MARIANA ENRIQUEZ
Las cosas que
Derdimos en el fuego
a
ANAGRAMA
Narrativas hispanicas
Fs ——Bs una idea hermosa, escribe.
Le doy la razén y espero, El ya no tiene nada que decir,
nada sobre cuartos rojos y fantasmas vengativos. Cuando
deje de hablarme para siempre, voy a mentirle a su madre.
Inventaré fabulosas conversaciones para ella, incluso le daré
esperanzas: anoche me dijo que quiere salir, voy a decirle
mientras tomamos café. Espero que él decida es
aparse
mientras ella duerme su suefio quimico, espero que no se
acumule la comida en el pasillo, espero que no haga falta
tirar la puerta abajo.
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LAS COSAS QUE PERDIMOS EN EL FUEGO
La primera fue la chica del subte. Habia quien lo discu-
tfa 0, al menos, discutfa su alcance, su poder, su capacidad
para desatar las hogueras por sf sola, Eso era cierto: la chica
del subte sélo predicaba en las seis lineas de tren subterr:
de la ciudad y nadie la acompaf
dable. Tenta la cara y los brazos completamente desfigurados
por una quemadura extensa, completa y pro!
plicaba cunto tiempo le habia costado re
meses de infecciones, hospital y dolor, con su boca sin labios
y una nariz.pésimamente reconstruidas le quedaba un solo
(ojo, el otro era un hueco de pie, y la cara toda, la cabeza, el
cuello, una méscara marrén recorrida por telarafias. En la
rnuca conservaba un mechén de pelo largo, lo que acrecen-
taba el efecto méscara: era la tinica parte de la cabeza que el
fuego no habia alcanzado. Tampoco habia aleanzado las
manos, que eran morenas y siempre estaban un poco sucias
de manipular el dinero que mendigaba.
Su método era audaz: subja al vagén y saludaba a los
pasajeros con un beso si no eran muchos, si la mayorfa via-
ba. Pero resultaba inolvi-
nda; ella ex.
perarse, los
jaba sentada. Algunos apartaban la cara con disgusto, hasta
con un grito ahogado; algunos aceptaban el beso sintiéndo
185se bien consigo mismos; algunos apenas dejaban que el asco
les erizara la piel de los brazos, y si ella lo notaba, en verano,
cuando podfa verles la piel al aire, acariciaba con los dedos
mugrientos los pelitos asustados y sonreia con su boca que
era un tajo. Incluso habia quienes se bajaban del vagén
cuando la veian subir: los que ya conocfan el método y no
querian el beso de esa cara horrible.
La chica del subte, adems, se vestia con jeans ajustados,
blusas transparentes, incluso sandalias con tacos cuando
hacfa calor. Llevaba pulseras y cadenitas colgando del cuello,
Que su cuerpo fuera sensual resultaba inexplicablemente
ofensivo,
Cuando pedia dinero lo dejaba muy en claro: no estaba
juntando para cirugfas plisticas, no tenian sentido, nunca
volveria a su cara normal, lo sabia, Pedia para sus gastos,
para el alquiles, la comida —nadie le daba trabajo con la cara
asi, ni siquiera en puestos donde no hiciera falta verla-. Y
siempre, cuando terminaba de contar sus dias de hospital,
nombraba al hombre que la habia quemado: Juan Martin
Pozzi, su marido. Llevaba tres afios casada con él. No tenfan
hijos. El crefa que ella lo engafiaba y tenia raz6n: estaba por
abandonarlo, Para evitar eso, él la arruind, que no fuera de
nadie mds, entonces. Mientras dormia, le eché alcohol en
la cara y le acereé el encendedor. Cuando ella no podia
hablar, cuando estaba en el hospital y todos esperaban que
muriera, Pozzi dijo que se habia quemado sola, se habia
derramado el alcohol en medio de una pelea y habia queri-
do fumar un cigarrillo todavia mojada.
-Y le creyeron ~sonrefa la chica del subte con su boca
sin labios, su boca de reptil-. Hasta mi paps le crey6,
Ni bien pudo hablar, en el hospital, conté la verdad,
Ahora él estaba preso.
Cuando se iba del vagén, la gente no hablaba de la chi-
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ca quemada, pero el silencio en que quedaba el tren, roto
por las sacudidas sobre los rieles, decfa qué asco, qué miedo,
no voy a olvidarme mis de ella, cémo se puede vivir asi
A lo mejor no habia sido la chica del subte la desenca-
denante de todo, pero ella habia introducido la idea en su
familia, crefa Silvina. Fue una tarde de domingo, volvian
con su madre del cine—una excursién rara, casi nunca salfan
juntas. La chica del subte dio sus besos y conté su historia
en el vag6n; cuando terminé, agradecié y se bajé en la esta
cidn siguiente. No le siguié a su partida el habitual silencio
incémodo y avergonzado. Un chico, no podia tener més de
veinte afios, empezé a decir qué manipuladora, qué asque-
rosa, qué necesidad; también hacia chistes. Silvina recorda-
ba que su madre, alta y con el pelo corto y gris, todo su
aspecto de autoridad y potencia, habia cruzado el pasillo del
vagén hasta donde estaba el chico, casi sin tambalearse ~auin-
que el vagén se sacudia como siempre-, y le habia dado un
pufetazo en la nariz, un golpe decidido y profesional, que
lo hizo sangrar y gritar y vieja hija de puta qué te pasa, pero
su madre no respondié, ni al chico que lloraba de dolor ni
a los pasajeros que dudaban entre insultarla 0 ayudar. Silvi-
na recordaba la mirada rpida, la orden silenciosa de sus ojos
y cémo las dos habian salido corriendo no bien las puertas
se abrieron y habfan seguido corriendo por las escaleras a
pesar de que Silvina estaba poco entrenada y se cansaba
enseguida ~correr le daba tos-, y su madre ya tenia mas de
sesenta afios. Nadie las habia seguido, pero eso no lo sup
ron hasta estar en la calle, en la esquina transitadisima de
Corrientes y Pueyrredén; se metieron entre la gente para
evitar y despistar a algin guarda, o incluso a la policia
Después de doscientos metros se dieron cuenta de que es-
taban a salvo, Silvina no podia olvidar la carcajada alegre,
aliviada, de su madre; hacfa afios que no la veia tan feliz,
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