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Lísistrata y Plutón:

Inmediatamente uno se encuentra con una tremenda ruptura de la idea que nos
hacíamos al pensar en los griegos. Aquellos que nos legaron poemas épicos como la
Ilíada y la Odisea, que tratan de guerras, venganza, acción y dioses en disputa. Los
mismos que escribieron aquellas tragedias que más parecen velorios, cuyos personajes
llevan los accidentes más triviales a niveles cósmicos de pena inconsolable.

Todas estas obras tienen en común un rasgo muy acentuado. Se leen como si se
estuviera contestando un examen o te acabaran de condenar a la pena de muerte.
Hasta pareciera que los hombres de esa época desconocían lo que era un chiste. Y de
pronto nos encontramos con que entre estos libros milenarios que podríamos
desenterrar junto a un hueso de dinosaurio está un show de comedia. Pensemos tan
sólo en los chistes de los abuelitos, o en las caricaturas viejas. ¡Qué rápido va
cambiando aquello que nos entretiene! Ya no nos causan gracia, y a ellos todavía los
vemos reírse a carcajadas. En cambio a éste contemporáneo de Sócrates lo leemos
como si estuviéramos viendo un sketch de Franco Escamilla. A mí personalmente se
me hace mucho más divertido. ¿Cómo diantres logra esto? ¿Cómo es que puede
pertenecer a la cultura de los sabios, moderados, graves y antiquísimos griegos? ¡Qué
tiene que ver éste con Aristóteles! Analicemos su fórmula.

La primera situación chusca que el poeta nos presenta es la de una revolución muy
parecida a la que nos presentaba la asamblea de las mujeres. Éstas, ahora lideradas
por la homónima de la obra, se sienten hartas de la constante ausencia de sus esposos
y sus hijos por culpa de las guerras en las que ellos se enfrascan por antiguas
rivalidades largo tiempo almacenadas. Ellas se tienen que quedar en la casa, muriendo
de preocupación ante de la idea de quedarse viudas y sin los hijos de sus entrañas.
Mientras aquellos apenas si regresan a las casas unos cuantos días al mes, luego
vuelven a enrolarse. Como las mujeres no poseían en ese entonces ni voz ni voto aun
en sus propias casas. No podían escuchar tan siquiera la historia de sus maridos de lo
que había pasado en el ágora, pues se las juzgaba incapaces de pensar o actuar
virtuosamente o con inteligencia. Conciben un plan para hacerse escuchar con las
únicas armas que poseen: pudor y atributos. Las debilidades de los hombres. Así pues,
en la falta de estos se apoderan de la acrópolis de la ciudad de Atenas con un atraco en
conjunto que incluye a mujeres del resto de Grecia. Cuando los varones regresan del
campo de batalla lo hacen con honor y con ganas de una estimulante recepción. Las
partes más cómicas y peladas de la pieza se ubican en esta escena. Además de su
humor tan cercano a los gustos del público yo creo que la razón de su éxito al ser el
único comediante griego que ha sobrevivido hasta la fecha son los temas que toca.

Delicados, serios y críticos eran los problemas aquí abordados. De la forma en que los
trata nos parecen todo menos eso. Son graciosos, ridículos y amenos, gracias al vivo
estilo del autor. Eso era la comedia. El sitio para desestresarse de los pesos que tenía
que cargar el ciudadano ordinario en su vida cotidiana. El único en el que podía mirar
las gravedades de su existencia con un rostro contorsionado, no por la fatiga, sino por
la risa. Burlarse de los poderosos sin temor a los castigos y gritar abiertamente su
descontento por las incompetencias del estado en las que el mismo participaba.
Burlarse hasta de lo sagrado. Todo el universo dejaba de lado su fachada ominosa y se
pintaba de payaso. Ahí radica la razón de su gran éxito. Porque es muy fácil hacer reír
con situaciones que son en sí mismas chistosas. Están hechas para pasar un buen rato,
aun a costa de los demás. Pero lograr que el público se ría a costa de sus propios
defectos es un talento que no tienen los espectáculos actuales. En la obra de que
hablábamos, detrás de las carcajadas que nos sacan pueden sacarse muchísimas
reflexiones. Nos está poniendo a reconsiderar las formas en que se manejaba toda una
sociedad, que tiene muchas semejanzas inconfesadas con la nuestra actual. El
feminismo, el deseo de las diferentes naciones por la paz, las relaciones matrimoniales,
el diálogo diplómatico entre pueblos en conflicto que puede ahorrar tantas catástrofes
innecesarias. ¡Todo está ahí! En un guión teatral que nos muestra a un espartano
hablando como gangoso y muchísimos dobles sentidos y chistes pelados.

En la segunda obra, escrita en la ancianidad del autor, (Se dice que fue la última que él
firmó) la sátira se hace con una mayor seriedad. Si bien los eventos planteados siguen
siendo bastante estirados, los caracteres de sus personajes exagerados, las
interacciones burlescas; se nota una mayor seriedad en cuanto a la forma de manejar
el desarrollo. Aquí el protagonista, hombre, no es un completo patán que da risa por
su descaro como en la mayoría de su corpus. Es un campesino consciente que busca
mejorar el estado de vida que tienen sus conciudadanos. Por lo que quiere devolverle
la vista al dios del dinero. Aquí, el coro ni siquiera tiene presencia. La burla a los dioses
es ácida y hasta blasfema. Denota casi un escepticismo al modo voltaireano. Pero
donde falla en sentido del humor, no lo hace en originalidad y agudeza del discurso.
Sospecho que con esta última obra el comediante sufrió lo mismo que muchos otros
después de él al aceptar convertirse en las diversiones de la corte y el pueblo. Quiso
demostrar que también tenía la capacidad de tocar el lado serio de las cosas. Y al igual
que ellos tampoco tiene mucho éxito.

No queda claro cuál es su punto. Aunque sí denota su preocupación por la justa


distribución de las riquezas entre los ciudadanos que según la ley debían ser todos
iguales, favoreciendo si era preciso más bien a los honrados que se comprometen con
su patria. También es muy interesante que siendo él un defensor de las antiguas
tradiciones mitológicas frente a las nuevas filosofías “ateas” de Sócrates y los sofistas,
termine lanzando una queja tan contundente contra la justicia de los dioses en quienes
decía creer, así como en la de todo su culto. Cual Prometeo, un simple mortal pretende
tomar el mismo acción frente a la indiferencia o inmadurez de las divinidades y
hacerse él mismo justicia, pasando por alto su autoridad. Y la empresa le resulta bien.
Nada de castigos del destino, represalias de los profetas, ira de los poderes que nos
controlan y sacuden. Gana. Se sale con la suya. Es extraordinario. Quizá la cultura
griega ya estaba entrando en una etapa de adultez reflexiva para ese entonces, en que
se permitían incluso poner sus valores arcaicos en la balanza, y sus dioses no habían
podido seguirles el ritmo. O quizá sólo estaba bromeando.

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