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VI.

FRANCISCO Y LA CUEVA:
LA OSCURIDAD QUE ALUMBRA LO ESENCIAL

PUNTOS INSPIRADORES:

En la historia de la humanidad, el desierto (la cueva, en el caso de


Francisco) ha desempeñado un papel de notable relevancia en la
vida de grandes personajes.

Grandes profetas como Elías, Isaías, Mahoma o Buda, e incluso


Jesús, todos vivieron un tiempo intenso de desierto.

Ese tiempo sirve para preparar a personas y comunidades para


significativos proyectos en la vida. Un ejemplo típico de esta
experiencia fueron los cuarenta años del pueblo de Israel en el
desierto. A simple vista se diría que se trataba de un pueblo perdido,
pero en realidad Dios iba guiándolo, formándolo y afinándolo.

Con frecuencia la persona no va al desierto por voluntad propia,


sino forzado y obligado por la fuerza de circunstancias. A menudo
huye en crisis, sin rumbo. No obstante, es precisamente en estos
lugares que brotan sus mejores obras y pensamientos.

En el caso de Francisco, fue en las cuevas ubicadas alrededor del


valle de Espoleto donde Dios trabajó y pulió su proyecto en él.

Podemos ir al desierto por voluntad propia, o puede ser que la


fuerza de las circunstancias nos empuje. Igualmente, podemos
descubrir que estamos en un desierto sin buscarlo.

Francisco no fue a la cueva por voluntad propia, lo hizo escapando


de sus perseguidores (su papá, sus amigos, etc.) y buscando
seguridad.

Nuestra tendencia humana es a buscar la seguridad, y queremos


crecer y madurar desde ella. Sin embargo, la seguridad y el
crecimiento por lo general no van juntos. Olvidamos que para ser
profundamente humanos necesitamos arriesgarnos, poniendo
nuestras vidas en los brazos de Dios para ser sacudidos y
acompañados hacia una vida nueva y más profunda.

Francisco rezó para ser liberado de las penas, para poder seguir
con sus deseos. No percibió que la realización de sus mejores y
más hondos deseos (los deseos de Dios en él), implicaba penas.
Porque todo movimiento hacia una nueva y más profunda vida
implica un parto, y el parto implica dolor y pena.

Lo que sucede en lugares de desierto, cuevas o eremitorios, no es


nada más un viaje de aventura sino asimismo de arrepentimiento y
conversión. Es la transformación de motivaciones confusas en un
deseo purificado. El florecimiento del jardín por las aguas vivas de
la gracia.

Es decir, no son únicamente lugares de batallas con el enemigo


adentro, son además relación de amor más pura y viva, sin
ataduras, con el Dios que nos busca.

El viaje no necesariamente es geográfico, y aun siéndolo, es


fundamentalmente existencial y espiritual. Se da en el corazón.

El desierto y las cuevas ofrecen al ser humano un espacio ascético


para despegarse de adicciones hacia una persona, cosa o
situación, y así poder conquistar otra vez la libertad frente a estas
realidades.

Este despegue es parto, y como todo parto, es doloroso. Pero el


dolor de parto siempre anuncia nueva vida. La nueva vida en este
caso es el renacimiento de la libertad. La libertad que desplaza la
atadura.

La cueva también es profunda y oscura, y su entrada nos conduce


hacia la profundidad de nuestro propio ser.

La oscuridad siempre parece una invasión en nuestra vida, llena de


luz.

Sin embargo de la misma forma que necesitamos luz para nuestro


camino, igualmente necesitamos oscuridad.

La oscuridad nos ayuda a:


- enfocarnos en lo esencial, y lo esencial empieza por nuestro ser
imagen de Dios, que se encuentra en lo hondo de nuestro ser, más
allá de las imágenes que creamos en la superficialidad de nuestro
mismo ser.
- enfocarnos en áreas existenciales que no hemos tomado en
cuenta y en las que existen cosas importantes escondidas, o que
hemos escondido de nosotros mismos. Tal es el caso de valores,
talentos y dones a la espera de ser potenciados en nuestra vida.

Numerosas personas que han pasado por experiencias de


oscuridad, salen teniendo conciencia de los talentos y dones de
Dios escondidos en ellos, los cuales no habrían dado fruto de no
haber pasado por momentos de oscuridad y de crisis.

Por otra parte, estas experiencias nos llevan a reconocer los límites
de nuestras capacidades humanas. A reconocer que no somos
dioses, sino criaturas dependientes en todo de su creador. Por eso
son escuela de humildad, inclusive para percatarnos de las falsas
imágenes de Dios y purificarlas.

El estilo claroscuro en el arte barroco, puede servirnos como


ejemplo de esta oscuridad que alumbra y nos ayuda a enfocar. La
oscuridad en la pintura nos ayuda a concentrarnos en lo esencial
del cuadro y su mensaje. Es una oscuridad que paradójicamente
alumbra.
(poner una pintura de ejemplo el cuadro de la llamada de Mateo de
Caravaggio)

Otros ejemplos que nos ofrece la naturaleza son la hermosa luna y


las estrellas, a las que vemos solo de noche. La mucha luz esconde
su presencia, pero la oscuridad nos permite contemplarlas en su
hermosura.

También La Semana Santa, en la que celebramos con gran esmero


todos los días, menos el día de mayor relevancia: el Sábado Santo.
El día que el Padre va preparando a su Hijo en el sepulcro para la
resurrección: el acontecimiento más importante de la historia.

En apariencia son momentos de muy poca actividad. Para poder


percibir el trabajo de Dios en nosotros, necesitamos estar
constantemente contemplando, orando, discerniendo y colaborando
con su mano acompañante de alfarero.

En la oscuridad parece que algo está muriendo. Hay un sentimiento


de luto que uno tiene que honrar. No obstante, este algo tiene que
morir para que nazca una nueva etapa en nuestra vida.
Las tensiones, en estos momentos, son parte de los esfuerzos por
mantenernos en la seguridad de una etapa de nuestra vida que no
queremos abandonar. Mientras, el Señor nos invita a colaborar con
Él contemplando, discerniendo y dedicando nuestras energías a
iluminar la etapa nueva que va naciendo. En fin, viajar en la
oscuridad es viajar a la verdadera vida: la vida de fe, por eso se
trata de una oscuridad santa.

Es muy llamativo que la naturaleza vive la experiencia de


transformación con menos resistencia que nosotros, los seres
humanos:
La madre tierra que recoge y nutre la semilla en la oscuridad de su
vientre.
El capullo sirve como lugar oscuro para nutrir y dar vida a la
mariposa.

En la naturaleza abundan los ejemplos que nos presentan a la


oscuridad como un lugar que nutre el crecimiento de nueva vida. No
es casualidad que el mismo Francisco hable en su Cántico de las
criaturas de la madre tierra que además de nutrirnos, nos gobierna.

El tiempo es de Dios y no es posible forzar la pascua, ni la creación,


mucho menos a Dios.

Nuestra meta debe ser dejar a Dios transformarnos y colaborar en


esta transformación. Así, en vez de luchar en vano por controlar
nuestro destino, comenzamos a colaborar con las manos que van
formando muestro destino y pasamos de ser una víctima trágica a
un buscador o buscadora valiente.

La oscuridad le permitía a Francisco enfocarse en lo esencial.


Descubrir y despojarse de la imagen falsa que él había creado
alrededor de su persona y así, poco a poco, ir descubriendo su ser
imagen de Dios, que se expresará más adelante en su despojo
frente al obispo y a su papá en la plaza de Asís.

La oscuridad de la cueva le permitió además descubrir las sombras


escondidas en su ser, para más adelante poder abrazarlas en el
leproso y descubrir la riqueza que ellas mismas esconden.
Descubrir lo amargo en lo dulce.

La cueva asimismo le permitió a Francisco vivir la curiosa


experiencia del sueño de la mujer jorobada. Como es el caso de
todo sueño, cada elemento apunta hacia nosotros mismos. En este
caso, la mujer jorobada es el propio Francisco. Ella representa su
parte femenina vista con ojos de horror. Francisco se resistía a
abrazar esta parte de su ser con ternura, compasión, amabilidad y
humildad. Esta visión le sirvió para encontrarse como frente a un
espejo con esta parte de sí mismo doblada y desintegrada, con
fuertes invitaciones de Dios para permitir ser acompañado en la
integración de esta parte marginada de su ser.

La experiencia de la cueva, y especialmente su sueño de la mujer


jorobada, preparaba a Francisco para el siguiente paso en su
caminar: el abrazo del leproso.

Fuentes franciscanas para consultar sobre este tema:


1Cel 10, 6.y7 2Cel 9 LM 2..2 TC 12.

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