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Communication, Pedagogy, and the Gospel of Mark

Elizabeth E. Shively
Geert Van Oyen

THE SYROPHOENICIAN WOMAN: MARK'S NARRATIVE


PURPOSE

Dialogue and Resurrection in Markís Gospel Austin Busch, SUNY Brockport.

Mark as Story: An Introduction to the Narrative of a Gospel, Third


Edition

David Rhoads
Joanna Dewey
Donald Michie

Domingo 05 de mayo de 2019. Tercer domingo de pascua

Evangelio: Jn 21, 1-19

El Evangelio de este día nos ofrece muchos elementos para nuestra oración y para la reflexión
bíblica. Hoy podemos detenernos en el significado, dentro del mismo evangelio, de los 153
peces, recogidos en las redes por los discípulos gracias a la indicación de Jesús resucitado.
Una manera de leer este número consiste en tener en cuenta el mundo cultural judío. Los
números en hebreo son no solo cantidad, sino también símbolo y poseen una correspondencia
con las letras del alfabeto (alefato hebreo). Esta propiedad de los números en hebreo y en
griego se llama gematría. ¿Qué es la gematría? Una particularidad de las lenguas hebrea y
griega. Mientras en castellano escribimos los números con ciertos signos (1,2,3) y las letras
con otros distintos (a, b, c), en hebreo y griego se usan las mismas letras como números. Así,
la “a” se usa para el 1, la “b” para el 2, la “c” para el 3... Por ello si sumamos las letras de
cualquier palabra, se obtiene una cifra, un número, llamado “gemátrico”. Usar este recurso
para leer la cifra de los 153 peces, tiene la ventaja de apoyarse en una técnica muy conocida
por la mentalidad judía (la gematría). Incluso varios libros de la Biblia, entre ellos los
Evangelios, contienen cifras con juegos gemátricos
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Ahora bien, en Juan 1,12 y 11,52 asoma una frase muy significativa en el Evangelio.
Llegamos ser “Hijos de Dios” no por la carne ni por la sangre sino por bondad de Dios en
Jesús. Y el Señor además vino a “Reunir a los hijos de Dios dispersos”; pues si sumamos los
números detrás de las letras de la frase “los hijos de Dios” (en hebreo: bny h´lhym), tenemos:
B (=2) + N (=50) + Y (=10) + H (=5) + ´ (=1) + L (=30) + H (=5) + Y (=10) + M (=40) =
153. Con lo cual el número 153 simbolizaría a los hijos de Dios, reunidos en la Iglesia gracias
al trabajo de los discípulos. Por otra parte, en el Cuarto Evangelio hay algunos indicios para
reforzar esta interpretación de los 153 peces como símbolo de “los hijos de Dios”. La primera
aparición de la frase evidencia cómo los hijos de Dios son quienes escuchan la Palabra divina
y creen en Jesús (Jn 1,12). Ahora bien, los 153 peces al entrar en la red escuchan la invitación
de los apóstoles para acercarse a Jesús; En la segunda cita, los hijos de Dios se encuentran
dispersos por el mundo, ahora son reunidos después de la muerte de Jesús en un solo grupo
(Jn 11,52). Los 153 peces son un símbolo de los hijos de Dios, porque cuando los discípulos
llegan a tierra, encuentran en el fuego peces y panes preparados por Jesús para comer todos.
No obstante, Jesús les pide traer los peces de la red. ¿Para qué los quiere, si ya había
preparado la comida? Y cuando Pedro los trae, solo constata la cantidad, hay 153 peces; no
los emplea para comer. El pez con el cual desayunan (21,13) es aquel preparado por Jesús
antes de la llegada de la barca con los discípulos y con los peces recogidos (Jn 21,9). ¿Para
qué poner los 153 peces de la red en la playa? Porque son los “hijos de Dios” (todos), quienes
están invitados a participar en la comida eucarística con Jesús y los discípulos. Estos 153
peces pueden representar a quienes, gracias al esfuerzo y el trabajo de los apóstoles, han
creído en Jesús, han llegado a ser hijos de Dios, y se han unido en un solo grupo sin producir
divisiones ni cisma.

1. ¿Qué tan grande es mi amor por Jesús?


2. ¿Qué estaría dispuesto a hacer por él?
3. ¿Cómo me ayuda el texto en mi oración?

Domingo 12 de mayo de 2019. 4to de Pascua

Evangelio: Jn 10, 27-30

En los textos anteriores al pasaje de hoy, las autoridades judías cuestionan con expresiones
fuertes a Jesús. Ahora el texto (Jn 10) pasa a mostrarnos como se ve Jesús a sí mismo: Él es
el Pastor Excelente, el pastor integro, el pastor bueno, a diferencia de las autoridades judías
de su época, quienes, escudados en la tarea de pastorear a su pueblo, obraban como como
ladrones y salteadores (10,10). Los judíos le preguntan si Él es el Mesías (v. 24). La respuesta
de Jesús empalma así con el Evangelio de hoy: «Les he dicho, y no creen; las obras que yo
hago en el nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen porque no
son de mis ovejas» (vv. 25-26). Así pues, en los vv. 27-30 Jesús, ante los dirigentes opuestos
a la conversión y al seguimiento, describirá en qué consiste ser de los suyos y cómo es su
pastoreo. Las ovejas de su rebaño tienen como distintivo escuchar la voz de su pastor: le
prestan adhesión –no verbal– sino de conducta y de vida (“me siguen”), se comprometen con
Él y como Él a darse sin reservas por el bien de los demás. Pero aquí nos interesan sobre todo
las actitudes del Pastor Excelente.
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El pastor bueno se preocupa por sus ovejas, por eso les habla, las conoce y las guía a la vida
eterna; en efecto, el anuncio del Reino de Dios tiene esta finalidad: en medio del cruel reinado
de Tiberio, de Antipas y de Pilato, todos ellos opresores de los judíos en especial los más
pobres, Jesús ayuda a descubrir a sus oyentes cómo la solución no está en las armas, como
proponían los zelotas, ni en la unión cómplice al falso poder reinante, como hacían las
autoridades sacerdotales, ni en la fidelidad a una ley con la cual se excluía a muchísimas
personas, como lo hacían los fariseos, sino en la aceptación plena de la misericordia de Dios,
quien se abaja para liberar al ser humano con actitudes de amor (ágape). Algunos entre el
pueblo aceptaron esta propuesta de Jesús, se convirtieron así en ovejas de su rebaño; por esto
el Pastor Bueno no tiene otra misión, él les comunica la vida eterna (v. 26), pero “los judíos”
no lo aceptan. Y aunque muchos intenten arrebatar las ovejas de su mano (v. 26), Él las
protege y hará saber una verdad: cualquier tipo de oposición a Él es al mismo tiempo
oposición al Padre y a su designio («Yo y el Padre somos uno», v. 30). Sus contrincantes no
pueden, así, apoyarse en nada para juzgarlo: ante Él se debe optar, se le acepta o se le rechaza,
y una u otra decisión afecta a la vez la relación con Dios Padre.

1. ¿Qué sentimientos suscita en mí la imagen de Jesús Pastor?


2. ¿Qué tan grande es mi confianza en Jesús?
3. ¿Cómo puedo asumir el texto en mi oración?

Domingo 19 de mayo de 2019. 5to de Pascua

Evangelio: Jn 13, 31-33ª.34-35

La salida de Judas de la sala se subraya con una frase del evangelista: “Era de noche” (13,30).
Este discípulo se pone al servicio del poder de las tinieblas. Ya Jesús lo había anunciado.
Ahora, mientras sigue la cena, no todo es familiaridad en la sala: allí está Judas listo para la
traición. Jesús, quien se conmovió frente a la muerte de Lázaro (ver 11,33), se conmueve
ahora ante la perspectiva inminente de su muerte: “se turbó en su interior y declaró...” (13,21;
12,27). Jesús sabe todo, la acción de Judas es para la muerte. Jesús no dice el nombre del
traidor, pero éste se descubre poco a poco. Por insinuación de Pedro, el discípulo a quien
Jesús amaba hace la pregunta en privado a Jesús, sobre la identidad del traidor (13,25) y Jesús
le responde con una contraseña: “Aquel a quien dé el bocado” (13,26b). Y así lo hace
(13,26b), pero este discípulo no le cuenta a Pedro. El evangelista le informa solo al lector.

Jesús, con este gesto, obra como el anfitrión del banquete festivo con las personas más
allegadas; se subraya el vínculo del Maestro con sus comensales. Jesús le ofrece un bocado
a un invitado indigno. He aquí un eco del Salmo 41,10 (citado en Jn 13,18): “Hasta mi amigo
íntimo en quien yo confiaba, quien comía mi pan conmigo, levanta contra mí su calcañar”.
Jesús encarna de manera dramática el Salmo. Entonces Satán entra en acción (13, 27a). Su
derrota ya fue anunciada (12,31: “ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”).
Comienza la victoria sobre el mal, un signo de ello asoma en la determinación de Jesús –y
no de Satán– de permitirle la acción a Judas. La gloria manifiesta antes de “su hora” (Jn 2,11)
anticipa la gloria de “esa hora”, es decir, de la Cruz. Con la traición de Judas, a Jesús se le
revela el momento propicio para manifestar su gloria por medio de una vida entregada en
bien de la humanidad.
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Si la gloria de Jesús se hace patente en el amor oblativo, visible en el lavatorio de los pies y
en la nueva oportunidad dada a Judas, sus discípulos quedan comprometidos para obrar de la
misma manera. El Maestro es consciente de su partida inminente: “la hora” del Cuarto
Evangelio ya llegó; pero antes, es necesario dar a la comunidad el gran estatuto de identidad,
el “mandamiento nuevo”, el cual da sentido pleno a la antigua ley. La otra gloria corresponde
a los seguidores de Jesús. Quien sigue al Maestro tiene la responsabilidad de ser reflejo de
su gloria: una gloria antítesis de la gloria del mundo: es la gloria capaz de donar la vida hasta
las últimas consecuencias. Quien no obre así, no sabe a quién está siguiendo.

1. ¿He hecho experiencia del amor de Jesús y del amor del Padre?
2. ¿Mi forma de amar se inspira en el amor de Jesús?
3. ¿Cómo me ayuda el texto en la oración de este día?

Domingo 26 de mayo de 2019. 6to de Pascua

Evangelio: Jn 14, 23-29

Para todo ser humano no es fácil comprender cuanto ha sucedido con Jesús; ¿Por qué el Padre
entrega a su hijo en la cruz? ¿Por qué sufre un hombre justo? Por estos y otros motivos se
hace urgente una ayuda, un intercesor, o, en términos griegos, un “paráklētos”. Y quien mejor
nos ayuda a comprender el plan de Dios es el Espíritu Santo, cuya misión consiste en enseñar
y recordar a los discípulos cuanto el Maestro les ha compartido en su formación (Jn 14,24-
26). Y dicha enseñanza no es diferente a aquella del servicio y la entrega. Así pues, gracias
a la presencia del Espíritu quienes no comprendían, llegarán a entender plenamente cuanto
Jesús acaba de afirmar; no en vano el adjetivo aplicado al Espíritu es “Santo”, el cual, desde
su significado en hebreo (qādōš), hace referencia a lo que es separado del mundo (de lo
profano), para presentarse dignamente ante Dios. Por lo tanto, la misión del Espíritu es hacer
pasar a los discípulos de los criterios del mundo a vivir según los criterios del Maestro los
cuales incluyen la Pascua.

El Evangelio describe la despedida de Jesús; sigue en el texto el šālôm hebreo (v. 27): la
muerte de Jesús en la cruz es la manifestación del amor del Padre, y este hecho es
fundamental para comprender una frase, a simple vista, oscura y difícil: «el Padre es más que
yo». De hecho, en Dios Padre tiene su origen Jesús (1,32; 2,13. 31; 6,51), lo ha consagrado
y lo ha enviado (10,36) y todo cuanto tiene procede del Padre (3,35; 5,26; 17,7). Pero, ¿en
qué radica su grandeza? Solo desde el amor se capta esta afirmación: Quien ama es más
grande; Jesús se sintió amado por su Abba y en este hecho radica su superioridad: no
concebida según criterios mundanos, sino como capacidad de donación; con “temor y
temblor” se podrían parafrasear así las palabras de Jesús: “si me amaran, se alegrarían de que
me vaya al Padre, pues Él me ama con todo su corazón y de nuevo estaré unido a Él”. Jesús
se despide de los suyos; pero antes de partir es necesario recordar hasta la saciedad cómo
deben seguir obrando quienes prolongarán su misión: ellos obrarán como el Maestro, quien
lo aprendió, a su vez, del Padre.

1. ¿Me empeño cada día por hacer vida la Palabra de Dios?


2. ¿Leo los acontecimientos de mi vida a la luz de la Palabra de Dios?
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3. ¿Qué me pide el Señor por medio de este evangelio?

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