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Danone ya no es familiar

Emmanuel Faber, un empresario atípico dedicado a causas humanitarias, toma las riendas del gigante
lácteo francés, que por primera vez deja de estar en manos de la estirpe propietaria
Puede que algunos hayan olvidado ya que Danone nació en 1919 en Barcelona, cuando el sefardí Isaac Carasso,
convencido de las propiedades beneficiosas para la salud de los fermentos lácticos, comenzó a producir los
primeros yogures de forma artesanal en un pequeño local bajo un nombre inspirado en el diminutivo de Danon con
el que cariñosamente todos llamaban a su hijo Daniel, que heredó el negocio y lo trasladó a París tras la Guerra
Civil.
Lo que pocos en el mundo de los negocios desconocen es el nombre de Ribaud, asociado de forma indeleble a esta
marca desde que hace casi medio siglo el gigante lácteo pasó completamente a manos francesas. Fue Ribaud padre,
Antoine, el que fusionó en 1972 la embotelladora BSN con la sociedad Gervais Danone de Carasso hijo. En 1996 se
produjo el segundo cambio dinástico de la historia de Danone, cuando Franck Ribaud asumió el mando de la
compañía dirigida hasta entonces por su padre siguiendo una filosofía inusual en el mundo de las altas finanzas:
estaba convencido de que era posible conciliar las ganancias económicas con principios sociales. Ahora, por
primera vez en su casi un siglo de historia, el presidente de Danone no será un miembro de la familia propietaria
de la marca. En lo que en Francia ha sido considerado uno de los anuncios empresariales del año, a partir del 1 de
diciembre, Emmanuel Faber tomará el testigo de la compañía de Franck Ribaud.
Por mucho que la prensa francesa haya usado expresiones grandilocuentes como un “cambio de era” o “paso de
página” histórico, el relevo en la cúpula no supone tal revolución ni ha sorprendido a casi nadie. Faber (Grenoble,
1964) no es ningún desconocido. Lleva dos décadas trabajando en Danone, ascendiendo puestos hasta llegar a
director general, cargo que ostenta desde 2014 y que ahora combinará con el de presidente de la compañía. Fue
ese año también en el que Franck Ribaud —que seguirá como presidente de honor— lo designó como su delfín.
Pretendía asegurar así una transición suave en una empresa que ha seguido proclamando los principios sociales
desarrollados por Antoine Ribaud, un empresario progresista —aunque no le gustaba que lo llamaran “el patrón de
izquierdas”— que decía haber comprendido las lecciones de Mayo del 68 y se declaraba convencido de que las
empresas tenían una responsabilidad social tanto con sus trabajadores como en materia de apoyo al desarrollo
sostenido y la defensa del medio ambiente.
El ‘monje-soldado’
La convicción social de Faber viene de otro lado. Este católico ferviente y asiduo a retiros espirituales —la prensa
francesa lo llama el monje-soldado— es un trabajador incansable y disciplinado que siempre acude a la oficina en
vaqueros y con camisa blanca, sin corbata. El año pasado, reveló que lo que le transformó fue la muerte de su
hermano, que padecía una grave esquizofrenia. “Descubrí que se podía vivir con pocas cosas y ser feliz. Dormí de
vez en cuando con gente sin techo. Visité poblados de chabolas en Delhi, Bombay, Nairobi, en Yakarta, aquí en las
afueras de París… visité la Jungla de Calais [el campamento de refugiados desmantelado hace un año]. Y todo eso
me convenció de una cosa: que tras todos esos decenios de crecimiento, el desafío actual de la economía, de la
globalización es la justicia social. Sin justicia social no habrá más economía”, proclamó durante un discurso ante
estudiantes el empresario que gana un sueldo millonario, pero que promueve a la par acuerdos con pequeños
productores de leche en África o una cooperación de Danone con el padre de los microcréditos y premio Nobel de
la Paz, Muhammad Yunus, para luchar contra la malnutrición infantil en Bangladés. “Lo que me asombra es el
tiempo que Faber dedica a sus causas humanitarias cuando tiene la responsabilidad de una empresa mundial. Bill
Gates esperó a retirarse”, decía al diario Libération su amigo Martin Hirsch, alto comisario de solidaridad en el
Gobierno de François Fillon.
Porque al margen de su labor social, Faber ha sido una figura clave en los esfuerzos de Danone, que sufrió una
fuerte caída en la cuota de mercado a comienzos de la década, por seguir siendo una empresa alimentaria puntera.
Bajo su mando se ha diseñado un plan hasta 2020 para incrementar beneficios de manera consistente hasta llegar
a un crecimiento anual de entre el 4% y el 5%. Además ha lanzado un “plan de eficiencia” bautizado Protein, con el
que pretende ahorrar hasta 1.000 millones de euros hasta 2020 y “construir un modelo resistente” a la “volatilidad
de los mercados emergentes” y a la “inflación de los precios de la leche”, que ya afectó a sus ventas en Europa el
año pasado.
En el marco de esta estrategia se engloba la compra por 12.500 millones de dólares de la estadounidense
especializada en lácteos bio y de origen vegetal WhiteWave Foods. Con esta adquisición, además de colocarse como
la empresa líder en productos bio, en las que dice ver su futuro, Danone también ha logrado doblar su tamaño en
EE UU, un mercado clave para asentar su negocio en vista de las crecientes dificultades en otros mercados como el
chino.
El esfuerzo parece haber merecido la pena. Según anunció Danone este mes, sus ventas durante el tercer trimestre
sumaron 6.454 millones, un 16,6% más que un año antes. La empresa que emplea a más de 100.000 trabajadores y
distribuye sus productos en 130 países logró, en los nueve primeros meses del año, ventas por 18.582 millones. Un
dato que encamina al grupo a superar en 2017 los casi 22.000 millones en volumen de negocio, con un beneficio de
1.700 millones, que logró en 2016.

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