diversas figuras que responden a la noción canónica
de contrato. La actividad contractual de la Administración eclesiástica forma parte de la
función administrativa.

1. Noción de contrato en derecho canónico

La noción de contrato se extiende, en nuestro ámbito, a todo acuerdo de voluntades con


eficacia jurídica (BLANCO). Se llama contrato al consentimiento de dos o más sujetos
sobre un mismo objeto, que vincula jurídicamente a las partes, dando lugar a derechos y
obligaciones entre ellas.
En este sentido son perfectamente sinónimos en derecho canónico los términos:
contrato, acuerdo, convenio, convención, pacto; y otros con los que pueda designarse
una realidad jurídica que presente esos rasgos sustanciales.
Se dice clásicamente que el contrato es la ley primaria por la que se rige la relación
jurídica entablada entre las partes.

2. Elementos esenciales del contrato

a) El consentimiento de las partes

Es el primer elemento y núcleo fundamental del contrato, da origen al vínculo jurídico


entre las partes. En cuanto a los sujetos (c. 124 § 1), además de las normas generales
sobre la capacidad necesaria para actuar en el ordenamiento canónico (cc. 96-123),
deberán tenerse en cuenta los específicos requisitos que pudieran exigirse para contratar
en determinados supuestos. Por lo que se refiere a la validez del consentimiento, son de
aplicación a los contratos canónicos las normas que regulan esa cuestión para los actos
jurídicos en general (cc. 125-127), además de las disposiciones específicas que pudieran
existir para algún tipo determinado de contratos.
El derecho canónico no impone una forma determinada, ni para los actos jurídicos en
general, ni en particular para los contratos. En nuestro ordenamiento «impera la libertad
de forma como regla general» (FORNÉS). Si las normas que sean de aplicación a un
específico tipo de contratos canónicos no establecen algún requisito formal (c. 124 § 1),
es suficiente para la validez (c. 10) que conste de manera inequívoca la voluntad de
obligarse, no viciada, de los contratantes y que se den los demás elementos esenciales
del contrato. La certeza y la seguridad jurídica aconsejan la forma escrita, de manera
que queden fijados con exactitud en un documento los términos de la relación
contractual.

b) El objeto

El objeto es aquello sobre lo que las partes consienten, la materia del acuerdo, que en
nuestro caso será siempre algo relacionado con la vida y la misión de la Iglesia. Los
requisitos esenciales que ha de reunir el objeto contractual se han sintetizado
tradicionalmente en la teoría general diciendo que ha de ser posible, lícito y
determinado.

c) La causa

La causa es el fin que las partes se proponen al contratar y, a la vez, la razón por la que
el derecho canónico reconoce la juridicidad del tipo de obligaciones asumidas en virtud
de ese contrato.
La causa «adquiere todo su sentido cuando se reconduce a los otros dos elementos del
contrato: el consentimiento de las partes y el objeto. La "causa" se manifiesta en el
consentimiento como finalidad que mueve a cada una de las partes a contratar. Y se
manifiesta en el objeto en cuanto que es conforme con la ley, la moral y el orden
público» (BLANCO).

3. Peculiaridades de los contratos de la Administración eclesiástica

La actividad contractual de la Administración eclesiástica se presenta con


manifestaciones variadas, que podrían sintetizarse distinguiendo:
a) Contratos, generalmente de contenido patrimonial, en los que la Administración
actúa al modo de los particulares. Se relacionan solo indirecta o mediatamente con el fin
de la Iglesia.
b) Contratos cuyo contenido patrimonial aparece con una concreta y directa vinculación
a un determinado fin de piedad o de caridad que se pretende principalmente (pías
voluntades y fundaciones pías). Se trata de contratos que persiguen fines netamente
eclesiales, aunque no siempre tienden a satisfacer de manera directa e inmediata las
necesidades públicas.
c) Contratos, de contenido fundamentalmente no patrimonial, que sirven de cauce a la
obtención de fines públicos encomendados a la Administración. En estos aparece de
manera más caracterizada la actividad contractual como manifestación de la función
administrativa. Principales peculiaridades:
1º. Presencia explícita de los fines institucionales.
2º. Puede apreciarse en ellos un característico entrelazamiento entre contrato e
institución.
3º. Su marcado carácter público, que condiciona la autonomía contractual.

4. Algunos supuestos contractuales de uso frecuente

a) Agregación de clérigos

El c. 271 prevé que un clérigo de una Iglesia particular se traslade por un tiempo
determinado a desempeñar su ministerio sagrado en otra, sin dejar de estar incardinado
en su diócesis de origen. Para estos supuestos de agregación, el mismo canon dispone
que se alcance un acuerdo escrito entre el Obispo propio y el de la diócesis a la que el
sacerdote se traslada, en el que se determinen los derechos y obligaciones.

b) Dedicación de clérigos a actividades supradiocesanas o interdiocesanas

El c. 271 incluye también los supuestos de clérigos llamados a trabajar en organismos o


instituciones supradiocesanos (Conferencia episcopal, Curia romana), en universidades
católicas o eclesiásticas, etc.
c) Envío de personal misionero

Las normas de la Instr. Postquam Apostoli, publicada por la Congregación para el clero
el 25.III. 1980 señalan que se harán contratos similares a los de agregación, con las
debidas adaptaciones, para el envío a lugares de misión de auxiliares laicos (o
religiosos, teniendo en cuenta también las constituciones de su orden o congregación).
Mediante ese tipo de contratos algunos laicos se comprometen a realizar específicas
tareas apostólicas o misioneras, muchas veces conforme a su profesión (médicos,
enfermeras, maestros, etc.).

d) Dedicación de laicos a la misión de una prelatura personal

El c. 296 establece que «mediante acuerdos establecidos con la prelatura, los laicos
pueden dedicarse a las obras apostólicas de la prelatura personal; pero han de
determinarse adecuadamente en los estatutos el modo de esta cooperación orgánica y
los principales deberes y derechos anejos a ella».

e) Encomienda de parroquias

El c. 520 determina que puede el Obispo diocesano encomendar una parroquia de la


diócesis a un instituto religioso o a una sociedad clerical de vida apostólica, con tal que
el nombramiento de párroco (o de moderador, si se sigue el modelo de parroquia
confiada in solidum a varios sacerdotes: c. 517) recaiga sobre un presbítero
determinado.
En estos casos, la encomienda de la parroquia, temporal o perpetua, «se hará mediante
acuerdo escrito entre el Obispo diocesano y el Superior competente, en el que, entre
otras cosas, se determinará expresa y detalladamente cuanto se refiera a la labor que
debe ejercerse, a las personas que se dedicarán a ella y a los asuntos económicos» (c.
520 § 2).

f) Encomienda de actividades apostólicas de la diócesis

El c. 681 se refiere a las actividades apostólicas de la diócesis encomendadas por el


Obispo a religiosos, que quedan bajo la dirección del Obispo diocesano, «sin perjuicio
del derecho de los Superiores religiosos» (c. 681 § 1). En el § 2 se dispone que en estos
casos debe celebrarse entre el Obispo diocesano y el Superior competente un acuerdo
escrito, en el que, entre otras cosas, se determine de manera expresa y bien definida lo
que se refiere a la labor que debe realizarse, a los miembros que se dedicarán a ella y al
régimen económico.

g) Supuestos especiales de incardinación

El c. 738 considera el supuesto de una sociedad de vida apostólica que no tenga facultad
de incardinar, por lo que los clérigos de la sociedad estarán incardinados en una
diócesis. «Las relaciones de un miembro incardinado en una diócesis con su Obispo
propio [es decir, el de la diócesis de incardinación] se determinan por las constituciones
o mediante acuerdo s particulares». El contrato se utiliza aquí como medio de
determinación del régimen de desempeño del ministerio sagrado de los sacerdotes:
deberes ministeriales para con la diócesis, régimen de la encomienda de oficios
diocesanos, etc.
h) Organización de la actividad en territorios de misión

El c. 790 § 1 dispone que «en los territorios de misión compete al Obispo diocesano: 1º.
promover, dirigir y coordinar las iniciativas y obras que se refieren a la actividad
misional; 2º. cuidar de que se hagan los oportunos convenios con los Moderadores de
los institutos que se dedican a la tarea misional, y de que las relaciones con ellos
redunden en beneficio de la misión».

i) El sistema de «commissio» en las circunscripciones eclesiásticas de misión

La configuración jurídica de algunas circunscripciones eclesiásticas de misión


(vicariatos apostólicos, prefecturas apostólicas, misiones sui iuris) se realiza según el
régimen de commissio, o comisión, que se concreta en un acuerdo entre la Sede
Apostólica y un instituto religioso, una sociedad apostólica misionera o, incluso, una
circunscripción eclesiástica no misional (Pastor Bonus, art. 89).

5. Conclusión: la actividad contractual como instrumento jurídico de la función


administrativa

La actividad contractual de la Administración eclesiástica aparece como un cauce


adecuado para instrumentar jurídicamente fórmulas que coordinan la responsabilidad
propia de la Administración con la corresponsabilidad y participación de diversos
sujetos eclesiales en orden a los fines públicos previstos por el ordenamiento. Los
ejemplos citados no agotan las posibilidades de la actividad contractual administrativa
en la Iglesia. Entre las facultades con que cuenta la Administración para llevar a cabo
los fines que el ordenamiento le encomienda, se encuentra la capacidad de celebrar
acuerdos, sobre materias de su competencia, con otros sujetos.

II. ACTIVIDAD SANCIONADORA DE LA ADMINISTRACIÓN ECLESIÁSTICA

La potestad de imponer racionalmente sanciones proporcionada s para proteger bienes


jurídico s relevantes de la comunidad constituye una esfera a se de la actividad de los
poderes públicos. «La Iglesia tiene derecho originario y propio a castigar con sanciones
penales a los fieles que cometen delitos» (c. 1311). La actividad sancionadora no forma
propiamente parte de la función administrativa. Sin embargo, cuando la Administración
ejerce competencias en materia de sanciones, su actuación refleja también ciertas
características propias de la función administrativa: inmediatez, celeridad, flexibilidad,
capacidad de armonización de bienes particulares con el bien público; etc. Nos
limitaremos a exponer aquí una visión sintética de la intervención que el derecho
canónico vigente atribuye a la Administración en materia sancionadora.

A. Presupuestos

El c. 1341 expresa un principio fundamental de la actuación penal al disponer que el


Ordinario debe incoar el procedimiento, judicial o administrativo, para imponer una
pena «solo cuando haya visto que la corrección fraterna, la reprensión u otros medios de
la solicitud pastoral no bastan para reparar el escándalo, restablecer la justicia y
conseguir la enmienda del reo». La imposición de sanciones se considera siempre
último recurso para obtener los fines enunciados, que son los que justifican el empleo de
medios jurídicos coactivos en la Iglesia.
1. Tipos de sanciones canónicas

El c. 1312 enumera distintos tipos de sanciones. Se pueden distinguir:

a) Penas medicinales o censuras

Aunque toda pena canónica es medicinal, este aspecto está especialmente subrayado en
las censuras (cc. 1331-1333). Son, por orden ascendente de gravedad, la suspensión
(solo para clérigos), el entredicho y la excomunión.
Por su propia naturaleza, solo pueden imponerse a los contumaces (delincuentes que
persisten en su actitud despreciando otros medios puestos para obtener su enmienda) o a
quienes han cometido delitos especialmente graves que están castigados con una pena
latae sententiae, y no pueden ser perpetuas, sino que el reo debe ser absuelto cuando
abandona la contumacia.

b) Penas expiatorias

En las llamadas penas expiatorias se subrayan más directamente los aspectos de


restablecimiento de la justicia y reparación del escándalo causado por el delito. Pueden
ser perpetuas o también imponer se por un tiempo, determinado o indeterminado. Según
el c. 1336, son principalmente:
- la prohibición o el mandato de residir en un determinado lugar o territorio;
- la privación de la potestad, oficio, cargo, derecho, privilegio, facultad, gracia, título o
distintivo, aun meramente honorífico;
- la prohibición de ejercer los actos relacionados con las situaciones jurídicas
enumeradas en el apartado anterior, o de ejercerlos en un determinado lugar o fuera de
un lugar determinado;
- el traslado penal a otro oficio;
- la expulsión del estado clerical;
- otras que pudiera establecer la ley, por las que se prive a un fiel de algún bien temporal
o espiritual, siempre que sean conformes con el fin sobrenatural de la Iglesia (cc. 1312 §
2 y 1336 § 1).

c) Remedios penales y penitencias

Además de las sanciones penales propiamente dichas, el c. 1312 § 3 autoriza a emplear


remedios penales, especialmente dirigidos a la prevención del delito. Los remedios
penales previstos en el Código son la amonestación y la reprensión por parte del
Ordinario competente o de la persona designada por éste (c. 1339).
Las penitencias consisten en alguna obra de caridad, de piedad o de religión que se
manda hacer. Se utilizan para sustituir a una pena cuando se considera que ya no es
necesario o resulta desproporcionado imponerla (cc. 1343 y 1344, 2º); o también, en
algunos casos, para agravar una pena.

d) Otras sanciones

Además de las contenidas en el Libro VI, el CIC prevé en diversos lugares otras
actuaciones sancionadoras de diversa naturaleza; y distintas normas extracodiciales
establecen sanciones disciplinarias o de otro tipo (cc. 193; 253 § 3; 318 § 2 ).
2. Otras clasificaciones de interés

La ley o el precepto que establece una pena puede disponer que se incurra en ella de
manera automática, por la sola comisión del delito con los requisitos establecidos (penas
latae sententiae; de lo contrario, la norma general es que las penas han de imponerse
formalmente después del correspondiente proceso (penas ferendae sententiae).
Las sanciones pueden ser determinadas (si se indica con exactitud cuál es la sanción
correspondiente a un concreto acto ilícito) o indeterminadas (cuando se deja en manos
del juez o del superior determinar la pena en el momento de imponerla). ·
Se habla de pena preceptiva en los casos en que, de resultar punible una conducta, debe
sancionarse obligatoriamente con la pena establecida. Cuando se permite que, en
algunos supuestos y con ciertas condiciones, la autoridad competente se abstenga de
imponer la sanción, se dice que la pena es facultativa.

3. Momentos de la actividad sancionadora

a) Momento constitutivo: Establecimiento legítimo, por una ley o por un precepto, de


una sanción para una conducta determinada, que se considera delictiva o simplemente
ilícita. A partir de este momento, quien comete la acción ilícita tipificada reuniendo los
demás requisitos de imputabilidad (cc. 1321 ss.) puede ser castigado con la sanción
establecida.

b) Momento impositivo: Generalmente (salvo penas latae sententiae), las sanciones se


imponen mediante el correspondiente proceso judicial, que culmina en una sentencia, o
mediante procedimiento administrativo concluido por decreto penal extrajudicial.

c) Momento declarativo: Puesto que en las penas latae sententiae se incurre


automáticamente, puede suceder que no conste por ningún acto de la autoridad que el
sujeto está incurso en una pena canónica. Cuando resulta oportuno o necesario que ese
hecho conste públicamente, la autoridad procede a la declaración de la pena: acto
formal mediante el cual se hace jurídicamente notoria la situación del sujeto.

d) Momento extintivo: Algunas penas y otras sanciones cesan una vez cumplido el
tiempo para el que se impusieron o realizadas las obras mandadas. En los demás casos,
para que el reo deje de estar sujeto a la pena es necesaria una intervención expresa de la
autoridad.

B. Intervención de la Administración eclesiástica en materia de sanciones

1. Intervención en el momento constitutivo

a) El precepto penal

El c. 1319 § 1 establece que, en la medida en que alguien, en virtud de su potestad de


régimen, puede imponer preceptos en el fuero externo, puede también conminar
mediante precepto con penas determinadas, excepto las expiatorias perpetuas.
Quien puede dar ese tipo de preceptos en virtud de su potestad de régimen es la
autoridad ejecutiva. El precepto singular (cc. 48-49) es un tipo de decreto singular, un
acto administrativo por el que la autoridad ejecutiva competente impone a una persona o
personas determinadas la obligación de hacer o de omitir algo. El precepto se llama
penal cuando la autoridad establece el mandato o la prohibición de que se trate
reforzando su obligatoriedad o su urgencia con una sanción para el caso de
incumplimiento. Estos preceptos podrían ser también generales.

b) Requisitos y límites

Al tiempo que concede a la autoridad ejecutiva la competencia para establecer


sanciones mediante precepto, el legislador le manda que no adopte esa medida sin una
diligente reflexión (c. 1319 § 2). «Las penas han de establecerse solo en la medida en
que sean verdaderamente necesarias para proveer mejor a la disciplina eclesiástica» (c.
1317). La posibilidad de establecer penas mediante precepto está sujeta a las mismas
limitaciones previstas por el derecho para la constitución de penas por ley particular (cc.
1317-1318), y a otras específicas:

- no pueden imponerse por precepto penas indeterminadas (c. 1319 § 1);


- no deben ser penas latae sententiae, salvo, si acaso, contra algunos delitos de especial
malicia y que puedan causar un escándalo muy grave o no puedan ser eficazmente
castigados con penas ferendae sententiae (c. 1318);
- no deben establecerse censuras, especialmente la excomunión, si no es con la máxima
moderación, y solo contra los delitos más graves ( c. 1318);
- si se establece una suspensión latae sententiae por precepto, el mismo precepto debe
determinar necesariamente el alcance de la suspensión (cuáles de los efectos previstos
por el c. 1333 §§ 1-2 producirá). Solo una ley puede establecer una suspensión latae
sententiae sin esa determinación (c. 1334 § 2);
- de entre las penas expiatorias, se excluye la posibilidad de establecer por precepto la
expulsión del estado clerical como castigo de un delito (c. 1317: reserva al legislador
universal);
- el c. 1319 § 1 excluye con carácter general la posibilidad de establecer por precepto
cualquier pena expiatoria perpetua: la establecida por precepto debe ser temporal.

En algunos supuestos, el incumplimiento de estos requisitos producirá la invalidez del


precepto; y, en todo caso, la inobservancia de esos límites y criterios constituirá
fundamento suficiente para su legítima impugnación.

2. Intervención en el momento impositivo

El c. 1321 § 1 establece como principio general que nadie puede ser castigado con una
pena si no consta que ha cometido la infracción externa de una ley o precepto (elemento
objetivo); y que esa infracción externa le es gravemente imputable, por dolo (intención
deliberada de violar la ley o el precepto) o por culpa (omisión de la debida diligencia)
(elemento subjetivo).
En el momento impositivo de la pena se trata de establecer si se ha dado efectivamente
el elemento objetivo y en qué medida resulta imputable, para tomar la decisión que
corresponda sobre la posible sanción de esa conducta.

a) La investigación previa

Los cc. 1717-1719 regulan una serie de aspectos de la investigación previa que permiten
identificarla como una actividad propiamente administrativa, que corresponde al
Ordinario competente. Esas normas se refieren a lo que debe hacer el Ordinario cuando
tiene noticia, al menos verosímil (c. 1717 § 1 ), de un posible delito, por cualquier
medio atendible: la vox populi, una denuncia formal o una reclamación, una
advertencia, su propia percepción de ciertos indicios, etc. En ese caso el Ordinario debe:
1º. Decidir si se lleva a cabo una investigación sobre esos posibles hechos o si es
absolutamente superflua (c. 1717 § 1), bien por tratarse de un delito público y notorio,
bien por tratarse de una denuncia evidentemente falsa.
2º. Si decide comenzar la investigación, debe hacerlo por decreto formal (c. 1717).
Decreto singular en el que se debe nombrar también al investigador que se encargará de
esas diligencias, si no las lleva a cabo personalmente el Ordinario (c. 1717 § 1).
3.º) Dirigir la investigación, que ha de llevarse a cabo con cautela y discreción (c. 1717
§ 1), y teniendo cuidado de evitar que se ponga en peligro la buena fama de alguien (c.
1717 § 2), sobre todo del investigado.
4º. Cuando el Ordinario estime que ya hay elementos suficientes para decidir, debe
emitir un nuevo decreto con el que se pone fin a la investigación (c. 1718). En ese
decreto se decide: a) si se pone en marcha o no el proceso para imponer una pena y b) si
conviene hacerlo así, atendiendo al c. 1341.
5º. En caso de decidir que se debe proceder, el Ordinario determinará también en ese
decreto si se procede por vía judicial o, en casos en que la ley no lo prohíba, por vía
administrativa.
6º. Si decide que no se ha de proceder, porque de la investigación resulta la inocencia
del investigado, o porque no se han obtenido pruebas suficientes para iniciar un proceso,
el decreto debe concluir ordenando que se archiven las actas de la investigación.

b) Intervenciones preventivas o sustitutivas de la actuación penal

A veces, como consecuencia de la investigación, y otras veces como reacción ante


hechos o situaciones conocidos, el Ordinario decide aplicar otras medidas pastorales:
para intentar una última posibilidad de evitar el proceso penal, para prevenir un posible
delito o para sustituir a una pena.
La reprensión y la amonestación, así como otras medidas pastorales que se estimen
oportuna s, puede llevarlas a cabo el Ordinario personalmente o por medio de otra
persona designada para ello (c. 1339 § 1). La decisión de aplicar un remedio penal o una
penitencia debe adoptarse por decreto (c. 1342 § 1); y debe quedar siempre constancia
escrita de la reprensión y de la amonestación formales, al menos en algún documento
que se custodie en el archivo secreto de la curia (c. 1339 § 3).

c) El procedimiento administrativo para la imposición de penas

Si el Ordinario decide proceder por vía administrativa, ha de seguir el procedimiento


indicado en el c. 1720:
1º. hará saber al reo la acusación y las pruebas, dándole la posibilidad de que se
defienda, a no ser que el reo no quisiera comparecer;
2º. debe sopesar cuidadosamente con dos asesores todas las pruebas y argumentos;
3º. si consta con certeza el delito y no se ha extinguido la acción criminal, dictará
decreto de acuerdo con los cc. 1342-1350, exponiendo, al menos brevemente, las
razones de derecho y de hecho.
3. Intervención en el momento declarativo

La declaración se refiere solamente a las penas latae sententiae. En este tipo de penas, se
incurre por la sola comisión del delito con las condiciones requeridas, aunque su
situación no sea conocida públicamente. Sin embargo, en ocasiones, el bien público
requiere que la autoridad declare formalmente que el sujeto está incurso en la pena de
que se trate. Esta declaración tiene también una eficacia jurídica específica en cuanto a
los efectos de la pena (cc. 1331, 1332, 1335, 1338 § 3, 1352 § 2) y en cuanto a su
remisión (cc. 1355-1357).
La declaración de la pena se realiza, según el c. 1341, después de un proceso judicial o
de un procedimiento administrativo promovido especialmente para ese fin, en el que se
siguen sustancialmente los mismos pasos que acabamos de enumerar.

4. Intervención en el momento extintivo

La pena impuesta por tiempo determinado cesa normalmente por su cumplimiento. La


cesación de las penas impuestas por tiempo indeterminado requiere un acto de la
autoridad (también las de tiempo determinado pueden cesar, antes de que transcurra el
tiempo, por un acto de la autoridad). Esa intervención de la autoridad se llama remisión
de la pena. Se suele hablar de absolución, en el caso de las censuras; y de dispensa, para
las demás sanciones. La disciplina de la remisión de penas se contiene en los cc. 1354-
1361.
La absolución es un derecho del delincuente incurso en una censura una vez que se haya
enmendado, cesando en su contumacia. La dispensa, en cambio, es una concesión que
depende de la decisión de la autoridad. Para concederla, la autoridad competente tendrá
que valorar las circunstancias del caso particular dentro del marco general del régimen
de las concesiones de gracias en derecho canónico y conforme a las disposiciones
específicas de los cc. 1354-1361.

C. Garantías y recursos en materia de actividad administrativa sancionadora

Entre otras garantías jurídicas, vale la pena mencionar aquí la norma del c. 36 § 1, que
dispone la interpretación estricta de los actos administrativos que se refieren a la
conminación o a la imposición de penas.
A esos actos se les aplica también el régimen general de impugnación de los actos
administrativos mediante el recurso jerárquico y, posteriormente, mediante el recurso
contencioso-administrativo ante el tribunal supremo de la Signatura Apostólica.
El c. 1353 añade una garantía adicional al recurso contra el decreto por el que se impone
o se declara una pena: a diferencia de lo que establece la norma general (c. 1736), la
interposición de este recurso suspende automáticamente la ejecución de la pena de que
se trate.
LECCIÓN V: EL ACTO ADMINISTRATIVO SINGULAR

I. INTRODUCCIÓN

El fin de la Administración es el servicio al bien público de la Iglesia. Se requiere


siempre un tipo peculiar de actividad jurídica por la cual la Administración, en el
ámbito de sus competencias, toma las medidas y decisiones que parecen más adecuadas
en el caso particular, y las impone en virtud de su potestad pública, dando lugar a actos
jurídicos de contenido y efectos muy variados. Estos actos son medio por el cual se
asignan recursos , se distribuyen personas o se crean, modifican y extinguen situaciones
jurídicas, con el fin de hacer posibles, garantizar y ordenar las actuaciones encaminadas
a satisfacer las necesidades públicas.
La Administración puede y debe realizar esos actos de oficio, es decir, siempre que lo
considere necesario u oportuno para el bien público, sin necesidad de que nadie
provoque o solicite su intervención. El acto realizado despliega su eficacia creando,
modificando o extinguiendo situaciones jurídicas, sin necesidad de acudir al juez o a
otra autoridad para que lo ejecute (ejecutividad). Además, se presume que el acto
emitido por la Administración es legítimo: quien sostenga que no es así debe recurrir, y
de no hacerlo en los plazos fijados, normalmente breves, el acto despliega su eficacia
sin trabas (presunción de legitimidad).

II. EL ACTO ADMINISTRATIVO SINGULAR EN EL CIC

A. Concepto, notas esenciales y tipología

Definición: “Acto jurídico unilateral y singular de la autoridad ejecutiva”.

1. Acto jurídico: Porque es un acto destinado por voluntad de su autor a producir


efectos jurídicos. Contiene la manifestación de la voluntad dotada de eficacia jurídica
(provee, decide, manda, concede).

2. Dictado por una autoridad ejecutiva: El autor del acto administrativo ha de estar
dotado de potestad ejecutiva. No se trata de cualquier autoridad eclesiástica sin más,
sino de una autoridad con potestad ejecutiva.

3. Acto unilateral: Porque el acto adquiere su eficacia jurídica sin necesidad de otra
voluntad que la de la autoridad competente. Se excluyen los actos bilaterales y
plurilaterales (contratos).

4. Acto singular: Porque su eficacia es concreta afecta una situación precisa y a una(s)
persona(s) determinada(s). No todo acto jurídico de la potestad ejecutiva es un acto
administrativo singular, es decir, existen también normas generales ejecutivas
(generales y abstractas, cfr. cc. 31-34: decretos generales ejecutorios, inferiores a las
leyes). Por esta razón, se denomina acto administrativo a los actos singulares; y norma
administrativa a las disposiciones generales procedentes de la autoridad ejecutiva.

5. Tipología de los actos administrativos en el CIC

El c. 35 distingue dos tipos de actos administrativos: decreto/precepto y rescripto. Por


lo tanto, todo acto administrativo adoptará la forma de uno de estos tipos.
B. Estructura del acto administrativo: Sujeto, Contenido, Causa, Forma.

1. Sujeto del acto administrativo: Es el autor del acto administrativo. Debe tener estas
características:
a) Legítimamente constituido en autoridad: El sujeto debe haber recibido
legítimamente esa potestad de los modos previstos por el derecho: ya sea por oficio
(potestad ordinaria), o ya sea por delegación (potestad delegada).
b) Dotado de potestad ejecutiva: El sujeto del acto administrativo no sólo debe tener
autoridad ejecutiva, sino que actúe ejerciendo la potestad ejecutiva.
c) Con competencia en el caso del que se trate: la autoridad debe poder ejercer la
potestad ejecutiva en el caso del que se trate. La competencia se determina conjugando
simultáneamente estos criterios: Competencia material: según la materia. Competencia
territorial: según el lugar/territorio. Competencia personal: según la categoría de
personas. Competencia funcional: según la intervención de funciones de la autoridad.
2. Contenido del acto administrativo

El contenido (u objeto) es lo que se dispone (incluyendo las cláusulas) a través del acto
administrativo. El contenido del acto debe ser: a) Posible, material y jurídicamente; de
lo contrario sería nulo. b) Lícito, moral y jurídicamente; de lo contrario, sería ilegítimo
(por ser inmoral, ilegal o antijurídico). c) Determinado, de lo contrario, el acto sería
ineficaz. El contenido del acto puede ser:

a) Contenido esencial: Son los elementos necesarios sin los cuales no existiría lo que se
dispone. Por ejemplo: un precepto que indique qué manda, a quién manda, y en qué
fechas manda.

b) Contenido implícito: Es el que se supone que ya acompaña al contenido esencial, ya


sea porque el derecho lo dispone o porque es obvio. Por ejemplo: cuando se delega a
alguien no es necesario que se indique pormenorizadamente todo lo que se puede
hacer.

c) Contenido eventual: Son cláusulas/disposiciones que se incluyen en el acto


administrativo y que modifican o determinan la eficacia del contenido esencial. Y son:
Condición: Circunstancias inciertas e ignoradas de las que depende la eficacia del acto.
Término: Fecha de inicio y cese de la eficacia jurídica del acto.
Modo: carga aneja a la concesión que vincula sobre el beneficiario.

3. Causa del acto administrativo

Es el fin/intención del acto. Es el fin previsto -explícita o implícitamente- por el


ordenamiento para un acto administrativo. La causa es el elemento integrante-
intrínseco, de modo que el acto, para la obtención de un fin, queda determinado
intrínsecamente por la presencia de ese fin como tendencia objetiva. La causa explica el
por qué del acto administrativo, pero ese por qué debe responder:
a) Al bien público en el acto administrativo: No basta el bien genérico sin más, sino
que es necesario el bien común en favor de una comunidad eclesial concreta, que es del
interés general de la Iglesia.
b) A los presupuestos objetivos del acto: Son indicios de hecho que, cuando aparecen,
piden la presencia del acto. Así, donde se verifican los presupuestos objetivos, se estima
que existe la causa que legitima el acto administrativo. La autoridad aplica la norma tras
comprobar que se verifican los presupuesto.
c) Al fin del subjetivo del autor del acto: Para que exista la causa del acto
administrativo no basta que se verifiquen los presupuestos objetivos, es necesario que el
fin del sujeto asuma el fin objetivo del acto. En caso contrario, el fin del sujeto se vicia
e incurre en desviación del poder, que se da cuando se usa la potestad pública para
actuar en beneficio propio, por favoritismo, por perjudicar a alguien, o cuando se tiene
una intención buena, pero se usan los medios no previstos por el derecho para ese fin.
Cuando se produce la desviación del poder, pese a la apariencia formal correcta, el acto
administrativo está viciado de ilegitimidad, porque la voluntad del autor no asumió la
causa.

4. Forma del acto administrativo

Son los requisitos externos o formales que debe cumplir la manifestación de la


voluntad.

a) Exigencia de forma escrita: Es el requisito formal de todos los actos que afectan al
fuero externo (c. 37: “El acto administrativo que afecta al fuero externo debe
consignarse por escrito…”). La forma escrita pretende garantizar la certeza y seguridad
de las situaciones jurídicas, fija con precisión el contenido de los actos, y es una prueba
documental.
b) Excepciones: Están excluidos de esta exigencia los actos que producen efectos en el
fuero interno. (Fuero interno/externo no es el fuero de la conciencia, sino el ámbito de
ejercicio de la potestad de gobierno que actúa con cierto grado de publicidad jurídica, ya
sea mínima u ordinaria).
c) Consecuencias de la ausencia de la forma escrita: Por regla general, el acto puede
ser anulable1 (impugnable y denunciado por el interesado) y rescindido2 (anulado) por
la autoridad ejecutiva competente. Pero para que un acto sea inválido/nulo3, la norma
debe decirlo expresamente (c. 10).

III. EL PROCEDIMIENTO ADMTNISTRATIVO

A. Concepto

Se entiende por procedimiento administrativo (o simplemente procedimiento) la


secuencia de actos encaminados a la emisión de un acto administrativo justo y oportuno.
A través del procedimiento administrativo se desarrolla la actividad de ponderación
necesaria para que la decisión sea justa y razonable y resulte acertada. El ejercicio de la
potestad ejecutiva se caracteriza, entre otras cosas, por tener procedimientos propios,
que se pueden agrupar en tomo a la formación, la notificación, ejecución e impugnación

1
Anulabilidad: Situación del acto jurídico afectado por algún vicio que no lleva aparejada su
nulidad radical, pero que si es denunciado por alguno de los interesados dentro del plazo previsto por el
derecho, puede dar pie a que el juez o la autoridad ejecutiva competente lo anule. Ese acto de la autoridad
se llama en derecho canónico rescisión.
2
Rescisión: En derecho canónico es el acto por el que la autoridad competente deja sin efecto
(anula) un acto administrativo afectado por un vicio que no implica su nulidad radical, a instancia de un
interesado.
3
Nulidad: Sanción que el derecho impone al acto jurídico que carece radicalmente de aptitud
para desplegar su eficacia, por falta de un elemento esencial o por estar afectado de un vicio sancionado
explícitamente con nulidad por disposición de la ley.
de los actos.

B. Regulación del procedimiento administrativo en el derecho canónico

Hasta ahora no ha existido una regulación unitaria del procedimiento administrativo


canónico, a diferencia de lo que ha sucedido respecto al proceso judicial. El bloque
normativo constituido por las normas que el CIC dedica a los actos administrativos
permite configurar un mínimo esquema de procedimiento que, sin embargo, debe
completarse con otras normas específicas para determinados tipos de actos, y también
acudiendo a los medios que el Código admite para completar las lagunas legales: a las
leyes que prevén casos semejantes, a los principios generales del derecho aplicados con
equidad canónica, a la jurisprudencia y práctica de la Curia Romana y a la opinión
común y constante de los doctores ( c. 19).
Para que los requisitos de forma y procedimiento sean verdaderos requisitos deben estar
impuestos por una norma; y solo determinarán la nulidad de un acto administrativo por
defecto en el procedimiento aquellas normas que expresamente lo establezcan (c. 10).

C. Principios del procedimiento

Debe advertirse que estos principios, que se dan interrelacionados, se manifiestan en


normas jurídicas muy diversas y se aplican de modo diferente en los distintos
procedimientos y en las sucesivas fases de cada procedimiento.

1. Principio de publicidad: Se desprende del carácter público general que debe


presentar la actividad administrativa (no es una actividad privada), de modo que
exteriorice y haga cognoscible el itinerario de formación de la decisión administrativa.
Gracias a este principio es posible individuar el momento en el que esta decisión se
concreta y las circunstancias que la determinan.

2. Principio de participación: Íntimamente relacionado con la corresponsabilidad de


los fieles en la misión de la Iglesia. Se dirige a facilitar la posibilidad de que los
distintos bienes e intereses en juego sean oportunamente manifestados por sus titulares,
de modo que puedan ser conocidos y tenidos en cuenta por la autoridad antes de adoptar
una decisión de gobierno. Para que esa participación sea eficaz, la autoridad debe
proporcionar a los sujetos directamente interesados las noticias y las pruebas que
puedan ser conocidas sin peligro de daño público o privado, y debe mostrarles las
razones que pudieran resultar contrarias a sus intereses, ofreciendo la oportunidad de
responder.

3. Principio de objetividad: Dirige la actuación administrativa a la consecución


efectiva de los intereses públicos. La decisión final resultará objetiva si la actuación de
la autoridad ejecutiva valora imparcialmente solo y todos los elementos relevantes para
decidir en ese caso.

4. Principio de motivación: La obligación de exponer los motivos de la decisión


obedece a una razón de justicia y de racionalidad del gobierno, que no es ejercicio de un
poder omnímodo, sino que es razonable. La motivación puede subsanar en buena
medida la dificultad provocada por la falta de regulación clara de las fases y pasos del
procedimiento, ya que explica las razones que justifican la decisión adoptada y cómo se
ha llegado a ella.
5. Principio de integridad de la resolución: Este principio requiere que en la
resolución se tengan en cuenta todos los datos que deben obtenerse a través de la
sustanciación del expediente y que, por tanto, se responda a todas las cuestiones previas
necesarias.

6. Principio de verdad material: La decisión tiene en cuenta una serie de datos


obtenidos y se ve determinada por ellos. Se trata de que los datos se correspondan con la
realidad, sin que sea suficiente la verosimilitud, o una mera apariencia formal de
veracidad. En este sentido, una decisión requiere que se realicen previamente las
actuaciones necesarias para la verificación de los datos en los que se fundamenta.

7. Principio de formalidad adecuada: Reclama que las formalidades empleadas en el


procedimiento sean las necesarias y suficientes para facilitar la participación de los
legítimos interesados y para dejar constancia de lo actuado. A este principio se debe
atribuir la mencionada regla de la forma escrita de los actos administrativos (c. 37) y, en
general, la plasmación en documentos de las actuaciones administrativas, que no se
limita a la escritura de la decisión final, sino que se refiere también a la formalización
escrita de los actos que componen las fases previas del procedimiento.

8. Principio de celeridad (RGCR art. 139): Tiende a evitar retrasos en la actividad


administrativa, se refleja tanto en el impulso dado por la autoridad a la mayor parte de
las actuaciones administrativas, como en la fijación de plazos para los procedimientos y
en la relativa brevedad de esos plazos (cc. 57 § 1, 1734 § 2, 1735). La celeridad aparece
en estrecha relación con la economía funcional del procedimiento, que influye para
limitar las formas a lo esencial (formalidad adecuada) y para evitar burocratismos.

9. Principio de estabilidad formal de las decisiones: Es consecuencia de la


consistencia de las situaciones jurídicas creadas por las decisiones de gobierno.
Refuerza la seguridad jurídica al favorecer una serie de cautelas que limitan la
revocación de los actos administrativos.

10. Principio del derecho ordinario del interesado al recurso: Se manifiesta en


formas diversas: principalmente, en la posibilidad de pedir a la autoridad la revocación
del acto que le perjudica; en el recurso jerárquico ante el superior administrativo; y en el
ulterior recurso contencioso- administrativo ante el tribunal competente. Además, caben
otros medios de impugnación extraordinaria.

D. Las fases del procedimiento administrativo

El resultado de la realización del procedimiento administrativo es un acto administrativo


perfecto (en el sentido de acto final, acabado), en cuya formación se han sucedido los
pasos procedimentales correspondientes a las distintas actividades que conducen a la
decisión, y que pueden agruparse en tres fases: iniciación, sustanciación y conclusión.

1. Iniciación

a) Iniciación de oficio o a instancia de un interesado: La iniciación de un acto


administrativo puede ser de oficio (por iniciativa de la propia Administración) o a
instancia de un interesado (se requieren la solicitud del particular como presupuesto
necesario para la iniciación del procedimiento y para su desarrollo posterior).
b) Efectos del acto de iniciación: En los supuestos en que el procedimiento se inicia a
instancia de parte, el acto es la manifestación de voluntad de algún interesado. En ella se
contiene una formulación de lo que, según la intención del interesado, debería ser la
decisión final. También se contienen los elementos sustanciales que deben servir para
fundamentar la decisión. Su efecto principal consiste en que, si verdaderamente es un
acto de iniciación, comportará para la Administración la obligación de proceder, es
decir, de impulsar los sucesivos pasos del procedimiento administrativo. Para producir
ese efecto, el acto de iniciación debe haber sido presentado legítimamente, es decir: a)
por parte de la persona legitimada para hacerlo, b) ante la autoridad competente para
recibirlo, c) con una forma adecuada, d) dentro del plazo establecido, si lo hubiere.

c) Forma y elementos esenciales: La forma adecuada del acto de iniciación puede estar
determinada por normas concretas. Si no consta este tipo de determinaciones legales, el
principio de formalidad adecuada compagina la libertad de forma con la escritura o
documentalidad de los actos del procedimiento (c. 37). En estos primeros pasos se
podría prescindir de la forma escrita, ya que la norma solo la exige para el acto final, en
la última fase del procedimiento. Sin embargo, si en esta primera fase está indicada la
formalización es porque se tiene en cuenta la actividad de instrucción de la fase
sucesiva: a través de la escritura de las distintas intervenciones, podrán ser tomados en
consideración los intereses que se hayan manifestado.
Gran parte de los procedimientos incluyen la forma escrita ya en los actos de iniciación,
aunque no se requieran otras formalidades mientras esos actos contengan los elementos
esenciales. Esos elementos serían, al menos: a) indicación tanto de la autoridad a quien
se dirige la instancia como del sujeto que insta la iniciación del procedimiento; b)
indicación, en su caso, del autor de la actividad de instrucción; c) especificación de la
decisión que se solicita o se propone; d) una breve descripción de los presupuestos y
motivos que hacen justa y oportuna la decisión; y e) la firma de la propuesta o instancia,
así como su localización geográfica y temporal.

d) Plazos: El principio de celeridad y economía funcional actúa aquí imponiendo a la


Administración el deber de atenerse a los plazos establecidos para comenzar la segunda
fase del procedimiento y llevar a cabo la actividad de esta primera fase (recepción de la
instancia, ctrl. de legitimidad, transmisión al órgano competente para la sustanciación)
diligentemente, con prontitud (RGCR art. 26, a).

e) Otras consecuencias de la iniciación: La eventual adopción de medidas cautelares,


si se requieren; el aviso del inicio del procedimiento a otros posibles sujetos interesados
y la formación del dossier o expediente administrativo, en el que figurará un número de
protocolo, que a su vez producirá una anotación en el registro de entradas del organismo
receptor del acto inicial.

2. Sustanciación

Conocida también como Instrucción, sirve para determinar, comprobar y analizar los
datos necesarios para el estudio del asunto y para la ponderación de los bienes
implicados en la decisión final.

a) Sujetos que intervienen: La actividad dirigida a recabar los datos de la realidad no


tiene que llevarla a cabo necesariamente ni solo el sujeto que ha protagonizado la
iniciativa ni solo el sujeto (autoridad) a quien corresponderá la decisión (cfr c. 50);
pueden intervenir otros, según los casos, sin perjuicio de las normas que para cada caso
se establezcan.

b) Dirección de la actividad de instrucción: Corresponde al moderador de la curia o a


la autoridad delegada para ello la consiguiente responsabilidad de impulso,
coordinación y dirección de esta fase del procedimiento administrativo.

c) Los actos de instrucción: En la gran mayoría de los casos, esas actividades u


operaciones son de carácter secundario, accesorio, integrador e instrumental respecto a
la decisión. Los actos preparatorios o de instrucción, generalmente poseen una eficacia
circunscrita al ámbito interno del procedimiento.

d) Actividades de verificación: poseen especial importancia en el procedimiento, sobre


todo algunas de ellas especialmente cualificadas, como la práctica de la prueba y las
declaraciones de los sujetos interesados. Se trata de actividades íntimamente
relacionadas con el principio de verdad material. El resultado de estas verificaciones se
formaliza por medio de informes, actas, sellos, que dejan constancia, con certeza
jurídica, de lo que se ha conocido inequívocamente.

e) Certificaciones y registros. Pertenecen también a ese tipo de verificaciones los


registros y las certificaciones o declaraciones de conocimiento que atestiguan hechos,
situaciones, circunstancias, plasmados en un documento que deja constancia de ellos o
pone en circulación certezas jurídicas para uso público.

f) Valoraciones y dictámenes. En otras ocasiones puede tratarse de verificaciones que


comportan una valoración. En ellas, los datos reales no solo se constatan, sino que
además son sometidos a un juicio sobre la base de pericias científicas, técnicas o
basadas en la experiencia. El resultado de estas otras verificaciones consiste en una
opinión jurídicamente relevante (los pareceres o informes y las alegaciones).

g) Comunicaciones administrativas: Instrumento auxiliar que opera principalmente en


esta fase, aunque está presente también en las demás fases del procedimiento. Su
adecuada previsión sirve para asegurar la publicidad necesaria y hacer posible a los
interesados la participación en el procedimiento.

h) Audiencia de los interesados y derecho de defensa: Igualmente importante resulta


en esta fase la tutela del derecho de defensa: el derecho a ser escuchados antes de que se
adopte una decisión presupone que se deben notificar a los interesados en el
procedimiento los actos que puedan afectarles, sobre todo si pueden acarrearles algún
perjuicio (c. 50).

3. Conclusión

La conclusión es la fase final donde la autoridad competente debe adoptar una decisión
una vez que ha llevado a cabo la actividad de verificación acerca de los presupuestos.
En esta fase, se determina la voluntad del órgano administrativo, que resultará positiva o
negativa con respecto al acto de iniciativa.

a) Ponderación de los elementos resultantes de la sustanciación: Son importantes, en


esta fase, la ponderación de los elementos resultantes de la sustanciación. Todas las
intervenciones, que se habrán ido plasmando en documentos, al reunirse en el
expediente, hacen posible la ponderación previa a la decisión final.

b) Decisiones de órganos colegiales: Si el órgano responsable de la decisión es


colegial, deberá actuar conforme a las disposiciones normativas aplicables (del Código
o de derecho particular).

c) Motivación: En la exposición de motivos, deberán plasmarse las razones de la


decisión. La motivación se requiere (c. 51) en el caso de los decretos singulares que
contienen una decisión. Para redactar la motivación se eligen aquellos motivos que
expresan suficientemente los elementos de derecho y de hecho que fundamentan la
decisión. Si hay extremos muy delicados, que podrían lesionar la fama de las personas,
cabe adjuntarlos en anexo reservado o remitir a los documentos custodiados en el
archivo de la curia (c. 1519 § 2 del CCEO) en aras de la exigencia de una adecuada
reserva.

d) Redacción del texto: A la hora de redactar el texto final, se ha de tener en cuenta que
entre la motivación (razones de la decisión) y la misma decisión debe haber una
coherencia lógica. Muchas veces resultará oportuno que lea el borrador del acto un
colaborador, o incluso que sea examinado por el mismo afectado antes de que lo firme
la autoridad. El texto de la decisión debe ser claro. La claridad de un texto se puede
valorar adecuadamente si se tiene en cuenta la relación entre el texto y los destinatarios.

e) Forma: En cuanto a sus requisitos formales, el acto final compagina la libertad de


forma con el requisito general de la escritura. Éste se cumple, al menos, mediante la
firma de la autoridad que da el acto, situada al final del documento en el que se
formaliza la decisión. Este paso es el más importante del procedimiento administrativo.
Según el c. 474, los actos de la curia llamados a producir efecto jurídico deben ser
suscritos por el Ordinario del que provienen, como requisito para su validez. También
deben ser firmados por el canciller de la curia o un notario, que ejercen una función de
autenticación; el canciller tiene, además, obligación de informar al moderador de la
curia acerca de esos actos.

4. Actuaciones complementarias

En algunos casos, son necesarias ciertas actuaciones complementarias para que el acto
llegue a producir los efectos previstos (por ejemplo, actos de control sucesivo o de
sanación o de convalidación).
La notificación del acto y su eventual impugnación no son fases del procedimiento de
formación del acto administrativo. Se trata de procedimientos posteriores a la emisión
del acto perfecto.
La notificación del acto normalmente es obligatoria y resulta necesaria, no solo para la
eficacia del acto, sino también para dar a los interesados la oportunidad de presentar
posibles respuestas e impugnaciones.
En algunas ocasiones, además de su notificación a los interesados, resulta muy
conveniente la publicación del acto administrativo.
LECCIÓN VI: EFICACIA DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS

El acto administrativo está destinado , por su propia naturaleza, a producir aquellos


efectos que el derecho le atribuye, incidiendo imperativamente y de manera inmediata
sobre las situaciones jurídica s a las que se refiere.
La perfección del acto se produce cuando se han concluido todos los pasos previstos
por el derecho para su existencia. La eficacia del acto es su aptitud actual para producir
sus efectos propios. La validez del acto depende de su conformidad con las norma s que
lo regulan.

l. EFICACIA DEL ACTO ADMINISTRATIVO

Hemos definido la eficacia del acto administrativo como la aptitud actual para producir
sus efectos propios. El acto eficaz es el que ya cumple todos los requisitos necesarios
para desplegar su fuerza de crear, modificar o extinguir situaciones jurídicas de los
administrados, por lo que puede exigirse su cumplimiento y los destinatarios quedan
vinculados.
La validez y la eficacia están relacionadas, pero deben distinguirse: para que un acto sea
eficaz, es condición necesaria, aunque no siempre suficiente, su validez; pero puesto
que los actos aparentemente válidos están protegidos por la presunción de legitimidad,
basta la apariencia de validez como fundamento de la eficacia, que se mantendrá si el
acto no es impugnado. Al denunciar la invalidez de un acto lo que se pretende es
conseguir su ineficacia, mediante la declaración de nulidad o la rescisión.

A. Duración de la eficacia

La eficacia de los actos administrativos tiene siempre un momento inicial, que el


derecho se ocupa de establecer con claridad. La eficacia puede ser instantánea (cuando
el acto se agota al ser aplicado); de duración determinada (c. 193 § 2); por tiempo
indefinido (c. 193 § 1 ); o perpetua (duración de los privilegios: c.78§1). La eficacia de
todo acto administrativo tiene un momento inicial y la de algunos tiene prefijado un
momento final.

1. Momento inicial de la eficacia

La regla general es que los rescriptos dados en forma simple surten efectos desde el
momento en que se emite el documento en que se contienen (c. 62); y los decretos
singulares desde su notificación al destinatario (c. 54) .
Puede suceder que, tanto el rescripto como el decreto singular se den en forma
comisoria: el comienzo de su eficacia se suspende hasta el momento de la aplicación del
acto, que lleva a cabo el propio autor o una persona distinta (ejecutor), a quien se
encomienda (committitur) esa misión .

2. La ejecución del acto administrativo

a) Concepto y necesidad

La ejecución es la actividad del autor del acto administrativo, o de otra autoridad, que
tiene por fin poner el acto en práctica, haciendo que produzca los efectos que le son
propios.
b) La ejecución como actividad pública y accesoria

La ejecución es una actividad pública, que se integra en la función administrativa:


corresponde a lo que sería la función propiamente ejecutiva (en el sentido de dar
cumplimiento efectivo a una disposición) referida a los actos administrativos. La
ejecución comporta, normalmente, la intervención de una autoridad ejecutiva, que actúa
con potestad ordinaria o delegada, que no se limita a señalar un interés público, sino que
actúa para alcanzarlo efectivamente.
Además, respecto al acto administrativo principal, la intervención en que consiste la
ejecución se configura como un acto accesorio al que se aplica el régimen de los actos
administrativos también en cuanto a la forma (c. 37). Existe una relación de
dependencia y subordinación del acto de ejecución respecto al acto administrativo
principal. A su vez el acto de ejecución requiere una serie de actos preparatorios (c. 43),
que se suceden según las fases del procedimiento administrativo.

c) El ejecutor

El ejecutor es la persona encargada de llevar a cabo la ejecución. Cuando el llamado a


ejecutar es una persona distinta de la autoridad que ha emitido el acto, puede recibir el
encargo por medio de un mandato formal, que lleva consigo una delegación de potestad,
o bien por medio de otro tipo de acto de comisión. Las condiciones que se requieren
para ser nombrado ejecutor varían mucho dependiendo del tipo de ejecución.

d) Deberes y potestades del ejecutor

El ejecutor debe atenerse en todo caso al mandato recibido, que es la regla fundamental
de la ejecución. Para actuar válidamente, al menos ha de respetar las condiciones
esenciales señaladas en el mandato y la forma sustancial de proceder, según el caso (c.
42).
Posee el derecho-deber de denegar la ejecución: a) si le consta que el acto es
manifiestamente nulo o que no podrá ser sostenido en el futuro; b) si advierte que no se
han cumplido las condiciones, si fueron puestas; c) si considera que la ejecución es
inoportuna. En estas situaciones debe suspender la ejecución e informar al autor del acto
(c. 41).
En algunos casos, dispone de un poder más amplio que el de la mera ejecución (c. 70),
si el autor del acto principal le confía la ejecución y también la decisión de si se ha de
emitir o no el acto administrativo principal.

e) Sustitución del ejecutor

El ejecutor que ha sido nombrado puede hacerse sustituir siempre en la realización de


los actos preparatorios (c. 43 ), y también en la misma ejecución, salvo que en el acto de
su nombramiento conste de forma explícita que no puede ser sustituido, o que se le haya
nombrado precisamente en atención a sus condiciones personales; y siempre que en ese
acto de nombramiento no haya sido designado un sustituto determinado (sustitución
voluntaria). La sustitución legal tiene lugar cuando el que ha sido nombrado ejecutor
cesa en el oficio que ocupaba y por razón del cual había sido nombrado ejecutor (c.44).
f) Procedimiento de ejecución

1º. Iniciación. El procedimiento se inicia cuando el ejecutor recibe la comunicación


escrita con su nombramiento para ese encargo o, en el supuesto de que haya sido
investido anteriormente de un poder general de ejecución, cuando recibe por escrito el
encargo de ejecutar un acto administrativo singular determinado. En ambos casos
deberá comprobar la autenticidad y la integridad de dicha comunicación escrita.
2º. Sustanciación. Consiste, al menos, en comprobar que el acto administrativo
principal no es claramente nulo; asegurar que podrá sostenerse en el futuro; cerciorarse
de que se han cumplido las condiciones, en caso de que las haya, y de que no se oponen
a la ejecución motivos que la hagan inoportuna por circunstancias de la persona o del
lugar (c. 41). Si se ha recibido una discrecionalidad mayor, la sustanciación
comprenderá además otras actividades.
3º. Conclusión. La ejecución concluye cuando el ejecutor da cumplimiento al acto
administrativo principal. Se formaliza por escrito, a no ser que se trate de una ejecución
exclusivamente oral (fuero interno sacramental). El acto ejecutado es eficaz a partir de
este momento.
4º. Comunicación de la ejecución y actuaciones adicionales. Normalmente el ejecutor
deberá dar noticia de la ejecución al autor del acto (o a otra persona), especialmente
cuando así se disponga en el mandato recibido. Eventualmente, serán necesarias
también otras actuaciones adicionales (ej.: publicación del acto ejecutado).

3. Cesación de la eficacia

La terminación de la eficacia de los actos administrativos puede producirse de distintos


modos. Los principales son los siguientes:

a) Por el cumplimiento de su finalidad (actos de eficacia instantánea).


b) Por transcurso del tiempo fijado en el acto, si la autoridad competente no lo prorroga.
c) Por desaparición de alguno de sus presupuestos necesarios: ley en que se basaba, del
objeto o del destinatario del acto, o de las circunstancias para las que se dio.
d) Por renuncia de destinatario, con los requisitos previstos en cada caso por el derecho.
e) Por un nuevo acto de la autoridad, que revoque el primero, por motivos de
oportunidad; o que lo declare nulo o lo rescinda a causa de un vicio de legitimidad.
También caben la declaración de nulidad y la rescisión por sentencia del tribunal
administrativo.
f) Excepcionalmente (c. 46), por cesación de la potestad del autor del acto. Cesan así
algunos preceptos singulares y ciertos privilegios y dispensas (cc. 58 § 2, 81, 93).

4. Los actos administrativos condicionados

El c. 39 admite la posibilidad de que se den actos condicionados. La condición es uno


de los posibles contenidos eventuales de los actos administrativos. Sería toda
circunstancia incierta o ignorada de la que se hace depender, expresamente y en mayor
o menor medida, la eficacia de un acto jurídico.
Pueden darse condiciones suspensivas, de cuyo cumplimiento se hace depender el
comienzo de la eficacia de un acto (suspenden la eficacia); y condiciones resolutorias,
que determinan el fin de la eficacia (resuelven el acto) .
B. Alcance objetivo de la eficacia

1. Fuero interno y fuero externo

La índole propia y peculiar de las situaciones, relaciones y bienes jurídicos que son
objeto de regulación por el ordenamiento canónico hace que, en ocasiones, no se
requiera que sus efectos posean una especial relevancia externa y pública, o incluso sea
conveniente que no la posean. El c. 37, acogiendo la previsión general contenida en el c.
130 para el ejercicio de la potestad de gobierno, admite implícitamente la posibilidad de
que, entre los actos administrativos singulares, haya algunos que solo posean eficacia en
el fuero interno.

2. Eficacia concreta de los actos

Respecto a las personas, situaciones y asuntos a los que afecta el acto administrativo, el
c. 36 § 2 dispone que «no debe extenderse a otros casos fuera de los expresados». Esta
norma, común a todos los actos, se reitera explícitamente en el c. 52, para los decretos
singulares. Es característica esencial de los actos administrativos la limitación de su
eficacia al caso del que tratan.

3. Interpretación de los actos administrativos

El c. 36 § 1 establece las reglas generales de interpretación de los actos y el c. 39 ofrece


una norma de interpretación de las condiciones que pudieran añadírseles.

a) Norma general: la eficacia determinada por el tenor literal

El primer inciso del c. 36 § 1 dispone que el acto administrativo «se ha de entender


según el significado propio de las palabras y el modo común de hablar». La norma trata
de limitar posibles intentos de manipulación u oscurecimiento artificioso del tenor
literal

b) Interpretación de actos de tenor dudoso

El c. 36 se refiere también a la situación que se produce cuando, tras la lectura del tenor
literal de un acto administrativo, se suscitan dudas acerca de su exacto sentido o de su
alcance. Para esos casos establece, según sea el contenido de los actos, dos criterios
contrapuestos, que responden a la antigua regla «favorabilia amplianda, odiosa
restringenda».

Actos de contenido odioso:


1º. Actos que se refieren a litigios o a la conminación o imposición de penas.
2º. Actos que coartan los derechos de la persona.
3º. Actos que lesionan los derechos adquiridos de terceros.
4º. Actos contrarios a una ley en favor de particulares.

c) Interpretación de las condiciones incluidas en el acto

El c. 39 dice: «Solo se consideran puestas para la validez del acto administrativo


aquellas condiciones que se expresan mediante las partículas "si", "a no ser que", "con
tal que" (si, nisi, dummodo)». Habla de condiciones «ad validitatem», pero se trata de
una expresión inexacta: en rigor, lo que se condiciona no es la validez del acto, sino su
eficacia: «si el acto condicionado no fuera válido, tampoco lo sería la condición, y
entonces ésta no produciría efecto» (LABANDEIRA). Esta disposición presupone la
distinción clásica entre condiciones esenciales (condicionan la eficacia), y accidentales
(afectan solo a la licitud).

4. Colisión de actos administrativos

En ocasiones pueden darse supuestos en los que actos distintos e incompatibles entre
sí afectan a la misma situación.
En esos casos, es norma general para los actos administrativos (cc. 53 y 67 § 1) que el
más peculiar prevalece sobre el más general, en aquello que se establece peculiarmente.
En cambio, si los actos en conflicto son igualmente peculiares o generales, se aplica el
criterio cronológico, de manera distinta según se trate de decretos singulares o de
rescriptos: en el primer caso prevalece el de fecha posterior, y en el segundo el de fecha
anterior.

5. Supuestos de eficacia «contra legem» y contra derechos adquiridos

El acto administrativo «carece de efecto en la medida en que lesione el derecho


adquirido de un tercero o sea contrario a una ley o a una costumbre aprobada, a no ser
que la autoridad competente hubiera añadido de manera expresa una cláusula
derogatoria» (c. 38).

II. INVALIDEZ DEL ACTO ADMINISTRATIVO

A. Ilegitimidad, invalidez y sanción legal

La validez del acto administrativo es una cualidad jurídica que depende de que posea
sus elementos constitutivos esenciales y de su conformidad con las normas jurídicas
(comunes y específicas) que lo regulan . La disconformidad del acto con una norma
constituye un vicio o irregularidad, denominado ilegalidad, ilegitimidad o también
ilicitud, que, cuando reviste la suficiente importancia, causa el efecto conocido como
invalidez.
La invalidez es sancionada por el derecho de distintos modos (se suele hablar de
nulidad, anulabilidad, rescindibilidad) que, dependiendo del tipo de anomalía que la
produce y de su importancia, eliminan, limitan o hacen precaria la eficacia jurídica del
acto.

B. Tratamiento codicial de la invalidez de los actos administrativos

La invalidez de los actos administrativos no se despliega de manera automática: estos


actos están protegidos por una presunción de legitimidad (c. 124 § 2), en cuya virtud es
necesario que el interesado los impugne en vía administrativa o jurisdiccional para
conseguir su ineficacia. Se establecen sistemas para salvar los elementos válidos de los
actos (ineficacia parcial y ciertas posibilidades de corrección y convalidación). Se
modulan las sanciones de tal modo que la más severa, declaración de nulidad, no
constituya la regla general sino que sea más bien excepcional.
1. Nulidad y rescindibilidad

El derecho vigente prevé solo dos tipos de sanciones para los actos cuya irregularidad es
tal que determina su invalidez: la nulidad y la rescindibilidad.

La nulidad es la máxima sanción jurídica de la invalidez. Se da cuando un acto carece


de aptitud para producir sus efectos, por falta de un elemento esencial o por estar
afectado de un vicio que la ley sanciona con nulidad. La nulidad se produce ipso iure: el
acto es nulo en sí mismo; sin embargo, no consta eficazmente hasta que se intenta
ejecutar el acto y es impugnado para obtener la declaración de nulidad. El decreto o la
sentencia que declaran la nulidad de un acto son declarativos; y, por consiguiente, su
eficacia se produce ex tunc, o sea, desde la fecha del acto, eliminando los efectos de
hecho que haya producido y dando lugar al resarcimiento de los daños causados por el
responsable de la nulidad.

La otra sanción de la invalidez en el Código vigente es la rescindibilidad. La


rescindibilidad equivale a la anulabilidad. Es la situación del acto que posee ciertos
vicios de invalidez que, sin embargo, por disposición del derecho, no impiden su
eficacia, a no ser que los interesados pidan su rescisión (anulación). El decreto o la
sentencia de anulación de un acto son constitutivos, producen la nulidad del acto: lo
anulan, de modo que su eficacia se produce ex nunc (desde su fecha), aunque puede
tener carácter retroactivo, lo que significa que puede alcanzar también a los efectos que
llegó a producir el acto cuando aún no había sido anulado.

2. La nulidad «ipso iure»

El c. 124 § 1 dispone que, «para que un acto jurídico sea válido, se requiere que haya
sido realizado por una persona capaz, y que en él concurran los elementos que
constituyen esencialmente ese acto, así como las formalidades y requisitos impuestos
por el derecho para la validez del acto».
Interpretado en relación con el c. 10, pueden extraerse los tres tipos genéricos de
nulidad ipso iure previstos por el derecho canónico. Un acto administrativo será nulo de
pleno derecho: a) Cuando haya sido realizado por persona incapaz. b) Cuando carezca
de alguno de sus elementos constitutivos esenciales. c) Cuando incumpla alguna de las
formalidades o requisitos que el derecho exige «ad validitatem».

La terminología del CIC en esta materia no es rigurosamente uniforme. La misma


sanción de nulidad se designa con distintos términos latinos, que se usan como
equivalentes. Los principales son:
- invalidus (cc. 49, 65 § 3, 90 § 1, 127 § 2, 170, 172, 174 § 2, 1281 § 1, etc.);
- irritus (cc.42, 66, 67 § 3, 126, 149, 153, 1360, 1739, etc.);
- nullus (cc. 41, 166 § 3, 175, 179 § 4, 425 § 3, etc.).
Se usan también algunas locuciones, como pro infecto habere (c. 125); nihil agere (cc.
133, 173 § 3); etc. Hay que tener en cuenta que a veces el Código habla de validez para
referirse más bien a la eficacia (c. 126: distinción entre actos nulos y actos rescindibles;
c. 39: actos condicionados).

3. La rescindibilidad

Los cc. 125 y 126, tratando de la influencia del miedo, la ignorancia y el error respecto
a los actos jurídicos en general, establecen la distinción entre unos supuestos en que el
acto es irritum, o pro infecto habetur (nulo) y otros en que valet (produce efectos), pero
es rescindible.

4. lmpugnabilidad de los actos ilegítimos

a) La impugnabilidad en vía administrativa

Siempre que el interesado se considere perjudicado por un acto administrativo, puede


impugnarlo mediante recurso jerárquico por cualquier motivo justo (c. 1737). Toda
irregularidad de un acto administrativo será justo motivo que permita impugnarlo dentro
de los plazos previstos.
El c. 1739, al enumerar las posibilidades de resolución del recurso, reconoce al superior
competente, según lo requiera el caso, no solo la facultad de confirmar el acto o
declararlo nulo, sino también la de rescindirlo. Una vez interpuesto el recurso:
1º. Procederá declarar la nulidad de un acto cuando haya infringido normas que prevén
expresamente la sanción de nulidad.
2º. En otros casos, cuando la norma aplicable así lo disponga, la mera impugnación hará
que el superior deba rescindir el acto que era meramente anulable.
3º. Aunque las normas aplicables al caso nada digan, a tenor del c. 1739 la autoridad
competente puede siempre rescindir el acto que presenta alguna irregularidad.

b) La impugnación en vía contencioso-administrativa

Una vez agotada la vía administrativa, se abre el paso a la interposición del recurso
contencioso-administrativo ante el tribunal competente. La motivación admisible acoge
sin excepción a todos los actos irregulares, ya que cabe interponerlo «siempre que se
pretenda que el acto impugnado haya violado alguna ley en el procedimiento o en la
decisión» (Const. Ap. Pastor Bonus, art . 123 § 1).
El contencioso-administrativo «generaliza la sanción de invalidez para todo acto ilegal o
ilegítimo» (LABANDEIRA). Todo acto irregular puede ser llevado al tribunal
administrativo que, al apreciar una violación de ley que no lleve expresamente
aparejada la nulidad, puede, no solo rescindirlo, sino también condenar al resarcimiento
de los daños ilegítimamente causados (Const. Ap. Pastor Bonus, art. 123 § 2).

c) Convalidación, sanación y corrección

La impugnabilidad de los actos administrativos no es temporalmente ilimitada, está


sujeta a unos plazos, normalmente breves. Transcurridos esos plazos sin recurso, el acto
irregular deja de ser directamente impugnable, y su invalidez queda sin sanción, se
convalidada, por lo que se consolidan los efectos jurídicos del acto (c. 1736 § 4).
Además de esta convalidación tácita, son tradicionales en derecho canónico la sanación
de vicios sanables del procedimiento, o algunas formas de convalidación expresa de
actos jurídicos, todo ello por parte de la autoridad superior.
El c. 1739, además de la facultad de rescindir el acto, otorga al superior jerárquico la
posibilidad de corregirlo, que puede ejercerse también para subsanar las posibles
irregularidades, cuando ello resulte más conveniente para el bien público que la
rescisión del acto, siempre que no se trate de un supuesto sancionado con nulidad
radical.
C. Responsabilidad de la Administración eclesiástica

Cuando la actividad administrativa causa ilegítimamente un perjuicio, queda lesionada


la justicia y la Administración es responsable del daño causado, por lo que está obligada
a repararlo.

1. La responsabilidad de la Administración en el CIC

El c. 128 establece: «Todo aquel que causa a otro un daño ilegítimamente por un acto
jurídico o por otro acto realizado con dolo o culpa, está obligado a reparar el daño
causado»; el c. 57 § 3 declara que la norma del c. 128 es aplicable también a la
actividad de la Administración eclesiástica.

a) Requisitos del daño ilegítimo

1º. Debe tratarse de un daño efectivamente causado.


2º. Ha de haberse causado de manera ilegítima, esto es, injustamente.
3º. Tiene que darse un nexo causal entre el acto de la Administración y el daño
efectivamente causado.
4º. Si se trata de un acto jurídico ilegítimo, no es necesario que haya habido dolo o
culpa del agente, aunque puedan concurrir.

b) Carácter objetivo del daño y exigencia del nexo causal

La jurisprudencia canónica ha determinado claramente que los requisitos esenciales


para que el daño sea resarcible son los objetivos: que se baya producido efectivamente y
de manera injusta. No tiene gran relevancia el elemento subjetivo: el daño es imputable
sin necesidad de la intencionalidad del autor de la lesión, si ésta no concurre, no por ello
se excusa el agente, y si concurre, se tendrá en cuenta como elemento agravante de la
responsabilidad.
Es necesario que se dé realmente la relación causa-efecto entre el acto y la lesión. La
jurisprudencia ha subrayado este requisito estableciendo que el acto debe ser causa
eficaz del daño, que éste sea verdadero efecto del acto.

c) La ilegitimidad del acto administrativo

Todo acto ilegítimo hace injusto el daño que cause; y todo acto que cause un daño
injusto es, por ello, también ilegítimo, aunque cumpla, los requisitos formales de
legitimidad. El concepto de ilegitimidad del daño ha de entenderse en sentido amplio: es
ilegítimo, injusto, porque priva al afectado de algo que le es debido en justicia. La
ilegitimidad no solo se da cuando se viola una ley positiva, sino también siempre que se
viole un derecho ajeno.

2. Daño y resarcimiento en derecho canónico

La consecuencia jurídica del daño ilegítimo es la obligación de reparar o resarcir por


parte de la Administración eclesiástica. La peculiaridad de los bienes lesionables
exigiría que también la eventual reparación pudiese adoptar multitud de formas propias,
congruentes con los medios específicos de los que dispone la Iglesia para cumplir su fin,
y no reductibles a la reparación económica (no se excluye en los casos en que sea de esa
naturaleza la lesión). En consecuencia, también el resarcimiento, que ha de ser
proporcionado al daño efectivo, seguirá el criterio de procurar reparar de manera
específica la lesión causada (MONTINI).

3. Vías para la reclamación del resarcimiento de daños

Además de la vía contencioso-administrativa abierta expresamente por el art. 123 § 2 de


la Const. Ap. Pastor Bonus y confirmada por el art. 34 § 2 de la nueva Lex propria de la
Signatura Apostólica, cabe sin duda presentar esa reclamación en el propio recurso
jerárquico, o como petición autónoma a la autoridad, cuando la causa del daño no haya
sido un acto jurídico (administrativo en este caso) y por tanto no haya lugar a interponer
recurso.
LECCIÓN VII: TIPOS DE ACTOS ADMINISTRATIVOS EN EL CIC: EL
DECRETO SINGULAR Y EL RESCRIPTO

I. EL DECRETO SINGULAR

A. Concepto, naturaleza y caracteres

l. Concepto: «Por decreto singular se entiende el acto administrativo de la autoridad


ejecutiva competente, por el cual, según las normas del derecho y para un caso articular,
se toma una decisión o se hace una provisión que, por su naturaleza, o presuponen la
petición de un interesado» (c. 48). Todos los actos singulares de la autoridad que no
tengan que asumir la forma de rescripto (c. 59) son decretos singulares y se someten al
régimen jurídico determinado por las normas comunes y específicas que regulan esos
decretos.

2. Naturaleza y caracteres específicos

El c. 48 indica la naturaleza del decreto singular diciendo que es un «acto


administrativo» y también expresa dos rasgos característicos de los decretos singulares:
a) Contenido: mediante decreto «se toma una decisión o se hace una provisión para un
caso particular».
b) Iniciativa de la autoridad: se trata de decisiones o de provisiones que «por su
naturaleza no presuponen una petición hecha por alguien», ya que la iniciativa
corresponde a la autoridad.
Estas dos notas por sí solas no son suficientes para diferenciar con precisión la figura
del decreto singular; es necesario atender conjuntamente a los diversos elementos del
régimen jurídico específico de los decretos.

B. Regimen jurídico: elementos específicos

1. Características del régimen jurídico de los decretos

El legislador, mediante la categoría del decreto singular, ha querido dotar de unidad de


régimen jurídico a todo un conjunto heterogéneo de decisiones singulares de gobierno
que no cabe encuadrar en el otorgamiento de gracias. El acto administrativo singular por
excelencia es el decreto singular.

2. Sujeto: El sujeto del decreto singular es «la autoridad ejecutiva competente» (c. 48).

3. Contenido: El contenido específico de los decretos singulares se indica con los


términos «provisión» y «decisión», que son, evidentemente, imprecisos y genéricos,
aptos para designar una amplia gama de medidas concretas de gobierno (c.48).

4. Causa

El c. 48 afirma que la decisión o la provisión que se hacen mediante decreto singular no


presuponen la petición del interesado. Pero esto no significa que la emisión de un
decreto no pueda ser precedida, incluso exigida, por la petición de algún interesado; por
el contrario, en muchos casos así sucederá (c. 57). Quiere decir, más bien, que por su
propia naturaleza la decisión o provisión de que se trate son adoptadas soberanamente
por la autoridad competente en ejercicio de su potestad de gobierno, a partir de su
propia valoración de los hechos, de las circunstancias y de las necesidades y de su
propia apreciación de lo más justo, conveniente o adecuado en el caso para el bien
público (c. 50). Son de especial importancia en los decretos singulares las
consideraciones que hicimos , a propósito de la causa del acto administrativo, sobre el
bien público, los presupuestos de hecho, y el fin subjetivo del autor.

5. Forma: son dos las exigencias relativas a la forma de los decretos singulares: la
forma escrita y la motivación (c. 51).

a) Forma escrita: Se reitera explícitamente para los decretos singulares la norma


general establecida por el c. 37 para todos los actos de fuero externo. El legislador
persigue la seguridad y certeza jurídicas que proporciona la forma escrita: mediante ella
pueden conocerse con precisión el tenor, contenido, motivación y alcance de una
decisión, y existe un fundamento cierto para las situaciones jurídicas que se crean,
modifican o extinguen , así como para la eventual impugnación de esas decisiones.

b) Consecuencias de la omisión de la forma escrita: El legislador no prevé un decreto


sin forma escrita. Esto no equivale a una sanción expresa de nulidad. En cambio, sí
permite afirmar que es éste un elemento característico del concepto de decreto, que
condiciona directamente su eficacia jurídica. El c. 54 § 2 establece que no puede
exigirse el cumplimiento del decreto singular que no haya sido intimado (notificado)
mediante documento legítimo, lo cual presupone que el decreto se ha de haber emitido
por escrito. La ausencia de forma escrita hace imposible la notificación legítima y
acarrea en consecuencia la ineficacia del decreto.

c) Necesidad de motivar los decretos: El segundo requisito formal que impone el c. 51


es la exigencia de que se expongan, «al menos sumariamente», los motivos del decreto
«cuando se trata de una decisión». Habrá que motivar el decreto siempre que en él se dé
una resolución de la autoridad entre posibilidades contrarias (LABANDEIRA) que
pudiera contradecir derechos, expectativas u otro tipo de pretensiones legítimas, ya que
en esos casos los interesados necesitan conocer la motivación para saber a qué atenerse.
No necesita motivación cuando contenga una provisión.

d) Características de la motivación exigida: La motivación consiste en una


exposición de los motivos del acto, que comprende los fundamentos de derecho, los
presupuestos de hecho y las razones que llevan a adoptar precisamente esa decisión, y
no otra. El c. 51 exige que se exponga la motivación «al menos sumariamente».

e) Consecuencias de la ausencia de motivación: Puesto que se trata de un requisito


exigido de modo absoluto por el c. 51 para todos los decretos que contienen decisiones,
no ha de omitirse la motivación, más o menos desarrollada según los casos. La omisión
no causa directamente la nulidad, pero, indudablemente, los hace impugnables en vía
jerárquica y posteriormente mediante el recurso contencioso-administrativo.

6. Procedimiento

a) Recogida de informaciones y pruebas: Esta actividad precede lógicamente a la


emisión de un decreto: el c. 50 se refiere a las «necesarias» informaciones y pruebas: no
se trata de conocer la materia en general, sino de estudiar diligentemente todos los
aspectos específicos del asunto que pudieran influir en la decisión final, ya que se trata
de un decreto singular, dado para un caso particular. Las informaciones deben permitir
al autor del acto tener una idea exacta de la situación sobre la que va a incidir su
decisión. Las pruebas propiamente dichas, serán necesarias cuando la voluntad que se
habrá de manifestar en un decreto dependa de que conste con certeza que una
circunstancia esencial es verdadera. Las informaciones y pruebas valoradas,
constituirán, lógicamente, la sustancia de la motivación del decreto.

b) Audiencia de los interesados: En los proyectos de reforma del Código se diseñaba


un trámite de audiencia de los interesados que les permitía personarse en el expediente o
conjunto de actuaciones que les afectase, conociendo las razones de la medida que se
iba a adoptar; se les daba la posibilidad de hacer alegaciones e incluso de contar con el
asesoramiento de un perito o de un abogado. El c. 50 dice que la autoridad «en la
medida de lo posible, oiga a aquellos cuyos derechos puedan resultar lesionados».
Se ha evitado positivamente configurar la audiencia como un trámite absolutamente
vinculante («en la medida de lo posible»); y se indica a quiénes se ha de oír con una
expresión restringida («aquellos cuyos derechos puedan resultar lesionados»), todo ello
con la intención de evitar que pueda producirse sistemáticamente en la práctica un
efecto paralizador de la acción de gobierno.

c) Consecuencias de la omisión del procedimiento del c. 50: El c. 50 no establece


expresamente la nulidad de los decretos que se emitan sin atenerse a él, la omisión de
este procedimiento no acarrea tampoco directamente la nulidad del acto. La omisión del
deber de recabar la información necesaria, podría producir la nulidad del decreto, o al
menos su rescindibilidad, si desembocara en el supuesto de ignorancia o error del c.
126, o si tuviera como consecuencia la inobservancia de algún requisito que el derecho
establece para la validez o para la eficacia del acto en el supuesto de que se trate.
La omisión de este procedimiento hace recurrible el acto y permite su eventual
revocación, anulación, corrección o sustitución (c. 1739). En la medida en que la
emisión de un decreto con omisión de estos requisitos pueda causar daños
ilegítimamente, cabe pedir su resarcimiento a la Administración.

d) El silencio administrativo: El c. 57 introduce por primera vez en el derecho


canónico una regulación general del «silencio administrativo». Es un mecanismo para
evitar que una eventual ausencia negligente de respuesta por parte de la Administración
provoque una situación de incertidumbre e indefensión del interesado, prolongada más
allá de lo razonable. Transcurrido un plazo determinado sin respuesta, el interesado no
necesita dirigirse de nuevo a la autoridad que no haya respondido, porque la ley atribuye
un valor determinado a ese silencio. Desde esa fecha el interesado puede proceder sobre
la base del silencio administrativo. Los elementos de la regulación del silencio
administrativo son los siguientes:
1º. Obligación de proveer ante las peticiones o recursos legítimos (c. 57).
2º. Presunción de respuesta negativa a efectos de recurso.
3º. Posibilidad de respuesta fuera de plazo.

7. Eficacia de los decretos singulares

a) Duración de la eficacia

1º. Momento inicial: la notificación. El c. 54 § l señala el momento inicial de la


eficacia de los decretos, distinguiendo dos posibilidades, según se trate de un decreto
que requiera ejecución o no.
2º. Forma de la notificación. El c. 54 no solo exige que el decreto se notifique, sino
que ello se haga «legítimamente», siguiendo las normas previstas para la notificación,
que se contienen en ese mismo canon y en los cc. 55-56. La notificación habrá de
hacerse por escrito, como regla general.
-La forma ordinaria de notificación: comunicación mediante la entrega del texto escrito
del decreto.
-La forma extraordinaria de notificación: dar lectura al decreto, ante notario (el canciller
de la curia u otro) o ante dos testigos, para que el destinatario tome conocimiento de él.
Modo de notificación legítimo sólo cuando una razón gravísima impida que el texto del
decreto sea entregado al destinatario (c. 55).
-La notificación equivalente: responde a los dos supuestos presentados en el c. 56.
3º. Consecuencia de la omisión de la forma legítima de notificación. La sanción
prevista por el c. 54 § 2 para el supuesto de omisión de la forma legítima de notificación
es la imposibilidad de exigir el cumplimiento del decreto, aunque sea perfecto y válido.
4º. Cesación de la eficacia. Los supuestos normales de cesación de los decretos
singulares, según el c. 58 § 1, son dos: la revocación (c. 47) y la pérdida de vigor de la
ley que ejecutan, en su caso.

b) Alcance objetivo de la eficacia

1º. La «singularidad» jurídica de los decretos. El c. 52, en su primer inciso, precisa


positivamente la eficacia del decreto singular, indicando que «afecta solo a las cosas de
que trata y a las personas a las que se dirige».
2º. Eficacia personal de los decretos singulares, como regla general. La segunda
regla que establece el c. 52, aunque esta vez admitiendo posibles excepciones: «afecta
solo a las cosas de que trata y a las personas a las que se dirige; pero las obliga en
cualquier lugar, a no ser que conste otra cosa».
3º. Conflicto entre decretos singulares. El c. 53 contiene las normas que han de
aplicarse para resolver los conflictos o colisiones entre decretos. Para el caso de colisión
de decretos, se establecen dos criterios, que han de aplicarse sucesivamente: el grado de
«generalidad» de las disposiciones contenidas en el decreto; secundariamente, la
sucesión temporal. El primer criterio determina la prevalencia del decreto más peculiar
sobre el más general, en aquello que establece peculiarmente. Respecto a la
temporalidad: el c. 53 especifica que el posterior prevalece sobre el anterior «en la
medida en que lo contradice», dejando en pie las disposiciones del decreto anterior que
no sean contradictorias con él.

C. El precepto singular

1. Concepto y naturaleza: Según el c. 49, «El precepto singular es un decreto por el


que directa y legítimamente se impone a una persona o a unas personas determinadas la
obligación de hacer u omitir algo, sobre todo para urgir la observancia de la ley». El
precepto singular aparece expresamente configurado como acto administrativo.

2. Características

a) La decisión contenida en el precepto consiste en imponer directamente a una o varias


personas determinadas un mandato o una prohibición.
b) Se trata de una orden de la «autoridad ejecutiva competente»: su destinatario es
alguien sujeto por algún concepto a la potestad de quien da el precepto.
c) Ha de imponerse «legítimamente» ( c. 49), «según las normas del derecho» (c. 48);
de modo que, además de las normas aplicables a la situación a la que se refiera, han de
observarse especialmente las normas sobre competencia, procedimiento (c. 50), forma
(cc. 51, 58 § 2) y notificación (cc. 54-56).
d) Una vez impuesto legítimamente, obliga a su destinatario o destinatarios en todo
lugar, salvo que conste expresamente otra cosa (c. 52).

3. Principales clases de precepto singular

a) Precepto simple y precepto penal: La obligación de hacer o de omitir en que


consiste esencialmente el contenido de un precepto puede imponer se simplemente o
también llevar aneja la conminación de una pena para el caso de incumplimiento .

b) Preceptos que urgen una obligación legal preexistente y preceptos que imponen
obligaciones «praeter legem»: El inciso final del c. 49 establece que la función
principal de la imposición de un precepto singular es «sobre todo, urgir la observancia
de la ley». La autoridad ejecutiva, en ámbito de su competencia, puede también imponer
obligaciones particulares que no estén previamente establecidas por la ley: no significa
que el precepto posea naturaleza legislativa, o que vulnere el principio de legalidad.

4. El precepto oral

El § 2 del c. 58 dispone que «el precepto singular no impuesto mediante documento


legítimo pierde su valor al cesar la potestad del que lo ordenó». De este modo, reconoce
implícitamente la posibilidad de que pueda darse un precepto de viva voz.

a) Imposibilidad de urgir su cumplimiento: En el Código se ha hecho una distinción


clara entre forma de emisión y forma de notificación de los decretos. La imposibilidad
de exigir el cumplimiento de un decreto singular (también de un precepto) se deriva de
la falta de intimación o notificación legítima (c. 54 § 2).

b) Cesación al cesar la potestad de su autor: El c. 58 § 2 contiene una excepción


expresa al principio establecido en el c. 46. Cuando no hay constancia fehaciente,
mediante legítimo documento, de la imposición de un precepto singular, al cesar la
potestad de quien lo dio desaparece el fundamento de la certeza jurídica de la situación
afectada.

II. EL RESCRIPTO

A. Concepto, naturaleza y caracteres

1. Concepto

El rescripto es un acto administrativo singular, en forma de respuesta escrita, que


supone la concesión (o la denegación) de una gracia parte de una autoridad ejecutiva
competente, lo cual presupone, en principio, que la gracia concedida haya sido
previamente solicitada (c. 59 § l).
2. Caracteres comunes a otros actos administrativos

a) Acto unilateral de la autoridad: Como todo acto administrativo, el rescripto


consiste en un acto jurídico, singular y unilateral otorgado por una autoridad con
potestad ejecutiva.

b) Se otorga por escrito: El requisito formal de la escritura ha caracterizado siempre al


rescripto, figura de antigua tradición jurídica, distinguiéndolo de la respuesta en forma
oral, que se denomina oráculo de viva voz (c. 59 § 2). La forma escrita hace posible,
entre otras cosas, la prueba de la concesión de que se trate y permite que el rescripto
pueda ser calificado también como documento público eclesiástico (c. 1540 § 1).

c) Precedido por una petición: Para la emisión del rescripto, ordinariamente se


requiere su petición por parte de un sujeto interesado distinto de la autoridad otorgante.
Se ha resaltado el adverbio ordinariamente porque caben los denominados rescriptos
«motu proprio».

3. Caracteres específicos

a) Se refiere a la concesión de una gracia: Todo rescripto tiene por objeto la


concesión o denegación de una gracia. Cuando la autoridad, a petición del orador,
otorga algo que no es debido, sino que se concede como favor, o concede algo no
previsto o incluso contrario a una norma, se trata entonces de una concesión graciable.

b) Se otorga en forma de respuesta: De ahí que la concesión del rescripto suponga por
regla general su impetración: requiere de una petición o «preces».

B. Régimen jurídico: elementos específicos

l. Sujeto

a) Distintas autoridades competentes: El c. 59 establece que el autor del rescripto es


la autoridad ejecutiva competente. Las distintas autoridades competentes para emitir un
determinado rescripto pueden encontrarse al mismo nivel o a niveles distintos. Cuando
un mismo tipo de gracia puede ser concedido por diversas autoridades hay que tener en
cuenta el c. 139.

b) Autoridad competente para otorgar un rescripto anteriormente denegado: El


régimen establecido por los ce. 64 y 65 determina el modo de articular los criterios
cronológico y jerárquico para evitar o resolver conflictos de competencias y para
favorecer la certeza del derecho.
1º. Concesiones de la Santa Sede (c. 64). La correcta aplicación de esta norma requiere
indicar tres presupuestos: ha de tratarse de una gracia efectivamente denegada por
cualquier dicasterio de la Curia romana; esta regulación debe aplicarse también a las
licencias mientras no conste otra cosa («gracia» en sentido amplio); ha de tratarse de la
misma gracia: debe darse identidad de beneficiario y de objeto.
2º. Concesiones de otras autoridades (c. 65). Se parte también aquí de los tres
presupuestos antes mencionados: se solicita de nuevo una gracia, en sentido amplio, con
idéntico objeto y para el mismo sujeto que la que ha sido denegada anteriormente. En
los supuestos considerados en este nivel particular de gobierno es más fácil apreciar que
la sola transgresión del criterio cronológico determina la ilicitud de la petición o de la
concesión (con consecuencia jurídica: la revocación del acto, la obligación de reparar
daños producidos; c. 128), mientras que la lesión del principio jerárquico determina la
invalidez del rescripto.

c) Otros sujetos: El c. 59 menciona los dos principales: la autoridad concedente y el


beneficiario; pero caben otros participantes como el jurisperito que asesora al
solicitante, el ejecutor de los rescriptos en los que está prevista su actuación, el
Ordinario a quien se presenta el rescripto, el Obispo que prorroga los rescriptos de la
Santa Sede, etc.
Destinatario: el c. 60 establece que cualquier rescripto puede ser obtenido por «todos
aquellos a quienes no les está expresamente prohibido», sean fieles católicos o no, ya
que para estos últimos no consta expresamente la prohibición.

2. Contenido

En sentido estricto, el rescripto es la respuesta escrita con la que se concede una gracia
(c. 59 § 1). En sentido más amplio, sería la mera respuesta escrita que supone una
concesión (incluye también las licencias). Un tercer sentido, aún más amplio: rescripto
es la respuesta escrita de concesión o de denegación de la concesión solicitada.

3. Causa

Al conceder un rescripto, la autoridad aprecia unos motivos, aducidos por el orador, que
justifican la concesión, porque la hacen razonable. El concedente considera esos
motivos por medio del procedimiento administrativo y, después de las necesarias
verificaciones, los hace propios y los convierte en la causa del rescripto. La
terminología tradicional alude a la causa o a las causas motivas refiriéndose a aquellos
motivos alegados que de por sí son suficientes para obtener la concesión. Impide la
validez del rescripto el vicio de obrepción: exposición de falsedades en las causas
motivas de un rescripto. Tener en cuenta el c. 63.

4. Forma

a) Diversidad de formas: El nombre de rescripto no designa un tipo único de


documento (un género diplomático), sino un tipo de acto administrativo: la respuesta
escrita a una petición. Por lo que se refiere a la forma documental, el rescripto podrá
adoptar formas
externas diversas (bula, breve, simple carta o comunicación, etc.), dependiendo de
factores como la autoridad concedente, el objeto, el destinatario o las circunstancias.

b) Consecuencias de los errores formales: La falta de correspondencia entre los datos


que figuran en el rescripto y la persona a quien el rescripto se otorga o el objeto al que
se refiere no es automáticamente causa de su invalidez (c. 66). El rescripto no se
concede atendiendo al nombre, sino a la persona del orador y a sus cualidades
intrínsecas. Quien juzga acerca de si el error en esos extremos materiales alcanza
también a la sustancia es el Ordinario. Si juzgara que cabe dudar de la identidad del
sujeto o del objeto, el rescripto se vería afectado de invalidez, que aquí significa más
bien ineficacia: no produciría ningún efecto, y se tendría que volver a dar o sanar el
error.
5. Procedimiento

a) Iniciación: Se concreta normalmente en una petición, presupone la facultad,


reconocida en el c. 212 § 2 a todos los fieles. Sin embargo, el alcance de las normas
sobre rescriptos, y más concretamente el alcance del c. 60 cuando establece que «todos
aquellos a quienes no les está expresamente prohibido pueden obtener cualquier
rescripto», es mayor. El solicitante puede ser distinto del favorecido por la concesión, y
aunque este último no haya tenido noticia de la petición.

b) Sustanciación: La autoridad recaba los elementos necesarios para ponderar las


circunstancias que justificarán o no la concesión, tiene particular interés la prevención
de dos posibles vicios, ya mencionados, que invalidan el rescripto: la subrepción
(ocultación de la verdad que impide la validez de un rescripto = queda sanada la
omisión si la autoridad hace la concesión de «motu proprio»), y la obrepción (produce
la invalidez del rescripto por exponer causas motivas falsas en las preces = no se sana
por la cláusula «motu proprio») (c. 63).

c) Conclusión: La deliberación de la autoridad competente, que pondera las


circunstancias y decide si concede la gracia atendiendo a lo solicitado o toma una
decisión diversa, se concluye con la firma, ya que se trata de un acto escrito.

6. Eficacia de los rescriptos

a) Inicio de la eficacia:

El c. 62 distingue dos tipos de rescriptos. Unos despliegan sus efectos inmediatamente:


a partir del mismo momento en que el documento se expide (cuando la autoridad
concedente firma el escrito). Otros rescriptos empiezan a producir efectos, con eficacia
diferida, solo desde el momento de su ejecución, y se denominan en la tradición
canónica rescriptos comisarios o dados en forma comisaria.

b) Ejecución de rescriptos

1º. El ejecutor. Los rescriptos dados en forma comisoria se diferencian de los dados en
forma simple por las autoridades que deben intervenir para que el acto sea eficaz: en los
simples la eficacia depende solo de la autoridad concedente, en los comisorios está
prevista además la intervención de un ejecutor.
Tradicionalmente, se ha distinguido entre los meros ejecutores (realiza una mínima
actividad de instrucción) y los ejecutores mixtos (se le confiere potestad delegada para
conceder la gracia o no concederla.

2º. Momento de la ejecución. El rescripto para el que se ha previsto la intervención de


un ejecutor suele dirigirse por la autoridad concedente al Ordinario del destinatario del
rescripto, quien, además, habitualmente intervendrá como ejecutor del rescripto.
Normalmente será éste quien informe al beneficiario e incluso quien proponga el
momento de la ejecución. También podría darse el caso de que lo reciba directamente el
peticionario ( o el beneficiario), y entonces éste tiene que dirigirse al ejecutor con el
rescripto recibido para proceder a la ejecución (c. 40). En ambos supuestos, el c. 69
otorga al interesado la libertad de elegir el momento de la ejecución.
3º. Forma de la ejecución. La ejecución debe hacerse por escrito, cuando se trata de
rescriptos que afectan al fuero externo. Esta disposición afecta solo a la licitud y no a la
validez de la ejecución, a no ser que esté previsto expresamente lo contrario en algún
caso. La escritura es el medio ordinario y más sencillo de probar los actos que deben ser
eficaces en el fuero externo. La ejecución escrita facilita la determinación del momento
preciso en que el rescripto comienza a producir efectos, con independencia de que la
concesión deba ser todavía notificada a la persona en cuyo favor se ha concedido el
rescripto. Conviene (no necesario) dejar constancia de las informaciones que
acompañan a la ejecución en documento distinto al de la ejecución

c) Presentación de rescriptos para los que no se designa ejecutor

Se establece en el c. 68 (para la licitud , no para la validez) que el rescripto de la Santa


Sede para el cual no se haya designado ejecutor se debe presentar al Ordinario sólo en
tres supuestos:
1º. Si la presentación se dispone en el mismo rescripto.
2º. Si el rescripto trata de cosas públicas
3º. Si es necesario comprobar algunas condiciones.

d) Conflicto de rescriptos

En el c. 67 se establece que el rescripto peculiar prevalece sobre el general en aquello


que se expresa peculiarmente; y que, si son igualmente peculiares o generales, el
anterior prevalece sobre el posterior que no lo mencione expresamente, a no ser que el
primer solicitante que obtuvo su rescripto no lo haya usado por dolo o negligencia
culpable. Para la determinación de la prioridad cronológica, se considera la fecha de
emisión del rescripto, no la de su ejecución.

e) Obligación de usar el rescripto concedido

El beneficiario recibe las concesiones de gracias con la facultad de disponer acerca de


su uso. Queda a su libre elección usar la gracia o no, y hacerlo cuando le parezca
oportuno.
El c. 71, no obstante, plantea la posibilidad de que exista obligación de usar el rescripto,
no ya cuando se concede una gracia al beneficiario para ejercerla en favor de otros
sujetos, sino cuando se le concede solo en su propio favor, pero queda canónicamente
obligado a usarla por otra razón. La obligación de usar el rescripto puede ser de distinta
índole: natural, moral y jurídica.

f) Cesación de la eficacia

Los rescriptos no cesan al extinguirse la potestad de quien los emitió (c. 46), ni quedan
automáticamente revocados por una ley contraria posterior (c. 73). La autoridad
competente puede disponer su revocación, siempre respetando la justicia, o puede haber
establecido al concederlos la fecha o las circunstancias que determinarán la cesación de
su eficacia. En estos supuestos cabría la concesión de una prórroga que extendiese la
eficacia del rescripto. En el caso de un rescripto de la Santa Sede sometido a término, el
Obispo diocesano podría conceder prórroga por un tiempo determinado, no superior a
tres meses a partir del día en que expiró el rescripto (c. 72).
g) Impugnación de rescriptos

Cabe la posibilidad de recurrir la concesión de un rescripto (el recurso de un tercero


para quien la concesión comporte un perjuicio). La excepción que se aplica a los actos
del Romano Pontífice y a los del Concilio Ecuménico (c. 1732), que no son susceptibles
de recurso, rige también cuando se trata de rescriptos. También queda excluida la vía
del recurso jerárquico respecto a los rescriptos concedidos para el fuero interno.

7. Extensión del régimen jurídico de los rescriptos (c. 59 § 2)

a) La licencia

Tanto la licencia como las figuras afines, tienen como fin la regulación por parte de la
autoridad del ejercicio de los derechos en atención al bien común (c. 223). Quien pide
una licencia no solicita que le sea concedido un derecho, sino la posibilidad de ejercerlo
efectivamente en armonía con el bien común. Puesto que la licencia también tiene
carácter concesivo, se asemeja en ese aspecto a las concesiones de gracias que son
contenido propio de los rescriptos.
Una licencia se diferencia de una concesión graciable en sentido estricto en el alcance
de la valoración discrecional que lleva a cabo la autoridad: libera de una limitación,
permitiendo el ejercicio lícito o válido (según los casos) de una facultad.

b) Las concesiones mediante oráculo de viva voz

Los oráculos de viva voz mediante los que se conceden o deniegan gracias se rigen
también por las normas de los rescriptos, a no ser que conste otra cosa. Los oráculos de
viva voz en el fuero externo son una excepción.
El ordenamiento jurídico prevé ciertos actos de control y exige la prueba de la
concesión cuando el oráculo, además de producir efectos en el fuero interno, vaya a
tener también eficacia en el fuero externo: en esos casos el beneficiado por la concesión
«tiene obligación de probarla para el fuero externo cuantas veces se le exija esto
legítimamente» (c. 74).
LECCIÓN VIII: EL CONTENIDO DE LOS RESCRIPTOS: GRACIA,
PRIVILEGIO Y DISPENSA

I. EL CONCEPTO CANÓNICO DE GRACIA

A. Gracia y derecho

La ciencia jurídica llama gracia a la concesión de la autoridad que da origen a cierta


situación con relevancia jurídica que se califica de favorable, porque amplía la esfera
jurídica del concesionario. Además, es una situación favorable caracterizada por su
gratuidad objetiva, en la medida en que se adquiere sin que medie sacrificio por parte
del adquirente. Esto supone que la situación jurídica de que se trata no es originaria,
sino derivada, pues su existencia requiere que medie una concesión de la autoridad, que
no es exigible, o sea debida en justicia, sino graciosa o graciable. Existe diferencia con
la exigibilidad de los derechos y esto explica el porqué de la denominación de «gracia»:
don gratuito de contenido jurídico que, sin embargo, no aparece investido de una
exigibilidad originaria.

B. Fundamento de las gracias en el derecho canónico

La justificación natural de las concesiones de gracia se encuentra en la intrínseca


limitación de la ley debida a la imposibilidad de prever de antemano, con carácter
general, todas las circunstancias de las situaciones concretas y las posibilidades de
armonización entre bien común y bien propio de un determinado sujeto en unas precisas
circunstancias. A esto se añade en derecho canónico otro elemento de fundamentación,
que remite en último término al misterio de la Iglesia (OT 16). Todo esto se ha
manifestado tradicionalmente en la elasticidad o flexibilidad propia del derecho
canónico y, como una de sus consecuencias, en el desarrollo jurídico de la concesión de
gracias.

C. Lugar de las gracias en el derecho administrativo canónico

El uso de las concesiones de gracia plantea problemas: eventual lesión del principio de
igualdad o la posible arbitrariedad en su otorgamiento o denegación. La resolución de
tales dificultades requiere: entender correctamente que «a todos los fieles se les debe
trato igual; pero esta igualdad tiene en cuenta la proporción. No significa dar a todos lo
mismo, sino dar a todos lo que les corresponde. Aquí se encuentra una razón más de la
importancia que tiene la verdadera discrecionalidad en la función eclesiástica de
gobierno, que, asumiendo el principio de legalidad, aleja el riesgo de la arbitrariedad.
Como toda decisión de gobierno, la concesión de una gracia debe ir precedida de una
actividad de instrucción. El recto ejercicio de la discrecionalidad, junto al respeto de los
aspectos reglados, en el procedimiento de concesión permite que se puedan atribuir
gracias sin dejar de tutelar las exigencias de justicia.

D. Algunos rasgos de la regulación codicial de las gracias

La legislación actual de la Iglesia prevé un espacio propio para las gracias. En el


ordenamiento canónico las gracias constituyen una realidad presente, operante y no
superflua. En el derecho de la Iglesia, no parece que pueda resolverse la cuestión de las
gracias aduciendo un pretendido carácter excepcional, como ocurre en los
ordenamientos estatales.

Las gracias aparecen junto a otras situaciones jurídicas subjetivas, como los derechos o
las facultades (c. 1336 § 1 CIC y c. 1430 CCEO); se conceden (cc. 59 § 1 y 70 CIC; cc.
848 § 2, 1522 § 2 y 1527 CCEO), se usan y en ocasiones requieren ser probadas (c. 74
CIC). Se consideran gracias la dispensa (c. 59 § 1 CIC), el privilegio (cc. 59 § 1, 76 y
77 CIC), la convalidación (c. 1161 § 1 CIC), la disolución del matrimonio rato y no
consumado (c. 1704 § 1 CIC), e incluso el Código oriental considera que la licencia
participa de los rasgos propios de una gracia (c. 1510 § 2, 3º CCEO).

II. EL PRIVILEGIO

A. Significados del término privilegio

En su uso no canónico, el término privilegio connota frecuentemente la significación de


favor injusto, de beneficio discriminatorio que atenta contra la igualdad entre los
hombres.
Tanto en el derecho canónico antiguo como en el vigente, el privilegio se ha
considerado siempre un instrumento de lo justo, que no daña el bien común, sino que lo
promueve, a través del favor otorgado a un sujeto en atención a determinadas
circunstancias singulares.

B. Evolución histórica del privilegio en el derecho canónico

Decreto de Graciano: «Privilegia sunt leges privatorum, quasi privatae leges 4 ». El


privilegio era una ventaja reservada para algunos, pero con un valor imperativo general,
tales favores debían ser respetados por todos. Definición aplicable a dos tipos distintos
de favores: los concedidos a ciertas comunidades o a determinadas categorías de
personas a través de una norma general; y los otorgados a una persona física o jurídica,
a través de un acto singular.

CIC 1917: Primera categoría: privilegios de los clérigos, cardenales, abades, canónigos,
religiosos, etc., contenidos en los propios cánones («privilegia clausa in corpore iuris»).
Junto a estos, se regulaba el régimen jurídico de aquellos otros concedidos por rescripto
(cc. 63-70). El primer tipo de privilegios, establecidos a través de una ley o una
costumbre, tenían rango de ley, aunque se consideraban leyes especiales. Los
privilegios del segundo tipo, concedidos mediante acto peculiar de la autoridad, también
eran considerados leyes especiales si la autoridad concedente era el Papa.

C. El concepto actual de privilegio en el derecho canónico

1. El privilegio no es una norma general

Dejaron de entenderse como situaciones de ventaja (privilegio) las disposiciones


favorables en beneficio de categorías generales de sujetos, que pasaron a formar parte
del estatuto jurídico de tales grupos. La distinción entre normas generales y actos
singulares determina que a partir del CIC 1983 ya no se consideren técnicamente
privilegios las situaciones favorables concedidas a través de una norma general.

4
Cfr. Definición de San Isidoro en D. 3.3.
2. El privilegio no es acto administrativo, sino contenido de un acto administrativo

En sentido técnico, el privilegio, que no es una norma, tampoco es un acto


administrativo, sino un tipo de gracia que se concede por medio de un rescripto (acto
administrativo singular). El c. 59 menciona los privilegios entre los contenidos posibles
de los rescriptos; y el c. 76 establece una noción legal de privilegio que lo considera una
gracia concedida a través de un acto peculiar.

3. Caracteres específicos

El privilegio, como los demás contenidos posibles de los rescriptos, asume las
características comunes de ese tipo de acto administrativo, pero presenta rasgos
específicos en dos de los elementos: el autor y la causa.

a) En cuanto al autor: El c. 76 establece que el privilegio puede ser concedido por el


legislador, así como por la autoridad ejecutiva a quien el legislador haya atribuido tal
potestad. Que sea concedido por el legislador no significa que se trate de un acto
legislativo. Los legisladores, en derecho canónico, poseen también la potestad ejecutiva.
En el caso de los rescriptos que contienen un privilegio, hay una reserva hacia la
autoridad ejecutiva que además es legislador: la autoridad ejecutiva superior en cada
ámbito autónomo de gobierno (cc. 75 y 76).
También puede conceder privilegios la autoridad ejecutiva que haya recibido del
legislador la potestad para hacerlo. Esta habilitación puede hacerse a través de una
norma general o de un acto singular del legislador: se trata entonces de una delegación,
de la competencia necesaria para conceder privilegios.

b) En cuanto al elemento causal: La gracia en que consiste el privilegio se traduce en


un derecho y por tanto se presume perpetuo. Esta diferencia entre el privilegio y la
dispensa se asienta en el elemento causal. sería perjudicial la perpetuidad del privilegio
cuando dejaran de verificarse los presupuestos que determinan su racionalidad. De ahí
que, en el Código, sin perjuicio de la presunción de perpetuidad, se especifiquen de
forma muy precisa las causas de extinción del privilegio.

4. Causas de extinción del privilegio

a) Causas referidas a la permanencia temporal de los presupuestos jurídicos

1º. Extinción por acto revocatorio de la autoridad competente (c. 79). La autoridad
competente (el autor, su sucesor o superior) sólo puede revocar el privilegio porvun
motivo proporcionado y razonable, respetando los derechos adquiridos y las demás
exigencias de justicia. La revocación se realiza mediante un acto administrativo
contrario al privilegio en vigor (c. 47).

2º. Extinción por el transcurso del tiempo fijado. El privilegio puede extinguirse una
vez transcurrido el tiempo para el que fue dado o agotado el número de casos para el
que fue concedido (c. 83).

3º. Extinción por circunstancias relacionadas con el autor. Como regla general, no se
extingue el privilegio al cesar la potestad de quien lo ha concedido, a no ser que lo haya
dado con la cláusula «según nuestro beneplácito» u otra similar (c. 81).
4º. Extinción por renuncia. El privilegio puede extinguirse por la renuncia del
privilegiado, que requiere siempre aceptación por parte de la autoridad competente (c.
80 § 1).

5º. Extinción por prescripción. Se llama prescripción, al transcurso de un tiempo


establecido legítimamente, durante el cual el titular no usa un privilegio, o hace un uso
contrario de él. El c. 82 dispone que sólo cesan por este motivo los privilegios que sean
gravosos para terceros.

b) Causas de extinción del privilegio por decadencia de alguno de los presupuestos


jurídicos

1º. Extinción por perención de la persona o de la cosa interesada. El c. 78 §§ 2-3 se


basa en la distinción tradicional entre privilegios reales y privilegios personales.
Personal es el privilegio que termina cuando deja de existir la persona beneficiada. El
privilegio real se extingue con la destrucción completa del objeto.

2º. Extinción por cambio de circunstancias (c. 83 § 2). En este caso no se requiere un
acto de revocación, sino la simple declaración por parte de la autoridad de que se ha
producido la extinción por ese motivo.

3º. Extinción por privación. La privación de un privilegio es una de las penas


expiatorias previstas en el c. 1336 § 1, 2º, que puede imponerse cuando el beneficiario
comete ciertos delitos que le hacen merecedor de su pérdida.

III. LA DISPENSA

A. Noción de dispensa

1. La definición legal

El c. 85 recoge el concepto tradicional desde el siglo XII: «relajación de una ley


meramente eclesiástica en un caso particular». Aunque esta definición no lo diga
expresamente, es evidente que un elemento esencial de la dispensa es la causa justa y
razonable que justifica la excepción de la ley. El c. 85 añade que la dispensa puede ser
concedida por quien tiene potestad ejecutiva o ha recibido la potestad de dispensar. La
concesión se hace por medio de un acto administrativo.
La misma ley canónica prevé la institución de la dispensa, que será contra legem, pero
no contra ius. Desde el punto de vista objetivo, la dispensa es la situación legítima de
inaplicación de una disposición legal meramente eclesiástica en un caso particular.
Desde el punto de vista subjetivo, la dispensa crea la situación jurídica de
desvinculación respecto a una ley, cuyo título es el acto administrativo que la ha
concedido.

2. Distinción de otras figuras afines

Puesto que la dispensa se refiere a un caso particular, se distingue de la abrogación (o


derogación) de una ley y del supuesto de la ley especial contraria a una ley más general.
Cabe distinguir la dispensa del privilegio: el privilegio puede no ser contra legem, tiene
carácter estable, con tendencia a ser perpetuo, y tiene un régimen distinto del de la
dispensa. Subjetivamente, en cuanto a la situación jurídica que crean, privilegio y
dispensa son dos especies de un mismo género: una situación legítima particular creada
por un acto administrativo, fuera de la regulación general.

3. Objeto de la dispensa

a) Indispensabilidad de la ley divina: El objeto de la dispensa es la ley meramente


eclesiástica. Con esta expresión se quiere excluir del ámbito de las excepciones la ley
divina. El fundamento jurídico de la dispensa, lo que justifica que la autoridad haga una
excepción en un caso particular, es precisamente la defectibilidad de la ley humana.

b) Leyes dispensables: El objeto de la dispensa como institución es la ley eclesiástica,


y no otras obligaciones de justicia que puedan surgir por otros títulos (votos o
juramentos). La expresión «ley meramente eclesiástica» hace referencia no solo a la ley
en sentido formal, sino también a las demás normas generales eclesiásticas: las
costumbres y los decretos administrativos generales. Sólo son dispensables las leyes
meramente eclesiásticas, pero de entre éstas se excluyen las llamadas leyes constitutivas
(c.86).

4. La nota de la excepcionalidad

Es una nota esencial de la dispensa que la relajación de la ley que se concede mediante
un acto singular se refiera a un caso particular, agota su eficacia en un caso
determinado. La particularidad que se menciona como elemento definitorio de la
dispensa es aquélla que se contrapone a la generalidad, o a la abstracción, propia de la
ley.
La particularidad del caso no viene dada por la cantidad de situaciones jurídicas o de
personas afectadas por la dispensa, sino por el carácter de determinación, de concreción,
de la dispensa, que permite que la ley siga existiendo, operando eficazmente en la
comunidad para la que ha sido dada.
La doctrina ha admitido que la dispensa pueda ser: a) «simplex» (referida a una sola
persona, física o moral, para unvsolo acto); b) «simplex cum tractu successivo» (para
una persona, pero no se agota en un solo acto); c) «multiplex» (dirigida a varias
personas respecto a un solo acto); y d) «multiplex cum tractu successivo» (para varios
sujetos, sin que se agote en un solo acto).
El c. 92 establece que la dispensa ha de interpretarse estrictamente a tenor del c. 36 §
1(el acto administrativo, cuando es contrario a una ley a favor de particulares, ha de
interpretarse estrictamente). El carácter de excepción a la ley, propio de la dispensa, es
el factor que postula una interpretación estricta en caso de duda y el que rechaza
cualquier interpretación extensiva.

B. El autor de la dispensa

1. La potestad de dispensar

a) El poder originario de dispensar: La dispensa es fruto de un acto puesto por la


autoridad. Solo quien tiene la potestad pública de regir la sociedad puede disponer que,
en un caso concreto, por justificados motivos, no se aplique la norma general. A partir
de la distribución de funciones de gobierno, no se ve por qué tendría que ser
necesariamente el legislador el autor de la dispensa.
b) La habilitación a la autoridad ejecutiva para conceder dispensas: El CIC
atribuye la potestad de dispensar a quien tiene potestad ejecutiva y da las oportunas
reglas de competencia en los cc. 87-89 y 91. La dispensa es en cierto sentido un acto
peculiar, porque presenta notas características de cada una de las tres funciones de
gobierno. Sin embargo, la tipificación de la dispensa como actividad administrativa
tiene la ventaja de aprovechar la cercanía de las autoridades ejecutivas con los
problemas reales.

c) La autoridad ejecutiva competente: La dispensa se concede mediante un acto


administrativo emitido «por quienes tienen potestad ejecutiva, así como por aquellos a
los que compete explícita o implícitamente la potestad de dispensar, sea por derecho
propio sea por delegación» (c. 85). Encontramos algunas reglas generales acerca de la
potestad ejecutiva en la concesión de dispensas en los cc. 91, 137 y 89).

2. El autor de la dispensa de las leyes universales

a) El régimen actual: Además del el Papa (c. 331), los Obispos diocesanos pueden
dispensar de las leyes universales, promulgadas para su territorio o para sus súbditos (c.
87 § 1), salvo que se trate de leyes procesales o penales, o de leyes cuya dispensa haya
sido reservada especialmente a la Sede Apostólica o a otra autoridad. El texto del c. 87
§ 1 recoge sustancialmente el principio proclamado por CD 8/b y responde a lo
propuesto en los principios 5º y 6º para la reforma del Código.

b) Los titulares de esta potestad: El sujeto al que se reconoce esta potestad es


principalmente el Obispo diocesano y todos aquellos que le están equiparados
jurídicamente (c. 381 § 2). La potestad del Obispo diocesano de dispensar de las leyes
universales es ejecutiva, ordinaria y propia y, como tal, es delegable (c. 137 § 1), tanto
para un acto, como para la generalidad de los casos. Sin embargo, por la importancia del
asunto, es aconsejable usar muy restrictivamente de esta posibilidad. El CIC concede a
otros Ordinarios la facultad de dispensar de determinadas leyes universales (cc. 14,
1047 § 4, 1078 § 1).

c) Las reservas: El c. 87 § 1 excluye de la potestad de dispensar de los Obispos


diocesanos (reserva a la autoridad suprema) las leyes procesales y penales. Además, el
CIC reserva a la Santa Sede las dispensas de las siguientes materias: el celibato
sacerdotal (c. 291); la obligación de asociar al menos otros dos Obispos consagrantes en
la consagración episcopal (c. 1014); la edad requerida para el presbiterado y para el
diaconado cuando el tiempo sea superior a un año (c. 1031); las irregularidades e
impedimentos para recibir las sagradas órdenes (c. 1047); y los impedimentos
matrimoniales de orden, de crimen y de voto público perpetuo de castidad en un
instituto religioso de derecho pontificio (c. 1078 § 2).

d) La potestad de dispensar de las leyes universales en caso urgente: El c. 87 § 2


extiende la potestad de dispensar de las leyes universales a cualquier Ordinario (c. 134 §
1) en caso urgente, es decir, «si es difícil recurrir a la Santa Sede y existe además
peligro de grave daño en la demora», incluso para aquellas dispensas reservadas a la
Sede Apostólica, salvo la del celibato clerical, con tal que la Santa Sede suela conceder
esa dispensa en las mismas circunstancias.
3. El autor de la dispensa de las leyes particulares

La dispensa de las leyes diocesanas y de las promulgadas por el Concilio regional o


provincial o por la Conferencia Episcopal corresponde al Ordinario del lugar (c. 88). Es
decir, corresponde a la ordinaria administración de la diócesis (o de la comunidad de
fieles a ella equiparada) dispensar de las leyes en beneficio de los fieles y de la propia
comunidad, lo cual es competencia de los que tienen encomendado el gobierno
ordinario de esa comunidad (c. 479).

C. El acto de concesión

1. Forma

El acto de concesión será, por tanto, un acto administrativo singular; y, a tenor del
canon 59, lo habitual será que se trate de un rescripto. que la dispensa se conceda de
viva voz, como se ha estudiado al tratar de los rescriptos, pero, en ese caso, tendrá la
dificultad de la prueba. Las concesiones de viva voz podrán ser más o menos frecuentes
en aquellos supuestos en los que la relevancia social de la dispensa sea muy escasa.

2. Causa

a) Noción: Se trata de la causa motiva de la dispensa, que impele a la autoridad


competente a suspender la eficacia de la ley en un caso singular, para conseguir un
resultado equitativo. La causa estará constituida por el conjunto de circunstancias del
caso que aconsejan la excepción a la norma general. El c. 90 del habla simplemente de
«causa justa y razonable» (justa: no puede lesionar ningún bien jurídico; razonable:
debe haber una armonía entre la razón de la dispensa y la racionalidad propia de la ley).

b) Necesidad: El c. 90 § 1 dispone que «no se dispense de la ley eclesiástica sin causa


justa y razonable». La causa el elemento que convierte a la dispensa en una institución
perfeccionadora de la ley. El c. 90 § 2 establece que la dispensa se concede válida y
lícitamente cuando hay duda sobre la suficiencia de la causa.

c) Posible derecho a la dispensa: La existencia de una causa justa y razonable para la


dispensa no significa que ésta sea debida en justicia, que el peticionario tenga derecho a
ella. La concesión de la dispensa es un acto prudencial de gobierno y no de
administración de justicia: no satisface un derecho previo, sino que crea uno nuevo.
Solo en supuestos muy extremos puede haber un verdadero derecho a recibir una
dispensa: aquéllos en los que cesa la ratio legis en un caso particular y el único modo de
hacer valer esa situación es mediante la obtención de una dispensa.

3. Cesación

La dispensa puede agotarse con el cumplimiento de un acto. En otras ocasiones, la


dispensa puede ser de tracto sucesivo, de modo que permite realizar más de un acto
contrario a la ley dispensada. Dispone el c. 93 que la dispensa de tracto sucesivo cesa de
la misma forma que el privilegio. El mismo canon establece que, además de las causas
de cesación comunes con el privilegio, y a diferencia de éste, la dispensa de tracto
sucesivo cesa con la desaparición cierta y total de la causa motiva.
4. Legitimidad

Una dispensa sin causa justa y razonable es claramente ilícita (c. 90), añadiendo que, si
fue concedida por una autoridad distinta al legislador o a su superior, es además
inválida.
Tanto para declarar su nulidad como para rescindir el acto de concesión por ilicitud, se
requiere el correspondiente recurso que, en caso de prosperar, llegará al mismo
resultado práctico, independientemente de que la dispensa hubiese sido concedida por el
legislador o no. Es en este punto donde se puede observar la mayor ventaja de la
tipificación del acto de concesión de la dispensa como acto administrativo: aquel que se
sienta perjudicado puede recurrir el acto.
LECCIÓN IX: EL RECURSO JERÁRQUICO

I. LOS RECURSOS ADMINISTRATIVOS

1. Los recursos administrativos: concepto y función

Los actos administrativos poseen eficacia ejecutiva inmediata. Cuando el afectado por
un acto administrativo se considera perjudicado por la resolución de la autoridad, la
justicia exige que exista la posibilidad de revisarla. La revisión del acto administrativo
puede hacerse como respuesta a una simple petición, solicitud o súplica, de carácter
gracioso, basada en el derecho de petición del interesado (c. 212 § 2) y en la obligación
de la autoridad de ejercer un buen gobierno. Puede ser también consecuencia de una
impugnación: reclamación prevista y regulada por el derecho, por la que el acto es
jurídicamente atacado y se entabla una nueva relación jurídica de tipo contenciosa. Hay
entonces una autoridad que resuelve el conflicto imponiendo jurídicamente la solución a
las partes.

La impugnación puede producirse en vía administrativa. En este caso, se establece una


competencia de tipo jerárquico, que puede dar lugar a sucesivos recursos ante el
superior jerárquico de quien resolvió el anterior, hasta agotar la vía administrativa.
Puede darse también -simultánea, alternativa o sucesivamente- la posibilidad de
impugnar el acto en vía jurisdiccional o judicial: ante un tribunal, que resuelve en virtud
de la potestad judicial y siguiendo las normas de actuación de los tribunales de justicia.

Se llama recurso administrativo a la impugnación de un acto en vía administrativa.


Cuando la impugnación se lleva a cabo en vía judicial, se trata de un recurso
jurisdiccional, que se puede llamar administrativo sólo por el objeto sobre el que versa
(un acto administrativo).

2. El recurso administrativo en el CIC

En aplicación del 7º principio directivo para la reforma del CIC 1917, se introdujo en el
Código la Sección I de la Parte V del Libro VII, que regula el «recurso contra los
decretos administrativos» (cc. 1732-1739). Este recurso es el único que cabe incluir en
la categoría genérica de «recursos administrativos» y su nombre propio es el de
«recurso jerárquico» (cc. 1734 § 3, 2º, 1736 § 1).

II. EL EMENTOS DEL RECURSO JERÁRQUICO

A. Objeto del recurso

«Lo que se establece en los cánones de esta sección sobre los decretos, ha de aplicarse
también a todos los actos administrativos singulares que se producen en el fuero externo
extrajudicial, exceptuados aquéllos que procedan directamente del propio Romano
Pontífice o del Concilio Ecuménico» (c. 1732).

1. Inclusión de todos los actos administrativos

Aunque el epígrafe de la Sección I y el texto de los propios cánones 1732-1739 hablan


solo de los decretos singulares, esas normas son de aplicación también a los demás actos
administrativos singulares, de manera que solo se excluyen a priori del recurso
jerárquico las normas generales de la Administración. El recurso jerárquico puede
interponerse contra los decretos y preceptos singulares; y también contra los rescriptos,
cualquiera que sea su contenido.

2. Actos administrativos excluidos del recurso jerárquico

La posibilidad del recurso jerárquico no se extiende exactamente a todos los actos


administrativos: se lleva a cabo con dos restricciones.

a) Los actos dados para el fuero interno: Las normas sobre el recurso se aplican a
todos los actos administrativos «que se producen en el fuero externo» (c. 1732). El
propósito no es establecer que esos actos no sean susceptibles de remedio jurídico
alguno, sino simplemente excluir que ese remedio sea el recurso jerárquico.

b) Los actos de la autoridad suprema: Los actos administrativos procedentes de la


autoridad suprema de la Iglesia también quedan excluidos. El c. 1732 no hace más que
aplicar explícitamente a este ámbito el principio general contenido en los cc. 333 § 3 y
336-338. Contra los actos de la suprema autoridad de la Iglesia no cabe interponer
recurso propiamente dicho. Lo mismo puede decirse de los actos de los dicasterios
romanos aprobados por el Romano Pontífice en forma específica (RGCR, art s. 126 y
134 § 4).

c) Los actos administrativos de los dicasterios romanos: Aunque el c. 1732 no lo


advierte expresamente, tampoco son objeto de recurso jerárquico los demás actos
administrativos emitidos o aprobados por los dicasterios de la Curia romana, aunque no
cuenten con la aprobación en forma específica del Papa, porque agotan la vía
administrativa ordinaria. La impugnación ordinaria de estos actos se produce ya en vía
jurisdiccional, mediante «recurso contencioso-administrativo» ante la sección segunda
de la Signatura Apostólica.

B. Sujetos del recurso

Siempre intervienen en el recurso una parte activa, a la que el Código llama


«recurrente» (c. 1738); una parte pasiva o resistente, que se le opone, y que el Código
designa como el «autor del decreto» (c. 1733 §§ 1 y 3, 1734 § 1, etc.); y un superior
jerárquico competente para resolver el recurso.

1. El recurrente

Sujeto (capacidad jurídica) capaz de actuar en un recurso jerárquico (capacidad de


obrar); y además, es preciso dilucidar qué tipo de relación ha de tener con el acto
recurrido para ser admitido como parte activa en un determinado recurso (legitimación
activa).

a) Capacidad: Tiene capacidad para recurrir toda persona humana, bautizada o no,
mayor de dieciocho años. También, por medio de sus representantes legítimos, las
personas jurídicas, públicas o privadas.
b) Legitimación activa: El c. 1737 § 1 expresa el requisito de la legitimación
estableciendo que puede interponer el recurso jerárquico «quien se considera
perjudicado» (c.1733) por el acto administrativo y, por tanto, está interesado en su
revocación o enmienda (c. 1734).

c) Capacidad y legitimación son requisitos para la admisión del recurso: La


legitimación activa no es el fondo de la controversia, sino una cuestión previa, que
constituye un requisito de admisión del recurso. Para admitir a trámite el recurso, el
superior debe, simplemente, verificar de modo sumario que de la motivación aducida
por el recurrente se desprende algo equivalente a la presencia de un cierto fundamento
que justifique la actuación del recurrente como parte interesada en el recurso; o mejor,
que haga que no aparezca como evidentemente absurda e infundada.

d) Derecho del recurrente a servirse de abogado o procurador: El c. 1738 recoge


para los recursos administrativos la regla general vigente en el sistema procesal
canónico, según la cual, salvo prescripción expresa en contra, quien es parte puede
llevar a cabo personalmente toda la actividad que le corresponde en el proceso (c. 1481
§ 1); y establece, a la vez, que el recurrente «tiene derecho a servirse de un abogado o
procurador, pero evitando dilaciones inútiles». Por tanto, la asistencia letrada se
presenta como un derecho que corresponde al recurrente, pero del que puede no hacer
uso. El c. 1738 regula un deber y una facultad del superior jerárquico que ha de resolver
el recurso. El superior tiene el deber de nombrar de oficio un patrono al recurrente si lo
considera necesario y éste no lo ha hecho.

2. La parte resistente

a) Legitimación pasiva: La legitimación pasiva corresponde siempre primaria y


directamente a la autoridad que emitió el acto administrativo que se recurre. Sólo se
excluyen de ese supuesto de legitimación pasiva, por razones de orden constitucional, el
Romano Pontífice y el Concilio ecuménico (c. 1732).

b) La intervención de abogado por parte del autor del acto: No se impone la


intervención de abogado o procurador por parte del autor del acto impugnado. Esto se
justifica por dos razones: porque se supone al autor del acto administrativo la capacidad
de tutelar la parcela del bien público afectada por sí mismo; porque el superior que
resuelve el recurso tiene también, por su oficio, la función de velar por esos mismos
bienes. Nada impide tampoco que el autor del acto impugnado sea representado por un
abogado o procurador, si lo estima oportuno.

3. Otros posibles interesados

Además del sujeto o los sujetos directamente afectados por el acto administrativo,
podrían existir otras personas interesadas en su modificación o revocación. es la figura
de los «coadyuvantes», no prevista explícitamente por el Código en este ámbito, pero
perfectamente posible.

4. El superior jerárquico

Para los actos administrativos emitidos por autoridades subordinadas al Obispo


diocesano, el superior ad quem será el Obispo. Los actos administrativos del Obispo
diocesano (o equiparados) habrán de recurrirse ante el dicasterio pontificio competente
por razón de la materia (PB art. 19 § 1); si hubiera varios que pudieran parecer
competentes, puede dirigirse el recurso a uno de ellos o simultáneamente a varios, ya
que la cuestión de la determinación de competencia será resuelta por el procedimiento
previsto en PB art. 20 y RGCR art. 137. Los actos administrativos de los dicasterios
romanos solo pueden ser objeto del recurso contencioso-administrativo ante la
Signatura Apostólica.

C. Los motivos del recurso y su naturaleza

El recurso jerárquico debe ser motivado. A tenor del c. 1737 § 1, el interesado puede
recurrir «por cualquier motivo justo»: expresión muy amplia que solo excluye
absolutamente los recursos que se presenten sin motivo alguno, o por un motivo que no
pueda ser calificado de justo.

III. NORMAS SOBRE EL PROCEDIMIENTO DEL RECURSO JERÁRQUICO EN


EL CIC

A. Pasos previos al recurso

El Código establece dos pasos previos a la interposición del recurso jerárquico: el


intento de alcanzar una solución de común acuerdo que evite el recurso (c. 1733), y la
petición dirigida al autor del acto para que lo revoque o lo enmiende (c. 1734).

1. Intento de conciliación

a) Conveniencia de evitar los litigios innecesarios: Dejando a salvo lo previsto por el


c. 1733 § 1, la llamada al espíritu de concordia, de diálogo y de cooperación no insta en
modo alguno a la dejación sistemática de derechos, o a la negligencia de obligaciones,
de tal modo que se eviten los conflictos a toda costa. Esta norma no va dirigida solo a
quien se considere perjudicado por el acto administrativo, sino también a la autoridad de
la que procede el acto administrativo en cuestión.

b) Modos de buscar la conciliación: El medio más directo es el diálogo inmediato


entre la autoridad y el afectado por el acto administrativo. Pero no siempre será posible,
o prudente, o fructífero; y por eso el canon 1733 § 1 prevé además la posibilidad de
acudir a algunas personas prudentes que estudien el asunto y medien entre las partes,
procurando hacer posible, y quizá eficaz, ese diálogo. El § 2 del mismo canon prevé la
posibilidad de que la Conferencia Episcopal mande que en cada diócesis se constituya
un organismo estable con esa misma función. En ausencia tal decisión, el Obispo puede
instituir ese departamento o consejo en su diócesis.

c) Momento de intentar la conciliación: El Código no impone formalmente este


intento de conciliación como requisito previo al recurso. Precisamente por eso, no hay
norma alguna que supedite el comienzo del transcurso de los plazos para recurrir al
fracaso del intento de conciliación: el tiempo cuenta ininterrumpidamente desde la fecha
establecida con carácter general (cc. 1734 § 2, 1735 y 1737 § 2), y corre en contra de
quien se considera perjudicado por el acto administrativo. La interposición del recurso
en tiempo no cierra la posibilidad de alcanzar ese acuerdo (c. 1733 § 3).
2. Petición previa de enmienda o revocación

a) Naturaleza de la petición: El c. 1734 § 1 dispone que «antes de interponer recurso,


el interesado debe solicitar a su autor por escrito la revocación o enmienda del decreto»,
solicitud que se configura como requisito previo inexcusable para la interposición del
recurso jerárquico, en los casos y con las condiciones establecidas por esta norma. Esta
petición no es propiamente un recurso, se trata simplemente de una petición, solicitud o
súplica (supplicatio), anterior al verdadero recurso. Su finalidad es sobre todo prevenir a
la autoridad eclesiástica de que hay alguien que se considera perjudicado por su acto
administrativo y tiene interés en recurrirlo, de modo que pueda reconsiderar su decisión
y optar por reafirmarse en ella, afrontando el recurso, o por revocarla o modificarla.

b) Plazo de presentación: El c. 1734 § 2 establece un plazo perentorio de diez días


útiles, a contar desde la legítima notificación del acto administrativo cuya revocación o
enmienda se pide. Transcurrido el plazo de diez días sin que se haya presentado la
petición (salvo que haya transcurrido inútilmente, porque el interesado ignoraba la
existencia del acto, o la posibilidad de realizar esa petición, o porque no podía
presentarla: c. 201 § 2), el fiel que se considera perjudicado por el acto administrativo
pierde su derecho a recurrir (c. 1465), ya que el recurso posterior no le será admitido si
no ha mediado la petición previa.

c) Requisitos formales: Respecto a los requisitos formales de la petición, el c. 1734 § 1


sólo exige la forma escrita. Puede tratarse de un escrito en forma de instancia o de una
simple carta.

d) Contenido: El escrito ha de contener al menos una petición explícita: la de


revocación o reforma del acto. Nada impide que se ofrezca una argumentación detallada
de motivos, pruebas y alegaciones. Puede incluirse también la petición de que se
suspenda la ejecución del acto administrativo, pero si no se hace, el c. 1734 § 1 la añade
automáticamente a la petición.

e) Efectos: 1º. A veces, implica ipso iure la suspensión automática del acto (c. 1736 §
1). 2º. En los demás casos, constituye una solicitud implícita (c. 1734 § 1) de suspensión
de la ejecución del acto administrativo. 3º. Pone en marcha los intentos de conciliación
a los que se refiere el c. 1733. 4º. Marca el día inicial (c. 203 § 1) en el cómputo del
plazo de treinta días para que el autor del acto responda a la petición. Transcurrido ese
plazo, queda expedita para el interesado la vía del recurso jerárquico (c. 1735).

f) Plazo de respuesta y reacciones posibles del autor del acto: El c. 1735 prevé dos
posibilidades de reacción:

1º. Emisión y notificación de un nuevo decreto: éste puede tener diversos contenidos:
- rechazo de la petición , que supone la confirmación del acto anterior;
- revocación del acto administrativo, y restauración de la situación anterior a él;
- emisión de un nuevo acto administrativo que enmiende en algunos aspectos el
anterior. En este caso, la enmienda puede satisfacer al afectado por el primer acto
administrativo; pero también podría suceder que continuase considerándose perjudicado
por el nuevo acto y mantuviese su interés en recurrirlo.

2.º) Ausencia de respuesta: Puede suceder también que la autoridad no responda a la


petición. Entonces nos hallaríamos ante uno de los supuestos de silencio administrativo
descritos en el c. 57 § 1. Sin embargo, en este caso se establece un plazo especial de
treinta días: el plazo para recurrir comienza a contar desde el día trigésimo desde la
presentación de la petición.

g) Actos que pueden recurrirse sin petición previa: El c. 1734 § 3 enumera los casos.

1º. Cuando se interpone recurso ante el Obispo contra actos de autoridades subordinadas
a él.
2º. Cuando el decreto que se pretende impugnar se haya emitido en resolución de un
recurso (por tanto, ya hubo petición previa), salvo que quien lo haya resuelto sea el
Obispo: en este caso, habrá que pedir previamente al propio Obispo la revocación o
enmienda de su decreto.
3º. Cuando se recurre en virtud del silencio administrativo, en el supuesto general del c.
57 (tres meses), o en el supuesto específico de silencio ante la petición de revocación o
enmienda (treinta días: c. 1735).
4º. Cuando se responde a la petición previa con un nuevo acto que enmienda el anterior,
pero no llega a satisfacer al afectado.

B. Interposición del recurso

1. Plazo

El plazo perentorio de quince días útiles para recurrir ha de contarse:


a) desde la legítima notificación del acto administrativo, en los casos en que no es
precisa la petición previa de revocación o enmienda;
b) desde la notificación del decreto que responde a esa petición, cuando el autor del acto
administrativo que se pretende impugnar responde dentro del plazo de treinta días;
c) desde el día trigésimo a partir de la presentación de la petición, cuando no ha habido
respuesta .

2. Aspectos formales

El recurso puede presentarse directamente ante el superior jerárquico competente, o


también ante el autor del acto, que debe trasladarlo de inmediato al superior, sin
ulteriores dilaciones (c. 1737 § 1), ya que a partir de ese momento la cuestión escapa de
su competencia. Ha de interponerse por escrito, en el que deberían constar, al menos,
los siguientes extremos (p. 284 del compendio).

3. Efectos de la interposición del recurso

Al tratar de las impugnaciones, en general, se suelen distinguir dos efectos primarios,


que se denominan clásicamente «devolutivo» (consistente en remitir la cuestión al
órgano que ha de resolver la impugnación, creando o actualizando su competencia) y
«suspensivo» (consistente en la suspensión de los efectos del acto impugnado en tanto
se resuelve la impugnación).
Además, una vez interpuesto el recurso, nace para el superior la obligación de responder
(c. 57), bien rechazando motivadamente su admisión (c. 51), bien resolviendo, también
motivadamente, una vez haya sido admitido.
4. La suspensión del acto administrativo

A pesar del orden en que se expresa el c. 1736, puede decirse que, por regla general, el
recurso jerárquico sólo produce efecto suspensivo, salvo en algunos casos expresamente
determinados por la ley. Las reglas sobre la suspensión de los actos administrativos son
las siguientes:

a) Casos excepcionales de efecto suspensivo automático del recurso: En algunos


supuestos, especialmente graves, la ley establece el efecto suspensivo automático del
recurso, y el c. 1736 § 1 extiende en esos casos la misma eficacia suspensiva a la
presentación, no ya del recurso propiamente dicho, sino incluso de la petición previa

b) Procedimiento en los restantes casos:

1º. Solicitud implícita de suspensión. Presentada la petición de enmienda o revocación


del acto administrativo, se entiende automáticamente solicitada también su suspensión
(c. 1734 § 1).
2º. Plazo autónomo de silencio administrativo para la solicitud de suspensión. Desde la
presentación de la petición previa comienza a contar un plazo de diez días para que el
autor del acto decida sólo respecto a la suspensión.
3º. Suspensión provisional anterior a la presentación del recurso. Transcurridos esos
diez días sin haber recibido respuesta sobre la suspensión, el interesado puede solicitarla
al superior jerárquico y éste puede concederla provisionalmente antes de la
interposición del recurso, es decir, cuando aún está en vigor el plazo para la respuesta a
la petición previa. Pero sólo por causa grave.
4º. Cese de la suspensión provisional si no se interpone el recurso en plazo (c. 1736 §
4); en cuyo caso el acto administrativo puede ejecutarse sin más trámites.
5º. Confirmación o revocación de la suspensión otorgada provisionalmente mientras
esté pendiente la resolución del recurso (c. 1736 § 3).
6º. Concesión de la suspensión que se había denegado provisionalmente una vez
estudiadas más en profundidad las circunstancias del caso. Concesión sujeta a las
mismas condiciones del c. 1736 § 2 para la suspensión provisional (c. 1737 § 3).
La suspensión concedida cesa, lógicamente, cuando se agotan sin éxito los recursos
ordinarios contra el acto administrativo.

5. Procedimiento de resolución del recurso jerárquico en el CIC

a) Normas aplicables: La regulación codicial del procedimiento se interrumpe en el


momento de la interposición del recurso. Las normas que pueden aplicarse para suplir,
parcialmente, esa laguna son, en primer lugar, los cc. 35-47 (normas generales sobre los
actos administrativos). Además, serán aplicables algunos de los cánones relativos a los
decretos administrativos en general, toda vez que la resolución de un recurso jerárquico
se produce mediante decreto singular. Especialmente, serían de aplicación en el
procedimiento de los recursos jerárquicos lo cc. 50; 51; 57 y 128.

b) La posición del superior: De acuerdo con el c. 1739, «según lo requiera el caso, el


superior que resuelve el recurso puede no solo confirmar o declarar nulo el decreto, sino
también rescindirlo o revocarlo o, si lo juzga más conveniente, corregirlo, sustituirlo por
otro u obrogarlo».
c) El concepto de «oportunidad»: Se utiliza en el ámbito del derecho administrativo;
no es sinónimo de arbitrariedad, de capricho o de ausencia de motivos. Ante todo
presupone la legitimidad y juega un papel importante la discrecionalidad. Todo acto
administrativo ha de responder a unos criterios, a una valoración de las circunstancias, a
un juicio sobre el bien público y el bien del interesado en el caso, que son los que llevan
a la autoridad a tomar esa decisión y no otra.

d) La resolución del recurso: El recurso jerárquico se resuelve mediante un decreto


singular del superior competente, dado por escrito, que debe hacer constar los motivos
en los que se basa (c. 51). Su contenido, según c. 1739:
1º. Confirmación del acto recurrido: implica el rechazo de toda s las peticiones del
recurrente y la subsistencia del acto administrativo impugnado en los mismos términos
en que se emitió.
2º. Declaración de nulidad. En algunos casos, el acto administrativo es nulo ipso iure;
pero esa nulidad no opera automáticamente y los actos pretendidamente nulos vinculan
a sus destinatarios mientras no se produzca la declaración de nulidad.
3º. Rescisión (anulación). Puede suceder también que el acto impugnado se vea
afectado por algún vicio que no implique su nulidad absoluta o ipso iure, pero que sí
podría dar pie a su rescisión a instancia del interesado.
4º. Revocación. Es el modo normal de cesación de los actos administrativos en general,
y consiste en la emisión de un decreto que dejar sin efecto el acto anterior.
5º. Enmienda o corrección. Se da cuando el superior considera que debe mantener
parcialmente el acto impugnado, pero enmendando algunos extremos.
6º. Sustitución. Propiamente se da una sustitución cuando el contenido del nuevo acto es
diverso. Se dan dos especies: subrogatio (sustitución del acto impugnado por otro acto
distinto); obrogatio (sustitución del acto impugnado por otro, no ya simplemente
distinto, sino contrario).

e) La cuestión del resarcimiento de daños: Excepto en los supuestos de confirmación,


el superior deberá tener presente la posible responsabilidad por los daños causados por
el acto administrativo.

IV. EL PROCEDIMIENTO DEL RECURSO JERÁRQUICO ANTE LOS


DICASTERIOS DE LA CURIA ROMANA

A. Particular importancia de esta actividad de la Curia romana

Tratar del recurso jerárquico ante un dicasterio de la Curia romana, que actúa con
potestad vicaria del Papa, significa referirse a la actividad de control sobre la legalidad y
sobre la oportunidad de los actos administrativos que se realiza en la última instancia de
la Administración pública eclesiástica. La decisión del dicasterio al resolver el recurso
agota la vía administrativa, puesto que, si alguna de las partes continúa considerándose
perjudicada tras la decisión del dicasterio, la vía de impugnación será la del recurso
jurisdiccional, ante el tribunal de la Signatura Apostólica.
La decisión del dicasterio que resuelve un recurso jerárquico es presupuesto necesario
para pasar a la vía jurisdiccional; a no ser que, en algún caso poco frecuente, el Papa o
un dicasterio trasladen una controversia administrativa directamente a la Signatura
Apostólica, según la previsión del art. 123 § 3 PB.
B. Las partes

1. Sujeto activo o recurrente

El principio general es que puede recurrir cualquier persona física o jurídica que se
considere perjudicada por la decisión contenida en un acto administrativo. El art. 138
del RGCR aplica a los recursos jerárquicos que se interponen ante los dicasterios de la
Curia romana la disposición del c. 1738, sobre el derecho del recurrente al patrocinio de
un abogado o procurador. Aunque ninguna disposición normativa exija el patrocinio
forense en este tipo de recursos, debe subrayarse la conveniencia de la representación
por medio de abogado o procurador. Debe ser designado entre los abogados admitidos
en el elenco de abogados habilitados para ejercer en la Curia romana (PB, art. 183).

2. Sujeto pasivo o resistente

El autor del acto administrativo recurrido es una autoridad inmediatamente sujeta a la


Santa Sede (Conferencia episcopal, Obispo diocesano y equiparados, Superiores
mayores de institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica, Capítulo de
un instituto de vida consagrada, Presidente o Asamblea de una asociación internacional
de fieles) que, por tanto, no tiene superior jerárquico intermedio.

3. Otros interesados

No puede extrañar, por tanto, que alguna vez un tercero interesado se sume a la
impugnación del recurrente, con tal que su interés tenga las cualidades necesarias para
legitimarle.

C. El dicasterio competente

Recibe el recurso jerárquico el dicasterio competente por razón de la materia (PB, art.
19 § 1). Otras normas atribuyen competencias a las Congregaciones para las Iglesias
Orientales (PB, art. 60) y para la Evangelización de los Pueblos (PB, art. 89) siguiendo
un criterio territorial. En caso de que el objeto de la controversia sea competencia de
más de un dicasterio, el recurso se tratará conjuntamente por los dicasterios interesados
(PB, art. 21 § 1 ).

D. Objeto y motivos del recurso

Objeto del recurso administrativo ante el dicasterio de la Curia romana es un acto


administrativo singular dado por una autoridad inferior a la Sede Apostólica;
exceptuados los actos emitidos para el fuero interno (c. 1732). Es difícil que prosperen,
en la práctica, algunos recursos contra actos en los que la autoridad, al tomar la
decisión, disponía de un margen de discrecionalidad muy amplio.

E. Procedimiento del recurso

1. Actuaciones preliminares

a) La petición de enmienda o revocación previa al recurso: el recurso debe ser


presentado en el plazo establecido, que comienza a contar desde la recepción de la
respuesta a la petición previa o del trigésimo día desde que ésta se presentó, si no se
recibe respuesta. Esa petición previa actúa, pues, siempre como precedente procesal
inmediato del recurso ante un dicasterio de la Curia romana. Si el recurrente ha
solicitado de viva voz la revocación del acto (forma escrita no requisito ad validitatem),
esa petición podría valer en algún caso, si puede probarse adecuadamente que ha tenido
lugar. Si el recurso es presentado en un dicasterio, en el plazo previsto, sin que se haya
presentado la supplicatio, el dicasterio lo suele remitir al autor del acto administrativo,
para que el recurso cumpla la función de la supplicatio.

b) Intento de conciliación: Una vez que el recurso haya sido admitido por el dicasterio,
y sobre todo si durante el primer examen del recurso se manifiesta la apariencia de una
lesión jurídica producida al recurrente por el acto administrativo impugnado, y dicho
perjuicio se va confirmando a medida que se completa la sustanciación, el dicasterio
suele escribir a la autoridad que emitió el acto recurrido, haciéndole partícipe de los
resultados parciales de la sustanciación, y sugiriéndole que revoque el decreto o que lo
modifique para salvar las situaciones jurídicas que eventualmente hayan sido
lesionadas, tal y como se han manifestado en el recurso.

2. Interposición del recurso jerárquico

a) Plazo de interposición: Si el recurso es presentado en un dicasterio una vez


transcurridos los 15 días de plazo perentorio y, después de consultar a la autoridad
recurrida, y muchas veces también al representante pontificio, se verifica que al
interesado no le fue imposible presentarlo dentro de plazo, se declara inadmisible. Si, en
cambio, se puede probar la imposibilidad de atenerse a los plazos para recurrir, el
mismo dicasterio puede solicitar al Papa que dispense de ellos al recurrente. La
calificación de estos quince días como útiles significa también que el tiempo no corre
cuando la persona está obstaculizada para actuar, por ejemplo por seria enfermedad (c.
201 § 2).

b) Forma de interposición: No es necesaria una forma determinada, pero tienen que


cumplirse una serie de requisitos esenciales (cc. 1734-1737).

c) Admisibilidad del recurso: Antes de aceptar un recurso los dicasterios deben


verificar su propia competencia en el caso y también que se han observado las normas
relativas a la interposición de recursos. En caso contrario declaran la propia
incompetencia o que el recurso no cumple los requisitos para que se pueda admitir. En
caso de duda sobre la admisibilidad, es competente para resolver la Signatura
Apostólica (RGCR, art. 137).

d) Efectos de la admisión del recurso: Cuando un dicasterio admite un recurso,


adquiere la obligación de emitir, en el plazo de tres meses, un pronunciamiento sobre la
cuestión, en ejercicio de su potestad ejecutiva. Si esos tres meses no resultaran
suficientes, el art. 136 § 2 del RGCR permite prorrogar el tiempo para resolver dando
comunicación a los interesados, indicando la duración de la prórroga y sus motivos. De
otro modo, habría transcurrido el plazo del silencio negativo (c. 57), sin que por ello
cese la obligación de pronunciarse. Una vez que se admite el recurso jerárquico ante el
dicasterio, el acto administrativo que emitió la autoridad resistente queda en una
situación especial: deja de ser eficaz en sentido pleno.
3. Sustanciación del recurso

Admitido el recurso, se sigue el procedimiento de sustanciación del acto administrativo:


hay un responsable del procedimiento que llevará a cabo las actividades de instrucción,
siguiendo las indicaciones de las autoridades superiores del dicasterio y de acuerdo con
unos procedimientos empleados otras veces en el dicasterio para atender casos
análogos. Esa actividad le debe poner en condiciones de presentar un proyecto para la
resolución final, que deberá ser adoptada por el nivel de gobierno competente en el
dicasterio (congreso, sesión ordinaria o sesión plenaria del dicasterio) en el plazo de tres
meses (RGCR , art. 136 § 2).

4. Resolución del recurso

El dicasterio emite su pronunciamiento mediante un decreto singular (c. 48) que


contiene una decisión y debe ser motivado (c. 51). En algún caso (c. 700) también es
necesario, para la validez del decreto, indicar el derecho que tiene el recurrente de
impugnar ese acto ante la Signatura Apostólica , y el plazo perentorio que tiene para
hacerlo. Praxis de la Curia romana en algunos supuestos de resolución:
a) Cuando el dicasterio confirma el acto administrativo impugnado, puede incluso
añadir algún motivo no expresado por el autor del acto recurrido.
b) Para corregir el acto administrativo impugnado que, siendo válido en sus elementos
esenciales, presenta algún defecto en sus elementos accesorios, se subsanarán del modo
más oportuno según su naturaleza los defectos que lo requieran.
c) Cuando se decide sustituir el acto administrativo impugnado, en algunos casos el
dicasterio pide a la autoridad cuyo acto fue impugnado que emita un nuevo decreto,
especificando cuáles son los elementos que debe contener y las formalidades requeridas.
En otras ocasiones, es la misma Congregación la que cambia el acto.
En cuanto a su redacción, el decreto que resuelve un recurso obedece ciertamente a
algunos cánones formales (epígrafe y parte dispositiva), pero no existe, y tampoco es
necesaria, una forma determinada que sea siempre igual para todos los decretos.

5. Notificación de la resolución del recurso

El dicasterio debe notificar su decisión a las partes, con una notificación o enviando una
copia del decreto. Esta comunicación se lleva a cabo mediante una carta certificada con
acuse de recibo, que da al dicasterio la seguridad de que las partes han recibido la
notificación del decreto. En otras ocasiones, el dicasterio envía la comunicación a la
autoridad que emitió el acto impugnado para que, a su vez, la dé a conocer al recurrente.

6. Impugnación del decreto de resolución

La parte que considera necesario impugnar el decreto del dicasterio debe pedirle, en el
plazo de diez días desde la recepción de la notificación oficial, que revoque o modifique
su decisión (RGCR art. 119 § 1). Puede interponerse recurso contencioso-administrativo
contra la decisión del dicasterio ante la Signatura Apostólica dentro del plazo de treinta
días útiles a contar desde la recepción de la notificación oficial de la respuesta del
dicasterio a la petición (RGCR art. 119 § 2 y PB art. 123 § 1). Si el dicasterio hubiera
confirmado la decisión original, el recurso a la Signatura puede hacerse contra el acto
tal cual; y sólo la parte que recurrió al dicasterio en contra del acto de la autoridad
resistente puede recurrir a la Signatura Apostólica contra la decisión del dicasterio.
LECCIÓN X: EL RECURSO CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO

I. LA JURISDICCIÓN CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVA

1. Necesidad y sentido de la vía jurisdiccional para la impugnación de los actos


administrativos

No sería plenamente satisfactorio un sistema de garantías que solo admitiera la


posibilidad de revisión de los actos administrativos por otras autoridades
administrativas, mediante decisiones basadas en una apreciación ampliamente
discrecional de criterios de oportunidad o conveniencia. Para que el sistema de justicia
administrativa sea completo, es preciso que exista además la posibilidad de controlar la
legitimidad de los actos con la necesaria independencia: no gobernando acerca del
mismo asunto, sino juzgando sobre la legitimidad de la actuación administrativa
anterior. Esta es la finalidad de la jurisdicción contencioso-administrativa.

2. Introducción de la jurisdicción contencioso-administrativa en derecho canónico

El 7º principio directivo para la reforma del CIC, refiriéndose a la necesidad de arbitrar


medios para la tutela jurídica de los derechos en la Iglesia, ponía de relieve la necesidad
de establecer un sistema de recursos «tanto en la praxis eclesiástica, en lo que llamamos
la vía administrativa, como en la administración de justicia».
Esta petición se vio parcialmente acogida en 1967 con la instauración por Pablo VI de la
sectio altera (sección segunda) del tribunal de la Signatura Apostólica, dotada de
competencia para conocer de los recursos contra los actos de la «potestad administrativa
eclesiástica» (Regimini Ecclesiae universae art. 106).
El CIC introdujo, en el c. 1400 § 2, la distinción entre las competencias de la
jurisdicción ordinaria y la competencia para conocer de los conflictos originados por
actos administrativos. El c. 1445 § 2 confirmaba que el tribunal administrativo es el
Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica.
La reforma de la Curia romana llevada a cabo por Juan Pablo II (Pastor Bonus – 1988),
además de confirmar la competencia contencioso-administrativa de la Signatura
Apostólica constituyó también un paso adelante, que vino a superar algunas dificultades
de interpretación planteadas por la legislación anterior y aclaró en mayor medida la
naturaleza del recurso contencioso-administrativo canónico. Todo ello ha quedado
nuevamente confirmado con la promulgación por Benedicto XVI de la Lex propria de la
Signatura Apostólica de 21 de junio de 2008.

II. ELEMENTOS DEL RECURSO CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO

El art. 123 § 1 de la Pastor Bonus delimitó la competencia contencioso-administrativa


de la Signatura Apostólica estableciendo que el tribunal «( ... ) conoce de los recursos
interpuestos, en el plazo perentorio de treinta días útiles, contra actos administrativos
singulares emitidos por los dicasterios de la Curia romana o aprobados por ellos..». La
LPSA recoge la misma norma en su art. 34 § 1, modificada con la ampliación del plazo
a sesenta días útiles (también art. 74 § 1).

A. Objeto del recurso

El recurso contencioso-administrativo puede interponerse «contra actos administrativos


singulares emitidos por los dicasterios de la Curia romana o aprobados por ellos» (PB
art. 123; LPSA art. 34): Se deben entender incluidos todos los actos administrativos en
los que de un modo u otro intervienen los dicasterios.

B. Sujetos del recurso

1. El recurrente

Es preciso distinguir según se trate de actos producidos primariamente en un dicasterio


o de actos en los que el dicasterio ha intervenido secundariamente, sobre la base del
acto de una autoridad inferior.

a) Actos dados originariamente por los dicasterios: El acto del dicasterio agota la vía
administrativa, ya que no es posible interponer contra él recurso jerárquico. Estará
legitimado «quien se considera perjudicado» por el acto administrativo, sea persona
física o jurídica, pública o privada. Sin embargo, la motivación admisible en el recurso
contencioso-administrativo es mucho más restringida: es necesario que la legitimación
activa se ponga en conexión necesariamente con vicios de ilegitimidad del acto.

b) Actos emitidos secundariamente por los dicasterios: En los demás supuestos,


estarán legitimados, en principio, quienes fueron parte en el recurso jerárquico resuelto
por el dicasterio; aunque puede darse el caso de inversión de las partes (la activa en
pasiva y la pasiva en activa).

2. Parte resistente

El dicasterio adopta la posición de parte resistente, pero será también parte resistente el
autor del acto originario o quien originariamente fue recurrente.

3. Otros posibles interesados

El art. 79 de la LPSA manda que, una vez recibido el recurso, se notifique al dicasterio
autor del acto impugnado y a cuantos intervienen legítimamente ante ese dicasterio (§
1). Dispone además que se proceda del mismo modo, congrua congruis referendo,
respecto a otros posibles interesados en el recurso (§ 2), dándoles así la posibilidad de
intervenir en el proceso en la medida en que les afecte. Cabe también perfectamente
admitir en la parte activa la intervención de terceros como coadyuvantes del recurrente
principal, o actuando en litisconsorcio con él (cc. 1596-1597).

4. Patrocinio de las partes

El art. 16 de la LPSA establece que las partes solo pueden actuar en juicio ante la
Signatura Apostólica representadas por patrono (procurador-abogado), de tal modo que
si el recurrente no tiene patrono admitido por la Signatura Apostólica, el Secretario le
instará a que lo designe en un tiempo determinado, y declarará la perención de la causa
si no lo designa sin aducir excusa legítima o haber obtenido el patrocinio gratuito.
Los art. 31 y 73 § 2,2° se refieren a la concesión del beneficio de patrocinio gratuito,
que puede ser total o parcial, a la parte que lo solicite.
El art. 80 dispone que, si la parte resistente (el dicasterio correspondiente) no ha
designado patrono, lo designará de oficio el Prefecto.
5. El tribunal competente

El único tribunal administrativo (cc. 149 § 2 y 1400 § 2) existente en la actualidad es el


Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, que tiene otras competencias, además de
la contencioso-administrativa (LPSA, arts. 32-35). La calificación de tribunal
administrativo se debe a las materias que constituyen la competencia exclusiva de la
originalmente llamada sectio altera de este tribunal.

C. Los motivos del recurso y su naturaleza

1. Motivos del recurso

Por lo que se refiere a los motivos del recurso, PB art. 123 § 1 y LPSA art. 34 § 1 se
expresan en los siguientes términos: «siempre que se discuta si el acto impugnado violó
alguna ley en el procedimiento o en la decisión». Entonces, el único motivo posible del
recurso es la «violación de ley»; aunque se trata de un motivo que puede aparecer bajo
formas diversas. El motivo del recurso contencioso-administrativo se encuentra
expresado con una fórmula a la vez taxativa y genérica, puesto que incluye en sí misma
diversidad de supuestos y excluye solamente el recurso que no pueda basarse en
motivos de legitimidad.

2. Naturaleza del recurso

Queda de manifiesto que la Signatura Apostólica no interviene del mismo modo que lo
haría el superior jerárquico en un recurso administrativo: no está gobernando de manera
inmediata, sino administrando justicia, y por tanto no puede acudir a criterios propios de
la actividad inmediata de gobierno.
¿Qué tipo de resoluciones puede esperar el recurrente del tribunal administrativo?:
recursos objetivos, o de mera legitimidad (el tribunal se ciñe a la anulación del acto en
el que aprecia ilegalidad); y los subjetivos o de plena jurisdicción (el tribunal reconoce
los derechos que están en juego y restablece las situaciones jurídicas subjetivas
afectadas).
La PB art. 123 § 2 estableció: «En estos casos, además del juicio acerca de la
ilegitimidad, [ el tribunal] puede entrar también a conocer, si el recurrente lo pidiere,
sobre la reparación de los daños causados con el acto ilegítimo». Idéntica disposición
contiene el art. 34 § 2 de la LPSA, de 2008. Así, el Tribunal no tiene que limitarse al
mero juicio sobre la ilegitimidad, sino que puede pronunciarse sobre la responsabilidad
de la Administración.

III. EL PROCEDIMIENTO DEL RECURSO CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO

A. Introducción

La norma que se aplica al procedimiento del recurso contencioso-administrativo es la ya


citada Ley propia de la Signatura Apostólica (LPSA), sobre todo su Título IV, De
processu contentioso administrativo (arts. 73-105), además de los arts. 123 PB y 136 §
4 RGCR. El art. 122 LPSA establece que, en defecto de disposición específica de la Ley
propia, se seguirán, en la medida en que resulten aplicables en el caso, las normas
procesales del CIC , teniendo en cuenta también la tradición canónica y la praxis de la
Signatura Apostólica.
Si surgiera un conflicto de competencia entre los dicasterios de la Curia romana (RGCR
art . 137 § 2), se aplicará la norma del art. 105 LPSA, según la cual el conflicto debe
resolverse lo más rápidamente posible en el Congreso de la Signatura, tras haber
escuchado a los dicasterios interesados y con el voto previo del Promotor de justicia.

B. Interposición del recurso

El recurso se debe interponer por medio de una demanda, contenida en un documento


original firmado por la parte recurrente (LPSA, art. 73 § 1; c. 1502). El escrito debe
presentarse en la cancillería de la Signatura Apostólica, depositándolo en mano, o
enviándolo por correo. Siempre que se dirija un recurso a la Signatura, debe hacerse de
tal manera que la parte recurrente conserve alguna prueba de que fue depositado en la
cancillería del tribunal (obteniendo el recibo correspondiente en el que figure la fecha
de entrada) o de que fue enviado dentro del plazo establecido (expidiendo el escrito por
correo certificado con acuse de recibo). Cabe la posibilidad de presentarlo ante el
mismo dicasterio cuya decisión se impugna (cc. 1630 § 1; 1737 § 1).

C. Recepción del recurso. Primeras medidas

1. Examen del recurso para verificar los presupuestos elementales

Una vez que el escrito se ha recibido y se ha protocolizado en la cancillería del Tribunal


(LPSA art. 11 § 3), se traslada al Secretario de la Signatura, que procede a examinarlo
preliminarmente. Los requisitos que debe reunir el recurso se refieren a seis aspectos
(LPSA , art. 73 § 1): identificación del recurrente; identificación del acto recurrido;
especificación de la reclamación concreta contenida en el recurso (ilegitimidad del acto
solamente o ilegitimidad con reclamación de daños); mención del derecho que
fundamenta la petición (aduciendo la violación de una norma con fuerza de ley);
indicación de la fecha de notificación del acto administrativo que se recurre (de modo
que conste que el recurso se ha presentado dentro del plazo legal); y la firma del
recurrente.

2. Decisión del Secretario

Se limita a excluir del examen aquellos recursos que manifiestamente no puedan ser
tramitados. En cualquier caso no se impide el eventual recurso contra la decisión del
Secretario, que es resuelto por el Prefecto en el Congreso de la Signatura.

a) Comprobación de los requisitos y aceptación del recurso: El Secretario del


Tribunal recaba todos los autos relacionados con el caso (LPSA , art . 3 7), verificando
que se cumplen los requisitos del art . 73 LPSA. Si advierte la existencia de defectos
subsanables, él mismo puede conceder un plazo para su corrección (LPSA, art. 77).

b) Inadmisibilidad del recurso declarada in limine por el Secretario: Por economía


procesal, el Secretario, oído el Promotor de Justicia, rechazará el recurso in limine
(antes de empezar el proceso propiamente dicho) si en el examen inicial aparece
indudablemente alguna de las siguientes circunstancias (LPSA art. 76 § 1):
1º. El objeto del recurso queda fuera de la competencia del Tribunal administrativo
(LPSA, art. 76 § 1, 1 º).
2º. Se aprecia que el recurrente carece de capacidad procesal (LPSA art. 76 § 1, 2º).
3º. No existe la ley que se afirma que ha sido violada (LPSA art. 76 § 1, 3º).
4º. La presentación del recurso se realizó fuera de plazo (LPSA art. 76 § 1, 4°).

c) Recepción del recurso: Si considera que el recurso reúne las condiciones mínimas
para que pueda procederse al juicio de admisión ante el Congreso, el Secretario,
mediante decreto, dispone acerca de los extremos que aparecen en LPSA, art. 79 § 1.

d) Depósito pecuniario: Si el recurrente no ha solicitado y obtenido el beneficio de


pobreza, la Cancillería le indica que deberá efectuar un depósito de dinero, acerca del
cual el Congreso de la Signatura decide mediante normas propias, como se prevé en
LPSA, art. 30 § 1. Si el recurrente no puede afrontar ese gasto, debe haber adjuntado al
recurso la solicitud de exención (o reducción) de expensas y de patrocinio gratuito.

D. Instrucción de la causa para el juicio de admisión ante el Congreso

1. Examen de la solicitud de suspensión del acto impugnado

Si, junto con el recurso, se hubiera solicitado la suspensión de la ejecución del acto
impugnado se lleva a cabo un examen preliminar del acto impugnado (LPSA arts. 95-
100). La solicitud de suspensión total o parcial de la ejecución del acto administrativo
impugnado, que debe ir acompañada de las razones que la sostienen, puede ser
presentada en cualquier etapa del proceso. En casos graves, esa cuestión puede ser
propuesta por el Promotor de Justicia. Si se plantea una cuestión relativa a la suspensión
del acto, debe examinarse tan pronto como sea posible.

2. Últimos pasos antes del examen por parte del Congreso de la Signatura
Apostólica

a) El Secretario informa al abogado del recurrente y le fija mediante decreto un plazo


perentorio para que presente un memorial en el que se indiquen claramente las leyes que
se sostiene que se han violado (PB art. 123 § 2 y LPSA art. 34 § 2) y se aclare, complete
o corrija el recurso. En este momento, se pueden exhibir o solicitar otros documentos y
pruebas (LPSA, art. 81 § 1).
b) Transcurrido el plazo concedido al recurrente el Secretario, mediante decreto, fija un
plazo para que el abogado de la parte resistente presente su memorial, y también, si es el
caso, otros documentos (LPSA, art. 81 § 2).
c) Transcurrido el plazo, y completada toda la documentación, se hace llegar al
Promotor de Justicia, quien prepara entonces un voto «pro rei veritate» (LPSA, art. 81 §
3), que debe presentarse en el plazo de treinta días.
d) Presentado el voto «pro rei veritate», se comunica a los abogados de las partes, que
pueden replicar en el plazo de diez días. Normalmente al patrono del recurrente se le
transmite también el memorial del resistente y un sumario o selección de documentos.

E. Juicio de admisión ante el Congreso de la Signatura

1. La sesión del Congreso en la que se examina el recurso

Solo si puede demostrarse que la decisión fue sustancialmente infundada, puede existir
la base para que se reconozca la alegada violación de la ley en la decisión impugnada.
Si, en cambio, la ley canónica requiere razones específicas para un tipo particular de
decisión (cc. 17 40 17 41 relativos a la remoción de un párroco), y puede demostrarse
que dichos requisitos no fueron observados, resulta más sencillo discernir si existe
fundamento o no para apreciar una violación de la ley.

2. Decisión del Prefecto sobre la admisión del recurso

Finalmente el Prefecto toma la decisión de admitir la causa para su discusión o de


rechazarla como manifiestamente carente de fundamento (LPSA art. 83 § 1). En el
segundo caso, cuando se rechaza el recurso, se añade una motivación completa. Alguna
vez el Prefecto decide aplazar la decisión para completar algún punto. También durante
el Congreso se examina, en su caso, el recurso contra la primera denegación del
Secretario. La decisión que adopta el Prefecto en el Congreso, que es muy semejante a
la decisión de aceptar o rechazar un escrito de demanda en una causa judicial ordinaria
(c. 1505), se notifica a las partes (LPSA art. 83 § 2).

3. Recurso contra la decisión del Prefecto en el Congreso

No se da recurso contra el decreto del Prefecto que admite el recurso. En cambio, el


decreto que deniega la admisión se puede recurrir ante el Colegio de jueces (LPSA art.
84). Para este fin, ese decreto debe hacer mención del derecho del recurrente a
impugnar el rechazo de su recurso (LPSA art. 42 § 1 ).

F. Prosecución del proceso ante el Colegio de jueces

1. Discusión de la causa después de la admisión

El proceso queda descrito en las pp. 331-333.

2. Sesión del Colegio de jueces

El Prefecto preside la sesión del Colegio de jueces (LPSA, art. 5 § 2, 1º), siendo él
mismo uno de los jueces que componen el Colegio (salvo que deba abstenerse o haya
sido recusado: LPSA, arts. 23 § 2 y 24 § 2). Participan cuatro jueces más de entre los
miembros del Tribunal, a menos que el Prefecto, a la vista de las particularidades del
caso, no haya convocado el Pleno (LPSA, art. l § 3). En virtud de las disposiciones
combinadas de los arts. 6 § 2, 4 ° y 47 § 2 LPSA, el Secretario podrá estar presente en la
reunión para explicar los detalles del caso, pero deberá ausentarse en el momento de la
decisión de los jueces. (más detalles pp. 333-334).

G. Ejecución de la sentencia

1. Decisión sobre la ejecución de la sentencia

Si no se establece otra cosa, el Dicasterio que dio o aprobó el acto impugnado debe
ejecutar la sentencia, por sí o por otro (LPSA art. 92 § 1).

2. La ejecución efectiva de la sentencia en caso de dificultad

Si hubiera dificultades en la ejecución de la sentencia (negativas, impedimentos,


dilaciones indebidas), procederá a la ejecución la misma Signatura Apostólica, a
solicitud de la parte interesada y tras informar al Romano Pontífice (LPSA art. 92 § 2).
Queda siempre a salvo para la parte interesada el derecho de pedir y obtener la
reparación por el daño causado. Si surge alguna controversia en relación con la
ejecución, el Congreso debe resolverla con la mayor celeridad (LPSA art. 94).

3. Modo de ejecución de la sentencia

El ejecutor (ya sea el dicasterio que emitió o aprobó el acto impugnado o, con carácter
excepcional, la misma Signatura Apostólica) ha de llevar a cabo la ejecución de la
sentencia conforme al significado propio de sus palabras considerado en el texto y en el
contexto (LPSA, art. 93 § 1) y atendiendo al art. 93 §§ 2-4 LPSA.

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