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Capítulo I
Una penosa enfermedad.
Capítulo II
Una misión
Capítulo III
El castillo de Mobark
Capítulo IV
El Castillo de los de Alfaro
Ese día sentía su cuerpo más cansado de lo usual, aunque Juana le hablaba,
ella lo único que quería era estar sola, y recordar el sueño que había tenido. Al
terminar de bañarla seguía su acostumbrada terapia, masajes y cremita por
todo el cuerpo para evitar que se ulcerara en sus miembros; Susana no podía
entender la entrega de Juana, que a pesar de saber que su enfermedad la
llevaba a empeorar en vez de mejorar, insistía en entablar conversaciones que
ella casi nunca contestaba, o cantarle largas canciones desentonadas que para
lo único que le servían era para burlarse de ella. ¿Cuál era su motivación? ¿Por
qué lo seguía haciendo?
En su vida de médica le enseñaron a preocuparse por las enfermedades y
no por enfermos, la mejor forma de servir a los pacientes era que se entregara
a la lectura y a la adquisición infatigable de conocimiento, eso sería la forma
más segura de ayudar a los pacientes, de la parte sentimental o emocional se
encargaban otros profesionales expertos en eso. Ese conocimiento y el status
que le daba poseerlo, le dio la motivación de seguir en una carrera sacrificada
y en muchas ocasiones desagradecida como la medicina. Pero ¿qué motivaba a
Juana?, era una mujer que estaba condenada a continuar con sus labores
indeseables de limpiar pacientes en las condiciones más desagradables que ella
hubiera visto, aún tenía que bañarla a ella sin importar como la encontrara,
para ella seguiría siendo un enigma la respuesta a esta pregunta, la respuesta la
tendría solo cuando su enfermedad la tuviera totalmente sometida.
El día no cambiaba en nada, excepto por el nuevo residente que llegaba a
la revista, un joven inexperto que en muchas ocasiones era bombardeado por
las preguntas de sus profesores durante la revista médica, pero el que llegó ese
día era diferente, aunque en muchas ocasiones no sabía la respuesta a las
preguntas, la forma en que soportaba el irritante orgullo de los demás médicos
que por el momento sabían más, lo hacía especial. Los profesores le asignaron
el caso de Susana para que la expusiera en la revista, eso quería decir que
debía devorar unos cuantos artículos y por lo menos todo el tema de dos o más
libros, en la siguiente revista iba a ser atacado como un ave que se posa en un
río infestado de pirañas.
El joven médico se acercó a la cama de Susana y la saludo con una inusual
cortesía que no estaba acostumbrada ver en su trabajo,
-Buen día, Doctora Lemus, mi nombre es Iván Olarte y soy médico
residente de neurología, para mí es un placer conocerla, sé que usted es una
eminencia en el área de la neurología, y quiero agradecerle de antemano toda
la información que usted pueda darme acerca de su enfermedad.
-Ella se sintió ofendida porque le asignaran un residente para atenderla y
no a un especialista ya titulado, al interrogatorio respondió con un parco, aja.
-Me podría decir ¿hace cuánto está usted enferma?
-Hace mucho tiempo, más de lo necesario, contestó indiferente Susana.
-Recuerda más o menos cuantos años hace que empezó a sentirse enferma.
-¡Joven, hace muchos años!, respondía irritada Susana.
Desgraciadamente para el doctor Olarte, la conversación no iba a durar
mucho porque la tarde se acercaba y los dolores de Susana ya iniciaban y ella
empezaba a quejarse y a maldecir, Iván la miró un poco asombrado por que
parecía otra persona, el dolor era insoportable para Susana, desgraciadamente
necesitaba una dosis cada vez más alta de opioides para obtener el mismo
efecto de analgesia y poder dormir; cuando la vio en ese estado, Iván entendió
que este caso sería uno de los más difíciles de su vida y no se equivocaba.
Al abrir los ojos Susana, solo habían transcurrido unos segundos desde el
momento en que sintió que la fuerza de sus piernas la abandonaba, los dos
caballeros la auxiliaron y la ayudaron a poner en pie. Cuando pudo hablarles
les agradecía lo atentos que habían sido con ella y que ahora se sentía mejor.
-Insisto en mi invitación a mi hogar, estimados caballero y señorita, si no
hay oposición. Preguntó el Señor Carlos
-Nos complace mucho su invitación Señor Carlos, su amabilidad es la
mejor bienvenida que nos han hecho en la ciudad de Barcas.
La casa del Señor Carlos estaba ubicada en una zona campestre, al llegar
Susana pudo ver la entrada un gran portal hecho en piedra de color natural con
una linda reja labrada con dos leones puestos uno frente a otro, dos siervos
abrían la puerta inmediatamente al ver al Señor Carlos; un camino largo y
escoltado a lado y lado por arboles con tronco alto que de sus ramas se
desprendía un aroma parecido al eucalipto, llevaba los visitantes directo a la
entrada principal de la mansión, un enorme castillo, con paredes de ladrillo y
con una torre alta donde se alcanzaba ver la garita del vigía y una campana
adentro de ella, con cinco ventanas a su alrededor.
El Señor Carlos se mostraba muy atento con Susana y se acercó a su
caballo para brindarle ayuda al bajar de su corcel, ella aceptó su ayuda y con
una sonrisa agradeció su gentileza.
-Por favor sigan, les mostrare mi hogar mientras sirven la comida. Al
momento se le acerco uno de sus sirvientes, parecía el mayordomo del palacio
y el Anfitrión le dio algunas órdenes, el mayordomo salió apresurado a
cumplirlas. El anfitrión volvió a acercarse a sus invitados y los hizo seguir, en
el recorrido les contaba que su palacio era una joya familiar y que había
albergado a los De Alfaro por muchas generaciones, él era el decimoquinto
descendiente del primer De Alfaro que habían llegado a este país como
conquistador. Susana estaba sorprendida de la amabilidad del Señor Carlos De
Alfaro, pero lo que no había detectado todavía era la fuerte atracción que
sentía por ella, lo que lo hacía comportarse de esa manera.
-En este corredor podemos encontrar varias pinturas de mis ancestros, la
que más me gusta es la del Señor Carlos I, que vendría a ser el conquistador
del que les hablaba.
En la pintura era sorprendente el realismo impreso en ella, dejaba ver a un
hombre muy parecido al Señor Carlos pero con unos años más,
-Bueno, pero sigamos interrumpió nuevamente el anfitrión, por aquí se
encuentran la alcoba principal y veinte cuartos más para los invitados de
honor,
La entrada a la alcoba principal tenía un gran arco hecho en yeso con
figuras de escudos de la familia De Alfaro que antecedía a una puerta de
madera tallada a mano en donde se veía nuevamente el escudo de la familia en
el centro.
- Si se acercan al balcón podrán ver nuestros jardines, el lago y una
planicie que disfrutamos practicando equitación, disparo con arco o
simplemente para mejorar nuestra destreza en batalla, peleando con lanzas o
con espada, decía entusiasmado.
El balcón era amplio, dispuesto para que pudieran estar cómodamente la
mayor cantidad de invitados posibles.
-Mi Señor estoy sorprendida de su gran palacio y de las posesiones de su
familia, todo este recorrido ha sido magnífico, le dijo Susana
-Agradezco mucho tu amabilidad, para mí es un honor tenerlos en mi
hogar.
Al estar en el balcón, nuevamente se aproximó el mayordomo y haciendo
una reverencia le informó que la cena estaba lista. El Señor Carlos invitó a sus
amigos a pasar al comedor. El comedor era otra muestra de suntuosidad, una
gran puerta de madera tallada a mano con lindos pavos reales frutas y flores
alrededor los conducía a la gran mesa, dispuesta para más de 20 personas, con
un mantel blanquísimo bordado a mano, las sillas eran altas con espaldares
terminados en puntas redondeadas totalmente simétricas como soldados en
perfecta formación, al llegar a la mesa el propio Señor de Alfaro corrió la silla
de Susana para que se sentara al lado derecho de él, Diego quedó sentado a su
mano izquierda. La comida era esplendida, pavo estofado acompañado de un
puré de un tubérculo que Susana no podía identificar con precisión pero
delicioso, al final de la comida, el Señor de la casa hizo abrir una botella de
vino para celebrar la visita de sus invitados, después de probar el vino, hizo la
pregunta que Diego estaba temiendo que hiciera desde hace rato.
-Sin querer ser imprudente, Susana y Diego, quisiera saber un poco más de
su familia, noto que ustedes tienen nobleza en su sangre, su comportamiento y
forma de hablar no lo tiene la gente del común.
Susana miró un poco preocupada a Diego que disimuló mirando su copa,
jugando un poco con el vino,
-Mi Señor, yo se lo importante que es para un hombre de la nobleza, que
las personas con que se relaciona posean su misma clase social, su pregunta no
nos importuna en ninguna manera y es más que justificada. ¿No sé si mi Señor
ha escuchado hablar del reino de Thalasá?
-Claro que sí, gran reino y muy poderoso.
-Pues mi hermana Susana y yo pertenecemos a una reconocida familia de
este reino, los De Barlovento, nuestro padre es el Señor Vicario De
Barlovento.
-Desafortunadamente no conozco al Señor Vicario, pero ustedes me dan
estupendas referencias de él, si ustedes lo permiten lo más pronto posible
mandare mensajeros con presentes para el Señor Vicario para que nos
conozcamos.
Susana intentó ayudar a la historia que había inventado Diego e intervino,
-Mi Señor Carlos, su amabilidad no tiene medida, pero pienso que mi
padre se complacería mucho primero con una carta de mi parte para contarle el
nuevo amigo que hemos podido conocer mi hermano y yo.
El Señor Carlos no se podía negar a nada que Susana le sugiriera y accedió
complacido la propuesta de Susana.
-¿Y entonces vienes a pagar un voto a la ciudad de Barcas, Susana?
-Nuestra visita es meramente religiosa, mi Señor, contestó Susana, como le
había dicho cuando nos conocimos, tengo un voto desde hace tiempo que
tengo que pagar en su templo, y por eso vengo año tras año a su ciudad.
-Si les parece bien, mañana mismo, los acompañaré para que puedas
cumplir tu voto, le dijo.
-Gracias por su cortesía. –Mi Señor, nos agradaría mucho su compañía,
respondió Susana.
El Señor Carlos siempre la estaba mirando sin quitarle la mirada de
encima, en un momento logró que Susana se sonrojara.
El anfitrión insistió en que se quedaran en su palacio a pasar la noche,
preparó para ellos, dos cuartos de los invitados principales, al despedirse, besó
nuevamente la mano de Susana y le deseo buenas noches. Diego aprovechó
por fin un minuto a solas con Susana y entró a su cuarto al cerrar la puerta le
contó varias cosas,
-Somos muy afortunados y nuestra misión es guiada por Dios, este hombre
que nos aloja en su casa, es uno de los más importantes personajes de Barcas y
pertenece a la corte del rey Belium y no solamente eso, sino que se ha fijado
en tu belleza y eso nos da una gran ventaja, el hecho que quiera conocer a
nuestro supuesto padre lo único que muestra es que tiene pretensiones
matrimoniales contigo.
Al escuchar esto Susana, se sintió un poco incomoda, pero Diego la
tranquilizó,
-No te preocupes, eso no sucederá y tomó su mano.
Susana inmediatamente se sonrojo y sintió como su corazón empezó a latir
rápidamente, muy despacio retiro su mano que estaba dejado de la de Diego.
Susana intentando cambiar un poco la conversación le preguntó sobre la
historia que había inventado de Lord Vicario.
-Lord Vicario es real y tengo el placer de conocerlo, de ser necesario estoy
seguro que él nos ayudara para concretar nuestra misión, su rey apoya el
nuestro. Por ahora el ser amigos del Señor Carlos y que tenga esas
pretensiones contigo nos puede llevar a concretar nuestra misión.
Capítulo V
El frio de la madrugada
Capítulo VI
El condenado a la horca
Cuando terminaron el desayuno, el Señor Calos mandó preparar su
carruaje para llevar a sus visitantes al centro de la ciudad de Barcas. Al ir en el
carruaje iba mostrándoles todos los terrenos que pertenecían a su familia, era
una familia muy poderosa.
En el camino Susana le hacía señas a Diego sin que el Señor Carlos se
diera cuenta, intentando decirle algo, pero no podían lograrlo.
Cuando llegaron a la iglesia descendieron del coche y al estar subiendo las
escaleras hacía la entrada del templo el propio obispo le dio la bienvenida al
Señor Carlos
-¡Mi Señor! A que debo su magnífica presencia en la casa de Dios.
-Señor obispo, lo saludó mientras besaba el anillo de su mano. El motivo
de mi visita es acompañar a mis amigos Diego y Susana hijos del Señor
Vicario de Thalasá, para que cumplan un voto hecho en este templo.
El obispo gustoso guio a los invitados del Señor Carlos hacia el templo, era
una construcción antigua, llena de esculturas en la fachada que representaban a
los santos más reverenciados por los feligreses en Barcas, cada uno con su
pequeña bóveda propia, la fachada estaba cubierta de mármol de tono café
claro, un arco mayor que era la entrada de la iglesia terminaba en una torre, la
más alta de tres. Al entrar Susana se sintió impresionada por lo majestuoso del
templo, hacía mucho frio adentro y era muy lúgubre, solo las imágenes
danzantes de las llamas de cientos de velas y velones de todos los tamaños y
formas iluminaban su interior, implorando la misericordia de los santos; tenía
un piso de mármol blanco y negro brillante que reflejaba tenuemente la luz de
las velas; al entrar Susana le pidió el favor al Señor Carlos que la dejaran un
minuto a solas con su hermano para hacer una oración.
El Señor Carlos accedió gustoso y es que para él, una petición de Susana
era como una orden.
Al estar a solas Susana puso al tanto a Diego de la conversación que había
escuchado la noche anterior.
-No pude ver quien estaba hablando con el Señor de Alfaro pero lo estaba
poniendo al tanto de lo mismo que estamos investigando nosotros.
-Esto me cuentas Susana me deja muy preocupado, sea como sea hay que
poner al tanto de esto al rey Augusto de estos planes contra él.
-¿Quién podría ser el hombre que hablaba con el Señor Carlos?, preguntó
Susana.
-No lo sé querida, pero eso es otra cosa que debemos averiguar, dijo Diego
Interrumpió la conversación un gran bullicio que escuchaban y venia de la
plaza central de la ciudad, inmediatamente salieron los dos para averiguar que
sucedía.
Al llegar a la entrada de la iglesia una gran multitud se había agolpado para
ver la fatídica y teatral escena, un hombre que antes había sido de los
principales de la ciudad ahora estaba condenado a la horca; en una
improvisada tarima hecha de madera y colgando de un poste clavado en una
sus esquinas, una horca esperaba inmóvil al condenado, este era llevado por
dos soldados del rey que se disponían a entregarlo al verdugo. En la plaza, el
ánimo de la gente estallaba en frenesí cuando vieron aparecer al condenado
camino a la horca, gritaban toda una variedad de insultos contra el pobre
infeliz que estaba a punto de morir; Susana miraba absorta el teatral suceso,
nunca había visto algo similar, el hombre condenado, se veía tan indefenso,
sus vestidos reflejaban que era un hombre de clase, no como el Señor Carlos,
pero tampoco como un mendigo. El Señor Carlos notó la cara de preocupación
de Susana y decidió romper su concentración,
-Querida Susana, si lo deseas, nos podemos ir de aquí.
-¿Por qué lo condenan? Interrumpió Susana sin prestar atención a su
propuesta.
-Por traición al rey, supimos que este hombre se aprovechó de su posición
de preeminencia en el reino para entregar información secreta a nuestros
enemigos, y en nuestro reino a los hombres como él solo les queda morir.
En ese momento le colocaron una capucha negra al condenado y después
de esto la soga en el cuello, sin pensarlo dos veces el verdugo empujó la
palanca que dejo caer fuertemente el cuerpo del hombre, se podía ver como se
retorcía de atrás hacia adelante intentando inútilmente liberarse de su mortal
destino, pero después de unos segundos dejo de moverse, la muchedumbre que
había satisfecho su hambre de justicia, dejaba la plaza en silencio como si la
muerte misma les hubiera robado su frenesí.
A Susana le impactó mucho la muerte del hombre, se identificó con su
impotencia y con su irremediable sufrimiento, lucia pálida y sorprendida,
cuando el Señor Carlos la vio se preocupó e intentó ayudarle a que se
recuperara del impacto.
-¿Te sientes bien Susana? ¿Quieres entrar y sentarse nuevamente mientras
te recuperas?
Pero en ese momento Susana perdió su fuerza en las piernas debido al
irremediable dolor de siempre, y perdió estabilidad, en un momento estaba
frente al Señor Carlos y al otro en su cama en la habitación 323.
-Doctora Susana, buenos días, soy el doctor Olarte,
Susana apenas respondía al saludo entreabriendo sus ojos, desde que le
habían diagnosticado la neumonía, la somnolencia se había convertido en otro
acompañante permanente.
-Quiero decirle que su evolución ha sido lenta pero creo que hacia la
mejoría, vamos a continuar otros días más con el mismo tratamiento.
Juana continuaba muy pendiente de ella, sus atenciones hacían sentir a
Susana mucho mejor, y ahora quería ponerse bien, su vida había tomado
sentido desde que empezó a soñar, y conocer a Diego le daba también una
motivación fuerte para vivir, en lo profundo sabía que eran sueños, pero por el
momento era lo más cerca a la realidad que podía tener. Al lado de su cama
había empezado la revista docente y el doctor Olarte estaba listo para ser carne
de cañón, le preguntaron muchas cosas, pero a la mayoría de ellas pudo
responder, al final de su casi fusilamiento, su profesor lo felicitó por el manejo
del caso. Muy contento por los resultados de su sacrificio quiso compartirlo
con Susana que apenas podía abrir sus ojos, emocionado el doctor Olarte le
contaba a Susana como le había ido en su revista, esforzándose un poco le
respondió al doctor con una sonrisa, él se sintió muy complacido por su
respuesta.
Susana había comenzado a recibir un poco de comida y Juana era muy
insistente con ella para ayudarla a comer, con la llegada de la tarde,
nuevamente Susana empieza a dormir, pero una vez que cerró sus ojos, se
encontraba nuevamente en el reino de Torreón.
Capítulo VII
Un talento escondido
Capítulo VIII
Diego en la mazmorra
Capítulo IX
Con rumbo a Aldezafiro
Capitulo X
Juana conoce a Diego.
Capitulo XI
Una guerra inevitable
Capítulo XII
Una propuesta hecha realidad.