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Niveles sociales del lenguaje

No es difícil encontrar personas que están dotadas de disposiciones naturales para poder
hablar bien y que tienen una elocuencia natural. Hablan de tal manera que convencen,
persuaden, emocionan; sugestionan de tal manera, que causa admiración oírlas hablar; sus
palabras siempre causan efecto en quienes las escuchan. Esta facultad, aunque innata, puede
ser desarrollada, en mayor o menor grado, por cualquier persona, mediante la educación y
ejercicio.
Las personas que hablan espontáneamente bien, son, por lo general, personas inteligentes, de
viva imaginación, de agradable voz y con muchas aptitudes psicológicas para conocer el
estado anímico de las personas a quienes se dirigen, pues en definitiva, tienen habilidad para
elegir las palabras más adecuadas. Son personas con cualidades naturales y que hablan bien
de una manera espontánea y sin esfuerzo. Pero esta natural facilidad de palabra que tienen
algunos puede ser igualada por los que sin estar bien dotados, realicen un aprendizaje
adecuado.
En efecto, sabemos que arte es la colección de reglas para hacer bien una cosa; las reglas de
todo arte son el producto de la observación y de la experiencia, y se forman estudiando los
mejores modelos; así es que el conocimiento, la aplicación frecuente y el ejercicio de estas
reglas, nos dan los elementos para poder hablar con precisión, claridad y soltura.
La oratoria estudia las mejores obras que se han producido por los mejores oradores, estudia
el tiempo y las circunstancias en que fueron pronunciadas, analiza su forma, encuentra las
causas de los efectos que produjeron y todo ello lo pone a la disposición del estudioso, que
solo tiene que practicarlo.
Mientras que la palabra es el vehículo, la expresividad es el puente que permite el enlace entre
el pensamiento, los sentimientos y la voluntad del que habla y el pensamiento, los sentimientos
y la voluntad de el o los que escuchan. Para poder hablar bien necesitamos conocernos a
nosotros mismos, como decía Sócrates, porque conociéndonos y sabiendo lo que nos
convence, lo que nos persuade y lo que nos emociona cuando oímos hablar, podremos
convencer, persuadir y a los que nos escuchan.
Para todo esto es necesario ejercitar la memoria y la imaginación.
El ser humano se pone en contacto con el mundo exterior por medio de los órganos de los
sentidos, que recogen las sensaciones y las envían al cerebro, en donde se identifican y se
almacenan, quedando archivadas en grupos: en una parte quedan colocadas las sensaciones
que no tienen particular importancia y en otra, aquellas que para nosotros tienen un significado
especial, porque están ligadas con algo que nos es grato o ingrato.
Así, pues, la memoria es una facultad muy importante, ya que nos permite identificar todo
aquello que hemos conocido o experimentado, bien sea poniéndonos en contacto directamente
con las cosas por medio de los sentidos o bien indirectamente, oyendo hablar o teniendo
noticias de ellas.
La imaginación es un auxiliar poderosísimo de la memoria y ayuda a esta con toda eficacia. La
imaginación le representa las cosas, se las describe, se las pinta de vivos colores, hace que se
reviva lo pasado y permite que de aquello que ha visto se hagan combinaciones y se formen
cosas nuevas.
Si nos esforzamos en razonar correctamente, no sería necesario que tuviéramos que cuidar
tanto de la elección de las palabras. El significado de una palabra se nos viene fácilmente a la
mente cuando tenemos la idea completa y esto es lo que explica la facilidad con que un orador
pronuncia un discurso elocuente ante un auditorio numeroso.
Está comprobado que si el hombre se viese aislado, disminuiría en él su facultad del lenguaje,
lo que nos demuestra que éste es sólo un medio de comunicación mental entre los seres
humanos. Es un hecho ya demostrado por la psicología que una gran parte de nuestro lenguaje
es una consecuencia del momento, aunque luego siempre queda un remanente para expresar
las ideas más abstractas.
Las palabras conforman el lenguaje y son la expresión simbólica de los pensamientos. Esas
palabras, cuando las escuchamos, las reconocemos como símbolos del pensamiento del sujeto
emisor. Este proceso de exteriorización de pensamientos por medio de palabras orales (o
escritas) permite no sólo que conozcamos el pensamiento de los demás, sino también que los
demás puedan conocer nuestros pensamientos.
Muchas palabras se utilizan como símbolos de las ideas sin que despierten en el que las oye
ningún tipo de sentimiento o emoción. Pero no es del todo así, ya que en muchos casos la
mayoría de las palabras pueden provocar algún tipo de sentimiento, ya sea por el contexto en
que se emiten o por las circunstancias subjetivas del receptor. Puede haber palabras, que sólo
al oírlas despiertan alguna emoción, pues tienen un positivo valor sugestivo e inducen a un
grado mayor o menor de sentimiento reflejo. Una interjección que expresa alegría o pena
tiende a producir un sentimiento reflejo en los que la oyen. Otras palabras, símbolos de
sentimiento o de emoción, como “amor”, “esperanza”, “terror”, etc., frecuentemente tienden a
despertar, de alguna manera, el mismo sentimiento o la misma emoción en los otros. Y las
palabras que expresan sensaciones de gusto, olfato, tacto, vista u oído, frecuentemente tienen
un poder sugestivo (como “dulce”, “agrio”, “nauseabundo”, “suave”, “áspero”, “estridente”,
“brillante”, “deslumbrante”, “rojo”, “liso”, etc).
El uso de esas palabras sugestivas en los discursos, produce siempre el efecto deseado.
Consecuentemente, esto nos permite suponer el importante papel que tiene el uso correcto de
las palabras cuando se desea imprimir en la mente de los demás aquellas ideas que nos
proponemos.
Hay que tener en cuenta tres aspectos en el uso de las palabras en la expresión oral. La
cantidad de palabras que se utilizan, la elección de las más adecuadas y su colocación
ordenada en el discurso.
Puesto que el idioma dispone de mucho sinónimos, si se conoce una razonable cantidad de
palabras será más fácil elegir las más oportunas y ordenarlas coherentemente que si se tiene
un léxico pobre. Por tanto, en igualdad de condiciones, la persona que posea un amplio
vocabulario será capaz de elegir las palabras adecuadas a sus intenciones comunicativas y de
ordenarlas con mayor facilidad que otra persona que maneje un vocabulario insuficiente.
Desafortunadamente, no todos los individuos tienen la misma riqueza de vocabulario; un
vocabulario pobre implica un número limitado de ideas.
Las palabras; representan ideas y cosas; en general pocas ideas requieren pocas palabras y
por tanto, el uso en pocas palabras indica que se poseen pocas ideas. Está demostrado que el
hombre que posee un millar de términos para expresar sus ideas, sentimientos y sus
reflexiones, tienen menos necesidades, sentimientos y reflexiones que el que posee dos mil
vocablos para expresarlos.
Si nuestro vocabulario es ilimitado no podremos apreciar en su justo valor los pensamientos de
los grandes autores, pues sólo adivinaremos vagamente lo que han querido decir. De esto se
deduce que debemos tratar de ampliar el conjunto de las palabras que poseemos, a fin de
gozar de una vida mental rica y de expresar correctamente las necesidades propias.
La lectura de obras de buenos escritores es una buena forma de educar el gusto y enriquecer
el vocabulario. Quien frecuente a los grandes autores, puede, naturalmente, usar un buen
lenguaje, al contrario del que sólo oye lo que se dice en el círculo familiar. Como, además,
cada persona puede ponerse en contacto con otra cuya influencia lingüística sea negativa, está
en el deber de depurar y amplían su vocabulario mediante la lectura de buenos autores y de
aprender, tanto como sea posible, el arte de elegir adecuadamente las palabras.
Es por esto que, en ocasiones, el lenguaje se presenta como un obstáculo que marca las
diferencias sociales y culturales entre los individuos.
Las personas no utilizan de igual manera la lengua. Cada uno utiliza los vocablos que son
habituales en su ambiente social y en su entorno profesional. Cada grupo social impone uno
uso concreto de la lengua, de forma que un individuo al utilizar la lengua deja entrever el
estrato social, profesional o cultural al que pertenece, puesto que en el habla el hombre se
manifiesta tal como es.
Aparte de las diferencias geográficas que dan origen a los diversos dialectos regionales, las
formas sociales de vida también dan origen a diversos niveles sociales del lenguaje.
Pero la vida en sociedad se desarrolla en diversos grupos, de forma que un individuo participa
de los usos del lenguaje de diversos sectores sociales: familia, amigos, compañeros de
profesión y de diversiones…
El léxico abarca todas las palabras comprendidas en el diccionario de la lengua determinada.
El Vocabulario es, en sí mismo, más restringido. Un marinero, usa continuamente un conjunto
de voces distintas de las que utiliza un farmacéutico. Unas y otras figuran en un diccionario
completo, pero en la práctica resultan poco menos que desconocidas para quien no se
desenvuelva en el medio habitual en el que se utilizan. Es posible que vocablos como “eslora”
o “babor” le digan muy poca cosa al boticario, lo mismo que, paralelamente, es probable que el
contramaestre de un camaronero no entienda gran cosa de “cloruro sódico”, “ipecacuana”, etc.
Cada profesión cuenta con su vocabulario respectivo. Es mucho más fácil compilar un
vocabulario profesional que un diccionario enciclopédico. Además, este no acostumbra
registrar variaciones, en tanto de la que dimana y frecuentemente debe soportar la
incorporación de nuevos vocablos y la supresión de otros caídos en desuso.
En todos los casos es aconsejable extremar el cuidado en la aplicación correcta de las voces,
sean éstas materia de un léxico abundante o de un vocabulario restringido.
El niño aprende pausadamente a pedir por medio de frases lo que desea o necesita. Su
vocabulario o fraseología es muy simple y no caben en ella conceptos profundos ni
altisonantes. Más adelante, cuando asiste a la escuela, comienza ya a adquirir experiencia en
el difícil arte de escoger las frases más adecuadas para expresar lo necesario.
Desde luego, no podemos ser exigentes con la fraseología infantil, pero a medida que se
convierte en adolescente, conviene mucho que sus familiares y sus profesores controlen y
vigilen su fraseología. En la infancia y la pubertad, el ser humano se halla más expuesto que
nunca a contagiarse de un vocabulario grosero o deficiente, que oye en labios de otras
personas carentes de cultura.
No todas las personas adquieren el mismo nivel de uso del lenguaje. Además de diferencias
regionales y formas de pronunciación, hay diferentes niveles de uso que van desde el lenguaje
popular hasta el lenguaje culto, comprendiendo éste último diversos tipos, como el lenguaje
poético o el de los profesionales.
Podemos establecer el siguiente esquema de los niveles del lenguaje:
Nivel popular
A. Lenguaje natural Nivel familiar
Nivel coloquial

Lenguaje especifico
B. Lenguaje especializado Lenguaje científico
Lenguaje culto
Lenguaje poético

A. El lenguaje natural

1. Nivel popular
Después de estudios y encuestas, se ha establecido que una persona, independientemente de
los conocimientos que tenga, una un vocabulario elemental de unas dos mil palabras, que le
sirve para cubrir sus necesidades expresivas más comunes.
Pero esa misma persona, aunque una sólo ese número de palabras comprende un número
mayor que agrupa un total de unos cinco mil vocablos. Al comprender su significado puede
entender con relativa facilidad lo que escucha en la radio o la televisión.
En nivel popular del lenguaje incluye: las dos mil palabras de uno elemental y las cinco mil de
las que, aunque normalmente no usa, comprende sus significados.

2. Nivel familiar
El lenguaje familiar es difícil de delimitar y precisar, pues depende enormemente del nivel
social de cada familia.
El lenguaje familiar está condicionado no sólo por el grupo social y cultural en el que se inserta
una determinada familia, sino también por la mentalidad de los miembros que la integran, que
hacen que éstos acepten o rechacen los usos lingüísticos que se ponen en uso en el ambiente
y en la sociedad.
Lo que más caracteriza al lenguaje familiar son las expresiones y las frases que dentro de la
familia tienen un significado especial y concreto, bien porque han sido recibidas por tradición o
porque han nacido de expresiones curiosas de los hijos cuando están aprendiendo a hablar.

3. Nivel coloquial
Es en el que mayor número de hablantes coinciden. Es el que todos practicamos en nuestras
relaciones cotidianas cuando, por ejemplo, nos dirigimos en la calle a un desconocido o
conversamos con una persona con la que no tenemos suficiente confianza.
El lenguaje coloquial puede acercarse en muchos casos al lenguaje culto, pero ello depende de
muchos factores, especialmente de las características de la sociedad en la que se realiza y de
las posibilidades del hablante cuando se expresa con ese vocabulario.
Se caracteriza por la riqueza y variedad de palabra (ahorita, toditito); frases (vengo muerto, me
importa un comino); expresiones (refranes y dichos), oraciones (¡no me diga!, ¿cómo no?); y
hasta ciertas muletillas (¿cierto?, pues, vale, esto…).

B. El lenguaje especializado

El poeta italiano Dante decía que las palabras a veces son rudas, pero otras están pulidas y
peinadas, ya que “algunas pertenecen a los niños, otras a los mayores, tales a los hombres,
cuales al campo, otras a la ciudad”.
Un estudiante cuando conversa con sus amigos no usa el mismo nivel de lenguaje que cuando
se dirige al profesor o cuando pregunta algo a un desconocido.
Hay palabras que se emplean en cualquier momento, pero otras sólo se usan en circunstancias
muy concretas y las tiene el hablante como reserva de riqueza léxica para usar en un momento
determinado.
En el mundo actual, en el que tanto inciden los medios de comunicación de masas cuando se
trata de difundir las realidades políticas, económicas, sociológicas y culturales, se necesita
poseer un vocabulario usual que comprende unas trece mil palabras, que son normalmente
conocidas por una persona de nivel cultural básico.
Este vocabulario usual capacita para comprender cualquier comunicación oral o escrita de
periódicos, revistas, libros, cine, radio o televisión.
Los medios de comunicación han facilitado la generalización de este vocabulario usual.

1. Lenguajes específicos
Existen vocablos y expresiones que podríamos llamar especializados y que pertenecen a
campos específicos de la actividad humana. Veamos algunos.
En las cartas:
El que suscribe, afectísimo, que besa su mano, la presente, seguro servidos…

Ambiente taurino:
Maestro, banderillas, pase de pecho, negro zaino, divisa, hasta la bandera,
verónica, manoletina…

Sobre futbol:
Fuera de juego, gol de antología, ocasión de gol, rozar las mallas, árbitro de la
contienda, esférica, delanteros…

En publicidad:
Ultramoderno, ultraligero, compacto, catalítico, versátil, mórbido, superatractiva,
excitante…

Y así podríamos poner ejemplos de vocablos específicos en comunicados de prensa, en


reuniones sociales, en ambientes políticos, en el juego de cartas y en los restantes juegos de
azar, en los diferentes deportes, en la caza y la pesca, etc.

2. Lenguaje científico
Un médico no usa el mismo lenguaje cuando conversa con otros colegas que cuando le explica
a un paciente los cuidados que debe tener.
Cada ciencia y cada profesión tienen una terminología técnica y específica para designar
utensilios, objetos, procesos y operaciones. Parte de este lenguaje, originalmente de uso
exclusivo de especialistas, acaba siendo utilizado, con el tiempo, por el común de la gente. Por
ejemplo:
Cine:
Montaje, doblaje, encuadre, fotograma, plano medio, gran angular…

Navegación:
Proa, popa, babor, estribor, cabo, mesana, trinquete, vela, timón, ancla…

Carpintería:
Gubia, broca, formón, garlopa, escofina, lezna, cepillo, tupí…
Electrónica:
Diodos, resistencia, terminal, circuito impreso, transistor, osciloscopio, dial,
amperio…

Imprenta:
Galerada, plancha, rotativa, fotocomposición, linotipia, litografía…

Medicina:
Vírico, hemodiálisis, pronóstico reservado, hematología, audiometría,
fisioterapia, oncología…

El lenguaje técnico o científico sólo se puede dar entre personas de la misma profesión; está
relacionado por todas las palabras que se usan dentro de las ciencias o las artes y, por tanto,
es poco conocido fuera del círculo de profesionales o artistas que lo emplean: es de mal gusto
en un orador del lenguaje técnico, porque entre el auditorio es muy posible que haya muchas
personas que ignoren el significado de términos especializados.
Por eso se les recomienda que cuando se vean en absoluta necesidad de emplearlos ante un
público profano, usen también un sinónimo o hagan un ligero comentario para aclararlo.

3. Lenguaje culto
Cuando se habla con un lenguaje bien cuidado, tanto en la realización fonética como en la
morfológica se está a nivel culto de la lengua. En el lenguaje culto se cuida la pureza de la
lengua, utilizando las palabras adecuadas y evitando el uso de palabras anticuadas o caídas en
desuso, así como vocablos de otras lenguas.
En este lenguaje están escritas las obras maestras de los grandes escritores; podremos, pues,
cultivarlo leyendo estas obras; oyendo buenas obras teatrales; conversando con personas
cultas. Este lenguaje es delicado, rico en expresiones, puesto que se forma con el acervo de
las locuciones más escogidas de nuestra lengua. Con él podemos tratar todos los asuntos, por
escabrosos que sean, dándoles un toque de elegancia y delicadeza.
El lenguaje es algo vivo que se renueva como las hojas de un árbol, pero que hay que cuidar.
El español es muy rico en sinónimos. Como cada uno aporta un matiz diferente, hay que
procurar utilizar el adecuado y preciso a la idea que se quiere expresar.
En el nivel culto del lenguaje también debe cuidarse la construcción de la frase. En español se
expresan las ideas en este orden: sujeto, verbo y complementos. No obstante, en la expresión
oral, que permite pausas y gesticulaciones, puede alternarse válidamente este orden para
intensificar o destacar algún aspecto de lo que se está expresando.

4. Lenguaje poético
Es el que se usa específicamente en las obras líricas. De este lenguaje se hablara
ampliamente en buena parte de este libro cuando tratemos de los temas literarios.
Toda persona sabe que es muy interesante en su vida social y profesional poder expresarse
con claridad, con precisión y cierta elegancia.
Una persona produce mejor impresión si sabe expresarse con soltura y puede exteriorizar
correctamente las ideas que tiene en su mente.
Las ideas no se expresan con facilidad si no hay un hábito y una práctica de expresión
correcta.
No se nace con la capacidad de expresarse bien; ella es resultado de un aprendizaje y de un
esfuerzo.
Expresarse bien es consecuencia de pensar ordenadamente.
La expresión oral es la exteriorización de los pensamientos. Por tanto, los defectos en la
expresión oral denotan ideas confusas o razonamientos mal organizados.
El estudio de la lengua permite comprender lo que se oye y lo que se lee, juzgar los mensajes
con criterio claro y seguro y, finalmente, expresarse con exactitud y precisión.
Por ello, todo cuidado en el aprendizaje es poco para conseguir que el hablante de una lengua
haga un uso correcto, consciente y racional del idioma.
Aprendemos nuestra lengua a lo largo de toda la vida. En el periodo escolar se realiza un
aprendizaje académico y gramatical, pero luego, durante toda la vida, se adquiere de forma
vital y práctica una gran cantidad de vocabulario, se logra dar claridad y precisión a la elocución
y una adecuación mayor entre la intención comunicativa y la expresión comunicada.
En el uso oral del lenguaje siempre hay un intento de originalidad. Hay personas que pueden
tener ese don de innovación y de originalidad creadora, pero son casos muy esporádicos.
Algunas personas inconscientemente son originales; otras buscan la originalidad en forma
consciente por contagio de grupos que quieren estar a la moda hasta en el léxico.
Cualquier hablante es creador de su propia habla, ya que hace de la lengua común un uso
individual y propio conforme a sus preferencias y a su personalidad. En cierta medida, el
hablante está recreando su propio idioma.
En este sentido debe entenderse a Lombardo Radicce, cuando escribe: -“había sólo aquel que
se expresa originalmente, esto es, el que crea su expresión, confiriendo a sus palabras el
significado que conviene en cada momento, según el contexto.
El que no tiene originalidad no habla, sino que emite sonidos vacíos: repite, no crea; limita, no
intuye; acepta pasivamente una máscara de pensamiento, pero no razona por sí mismo”
Dice García de Diego que el lenguaje es, como toda obra humana, en parte herencia y en parte
creación, en parte patrimonio común y en parte patrimonio personal. Por eso, el lenguaje cae
en la eterna disputa entre gregarismo y originalidad. Como dice Brandes, no es que la
humanidad esté dividida en rebeldes, sumisos e indiferentes, sino que estas tres situaciones se
dan en distintas fases vitales de cada persona.

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