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Alejandro Rozitchner |
La espiritualidad tiene que ver con el sentido pleno, con la visión elevada, pero esa
plenitud y esa elevación convocan a una perspectiva que, si bien tiene su dificultad, no
admite el cultivo del reparo, la objeción y el reproche que suele caracterizar a muchos
planteos que se afincan en el campo de la espiritualidad buscando una pureza imposible.
O una pureza mal comprendida, ya que pureza no significa necesariamente negación o
alejamiento de la animalidad que somos, sino comprensión del carácter trascendente,
elevado, de esa animalidad.
No hace falta tampoco dios, para ser espiritual. Algunos opinan, y estoy de acuerdo, que
toda versión de Dios en realidad limita esta captación llena de sentido. Que Dios regula
y recorta la posibilidad de darnos a una vida insurgente y reivindicada. Lo mismo
diríamos de todo gurú, y los buenos gurúes lo saben y lo dicen: no soy yo el que
importa. Te servís de mi, al adorarme, como un paso a una autonomía que todavía no
lograste y que te va a dar finalmente la posibilidad de esa afirmación que nuestro
silencio busca. En palabras de Zaratustra: "Cuando hayas renegado de mi, estaré entre
vosotros".
O sea: para ser espiritual no hay un camino único, pautado. No hace falta hablar de
espiritualidad ni meditar ni hablar pausado. No hay que escuchar voces trémulas ni
teclados con cámara. Hay tanta espiritualidad en Led Zeppelin como en Enya, en el
desborde del jazz como en el canto gregoriano o en el chamamé. Tampoco está
contraindicada la música quietista, depende de uno. La respiración y la quietud
concentrada pueden resultar recursos acertados para adquirir la perspectiva que nos hace
ver, pero se trata tanto de pájaros y de flores como de asfalto y antibióticos, de la orilla
del mar en el crepúsculo como del boliche del sábado a la noche o del asado con
amigos. Espiritual es darse cuenta de que la verdad está en todas partes.
La espiritualidad es la visión afirmativa plena y cada uno puede hacer su recorrido para
llegar a ese punto de renacimiento en donde a su existencia ya dada suma la asunción y
la mirada que reivindica todo, aun lo difícil, lo no querido, lo problemático del vivir
como parte del valor increíblemente grande de la insólita vida de la que participamos.
Aceptación, sorpresa, encuentro, maravilla de vivir y ser lo que no tiene explicación
pero es consistente y hace sentido.
La clave para esta visión me la dio el zen y también Nietzsche, que hablando de
tradiciones indias explica que los más espirituales son aquellos cuyo instinto dice sí, los
más fuertes, los que sienten de manera espontánea "el mundo es perfecto". Sí, es difícil,
es raro. No neguemos lo que esta oleada espiritual nos ayuda a pensar y a elaborar.
Sigamos conversando..