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El verdadero realismo

El 6 de octubre del año pasado, unas semanas después de que los signos de la fragilidad del sistema
financiero internacional se hicieran evidentes, el Santo Padre, en una meditación dirigida a los Padres
Sinodales reunidos para reflexionar sobre la Palabra de Dios, señaló un imperativo cuya urgencia
resultaba muy evidente por los acontecimientos de esos días: “debemos cambiar nuestro concepto de
realismo”. “Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan, serían la
realidad más sólida, más segura”.

La crisis financiera internacional ha demostrado hasta qué punto las cosas que para muchos son más
sólidas -el dinero, la riqueza, la organización económica- venían siendo manejadas con una falta de
realismo sorprendente. El Santo Padre recordó una de las enseñanzas más sencillas y profundas del
Señor:
Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades de construir la casa de
nuestra vida: sobre arena o sobre roca. Sobre arena construye quien construye sólo sobre las cosas
visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Aparentemente éstas son las
verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos:
este dinero desaparece, no es nada.

Y esa experiencia de la nada de las seguridades materiales invita a mirar hacia la verdadera realidad:
la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y, para ser realistas, debemos
contar precisamente con esta realidad1.

Pero no era la primera vez que el Santo Padre llamaba la atención sobre la distorsión en la idea que
tiene de realidad nuestra cultura, y sobre sus consecuencias para las personas. En efecto, en las palabras
que dirigió a los pastores latinoamericanos reunidos en Aparecida, casi un año y medio antes, había
hecho una reflexión análoga:
¿Qué es lo real? ¿Son «realidad» sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y
políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error
destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los
capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto
decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de «realidad» y, en

1 S.S. Benedicto XVI, Meditación durante la celebración de la hora tercia en la XII Asamblea General Ordinaria del
Sínodo de los Obispos, 6/10/2008.
consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.

La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la
realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis
resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis. (...) Si no
conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no
hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad 2

Pero nos debemos preguntar de dónde proviene la idea de que el hombre puede construir una realidad
sin Dios. La respuesta la encontramos en el periodo de la historia conocido como la Ilustración que
estaba impregnado por el convencimiento de que el saber racional debía abarcar la totalidad del
conocimiento humano. Este saber estaba signado tanto por el “naturalismo inmanentista”, que negaba
la trascendencia espiritual de la persona reduciéndola a su corporeidad e inteligencia; como por la
confianza ilimitada en las capacidades del hombre para gobernar todo el ámbito material y social según
le convenga.

Los ilustrados creían que sólo la razón y el saber humano podrían impulsar un cambio beneficioso para
la humanidad. Así, el universo es concebido como una entidad racional que sólo se puede comprender a
la luz de la razón, por lo tanto y la verdad sólo se puede alcanzar mediante la observación empírica,
privilegiando lo tangible y medible sobre el dogma y la tradición, de este modo “la filosofía se ocupa
de los seres en la medida en que son contenidos de la conciencia y no en cuanto existentes fuera de
ella”3.

El individuo queda reducido a una máquina, cuyos procesos una vez comprendidos pueden
transformarse o manipularse y Dios “en el mejor de los casos” es concebido sólo como un “primer
motor” o como un “gran arquitecto” que diseñó todo -con una serie de leyes intrínsecas que no
dependen ya de Él-, para luego desentenderse de su creación. Para el racionalismo positivista, que
proclama la autosuficiencia de la razón, es inconcebible un Dios Padre, Creador y Providente que esté
totalmente comprometido con el ser humano, un Dios encarnado, Jesucristo, el Logos por quien todo
fue hecho4 y en quien todo tiene su sentido y plenitud. Por ello, la fe religiosa debía subordinarse a la
razón abriendo así una antinomia entre lo teologal y lo racional. Así lo expresa S.S. Juan Pablo II en su

2 S.S. Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,
Aparecida, 13/5/2007.
3 S.S. Juan Pablo II, Memoria e Identidad, Editorial Planeta, Colombia, 2005, p. 21
4 Ver Jn 1,1 ss
libro Memoria e Identidad:
Se habla, entre otras cosas, del “ocaso del realismo tomista”, entendiendo con ello también el abandono
del cristianismo como fuente del pensamiento filosófico. En definitiva, se cuestionaba la posibilidad
misma de llegar a Dios, En la lógica del cogito, ergo sum, Dios se reducía sólo a un contenido de la
conciencia humana; no se le podía considerar como Quien es la razón última del sum humano. Por ende,
no se podía mantener como el Ens subsistens, el “Ser autosuficiente”. Como el Creador, Quien da la
existencia, más aún, como Quien se entrega a sí mismo en el misterio de la Encarnación, de la
Redención y de la Gracia. El Dios de la revelación dejaba de existir como el “Dios de los filósofos” 5

Esta comprensión del universo y del hombre, que margina a Dios, desemboca en el “mito del progreso”
como el nuevo faro que guía a la humanidad. Ahora, la gran esperanza para el futuro del hombre está
en la creencia ciega de que se puede construir un mundo mejor, en la medida que el hombre sea capaz
de explicar por sí mismo todas la cosas. La ciencia es el fundamento último de todo lo existente. El
cientificismo, como lo describe Juan Pablo II en la Fides et Ratio:
no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas,
relegando al ámbito de la mera imaginación tanto el conocimiento religioso y teológico, como el saber
ético y estético. En el pasado, esta misma idea se expresaba en el positivismo y en el neopositivismo,
que consideraban sin sentido las afirmaciones de carácter metafísico6.

De este modo, la nueva concepción de la realidad excluye necesariamente lo sobrenatural. Al elevar la


ciencia a una “deidad todopoderosa” se plantea la autonomía del hombre frente a lo trascendente. Se
plantea la utopía de una realidad sin Dios.

Frente al mito del progreso que amenaza profundamente a la humanidad la Redemptor hominis lanza el
siguiente cuestionamiento:
¿este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus
aspectos, «más humana»?; ¿la hace más «digna del hombre»? No puede dudarse de que, bajo muchos
aspectos, la haga así. No obstante esta pregunta vuelve a plantearse obstinadamente por lo que se refiere
a lo verdaderamente esencial: si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace
de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad,
más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles,
más disponible a dar y prestar ayuda a todos7.

5 S.S. Juan Pablo II, Memoria e Identidad, Editorial Planeta, Colombia, 2005, p. 23
6 S.S. Juan Pablo II, Fides et ratio, 88.
7 S.S. Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 15.
Como hemos visto, la Ilustración marca el cambio de una época; y este cambio se basa, como
nos dice el Santo Padre Benedicto XVI en la Spe Salvi:

en la nueva correlación entre experimento y método, que hace al hombre capaz de lograr una
interpretación de la naturaleza conforme a sus leyes y conseguir así, finalmente, «la victoria
del arte sobre la naturaleza» (victoria cursus artis super naturam)8. La novedad –según la visión
de Bacon– consiste en una nueva correlación entre ciencia y praxis. De esto se hace después
una aplicación en clave teológica: esta nueva correlación entre ciencia y praxis significaría que
se restablecería el dominio sobre la creación, que Dios había dado al hombre y que se perdió
por el pecado original”9 (...) Ahora, esta «redención», el restablecimiento del «paraíso»
perdido, ya no se espera de la fe, sino de la correlación apenas descubierta entre ciencia y
praxis10.

La fe ha sido desplazada al ámbito de las realidades personales, se reduce a lo subjetivo y queda


marginada del mundo, de la realidad. La crisis de la fe es sobre todo una crisis de esperanza. La
falsa esperanza de la humanidad actual es la fe en el progreso que supone llegar a la libertad
perfecta donde el hombre llegue a superar todas sus dependencias11.

Lo cierto es que la ambigüedad del progreso nos resulta evidente. Frente a la multitud de avances
técnicos somos también testigos de cómo el progreso fundado en la razón y la libertad sin ningún
sustento metafísico objetivo se convierte en un avance en el mal. Nos advierte el Santo Padre que:

si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con
el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3,16; 2 Co 4,16), no es un progreso sino una amenaza
para el hombre y para el mundo12.

La fe en el progreso es una confianza ciega en las estructuras creadas para lograr el bienestar del ser
humano de manera definitiva. Esto supone una negación de la libertad humana o la ilusión de que la
libertad del hombre no es frágil. Sabemos que las estructuras no bastan para redimir al hombre ya que
no pude ser redimido sólo externamente. Los pensadores de la ilustración se equivocaron al pensar que
la ciencia puede redimir al hombre, que ella era finalmente la esperanza que el hombre necesita. Sin

8 Novum Organorum I, 117.


9 Cf. ibid., I, 129
10 S.S. Benedicto XVI, Spe Salvi, 16.
11 Ver S.S. Benedicto XVI, ibid., 18-19
12 Ver S.S. Benedicto XVI, ibid., 22
embargo, al constatar la realidad, esa esperanza se ha ido alejando cada vez más13.

La caída del comunismo hace dos décadas, el flagelo del terrorismo y las guerras, el aumento de la
pobreza material y moral, el avance de la tecnología que se vuelve contra el mismo hombre, los
genocidios actuales del aborto y la eutanasia, la desintegración acelerada de la familia, las estructuras
políticas sin un ordenamiento justo, la inestabilidad social y la crisis financiera actual son grandes
muestras de que la esperanza en un paraíso sin Dios se hace cada vez más una ilusión.

Llegamos entonces a la conclusión de que una realidad sin Dios, sin un fundamento sobrenatural, una
realidad que excluya la fe en Dios para poner su total confianza en la ciencia y en las estructuras, es
una realidad sin esperanza. El hombre hodierno que busca acallar su huella trascendente se aleja cada
vez más de su propia identidad y se imposibilita a amarse rectamente. Las relaciones humanas se ven
reducidas al utilitarismo y al pragmatismo, ya no hay una apertura hacia los demás, se deja de ver al
otro como el prójimo y se irrespeta su dignidad. La creación sufre las consecuencias del mal uso que le
da el hombre. Por último, el hombre se aleja de esa Esperanza última, donde tienen sentido todas las
demás esperanzas14, que es capaz de llevar al hombre a su plenitud en el amor. Una realidad sin Dios es
pues una realidad sin esperanza y sin amor.

Esta realidad sin esperanza, sin Dios, propone un desafío para la Iglesia. En palabras del Santo
Padre:

La cuestión del hombre, y por consiguiente de la modernidad, desafía a la Iglesia a idear


medios eficaces para anunciar a la cultura contemporánea el "realismo" de su fe en la obra
salvífica de Cristo. El cristianismo no debe ser relegado al mundo del mito y la emoción, sino
que debe ser respetado por su deseo de iluminar la verdad sobre el hombre, de transformar
espiritualmente a hombres y mujeres, permitiéndoles así realizar su vocación en la historia.

(...) El conocimiento no puede limitarse nunca al ámbito puramente intelectual; también


incluye una renovada habilidad para ver las cosas sin prejuicios e ideas preconcebidas, y para
poder "asombrarnos" también nosotros ante la realidad, cuya verdad puede descubrirse uniendo
comprensión y amor. Sólo el Dios que tiene un rostro humano, revelado en Jesucristo, puede
impedirnos limitar la realidad en el mismo momento en que exige niveles de comprensión
siempre nuevos y más complejos. La Iglesia es consciente de su responsabilidad de dar esta

13 Ver S.S. Benedicto XVI, ibid., 25-26


14 Ver S.S. Benedicto XVI, ibid., 31
contribución a la cultura contemporánea15.

Esta mirada de la fe exige un recta comprensión de la razón humana y cuál es su papel para el
conocimiento de la verdad. Así, el realismo de la fe:
implica el ensanchamiento de nuestra comprensión de la racionalidad. Una correcta
comprensión de los desafíos planteados por la cultura contemporánea, y la formulación de
respuestas significativas a esos desafíos, debe adoptar un enfoque crítico de los intentos
estrechos y fundamentalmente irracionales de limitar el alcance de la razón. El concepto de
razón, en cambio, tiene que "ensancharse" para ser capaz de explorar y abarcar los aspectos de
la realidad que van más allá de lo puramente empírico. Esto permitirá un enfoque más fecundo
y complementario de la relación entre fe y razón 16.

El Santo Padre nos recuerda en la encíclica Spe salvi, el cristianismo no es sólo un mensaje
informativo, sino performativo17. Esto significa que la fe cristiana:
no puede quedar encerrada en el mundo abstracto de las teorías, sino que debe bajar a una
experiencia histórica concreta, que llegue al hombre en la verdad más profunda de su
existencia (...)

La comprensión del cristianismo como transformación real de la existencia del hombre, por
una parte, impulsa la reflexión filosófica a un nuevo enfoque de la religión; y, por otra, la
estimula a no perder la confianza de poder conocer la realidad. Por tanto, la propuesta de
"ensanchar los horizontes de la racionalidad" (...) debe entenderse como la petición de una
nueva apertura a la realidad a la que está llamada la persona humana en su uni-totalidad,
superando antiguos prejuicios y reduccionismos, para abrirse también así el camino a una
verdadera comprensión de la modernidad.

El deseo de una plenitud de humanidad no puede desatenderse: hacen falta propuestas


adecuadas. La fe cristiana está llamada a afrontar esta urgencia histórica, implicando a todos
los hombres de buena voluntad en esa empresa. El nuevo diálogo entre fe y razón (…) debe
partir de la actual situación concreta del hombre, y desarrollar sobre ella una reflexión que
recoja su verdad ontológico-metafísica18.

En el realismo de la fe se sustenta la esperanza cristiana y esta no se funda en una opinión

15 S.S. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el encuentro europeo de profesores universitarios, 23/06/07.
16 Ibid.
17 S.S. Benedicto XVI, Spe Salvi, 2
18 S.S. Benedicto XVI, Discurso a los participantes del sexto simposio europeo de profesores universitarios, 07/06/08.
humana sino que es fruto de la Revelación divina que descubre la Verdad de Dios y del
hombre19. La esperanza cristiana considera que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza
del Creador e invitado a la Comunión Divina de amor, que ha sido herido por el pecado y ha
sido redimido por el Amor salvífico de Jesucristo con su muerte en Cruz y Resurrección
gloriosa. En esta esperanza el cristiano funda su visión de la realidad concreta. Es la esperanza
que trae la redención. como dice el Santo Padre:
no es un simple dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado
la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el
presente, se puede vivir y aceptar si se lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta
meta y si esta me ta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino 20

Frente a la ilusión de construir una realidad sin Dios que se ha ido desmoronando con el tiempo,
nos queda la certeza de “no es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el
amor”21 que el hombre sólo puede tener una recta visión de la realidad si pone su mirada en
Dios que responde a los anhelos más profundos del ser humano y también a su miseria y
limitación. La visión correcta de la realidad exige la gran esperanza que sólo puede ser Dios:
que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos
alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el
fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y
que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto.
Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está
presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la
posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza,
en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para
nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin
embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente» vida 22.

19 Ver Luis Fernando Figari, Vida Cristiana y Nueva Evangelización, Fondo Editorial, Lima 2002, p 19-25
20 S.S. Benedicto XVI, Spe Salvi, 1
21 S.S. Benedicto XVI, ibid., 26
22 S.S. Benedicto XVI, ibid., 31

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