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Eclipse lunar

Un eclipse lunar (del latín eclipsis y este del griego Εκλείψεις) es un evento astronómico que
sucede cuando la Tierra se interpone entre el Sol y la Luna, generando un cono de sombra que
oscurece a la Luna. Para que suceda un eclipse, los tres cuerpos celestes, la Tierra, el Sol y la Luna,
deben estar exactamente alineados o muy cerca de estarlo, de tal modo que la Tierra bloquee los
rayos solares que llegan al satélite; por eso los eclipses lunares solo pueden ocurrir en la fase de
luna llena.

Los eclipses lunares se clasifican en parciales (solo una parte de la Luna es ocultada), totales (toda
la superficie lunar entra en el cono de sombra terrestre) y penumbrales (la Luna entra en el cono
de penumbra de la Tierra). La duración y el tipo de eclipse depende de la localización de la Luna
respecto de sus nodos orbitales.

A diferencia de los eclipses solares, que pueden ser vistos solo desde una parte relativamente
pequeña de la Tierra y duran unos pocos minutos, un eclipse lunar puede ser visto desde cualquier
parte de la Tierra en la que sea de noche y se prolonga durante varias horas.

El Sol posee un diámetro ecuatorial 109 veces mayor al de la Tierra, por lo cual ésta proyecta un
cono de sombra convergente y un cono de penumbra divergente. Los eclipses se producen porque
la Luna, que se encuentra a unos 384 000 km de la Tierra, entra en el cono de sombra terrestre, de
largo mucho mayor —1 384 584 km—. A la distancia que se encuentra la Luna de la Tierra, el cono
de sombra tiene un diámetro de 9200 km, mientras que el diámetro de la Luna es de 3476 km.
Esta gran diferencia provoca que dentro del cono de sombra entre 2,65 veces la Luna, y en
consecuencia, los eclipses permanezcan en su fase total durante un tiempo prolongado.

Nave espacial
Una nave espacial, astronave o cosmonave1 es un vehículo diseñado para funcionar más allá de la
atmósfera terrestre, en el espacio exterior. Las naves espaciales pueden ser robóticas o bien estar
tripuladas.
Dado el limitado desarrollo real de las naves espaciales, parte de las ideas y avances se encuentran
todavía en el ámbito de la ciencia ficción, especialmente en la llamada ciencia ficción dura.

Aunque la idea de los viajes espaciales se remonta al menos hasta la época del antiguo Imperio
romano, no ocurre lo mismo con el concepto de "nave espacial", pues la imaginación humana se
vio severamente condicionada por la falta de desarrollo tecnológico. Autores como Plutarco en el
siglo I (De facie in orbe lunae), y Kepler en el siglo XVII (Somnium) mencionan viajes a la Luna,
aunque no son capaces de concebir un artefacto capaz de realizar el viaje, valiéndose para ello de
caminos ocultos o de la intervención de espíritus.

Los primeros intentos no mágicos para alcanzar el espacio aparecen en la segunda mitad del siglo
XVIII, utilizando los precarios métodos disponibles en la época. Así, en Las aventuras del barón
Munchausen se alcanza la Luna en globo. No obstante, este relato sigue perteneciendo todavía al
género de la fantasía épica. El salto de la fantasía a la ciencia ficción se producirá casi un siglo
después, en la famosa De la Tierra a la Luna, publicada por Julio Verne en 1865, en la que se
emplea un gigantesco cañón balístico, de nuevo con destino a la Luna. En esta novela el autor ya
trata de dar solución a algunos de los problemas de su método de viaje, tales como la ausencia de
oxígeno fuera de la atmósfera o la compensación de la inmensa aceleración del despegue.

Años después, H. G. Wells seguiría usando el método del cañón en La guerra de los mundos
(1898), pero en este caso con destino a Marte.

Constelación
Una constelación, en astronomía, es una agrupación convencional de estrellas, cuya posición en el
cielo nocturno es aparentemente invariable. Los pueblos, generalmente de civilizaciones antiguas,
decidieron vincularlas mediante trazos imaginarios, creando así siluetas virtuales sobre la esfera
celeste. En la inmensidad del espacio, en cambio, las estrellas de una constelación no
necesariamente están localmente asociadas; y pueden encontrarse a cientos de años luz unas de
otras. Además, dichos grupos son completamente arbitrarios, ya que distintas culturas han ideado
constelaciones diferentes, incluso vinculando las mismas estrellas.

Algunas constelaciones fueron ideadas hace muchos siglos por los pueblos que habitaban las
regiones del Medio Oriente y el Mediterráneo. Otras, las que están más al sur, recibieron su
nombre de los europeos en tiempos más recientes al explorar estos lugares hasta entonces
desconocidos por ellos, aunque los pueblos que habitaban las regiones australes ya habían
nombrado sus propias constelaciones de acuerdo a sus creencias.

Se acostumbra a separar las constelaciones en dos grupos, dependiendo el hemisferio celeste


dónde se encuentren:

constelaciones septentrionales, las ubicadas al norte del ecuador celeste


constelaciones australes, al sur.
A partir de 1928, la Unión Astronómica Internacional (UAI) decidió reagrupar oficialmente la esfera
celeste en 88 constelaciones con límites precisos, tal que todo punto en el cielo quedara dentro de
los límites de una figura. Antes de dicho año, eran reconocidas otras constelaciones menores que
luego cayeron en el olvido; muchas, ya no se recuerdan. El trabajo de delimitación definitiva de las
constelaciones fue llevado a cabo fundamentalmente por el astrónomo belga Eugène Joseph
Delporte y publicado por la UAI en 1930.

Debido al tiempo transcurrido y a la falta de registros históricos, es difícil conocer el origen preciso
de las constelaciones más antiguas del mundo occidental. Tal parece que Leo (el león), Taurus (el
toro), y Escorpio (el escorpión), existían desde antiguo en la cultura de Mesopotamia, unos 4000
años antes de la era cristiana, aunque no recibían esos nombres necesariamente.

FUERZA DE GRAVEDAD
Se conoce por fuerza de gravedad o simplemente gravedad, a una de las interacciones
fundamentales de la naturaleza, debido a la cual los cuerpos dotados de masa se atraen entre sí
de una manera recíproca y con una mayor intensidad en la medida en que sean más voluminosos.
Al principio que rige esta interacción se le conoce como “gravitación” o “interacción gravitatoria”,
y responde en física a lo descrito por la Ley de Gravitación Universal.

Se trata de la misma atracción que ejerce la Tierra sobre los cuerpos y objetos que reposan en su
superficie, nosotros incluidos, y que hace a las cosas caer. También determina los movimientos de
los astros espaciales, tales como planetas orbitando al Sol o lunas y satélites artificiales orbitando
a su vez dichos planetas.

A diferencia de las otras interacciones fundamentales en el Universo (que son las fuerzas nucleares
fuertes y débiles, y el electromagnetismo), la fuerza de gravedad predomina inexplicablemente a
lo largo de enormes distancias, mientras las demás se dan en distancias mucho más cortas.

Dado que es una fuerza, la gravedad suele medirse empleando distintas fórmulas, dependiendo de
si se trata de un enfoque físico mecánico (clásico) o relativista.

Usualmente se representa en kilogramos de fuerza, es decir, en Newtons (N) o, también, por la


aceleración que imprime en los objetos sobre los que actúa, la cual en la superficie terrestre
alcanza unos 9,80665 m/s2.
La fuerza de gravedad no fue propiamente “descubierta”, ya que se conocen sus efectos desde los
principios de la humanidad y el pensamiento. Sin embargo, la Ley de gravitación universal que la
explica y permite calcularla fue propuesta por Isaac Newton en 1687, supuestamente tras recibir
el impacto de una manzana en la cabeza, mientras reposaba en la campiña inglesa.

Dicho evento le habría revelado al científico inglés que la misma fuerza que hace caer las cosas al
suelo, mantiene a los planetas en su órbita respecto al Sol y a sus satélites respecto a ellos. Este
fue un punto de inflexión en la historia de la física moderna.

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