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LA CUESTIÓN COLONIAL

LA CUESTIÓN COLONIAL
HERACLIO BONILLA
E D T o R
La cuestión colonial

©Universidad Nacional de Colombia


© Heraclio Bonilla, editor
©Varios autores

Primera edición, Bogotá, 2011

ISBN: 978-958-99015-4-0

Preparación editorial e impresión


Acierto Publicidad y Mercadeo
www.aderto-publicidad.com

Fotografía de carátula
Una strada di Cuzco
"Ancora la speranza", Memoria di un paese le Ande
Genevii2ve Drouhet y Ruggiero Romano

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales
ÍNDICE

PARTEI

Presentación ................................................................................................................................................................. . 13
Heraclio Bonilla

Las enseñanzas ............................................................................................................................................................ . 19


Beatriz Bragoni

PARTEII

EL NUEVO MUNDO

La naturaleza y el sentido de las guerras hispanoamericanas de liberación .................................................... 33


Perry Anderson

El "-sistema colonial de América británica .................................................................................................................. . 49


Jack Greene

¿Comparando nabos y coles? Descolonización en perspectiva global, 1776-1824 ........................................... 65


Kris Lane

El Bicentenario: la Independencia como proceso continental ............................................................................. .. 91


Medófilo Medina

Colonia, nación y monarquía. El concepto de colonia y la cultura política de la Independencia .................... 109
Francisco Ortega

El proyecto de gobernabilidad del virrey Francisco de Toledo (1569-1581) ....................................................... . 135


Javier Tantaleán

La anatomía del Imperio: México como submetrópoli fiscal del imperio español durante el siglo XVIII 155
Carlos Marichal
Orden, desorden e imaginario político popular: regalismo y miedos políticos en la crisis colonial
novohispana .................................................................................................................................................. . 171
Antonio !barra

El lugar de Brasil dentro del imperio colonial portugués, Siglos XVI-XVIII ................................................... .. 183
Ángela Alves Carrara

Revolución y contrarrevolución en la independencia haitiana ........................................................................... . 203


Jean Casimir

La disolución de las 'cuerdas de imaginación' en el Virreinato de la Nueva Granada (1765-1810) ............ 225
Georges Lomné

El ejército colonial de la monarquía española en el proceso de las independencias latinoamericanas........... 247


Juan Marchena

PARTE III
LOS OTROS MUNDOS

Culturas coloniales y sujetos subalternos ............................................................................................................... . 311


Saurabh Dube

La lógica de las identidades conflictuales en la cuestión colonial en la India .................................................. .. 335


Pradip Kumar Datta

Vida y muerte del imperio francés en extremo oriente ........................................................................................ . 347


Pierre Brocheux

Los nativos en el espacio público colonial: el Islam y la política de asimilación en San Luis de Senegal ...... 365
Mamadou Diouf

El retorno de los recuerdos de la guerra de Argelia en las sociedades francesa y argelina .............................. 389
Benjamin Stora

El imperialismo británico y la anexión y zionización de Palestina, 1917-22: ignorancia, reflejo y desastre ... 401
William M. Mathew

PARTE IV
EL LEGADO

Colonialísmo, cultura y política .............................................................................................................................. .. 419


Maurice Godelier

Sobre "Indios" y "Criollos": creación e imposición de identidades subalternas en un contexto colonial ..... 437
Bernard Lavallé

8
Color, pureza, raza: la calidad de los sujetos coloniales ...................................................................................... . 451
Max S. Hering Torres

La dimensión religiosa de la experiencia colonial ................................................................................................... 471


Sabine MacCormack

Las dinámicas de los colonialismos lingüísticos ................................................................................................... . 487


Adelino Braz

Mujeres colonizadas en tiempos coloniales ........................................................................................................... . 493


Christine Hünefeldt & Hanni Jalil

Afrosaberes entre imperios: la ~xperiencia colonial de Puerto Rico bajo España y los Estados Unidos ........ 505
Ángel C. Quintero

Explicando la tradición autoritaria en la Republica Dominicana ...................................................................... .. 529


Frank Moya Pons

La evolución de la población latinoamericana después de las guerras de Independencia ............................... 537


Herbert S. Klein

Herencia colonial, imperio de la ley y desigualdad económica: dos miradas desde el Perú 569
Javier IguifHz Echeverría

El proceso de desmantelamiento del legado colonial en Bolivia ........................................................................ . 583


Itala De Maman & Luis Oporto

La internacionalización de las peticiones de reparaciones .................................................................................. . 601


Na.dja Vuckovic

El destino manifiesto de ser colonizado ................................................................................................................ .. 621


Emir Sader

SOBRE LOS AUTORES ..................................................................................................................................... . 629

9
El sistema colonial de América británica
]acle Greene

ste texto plantea una serie de problemas dado que los términos sistema, colonial, británico,

E y América tienen múltiples definiciones. Los términos británico y América no requieren que
nos detengamos en su definición, siendo el primer término asociado con el sistema de
gobierno, los pueblos y las culturas del reino de Gran Bretaña después de la unión de Inglaterra
y Escocia en 1707. El segundo término se refiere a las múltiples y separadas comunidades
políticas establecidas bajo la autoridad nominal británica en las Indias Occidentales y América
del Norte, lugares que generalmente son clasificados corno colonias de asentamiento, inclusive
en lugares donde un gran número de personas indígenas los hicieron más bien colonias de
"sobre-asentamiento". La mayoría de la América británica, por supuesto, había comenzado
como América Inglesa, con sus múltiples regiones pobladas, principalmente, por personas de
Inglaterra, quienes trajeron ideas inglesas de organización social, económica, jurídica y política,
y la orientación religiosa que querían implantar en las sociedades que intentaban crear.

Los términos sistema y colonial son más difíciles de definir. Durante la temprana era mo-
derna, el término colonial se refería inequívocamente a los lugares que fueron colonias y su-
gería alguna forma de dependencia a un estado nacional independiente, por lo general una
monarquía. Después de la Revolución Francesa, analistas limitaron el término colonial a la
época anterior en que estas colonias se separaron de la madre patria para formar estados na-
cionales independientes propios. En los Estados Unidos, así corno en la mayoría de las nuevas
naciones americanas, la división entre la época colonial y la república es fundamental para la
organización de la historiografía nacional que tiende a enfatizar las discontinuidades entre los
dos períodos.

En la era del alto imperialismo, después de 1850, el término colonial desarrolló un tercer sig-
nificado que se refiere al ejercicio de dominación política y económica por un Estado imperial
sobre un territorio ocupado, casi en su totalidad, por pueblos nativos. En estas nuevas colonias,
en contraste con la situación que se dio al inicio de las Américas modernas, las poblaciones na-
tivas no fueron ni desplazadas, ni agobiadas, por el constante flujo de colonos provenientes de

49
El sistema coJonial de América Británica Jack Creenc

las potencias colonizadoras, sino que fueron controladas por grupos relativamente pequeños
de burócratas metropolitanos y agentes de empresas quienes contaban con el apoyo de fuerzas
militares. Esta nueva forma de colonización imperial, generalmente, significaba la explotación
de recursos locales mediante el uso de mano de obra nativa, o mano de obra importada, para
el beneficio desproporcionado del estado dominador.

La Segunda Guerra Mundial impulsó la descolonización de gran parte del mundo coloniza-
do moderno y luego siguió una época de una intensa auto-reflexión. Especialmente, en las últi-
mas dos décadas, un grupo de estudiosos conocidos como pos-colonialistas han producido una
literatura impresionante para teorizar el funcionamiento del colonialismo y analizar sus efec-
tos sobre los territorios colonizados y las naciones que surgieron de éstos. Para estos estudiosos
el colonialismo se ha convertido en un término expansivo que no solo se refiere, simplemente, a
una condición política o a una época que fue explícitamente colonial, sino a un proceso general
con una serie de medidas económicas, sociales, políticas y culturales que después de haber
caracterizado las relaciones entre las colonias y la metrópoli, procedieron a informar la rela-
ción entre las nuevas naciones y el antiguo mundo imperial, y en muchos casos las relaciones
internas de estas naciones. Si bien la gran mayoría de la literatura post-colonial se enfoca en las
colonias de explotación y sus estados subsiguientes, algunos estudiosos han ampliado su mirada
y han dirigido su atención a las colonias de asentamiento y sus consecuencias. Estos estudiosos
encuentran poderosas continuidades entre la historia colonial y la nacional. Consideran que el
colonialismo se perpetúa en la era nacional, especialmente, en la historia de la expansión te-
rritorial y en la forma como se trataron a los pueblos indígenas, y a la población forzosamente
importada y sus descendientes (Greene, 2007: 235-50).

Utilizado en su sentido ordinario, como "un conjunto o ensamblaje de cosas conectadas,


asociadas, o interdependientes, de manera que formen una unidad compleja" o "un todo
compuesto de partes ordenadas de acuerdo con algún esquema o plan" ("System", 1989),
el término sistema parece poco problemático. Sin embargo, aplicado a la colonización en las
Américas modernas tempranas, el énfasis en la planificación es engañosa. Con relativamente
poca experiencia previa con estas empresas, los ingleses emprendieron el proyecto de la colo-
nización americana sin un plan concreto, y sus esfuerzos sólo gradualmente produjeron algo
que pueda merecer el nombre de sistema. Como William y Edmund Burke señalaron respecto
de las colonias Inglesas en 1757, su asentamiento "nunca siguió algún plan regular sino que se
formaron, crecieron y prosperaron como accidentes; las características del clima, o la dispo-
sición de los hombres privados resultaron poder funcionar y ser operativas" (Burke y Burke,
1757: 2-288).

Los actores en este proceso -la Corona, los empresarios coloniales, los colonos y sus auxi-
liares, y los indígenas americanos- procedieron, a través de ensayo y error, a construir nuevas
sociedades y nuevos territorios políticos en America. Gradualmente, sus esfuerzos tuvieron el
resultado de desarrollar, articular y, en una medida limitada, conceptualizar un modelo nacio-
nal de construcción de imperio que en retrospectiva puede ser considerado como un "sistema
colonial". Pero este sistema no puede ser descrito solo en términos de gobernanza metropoli-
tana, o relaciones entre las metrópolis y las colonias, aunque bien pueden haber representado
algunos de los componentes más importantes del sistema. Más bien, se trataba de modelos de

50
Jack Greene La Cuestión Colonial

adquisición y ocupación de tierras, de utilización de recursos, de expansión demográfica, de


movilización de mano de obra, de organización social, y la implantación y modificación cultu-
ral de un impulso eficaz para el funcionamiento del proceso colonial y la construcción de una
sociedad política-territorial.

Limitaciones de espacio impiden la exploración detallada de todos los elementos de este


complejo sistema emergente, aglutinador, y en constante evolución del mundo moderno tem-
prano británico en las Américas. Por esta razón, me centraré en el proceso de formación política
y constitucional pero voy a concluir con una breve vista de los otros componentes del sistema
colonial británico, o proceso de colonización, y voy a sugerir que sobrevivieron a la Revolución
Americana para servir como el principal vehículo para la posterior expansión, conquista y
colonización de los Estados Unidos.

En términos de gobemanza, el sistema colonial británico de principio a fin se caracterizó por


la dispersión de la autoridad, y creo que no fue el único. Como se manifiesta en la literatura
reciente sobre la formación de estados europeos, el problema de cómo organizar y teorizar un
sistema de gobierno extendido era intrínseco a la construcción de estados en la baja edad media
y en la temprana época moderna. Mientras los Estados nacionales emergentes en Europa occi-
dental usaron la conquista, las uniones dinásticas, o anexiones para ampliar su autoridad sobre
zonas ya muy pobladas cuyas gentes ya tenían sus propias y peculiares tradiciones socioeco-
nómicas, jurídicas y políticas, a veces eran capaces de absorber estas zonas en el sistema de
gobierno central, como hizo Inglaterra con Gales en el siglo XV Pero frecuentemente carecían
de los recursos necesarios para lograr semejante consolidación y tuvieron que conformarse con
alguna forma de gobierno indirecto y soberanía limitada que tenía que ser negociada con los
que manejaban el poder local. En los regímenes constitucionales que resultaron, la autoridad
no se derivaba de un núcleo central poderoso, sino fue construido entre el núcleo y las provin-
cias recién adquiridas a través de un proceso de negociación que dejó una autoridad conside-
rable en manos de los líderes provinciales (Greengrass, 1991; Tilly, 1990).

Cada vez más los historiadores de imperios se han dado cuenta que el proceso de la go-
bernanza y la creación de constituciones de los imperios modernos tempranos de ultramar
representan una extensión de este modelo. En esos imperios, los recursos fiscales nunca
fueron suficientes para sostener la maquinaria burocrática, militar y naval necesaria para
imponer la autoridad central sobre las dominantes y poderosas clases propietarias en las
nuevas periferias sin su consentimiento o aquiescencia. Para obtener la cooperación de esas
clases, las autoridades metropolitanas no tuvieron más remedio que negociar sistemas de
autoridad y formas de gobierno indirecto que desde un comienzo pusieron límites claros al
poder central, reconocieron los derechos de localidades y provincias de tener cierto grado de
autonomía, y aseguraron que las decisiones tomadas desde la metrópolis bajo circunstancias
normales que afectaran a la periferia deberían consultar o respetar los intereses locales y
provinciales. Para los historiadores de imperios, esta nueva perspectiva ha dado lugar a una
nueva apreciación, en primer lugar, de la participación extraordinaria de los colonos domi-
nantes en ,territorios de ultramar en la creación y gestión de las unidades políticas que los
gobernaban y, en segundo lugar, el papel crítico de esas unidades políticas en la formación
de acuerdos constitucionales entre colonia y metrópolis que llegaron a caracterizar a esos

51
El sistema colonial de América Británica Jack Grecne

imperios. Esto ha llevado también a una mejor comprensión de la importante distinción en


el proyecto de colonización de ultramar, entre el papel del Estado, que en la mayoría de los
casos en la Edad Moderna tenían recursos limitados para patrocinar cambios culturales, y
el de los inmigrantes que traían su propia cultura y quienes con números crecientes fueron
la fuerza motriz detrás de la transformación de espacios sociales y políticos nativos a unos de
estilo europeo. En el caso del imperio Británico, los inmigrantes proporcionan la energía y gran
parte de la dirección para el sistema colonial.

Los esfuerzos de los colonos eran inversamente proporcionales a la capacidad coercitiva


de la nación colonizadora. Al comienzo de la era de la colonización moderna, ninguno de los
Estados nacionales emergentes de Europa tenía los recursos necesarios para establecer una
hegemonía sobre sus posesiones en el Nuevo Mundo. Como resultado, durante las primeras
etapas de la colonización, cualquier Estado nacional contemplando una empresa de ultramar
delegaba esa tarea a un grupo privado organizado como una compañía con cartas para comer-
ciar, o a individuos con influencia y recursos. A cambio de la autorización de la Corona y en
la expectativa de ventajas económicas y sociales, estos aventureros aceptaron asumir la pesada
carga financiera de la fundación, defensa y socorro a bases costeras de la ocupación europea
en América. En efecto, los gobernantes europeos les dieron a estos agentes privados licencia
para operar en ámbitos en los que su autoridad era tenue y sobre cuyos habitantes no ejercían
un control efectivo. Si la apuesta fuera un éxito, los gobernantes europeos se garantizaban al
menos un mínimo de jurisdicción sobre los territorios y los pueblos de América a un costo mí-
nimo para los tesoros reales.

Algunos de estos agentes privados activos al principio del imperialismo europeo, especial-
mente las empresas comerciales que operaban bajo la égida de los portugueses y los holan-
deses, lograron éxito considerable en el establecimiento de puntos de apoyo comercial para
explotar las posibilidades económicas del Nuevo Mundo. Sin embargo, a menos que se encon-
traran con ricos imperios indígenas, ricos yacimientos minerales, o vastas reservas de mano
de obra indígena -cosas que en América solo ocurrieron en gran escala en México y Perú-,
pocos aventureros privados contaban con los recursos necesarios para sostener el alto costo
de asentamiento, administración y desarrollo de una colonia. En el caso inglés, la mayoría fue
forzada rápidamente a buscar la cooperación y contribución de colonos, comerciantes y otros
participantes individuales en el proceso de colonización.

Estos esfuerzos para conseguir esa cooperación dejó claro el hecho de que el proce-
so de crear centros efectivos de poder europeo en América usualmente era menos el re-
sultado de las actividades de organizadores coloniales o de licenciatarios, y más bien de
muchos grupos e individuos quienes tomaron posesión de la tierra, construyeron fincas
y negocios, convirtieron lo que había sido previamente paisajes totalmente aborígenes a
unos por lo menos parcialmente europeos, levantaron y administraron un sistema viable
de organización económica, fundaron ciudades u otras unidades políticas, y sometieron,
redujeron a mano de obra rentable, asesinaron, o expulsaron a los habitantes originales
de esas tierras. Para compensar su escasez de recursos económicos, miles de europeos,
con la fuerza de su propia industria e iniciativa, crearon espacios sociales para ellos y
sus familias en América y como tal instauraron para ello estatus social, capital y poder.

52
Jack Grecne La Cuestión Colonial

A lo largo de las nuevas Américas Europeas durante la temprana época moderna, partici-
pantes independientes fueron así involucrados en el proceso de colonización y, a su vez, en
un gran proceso profundo de creación individual y corporativa de poder. En la Europa con-
temporánea, sólo una pequeña fracción de la población masculina logró salir de un estado de
dependencia socioeconómica para lograr una competencia cívica o el pleno derecho a tener voz
en las decisiones políticas, cosas que estaban reservadas solo para propietarios independientes.
En contraste, la fácil disponibilidad de tierras u otros recursos tuvo como consecuencia que una
gran proporción de colonos adultos masculinos y blancos adquirieran tierras u otros recursos,
construyeran estancos y haciendas y lograran independencia individual.

Esto produjo una fuerte demanda por parte de los colonos propietarios a que se extendieran
a las colonias los mismos derechos a la seguridad de la propiedad y a la participación ciuda-
dana que gozaban los grandes propietarios independientes de alto estatus de la metrópolis.
Desde el punto de vista d" los colonos, el hecho de gobernar en las colonias, en sus ojos no
menos que gobernar en la metrópolis, debió garantizar que los hombres de alcurnia no serian
gobernados sin ser consultados, o gobernados en formas que claramente estaban en contra de
sus intereses. Junto con la gran distancia que separaba las colonias de Europa, estas circuns-
tancias poderosas condujeron a los que estaban nominalmente a cargo de las colonias hacia
el establecimiento y la tolerancia de estructuras políticas que incluyeron la consulta activa, si
no el consentimiento formal de los colonos locales. Consultar significaba que las poblaciones
locales estarían más dispuestas a reconocer la legitimidad de la autoridad de agencias privadas
de colonización y de contribuir a los gastos locales. Por consiguiente, las primeras etapas de la
colonización dieron lugar a la aparición de nuevas periferias coloniales de muchos nuevos y
relativamente autónomos centros de poder europeo, que en cuanto a su vida doméstica estu-
vieron efectivamente bajo control local.

Estos centros siempre fueron reflejos del mundo europeo del que venían los colonos. Con la
intención de crear sucursales del Viejo Mundo en el Nuevo, un gran número de inmigrantes a
las colonias llevaron sus leyes e instituciones con ellos y las convirtieron en los pilares princi-
pales de las nuevas sociedades que intentaban establecer. Para estas sociedades, estas leyes e
instituciones funcionaban como "un concomitante de la emigración". Estas no fueron, como un
estudioso ha señalado, "impuestas sobre los colonos, sino reclamadas por ellos" (Frisch, 1992).
Así que estas leyes e instituciones sirvieron como una marca viva y simbólica de las aspiracio-
nes más profundas de los emigrantes de mantener en sus nuevas residencias sus identidades
como miembros de las sociedades europeas a las que se sentían unidos, identidades que en sus
ojos establecían su superioridad y los distinguía, claramente, sobre aquellas personas aparen-
temente groseras e incivilizadas que intentaban explotar o expropiar.

Los asentamientos ingleses establecidos en Norteamérica, las Antillas y las islas atlánticas
de las Bermudas y las Bahamas en los siglos XVII y XVIII, brindan un estudio de caso sobre la
forma en que este proceso funcionó. Entre los principales componentes de la identidad emer-
gente de los ingleses en la temprana Inglaterra moderna, el protestantismo y, cada vez más
durante el siglo XVIII, el expansivo poder comercial y poder estratégico de la nación inglesa
eran ambos importantes. Pero, sin embargo, fueron mucho más significativos los sistemas de
derecho y libertad con los que observadores contemporáneos ingleses y muchos extranjeros

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El s\ste1na coloniai de A.1nCrica Británica Jack Grccne

parecían estar de acuerdo como algo que distinguía a los ingleses de todos los demás pueblos
sobre la faz de la tierra (Anderson, 1983; Colley, 1992; Helgerson, 1992). El alarde orgulloso
de los ingleses era que a través de una serie de conquistas y revueltas, habían sido capaces, a
diferencia de la mayoría de las otras sociedades políticas en Europa, de conservar su identidad
como un pueblo libre que había obtenido su libertad gracias a su dedicación a lo que más tarde
llamarían los analistas el respeto a las leyes.

Una larga tradición de discurso sobre política y jurisprudencia apoyaba este alarde. El énfa-
sis sobre el papel de la ley como una restricción al poder de la Corona era una tradición con sus
raíces en los antiguas escrituras de personas como Sir John Fortescue y su texto: De Laudibus
Legum Angliae, escrito durante el siglo XV pero no publicado hasta 1616, que fue profundiza-
do en una serie de importantes obras de varios jueces prominentes y pensadores jurídicos de
comienzos del siglo XVII, incluyendo a Sir Edward Coke, Sir John Davies, y Nathaniel Bacon.
Escrito en una época en la que, a excepción de los Países Bajos, todos los otros grandes Estados
europeos se deslizaban hacia el absolutismo y los dos primeros reyes Stuart en Inglaterra pare-
cían estar tratando de ampliar las prerrogativas de la Corona y quizás, inclusive, acabar con los
parlamentos de Inglaterra. Estos tempranos escritores legales del siglo XVII estaban ansiosos
por construir restricciones legales y constitucionales que pudieran garantizar la seguridad de
la vida, la libertad y la propiedad en contra de tales prórrogas del poder real (Pocock, 1957).

Esta emergente tradición de la jurisprudencia se basaba en una distinción, elaborada por


Fortescue, entre dos tipos de monarquía fundamentalmente diferentes, la monarquía real y la
política. En una monarquía real como lo fue Francia "el deseo del rey tiene la fuerza de la ley",
en una monarquía política como Inglaterra, dijo Fortescue, "poder real" era "limitado por la
ley política". Obligados a observar las leyes de Inglaterra por los juramentos que proclamaron
durante su coronación, los reyes ingleses no podían "cambiar las leyes a su antojo" ni "hacer
nuevas", "sin el consentimiento de sus súbditos". El feliz resultado de este sistema, de acuerdo
con Fortescue, era que el pueblo inglés, a diferencia de sus vecinos, se regía por leyes a las que
le había dado su consentimiento, y como Coke y otros escritores han señalado, esto era tan
cierto para el derecho común al que la gente accedió por uso y costumbre, como lo fue para las
leyes y estatutos aprobados por los parlamentos a los que los ingleses enviaban representantes
(Fortescue, 1942 [1616]: 25, 27, 31, 33, 79, 81).

Con una amplia variedad de escritores políticos contemporáneos como su base, los expo-
nentes de la tradición del derecho inglés estuvieron de acuerdo que la agradable capacidad
de la gente inglesa de preservar su libertad era posible, en gran medida, por dos institucio-
nes que determinaban y creaban la ley: los jurados y los parlamentos. Al garantizar que nin-
gún proceso legal se llevara a cabo "sino con el veredicto de sus pares (o iguales), vecinos, :y
personas de su propia condición", escribió el publicista político Whig Hemy Care, la prime-
ra de estas instituciones, el jurado, dio a cada persona "participación en la parte ejecutiva de
la Ley". La segunda institución, el Parlamento, le dio a cada persona independiente, a través
de "sus representantes elegidos", participación "en el Poder Legislativo" asegurando así
que ninguna ley sería aprobada sin el consentimiento de los propietarios de la nación. Estos
"dos grandes Pilares de la Libertad Inglesa", declaró Care haciendo paráfrasis de Coke, les
brindó a los ingleses "una herencia más grande" que alguna vez recibieron de sus inme-

54
Ja_cl( Creene L:i Cuestión Colonial

diatos "progenitores". Por tanto, para ellos la libertad no sólo fue una condición impuesta
por la ley, sino la esencia misma de su emergente identidad nacional (Care, 1721: 3-4, 27).

Para los que migraron de ultramar para establecer nuevas comunidades de asentamiento,
poder gozar y poseer el sistema legal y la libertad era algo fundamental para mantener su
identidad como pueblo inglés y poder continuar pensando y ser pensados como tales. Por estas
razones, y también porque consideraban que seguir las tradiciones legales y constitucionales
inglesas eran la mejor manera de preservar las propiedades que esperaban adquirir en sus
nuevos hogares, no es de extrañar que durante el establecimiento de enclaves de poder local
durante los primeros años de la colonización, los ingleses en América hicieron todo lo posi-
ble para construirlos sobre fundamentos jurídicos británicos. Como el historiador de derecho
George Dargo ha observado, "el intento de establecer la ley inglesa y los derechos y libertades
de los ingleses fue consta11te desde el primer asentamiento hasta la Revolución [N orteameri-
cana] y más allá" (Dargo,.1974: 58).

Sin embargo, las autoridades inglesas no anticiparon el desarrollo de tales exigencias cuan-
do intentaban elaborar un modelo de gobierno en las colonias. En cambio, siguieron con una
forma de gobierno colonial conciliatorio, es decir, de conciliación, del tipo que se ideó para
Virginia durante sus primeros años. Este modelo consistía en un gobernador y unos concejales
pero no incluía mecanismos formales de consulta a la población en general, y las autoridades
inglesas continuaron pensando en este modelo conciliatorio como la norma para el·gobierno
colonial inglés durante varias décadas (Man, 1994: 17-61, 455).

Sin embargo, varios acontecimientos durante las primeras etapas del proceso de coloniza-
ción impulsaron el desarrollo de un componente representativo en las emergentes constitucio-
nes coloniales. Para atraer colonizadores, los organizadores coloniales se dieron cuenta que no
sólo tenían que ofrecerles tierras, sino también garantizarles derechos sobre esa propiedad de
igual manera en que los ingleses tradicionalmente habían asegurado sus posesiones reales y
materiales. Así, en 1619 la Compañía Virginia de Londres encontró que era necesario establecer
un sistema de gobierno que incluyera una asamblea representativa a través del cual los colonos
pudieran, en el estilo tradicional de los ingleses, hacer y dar consentimiento a las leyes bajo las
cuales vivirían. La nueva asamblea colonial, el primer cuerpo de ese tipo en el aún pequeño
mundo anglo-americano, se reservó de inmediato el derecho a consentir todos los impuestos
exigidos a los habitantes de Virginia ("Ordinance", 1970 [1621]: 28, 30).

Los instrumentos jurídicos de la colonización inglesa como las cartas, patentes, cédulas,
y proclamaciones, alentaron este intento de tres maneras. En primer lugar, usualmente es-
pecificaban que los colonos y sus descendientes deberían ser tratados como "personas naci-
das naturalmente de Inglaterra", y por ello sugerían firmemente que no habría distinciones
legales entre personas inglesas que vivían en la isla madre y aquellos que residían en las
colonias. En segundo lugar, se requería que las colonias no operaran bajo leyes que fueran
repugnantes a "las leyes, estatutos, costumbres y derechos de nuestro Reino de Inglaterra",
y por ello, poderosamente, daba a entender que las leyes de Inglaterra proporcionaban el
modelo, y la norma, para todos las leyes coloniales. En tercer lugar, comenzando por la Carta
de Maryland, en 1632, también se estipulaba que las colonias debían usar y gozar de "todos

55
Ei sistema colonial de América Británica Jack Greene

los privilegios, franquicias y libertades de este nuestro Reino de Inglaterra, libremente, en


silencio y tranquilidad para tener y poseer ( ... ) de la misma manera como nuestros compa-
triotas nacidos o por nacer en nuestro Reino de Inglaterra" y por ello garantizar que ninguna
ley se aprobara sin el consentimiento de los hombres libres de la colonia (Lovejoy, 1972: 39;
Maryland, 1970).

En ningún caso transcurrieron más de veinte años después de la fundación de una colo-
nia, y con frecuencia ocurría mucho antes, que estas condiciones alentaran el establecimiento
de instituciones representativas. En 1660, las Trece Colonias establecidas en las Américas ya
tenían asambleas representativas funcionales. Desde Nueva Inglaterra a Barbados, Angloamé-
rica colonial demostró ser un terreno extraordinariamente fértil para el gobierno parlamenta-
rio. Inclusive, en situaciones en las que funcionarios de las compañías o propietarios tomaron
la iniciativa de establecer estos incipientes cuerpos legales, demostraron la determinación de
mostrarse a sí mismos como equivalentes provinciales de la Cámara de los Comunes en In-
glaterra. Generalmente, desde sus primeras reuniones, Michael Kammen ha señalado que ac-
tuaron como voceros agresivos a favor de los asentamientos que proliferaban en las colonias,
reclamando los derechos de sus constituyentes a los principios tradicionales ingleses de un
gobierno de consenso, desde el comienzo insistieron en que no podrían imponer leyes o im-
puestos sin su consentimiento, exigieron poder tomar la iniciativa en cuestiones de legislación,
se convirtieron en tribunales superiores de apelación y jurisdicción original como lo era la
Cámara de los Comunes medieval, y rara vez temieron entrar en controversias con "ejecutivos
locales, propietarios, o la misma Corona". Al final del segundo cuarto del siglo XVII, la tradi-
ción de gobierno de consenso era entonces "firmemente arraigada" en Anglo-América colonial
(Kammen, 1969: 7, 9, 11-12, 61-62, 67).

Sin embargo, esto no resolvió completamente la cuestión de la estructura de gobierno co-


lonial para los ingleses. La mayoría de las nuevas colonias propietarias creadas durante la
Restauración: las Carolinas, la zona de los Jerseys, Pennsylvania, y luego la nueva colonia real
de New Hampshire que se separó de Massachusetts en 1679, gestionaron rápidamente para
instituir el mismo tipo de gobierno de consenso que se había desarrollado en las colonias más
antiguas. Sin embargo, algunos funcionarios de la Corona siguieron siendo sospechosos del
desarrollo de esta forma de gobierno colonial, y cuando el duque de York, el futuro rey Jacobo
II, se convirtió en propietario de la colonia de Nueva York después de que esta fue capturada
por los holandeses a mediados de la década de 1660, resistió a los intentos de crear una asam-
blea representativa en Nueva York por casi veinte años hasta 1683, e inmediatamente revirtió
esta concesión cuando se convirtió en rey. Por otra parte, la iniciativa de Jacobo II de consolidar
las colonias de Nueva Inglaterra en un solo Estado, el Dominio de Nueva Inglaterra, sin institu-
ciones representativas, amenazó profundamente la larga tradición de gobierno representativo
en esas colonias.

Estas acciones formaban parte de un esfuerzo más amplio por parte de funcionarios en Lon-
dres durante la Restauración de imponer la autoridad metropolitana sobre los centros locales
de poder que habían surgido en Norteamérica. A lo largo de las décadas de 1660 a 1690, el
gobierno metropolitano llevó a cabo una serie de medidas destinadas a reducir las colonias a lo
que pudiera considerar "una obediencia absoluta a la autoridad del rey" (Informe de los Comi-

56
Jack Greenc La Cuestión Colonial

sarios, 1860). Estas medidas incluyeron: el establecimiento de un órgano oficial permanente en


Londres encargado de supervisar las colonias, la subordinación de la economía de las colonias
a la de la metrópolis a través de las Leyes de Navegación entre 1651 y 1696, conducir el mayor
número posible de colonias, en gran parte aún privadas, hacia el control directo de la Corona,
reducir los poderes de las instituciones políticas coloniales, y exigir que los legisladores colo-
niales proporcionaran ingresos establecidos para sostener a las autoridades de la Corona en las
colonias. Como apoyo teórico a estos esfuerzos, las autoridades metropolitanas a finales de la
década de 1670 enunciaron la nueva doctrina que decía que el gobierno representativo de las
colonias era un acto de gracia real, y no una cuestión de derecho.

En todas las colonias estas intrusiones metropolitanas en los asuntos coloniales encontraron
fuerte resistencia. La respuesta de las asambleas provinciales fue de expresar su determinación
de asegurar para los propietarios a quienes representaban los derechos de sus propiedades
y a su identidad misma obteniendo el reconocimiento de la metrópolis que, como ingleses o
sus descendientes, deberían disfrutar de los derechos y la protección jurídica plena que goza-
ban los ingleses de la isla. Esta determinación estimuló un amplio debate constitucional para
identificar defensas legales explícitas que pondrían los reclamos coloniales a derechos y pro-
tecciones legales sobre una base sólida y así proteger las colonias de las incursiones del poder
metropolitano (Greene, 1986).

En estas discusiones, los voceros coloniales articularon un argumento complejo diseñado


a reforzar sus reclamos a lo que consideraban sus derechos heredados como tales. Según este
argumento, los primeros colonos y sus descendientes eran todos súbditos ingleses libres de
nacimiento que habían salido de su país de origen para establecer una hegemonía en partes
del Nuevo Mundo. Negando la posibilidad que podían perder algunos de sus derechos he-
redados, simplemente por haber migrado a América, señalaron que habían creado su propio
gobierno civil, específicamente, con el propósito de proteger sus derechos. Al mismo tiempo,
argumentaron que lejos de ser una gracia o concesión de la Corona, las asambleas coloniales se
derivaban del derecho básico inglés a un gobierno representativo y de las muchas décadas de
práctica y costumbre. Argumentaron que ninguna carta, cédula, u otro instrumento podía con-
cederle a un pueblo inglés un derecho que ya disfrutan como parte de su herencia. Instrumen-
tos legales como la Magna Carta sólo constituían un reconocimiento por parte de la Corona de
que esos derechos eran inherentes en el mismo pueblo.

Aunque los funcionarios de Londres lograron subordinar gran parte del comercio colonial
con las Leyes de Navegación, y durante las cuatro décadas posteriores a la Revolución Glorio-
sa de 1689 lograron poner todas, menos cinco de las colonias privadas, bajo la autoridad real,
solo tuvieron éxito limitado en sus esfuerzos por poner las organizaciones políticas coloniales
bajo supervisión más estricta por la metrópolis o para disminuir la autoridad amplia que por
mucho tiempo disfrutaron las asambleas coloniales sobre asuntos provinciales. Sin embargo,
los funcionarios en Londres se vieron obstaculizados por la distancia, la escasa inversión de
tiempo y dinero, la poca experiencia con supervisión imperial, una administración colonial
en algunos casos ineficiente en Londres, una pequeña burocracia en las colonias, y poderosas
sensibilidades coloniales sobre cualquier reto a sus derechos. Como tal, los funcionarios de la
metrópoli no lograron ser más que iguales con las instituciones políticas provinciales, quienes

57
El sisterra coionial de América Británlca ]ack Greene

utilizaban su control sobre impuestos y legislación para proteger y ampliar el poder legislativo
local dentro de sus respectivas comunidades políticas. De hecho, la Revolución Gloriosa y el
derrocamiento del dominio de Nueva Inglaterra pusieron fin a cualquier esfuerzo metropoli-
tano por acabar con el gobierno representativo en las colonias. Esto llegó hasta tal punto que
ya en tiempos de la Revolución Americana veinticinco parlamentos provinciales, sin contar el
parlamento Irlandés, estaban funcionando en el mundo británico de ultramar. No obstante, la
persistente negación de la Corona a aceptar la posición de los colonos que el gobierno colonial
representativo era un derecho heredado mejorado por costumbre local, significó que la condi-
ción jurídica y constitucional de las asambleas coloniales siguieran siendo un tema candente
y con frecuencia controvertido hasta los tiempos de la Revolución Americana, y en el caso de
las colonias no-revolucionarias, hasta mucho después. El resultado de este empate y estanca-
miento fue que la naturaleza exacta de Ja constitución absolutista del Imperio Británico quedó
pendiente y abierta a interpretaciones divergentes.

Todo esto nos revela hasta qué punto el Imperio Británico moderno era un imperio nego-
ciado. Es decir, la distribución del poder dentro del Imperio se formó como consecuencia de
un proceso continuo de negociación en Ja que, contrariamente a la teoría metropolitana, la cos-
tumbre y el precedente crearon un sistema de gobierno en el que la metrópoli por necesidad
tuvo que manejar el imperio con riendas flojas. Los establecimientos provinciales construidos
durante las primeras generaciones de asentamiento mantuvieron una vitalidad extraordinaria,
los colonos libres disfrutaron de actividad y participación enorme, y como ejercieron autoridad
sobre toda su gestión interna los sistemas políticos en América tuvieron amplio margen para
adaptar su herencia británica a la situación peculiar en la que se encontraban. Así garantizaron
que mientras todas las asambleas y organizaciones políticas en las diversas colonias eran in-
confundiblemente británicas, todas eran, considerablemente, diferentes. Este sistema funcionó
bien para Inglaterra y sus colonias, pues estas últimas exhibieron muchos indicadores de desa-
rrollo sustancial en todos los ámbitos de la vida provinciana y contribuyeron, notablemente, al
crecimiento económico de Gran Bretaña y a la expansión del poder nacional en la competencia
por imperios de ultramar.

Como respuesta a la creciente importancia de las colonias para la vida comercial y maríti-
ma británica y también para la expansión económica interna, el gobierno de Inglaterra invirtió
considerablemente más fondos públicos en la colonización, empezando desde 1730 y especial-
mente después de 1750, de lo que había hecho antes. Esto contribuyó, en gran medida, a la
fundación de nuevas colonias en Georgia y Nueva Escocia, mejor protección naval y militar
para el transporte marítimo colonial, mejor protección en contra de los pueblos esclavizados
inconformes en las colonias que más dependían de esa forma de trabajo y, finalmente, contri-
buyó a impulsar los enormes gastos para la defensa colonial durante y después de la Guerra
de Siete Años. La población de colonos en sí mostró una elevada tasa de natalidad y una po-
blación constantemente en aumento gracias a nuevos inmigrantes, quienes continuaron im-
pulsando la expansión territorial y demográfica así como el crecimiento económico y el desa-
rrollo social, mientras que aumentaban las relaciones con los pueblos indígenas. En el proceso
llevaron la cultura británica de derecho común tal como había sido modificado en la situación
colonial hacia grandes áreas de América del Norte, ayudando así al surgimiento de un imperio
cuyo gran éxito -según la mayoría de observadores- se debió a su carácter comercial y libre.

58
Jack Grecne La Cuestión Colonial

Lazos tradicionales de afecto y de comercio, comunicación y cultura expansivos, ase-


guraron que los colonos siguieran siendo cercana y felizmente vinculados a Gran Bretaña,
siempre y cuando los funcionarios metropolitanos no violaran los sistemas establecidos de
autoridad negociada y continuaran respetando el delicado equilibrio entre intereses centra-
les y periféricos en que se basaban esos sistemas. Sin embargo, actuando en contra de esos
principios de negociación, el gobierno metropolitano trató de establecer un nuevo modelo
de Imperio Británico a partir de 1750, y encontró resistencia profunda de todas las colonias
que no eran dependientes del gobierno británico para su protección en contra de sus propios
esclavos, y por parte de las colonias que no eran completamente vulnerables al ataque de la
fuerza naval británica. Tras una docena de años de enfrentamientos intermitentes, la deci-
sión del gobierno británico, en 1775, de utilizar la fuerza para tratar de sofocar la resistencia,
produjo la revuelta de los colonos que condujo a la independencia, en 1783, de trece colonias
británicas en América, el regreso de otras dos colonias a España, y la creación de los Estados
Unidos (Greene, 1994).

Señalado por Adam Smith, en 1776, en la Riqueza de las naciones, como una de las dos prin-
cipales causas de la rápida proliferación de las colonias británicas en América, la dispersión
de la autoridad dentro del Imperio Británico fue sólo una de las características más predomi-
nantes del sistema colonial británico. La segunda causa citada por Smith fue la disponibilidad,
aparentemente ilimitada, de tierra y la dispersión de ésta entre una sección muy amplia de la
población de colonos. Por supuesto, la idea misma de tierras vacías disponibles o subutilizadas
implica un desprecio casual por los derechos de las poblaciones indígenas y una disposición de
removerlos por cualquier modo posible.

Mientras los pueblos indígenas fueron expulsados de sus hogares ancestrales, la atracción
de tierra barata o gratuita atrajo a miles de inmigrantes, muchos de los cuales adquirieron
propiedades que convirtieron eventualmente en paisajes europeizados y unidades económi-
cas viables. Para lograr todo esto, saciaron sus necesidades laborales mediante la producción
de familias numerosas y, en aquellos lugares donde las posibilidades económicas impulsa-
ban una alta demanda de mano de obra, hicieron uso extensivo de la forzada, incluyendo
sirvientes endeudados, delincuentes transportados, indios, y esclavos africanos. Estos co-
lonos se dispersaron sobre el campo en un proceso de privatización de la tierra y asenta-
miento rústico, crearon pueblos con mercado en el interior en los que podían intercambiar
sus productos y unos pocos pueblos portuarios estratégicamente situados de donde podían
comercializar sus artículos.

Para proteger las propiedades que estaban creando y mantener las relaciones sociales
en orden, utilizaron sus facultades de autogobierno para introducir una cultura jurídica de
derecho común inglesa, que era lo suficientemente flexible como para adaptarse a muchos
diferentes ambientes físicos y sociales. Su determinación por convertir sus nuevos hogares
en lugares ingleses, los llevó a trasplantar instituciones sociales y prácticas religiosas de In-
glaterra. Manteniendo los gastos sociales en un nivel mínimo, invirtieron poco de la riqueza
que ganaron de sus arduas labores en el mejoramiento social o en la evangelización de las
personas de color, ya fueran estas indígenas o importadas; las instituciones religiosas que es-
tablecieron los colonos estaban orientadas casi exclusivamente a la población de colonos. En

59
El sisten1a colonial de América Británica Jack Greene

el proceso de crear nuevas sociedades con poblaciones, recursos económicos y capital social
en crecimiento, que a pesar de todas las diferencias entre esas sociedades eran fundamental-
mente inglesas, desarrollaron hogares culturales distintivos, que a mediados del siglo XVIII
se podían replicar en nuevos territorios al paso que el crecimiento demográfico y económico
creaba la demanda de mayor expansión en el continente norteamericano, y a raíz de que los
nuevos territorios, anteriormente de los indígenas, fueron despoblados de sus habitantes
originales.

Si el centro cultural creado inicialmente por los ingleses en las Indias Occidentales estaba
limitado en sus posibilidades de expansión a las islas y zonas costeras adyacentes a las regiones
semitropicales, los centros culturales establecidos a lo largo de la costa oriental de Norteamé-
rica tenían una vasta extensión de territorio ante ellos. Establecido en las últimas décadas del
siglo XVII y completamente desarrollada en la época de la Revolución Americana, el sistema
colonial británíco se había demostrado plenamente capaz de movilizar los estallidos periódicos
de energía humana y aumento de población que impulsaban la expansión desde viejos núcleos
de potencia colonial hacia nuevas periferias de asentamiento. En la época de la Revolución
Americana esta gran fuerza colonial de asentamiento se había convertido en un poderoso mo-
tor para el ensanchamiento territorial.

El logro de la independencia no puso fin al coloníalismo en los Estados Unidos. Lo que


resultó de la revuelta coloníal fue que dejó a los colonos en control completo de la situación
coloníal de los indígenas y esclavos, en gran medida, sin cambios. La continuación de la domi-
nación por parte de los antiguos colonos en los sistemas políticos de los diversos estados y en
el gobierno nacional aseguró que las tradiciones económicas, sociales, políticas y jurídicas de la
época colonial sobrevivirían durante la era revolucionaria y en el período temprano nacional
de la historia de los Estados Unidos. Así mismo, aseguró que los procesos coloníales pertinen-
tes a la expansión territorial y las relaciones con los pueblos indígenas perpetuara principios
del coloníalismo, hasta bien avanzada la época nacional, que habían sido las bases del sistema
colonial formado durante los siglos XVII y XVIII, y que la historia nacional sólo representaría
una ampliación de la historia colonial.

Ciertamente, y rara vez apreciado por los historiadores de la experiencia nacional, las con-
tinuidades de expansión territorial entre las épocas pre y pos-revolucionarias son muy impre-
sionantes. Después de 1776, igual que antes, los colonos (incluyendo los especuladores, los
inversionistas, comerciantes y otras personas que esperaban poder vincularse o aprovechar los
mercados creados por nuevos asentamientos), mas no los gobiernos, demostraron gran esmero
en los proyectos de remover la población indígena. Ellos introdujeron la esclavitud dondequie-
ra que jurídica y económicamente fuera viable, agresivamente exigieron el establecimiento de
sistemas de derecho y gobierno que les eran familiares, y construyeron unidades políticas tan
distintivas unas de las otras como lo fueron las primeras colonias. Seguramente, el gobierno na-
cional de Estados Unídos que en sí era el resultado de la unión de muchas unidades políticas,
brindó más ayuda en el proceso de asentamiento que el estado británico lo había hecho, y la
colonízación a partir de 1790 cada vez más llevaba consigo nuevas impresiones de un destino
nacional Americano. Tal como los primeros colonizadores y sus descendientes habían hablado
de sus logros como contribuciones a la fuerza y la mayor gloria del Imperio Británico en su

60
Jack Creene La Cuestión Colonial

lucha contra lo que consideraban enemigos despóticos y católicos, los Franceses y Españoles,
los colonos después de 1776, sin duda, se vieron como agentes que aumentaban el territorio y
el poder de la república norteamericana. Sin embargo, la propagación de asentamientos tenía
más que ver con las necesidades, deseos, y autocomprensión de los colonos individuales y los
promotores que con cualquier objetivo nacional como el destino manifiesto. Lemas pueden
haber dado un nuevo significado a sus actividades, pero la gran mayoría de los colonos fueron
empujados menos por la construcción nacional que por el hambre de tierras, ánimo de lucro,
y el afán de explotar nuevos recursos, los mismos motivos que había impulsado a los asenta-
mientos y las colonias durante la época colonial, y, como sus predecesores, principalmente,
en gran medida, no actuaron como agentes del Estado sino por ellos mismos. Tan fuerte fue el
deseo de los colonos por la tierra y la hegemonía sobre ella, que el estado nacional fue arrastra-
do por su fuerza, más controlado que en control. ¿Qué podría haber sido más colonial que la
extensión de este proceso d.;,, colonización agresiva en las nuevas tierras que el estado nacional
poseyó por tratado o compra?

Así mismo, en la era nacional, tal como lo fue en la época colonial, los colonos operaron en
los contextos inmediat9s locales y provinciales, que ahora se llamaban territorios o estados,
y se comprometieron profundamente en el proceso de construir comunidades y formación
política que les facilitaría la protección asociada con el sistema jurídico británico que, a pe-
sar de estar en un contexto republicano, siguió siendo una parte importante del patrimonio
jurídico y político de la nación. Así como en los estados originales que formaron la unión de
1787, en los nuevos estados el establecimiento de una hegemorúa por los colonos en cada
territorio trasladó "el poder y la propiedad de sus habitantes originales a los colonos y los
gobiernos que crearon" (Janiewski, 1995). Al m.ismo tiempo, los nuevos Estados importaron
el sistema colonial de subordinación racial, inclusive donde la esclavitu.d fue prohibida por
la legislación nacional.

Los colonos de los estados construidos después de 1776, igual que sus predecesores co-
loniales, demostraron una masiva falta de atención por la vida y derechos de quienes no
se parecen a ellos o compartían su cultura, y utilizaron la misma ideología que ya habían
internalizado para justificar su continua expropiación de los pueblos indígenas. De hecho,
en la medida en que tuvieran remordimiento por lo que les estaban haciendo a los pueblos
indígenas y a los africanos, los colonos justificaron su comportamiento en términos de la
historia que habían construido para explicar el significado profundo de sus vidas. Según esa
historia, escuchada con variaciones en toda la América colonial y nacional, los colonos de
origen europeo emprendían una noble empresa: convertir tierras vacías o subutilizadas en
cultivadas, reorganizarlas en espacios delimitados donde se pudieran adquirir propiedad y
mano de obra, ambos garantizados por las instituciones políticas locales y judiciales, y luego
volver esos recursos productivos. En sus mentes, estaban construyendo puestos de avanza-
da de la civilidad occidental en un terreno salvaje, y contribuyendo así al gran proyecto de
llevar la civilización a un mundo nuevo y vasto. Para los colonos que vivieron bajo una ban-
dera nacional americana el sistema colonial había cambiado su nombre, pero no su carácter.

61
El sistema colonial de América Britrinica ]ack Creene

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63
¿Comparando nabos y coles? Descolonización en perspectiva global, 1776-1824

Kris Lane

Introducción

E
ste ensayo ubica la independencia de los Estados Unidos en el contexto más amplio del
Imperio Británico, después de la Guerra de los Siete Años, y lo contrasta con el de la
América española después de la Revolución haitiana. Reconociendo el aparente efecto
de bola de nieve de los movimientos revolucionarios nacionalistas en el llamado "mundo
atlántico" de esa época, el ensayo arguye a favor del reconocimiento de las relaciones anglo-
españolas en una escala más amplia, e inclusive global. Los dos argumentos, el uno a favor de
la independencia y el otro del imperio, en el periodo comprendido entre 1776- 1824, se tornaron
permanentes y agudos en un corto espacio de tiempo, pero estas imágenes similares, e inversas
en superficie, del conflicto colonial esconden unas diferencias fundamentales en economía
política. Esto no fue cierto solamente a nivel local, sino también en el contexto de permanente
cambio de los patrones de comercio global y reorientación imperial. Con frecuencia se olvida,
por ejemplo, que aunque el Rey y el Parlamento lamentaron dolorosamente la pérdida de las
trece colonias norteamericanas, los británicos se apropiaban de la India mientras que España
estaba perdiendo una gran parte de las "Indias". Más al este, la retención española de las
Filipinas después de la pérdida de Manila en la Guerra de los Siete años era casi completamente
opacada por la penetración inglesa en la China. Al tomar conciencia de las diferencias de
sincronización entre la economía política local y la reorganización imperial global, uno se
encuentra comparando los nabos anglo-norteamericanos con las coles hispano-americanas.

Grandes contrastes

Cuando las trece colonias inglesas en América del norte rompieron lazos con el Imperio
Británico en 1783, en gran parte debido a la ayuda militar francesa y española y también al
auxilio comercial holandés, los líderes del movimiento rebelde tuvieron intensas discusiones

65
¿,Comparando nabos y coles? ... Kris Lane

para encontrarle un nombre a la nueva nación. En contraste con "México" o 11 Perú", que -
hasta en los tiempos coloniales- parecían ser ecos naturales de imperios preeuropeos, o aun
de "Cuba", que tenía el beneficio de ser una isla, las ex colonias inglesas norteamericanas no
tenían un legado unificador o una geografía que no evocara a sus odiados maestros británicos.
"Tsenacomacah", el nombre nativo para la región de la Bahía Chesapeake que los ingleses
llamaron "Virginia" en honor de su "reina virgen", Isabel I, no estaba considerado.

Una sugerencia fue "Fredonia," que quiere decir "Tierra de la Libertad", pero le faltaba un
timbre más sonoro y su significado no era obvio. "Columbia" sonaba mejor, pero hasta quie-
nes lo propusieron tuvieron que admitir que Cristóbal Colón nunca tocó las costas norteñas
del continente americano. Además, Colón era italiano y católico a pesar de su imagen de ex-
plorador intrépido, y parecía distante del mundo que los próceres blancos protestantes anglo-
sajones anticiparon para su nueva creación. Entonces, por medio de un acuerdo, y pidiendo
prestada una conocida frase de los holandeses -Las Provincias Unidas- la primera nación auto-
proclamada independiente en el hemisferio occidental fue nombrada evocando a otro italiano,
Américo Vespucio, como los "Estados Unidos de América" (Colón era segundo en la lista de
nombres, dado que "Columbia" había sido escogido como el nombre del distrito federal, con
su capital de Washington).

Demografía y mezcla

Con una población de más o menos 2,3 millones al momento de independencia, los Estados
Unidos tenían apenas menos gente que las Provincias Unidas de los Países Bajos. En términos
de las Américas esa era casi la mitad de la población de Nueva España en la misma época, y
casi medio millón más que Brasil. Del total de los habitantes de los EE.UU., casi un cuarto eran
esclavos africanos y sus descendientes, y unos 150 mil americanos nativos marginalizados. La
política "india" se caracterizó por una sola palabra: traslado. Muchos otros pobladores indíge-
nas, tal vez un millón, vivían fuera de los límites de la nueva nación, en territorios reclamados
pero no asentados, por Francia, España, Gran Bretaña, y Rusia. Los colonos europeos incluían
una mezcla ecléctica de alemanes, holandeses, hugonotes franceses, judíos sefarditas y aske-
nazi, entre otros; pero la gran mayoría había emigrado de las islas británicas o era sus descen-
dientes. La mayor parte llegó del sur de Inglaterra.

En contraste con Hispanoamérica o Brasil, la Norteamérica británica no era una tierra de


mestizaje. Con la excepción de ciertos barrios de ciudades porteñas del Atlántico (por ejem-
plo, Nueva York, Filadelfia, Baltimore, y Charleston) y fronteras concertadas (los Grandes
Lagos, la región interior de las Carolinas y la Florida), los blancos y la gente de color vivían
en mundos virtualmente separados. Luisiana, no obstante, todavía no hacía parte de la
historia nacional, y Quebec iba a quedarse en Canadá, pero la mezcla de razas fue social-
mente y en muchos casos legalmente proscrita. Algunos grupos indígenas, en Nantucket
y Martha's Vineyard, y en Massachusetts y partes de la región interior de las Carolinas,
por ejemplo, habían incorporado personas de descendencia africana en sus rangos tribales,
pero ello no indicaba un límite permeable entre "negro" y "rojo", dado que en las regiones
anglófonas la separación era muy marcada y que con el tiempo se agudizaría aún más.

66
Kris Lanc La Cuestión Colonial

Transformaciones religiosas

La elección religiosa, en contraste, no estaba vigilada con tantas luces. Los católicos ejer-
cieron su fe libremente, especialmente en Maryland, pero la mayoría de los pobladores de los
Estados Unidos, en el momento de la independencia, incluyendo la mayoría de los afroame-
ricanos, eran protestantes bautizados y devotos. Como lo muestra Rhys Isaac, en el caso de
la Virginia pre-revolucionaria, la intensidad devocionaI era culturalmente "transformativa"
durante el Gran Despertar de mediados del siglo XVIII (Isaac, 1982). Los sermones cargados
de efervescencia les prestaron una narrativa de unidad por medio del reconocimiento del pe-
cado compartido y de la sumisión a la gracia de Dios. Pero hasta la mayoría protestante de los
EE.UU. estaba dividida en un apabullante (y creciente) número de sectas que competían entre
sí y que a veces eran mutuamente adversas. Igual que sus análogas católicas en Hispanoaméri-
ca, algunas de esas sectas fundaron universidades, hospitales, y otras instituciones permanen-
tes, pero en los años anteriores a 1776 ninguna denominación religiosa creció con una riqueza
independiente, ni como dueña de grandes terrenos ni como prestadora de dinero. Las iglesias
de los EE.UU., así como sus pastores, dependerían de las limosnas piadosas, como en el mundo
ibérico, y no obtuvieron un capital significativo en esos años. El contraste con Iberoamérica,
exclusivamente católica, es profundo a pesar de los desafíos borbónicos y pombalinos a la ri-
queza y al poder de la Iglesia después de 1750.

El aumento en la devoción religiosa en las Trece Colonias norteamericanas, especialmente


después del llamado Gran Despertar (1740-60), incitó creencias igualitarias y apocalípticas.
Aunque miles de realistas estaban en desacuerdo verbal, y escaparon horrorizados a Canadá
y al Caribe cuando la victoria de los rebeldes fue obvia, una creencia ampliamente comparti-
da -en todos los niveles sociales, y expresada en la prensa por hombres y mujeres- era que la
independencia era un mandato divino (Juster, 1999). Al vencer al imperio más poderoso del
momento, los recién declarados ciudadanos de los Estados Unidos de América empezaron
francamente a creerse los elegidos de Dios.

Sólo el casi medio millón de esclavos de la primera época de los EE.UU. advirtieron la ironía
de su propia condición entre tanta habladuría sobre libertad. Muchos de los esclavos y negros
libres también participaron en el Gran Despertar, pero sus espacios religiosos, narrativos y de
autoridad -sus iglesias, sus pastores, sus canciones de alabanza- estaban forzosamente segre-
gados por fuera del mundo "blanco" (Margan, 1998). Ahí mismo, en la "América Africana",
surgió otro apocalipsis redentor, uno que estaba descrito en términos de los judíos obrando
bajo el látigo del Faraón, esperando a su propio Moisés. Pueblos indígenas exiliados como el
Shawnee, por ejemplo, crearon aun otra corriente siguiendo sus propios chamanes o "profe-
tas", como los llamaban los blancos, a veces entrando en conflicto con los pioneros, y a veces
escapando aún más adentro en el territorio salvaje.

Exportaciones primarias

A pesar del racismo y las marcadas jerarquías laborales, las Trece Colonias, en contraste con la
Nueva España o con la mayoría de Hispanoamérica o Brasil, no fueron grandes exportadoras de

67
¿Comparando nabos y coles? .. , Kris Lanc

productos primarios a nivel global y no contenían minas de metales preciosos. Una pequeña canti-
dad de oro había sido encontrada en Carolina del Norte después de la Independencia, en la última
década del siglo XVIII, pero antes de 1783 la industria minera de la Norteamérica británica estaba
básicamente limitada al hierro y hasta en eso la industria era aún muy reducida, y concentrada en
Nueva Inglaterra (donde era explotada por obreros libres) y en Virginia (donde tenían esclavos para
su extracción). El potencial que la industria colonial del hierro tenía para exportar fue inicialmente
promovido, pero después notoriamente limitado por las Actas de Navegación.

El tabaco de Virginia era conocido en todo el mundo por su calidad, pero con el paso del
tiempo los cultivadores encontraron una competencia creciente en Brasil, el Caribe Español, y
hasta la misma Europa para su exportación. Los holandeses, entre otros, se habían especializado
en el arte de mezclar tabacos importados con sus propios cultivos. El control metropolitano del
mercadeo y la distribución dejó a los cultivadores en desventaja, hecho que empeoró por el costo
creciente de las tierras exhaustas por sobreuso. El arroz sureño y las exportaciones de índigo
también sufrieron la creciente competencia de regiones tropicales más productivas, incentivadas
por la progresiva fisiocracia mercantilista después de 1765. Si las plantaciones sureñas de las
Trece Colonias compartían algo con las haciendas de Hispanoamérica en el momento de la inde-
pendencia, eran los niveles altísimos de deuda, exacerbados por la dependencia que los colonos
tenían de los mercaderes metropolitanos.

El consumo y el comercio de esclavos

¿Y el poder adquisitivo? Las Trece Colonias, aunque reconocidas cada vez más por su valor
en el mercado de los productos exóticos (té, seda, textiles multicolores, porcelana, entre otros)
al término de la Guerra de los Siete Años, en 1765, no eran tan importantes como las islas ca-
ribeñas, especialmente Jamaica y Barbados, en la economía británica. Fue ese el caso del mer-
cado de esclavos. Aunque la población esclavizada de la Norteamérica y el Caribe británicos
era casi igual en 1776 (500 mil en cada región), el ambiente de trabajo y las enfermedades que
asediaban eran drásticamente diferentes. Esas diferencias tenían alcances importantes para los
comerciantes ingleses de esclavos, así como para los dueños de las plantaciones. La esclavitud
caribeña, controlada por hombres como el infame Thomas Thistlewood de Jamaica, literalmen-
te consumió a los africanos de los últimos años del siglo XVIII (Burnard, 2004). Enfermedades
como la falciparum malaria, la viruela, y la disentería le agregaron aún más miseria y muerte a
la población en las islas azucareras (Brown, 2009).

En términos simples, colonias como Jamaica y Barbados -marginalmente más saludables-,


no pudieron sobrevivir o producir algo de ganancia, sin la importación continua de esclavos.
Los comerciantes de estos cautivos dependían de esos mercados para su sustento y los dueños
de las plantaciones -una minoría blanca pequeña que sobrevivía usando la brutalidad cons-
tante en un mundo básicamente africano- necesitaban desesperadamente de los comerciantes
de esclavos. El tráfico de negros africanos no disminuyó después de la Independencia de los
EE.UU., al contrario, subió en aceleración y en cantidad. Hacia 1800 los comerciantes ingleses
transportaban el 60 por ciento de todos los esclavos que cruzaban el Atlántico, que aproxima-
damente eran unos 50 mil por año. Muchos eran vendidos a los españoles en Cuba o a los por-

68
Kris Lane La Cuestión Colonial

tugueses en Brasil, pero a pesar de eso las islas azucareras británicas fueron las que produjeron
más de la mitad de todo el producto enviado a Europa hacia 1807, cuando el Parlamento inglés
se movió por primera vez a terminar el comercio de esclavos (Drescher, 2009). El historiador
Christopher L. Brown argumenta que el cambio de rumbo rotundo de Gran Bretaña, al pasar
de ser el comerciante de negros más grande del mundo a ser el líder del movimiento en contra
de la esclavitud, fue inspirado por la Independencia de los EE.UU (Brown, 2006). (Claro está
que la institución de la esclavitud solo se terminó en las islas caribeñas británicas en 1834, años
después de la independencia de América Latina).

La esclavitud ejercida en Norteamérica británica era tan brutal, especialmente en los culti-
vos de arroz y en las factorías de índigo de Carolina de Sur, que tendía a impulsar la reproduc-
ción (y eventualmente la crianza calculada por parte de dueños llenos de avaricia en lugares
como Virginia) lo cual disminuyó la demanda y la importación de nuevos africanos (Margan,
1998). La ausencia de metales preciosos, o aun de azúcar, para intercambio en el comercio de
esclavos, unida a las grandes distancias extras que les tocaba recorrer comparadas con las de
las islas caribeñas, redujo aún más la venta, en las Trece Colonias y en los EE.UU., de cautivos
negros, en los primeros, años. A pesar de la ola creciente de críticas al negocio de esclavos (y
en menor escala a la institución de la esclavitud) entre los cuákeros y los publicistas, como el
reciente emigrado inglés Thomas Paine, los norteamericanos británicos que todavía sentían
la necesidad de importar africanos, se afianzaron en el capital comercial de las ciudades del
Atlántico Medio y de Nueva Inglaterra para fortalecerse. Con inversionistas disponibles en lu-
gares como Providencia en Rhode Island, no necesitaban el capital de ciudades inglesas como
Bristol o Liverpool.

El capital comercial

¿Por qué sucedió así? Igual que los holandeses un siglo antes, los empresarios norteame-
ricanos británicos habían empezado a acumular el capital producido por el comercio, y se
establecieron como un fortín importante para los negocios en el hemisferio occidental al servi-
cio del gran mundo Atlántico. Esto sucedió primero en regiones ubicadas al norte de la línea
ecuatorial, incluyendo las islas caribeñas, donde almacenaban grano, bacalao, y duelas deba-
rriles; y después al sur de la línea ecuatorial, donde eventualmente proveían a los comerciantes
brasileños de esclavos con naves, capital, y hasta tripulaciones. Además, especialmente, en
las ciudades del Atlántico Medio y Nueva Inglaterra, existía interés en el estilo holandés de
invertir las ganancias del comercio y del transporte en la industria, el refinamiento y otros,
para agregar valor a los productos primarios. La re-exportación de la melaza caribeña como
el ron de Nueva Inglaterra es sólo uno de los ejemplos de los establecimientos manufacture-
ros existentes antes de la fundación de las famosas fábricas de textiles que usaban molinos de
agua en Rhode Island, después de 1793. En contraste con sus vecinos en Iberoamérica, quienes
actuaban bajo un pesado régimen de medidas, los colonos de Norteamérica británica vivie-
ron bajo sus propias leyes, hasta que las políticas mercantilistas se endurecieron después de
la Guerra de Siete Años. Libres del imperio británico en 1783, se movieron rápido a emular
las técnicas holandesas de comercio (en el momento exacto en el que los propios holandeses
estaban en descenso) y, con la ayuda de espías, los métodos manufactureros de los ingleses.

69
¿Comparando nabos y coles? ... Kris Lane

También como los holandeses, los norteamericanos británicos eran altamente letrados, bien
informados y con ganas de encontrar y explotar nuevos caminos hacia la ganancia. Es de ano-
tar que no tuvieron que afrontar la censura, ni las denuncias de un organismo como la Inqui-
sición por contar con -o por escribir- obras controversiales. La innovación y la competencia,
como el ahorro y la buena inversión, como lo muestran la vida y los escritos de Benjamín
Franklin, eran promovidas y premiadas. El linaje no estaba valorado sobre la iniciativa per-
sonal, ni siquiera entre los dueños de plantaciones, aunque la burguesía emergente se movió
rápido a consolidar sus ganancias y a establecer su estatus por medio de la filantropía y el
consumo conspicuo. Igual que las élites de Hispanoamérica y Brasil, los colonos de alto rango
en la Norteamérica británica enviaban a sus hijos a Europa para ser educados y frecuentemen-
te buscaban mejorar sus linajes con infusiones frescas de sangre del "Mundo Viejo". El Gran
Despertar, sin embargo, también sucedió en Inglaterra, y la creencia de realzar el potencial in-
dividual mediante el trabajo duro no era un valor único de los americanos. Y, ¿cómo pudieron
ejecutar contratos en una sociedad tan dividida en asuntos de religión? Algunos comerciantes
reforzaron la confianza por medio de asociaciones religiosas, como sucedió entre los cuákeros,
y otros, por medio de cofradías seculares, como sucedió con la francmasonería. Claro está que
las cofradías religiosas desempeñaron un papel similar en el mundo ibérico, pero el sistema
legal en las Trece Colonias era fundamentalmente diferente. En contraste con Hispanoamérica
y Brasil, donde las disputas eran resueltas a través de costosas y lentas apelaciones de magis-
trados reales en cortes lejanas, los norteamericanos británicos de todas las religiones estaban
pendientes en un grado sumo de sus jurados locales. De nuevo, eso era percibido como un
valor fundamentalmente "inglés".

Puede ser que la (todavía inexplicable) densidad de la población y la interconectividad de


las Trece Colonias, especialmente en la costa del noreste, engendraron la formación temprana
de una esfera pública al estilo europeo occidental hasta el punto de que algunos historiadores
han afirmado que las Trece Colonias británicas en 1776 tenían la esfera pública más desarro-
llada del mundo (Drescher, 2009). Otra vez, la analogía más cercana se puede encontrar en el
norte de Holanda, con todas las provincias marítimas y agrícolas compitiendo pero también
cooperando, con sus poblaciones políglotas y religiosamente diversas, con su preferencia para
el gobierno representativo, y con su prensa libre. La autoridad y el capital no estaban concen-
trados en el centro activo de Ámsterdam, sino también distribuido entre otros pueblos y ciuda-
des como La Haya, Leiden, Delft, Rotterdam, y Utrecht (Israel, 1989).

El rechazo del Imperio Británico por las Trece Colonias en 1776 fue conscientemente mo-
delado en el que Holanda había mostrado en contra de la España de los Habsburgo dos
siglos antes, por la imposición de impuestos y restricciones al comercio (en vez de libertad
religiosa e iconoclastia, más provocativas), temas principales que incitaron a los rebeldes
(Parker, 1990). Como anota Jack Greene, entre otros, la lucha por la independencia de los
Estados Unidos estaba basada profundamente en un "principio de libertad" expresado por
asambleas de empresarios interesados en que se pensara en ellos mismos como "caballeros
ingleses", fueran ellos grandes dueños de esclavos en el Sur, o comerciantes y artesanos
en el Norte, más urbanizado. Así como los conquistadores míticos de la España del siglo
XVI, los holandeses del siglo XVII y los empresarios del Atlántico norteamericano del siglo
XVIII se vieron a sí mismos como aventureros "machos", forjados con su propio trabajo.

70
Kris Lane La Cuestión Colonial

Nada de eso los hizo rebeldes necesariamente, dado que los dueños de plantaciones
de Jamaica y Barbados compartían el mismo orgullo (de no ser españoles atrasados, por
ejemplo) pero esos aspectos de identidad política, reforzados durante un siglo de malen-
tendidos, hizo mucho más fácil que los mismos colonos norteamericanos británicos de
élite identificaran la "tiranía" real y empezaran a soñar con una manera de vivir sin el
rey. Sin una mayoría significativa de esclavos africanos o de indígenas subyugados que
enturbiaran las aguas (en gran parte enturbiadas por los colonos mismos), y sin exporta-
ciones importantes que los hiciera indispensables al Imperio Británico, era imposible que
los "caballeros ingleses nacidos libres" de las Trece Colonias no solamente soñaran con la
independencia, sino que arriesgaran para lograrla. Donde, de modo inexplicable, se pro-
baron más radicales fue en el rechazo a la idea de una monarquía divina en sí misma, pues
hasta los librepensadores holandeses tomaban muy a pecho a sus monarcas.

Pero volviendo al tema ,de la economía, podríamos asegurar que los hispanoamericanos no
tenían menos sentido empresarial que sus vecinos del norte, fuese en agricultura, ganadería,
minería, o comercio, en la década de 1770. Numerosos estudios lo han probado así. Solamente
en el sector minero, la plata fue mucho más capitalizada que cualquier otra industria de las Trece
Colonias y su producci6n creció exponencialmente después de 1765. En el desarrollo del sector
minero tuvo menos que ver la corona que la iníciativa privada. La explotación de oro en Nueva
Granada, gracias a la expansión rápida de la esclavitud en la Costa Pacífica, creció de manera
acelerada después de que el quinto bajó a un 3 por ciento de su producción, en 1777. Mientras
los depósitos se agotaban, comunídades enteras de esclavos en el Chocó eran trasladadas a los
distritos de Raposa y Barbacoas, y hasta la región de Esmeraldas en el Ecuador de hoy. Minas
que habían sido abandonadas en Antioquia y Popayán fueron revividas y expandidas, muchas
veces por mazamorreros de pequeña altura. En Chile, el sector minero del oro seguía un modelo
diferente de mano de obra libre, que parecía haber surgido de la nada. El potencial cuprífero de
Chile estaba siendo cada vez más reconocido, aunque algo tarde en la época colonial.

Las exportaciones de cueros, cacao, tabaco, corteza de quino, índigo, y muchos otros pro-
ductos estaba creciendo rápidamente, a veces impulsadas por incentivos de la corona a pesar
de sí misma. El sector manufacturero, desde luego, no era favorecido por los comerciantes
peninsulares todopoderosos y quienes encontraron depósitos de hierro cerca de Medellín en la
década de 1780, quedaron vetados para explotarlos. A pesar de ello, algunas regiones donde se
producían textiles y cerámica en México y en los Andes revivieron durante la época borbóníca,
y alcanzaron un modesto nivel de proto-industrialización.

En efecto, no todo era dependencia y subdesarrollo en las Indias hispanas. Aparte de su


asombrosa riqueza en exportaciones de productos primarios, la comercialización de su recurso
más importante, los metales preciosos, era cada vez más dinámica después de 1765. Con tasas
de interés relativamente bajas, mano de obra cada vez más barata y disponible, y el lento des-
mantelamiento de barreras al comercio interregional, nuevas fortunas estaban siendo acumu-
ladas por las clases comerciales crecientes, no solo en el centro de ciudades viejas como Ciudad
de México, Lima, y Bogotá, sino también en capitales que antes habían sido marginales, como
Caracas, Buenos Aires, y Santiago de Chile. La Habana, Santa Marta, y Cartagena de Indias
habían renacido completamente en los últimos años del siglo XVIII, a pesar de las guerras pe-

71
¿Comparando nabos y coles?. .. Kris Lane

riódicas. Dentro del continente, los terratenientes, siempre acusados de feudalismo, también
estaban muy involucrados en el recién expandido juego comercial. De manera rutinaria, los
dueños de haciendas desde Guadalajara hasta Trujillo estaban" diversificando sus portafolios"
para invertir en la minería, el comercio, y los cultivos nuevos de exportación. Algunos perdie-
ron mucho y sus deudas crecientes los llevaron a pensar, igual que a muchos de los dueños de
plantaciones en Norteamérica, en lo conveniente que sería la independencia de Cádiz, si no la
de la misma Madrid.

Acuerdos coloniales

De estas grandes comparaciones sugirieron algunas semejanzas sorprendentes. Sin embargo,


tenemos que recordar que las Trece Colonias británicas y la Hispanoamérica continental habían
heredado tradiciones políticas distintas. Ello tenía que ver, en parte, con las grandes diferencias
en los recursos naturales y en las herencias demográficas arriba descritas, pero también con la
cultura política siempre cambiante de Gran Bretaña, temprano en la época Moderna. Aunque en
cierto grado inspirados por la conquista de Irlanda, proyecto que había sido patrocinado por la
corona y marcado por las recompensas tradicionales a los caballeros, los aventureros comercia-
les que establecieron los primeros asentamientos británicos en Norteamérica operaron en una
época de autoridad real concertada y de creciente fricción religiosa. Para proteger sus intereses
comerciales en contra del escalfo real (o sus creencias religiosas del castigo real), las asambleas
de los colonos estaban instituidas con el propósito de poner en jaque a la autoridad real. Para
ponerlo en términos narrativos más interesantes, los norteamericanos británicos enfatizaron
desde muy temprano que tenían derechos como "caballeros ingleses libres".

En contraste, los hispanoamericanos a pesar del espíritu empresarial de sus conquistadores,


fueron rápidamente puestos bajo control por los burócratas reales quienes ponían a prueba la
"lealtad" de los sujetos del rey con impuestos como la alcabala. En Quito (como en los Países
Bajos del Duque de Alba), la supresión de las asambleas urbanas que rechazaban el derecho de
la corona a poner impuestos había sido como una "segunda conquista", como lo expresa Lynch
(1976). Un acuerdo de la corona en la forma neo-medieval de regalos o mercedes, que enfatizaba
la magnanimidad real y el compromiso para proteger a sus súbditos y para administrar justicia
con imparcialidad, se había logrado, aunque marchara con una lentitud insoportable al otro
lado del océano Atlántico.

En contraste con el "principio de libertad" de los ingleses del Siglo XVII, que enfatizaba
el derecho de los subordinados del rey a reunirse con el fin de contrarrestar su tendencia a
abusar del poder, lo que llamo el "principio de dependencia" que apareció por la década de
1570 en Hispanoamérica, enfatizaba en la sumisión de la asamblea local -el cabildo- y sus
miembros a la autoridad real, a cambio de cesiones de terreno, promociones, asignaciones
de mano de obra indígena y otras recompensas. Una versión modificada de ese sistema fue
aplicada pronto en los cabildos de los indígenas. Las exhibiciones religiosas y teatrales de la
autoridad de la corona (por ejemplo, en los castigos públicos y en las ejecuciones y los autos
de fe) y de su benevolencia (por ejemplo, en las peticiones de gracias al sacar) promovieron la
ficción de la reciprocidad que fue la base del dominio colonial. Los colonos respondían con

72
Kris Lane La Cuestión Colonial

exposiciones, igualmente teatrales, de lealtad mostradas con más crudeza en las luchas épi-
cas contra los "heréticos luteranos" (con quien en secreto mantenían relaciones comerciales).

El dominio de la ley fue clave a la hora de definir la situación de los particulares en el norte y
en el sur, y su poder, que se mostraba abiertamente en la institución de la esclavitud, fue prodi-
gioso para circunscribir la libertad personal en las colonias americanas. Ese estado legal -el de
los esclavos- definió el estado legal del colono-patrón y del dueño o vecino. En algún sentido,
ese fue el quid inmediato de la cuestión, por lo menos en términos de autopercepción, y fue
especialmente crítico al momento de rebelarse contra la autoridad de la corona. ¿En qué punto
de los últimos años de la época colonial, podernos decir que estarnos distinguiendo definitiva-
mente entre "ciudadanos" y "súbditos"?

O, simplemente, se trataba de una cuestión de perspectiva. El de "ciudadanía" es un con-


cepto resbaloso y su definición, sin duda, varió tremendamente según el tiempo, el lugar y
las circunstancias individuales. Pero una cosa es cierta, mientras que los súbditos ingleses en
el exterior "estaban en posesión" de derechos desde su nacimiento, y se sabían dispuestos a
defenderlos en una acción colectiva contra todos los intentos de la corona de usurpárselos, los
súbditos españoles "recibieron" los suyos (es decir, sus privilegios) corno regalo de la corona,
después de la consolidación de los Habsburgo, con la expectativa de que tenían que suplicar
y competir por su reconocimiento individual. Los dos modelos implicaban la tensión, pero las
energías estaban desvíadas de distintas maneras. Los Habsburgo y los Barbones aprendieron a
dispersar el poder desviando los diferentes reclamos de sus súbditos.

Esos contrastes básicos en la economía política, en la dernografia, y en la cultura política y


religíosa, no son suficientes para explicar los caminos tan diferentes que llevaron a las indepen-
dencias de Hispanoamérica y de Anglo-América. Es necesario, tal vez, tornar otra ruta ubican-
do los movimientos de independencia americana en el contexto más amplio de los conflictos
del mundo atlántico, y también del imperialismo español y británico en el siglo XVIII y los
primeros años del XIX. El argumento de este ensayo se centra en esta perspectiva más amplia,
que también implica la inclusión del caso de Haití. Al examinar la historiografía reciente so-
bre la esclavitud y su abolición, es posible comenzar, tal vez, a distinguir entre nabos y coles y
evitar así algunos de los errores conceptuales frecuentes en las narrativas de la llamada "Gran
América" (de acuerdo con Herbert Bolton, historiador de la región de los límites entre México
y los Estados Unidos).

Comunidades imaginadas

Adentrarse en la maraña que puede ser el terna de los orígenes nacionales es una empresa
arriesgada pero necesaria, especialmente si querernos escapar de los rígidos modelos de colo-
nizador versus colonizado, heredados de la época de la Guerra Fría. Corno lo dice J.H. Elliott,
vale la pena explorar la cuestión de si el nacionalismo es anterior a, o es resultado de las luchas
coloniales, aunque el terna más amplio ofrece oportunidades de mirar otros contenidos anterio-
res o posteriores. Mientras que la muy citada exégesis sobre nacionalismo de Eric Hobsbawm
(1990) trató casi exclusivamente sobre Europa, el intento más temprano de Benedict Anderson

73
¿Comparando nabos y coles? ... Kri~ Lane

(2006) no quiso privilegiar al Viejo Mundo. En una posdata, en la tercera edición de Comunida-
des Imaginadas, Anderson ofreció su explicación para elegir a las repúblicas Hispanoamericanas
continentales como su punto de partida:

(... ) los múltiples estados nacionales creados en Sur américa y en América central durante el
período de 1810-1838 vinieron a mi rescate (aunque, en 1983, no podía leer ni español ni portu-
gués). La multiplicidad fue tan importante como las tempranas fechas en la historia mundial.
Las /revoluciones' estadounidenses y haitianas ocurrieron antes que los movimientos naciona-
listas en Hispanoamérica, y el Brasil nacional apareció más tarde, pero cada llllO de ellos tenía
la ventaja de la idiosincrasia (hace unos pocos días, mi diario local en Bangkok se refirió con
sarcasmo a los EE.UU. como la Tierra de los Libre [mente Egoístas]). Pero Hispanoamérica fue
supremamente comparable, e igualmente importante, en la guerra durante los años sangrien-
tos producto de las múltiples independencias republicanas, mientras que compartía el idioma
y la religión con la España Imperial, no mucho antes de que los magyares, checos, noruegos,
escoceses e italianos impulsaran sus propios movimientos nacionalistas ( ... ) Hispanoamérica
ofreció argumentos perfectos contra la incapacidad comparativa y contra el eurocentrismo. Me
permitió pensar en los EE.UU., en el contexto panamericano, simplemente, como otro estado
revolucionario liderado por criollos y, también, más reaccionario que los estados hermanos al
sur (en contraste con Washington, el Libertador impuso un proceso paso-por-paso para termi-
nar la esclavitud, y en contraste con jefferson, San Martín no habló de los habitantes originales
de su país como salvajes, sino que los invitó a volverse peruanos) (... ) Los Estados Unidos
tuvieron un final blanco polémico (... ) (Anderson, 2006: 210).

Por mucho tiempo fue común denigrar de los Estados Unidos -y de los historiadores es-
tadounidenses- debido a su egocentrismo, semejante al de los mandarines chinos, y esa es la
razón precisa por la cual Anderson opta por ignorar casi completamente, en vez de contextua-
lizar, la independencia estadounidense y su movimiento nacionalista "reaccionario". Pero esa
elección políticamente de moda parece extraña cuando uno nota cómo muchas de las ideas
clave de Anderson, como la del "capitalismo de la prensa", aplica mucho más fácilmente a las
Trece Colonias en 1776 que a cualquier otra región de Hispanoamérica continental. Parece que
Hobsbawm, en contraste, consideraba que el nacionalismo estadounidense era tan "idiosin-
crático", para usar la palabra de Anderson, que no merecía ninguna mención en su gran obra
(aunque todo sobre América Latina corrió la misma suerte).

Los historiadores estadounidenses han sido culpables de las tendencias egocéntricas, senti-
mentales y triunfalistas, pero esas tendencias hoy son las excepciones. Las historias de la escla-
vitud y de los pueblos indígenas de Norteamérica, los dos temas que Anderson señaló como
los "puntos ciegos de los padres de la patria", los cuales no afectaron a los grandes libertadores
de Hispanoamérica, han sido tan trajinados desde la década de los 1950 que las narrativas
populares en eventos conmemorativos (por ejemplo, "Jamestown, Virginia: 1607-2007") o las
actividades de los parques de diversiones educativos (por ejemplo, Williamsburg Colonial)
buscan negar con indolencia toda afirmación de progreso. Como lo atestigua la renovación
del Museo Nacional del Indio Americano dirigida por indígenas, en el año 2004, la actitud de
"América" en estos días, aunque no falta la crítica agria, es de expiación, de enfrentamiento a
la invasión de las épocas coloniales y nacionales, a la exterminación, y a la explotación racial.

74
Kris Lane La Cuestión Colonial

Y, más importante para los fines de este ensayo, los investigadores afroamericanos e indígenas
de los Estados Unidos se conectan hoy, de manera rutinaria, con sus homólogos en América
Latina (y el Caribe) para ayudar en destruir el mito de la "democracia racial" en el hemisferio
sur. De hecho, ahora es difícil encontrar la clase de historia miope y autocomplaciente sobre los
EE.UU. que Anderson parecía estar criticando en 1983.

Han ocurrido otras innovaciones historiográficas. La expansión drástica de la historia del


mundo atlántico, más allá de la vieja óptica del Imperio Británico, ha abierto las puertas a la
percepción de tal manera que hace parecer innecesaria, o por lo menos demodé, la polémica
sobre la decisión de Anderson de ignorar el caso de los EE.UU. Aún más, la nueva obra de los
historiadores globales hace énfasis en el peso de Asia y en la impenetrabilidad de África, antes
de finales del siglo XIX. La historia de la diáspora africana ha ofrecido aun otro lente para mirar
los sucesos coloniales y anticoloniales mucho más allá de las Américas y del Gran Atlántico.
Toda esa nueva investigación, que viene tanto de la historia como de otras disciplinas que in-
cluyen la arqueología y la lingüística, pone a la historia estadounidense del anticolonialismo y
la independencia en un contexto global querámoslo o no.

Sin embargo, no solo tenemos que apreciar a Anderson por su instinto sino por su investi-
gación, desde 1983. En Comunidades Imaginadas el autor intentó dar una voz a los hispanoame-
ricanos y a los filipinos hispanos, tal como al asombrosamente lúcido novelista José Rizal. Tal
vez Anderson no entendió bien todos los particulares de la independencia de Hispanoamérica
ni puso suficiente atención a la independencia de los Estados Unidos, pero al tomar en serio
a su héroe Rizal (y examinando un poco El Periquillo Sarmiento en una búsqueda vana por un
"capitalismo de prensa" en la América española) quería hacer entender a sus lectores, mucho
antes de ser conocido, que el anticolonialismo del "tercer mundo", hacia el siglo XIX, no había
sido simplemente un proyecto de las élites que había descendido poco a poco a las masas.

Aunque al finalizar el movimiento de independencia traicionó muchas de las esperanzas en


toda Hispanoamérica, este contenía una inmensa energía proveniente del descontento nacido
de siglos de subyugación. Hidalgo, Bolívar -hasta Humboldt- sabían bien esto, y es preci-
samente ahi, como Eric Van Young (2001) lo ha documentado extensivamente en el caso del
México rural, donde algo fundamentalmente diferente pasó. A pesar del proverbial elefante
en el recinto que fue la esclavitud, las Trece Colonias no contaban con algo parecido al ingente
campesinado, en su mayoría indígena o mestizo, y por tanto, en el curso de sus luchas por la
independencia no existieron los ejércitos de campesinos merodeadores dirigidos por bandidos
o por curas radicales y anti-racistas.

'Monarquías Compuestas', en crisis

Por el momento, vamos a dejar a un lado los argumentos sobre los primeros brotes de nacio-
nalismo y regresaremos a las fuentes de la independencia de las América británica y española
y a cómo podemos dilucidar sus procesos, tomando en cuenta las investigaciones recientes.
Como está atrás sugerido, pocos historiadores promueven hoy la vieja idea del "excepciona-
lísimo americano" cuando se refieren al camino de la independencia estadounidense y su de-

75
¿Cmnparando nabos y coles?, .. Kris Lane

sarrollo posterior, pero estamos lejos de encontrar respuestas convincentes a las cuestiones
de por qué la independencia de los Estados Unidos ocurrió casi cinco décadas antes que la
de Hispanoamérica, siendo que las dos regiones estaban sujetas a presiones similares; o por
qué los EE.UU. siguió un camino diferente en la post-independencia, o por qué la búsqueda
de explicaciones satisfactorias ha dado como resultado los argumentos mediocres de algunos
economistas y politólogos (por ejemplo, Fukuyama, 2008).

Es interesante que la mayoría de los historiadores angloparlantes de esas y otras "Revo-


luciones Atlánticas" (para no hablar de teóricos globales como Anderson) no se muestren
inquietos por la demora de la región hispana en independizarse; pero pocos, con la excepción
de J.H. Elliott, han mirado el asunto comparativo de manera macro-regional y a largo plazo,
desde el punto de vista español o hispanoamericano. Por ofrecer comparaciones amplias y su-
tilmente reveladoras, Elliott (2006, 2009) sigue siendo el único en tener en cuenta los cambios
complejos y los reveses de fortuna sufridos por los súbditos coloniales y por el Imperio Espa-
ñol entre la Guerra de los Siete Años y 1824, puestos en el contexto específico de los Estados
Unidos y Gran Bretaña.

Elliott hace una afirmación en particular que puede parecer sorprendente: ni la independen-
cia de los EE.UU. ni la de Hispanoamérica fueron resultado de la crisis del imperio, sino de las
crisis de las "monarquías compuestas" ocurridas tempranamente en la era moderna. Es decir,
que cuando aún se usaba el lenguaje de imperio, antes de las últimas décadas del siglo XVIII, el
significado era diferente: los territorios de ultramar (Nueva Granada, Nueva York) así como los
territorios más cercanos (Escocia, País Vasco), tenían más o menos el estatus de reinos, partes
únicas e individuales de una conglomeración más grande, cada una con sus derechos y privi-
legios negociados. Eso estaba perfectamente en línea con el modelo corporativista del gobierno
de los Habsburgo, así como con el de los Tudor-Stuart. Dichas monarquías compuestas fueron
difíciles de manejar pero pudieron funcionar medíante la división, como si se tratase de hijos
de diferentes edades y talentos, aun al otro lado del océano. Esos pueblos dependientes con
intereses competitivos tendían a vigilarse mutuamente cuando alcanzaban la mezcla debida de
incentivos o de sanciones.

Pero esos pueblos dependientes, como la mayoría de los hijos, también aprendieron ama-
nipular a su "Padre Benefactor" y distante, así como a sus sistemas para dividir y mandar,
para corromper, infiltrar, y aun subvertir completamente. Y fue más fácil cuando los. monar-
cas se volvieron débiles y las distancias se hicieron más grandes. Las cosas comenzaron a
cambiar empezando con los Barbones centralizadores después de 1713 y con la Revolución
Gloriosa de 1688 (que fijó la idea del Rey en el Parlamento). La monarquía compuesta iba a
ser reemplazada por una autoridad más centralizada y los sectores siempre favorecidos por
el patrimonio real (más notablemente la Iglesia en el mundo hispano) iban a ser reducidos a
un tamaño más manejable, o por lo menos refrenados, y puestos en una condición igualmen-
te subordinada.

Los súbditos del rey iban a responder por sus deberes en vez de gozar de sus derechos, y eso
implicaba, entre otras cosas, pagar la parte asignada de los gastos para su defensa. Los "reinos
de ultramar" de España y Gran Bretaña, sin embargo, solamente entendieron cuál era su lugar

76
Kris lane la Cuestión Colonial

verdadero en el imperio con la enorme crisis fiscal ocurrida a raíz de la Guerra de los Siete
Años. Todos, hasta las élites criollas que estaban acostumbradas a mirar los acontecimientos
coloníales desde la barrera y en beneficio propio, empezaron a ser tratados corno colonizados.
Según Elliott, los sujetos que antes eran aceptados corno "iguales", así en el norte corno en el
sur, reaccionaron con incredulidad asombrosa a esta dernoción repentina de su papel de socios
al servicio del imperio.

Contrapunto haitiano

Mucha atención se le ha prestado a la trayectoria de Haití en investigaciones recientes, de


manera justa, dados los casi dos siglos de silencio -o "callando"- corno lo dice arnargarnente el
erudito haitiano Michel-Rolph Trouillot (no parece que Anderson haya vuelto tampoco a este
rnovirniento "idiosincráticÓ"). Más allá de una lección de córno no utilizar a una mayoría escla-
vizada hasta el punto de la explosión, aclarar la historia de Haití implicaba proponer nuevos
cuestionarnientos a la Francia revolucionaria "imperial", y también mirar rnás cercanas a las
islas de Martinica y Gui'-dalupe, supuestamente "leales". El rnornento preciso de la Revolución
Haitiana, y de cierta manera su triste desenlace, ahora puede ser narrado con confianza, si no
perfectamente explicado (Dubois, 2004; Geggus, 2001 y 2002; Geggus y Fiering, 2009).

La historia de la independencia de Haití tiene sus propios héroes tan ambivalentes y frus-
trantes corno Jefferson y Bolívar. Cambios sísmicos tornaron lugar en todas partes del mundo
Atlántico bajo la mirada de Toussaint y Dessalines, y algunos de sus contrarnovirnientos han
dejado confundidos a muchos historiadores, sean simpatizantes o no. Sin embargo, no es sufi-
cientemente conocido el hecho simple de que el "poder negro" impulsó la rendición de la Fran-
cia revolucionaria y de Napoleón (entre otros que querían reconquistar el territorio), mientras
que reorganizaba su propia monarquía que tuvo la fuerza de anexar a Santo Domingo y de
abolir la esclavitud en la mitad española de la isla. Es un pasado que está silenciado. Si la inde-
pendencia de los Estados Unidos fue tan radical que extinguió la idea de las monarquías antes
que la Revolución Francesa, la independencia de Haití fue rnás lejos, hasta poner a prueba los
límites extremos de los anuncios de revolución en el terna de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano. Por abolir la esclavitud de una vez y para siempre, Haití fue verdaderamente el
primer "imperio de los libres" del mundo Atlántico.

La independencia hispanoamericana no ha tenido poca atención comparada con la de


Haití, entonces ¿por qué hemos tratado aquí este asunto corno un problema? En parte por-
que desde una perspectiva global, o aun desde una perspectiva Atlántica, las llamadas "re-
formas Borbónicas" españolas y los grandes levantamientos indígenas en los Andes (y, en
menor escala, en otras partes corno en el Yucatán), parecen provocaciones suficientemente
comparables a las ocurridas en los Estados Unidos y en Haití (Dado que Anderson no habla
ni de los EE.UU. ni de Haití, no figura el problema del rnornento en que ocurrió y los Hispa-
noamericanos son llamados los "pioneros criollos"). Igual que sus homólogos ingleses en la
costa oriental de Norteamérica después de la Guerra de los Siete Años, y casi al rnisrno tiem-
po, los millones de súbditos de la América española también afrontaron los aumentos de im-
puestos, la represión al contrabando, las exclusiones de participación en el gobierno, y otras

77
¿Comparando nabos y coles? ... Kris Lane

nuevas medidas invasivas. Ministros ambiciosos como Gálvez les cambiaban rápidamente
y sin misericordia las reglas de juego a los Hispanoamericanos de todos los niveles sociales.

Gálvez y sus seguidores tenían sus razones para actuar así. Recordemos que el imperio
había entrado en el conflicto tarde y con gran renuencia y que las batallas y escaramuzas per-
didas por España en la Guerra de los Siete Años, fueron tan humillantes como costosas. De
allí, entonces, provenía el nuevo interés en explotar hasta el límite el potencial económico de
las plantaciones caribeñas, a la manera de los franceses y los británicos. Los esclavos africanos
introducidos por comerciantes ingleses a Cuba transformaron la economía de esa isla en un
plazo muy corto y los experimentos en la administración centralizada, en la diversificación de
cultivos, en los censos para la colección más eficiente de los impuestos, en el reclutamiento,. en
el entrenamiento militar, en el fomento de la minería, y en muchas otras innovaciones, ocurrían
en una rápida sucesión. El experimento cubano impulsó la lealtad en la nueva esclavocracia en
un plazo muy corto, pero también dejó la semilla de la revolución a largo plazo (Scott, 2005). En
otras partes de Hispanoamérica, sin embargo, reformas Borbónicas como las implementadas
por Gálvez y sus colegas tuvieron su mayor éxito en la colección de impuestos. Fuera de Cuba,
lo que se puede llamar el desarrollo fisiocrático patrocinado por el estado solamente parece
haber despegado en el Brasil de Pombal.

Impuestos y alienación

Mientras que el apretón británico a las riendas fiscales y administrativas en América del
norte llevó a los colonos en rebelión a la revolución en una sola década, en la América españo-
la continental, la llamada "reconquista Borbónica" produjo solamente rebeliones regionales o
municipales desconectadas (más una revolución abortada, la de Túpac Amaru II, en Alto Perú).
Comenzando con la Rebelión de los Barrios de Quito en 1765, esos disturbios fueron liderados
por los llamados plebeyos de genealogía incierta; las élites locales no tenían confianza en esos
dirigentes, aunque apoyaran el espíritu de los agitadores. La idea de un levantamiento genui-
namente popular dirigido por las castas o por los indígenas (para no hablar de los africanos
esclavizados) habría sido una hecatombe para todos los dueños de la tierra, así como para los
preceptores espirituales.

En contraste, los rebeldes de América del Norte venían de sectores sociales urbanos, letra-
dos, libres y "blancos" relativamente privilegiados (incluían a muchos artesanos), reafirmados
-como lo hemos visto- como caballeros ingleses agraviados, negados del tratamiento de igua-
les bajo la ley y, otra vez, puestos en la posición de sujetos tributarios de menor rango. Elliott
nos recuerda que esos colonos, así como los rebeldes plebeyos de Hispanoamérica, al comienzo
no atacaron directamente al rey, sino a quienes eran considerados como ministros corruptos.
En este caso el papel de los "ministros corruptos" le correspondió al Parlamento, que como
percibido por los colonos, efectivamente estaba actuando ahora como si fuera el rey. No existía
alli ningún "Gran Padre" para mediar.

La monarquía compuesta en el mundo británico había terminado muchas décadas antes,


sin embargo, nadie informó de ello a los colonos americanos o, más bien, así fue como ellos

78
Kris Lane La Cuestión Colonial

mismos interpretaron el estado de las cosas. Las costumbres del país se habían formado en el
periodo Tudor-Stuart y la administración laxa no hacía nada para enfrentarlas, aun después
de 1688. En 1775, cuando la subordinación del rey Jorge III al Parlamento se hizo clara, con su
frívola orden de "destruir a los rebeldes", los colonos de todas las estirpes -o clases- no vieron
otra manera de salir de la crisis sino por medio de la guerra.

Y empezando por el estrato de los Hispanoamericanos que se creían españoles, la alie-


nación criolla en los círculos de las élites apareció temprano en el siglo XVII y creció conti-
nuamente en las últimas décadas del siglo XVIII. Como está bien documentado por David
Brading (1991 ), en el momento en que Humboldt visitó Nueva España alrededor de 1800, no
pocos se llamaban a sí mismos "americanos," y exhibían una cierta dosis de amargura hacia
los peninsulares imperiales. La expulsión de los jesuitas de las colonias en 1767 cuando más
de la mitad de ellos en Nueva España eran criollos, no fue bien recibida, aunque la venta
de sus tierras confiscadas benefició a las pocas élites criollas que tenían el crédito suficiente
para comprarlas. Mientras tanto, en Italia, jesuitas exiliados corno Clavijero y sus colegas,
incluyendo al quiteño Velasco, "imaginaron" que sus "comunidades" perdidas se podrían
convertir en naciones.

La alienación de los criollos y de los peninsulares, sin embargo, no era suficiente para pro-
mover un conflicto serio que alcanzara las Cortes de Cádiz después de 1812. Corno ha sido
presentado por Elliott y otros, en ese momento la autoridad española fue reordenada substan-
cialmente. El absolutismo borbónico era irracional, exigente y muchas veces inconstante, pero
era familiar; el rey, fuese Carlos III, IV, o hasta el derrocado pero futuro rey Fernando VII, era
considerado el árbitro de justicia más natural por su pueblo, por los ministros corruptos y por
los codiciosos comerciantes del consulado. Y era· tal la expectativa de los súbditos de las Améri-
cas que todavía pensaban en términos de una monarquía compuesta de los reinos autososteni-
bles y no de las "plantaciones" anónimas y subordinadas sin cuestionarnientos, que producían
las comodidades para el beneficio de la metrópoli privilegiada.

La invasión napoleónica de 1808 fue para los pioneros criollos un experimento de au-
togobierno, que, sin duda, contaba. Irónicamente, la decisión de las Cortes liberales de
transformar a España e Hispanoamérica en un estado transatlántico unificado, basado en
la igual representación entre las partes, hizo la independencia más apetecible para más que
unos pocos soñadores corno Miranda o Hidalgo. Con el compromiso de una sola voz en este
proyecto transatlántico audaz, negada antes por los peninsulares ignorantes, arrogantes y
racistas, los criollos decidieron que no podían aguantar más con ese parlamentarismo de
estilo británico (tampoco mejoraba la situación el hecho de que los comerciantes de Cádiz
no tenían interés en dar apoyo a los colonos del mundo con el comercio y las deudas). Así,
cuando Fernando VII gobernó de nuevo en 1814 su estilo propio de arrogancia y sin alcan-
zar acuerdos, la suerte estaba echada. Igual que en la N ortearnérica británica, tenía que
existir mucho abuso para que la gente que tenía algo que perder buscara una revolución
que la uniera en la lucha armada por la independencia. La mayoría de las élites criollas
solo se animaron a participar en el proceso cuando estaba segura de que sus "revolucio-
nes," en contraste con las de Haití, no iban a sacudir al status qua socio-racial y económico.

79
¿Comparando nabos y coles? ... Kris Lane

Ideas sobre el Imperio Occidental y Oriental

El Imperio Británico, según P.J. Marshall (2005), fue una criatura del siglo XVIII. A pesar de
sus raíces en América y Asia, desde los tiempos de la Reina Isabel, solamente había estado en la
Guerra de Sucesión Española (1702-1713) y su desenlace fue que Gran Bretaña se impuso efec-
tivamente (como un estado en vez de como una banda de piratas-aventureros financiados por
accionistas) en el que por siglos había sido un mundo marítimo ibérico. Se puede decir que los
holandeses dominaron el comercio marítimo global del siglo XVII, o por lo menos que tenían
las ganancias más grandes en el negocio, pero como está demostrado por Jonathan Israel, ellos
sólo lograron esto manteniendo unas relaciones comerciales muy apretadas con España, lo cual
les daba acceso a la plata de Hispanoamérica (Israel, 1989). A la vez, los lingotes de América
española financiaron la compra de especias, seda, gemas, y otros lujos en el Levante, el Golfo
Pérsico, la India, y el Asia suroriental. Solamente la plata japonesa compitió con la hispano-
americana hasta que su exportación fue prohibida en 1668.

Con excepción de Asia suroriental, donde la Compañía Holandesa de las Indias Orientales
(VOC) lentamente cambió al colonialismo terrestre, en las últimas décadas del siglo XVII, con
sus cultivos de plantaciones tropicales, la mayoría de las aventuras ultramarinas de las Provin-
cias Unidas tenían como fin monopolizar el comercio de productos de alto valor y otros nece-
sarios como la sal, usando barcos armados. La idea no era obtener el control de la producción
por medio de la conquista territorial, y mucho menos espiritual o "cultural", lo cual sólo dejó
una huella holandesa muy pequeña. La gran excepción para probar la regla, por supuesto, fue
Brasil, donde la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales (WIC) conquistó la región
nororiental en 1630, solo para volver a perderla en 1654 en una mezcla de resistencia brasileña,
intervención militar española, y ambivalencia de los inversionistas. En breve, esta variedad
"invasiva" de colonialismo no les daba a los accionistas de Ámsterdam muchas posibilidades
de éxito y, por tanto, (a falta de una misión religiosa) no valía la pena sostenerla.

Había, por supuesto, otros participantes entrando en juego. Los franceses, especialmente
en las últimas décadas del reino de Luis XIV, habían estado atrayendo poco a poco el acceso
casi exclusivo de los holandeses a los lingotes hispanoamericanos (vía Cádiz) y su dominio del
mercado del Oriente (especialmente en el Levante). Lo hicieron, como anota J.I. Israel, compi-
tiendo con los holandeses en la venta de textiles de alta calidad hechos con lana y lino. La plata
hispanoamericana ayudó a financiar las actividades comerciales de los franceses en los océanos
Índico y Pacífico donde viejos reclamos de territorio, en Madagascar y sus islas cercanas, fue-
ron consolidados y establecidos como bases para la expansión. Aunque eventualmente serían
reemplazados por los ingleses en India hacia la mitad del siglo XVIII, los franceses después
de la época de Colbert se convirtieron en el único competidor marítimo serio de Inglaterra.
Entonces, era profundamente importante saber cómo Francia iba a ganar acceso a los lingotes
hispanoamericanos poniendo un Barbón en el trono español después de 1700.

Al ganar la Guerra de Sucesión Española, Gran Bretaña se convirtió en la nueva fuerza


marítima después de la Paz de Utrecht de 1713. Un imperio informal construido de manera
indeterminada sobre la base de la empresa privada y defendido con las armas más modernas
(al estilo de un "imperio comercial" holandés) estaba al punto de transformarse a un proyecto

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Kris Lane La Cuestión Colonial

centralizador emanado de un estado-nación dirigido por el Parlamento. Como dice Marshall,


Gran Bretaña cambió de una política caracterizada por la expansión privada (por medio del
comercio, de la migración, y de los residuos seleccionados de la cultura británica) a una de "im-
perio por reinado", con el Parlamento dirigiendo los asuntos y recogiendo las rentas. El cambio
empezó hacia 1750, después de la Guerra de la Oreja de Jenkins, pero se dio aún más después
de la costosísima Guerra de los Siete Años, en 1763.

Como resultado de la intervención británica en el mundo Atlántico el comercio de esclavos


creció asombrosamente en el complejo de plantaciones, y con ello la Armada Real, la nueva
fuerza utilizada para proteger el transporte y abrir los mercados con agresividad. Subyugar
a los piratas en el Atlántico en la década de 1720, como lo presenta Peter Earle (2003), no fue
tarea fácil, y el éxito de esta campaña patrocinada por el estado -una guerra contra la piratería
(en su mayoría súbditos ingleses granujas)- abrió una nueva fase de lo que se puede llamar "el
comercio libre forzado". Los holandeses habían practicado algo parecido usando el poder de
la VOC y de la WIC, pero la diferencia era fundamental: la Armada Real era una fuerza militar
profesional y asalariada, sostenida de los impuestos de los súbditos y no con la financiación de
accionistas. No era una, empresa de piratas al servicio de la corona.

Aunque muchos no querían admitirlo, el transporte británico (y, por extensión, el escocés)
creció en conjunto con la Armada Real, a partir del punto en el que los holandeses lo habían
dejado. A los súbditos de España en América -los consumidores preferidos gracias a sus ríos
de moneda de metal- la eficiencia del transporte británico les bajó el costo de todo, desde la
llevada de los anteojos hasta la movilización de los esclavos africanos. El contrabando, una
vieja costumbre en regiones como Nueva Granada y el Río de la Plata, amenazó de pronto con
eclipsar el comercio monopolístico legal (Klooster en Bailyn, 2009). El aumento en las impor-
taciones de textiles de la India y en el Asia sureña eliminó la fabricación local de productos de
algodón en lugares tan remotos como Cuenca en el Ecuador, mucho antes de la llegada de la
Revolución Industrial (Andrien, 1995; Riello y Parthasarathi, 2009). La supresión del contra-
bando, y el ímpetu tras la creación de los Virreinatos de Nueva Granada (1739) y del Río de
la Plata (1776), creó, desde luego, nuevas desconfianzas entre los criollos y la corona. Pero el
punto más importante es que los cambios en el balance del comercio global, determinados en
gran parte por Asia, iban a tener un efecto inesperado en las Américas. Y esto nos inspira de
nuevo la pregunta: ¿cuál era el valor real de las colonias americanas?

Balance general de la Colonia

¿Cómo miraban Gran Bretaña y España a sus posesiones americanas en la mitad del
siglo XVIII? Para los británicos, como hemos anotado, y como lo afirman la mayoría de los
historiadores, las Trece Colonias tendían a parecer mucho menos importantes al lado de
las islas azucareras de las Indias Occidentales, especialmente, Barbados y Jamaica. Dicho
eso, las colonias continentales que, como Virginia y las Carolinas, producían recursos pri-
marios valiosos como el tabaco, el arroz, y el índigo, eran consideradas de gran beneficio
para los comerciantes de la metrópoli. No tanto porque compraran esclavos sino porque
los dueños de las plantaciones dependían de los comerciantes para el crédito financiero.

81
¿Comparando nabos y coles? ... Kris Lane

En ausencia de metales preciosos, sin embargo, ninguna de las posesiones atlánticas de


Gran Bretaña era apreciada en términos de su potencial como mercado de consumidores. Ese
era el papel de Hispanoamérica y, después del descubrimiento de oro en 1695, también de
Brasil. Muchos historiadores de la economía dicen ahora que la Gran Bretaña virtualmente no
estaba ganando nada de las Trece Colonias por la década de 1770, mientras que México no sólo
se autoabastecía, sino que además costeaba entre 20 y 30 por ciento de las rentas españolas.
La producción de plata en México desde 1772 hasta 1821 fue más del doble del total de todos
/ns años anteriores juntos, con un promedio de 17 millones de pesos acuñados por año, hasta la
independencia (Stein y Stein, 2009).

Las Indias británicas Occidentales, en términos amplios, eran valiosas hasta el punto de que
les permitieron a los comerciantes y consumidores británicos abastecerse con productos tro-
picales y exóticos a precios bajos, principalmente de azúcar. Como hemos dicho, vender más
azúcar significaba obtener más esclavos. Para los comerciantes de Bristol y de Liverpool, entre
otros dirigentes del comercio transatlántico de esclavos, las Indias Occidentales constituían
mercados clave, aunque siempre existía la fuerte tentación de vender algunos esclavos africa-
nos a Hispanoamérica y a Brasil a cambio de oro y plata. Mucho de eso sucedió, y mucho de
eso fue ilegal. En términos comerciales, el Atlántico británico fue una realidad tan temprana
que data de 1750 (a pesar de los problemas con Francia hasta 1748) y la red de conexiones se-
guía solidificándose rápidamente. El resentimiento español sobre este creciente "imperio de
los libres" (con el comercio basado en esclavos y en productos de los propios españoles) iba a
burbujear hasta la década de 1820 y en los años siguientes.

La India Británica, en contraste, todavía no era una idea y mucho menos una realidad en
1750, aunque esa situación iba a cambiar rápidamente. Como dice Marshall, el creciente poder
de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales (EIC) después de la Paz de Utrecht fue visto
por muchos críticos en Gran Bretaña como la mayor trastada y el peor desestabilizante. Visto
con un lente comparativo, los hombres de compañías como Clive aparecen como conquista-
dores retrasados u oportunistas de extraordinario talento. De todas maneras, ellos pronto reci-
bieron castigo por sus "buenas obras" aunque siempre afirmaron, al ser interrogados por sus
actos a su regreso a la Gran Bretaña, que las hicieron para los fines del imperio y no motivados
por sus propios intereses ni por los de la compañía. Efectivamente, como muestra Marshall,
el periodo que siguió a la importante Batalla de Plassey, en 1757, certificó un aumento en el
manejo y control de la compañía por parte de la corona, o más bien del Parlamento, y con esto
llegó una transferencia gradual del poder administrativo al nuevo núcleo fiscal-militar del es-
tado británico.

Lo que aún es incierto es cuál fue la visión que el rey y el Parlamento tenían sobre el
papel primario de Gran Bretaña en la India durante estos años clave, si no contaban con
algo parecido al mandato papal en las Américas de España en 1493. ¿Intervenía la terca
monarquía constitucional británica, igual que la corona española en los primeros años de
su "misión" en América, en la política local para proteger a los nuevos "súbditos hindúes"
de los tiranos locales y de los aventureros, demasiados libres, de las bajas clases sociales
inglesas?. O, ¿tenía el arreglo, básicamente, como fin ganar nuevas rentas para financiar la
expansión global -con la disculpa de que era para defenderse de una Francia codiciosa-?

82
Kris Lane La Cuestión Colonial

Marshall se inclina por el segundo motivo. Un Parlamento empobrecido vio en las provin-
cias sometidas de la India (inicialmente solamente en Bengalí) una manera de sostener al ejérci-
to y su armada sin tener que enviar dinero desde Gran Bretaña. La población creciente de Gran
Bretaña padeció los impuestos más grandes de toda Europa (¡mientras que los colonos norte-
americanos pagaban los impuestos más pequeños entre todos los europeos!). De todas mane-
ras, dice Marshall, el cambio de foco de atención británica hacia el oriente no fue una reacción
a la independencia de los Estados Unidos sino solo una coincidencia feliz (para la metrópoli,
por lo menos). Las historias desde los océanos Índico y Atlántico, argumenta Marshall, forman
parte de un continuurn global y no de etapas radicalmente distintas en el desarrollo imperial.
El dinero siempre fue el nervio de la guerra, y la India, corno la América española, parecía tener
mucho; de hecho, mucha de la moneda de plata de la India tenía su origen en Hispanoamérica
y por siglos había sido importada por los portugueses, holandeses, ingleses, y franceses en el
comercio de especies, telas,' índigo, y gemas.

Pero, en medio de todo este teatro oriental, ¿cómo fue que Gran Bretaña perdió sus veneradas
"plantaciones occidentales" en Norteamérica después de 1776? No fue fácil, pero posiblemente
los británicos no hicieron lo suficiente para guardarlas, quizá por razones económicas que no
eran obvias inmediatamente. Mientras en 1750 las colonias de la costa atlántica eran valoradas
por sus exportaciones, hacia 1770 eran tenidas corno más valiosas debido a su mercado de con-
sumidores cautivos. Estri.ctos "lingotistas" en el Parlamento estaban siendo reemplazados por
mercantilistas más sofisticados de estilo holandés, que apreciaban las ganancias con mayor ries-
go en el mundo financiero, obtenidas en esa época de forzada apertura de mercados. El cambio
llegó con el éxito insólito de la EIC. Las ganancias de la EIC en India y China generaron una
inundación de textiles, especies, té, porcelana, y otros productos en busca de consumidores. Y, si
no podían llevarlos a Gran Bretaña o a Iberoarnérica (con toda su riqueza del oro y plata), ¿quié-
nes en mejor posición que los colonos norteamericanos, que no tenían otras opciones para col-
mar sus deseos de ganar estatus, para comprarlos? Los accionistas británicos, incluidos muchos
parlamentarios, eran demasiado optimistas. Al ser ignorados para decidir sobre sus propios
asuntos, los colonos norteamericanos sólo vieron arrogancia y codicia en la actitud de Londres.

Esta reinterpretación comercial de las colonias centrales de N ortearnérica británica coin-


cidió con la gran demanda de rentas estatales generada por la Guerra de los Siete Años. El
argumento fue que los costos de la defensa iban a ser asumidos por quienes más la necesita-
ban, es decir, por los colonos. Los oficiales ingleses de rango superior sabían del alto nivel de
impuestos en Gran Bretaña y para ellos era perfectamente justo y racional compartir la carga
de la guerra con los colonos, aunque esto fuera una nueva política. Mientras que el pago de los
costos coloniales en la India era similar al sistema tributario que usaba España en las Américas
(sacar la plata de la gente en vez de hacerlo de las minas), los colonos ingleses en América del
Norte percibieron que se estaban encaminando hacia una deuda de servidumbre, o corno ellos
mismos la llamaron, de "esclavitud".

Realmente el asunto no era tan grave, pero los colonos blancos y libres acostumbrados a
hacer negocios con el "obedezco pero no cumplo" típico de la monarquía compuesta, recha-
zaron entonces las nuevas demandas. Si Gran Bretaña quería la guerra con Francia, ¿por qué
los súbditos americanos, quienes preferían poner atención a sus propios asuntos, tenían que

83
¿Comparando nabos y coles? ... Kris Lane

pagar la cuenta, para no hablar de reclutar las tropas?, ¿por qué tenían que hacer sacrificios
y sufrir humillaciones? Los comerciantes, los manufactureros del hierro, y otros en las Trece
Colonias, también se preguntaban ¿por qué, de repente, tenían que ser subyugados a nuevas
restricciones que parecían ir contra las políticas de libre comercio del propio gobierno británi-
co? Las Actas de Navegación habían existido por años, pero siempre habían sido suspendidas
o al menos negociadas. ¿Por qué ahora las ejecutaron sin la flexibilidad anterior? Los dueños
de plantaciones sureñas que afrontaban pesadas deudas a comerciantes ingleses y escoceses,
convencidos de unirse al coro enardecido, entendieron la posibilidad de una independencia sin
la abolición de la esclavitud (en cuanto a la deuda, la Consolidación de Vales Reales iba a tener,
en cierto grado, un efecto parecido en Hispanoamérica después de 1804).

Y, ¿la cuestión de los indígenas?

Una diferencia fundamental en los enfoques imperiales después de 1763, tiene que ver con
"el país de los indios". Los españoles miraban desde Tordesillas a los indígenas beligeran-
tes como "súbditos rebeldes" que tenían eventualmente que ser agregados como campesinos,
vaqueros, mineros y artesanos que pagaran tributo. Los británicos, por su parte, nunca fue-
ron consistentes en sus políticas con los indígenas en sus territorios y se toparon con nue-
vos problemas después de tomar el control del Canadá francés. El "imperio de los libres" de
los británicos, como anota Marshall, implicó siempre una expansión comercial, y migración y
asentamiento, pero no la imposición de un soberano sobre los pueblos nativos y ni hablar de
incluirlos a un sistema tributario. Ese era el impopular modelo usado por los ibéricos (aunque
como hemos dicho, en ese momento lo estaban imponiendo también en la India).

En algunas regiones, los indígenas resistieron fuertemente a los españoles, como los Mapu-
ches en Chile y los Comanches en el norte de México, pero la vasta mayoría de los nativos vivía
sometida bajo el reino español y reconocía al rey de España como al árbitro natural de justicia.
Aceptar a los españoles como a los amos y señores no descartaba la cultura indígena pero sí
implicaba el reconocimiento de una nueva identidad "india", al menos frente a la ley, así como
la demarcación de las tierras comunales de subsistencia. Las misiones, y las prisiones, aumen-
taron rápidamente después de 1763, pero la meta básica de incorporar a los pueblos indígenas
como campesinos sujetos a pagar el tributo se quedó sin cumplir en la sociedad hispanoame-
ricana. En contraste con Pombal en Brasil, reformistas borbónicos como Gálvez, no tenían nin-
gún interés en matar la gallina de los huevos de oro -o de plata- declarando "al indio" como
una categoría legal desaparecida para modernizar las colonias. Además, si alguien guardó sus
privilegios y sus rasgos de identidad corporativa en el viejo modelo compuesto fueron los in-
dígenas de Hispanoamérica.

Algunos teóricos imperiales, e inclusive unos cuantos dirigentes coloniales, pensaron en


la posibilidad de incorporar los pueblos nativos al sistema colonial de manera similar, pero
la idea fue firmemente descartada. Para bien o para mal, ningún grupo en la Norteamérica
británica ganó tales derechos corporativos sobre su tierra o sufrió esas exigencias tributarias, a
pesar de que la mayoría de los pueblos ubicados al oriente del río Mississippi y al sur de la boca
del río San Lorenzo, se dedicaban a la agricultura en sus propios asentamientos. Los tratados

84
Kris Lane La Cuestión Colonial

supuestamente "internacionales" con los indígenas, en cambio, designaron límites o fronteras


para el avance de los colonos anglos, pero esas líneas siempre fueron movidas una vez que el
Uti possidetis resultó en retaliación por parte de las naciones nativas. Si hay algún parecido en
este punto entre el norte y el sur, es que los pueblos indígenas vieron a los reyes de Inglaterra
o de España como a los "Grandes Padres", como una barrera de separación entre los colonos
invasores y ellos mismos, funcionalmente las coronas fueron consideradas por los indígenas
como los árbitros de último recurso.

Los franceses en Norteamérica habían seguido un camino intermedio. Rodeados por muchos
pueblos indígenas (y por el hielo), no tenían más opción que reconocer al soberano de los nativos
que rodeaban sus puestos de avanzada en los lugares lejanos; pero a la vez, intentaron llevar el
catolicismo a los habitantes, y en algunos casos, transformaron la vida cotidiana de algunas co-
munidades indígenas. En asuntos aborígenes, el interés básico de la corona francesa se concentró
en mantener el apoyo de los aliados en el conflicto contra los anglo-americanos, disminuyendo
así la posibilidad de cambiar el estatus de los indígenas a súbditos tributarios. La pobreza extre-
ma de Nueva Francia en comparación con las islas azucareras del Caribe era cada vez más nota-
ble; sin embargo, la colonia en Canadá produjo muchas pieles por medio de las redes comerciales
indígenas que se extendieron largamente dentro del continente norteamericano. La victoria de la
Gran Bretaña en la Guerra de los Siete Años implicó que los arreglos únicos que tuvieron lugar
entre los franceses y los indios en Québec fueran ahora un asunto británico.

Indios como siervos catolizados (o como esclavos en Brasil), indios como enemigos al otro
lado de una frontera nunca respetada, indios como aliados y socios de comercio: esas variadas
aproximaciones pragmáticas a la "cuestión de los indios", aplicadas por siglos en las Américas,
tenían, sin duda, su influencia en las luchas por la independencia y estaban sumadas a la de-
mografía variable de las colonias. Muchos conceptos diferentes surgieron sobre en qué consistía
"el país de los indios". En los términos de Benedict Anderson: ¿estaba adentro o afuera de la
"comunidad imaginada"? En Hispanoamérica, probablemente, estaba más adentro: de hecho,
"el país de los indios" constituía una gran parte del mundo rural, la "república de indios" reco-
nocida por la ley. En Angloamérica, estaba afuera: "el país de los indios" era "la tierra salvaje"
más allá de las montañas. En Francoamérica, estaba adentro y afuera: todo con la excepción de
unos pocos enclaves franceses y los métis de aquí y allá, sobre la orilla del río San Lorenzo.

¿Futuros ciudadanos? Pagadores de impuestos, esclavos y tributos

Por las últimas décadas del siglo XVIII, las poblaciones indígenas de Hispanoamérica
estaban repuntando y de los 12 millones de súbditos que habitaban la gran masa continental
del Imperio hacia 1780, más de la mitad eran identificados por la ley como "indios". Eso
significó para los Barbones un recurso creciente en las rentas en forma de tributos, un hecho
que fue claro en Quito, donde ambiciosos oficiales aumentaron ingentemente los ingresos
para el tesoro entre 1770 y 1780 sin estimular de ninguna manera la economía: simplemente
"minaron" a los indios con más eficiencia, saldando viejas prácticas de evasión de impuestos
con un sistema de penas y recompensas para los caciques y forzando a los mestizos que estaban
exentos de pagar rentas a matricularse en las listas adecuadas (Andrien, 1995; Minchom, 1994).

85
¿Comparando nabos y coies? ... Kris Lane

Imponer demasiadas rentas a los pueblos nativos, como más adelante descubrirían los bri-
tánicos en la India, podía provocar reacciones explosivas. Los impuestos selectivos por "raza",
también reforzaban la estructura corporativa instalada después de la conquista, haciendo más
difícil cambiar las relaciones establecidas entre los varios grupos de las sociedades coloniales.
Los esclavos africanos y sus descendientes, cuyo número en Hispanoamérica está aún sin
confirmar, aunque probablemente fueron alrededor de medio millón en 1780 (más o menos
igual a la población de esclavos en los Estados Unidos o en el Caribe británico en el mismo
momento), estaban exentos de los pagos tributarios, pero también vivían limitados "corpo-
rativamente" por ley. A pesar de las variaciones locales y de algunas raras excepciones, la
política española era efectiva en prevenir una alianza entre indios y negros que desafiara
directamente al poder estatal.

En términos de los impuestos y la identificación de los indios, como hemos visto, no exis-
tía un sistema análogo al español en la Norteamérica británica, y la esclavitud también fue
diferente en forma y en tamaño. Como está dicho, de una población de algunos 2,3 millones
en el momento de la independencia, los esclavos africanos y sus descendientes eran la mi-
noría más grande, con unos 470.000. En contraste con Hispanoamérica, a los esclavos en las
colonias británicas les faltaban caminos hacia la libertad, y los ingleses no tenían intenciones
serias de convertirlos, como sí las tenían otros afroamericanos. Ellos vivían, en la mayoría de
los pueblos, llevando vidas muy separadas, inclusive cuando compartían los mismos hogares
con los blancos. Esa profunda distancia social, constantemente reforzada por ley, implicó tal
vez que los americanos de descendencia africana no tuvieran muchos intereses en común con
los blancos en general, y mucho menos con los dueños de esclavos; y probablemente indujo a
muchos de ellos al lado de la corona -o, por lo menos, a considerar la posibilidad de apoyar el
rey- cuando estallaron las guerras de la independencia. Los que se quedaron con el gobierno
imperial lo hicieron con la vana esperanza de una recompensa.

Conclusión

Comparar el camino que siguieron los Estados Unidos con el de muchas de las repúblicas
de Hispanoamérica continental no es tarea fácil, y aquí no ofrecemos ninguna comparación
sistemática. Otros ya han hecho eso y lo han hecho bien. En cambio, este ensayo ha querido
ofrecer un contexto más amplio, y a veces global, dentro de lo que se puede examinar de las
trayectorias del anticolonialismo en los Estados Unidos y en Hispanoamérica. También ha in-
tentado atraer la historiografía reciente sobre Haití, la diáspora africana, y la política indígena
a la discusión, con la esperanza de abrir nuevas perspectivas sobre la independencia.

A pesar del hecho de que en términos generales los dos movimientos de independencia
americana pueden estar ubicados cómodamente dentro de la tendencia "revolucionaria atlántica"
más grande de las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del siglo XIX, he presentado el
argumento que al fin se comparan como nabos y coles, que las diferencias son mayores que las
similitudes locales, así como imperiales. Estas incluyeron diferencias profundas en el momento
preciso de comenzar la lucha para la independencia, y también en la oferta de recursos (para no
hablar del tamaño físico), la demografía, la cultura religiosa, y las tradiciones políticas. El estatus

86
Kris Lane La Cuestión Colonial

de las Trece Colonias dentro del creciente Imperio Británico en 1776 no era comparable con el que
la Hispanoamérica continental tenía para el Imperio Español en 1808. Hispanoamérica era muy
rica en plata, productos tropicales, y contaba con un número progresivo de indios tributarios.
La pérdida para España fue de escala colosal, mientras que para Gran Bretaña sólo fue una
humillación menor. En términos globales, es difícil pensar que las victorias de los Estados Unidos
de América no estaban encadenadas con las pérdidas de la India.

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89
Colonia, nación y monarquía. El concepto de colonia y la cultura política de
la Independencia

Francisco Ortega

Los vastos y preciosos dominios que España posee en las Indias no


son propiamente Colonias o factorías, como las de otras naciones
sino una parte esencial e integrante de la monarquía española(. .. ).

Real Orden de la Junta Suprema de Sevilla (1809)

Paradigmas: la nueva historia social, la nueva historia política

H
asta finales de la década de los setenta el término colonial tenía la indiscutible virtud
de dotar el análisis histórico de las relaciones sociales en América durante el periodo
de dominación española con una contundencia que era a la vez llena de finalidad y
engañosa. Advirtiendo esta situación, Enrique Tandeter señalaba en 1976 en un breve artículo
titulado Sobre el análisis de la dominación colonial la urgente necesidad de pensar la especificidad
del "hecho colonial" americano, es decir, "el carácter colonial de la formación social" durante
los trescientos años de dominación española (Tandeter, 1976: 155). En ese artículo, Tandeter se-
ñalaba cómo el análisis social del periodo había sufrido un estancamiento producto de la adop-
ción acrítica de los modelos de análisis sobre el fenómeno de expansión imperial anglosajona y
francesa y propone, en cambio, "construir para cada formación -en este caso la americana- el
objeto teórico correspondiente". Más concretamente Tandeter propone "trabajar en la elabora-
ción del concepto de explotación colonial corno clave para producir las ideas propias de las for-
maciones sociales coloniales americanas de la época de la acumulación originaria" (1976: 156).

El llamado de Tandeter ocurre en el umbral de una nueva historia que abordaría con energía
Ybrillantez la elucidación de los factores económicos y de las fuerzas sociales que definieron la
naturaleza conflictiva de las sociedades americanas y su inserción en la economía mundo desde

109
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108
Colonia, nación y monarquía. El concepto de colonia y la cultura política de
la Independencia

Francisco Ortega

Los vastos y preciosos dominios que España posee en las Indias no


son propiamente Colonias o factorías, como las de otras naciones
sino una parte esencial e integrante de la monarquía española(. .. ).

Real Orden de la Junta Suprema de Sevilla (1809)

Paradigmas: la nueva historia social, la nueva historia política

asta finales de la década de los setenta el término colonial tenía la indiscutible virtud

H de dotar el análisis histórico de las relaciones sociales en América durante el periodo


de dominación española con una contundencia que era a la vez llena de finalidad y
engañosa. Advirtiendo esta situación, Enrique Tandeter señalaba en 1976 en un breve artículo
titulado Sobre el análisis de la dominación colonial la urgente necesidad de pensar la especificidad
del "hecho colonial" americano, es decir, "el carácter colonial de la formación social" durante
los trescientos años de dominación española (Tandeter, 1976: 155). En ese artículo, Tandeter se-
ñalaba cómo el análisis social del periodo había sufrido un estancamiento producto de la adop-
ción acrítica de los modelos de análisis sobre el fenómeno de expansión imperial anglosajona y
francesa y propone, en cambio, "construir para cada formación -en este caso la americana- el
objeto teórico correspondiente". Más concretamente Tandeter propone "trabajar en la elabora-
ción del concepto de explotación colonial como clave para producir las ideas propias de las for-
maciones sociales coloniales americanas de la época de la acumulación originaria" (1976: 156).

El llamado de Tandeter ocurre en el umbral de una nueva historia que abordaría con energía
Y brillantez la elucidación de los factores económicos y de las fuerzas sociales que definieron la
naturaleza conflictiva de las sociedades americanas y su inserción en la economía mundo desde

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Colonia, nación y monarquía .. Francisco Ortega

el siglo XVI. En efecto, desde la década siguiente historiadores como el mismo Tandeter, Carlos
Sempat Assadourian, John Lynch, Germán Colmenares, Heraclio Bonilla y muchos otros, han
revelado los contornos cada vez más precisos de aquello que, precisamente, podríamos llamar,
siguiendo a Juan Carlos Garavaglia, la relación colonial "sea que lo asumamos desde el punto
de vista político, sea que lo estudiemos desde una mirada estrictamente económica" (Garava-
glia, 2005): la inserción, a través de la conquista y sujeción, de los territorios americanos en un
emergente sistema económico global; la extracción de bienes primarios -esencialmente oro y
plata- como fundamentos mercantilistas de la relación con España y Europa; la reorganización
de las sociedades indígenas y la creación de un mercado interno americano inicialmente supe-
ditado a la economía de extracción de bienes primarios; el repartimiento, la mita, la esclavitud
y otras modalidades de trabajo forzado, como los modos establecidos de participación en dicha
economía mundo de los indígenas americanos, los esclavos africanos y otros grupos subordi-
nados en América; el monopolio comercial y las estructuras tributarias como modalidades de
presión fiscal que producían un flujo de valores constante de las colonias a las metrópolis; el
aparato evangélico como modalidad de control social; las reformas administrativas, fiscales y
militares del siglo XVIII que buscaban optimizar la rentabilidad de las colonias de acuerdo con
las nuevas condiciones geo-políticas.

Por otra parte, y como corolario de lo anterior, la historia económica y social hacía eviden-
te una serie de tensiones que habían transformado las sociedades americanas para finales del
siglo XVIII y operaban como factores de preparación para la Independencia: el surgimiento
de élites locales cuyos intereses paulatinamente americanizaron la economía imperial y la
empujaron -por lo menos para el caso de importantes sectores productivos- en dirección
de una creciente autonomía frente a España y sus agentes oficiales o comerciales; la presión
fiscal de un imperio en bancarrota y comprometido en delicados escenarios internacionales,
resentida -esa presión- cada vez con más vehemencia por las élites americanas; la penetra-
ción del aparato administrativo por redes clientelares tan o inclusive más fieles a las lógicas
locales que a las metropolitanas; el vertiginoso crecimiento de poblaciones mestizas urba-
nas y rurales y el concomitante surgimiento de una cultura popular cuya simbología -por
ejemplo, la Virgen de Guadalupe- era de profundo arraigo americano y local; las oleadas de
revueltas populares a lo largo del siglo XVIII en contra de las reformas implementadas por
la Corona; la aparición del caudillaje como modalidad de solidaridad social que vinculaba
efectivamente el ámbito rural y urbano y constituyó la forma de ingreso de amplios sectores
sociales a las guerras revolucionarias; la llegada de nuevos lenguajes políticos e ilustrados
que facultaban a la élite para desarrollar una crítica a las relaciones coloniales, y muchos
otros factores más, todos los cuales parecían explicar las guerras de la independencia y la
ruptura del vínculo colonial.

A mediados de los noventa comienza con fuerza otro proceso de renovación de la historio-
grafía del periodo, esta vez de la mano de Fran~ois Guerra y, en menor medida, Antonio Anni-
no y Jaime Rodríguez. Como la anterior, que cobra impulso a partir de un déficit notable en la
teorización del hecho social, la nueva historia de lo político (por darle un nombre no necesaria-
mente aceptado de manera unánime por todos los que en ella se ven englobados) introduce un
correctivo a nuestra acostumbrada percepción de lo político como un fenómeno estrechamente
institucional y de carácter instrumental. Para Guerra y otros la comprensión de las acciones

110
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

individuales y colectivas no es reducible a causalidades socio-económicas y la reproducción


social no depende exclusivamente de las estructuras sociales sino que debe contar con la par-
ticipación de los sujetos -en tanto actores sociales-. Luego, una comprensión de estas acciones
y sus significado social sólo se hace posible a partir de una atención especial al lenguaje del
periodo, las representaciones y sus contenidos simbólicos, los verdaderos fundamentos de lo
político (Guerra, 1989). El objetivo, por tanto, será entender mejor las motivaciones e intencio-
nes de los protagonistas.

El ejercicio revisionista ha replanteado la centralidad de las tensiones sociales arriba detalla-


das en tanto factores causales del proceso de las independencias. Para sus practicantes el llama-
do de Tandeter a teorizar "las formaciones sociales dependientes" (Tandeter, 1976: 152) resulta,
en el mejor de los casos, enigmática; en el peor, anacrónico. Para entender mejor este argumen-
to, veamos su desarrollo en un artículo que publica Annick Lernpériere, colega y colaboradora
cercana de Guerra, en el número 4 del 2004 de la revista Nuevo Mundo, Mundos Nuevos de la
Escuela de Altos Estudios de París 1 • Lernpériere impugna el término "colonial" como uno de
esos conceptos anacrónicos que responde más a un uso ideológico que a una descripción cien-
tífica del periodo y, por tanto, cuestiona la eficacia de esa condición relativamente "objetiva"
que la historia social había identificado como colonial en relación con los hechos que marcaron
el comienzo de la Independencia.

Lernpériere señala que desde las primeras fechas de la llegada de los europeos a América
hasta -por lo menos- principios del siglo XIX, el término "colonia" significa -siguiendo la
antigua convención romana- un asentamiento que se establece fuera de su comunidad políti-
ca original. Colonizar, escribe Lernpériere, significa "ante todo poblar; una migración y una
fundación que no implicaban la dominación de un pueblo sobre otro, sino la torna de posesión
de un territorio" (2004c: 114). Esta visión de poblaciones que son extensiones de la matriz
europea habría facilitado, en parte, la evolución de una institucionalidad y cuerpo jurídico en
el que las provincias americanas hacían parte integral de la Corona española. A su vez, a esa
institucionalidad le correspondía una adhesión que no era impuesta ni el resultado de la for-
taleza militar de la Corona, sino de la común implicación en el ideario monárquico, católico,
corporativista y pactistas, en suma, una sincera pertenencia por largo tiempo elaborada y que
contaba con la participación de amplios sectores sociales, desde los criollos hasta las castas y
los indígenas.

Esa común implicación en un ideario compartido -evidente en las motivaciones y


aspiraciones de los actores, de sus lenguajes y prácticas, sus sistemas de asociación y
sus modalidades de reclamo- llevará a Lempériere, siguiendo a Guerra, a identificar
el contexto euroamericano como el conjunto geo-social y cultural mínimo de análisis
dentro del cual estas acciones se vuelven inteligibles. La adopción de Euroamérica como
unidad de análisis, dentro del cual las provincias americanas adquieren su singularidad,
constituye un abandono del "marco nacionalista y la interpretación 'colonialista' tradi-
cionalmente imperantes en la historiografía" (Lempériere, 2004a: 407). Por eso, es más
apropiado comparar a la Nueva Granada con Aragón o inclusive Nápoles que con Haití,

((La 'cuestión colonial'». Incluido en el dossier "Debate en tomo al colonialismo" (véase 2004b). Publicado posteriormente, con ligeras mo-
dificaciones, como Lcmpériere (2004c) y, más recientemente en Carrillo y Vanegas (2009).

111
Colonia, nación y monarquía .. Francisco Ortega

las posesiones británicas en el Caribe o, lo que se considera aún más desatinado, con la
dominación colonial impuesta por Inglaterra sobre la India a finales del siglo XVIIF.

Para Lempériere el proceso de fragmentación decisiva de esa comunidad hispánica a partir


de 1810 será consecuencia de tma situación inesperada -la crisis de legitimidad que emana de
la vacatio regis y la invasión napoloeónica de 1808-. Aún más, dirá siguiendo a Fran~ois Guerra,
la reacción inicial, unánime e idéntica a ambos lados del Atlántico, será la de jurar lealtad al
Rey (Guerra, 1993 y 2005) 3 • En ningún momento los americanos, criollos o de otros estamentos,
en 1808 se presentaron como sujetos colonizados enfrentados en una lucha por la liberación
nacional. Y, de ese modo, para Guerra y Lempériere no se puede decir que existía un fermento
social local que propiciara e hiciera inevitable el rompimiento con España.

El futuro rumbo de las sociedades americanas estará marcado por las lentas "mutaciones"
políticas que ocurren durante una buena parte del siglo XIX y que son el producto -no del
nacionalismo americano violentamente reprimido por siglos- sino de la corrosiva y convulsa
penetración de la modernidad política europea en las sociedades tradicionales americanas4 •
Las guerras civiles no son más que la disputa por el poder de españoles de ambos lados del
Atlántico en un escenario donde la nueva lógica política se va a desarrollar de manera inexo-
rable. En todo caso, en palabras de Lempériere, "he aquí el punto medular, en aquel entonces
y hasta bien entrado el siglo XIX, 'colonia' y 'colonial' no tenían ningún contenido ideológi-
co" (2004c: 115).

La condición colonial es un mito del periodo de la independencia: «'Los patriotas criollos,


señala Lempériere, renegaron de su pasado de colonizadores y colonos para hacer suya la
condición de 'colonizados'» y crear la valoración negativa del periodo de pertenencia a la mo-
narquía hispánica (2004c: 110). Un mito cuya génesis se puede ubicar entre 1810 y 1820 como
efecto calculado de los criollos americanos para desplazar las autoridades virreinales y poner
en marcha sus propios proyectos políticos de autonomía. «La adopción, por parte de los crio-
llos -señala Lempériere en otra parte- de la apelación 'colonias' para calificar lo que fueron
hasta 1808 los 'reinos' americanos de la monarquía española fue contemporánea del cambio de
indentidad de 'españoles americanos' a 'americanos'» (Lempériere, 2004a: 411). Lempériere re-
mata señalando que "De colonia a colonial, se pasó, en el siglo XIX, a 'colonialismo', con lo cual
'la cuestión colonial' entró de plano en el campo de la ideología y de la política" (Lempériere,
2004c: 108). Por tanto, para el historiador apelar al concepto de colonia y a la categoría colonial
implica un uso acrítico y maquinal, tendencioso y deificado (2004c: 107).

Ahora bien, si aceptamos esta conclusión, de orden no sólo conceptual sino también so-
cial, nos vemos obligados a preguntar ¿es posible aún hablar de la cuestión colonial, como tan in-
2 Para LmnpériCre las consecuencias de usar el té1mino colonial para designar las tensiones sociales y culturales que subyacían las comu-
nidades mncricanas era la de "aislar el conjunto de nuestra historiografia de otras que, dedicadas también a grandes conjuntos políticos
y culturales, bien podrían proporcionamos modelos de referencia e instrumentos de rigor y de heurística en cuanto a lo aparentemente
singular de nuestro objeto de estudio". Según Lampériere, este sería el caso del Imperio otomano. Sin e1nbargo, para una respuesta al
respecto, véase la la réplica de Sanjay Subrahmanyarn (2004).
3 La argumentación de Lampériére vuelve explicita una premisa presente en el libro ya clásico de Frarn;ois Guerra (1993).
4 Valga la pena este pie de nota para señalar que la noción de "mutación" que tan eficazmente ha servido para designar las rupturas y
transformaciones repentinas en un momento particular, se ha convertido en una suerte de categoría talismán que necesita ser reexaminada
critica y analíticamente. Alain Pons identifica los origenes de Ja categoría en la literatura política del renacimiento italiano (particular-
mente en los escritos políticos de Maquiavelo y de Giucciardini) para designar las alteraciones tnás o menos brutales en la vida citadina
y que se dirigen al cambio de Jos oficiales o de la forma de gobierno. Véase la entrada "Mutazione" en Cassin (2004).

11')
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

cisivamente se anunció en el título del simposio que dio pie a esta comunicación? ¿No tendríamos que
renunciar a la convocatoria que nos hacía Tándeter en 1976 y nos renueva Heraclio Bonilla en el 2009?

Colonia: de palabra a concepto

Pero antes de profesar cualquier renuncia examinemos con mayor cuidado el argumento
de Lernpériere. Aún más, hagárnoslo desde su premisa fundamental -que creo correcta- de la
utilidad y necesidad de -para decirlo con palabras del historiador alemán Reinhart Koselleck,
fundador de la escuela conceptual y más o menos afin al grupo de Guerra y Lernpériere- "in-
vestigar los conflictos políticos y sociales del pasado en el medio de la limitación conceptual de
su época y en la autocomprensión del uso del lenguaje que hicieron las partes interesadas en el
pasado" (Koselleck, 1993: 111).

Una mirada a las definiciones tempranas del vocablo colonia parece confirmar el argumento
de Lernpériere. Según el Diccionario de Autoridades de 1729, el término Colonia significa "pobla-
ción o término de tierra que se ha poblado de gente extrangera, trahida de la Ciudad Capital,
u de otra parte", definición que es prácticamente una repetición de la que aparece en el dic-
cionario de Covarrubias (1611) e inclusive en Las Etimologías romanceadas de San Isidoro (c. 630;
reeditado 10 veces en el siglo XVI) y que da cuenta de una estabilidad semántica de largo plazo.
Corroborando esa larga duración, el Diccionario de Autoridades añade: "Los Romanos llamaban
tarnbien assi a las que se poblaban de nuevo de sus antiguos moradores. Es voz puramente lati-
na. Colonia ( ... ) En toda España fueron en aquel tiempo veinte y cinco las colonias, que se deben
entender de Ciudadanos Romanos ( ... )". Notemos que en esta definición, asignarle el término
colonia a un territorio tiene connotaciones positivas al ser un reconocimiento que el Senado
romano les otorgaba a las poblaciones reconocidas corno notables en el dominio imperial. Los
habitantes de las colonias hacían parte de la república y eran reconocidos corno ciudadanos,
miembros partícipes de la comunidad política del imperio, inclusión que ya aparecía explícita
en el Vocabulario español-latino de Nebrija en 1495. El colono, decía el Vocabulario de Nebrija, es
el ciudadano de la colonia5 .

Ciertamente, la noción de colonia corno asentamiento tiene una preeminencia en la literatura


neoclásica del siglo XVIII. Un ejemplo distinguido, pero de ninguna manera único, es Medallas
de la colonias, municipios y pueblos antiguos de España del agustino Fray Henrique Flórez (1758),
tratado de numismática que examina los antiguos sellos y blasones de los pueblos de España,
con particular atención a los otorgados por Roma. Ese uso es relativamente extendido y compar-
tido en América, corno lo hace evidente el sermón de Nicolás Moya de Valenzuela, presbítero ae
Bogotá, en el que fustiga la revolución francesa y conmina a las colonias -las provincias ameri-
canas- a demostrar su patriotismo contra la herejía francesa 6. Aún más diciente, en plena crisis
que terminará con el colapso del imperio, Camilo Torres, el llamado ideólogo de la revolución
5 "Ciudadano de alguna colonia. Colonus". Nebrija (1951). Por su parte, el Diccionario de Autoridades (1729) define Colono como "el
labrador que cultiva y labra alguna tierra por arrendamiento". Esta misma definición será recogida por el Diccionario universal latino-
español dispuesto de Manuel de Valbuena (1808).
6 El sermón, publicado el 27 de marzo de 1795 en el Papel Periódico de Santafe de Bogotá como ejemplo de patriotismo, dice: "Que la
distancia de vuestras colonias hace que mireis ¡o Americanos! La guerra ofensiva a la Nación como la pintura de una batalla que divierte
1nás bien que horroriza. No quiero decir, que mirais con indiferencia la causa nacional. Me consta que habeis consagrado alegres vuestros
bienes a la defensa de la Patria( ... ); mas ya que el océano os separa del campo de vuestros enemigos, y reposaís en el seno de la paz, no
quiero yo que las delicias de esta os hagan olvidar ni un punto las obligaciones de la Religión, y del patriotismo".

113
Colonia, nación y monarquía .. Francisco Ortega

neogranadina (Gómez, 1962: V. 2, 44), aceptará el término de colonia en la "Representación del


Cabildo de Santafé a la Junta Central" (noviembre de 1809) para referirse a las provincias ame-
ricanas como parte integral e inalienable de la nación española. Su uso es ciertamente polémico
y ya tendremos oportunidad de regresar a la "Representación". Sin embargo, todo esto parece
prestarle apoyo al argumento de Lempériere sobre el anacronismo del adjetivo "colonial" para
describir las relaciones de América para con España y Europa.

Esa definición correspondía, no sin tensiones y ambigüedades, con el estatuto jurídico de


los dominios americanos. Los territorios adquiridos por la conquista en el siglo XVI ingresan
-por Real Cédula de Carlos I- en condición de reinos de Castilla y su enajenación queda ex-
presamente vetada7• El término de colonia, cuando presente en las codificaciones legales -por
ejemplo, la Política Indiana (1647) de Juan de Solórzano, las Leyes de Indias (1680) o las Notas a
la Recopilación hechas por Manuel Josef de Ayala (1795)- designan y reglamentan las varias
formas de poblar, es decir, de hacer nuevos asentamientos en los territorios ya integrados 8•
Es, por tanto, cierto que desde el punto de vista jurídico, América no tenía una condición legal
inferior, corno aquella que caracteriza las posesiones coloniales durante el siglo XIX y XX. Sin
embargo, es igualmente cierto que la existencia de las dos repúblicas -de indígenas y españo-
les- con todas sus connotaciones evangélicas y sociales introducía una subordinación efectiva
de la población indígena que se expresaba en obligaciones impuestas, entre las que se conta-
ban las ya mencionadas formas de trabajo forzado y la tributación9. Por otra parte, su aparato
administrativo -por ejemplo, la Casa de Contratación, el Consejo de Indias- la dotaba de un
estatuto administrativo particular en relación con otros reinos de la Corona y con una función
económica muy precisa. Digamos, por tanto, que los reinos americanos -aún sí incorporados
en el sentido romano- eran una colonia particular cuya participación en la Monarquía ocurría
precisamente gracias a esa calidad diferenciadarn

En 1780, el diccionario modifica-ligera pero sustancialmente- la definición de Colonia ofre-


cida por el diccionario de 1729. Veamos, Colonia: "Cierta porción de gente que se envía de

7 El veto queda consagrado en la Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias (1681): "Por donación de la santa Sede apostólica y
otros justos y legítimos títulos, somos Señor de las Indias Occidentales, Islas y Tierra-:fi1me del Mar Océano, descubiertas y por descubrir,
y están incorporados en nuestra Real Corona de Castilla. Y porque es nuestra voluntad, y lo hemos prometido y jurado, que siei.npre per-
manezcan unidas para su mayor perpetuidad y firmeza, prohibimos la enajenación de ellas. Y mandamos que en ningún tiempo puedan ser
separadas de nuestra real corona de Castilla, desunidas ni divididas, en todo ó en parle, ni sus ciudades, villas ni poblaciones, por ningún
caso ni a favor de ninguna persona.( ... ) Y si Nos ó nuestros sucesores hiciéremos alguna donación ó enajenación contra lo susodicho, sea
nula, y por tal declaramos" (Libro 3, título ~ ley 1).
8 Así, pues, las Leyes de Indias ordenan que "cuando se sacare colonia de alguna ciudad tenga obligación la justicia y regimiento de ha-
cer describir ante el escribano del consejo las personas que quisieran ir a hacer nueva población, admitiendo a todos los casados hijos
y descendientes de pobladores, de donde hubiere de salir, que no tengan solares, ni 1ierras de pasto y labor, y excluyendo a los que las
tuvieren, porque no se despueble lo que ya está poblado" (Ley XVIIT del tltnlo 7 del Libro IV "De los descubrimientos"). Véase Altamira
y Crevea (1951: 66). Señalemos igua11nente que no es un uso exclusivo para América. Durante el programa de colonización de la Slerra
Morena, dirigido por el intendente Pablo de Olavide en 1767, el término colonia aparece con regularidad en las fuentes para designar los
asentamientos de los centroeuropeos imnigrantes en la región.
9 Estas obligaciones no se corresponden a las asumidas por otros reinos y poblaciones europeas -como Nápoles, Aragón o Sicilia- cuya
incorporación a la Corona descansaba en una legitimidad de origen dinástico y no como producto de conquistas violentas. Juan Carlos
Garavaglia, en su respuesta a Lempériére, escribe que "De los derechos que otorga la conquista militar, a aquellos resultantes de la le-
gitimidad dinástica, hay un campo jurídicamente inmenso. Por lo tanto, llamar a esto subordinación colonial, no parece fuera de lugar"
(2005).
1O El argentino Ricardo Zorraquín Becú señala que "las Indias, no obstante Ja personalidad o autonomía que el Derecho les había acordado,
se encontraban en un estado de acentuada dependencia respecto de Castilla. No de la Corona, de la cual formaban parte. integrante, sino
del reino y de la comunidad castellanos. Las diversas disposiciones que limitaron la supre1nacía que teóricmnente debió tener el Consejo
de Indias, y la influencia que los peninsulares ejercieron sobre el gobierno de estas provincias, crearon una situación evidentemente su-
bordinada respecto del reino principal. Esta situación se podría comparar con la que contemporánean1ente tuvieron otros reinos unidos
accesoriamente a Castilla, como León, Toledo o Galicia, con la diferencia notable de que estos últimos participaban -en las Cortes o en
el Consejo de Castilla- en la dirección del conjunto, mientras las Indias no tuvieron nunca esa posibilidad" (J 975). Para una perspectiva
diferente, pero igualmente útil véase Góngora (2003).

114
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

orden de algún príncipe, ó república á establecerse en otro país: llárnase también así el sitio, ó
lugar donde se establecen" (RAE, 1780). Dos son los cambios que nos importa remarcar. En
primer lugar, la omisión completa en el diccionario de fin del XVIII de la referencia a Rorna y al
colono corno ciudadano (recordemos que esas referencias habían sido componentes esenciales
de la definición de colonia por casi 1000 años). Señalemos que es un borrarniento doblemente
peculiar, pues borra el carácter republicano de las colonias precisamente en el rnornento en que
un fuerte neorepublicanisrno se pone en boga en el mundo hispánico. En segundo lugar, la
emergencia de una finalidad (es el príncipe quien envía) cornpletarnente ausente en las definicio-
nes previas del vocablo. Ahora bien, una vez que los diccionarios son fuentes poco indicadas
para explorar alteraciones y transformaciones semánticas (su carácter es esencialmente conser-
vador), no parece fácil ni rnuy docto inferir mucho de estas leves variaciones. Sin embargo, en
estos casos una alteración, por leve que sea, nos debe alertar sobre la posibilidad de transfor-
maciones rnás profundas en la experiencia histórica y remitirnos a otros tipos de fuentes que
nos permita comprender su significado social.

Digamos aún rnás, siguiendo a Koselleck, que esa turbulencia semántica a lo largo del siglo
XVIII -en el contexto geopolítico de una renovada expansión colonial europea- es un fuerte
indicio que el vocablo "colonia" deja de ser una simple palabra y adquiere el estatuto de con-
cepto político fundamental. Recordemos que para Koselleck los conceptos (a diferencia de las
simples palabras) son estructuras semánticas que adquieren su condición estructurante de la
experiencia histórica debido a su capacidad de comunicar significados diversos y adversarios,
es decir, a su condición polisérnica. En efecto, una palabra se convierte en concepto si "la totali-
dad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para el que se
usa una palabra, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra" (Koselleck, 1993: 117).
Un concepto constituye sirnultánearnente índices de las luchas socio-políticas y factores de esas
luchas al constituir horizontes de acción futura y "límites para la experiencia posible y para la
teorización concebible" (1993: 118).

Esa calidad de índice y factor significa que el concepto -en este caso el de colonia- identifica
las "diferentes capas de la economía de la experiencia de la época que entran en la frase" (1993:
108). Sin embargo, la polisemia no es suficiente. La calidad de concepto, señala Koselleck, sólo
se adquiere cuando una palabra es disputada corno estrategia de enunciación de intereses con-
trarios, es decir, cuando el rnisrno se convierte en el objeto de la política. He alú la razón funda-
mental -con la que coincido plenamente con Guerra y Lernpériere- por la cual toda descripción
histórica debe tornar en serio el lenguaje de sus actores. Y esto es importante porque la obje-
ción de Lernpériere no es lexical -objeción que, corno bien indica Koselleck, no es óbice para la
labor del historiador (1993: 124-125)-, sino fundamentalmente conceptual y social.

Sea este el rnornento de enunciar rni tesis tan claramente corno sea posible. Las turbulencias
del concepto colonia durante el siglo XVIII son indicios de su tránsito de vocablo unívoco y
relativamente poco polémico a concepto sociopolítico fundamental de la modernidad occiden-
tal e ibérica. Esto quiere decir que para comienzos del siglo XIX se cristaliza conceptualmente
una comprensión de la experiencia colonial, rnarcadarnente diferente a la de principios del
siglo XVIII. Esa conceptualización será usada corno prisma de manera variada y polémica por
actores del mundo ibérico para designar, evaluar o criticar la relación de América con España.

115
:olonia, nación y monarquía .. Francisco Ortega

La tesis así formulada no intenta restituir visiones decimonónicas de la independencia como


cruzada anticolonialista de liberación nacional. Tampoco desconoce los aportes significativos
de la nueva historia política que identifican una cultura política compartida por los habitantes
de la monarquía a comienzos del siglo XIX. Pretende, eso sí, restituir una dimensión conflicti-
va dentro de esa gran comunidad que, a mi juicio, ha permanecido impensada. Entendida de
ese modo, la pregunta a desarrollar en el curso de este trabajo será, entonces, ¿cuáles son los
significados de los cuales se llenó el concepto" colonial" durante el siglo XVIII y de qué tipo de
luchas políticas es índice y factor a la vez?

El lugar de las Indias en la Nación y el concepto de colonia durante la segunda mitad


del siglo XVIII

Empecemos por señalar que esa proliferación de significados del concepto colonia en el
siglo XVIII ocurre en el contexto de los varios proyectos de reformas del reino, diseñadas para
rescatar la monarquía de " ( ... ) la grandeza de los males, que padece ( ... ), lo desierto de sus
Provincias, lo inculto de sus Campañas, los arruinado de sus Poblaciones, la decadencia de
sus Fábricas, y los imponderables perjuicios que recibe del Comercio pasivo", para su pronta
restauración (Uztáriz, 1742). Como parte de ese rediseño general de la comunidad política se
llevan a cabo extensos debates sobre el papel y la naturaleza de América en el conjunto de la
monarquía.

Los reformistas españoles buscaron la creación de un Estado fuerte que permita trans-
formar la estructura agregativa de la llamada Monarquía compuesta en una unidad política
acabada y económicamente eficiente (Pagden, 1994: 3). Además de las reformas económicas
y administrativas necesarias, los procesos de integración buscaron modificaciones sociocul-
turales, la promoción de nuevos valores y una nueva cultura económica y política. Aunque
los programas de reformas buscaron transformar por igual la península y los territorios de
ultramar, a menudo estas últimas figuraban en los programas, políticas y acciones de cambio
en virtud de dos principios dispares: como provincias integrales de la monarquía y como
recursos útiles para la restauración de España. Estos dos principios entrarán en intensa con-
tradicción a lo largo del siglo XVIII.

Si bien es cierto que el reformismo del siglo XVIII no modificó la norma jurídica vigente, tam-
bién lo es que parte de un pensamiento político y económico muy diferente al de la casa de los
Habsburgo redefinió de manera efectiva el lazo entre Europa y América n. La urgencia reformis-
ta en relación con América se hacía sentir en los escritos de los economistas ilustrados José del
Campillo y Cossio y Bernardo Ward. En el influyente Proyecto económico (1787), Ward escribe:

Los asrmtos de América están en mucho peor estado, siendo tan importantes que jamás
ha tenido Monarquía alguna posesión igual; arreglar aquel comercio de modo que sirva
de fomento a Nuestra industria, extenderlo mucho más y quitar el contrabando. Esta-
blecer nuevos ramos que hasta ahora no se han emprendido, de muchos milli.ones de

lJ Una mirada rápida a las relaciones de mando en el recién creado virreinato de la Nueva Granada indica una voluntad transformadora del
dominio con el afán de generar una mayor rentabilidad en Ja relación con la metrópolis. Véase Colmenares (1989: T. 1).

116
Frandsco Ortega La Cuestión Colonial

indios incultos hacer vasallos útiles, aumentar el beneficio de las minas introduciendo
las economías, ingenios e inventos que hemos visto en las de Hungría, Sajonia y Suecia,
donde florecen mucho estas maniobras; extender más la producción de aquellos precio-
sos frutos y su consumo en Europa (... ) (1779: XV) 12 •

Muchos de los ternas reformistas son comunes a las provincias españolas y americanas, pero
los presupuestos mercantilistas que suporúan que las colonias debían estar subordinadas a los
intereses metropolitanos en tanto surtidores de materias primas, el monopolio y los mercados
cautivos para la producción manufacturera, fuente de recursos impositivos y sustentadoras de
la riqueza y el poderío metropolitano definen una mirada sobre América en la prosa reformista
del siglo XVIIP'.

Buena parte del impulso y legitimidad de esa mirada deriva del surgimiento de un nuevo
régimen colonial en el Ca_ribe británico, francés y, en menor medida, holandés, altamente
rentable para las metrópolis. Para los funcionarios españoles esas experiencias se convirtieron
simultáneamente en paradigmas de la buena administración económica y en la llave para
resolver buena parte de los males que aquejaban la Perúnsula. Corno escribe Ward en su
Proyecto económico "Para ver lo atrasado [que se haya España ... ] basta considerar, que la Francia
saca anualmente de sus colonias cerca de quarenta millones de pesos, que quiere decir quatro
veces de lo que saca España de todo el Nuevo Mundo" (Ward, 1779: XIV)14. Para mediados del
siglo XVIII las colonias se convierten en objetivos geopolíticos e inclusive se vuelven escenarios
mismos de las guerras europeas, corno ocurre en La Guerra de los Siete Años (1756-1763). Una
vasta literatura sobre la naturaleza y el futuro de las colonias europeas -Fran~ois Quesnay,
Robert Jacques Turgot, Adarn Srnith- acompaña las frecuentes descripciones de la decadencia
del imperio español y, especialmente, de sus ruinosa relación con sus colonias -el Abate Raynal,
Williarn Robertson o el Abate Pradt-.

Un tercer elemento -adicional a las reformas borbónicas y al surgimiento de un nuevo ré-


gimen colonial en el Caribe- acompaña y hace posible el surgimiento del concepto "colonia"
a lo largo del siglo XVIII y, por tanto, a la reelaboración del lazo que une América a la Corona.
Me refiero al surgimiento del concepto de nación, paralelo y contrario asimétrico al de colonia.
Recientes investigaciones han manifestado la complejidad del concepto de nación durante el
siglo XVIII, lo que hace que sea simplemente imposible abordarlo en el contexto de esta cornu-
nicación15. Valga, simplemente, señalar que en el amplio espacio euro-americano el concepto de
nación sufre una transformación sustantiva hasta adquirir un riguroso sentido político a finales
del siglo XVIII. Corno dice un reciente diccionario filosófico, bajo el monarquismo, la nación ...
se compendia en primer lugar en el cuerpo del Rey -la totalidad de sus súbditos, en tanto que·
12 Véase discus.,-,ion en Bitar Letayf (1968: 128 y ss.).
13 Valga la pena señalar que en la formulación de Ward coexisten de manera dificil dos nociones divergentes. Ward escribe que "Debemos
mirar la América baxo de dos conceptos. l. en quanto puede dar consumo á nuestros frutos y mercancias: 2. en quanto es una porción con-
siderable de la Monarquía, en que cabe hacer las mismas 1ncjoras que en España". Parte II, "Sobre la América'', "Reflexiones generales
sobre aquellos dominios" (1779: 228). Federica Morelli (2008), plantea algunas ideas similares-aunque con desarrollos diferentes- a las
aquí planteadas.
14 Más adelante, Vfard escribe"( ... ) cotejamos nuestras Indias con las colonias extrangeras, y hallaremos que las <lis Islas de la Martinica y
la Barbados, dan mas beneficios a sus dueños, que todas las Islas, Provincias, Reynos, é Imperios de la América aEspaña" (225). El libro
entero, cmno el de Campillo, sigue ese esquema argumentativo.
15 Para una reseña comprensiva del nuevo concepto y su relación con la soberanía, véase Mairet (1996). El tema ha sido tratado ampliamente
por la historia iberoamericana. Algunos textos recientes que resultan representativos son: Guerra (2002), Quijada, Bemand, et al. (2000),
Portillo (2000), Annino y Guerra (2003), Palti (2003) y Chiaramonte (2004).

117
Colonia, nación y monarquía ... Francisco Ortega

son sometidos. Así, la gloria de la nación, tantas veces invocada, no es más que el poderío del
rey( ... ) La politización de la idea de nación se entiende, entonces, como la serie de esfuerzos
realizados para romper la identificación con la persona del monarca absoluto. A la definición
monárquica se le opone el intento de recuperar para la nación una historia de la comunidad de
las costumbres y la cultura y de hacer valer, contra el poder del Rey, los derechos que le da su
origen (Cassin, 2004: 919-920; mi traducción).

Claro está que el concepto sufre procesos y transformaciones locales muy particulares.
Mónica Quijada ha trazado la manera en que el concepto de "nación" se solapa "con los
antiguos principios de pueblo y potestas -que incluye una revisión de las raíces contractuales
en la tratadística hispánica( ... )-" (Quijada, 2008: 26)1 6• Es un proceso que abarca buena parte
del siglo XVIII, pues ya desde 1736 Benito Feijoo impugna el amor a la patria local y promueve
el amor a la nación, a una nación encarnada en la Monarquía, que incluye, en el caso de Feijoo,
ambas riberas del Atlántico (Feijoo, 1773: V. 3, 263). Pero la realidad es que, como ya lo anotó
José María Portillo, para esa misma época nación y monarquía, precisamente, cesan de coincidir
(Portillo, 2006: 32-53) 17 • En palabras cercanas al siglo XVIII, podríamos decir que la comprensión
generalizada es que la colonia hace parte de la Monarquía, pero no hace parte de la nación18 •

La urgencia reformista, el nuevo régimen colonial en las posesiones británicas y francesas, y


el nuevo vocabulario político europeo serán factores fundamentales -aunados a una creciente
dependencia peninsular en la renta americana- para la elaboración de tres visiones en torno del
lazo que vinculaba a América con la Corona y que llenarán de polisemia nuestro concepto a lo
largo del siglo XVIII. En primer lugar existía un reducido pero influyente grupo de reformistas
ilustrados que defendían la participación de las provincias americanas en el conjunto de la Mo-
narquía en condiciones más o menos de igualdad. En el Consejo Real extraordinario del 5 de
marzo de 1768, presidido por el Conde de Aranda, los fiscales Campornanes y Floridablanca,
dictaminaron que:

Los Vasallos de S.M. en Indias para amar a la matriz que es España necesitan unir sus inte-
reses, porque no pudiendo haber cariño a tanta distancia, solo se puede promover este bien
haciéndolos percibir la dulzura y participación de las utilidades, honores y gracias. ¿Cómo
pueden amar un gobierno a quien increpan imputándole que principalmente trata de sacar
de allí ganancias y utilidades y ninguno les promueve para que les haga desear o amar a la
nación y que todos los que van de aquí no llevan otro fin que el de hacerse ricos a costa suya?

La dramática conciencia de un cierto estado de cosas que atenta contra la unidad de la mo-
narquía contrasta con la contundencia de la última frase del dictamen: "No pudiendo mirarse
ya aquellos países como una pura colonia, sino corno unas provincias poderosas y considera-
bles del Imperio Español" 19 • Notemos aquí que el concepto colonia ya no designa el sentido
16 Véase también la sección correspondiente a "Nación" en Goldman (2008).
17 Este punto ha sido recientemente desarrollado por Morelli (2008).
18 La ilnpresión compartida por una amplia mayoría de los oficiales peninsulares es que América no hacía parte de la nación, por Jo menos
no en el mismo sentido que Cataluña, Aragón o Toledo. En el mismo sentido Jase María Portillo señala que para los pensadores espafi.oles
del siglo XVIII la monarqtÚa y la nación no coincidían: "Con muy contadas excepciones, cualquier pensador español del momento tenía
por evidente que las posesiones extraeuropeas del Rex; Catholicus -con la excepción de Canarias- contaban como monarquía, pero no
como nación. Esta última, aún sin una definición política sustantiva, era cosa sólo de europeos(. .. )". En "Crisis de la Monarquía y nece-
sidad de una constitución", Portillo (s.f.; véase además 2006).
19 Para un análisis más detallado, véase Konetzke (1950).

118
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

clásico de colonia sino una relación que niega toda consideración política a la posesión'º· Es,
igualmente, una previsión que los mismos funcionarios españoles en América van a repetir
una y otra vez. Francisco Silvestre, ex gobernador de Antioquia y secretario del Virrey de la
Nueva Granada manifiesta por vía reservada la urgencia de "estrechar y hacer más íntima
la relación de los habitantes de la América española con los de la Península ( ... ), si se quiere
conservar su unión, nacionalidad y propios sentimientos perpetuamente en orden a religión
y gobierno" 21 . Entre las recomendaciones formuladas por Campomanes y Floridablanca para
cultivar los lazos entre América y la Península estaban el nombramiento de un diputado en
la Corte como representante de cada uno de los virreinatos22 • En este reconocimiento de los
dos fiscales de la participación de las provincias americanas en la nación española, se plantea
desde muy temprano un tema que se volverá recurrente a partir de la crisis de 1808: el de la
representación de la nación.

En segundo lugar menc,ionemos el proyecto político de mayor fuerza, arraigo y envergadu-


ra durante el siglo XVIII. El ministro José Gálvez es la punta de lanza de este ambicioso proyec-
to reorganizador del espacio americano. Su visita a México en 1765 le sirve de impulso para el
trabajo que llevará a cabo desde 1776, cuando es nombrado Secretario del Estado del Despacho
de Indias. Su proyecto de intendencias acentuaba la presión fiscal, fortalecía la capacidad del
sistema de recaudo tributario, introducía el estanco en varios ramos, establecía nuevos impues-
tos, reformaba el sistema de aduanas y generaba una administración más eficaz en el traslado
de recursos a la metrópoli (Pietschmann, 1996).

En la medida en que crecían las expectativas en torno del potencial económico de las
provincias americanas y se intensificaban las reformas administrativas, empieza a forma-
lizar entre los oficiales de la administración una nueva concepción de lo que debe ser una
"colonia", distante ya de la noción de poblaciones de ultramar incorporados a la Coro-
na. La propia fórmula de Gálvez de implementar las reformas "bajo las mismas reglas
con que se erigieron en la Península de España ( ... ) sin que se necesite variarlas en más
puntos esenciales que en los del fomento de fábricas, prohibidas en las Colonias ( ... )" 23,
evidencia un entramado conceptual muy complejo en el que se mezclan la tradición ju-
rídica de la Monarquía de cuerpos, la teología política del absolutimo de Carlos III, los
presupuestos mercantilistas de la economía colonial y una clara consciencia de un régimen
administrativo diferenciado y subordinado para las posesiones de ultramar. El Conde Re-
villagigedo, Virrey de México (1789-1794), escribía en su relación a su sucesor en 1794:

20 Ese es un tema ampliamente explotado posteriormente por los liberales españoles en sus polémicas con los reclamos americanos durante
las Coites de Cádiz. El notable Álvaro Flórez Estrada escribe "Por más que otras Naciones del Continente se jacten de su ilustración, y
de su libertad, fue el Gobierno Espafiol el primero á romper la valla que separaba á las Colonias de sus metrópolis manteniéndolas sin
ninguna consideración política" (1812: 54).
21 Francisco Silvestre, "Apuntes reservados particulares y generales de! estado actual del Virreinato de Santafé de Bogotá, formados por
un curioso y celoso del bien del estado, que ha manejado los negocios del reino muchos años, para auxiliar a la memoria en los casos
ocurrentes y tener una idea sucinta de los pasados: de modo que puedan formarse sobre ellos algunos cálculos y juicios políticos, que se
dirijan, conociendo sus males públicos a ir aplicándoles oportuna y discretamente los remedios convenientes por Jos encargados de su
gobierno" (1789). En Colmenares (1989: T.2, 149).
22 Esta diversidad de posibilidades de vincular a América con la península se hace evidente en "Las modificaciones que experimentó el
gobierno de Indias en la estructuración de las Secretarias de Despacho ~unas veces constituyendo una secretaria propia, otras repartido
según materias entre el resto de ministerios- son(... ) un reflejo de la a\tcmacia en el poder de los defensores de una u otra línea". Óscar
Álvarez Gila, '1.Jltramar". En Fuentes y Femández (2002: 681 ).
23 "Informe y Plan de Intendencias para el reino de Nueva España presentado por el Visitador D. José de Gálvez y el Virrey Marqués de
Croix, y recon1endado por el Obispo de Puebla y el Arzobispo de México". 16 de enero de 1768, 20 de enero de 1768 y 21 de enero de
1768.

119
Colonia, nación y 1nonarquía .. Francisco Ortega

( ... )no debe perderse de vista, que esto es una colonia que debe depender de su matriz
la España, y debe corresponder a ella con algunas utilidades, por los beneficios que recibe
de su protección, y así se necesita gran tino para convinar esta dependencia, y que se haga
mutuo y recíproco el interés, lo cual cesaría en el momento en que no se necesitáse aquí de
manufacturas européas y sus frutos 24 •

Permítaseme señalar en este momento una de las transformaciones más notables: el


término colonia deja de designar simplemente un asentamiento (que bien puede estar situado
en Europa o América) y pasa a competir con denominaciones administrativas establecidas en
el ámbito americano, como virreinato, capitanía o, simplemente, provincias. La asimilación
del término a las grandes unidades administrativas de la Corona -durante el mismo periodo
de reforma que buscaba optimizar el flujo de recursos a la Península- identificaba el aparato
administrativo como la unidad encargada de asumir los controles necesarios para asegurar la
implementación y el buen funcionamiento de las políticas metropolitanas. En otras palabras,
tenemos en esa asimilación indicios de los que Jürgen Osterhammel ha llamado "la función
del Estado colonial", diseñado fundamentalmente para crear un marco definido para el uso
económico de la colonia y para asegurar el control de las poblaciones sometidas (Osterhammel,
1997: 57 y ss.) 25 .

Síntoma de ese nuevo y complejo sentido de colonia será el uso discriminado que un cre-
ciente número de cronistas, ensayistas y funcionarios españoles de la segunda mitad del XVIII
harán del término para designar las posesiones de otras naciones, en particular las británicas
y francesas. Por ejemplo, de los cuatro tomos de la Relación histórica del viage a la América
meridional (1748) de Antonio de Ulloa y Jorge Juan sólo en el último, cuando se describen
las posesiones inglesas y francesas, los autores apelan al término colonia para describir estas
posesiones. El influyente Pedro Rodríguez de Campomanes en sus Reflexiones sobre el comercio
español en Indias (1762) y su Discurso sobre la educacion popular de los artesanos y su fomento (1775),
ambos documentos intensamente preocupados por la integración de América con España,
sigue una práctica similar26 • Inclusive en el capuchino Joaquín de Finestrad, autor de El Vasallo
instruido (c. 1789) esa irascible colección de sermones en respuesta al levantamiento comune-
ro en la Nueva Granada, notamos una reticencia completa a usar el término colonia para las
provincias americanas. Cuando aparece, tiene siempre el sentido de asentamiento poblacio-
nal, excepto en el último capítulo, titulado "Demuestra el Dominio y Señorío natural de los
Reyes de España en la América". En este capítulo Finestrad usa reiteradamente" colonia" para
designar la posesión que ha sido adquirida en condición tiránica e ilegítima y es sometida
a un régimen de explotación marcado por la avaricia, ambición, la rapiña y la usurpación:

24 instrucción reservada que el Conde de Revillagigedo dio a su sucesor en el mando .Afarqués de Branc1forte sobre el gobierno de este
continente en el tiempo quefue su Virrey (México: Agustin Gniol, 1831). Nú1neral 364, 90-91.
25 Valga la aclaración que ese control no se ejerce de 1nanera homogénea ni generalizada sobre toda la población mnericana. Aunque las
élites criollas resultan en su momento vícti1nas de sospechas y son son1etidas a estrecha vigilancia por las autoridades, frecuentemente son
ellas -en su calidad de intermediarios y beneficiarios--- las encargadas de imple1nentar las políticas de control. Valga un estudio reciente
que ilustra la modalidad discriminatoria de ese control colonial. Claudia Rosas Lauro (2006), ha estudiado el papel del miedo en el Perú
a las rebeliones indígenas y la difusión del ideario de la Revoluc-ión francesa como dispositivo para el son1etimicnto de las comunidades
indígenas y mestizas.
26 Los ejemplos son innumerables. Añado uno más, de gran envergadura, para simplemente ilustrar hasta qué punto era una práctica gene-
ralizada, aunque sea dificil detenninar hasta qué punto fue deliberada El Conde de Floridablanca, encargado de redactar la "Instrucción
reservada de Carlos lll para dirección de la Junta de Estado" (c. 1788), sigue la misma práctica en este precioso documento sobre el estado
de los reinos.

120
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

Díganme estos académicos: ¿en qué título fundaron sus naciones el dominio y señorío en
el Canadá, en la nueva Inglaterra y en la nueva Escocia? ¿Con qué derecho legitimaron su
posesión los holandeses y dinamarqueses en la nueva Holanda y en la nueva Dinamarca?
¿Qué causas tuvieron para dominar las islas Lucayas, las Bermudas y los establecimientos
en tantas ciudades, puertos y playas en el África y en el Asia? ¿Cuál es el origen de estas
Colonias? ¿No fue ciertamente la avaricia, la ambición, la rapiña, la usurpación de unos
nacionales violentos, aventureros, sanguinarios y piratas invasores?

Contra esa tiranía que justamente podemos llamar colonial en el sentido contemporáneo,
Finestrad destaca los justos títulos de España sobre América.

¿Pero qué me canso yo en increpar a las naciones extranjeras el origen de sus nuevas
colonias? (... ) Jamás las naciones extranjeras podrán presentar en tribunal alguno los
títulos tan nerviosos del señorío en América como mi Nación (Finestrad, 2000: 398).

Más importante que la cesión papal, la condición de dominio justo exhibida por España se
ratifica con "el consentimiento del mismo pueblo Americano que aseguran a España en sus
derechos y posesión pacífica de mucho tiempo que es un título evidente y nada equívoco de su
dominio y señorío natural" (2000: 403).

Esta nueva significación del concepto colonial está marcada por tres núcleos de sentido.
En primer lugar, es evidente que el concepto de colonia indica en este caso que la relación de
la posesión con la Nación (es decir, con lo que a finales del siglo XIX se considera la comu-
nidad política por excelencia) es de absoluta exterioridad. Contrario al modelo romano, en
esta acepción el colono no es ciudadano, ni hace parte de la nación.

En segundo lugar, el nuevo significado de colonia suscita o retrotrae el problema de legiti-


midad del dominio. Aun cuando se siguen invocando las donaciones papales como principio
legitimador del imperio, su eficacia es limitada, e inclusive Finestrad -dado en múltiples otras
ocasiones a fundamentar el orden sobre la voluntad del Rey- apela al consentimiento. Por su
parte, lo esencial de las colonias es que son territorios donde ese consentimiento no ha sido
otorgado; su dependencia en las metrópolis es resultado de la fuerza ejercida sobre sujetos
no europeos, considerados incapaces de detentar su propia soberanía. Sin embargo, una mala
consciencia invariablemente acompañaba ese ejercicio. Para finales del siglo XVIII no solo la
escuela salamantina había sentado un legado político en cuanto al carácter viciado de todo
dominio fundado en la violencia; Jean Jacques Rousseau, cuya recepción hispánica ocurrió
más frecuentemente a través de sus comentadores, sentenciaba la imposibilidad de la violencia
para otorgar legitimidad de dominio (Vitoria, 1946; Rousseau, 1992: cap. 4). No es sorpren-
dente, entonces, que los agitadores americanos retomen el tema del justo dominio durante el
periodo de la crisis política y las guerras de la Independencia27•

En tercer lugar, en el nuevo nudo de significados del concepto colonia esa relación está
marcada por un craso régimen de explotación económica -una despiadada fuente de enrique-

27 Para un ejemplo didáctico de tal polétnica, ver la primera parte del Catecismo de instrucción popular del presbítero Juan Fernández
Sotomayor (Mompox, 1814).

121
Colonia, nación y monarquía ... Francisco Ortega

cimiento- que suprime el lazo político. El régimen de explotación convierte a los hombres en
esclavos y no admite preocupación alguna por el colonizado. "La opresión y violencia, escribe
Finestrad, que observamos en sus Colonias francesas son el pronóstico seguro de sus produc-
ciones" (2000: 404). No sorprende que esas sean las metáforas de las que se nutren las primeras
declaraciones incendiarias posteriores a la crisis de 1808. Ignacio Herrera escribe en "Reflexio-
nes que hace un americano imparcial al diputado de este Reino de Granada para que las tenga presentes
en su delicada misión" (1º septiembre de 1809): "La América no se reputa ya por unas colonias de
esclavos, condenadas siempre al trabajo" (Almarza y Martínez, 2008: 63). Y el mismo Camilo
Torres, que seis meses antes en la "Representación del Cabildo a la Junta Suprema" había
apelado al sentido clásico de colonia para argumentar el derecho a participar en condición de
igualdad en la Junta Suprema (representante de la nación española en ausencia del Rey), se
preguntaba en mayo de 1810:

¿Y será posible que todas las naciones gocen de este derecho esencial e imprescriptible,
que el negro de Haití, al tiempo de recobrar su libertad, estableciese libremente su cons-
titución y su gobierno, y que la Española Americana, en el momento feliz de su indepen·
ciencia, no goce del mismo derecho ... ?

Como consecuencia de la convergencia gradual de estos tres significados en el lenguaje de


los oficiales de la Corona, se consolida durante el siglo XVIII una visión de los dominios ame-
ricanos como territorios para ser administrados, no gobernados.

Si bien es cierto que ni los más fanáticos seguidores de Gálvez se expresaron abiertamente de
ese modo, ni los americanos se representaron como colonizados, a los ojos de observadores euro-
peos -como Raynal, Robertson, Pradt- las Indias españolas eran, sin lugar a duda, colonias a finales
del siglo XVID, de la misma manera que otras posesiones francesas, británicas u holandesas28 • Una
percepción que, de acuerdo con recientes estudios sobre la política imperial en el último cuarto del
siglo XVIII, no es tan desatinada ni fuera de lugar. Luis Navarro García señala que "En el terreno
de los hechos, esa política fue cerradamente colonialista hasta 1808" (2000). Aún más, dado el
impacto de las políticas abiertamente imperialistas de la Corona y de la creciente irritación de las
élites económicas y políticas americanas, debemos tomar en cuenta los modos en que esos autores
se leían en América -particularmente cuando sus lecturas eran necesariamente clandestinas- du-
rante la primera década del siglo XIX29 •

Finalmente, mencionemos una tercera posición -variante, en realidad, de las anteriores-


que pondera la naturaleza de los lazos de América con España. En 1750 Jacques Turgot había
escrito en Discursos sobre el progreso humano (1750) que "Las colonias son como los frutos que no
dejan el árbol hasta su madurez. Una vez suficientes a sí mismas, hicieron lo que hizo Cartago,
lo que hará un día América" (Turgot, 1991: 46). Esta posición insistía en la inevitabilidad de
la separación de las colonias y proponía la creación de varias monarquías americanas inde-
28 Dando a entender que no había mucha diferencia entre las colonias inglesas y las españolas, el Abate de Pradt se preguntaba en 1802 y,
posteriormente, en 1822: "¿Cuál es la legitimidad de la España -~obre la América, ni de la Inglaterra sobre la India?" (Pradt, 1822: 57).
29 Se hace necesario recordar que el nombre del abate Raynal, cuyos textos estaban expresamente prohibidos, no pasa inadvertido a finales
del siglo XVJU en las Américas. En 1796 el editor del Papel periódico de Santafe presenta por dos números una reseña de !a vida y obra
del abate. La reseña, claro está, es abstracta al cxtre1no (no se discute ninguna idea en detalle) y fuertemente condenatoria, pero el punto
que me interesa resaltar es que su nombre-y en alguna medida las ideas que invocaba- resultaban familiares a algunos de los lectores del
Papel periódico a finales del siglo XVllL

122
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

pendientes aunque unidas por lazos dinásticos. Los controversiales proyectos del Conde de
Aranda y el Intendente General de Caracas (1777-1783), José de Ábalos, y el posterior intento
de Manuel Godoy, ministro de Carlos IV, de promover la constitución de las colonias en reinos
autónomos con monarcas de la misma casa española, representan un intento por preservar la
unidad de la Corona ante el reconocimiento que la distancia de las provincias americanas, sus
enormes riquezas y la diversidad de su carácter las empujan a buscar su independencia30 • Ante
esa realidad -que las colonias forman su propia nación- es mejor propender, como señala el
Conde de Ar anda, por "cuatro naciones [una por cada virreinato] ... unidas por la más estrecha
alianza ofensiva y defensiva para su conservación y prosperidad" (cit. en Lucena, 2004: 77) 31 •

En esa tradición, aunque con un matiz político marcadamente diferente, vale la pena mirar
un texto del importante ilustrado Valentín de Foronda, Carta sobre lo que debe hacer un príncipe
que tenga colonias a gran distancia (Filadelfia, 1803; Cádiz, 1812). Realmente son dos textos, pues
la edición de 1812, además de reproducir el texto de 1803, le agrega un aparte sustancial en el
que reitera la propuesta, adecuada esta vez a las nuevas realidades jurídicas posteriores a la
Real Orden del 15 de abril de 1810, en el que el Consejo de Regencia señalaba la absoluta igual-
dad entre las partes americanas y europeas de la Corona. A Foronda no lo agobia la conciencia
de saber que América pertenece a la Nación, o la premonición angustiosa de que las provincias
americanas buscaban la independencia. Al contrario, a Foronda lo que le preocupa es el lastre
económico que éstas le representan y los efectos perniciosos que supuestamente han tenido
sobre las industrias peninsulares. Por esto es que en 1803 propone que para España resulta más
conveniente vender las Colonias americanas e invertir el dinero resultante en la construcción
de infraestructura, escuelas y servicios hospitalarios y, sobre todo, en estimular la agricultura.
En la versión de 1812 Foronda señala que la idea de la venta no se puede realizar porque los
americanos "son iguales á nosotros por la ley, y por la razón ... ; luego deben gozar de las mis-
mas ventajas" (Foronda, 1812: III). Su razonamiento es impecable:

Digo que [las colonias] solo nos servirán de un intolerante peso, porque en virtud de
la igualdad de derechos de ciudadanismo podrán plantar viñas, olivares &c. y entonces
á Dios la exportacion de nuestros frutos: podrán igualmente establecer todo género de
manufacturas, y si no la establecieren los efectos serán igualmente frmestos á la España,
mientras no pueda competir con la índustria extrangera, porque los barcos suecos, rusos,
ingleses podrán irá sus puertos en derechura sin pagar más derechos, de los que pagarían
en España, ó que paguen los españoles. No solo podrán ir los barcos de todas las naciones,
sino que podrán establecerse todos los extrangeros lo mismo que en España, Sí Señores,
no hay duda en esto. Son iguales á nosotros por la ley, y por la razon los americanos; luego
deben gozar de las mismas ventajas.

En otras palabras, si las provincias americanas son integrantes de la nación, no son


colonias y entonces, el arreglo político de tres siglos deja de tener sentido: "Si gozan de
las mismas ventajas -se pregunta Foronda- ¿dónde está la utilidad de su conservacion?".
30 Véase "Dictámen reservado que el excelentimo Señor Conde de Aranda dió al Rey sobre Ja independencia de las colonias inglesas
después d.e haber hecho el tratado de paz ajustado en París el año de 1783" y la "Representación del intendente Abalas dirigida a Carlos
Ill, en la que pronostica la independencia de América y sugiere la creación de varias monarquías en el Nuevo Mundo" (1781 ). Reprodu-
cidos en Muñoz (1967: 34-44 y 45-49). Para una visión general, véase Teruel (2005-2006).
31 No parece desatinado suponer que esa tradición de naciones federadas bajo una gran monarquía constituye una vía de acceso privilegiado
para la recepción de los debates en torno al federalismo norteamericano.

123
Colonia, nación y monarquía ... Francisco Ortega

De ese modo, Foronda propone cesar toda discusión en las Cortes sobre la representación
americana y otorgarles a las provincias americanas inmediatamente su independencia.

1808-1814: los usos políticos del concepto colonia

Hemos visto cómo el vocablo "colonia" se volvió concepto -en el sentido que le da Kose-
lleck- y cómo se ha llenado de significados contradictorios que son índices de experiencias
coloniales muy concretas y factores en los procesos de definición de la naturaleza del lazo entre
América y la Corona. Su condición de concepto socio-político fundamental del siglo XVIII se
hace evidente en su capacidad para acoger, aun de manera incómoda, realidades políticas poco
antes claramente diferenciadas. Igualmente, el concepto se convertirá, a partir de 1808, en uno
de los prismas privilegiados por medio del cual los criollos entienden su relación con la nación
y la representación. Así, pues, en vez de descalificar el término como puro mito ideologizado,
resulta más útil analizarlo como instrumentos "evaluativo-descriptivos", es decir, aquellos tér-
minos que, según Quentin Skinner, se usan para describir acciones, y al mismo tiempo tiene
el efecto de evaluarlas (Skinner, 2002: 254). Sólo de ese modo -es decir, suponiendo que tanto
"colonia" como "colonial" hicieron parte del arsenal conceptual de los diversos actores de la
época- se puede entender la vehemencia de las discusiones que siguieron a la crisis de legiti-
midad del sistema monárquico en 1808.

En mayo de 1808, congregada la Asamblea Constituyente de Bayona, se invitan seis delega-


dos americanos a participar en las deliberaciones para aprobar la versión final de la Constitu-
ción española de filiación bonapartista. Pronto, el principio de igualdad entre la península y las
provincias americanas se convierte en un fuerte tópico de discusión y los diputados americanos
toman un papel activo en el desarrollo del articulado que le dará contenido a tal proposición.
Para el objetivo de este ensayo -y como evidencia incisiva de la animosidad visceral producida
por nuestro concepto- vale la pena notar que la redacción inicial del título del artículo 82 leía:
"Las colonias españolas de América y Asia gozarán de los mismos derechos que la Metrópoli".
El título -y no el contenido- fue objetado por los diputados del Río de la Plata José Ramón Milá
de la Roca y Nicolás Herrera, quienes propusieron cambiar el término colonias -en ese pasaje y
en todo el texto constitucional- por el de provincias hispanoamericanas o provincias de España
en América (Actas de la Diputacion, 1874: 114)32 • Después de extendida discusión, la ennüen-
da fue aceptada e incorporada al texto final de la Constitución. Expresando el sentimiento de
los delegados, Francisco Antonio Zea agradeció a Napoleón Bonaparte la participación de los
americanos en los siguientes términos:

Estaba reservado al héroe que, únicamente atento al bien universal, levanta ó deprime los tro-
nos, los crea ó los destruye, según conviene á los intereses del género humano; estaba, Señor,
reservado á V.M. el primer acto solemne de aprecio y de justicia que la América ha obtenido de
su metrópoli. Un sólo momento que V. M. ha tenido en Sus manos la Corona de España, que
tan gloriosamente acaba de colocar sobre las sienes de su augusto hermano, hará olvidar en
aquel mundo más de tres siglos de abandono y de injusta desigualdad (Villanueva, 1917: 215).

32 Como señala Antonlo-Filiu Franco Pérez (2008), fue sólo en el tercer proyecto de la constitución que se "admite de manera definitiva la
representación en Cortes de los territorios de Ultramar, a la vez que se introduce un Titnlo especialmente dedicado a dichos territorios".

124
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

La discusión sobre los derechos de los americanos a participar en la nación no se repitió en


los mismos términos durante las Cortes de Cádiz, en buena medida debido a los debates ocu-
rridos en Bayona. Agustín de Arguelles en su intervención ante las cortes parte del supuesto
que el nuevo orden político rompe con el orden colonial: "La América, considerada hasta aquí
como colonia de España, ha sido declarada su parte integrante, sancionándose la igualdad de
derechos entre todos los súbditos de V.M. que habitan en ambos mundos" 33 •

N atemos que -como indicaba Lempériere- ni el adjetivo colonial ni el verbo colonizar apa-
recen en los diccionarios de la época ni en textos de cualquier tipo, americanos o españoles, del
siglo XVIII. Sólo en 1884 el diccionario ofrece una primera entrada para "colonial" y en 1899 la
define como: "Territorio fuera de la nación que le hizo suyo, y ordinariamente regido por leyes
especiales" (RAE, 1899), definición que se mantendrá hasta nuestros días. Pero, como hemos
dicho, los diccionarios son' excelentes indicadores de estabilidad, pero pésimos para detectar
las variaciones.

Una mirada a fuentes más diversas revela que el término colonial aparece con cierta
frecuencia a comienz?s del siglo XIX, tanto en la legislación comercial indiana como en
la prosa de reformistas americanos, como José María Quirós y José Donato de Austria.
En los textos de estos últimos el término es un simple adjetivo para designar el comercio
que ocurre en las colonias o los productos de tierras americanas. Sin embargo, tres años
después del texto de Quirós, "Memoria sobre la situación de la agricultura del virreina-
to" (1809) en el que afirma, de forma totalmente neutra, "Todas estas demostraciones y
consideraciones prueban con la mayor evidencia cuán urgente es la necesidad de que
el gobierno providencie el más pronto remedio, porque clama el actual estado de la
agricultura colonial en estos ramos del principal abasto"; el mexicano Fray Servando
Teresa de Mier usa el término para impugnar lo que considera el proceso viciado de la
representación americana en Cádiz: "El [sistema] colonial, dice, degrada tanto, que los
hombres no pueden ser siquiera representados, como en España lo son las mujeres, los
niños y los locos" (Mier, 1888: 330). La continuidad léxica en tan breve tiempo indica que
el hiato semántico entre una ascepción y otra no es tan grande como argumenta Lempé-
riere. Lo que ha pasado, en cambio, es que la agudización de la crisis de legitimidad así
como las nuevas leyes sobre la libertad de prensa han permitido la aparición pública del
concepto evaluativo.

En 1808 la crisis de legitimidad produce una "articulación profunda de nue-


vos significados" (Koselleck, 1993: 114-116), una alteración de las cuerdas ima-
ginarias, como lo llamó Georges Lomné en su presentación en el seminario,
que tenía, sin embargo, raíces locales muy profundas. Si hasta 1808 eran los
funcionarios y reformistas españoles quienes exhibían una aguda conciencia de los
múltiples sentidos de colonia, serán los americanos, a partir de ese momento, quie-
nes asumirán la interlocución y explorarán las consecuencias políticas de ser colonias.
33 No es el único discurso de Arguelles en ese sentido. En ocasión del debate sobre los Ministerios Americanos, Arguelles señala "En cuanto
al otro punto de subsistir las Américas gobernadas según el sistema colonial, sólo apelo a la justificación del Congreso. Una Constitución
que concCde iguales derechos a todos los españoles libres; que establece una representación nacional; que ha de juntarse todos los años
a sancionar leyes, decretar contribuciones y levantar tropas; que erige un Consejo de Estado compuesto de europeos y americanos, y que
fija la administración de justicia de tal 1nodo, que bajo ningún pretexto tengan que venir estos a litigar en la Península; una Constitución,
digo, que reposa sobre estas bases, ¿es cornpatible con llll régimen colonial?" (1811: X,404-406).

125
Colonia, nación y ni_onarquia ... Francisco Ortega

Así, pues, cuando a mediados de julio llega a Ciudad de México la Gaceta de Madrid con no-
ticias sobre las abdicaciones de Bayona y la ocupación francesa, el Ayuntamiento de la ciudad
reacciona dirigiéndole al Virrey Iturrigaray un manifiesto declarando su lealtad a Fernando
VII y requiriendo la creación de un gobierno provisional, con el Virrey a la cabeza, que rompa
lazos con todas las autoridades francesas y españolas. El Ayuntamiento fundamentaba tal so-
licitud indicando que ante la

( ... ) ausencia e impedimento [de los legítimos herederos del trono] reside la soberanía
representada en todo el reino, y las clases que lo forman, y con más particularidad en los
tribunales superiores que lo gobiernan, administran justicia, y en los cuerpos que llevan la
voz pública, que la conservarán intacta, la defenderán y sostendrán con energía como un
depósito sagrado, para devolverla, o al mismo señor Carlos N, o a su hijo el señor príncipe
de Asturias ... 34•

La Real Audiencia pronto se declara en contra de la declaración de soberanía y los fis-


cales dictaminarán que "Si un pueblo así subordinado o colonial como éste de Nueva
España se entrometiese a nombrar tales guardadores, usurparía un derecho de soberanía
que jamás ha usado ni le compete, y si lo hace por sí solo y para sí, ya era este un acto de
división e independencia prohibido por esta propia ley" 35 • Por su parte, el fiscal de lo civil
señalaba que:

Yo no puedo persuadirme que reconociesen por legítima en las presentes circunstancias la


soberanía de este pueblo colonial, y que estando incorporado el patronato de Indias en la co-
rona de Castilla y León, lo ejerciese otra autoridad que la misma corona, o quien representase
y ejerciese legítimamente sus derechos en la península de España (Hernández: 1877: 13-14).

El fiscal remataba señalando que: "esta América adquirida por los reyes católicos,
entre otros por el derecho privilegiadísimo de conquista, es una verdadera colonia de
nuestra antigua España ... " (1877: 15).

Este es el contexto en el que el Conde de Floridablanca, el mismo que en 1768 ha-


bía dictaminado que los reinos indianos 'no son propiamente colonias', y quien en
ese momento era miembro de la Junta Central, invitó a los virreinatos y capitanías
generales americanas a enviar diputados para que se incorporaran a la Junta Cen-
tral (Navarro, 2000: 80). La Real Orden del 22 de enero de 1809 señalaba que "los
vastos y preciosos dominios que España posee en las Indias no son propiamente Co-
lonias o Factorías como las de otras naciones, sino una parte esencial de la Monar-
quía española". Seguida esta por la declaración de abril 15 de 1810 que sentencia que
34 "Acta del Ayuntamiento de México, en la que se declaró se tuviera por insubsistente la abdicación de Carlos IV y Femando Vll hecha en
Napoleón; que se desconozca todo funcionario que venga n01nbrado de España; que el virrey gobierne por la comisión del Ayuntamiento
en representación del virreinato, y otros artículos ... ". En }{ernánde:z (1877: V. l., J 4-15). En la misma Acta el Ayuntamiento le solicita al
Virrey que "otorgue juramento y pleito homenaje en las manos del real acuerdo en presencia de la nobilísima ciudad como su metrópoli,
y todos los demás tribunales de la capital los que sean citados solemnemente; que igual juramento, y solemne pleito homenaje preste en
manos del excelentísimo señor virrey la Real Audiencia, la Real Sala del Crimen, esta nobilísima ciudad como metrópoli del reino sin
reservar alguno; lo mismo ejecuten el muy reverendo arzobispo, reverendos obispos, cabildos eclesiásticos, jefes militares y políticos, y
empleados de toda clase en el modo y forma que su excelencia con el real acuerdo disponga" (8).
35 "Exposiciones de los fiscales contra las opiniones de los novadores", 1'4 de diciembre 1808. En Hernández (1877: V. l., 11). La expo-
sición comienza señalando que el verdadero fin del Ayuntamiento "es avanzar la soberanía popular, peligroso extremo de que debemos
huir".

126
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

(... ) los dominios españoles de ambos hemisferios forman una sola y misma monarquía,
una misma y sola nación, y una sola familia y que, por lo mismo, los naturales que sean
originarios de dichos dominios europeos o ultramarinos son iguales en derechos a los de
esta península.

Señalemos provisionalmente que no son actos sin precedentes. La Constitución francesa de


1795 declara igualmente las colonias francesas "partes integrantes de la República", sujetos a
la misma ley constitucional. Como es bien sabido, ese artículo jamás fue llevado a la práctica
mientras que la Constitución bonapartista de 1800 restauró el antiguo régimen y declaró que
las colonias debían ser gobernadas por leyes extraordinarias, de acuerdo con sus costumbres y
circunstancias (Godechot 1983a; Godechot 1983b).

La cadena de respuestas'americanas a la declaratoria de la Junta Suprema no se hizo esperar


y constituyen hoy una de las fuentes de cultura política más ricas para comprender la llamada
"desintegración" de la monarquía -como la de Mariano Moreno, "Representación de los Ha-
cendados y Labradores" (sept. 30 1809); Camilo Torres y el Cábildo de Bogotá, "La representa-
ción del Cábildo" (nov.1809); José Amor de la Patria, "Catecismo Político Cristiano dispuesto
para la instrucción de los pueblos de América meridional" (Chile a mediados de 1810); Fray
Servando Teresa de Mier, "Idea de la constitución dada a las Américas por los reyes de España
antes de la invasión del antiguo despotismo" (1812)- todos ellos retoman buena parte de las
preocupaciones articuladas en torno del concepto de colonia y sugieren que tal desintegración
está, sin duda, motivada, igualmente, por antagonismos y desencuentros locales muy profun-
dos. Recordemos, así mismo, que esos temas ocupan buena parte de los debates en las Cortes
de Cádiz sobre la representación americana y la abolición del vasallaje y son los fundamentos
de los repetidos intentos constitucionales de fundar nuevas soberanías.

Como lo señalamos al principio, la "Representación (... )" encara esos debates rescatando
el sentido clásico de colonia, el cual insistía en ser un asentamiento nuevo de ciudadanos que,
aun cuando físicamente separado del imperio, hace parte integral de éste36 : "Las Américas ( ... )
no están compuestas de extranjeros a la nación española. Somos hijos, somos descendientes de
los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios a la Corona de España
(... )" (Torres, 1832: 8). Partícipes de la nación hispáníca los americanos consideraron la con-
vocatoria como una oportunidad para"( ... ) reformar abusos, mejorar las instituciones, quitar
trabas, proporcionar fomentos, y establecer las relaciones de la metrópoli, y las colonias sobre
las verdaderas bases de la justicia" (Torres, 1832: 25). Para lograr esos objetivos los americanos
precisan, dice la "Representación", "manifestar nuestras necesidades, exponer los abusos que
las causan, pedir su reforma, y hacerla juntamente con el resto de la nación, para conciliada con
sus intereses". De otro modo, concluye en velada amenaza, "ella no podrá contar con nuestros
recursos, sin captar nuestra voluntad".

El problema fundamental para los americanos es el de la pertenencia a la Nación, pues de ella


se deriva el disfrute de los derechos políticos de sus miembros. A pesar de su lenguaje moderno,
36 Redactada principalmente por el abogado neogranadino Camilo Torres en su calidad de asesor del Cabildo, el documento, sin embargo,
posiblemente contó con la participación de otros abogados y cabildantes. La Representación fue presentada al Cabildo en noviembre de
1809 y rechazada por el Virrey, quien no autorizó su entrega al Mariscal de Campo Antonio de Narvaéz, diputado por la Nueva Granada
ante la Junta Suprema. La "Representación" es igualmente conocida como el "Memorial de agravios".

127
Colonia, nación y monarquía .. l\ancisco Ortega

es un problema que hunde sus raíces en el modo en que las reformas dieciochescas dejaron la
fuerte sensación en los americanos españoles que estaban en condición de desigualdad en rela-
ción con los europeos. Aún más, en 1809 estar al margen de la Nación significa no hacer parte de
la República, quedar por fuera de la representación o participar en una representación disminui-
da. La "Representación del Cabildo" insiste en que aquellos a cargo de resolver la crisis política
y de legitimidad no lo hacen adecuadamente, y no lo hacen debido a que no reconstruyen el
mecanismo de legitimidad adecuadamente. Funciona, en cambio, lo que Camilo Torres llama un
"principio de degradación" por medio del cual si bien los americanos están representados en la
Nación, lo hacen de manera pasiva, desigual y disminuida (Torres, 1832: 8) Que la representación
del cabildo opte por apelar al antiguo concepto de colonia como asentamiento republicano es en
sí mismo diciente de la polivalencia del concepto y del grado de incertidumbre y ambivalencia
presente en la capital neogranadina en 1809. Una ambivalencia que se deja sentir en el supuesto
beneplácito con que es acogida la declaración de la Junta Central del 26 de octubre de 1808 por
las que ésta declara que "nuestras relaciones con nuestras colonias, serán estrechadas más frater-
nalmente, y, por consiguiente, más útiles". De hecho, en ese contexto inestable la noción clásica
de colonia -asentamiento que hace parte de la nación, pero que mantiene una relación agregativa
con la Corona- resulta sorprendentemente afín con las aspiraciones autonomistas expresadas
-casi furtivamente- al final de la "Representación" y que constituyen su verdadera ambición
politica. En efecto, la "Representación" señala que en la medida que una convocatoria general
de la Nación sea muy difícil de llevar a cabo, además de costoso de mantener, se debe convocar
y formar "en estos dominios Cortes generales, en donde los pueblos expresen su voluntad que
hace la ley, y en donde se sometan al régimen de un nuevo gobierno o a las reformas que se me-
diten en él" (Torres, 1832: 30). Esta manera hábil de expresarse evidencia ciertas continuidades
interesantes con las ideas federalistas expresadas previamente, entre otros, por Aranda y Abalas.

El proceso de polarización es casi inmediato y generalizado en el Nuevo Reino de Granada.


El 10 de mayo de 1810 el mismo Camilo Torres escribe una extensa carta a su tío Ignacio de
Tenorio, Oidor de Quito, en el que ya no aparece la idea de colonia o antigua población como
lazo indisoluble entre la metrópolis y las provincias americanas. En cambio, como ya lo señala-
mos, Torres invoca la imagen de Haití (factoría por excelencia en el imaginario occidental que
había logrado su independencia en 1804 después de más de una década de insurgencia) y se
pregunta si los americanos tendrán que esperar mucho más para conseguir la misma libertad
de los ex esclavos.

Poco después de los sucesos de 1810 -durante los cuales se formaron juntas locales que
organizaron sus propios gobiernos independientes de las autoridades españolas- los editores
de El Argos Americano de Cartagena recomiendan abolir las leyes que fueron dictadas "bajo el
sistema más riguroso de ser estos países unas factorías coloniales". Los editores denuncian la
decadencia en la que estábamos "bajo el antiguo sistema colonial" debido al total desconoci-
miento de los derechos locales. El antiguo era

( ... ) un sistema rigurosamente colonial, que es lo mismo que decir despótico, opresivo y enemigo
de las luces, trescientos años de abatimiento y abyección, han puesto a la América en un estado
lastimoso 37 .
37 En "Reflexiones sobre nuestro estado". El Argos Americano 4 (8 de octubre, 181 O), 17-18.

128
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

Y menos de un año después, en agosto de 1811, Nariño escribe en La Bagatela:

Las palabras de fraternidad, de igualdad, de partes integrantes, no son más que lazos que
tienden a vuestra credulidad. Ya no somos colonos: pero no podernos pronunciar la pala-
bra libertad, sin ser insurgentes. Advertid que hay un diccionario para la España Europea, y
otro para la España Americana: en aquella las palabras libertad e independencia son virtud; en
esta, insurrección y crimen; en aquella la conquista es el mayor atentado de Bonaparte; en
esta la gloria de Fernando y de Isabel; en aquella la libertad de comercio es un derecho de la
Nación; en esta una ingratitud con_tra quatro comerciantes de Cádiz38 .

En estos pasajes ya hay una crítica anti-colonial que será retomada por otros como elemento
fundamental de la retórica anti-española y de los nuevos procesos de legitimación. Sin embar-
go, la crítica será también fi.mdamental en el proceso de identificar y crear las condiciones po-
líticas para un nuevo tipo de soberanía. Jorge Ta deo Lozano, el mismo que había jurado como
presidente la Constitución de Cundinamarca en la que se reconocía la autoridad de Fernando
VII, señalaba en 1814 que:

Los independientes y liberales quieren que la Nueva Granada sea una nación, porque ha
llegado el tiempo de serlo. Parece que los coloniales y serviles quieren que bajo el sistema
opresor esperemos la venida del Juez de los vivos y los muertos; los liberales quieren que
nuestros caudales no pasen el océano para enriquecer a nuestros enemigos; los serviles
quieren que con el sudor de nuestra frente sostengamos la fuerza de nuestros contra-
rios destinada para oprimirnos (... ) los liberales quieren vernos exaltados al nivel de las
naciones libres, florecientes y poderosas; lo~ serviles quieren para nosotros un pupilaje
y servidumbre eterna y que siempre tributemos el oro, la plata y el incienso de nuestra
adoración a la bastarda España39 •

Para entonces el nuevo ensamble conceptual desemboca en la ruptura total con la Nación
española y acota la negatividad desde la cual es necesario pensar la fundación de una nueva
soberanía. Problema ese, espinoso, que tendremos que dejar para otro día.

Conclusión

Hasta acá he tratado de reconstruir, muy esquemáticamente, el proceso por medio del cual el vocablo
colonia adquirió calidad de concepto socio-político a lo largo del siglo XVIII en relación con las reformas
borbónicas, el ascenso del absolutismo, las revoluciones atlánticas (incluyendo, de manera particular, sus
dos variantes americanas: la norteamericana y la haitiana) y el fortalecimiento de las élites criollas.

Contrario a lo que Lempériere argumenta, la noción evaluativa descriptiva de colonia no es


conceptualmente ajena a los agentes contemporáneos del antiguo régimen y del nuevo orden
socio - político. Aún más, claramente el problema colonial era central para la cultura política
del periodo en tanto designaba una experiencia de negatividad política que hacían suya en ese

38 Bagatela5(1811).
39 "Liberales y serviles". El Anteojo de larga vista 9 (1814), pp. 34-37.

129
Colonia, nación y monarquía ... Francisco Ortega

momento. Sus usos políticos más relevantes para sus interlocutores, me atrevería a sugerir, no
son impugnar una exclusión y explotación, sino, sobre todo, iniciar la búsqueda de una nueva
soberanía para las provincias americanas.

Toda conclusión solo puede ser provisional, pues quedan pendientes varias tareas para en-
tender mejor cómo funciona el concepto "colonia" en el momento de la ruptura y construcción
republicana40 • Además de profundizar en los contenidos semánticos, es necesario explorar el
abanico de términos con los que comparte ese espectro y con los cuales con frecuencia se con-
funde, a menudo de manera sútil. Términos como reinos, provincias, naciones, posesiones,
dominios, ultramar, colonias, factorías, entre otros, constituyen el ramillete de designaciones
posibles del lazo que unia a América con la Corona. Entender esas continuidades nos permitirá
comprender a cabalidad el modo en que cierto vocabulario político se hizo posible a partir de la
crisis de 1808. Igualmente, es necesario exp!orar mejor los modos de recepción diferenciada de
esa matriz conceptual en diversas localidades (Santafé, Cartagena, Caracas, Buenos Aires, etc.)
a través de una relectura de los proyectistas americanos, informes burocráticos, epistolarios
privados, gacetas y periódicos ilustrados, entre otros.

Un punto aparte, fundamental éste, consiste en entender la disparidad evidente en la adop-


ción del concepto colonial para describir la exclusión de los criollos americanos de la Nación
española y, por otra parte, la evidente inhabilidad -o falta de voluntad- para entender los
procesos de exclusión puestos en marcha para con diversos grupos sociales en las nuevas repú-
blicas (negros, indios, castas, mujeres, entre otros). El ya mencionado "Memorial de Agravios"
que, recordémoslo, reclamaba igualdad de representación entre las partes de la nación, susten-
taba ese derecho en que los españoles americanos son:

Tan españoles (... ) como los descendientes de Don Pelayo, y tan acreedores, por esta ra-
zón, a las distinciones, privilegios y prerrogativas del resto de la nación, como los que,
salidos de las montañas, expelieron a los moros, y poblaron sucesivamente la Península;
con esta diferencia, si hay alguna, que nuestros padres, como se ha dicho, por medio de in-
decibles trabajos y fatigas, descubrieron, conquistaron y poblaron para España este Nuevo
Mundo (Torres, 1832: 9).

La argumentación remataba señalando que "Los naturales, conquistados y sujetos al poder


español, son muy pocos, o son nada, en comparación de los hijos europeos que hoy pueblan estas
ricas posesiones", una afirmación tan descarada como diciente (Torres, 1832: 9). En pasajes como
este se nos revela una fase profundamente conservadora de las revoluciones americanas y una
voluntad explícita por reproducir la misma condición de exclusion -o de colonialidad, para usar
un término acuñado recientemente- de otros miembros de la comunidad41 • Y a menos que se diga
que la contradicción no hacía parte de la sensibilidad o de la capacidad conceptual de la época,
citemos al español Joseph Blanco White quien desde Londres la había señalado en El Español:

Los revolucionistas justifican su resistencia a la Madre Patria a título del derecho que como
hombres libres tienen de elegir su gobierno. (... )Les preguntaremos si insistiendo sobre
40 Jennifer Pitts (2006), explora el pensamiento-de Burke, Bentham, Constant y otros críticos de las aspíraciones coloniales de los imperios
europeos a principios del siglo XIX. Para las transformaciones que ocurren en el contexto hispánico, véase Fradera (1999).
41 Véase Castro (2005). También, ver el conjunto de ensayos editado por Lander (2000).

130
Francisco Ortega La Cuestión Colonial

tal argumento, piensan acomodar la práctica a la teoría? Si recurriendo a artificios y quis-


quillas piensan excluir a sus hermanos negros o pardos, de una completa participación del
poder político ¿juzgan que con estas lecciones de derecho natural frescas en la memoria, se
someterán pacíficamente las castas degradadas a estas restricciones y privilegios? 42

Finalmente, contradicciones de este tamaño nos obliga a entender que la exploración con-
ceptual no es autocontenida ni resulta suficiente para comprender la cultura política del perio-
do. Igualmente, necesario y urgente es la tarea de aproximarse a los sistemas de significación
(no sólo linguísticos, no sólo semánticos) de los grupos subalternos, sistemas que articulan no
sólo una comprensión propia de la relación colonial, sino también unas prácticas -muchas ve-
ces soterradas- de resignificación y resistencia.

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134
El proyecto de gobernabilidad del virrey Francisco de Toledo (1569-1581)

Javier Tantaleán Arbulú

La colonia y la mise en scene de Toledo

E
l período que vivió el Pirv de 1532, año de invasión del Tahuantinsuyu, hasta
1572 fue tumultuoso y anárquico, especialmente de 1532 a 1554; año este último
en que fueron derrotados los últimos españoles que se rebelaron contra el mo-
narca español.

En esas cuatro décadas (1532-1572) se producen toda suerte de enfrentamientos. De españo-


les contra la nación inca. De pizarristas contra sus socios almagristas, en una lucha sin cuartel
por el poder y el manejo y apropiación hegemónica de las riquezas del Tahuantinsuyu y por
mantener a la mayor cantidad de indios bajo su mando y cautiverio. De otras naciones indíge-
nas contra los incas 1. De españoles entre sí. De españoles e indios contra los cusqueños. De los
españoles encomenderos contra la corona2 . Es decir, la guerra de todos contra todos, que Waman
Puma denominó awqaruna.

El enviado de la monarquía Pedro de La Gasea, conocido en la historia oficial corno


el Pacificador, estuvo en tierras peruanas desde el 17 de julio de 1546 hasta el 9 de abril
de 1549. Cuando se fue del Perú, había logrado una cuasipacificación; al grado que una
importante rebelión de un sector de los españoles contra la autoridad, iniciada por Her-
nández de Girón entre 1553 y 1554, fue literalmente aplastada. Con esa victoria se castiga
a unos 800 rebeldes con la horca, el degollamiento y más benévolamente con el destierro.

Cabe precisar que, desde Colón, los hispanos le dieron el nombre de indios a los habitantes de América, pues creían que habían "descu-
bierto" la legendaria India. Luego se usarían las voces "naturales" y "américos". En las cartas de Colón también aparece el uso de la voz
"indianos'' (Fricderici, 1987: 161).
2 Existieron algunas situaciones sui géneris que se presentaron en estos años de acracia como lo ocurrido en lea que ha estudiado Menzel
(1970: 459). Es durante los primeros cuarenta años de conflictos entre los conquistadores y de desorden generalizado, que determinados
pueblos (co1no los de Tea) conocen un renacimiento, período en el que hubo un "relajamiento del control".

135
El proyecto de gobemabilidad ... Javier Tantaleán Arbulú

En este período temprano de presencia extranjera, las confrontaciones llegaron a situacio-


nes como la de 1546, cuando el virrey Blasco Núñez Vela fue decapitado por españoles que no
aceptaban el tutelaje del estado metropolitano3 .

Se puede afirmar que en este período, básicamente, de 1532 a 1554, existen dos proyectos
de gobernabilidad disímiles y contrapuestos: el de feudalidad mercantil-autonómica de los
encomenderos versus el de gobemabilidad colonial-estatal que incluye el Proyecto del Sacro
Imperio Romano Germánico, con Carlos V emperador (Carlos I de España) y a su hijo el rey
Felipe II (1556-1598).

Se confrontaron los intereses de los españoles más audaces, emprendedores y aventureros,


que buscaban su autonomía frente a la corona, y los de los funcionarios directos e "indirectos"
del Estado metropolitano', que querían monopolizar la conquista y el desarrollo en las tierras del
Nuevo Mundo. Siguiendo esta reflexión sobre un conflicto de intereses, Bonilla (1977: 93) señala:
"( ... )lo que era bueno para el Gobierno no necesariamente era bueno para los colonizadores".

El proyecto de gobemabilidad del virrey Francisco de Toledo se inscribe en el segundo pro-


yecto más amplio de gobernabilidad colonial-estatal, que no es un sistema de gobernabilidad
estático, sino que sufre transformaciones durante el prolongado período de dominio hispano-
colonial, en más de dos siglos y medio, cuyas mutaciones no son materia de este ensayo.

Francisco de Toledo, virrey del Perú entre el 30 de noviembre de 1569 y el 23 de septiembre


de 1581, es, no nos cabe duda, la figura más importante entre los gobernantes del Perú duran-
te el dominio español. El Virrey más trascendente bajo el prisma de los intereses del Imperio
hispano, considerando los gobernadores Francisco Pizarra y Cristóbal Vaca de Castro, y los
cuarenta virreyes que tuvo el país.

Por eso el estudio de su personalidad y gobierno hacen de Toledo un personaje contro-


vertido y polémico. El jurista madrileño Juan Solórzano y Pereyra, autor de Política indiana
(1647) le llama el Numa Pompilio del Perú. Seguramente, inspirándose en Solórzano, de
Vivero (1909: 41), en una estulta comparación histórica, escribe: "Que si don Francisco Pi-
zarra fue el Rómulo del imperio hispanoperuano, don Francisco de Toledo fue, sin duda,
su Numa o como otros escritores vienen desde antaño llamándolo, el Solón del Perú".
3 El vürcy I3lasco Núñez Vela fue derrotado por Gonzalo Pizarra en Añaquito. Cuando yacía herido en el campo de batalla, fue decapitado
por un morisco que andaba con Benito Suárez de Carvajal, quien para vengarse por la muerte de su hermano le ordenó cortar la cabeza del
virrey, la que fue colocada en una picota en Quito. Más adelante, Gonzalo Pizarra hizo trasladar a Lima el cuerpo y Ja cabeza del virrey
y mandó se le enterrase en la Iglesia Mayor. El mismo Gonzalo Pizarra asistió al entierro en el mejor estilo siciliano contemporáneo y
"mandó decir misas por su alma'', ordenando que todos llevaran luto por unos días. En su sepulcro decía lo siguiente:

Aquí ya sepultado
el ínclito visorrey
que murió descabezado
por la justicia del Rey
la su fama volará
aunque murió su persona
y su virtud sonará,
por esto se le dará
de lealtad la corona.

(Cit. en Vargas Ugarte, 1971; 223-224).


4 Metrópoli en la Edad Media, en el Imperio de Carlo1nagno, era la sede del arzobispado, división política del imperio (Montcsquieu, 1956-
1958 [1748]' T. 2. 962 y 1538).

136
Javier Tantaleán Arbulú La Cuestión Colonial

En el Cuadro I intentarnos realizar una diferencia entre la sociedad de la conquista y la sociedad


colonial.

Cuadro I
Sociedad de la conquista · Sociedad colonial
Sociedad de la conquista Sociedad colonial
(1532-1549) (1549· 1824)

Gobernación Virreinato
Conquistadores Caudillos o capitanes
Colonizadores Encomenderos
Frmciorlarios Poder privado
Encomenderos en declive Poder regio

Españoles y mestizos Españoles y criollos


Gran movilidad social Lenta movilidad social
Mérito por la conquista Mérito por la función
Institucionalización de facto Institucionalización de jure
Economía tributaria Economía productora
Búsqueda de fama y fortuna Búsqueda del cargo público

Rubén Vargas U garte (1971) lo presenta corno el reorganizador del virreinato. Pérez de Tu dela
(1970: 366) define su política de la misma manera que De Vivero, corno la "obra ordenadora del
'Salón' peruano". Roberto Levillier (1935-1940) lo califica corno Supremo Organizador del Perú,
título de su libro dedicado al Virrey. Carlos Malarnud Rikles lo llama el "verdadero impulsor"
del virreinato del Pirv (Diccionario de historia de España, 2003: 482). Mientras que el maestro
indigenista Luis E. Valcárcel (1940) lo define corno un "gran tirano". Entre los importantes
críticos de Toledo está también Garcilaso de la Vega.

Es razonable pensar que para los indigenistas peruanos contemporáneos Toledo sea visto
corno gobernante desalmado y tiránico, inspirador y propulsor de la leyenda negra contra el
incario valiéndose de los cronistas de su período, encabezados por Pedro Sarmiento de Gamboa
(1532· 1592), que según algunos historiadores escribió su Historia índica (1572) siguiendo
instrucciones de Toledo para presentar al Imperio Incaico corno una tiranía.

Desde su llegada a Paita en 1569, Toledo fue un gobernante viajero. El viaje a Lima lo hizo
por tierra para conocer la realidad de las provincias y "con cuidado de entender la diferencia
del gobierno de los indios yungas de los llanos y los serranos des ta tierra" (énfasis nuestro). Entre
1570 y 1575 visitó Jauja, Huarnanga, Cusca, Chucuito, La Plata, Chiriguanaes, Potosí, La Paz,
Arequipa y Quilca.

Toledo organizó un competente staff para gobernar. Se rodeó y trabajó con un grupo de
escritores y asesores, "graves y doctos varones", corno Juan de Matienzo, oidor de la audiencia

137
El proyecto de gobernabi.lidad .. Javier T.wtaleán Arbulú

de Charcas y autor del Gobierno del Perú (1967 [1567]) 5; Cristóbal de Molina, "El Cuzqueño",
autor de Fábulas y ritos de los incas (1943 [1572]); el jesuita Joseph de Acosta, que relató la Historia
natural y moral de las Indias (1940 [1590]) 6; Juan Polo de Ondegardo, que escribió Informaciones
acerca de la religión y gobierno de los incas (1916-1917 [1571]) y otros escritos (1906a, 1906b, 1940);
el corregidor de Huamanga Damián de la Bandera, autor de la Relación de la disposición de la
provincia de Guamanga, llamada San Juan de la Frontera, y de la vivienda y costumbre de los naturales
della (1881 [1557]); Fray Agustín de la Coruña, obispo de Popayán; el licenciado Pedro Ordóñez
Flores, de la orden de Alcántara, inquisidor y visitador general del reino; Jerónimo de Loayza,
arzobispo de Lima; González de Cuenca, Gabriel de Loarte, el oidor Sánchez de Paredes, el
fraile Pedro Gutiérrez Flores, entre otros. Estos fueron actores gubernamentales en el Proyecto
de Gobernabilidad del virrey Toledo.

Mapal
El mundo hispánico y sus colonias en la época de Felipe II
Presencia mundial de la monarquía católica

\j

Fuente: Avilés, Villas y Crcmades (1988: 133).

Toledo tuvo un período de gobierno cuando Felipe Il (1556-1598) era rey de España y rey de
Portugal como Felipe I (1580-1598) y cuando España alcanzaba su mayor esplendor imperia-

5 Juan de Mat.ienzo, seg(m parece, estuvo influido en su concepción sobre los indios por una encuesta que hicieron tres sacerdotes a los
encomenderos (Interrogatorio jeronimiano 1515) publicada por L. Hanke (1971). Evidentemente, los encomenderos opinaban con in-
tereses personales y sospechosamente coincidían en que los indios no tenian "capacidad para poderse regir ni gobernar como ninguna
española por rústica que sea( ... ) (y que carecían) de capacidad para poder vivir por sí solos políticamente( ... ) son inclinados a vicios
de lujuria y gula y pereza(... ) ninguno de ellos tiene capacidad para que enteramente pueda vivir en entera libertad porque( ... ) carecen
de saber contratar ni vender cosa ninguna de las que tienen". Matienzo, influido y/o convencido, escribió que los indios "fueron nacidos
y criados para servir que el 1nandar, y conóccse que son nacidos para esto porque, según dice Aristóteles, a estos tales la naturaleza les
creó más fuertes cuerpos y dio menos entendimiento" (IVlatienzo, 1967 [1567]: 16-19). Esta suerte de visión de los españoles de sentirse
seres superiores a Jos indianos o fi:lscismo primitivo y de las opiniones racistas extremas que los cronistas brindaban las encontramos en
Santillán, Lopc de Alienza, Valera, Acosta, Murúa, Lizárraga, García, Santa Cruz Pachacuti, Herrera, Calancha, Cobo, Rivera y Zárate
(véase Tantaleán, 2002: T. 3, cap. 25). Lo significativo del Interrogatorio jeronimiano es la opinión compartida de los encomenderos para
señalar la incapacidad de los indigenas para autogobemarse y vivir en comunidad
6 Fue un alegato en defensa de los indígenas y sirvió para que la Compañía de Jesús en las colonias americanas "aplicara unos métodos más
adecuados a las culturas indígenas" (Negro y Marzal, 2005: 9).

138
Javier Tantaleán Arbulú La Cuestión Colonial

lista a escala planetaria, corno se puede observar en el mapa I. Entonces, el virreinato del Perú
comprendía Panamá y América del Sur; era el más grande de todos los virreinatos españoles en
el mundo. Ese fue el espacio colonial bajo la jefatura virreinal de Toledo, si bien en Sudamérica
existían muchos espacios no colonizados. Felipe II fue uno de los reyes más omnipotentes e
indiano de la historia de Hispania7•

Por estas razones históricas, con el virrey Toledo se produce, desde la cúpula política y del
poder, el único proceso histórico de integración sudamericano y de parte de Centroamérica.

Sobre el poder y la organización del Estado

Los Príncipes y Reyes, como quiera que sean, han de ser inviolables de sus súbditos, y como
sagrados, y imbiados de Dios. Tenga el súbdito quantas quexas se puedan imaginar ono las tenga,
que por muy justificadas que las quiera hazer, no pueden ser causa de levantar los ojos, ni mudar la
lengua contra su Rey.
Martín González de Cellorigo, 1600.
(Cit. en Bennassar, 2004: 38.)

Richard Pares ha escrito: 'Lo más importante en la historia de un imperio es la historia de su


madre patria. La historia colonial se realiza en casa: si se le da carta blanca, la madre patria edificará
el tipo de imperio que necesite'. En el caso del Imperio Español, sin embargo, la fuerza propulsora
fue la interacción entre la metrópoli y sus colonias, mientras que la clave para comprenderla era la
respuesta de los colonizados a la política imperial: es allí, entre otros factores, donde el historiador
descubrirá las tendencias de las relaciones-sociales y raciales, las causas de la rebelión colonial y los
gérmenes de la independencia posterior.
(Lynch, 2001: 17)

Con la conquista de América, España se convierte en el reino e imperio más poderoso de


Occidente en el siglo XVI y, por tanto, era el más temido, con capacidad de convertirse en un
imperio universal, derrotar a los turcos otomanos y detener las guerras religiosas en Europa
(Tantaleán, 2009). Pero, corno sostiene Pagden (1991), a comienzos del siglo XVIII, cuando es-
tas amenazas ya no aparecían, "el Imperio empezó a verse cada vez más corno una institución
despótica, corrompida y corruptora, una amenaza al internacionalismo creciente, y la antítesis
misma de las nuevas sociedades comerciales que habían de dominar el mundo moderno".

El Estado colonial

Hemos aprendido más claramente que las instituciones no funcionaban automáticamente por el
mero hecho de dictar leyes y recibir obediencia. El instinto natural de los súbditos americanos de la
Corona no era el de obedecer leyes, sino el de eludirlas y modificarlas y, de vez en cuando, resistirse
a ellas. La reacción al Estado colonial se ha convertido en un área popular de investigación, y la rebe-
7 Indiano aparece como sinónimo de poderoso en el Diccionario de Sinónimos y Antónimos (Océano, 2000: 442). Esto constituye una prueba
incontrastable, en esta voz del castellano antiguo (indiano), de la fuerza vital y omnipresencia del significado de las Indias o América, de
manera especial del Pirv del siglo XVI. El:máx:imo apogeo político de España desde la aparición del Horno Sapiens Sapiens, unos 40.000 años
a. p., hasta el 2009 d. C., en la península (García, 2005: 3; Kindcr y Hilgemann, 2007: 12-14; Lemonick, 1995: 38-41).

139
El proyecto de gobernabilidad ... Javier Tantaleán Arbulú

lión tiene precedencia sobre la reforma. Además, se reconoce que el Estado colonial operaba en varios
niveles. La fuente de poder estaba a gran distancia de América y los oficiales locales estaban muy
lejos de su soberano, rodeados de un mundo de intereses que competían con ellos y de una sociedad
de la que no se podían separar. "Entre Madrid y Potosí, las leyes pasaban por una serie de filtros"
(Lynch, 2001: 76).

Existe una controversia funcional y estructural sobre la manera de caracterizar y conceptua-


lizar el Estado que comienza su verdadera configuración con el proyecto de gobernabilidad del
virrey Toledo en 1572. La propuesta de que no se trata de un estado colonial está representada
por el clásico trabajo de Lohmann Villena (1949). Mientras que el suscrito piensa lo contrario y
lo ha desarrollado en "El Estado colonial en el Perú: 1544-1824" (Tantaleán, 2008).

El Estado colonial es el establecimiento y mantenimiento, por un período prolongado (casi


tres siglos en el caso peruano), del gobierno-como ejercicio del poder-de un poder soberano so-
bre un pueblo sojuzgado y ajeno, que está separado del poder gobernante (república de españoles
versus república de indios). El Estado colonialista se asocia frecuentemente con la colonización, es
decir, el asentamiento físico y cultural de personas del centro imperial en la periferia colonial.
Entre los rasgos característicos de la situación colonial se encuentran el dominio político y legal
sobre una sociedad sometida, relaciones de dependencia económica y política, una reorienta-
ción de la política económica imperial hacia los intereses y las necesidades y desigualdades
raciales y culturales institucionalizadas8 .

Para presentar de manera esquemática la organización del Estado y del territorio del vi-
rreinato del Perú, nos apoyaremos en el diagrama l.

El virrey Francisco de Toledo inaugura una nueva etapa en la administración colonial (de
1569 a 1581) con la destrucción de lo que Kubler (1946) llama The Neo-Inca State (1536-37 hasta
1572), ya fuertemente minado en sus bases. Sin embargo, entre 1532 y 1570 (año, este último,
que se puede situar como el comienzo de la implementación de un proyecto más orgánico de
organización colonial), el proceso de la destrucción de la sociedad prehispánica continuó es-
pecialmente en las zonas en las cuales los españoles tenían mayor control. Destrucción que se
manifiesta en todos los niveles de la sociedad: en la estructura social, en el sistema económico-
institucional (formas de la propiedad de la tierra, relaciones de trabajo, formas de producción,
entre otras), en las instancias política e ideológico-cultural-religiosa.

Los monarcas, al asumir el título de Reyes de las Indias, consideraban estos dominios como
"patrimonio privado" de la Corona de Castilla, dentro de criterios del absolutismo real (Haring,
1939: 156), pudiendo calificarse en el tiempo el sistema como una forma de colonialismo feudal
mercantil. En los primeros años de la colonización se produce un predominio de la actividad
grupal o individual en relación con las políticas públicas en la estatalidad, lo cual explica, de
acuerdo con Ots (1934: 32-35), el desarrollo de una pujante nueva "aristocracia", compuesta
de los primeros españoles descendientes, "nacida y desarrollada al amparo de los grandes
privilegios concedidos en sus respectivas capitulaciones ( ... ) (junto con) estos privilegios
marcadamente señoriales figuraban otros de orden puramente patrimonial o económico".
8 Esta parte está inspirada en el famoso libro de Franz Fanon, Los condenados de la tietTa (1963).

140
Javíer Tantaleán Arbulú la Cuestión Colonial

Diagrama I
Instituciones españolas en relación con el PIRV

Poder procede de Dios


Bulas pontificias, en las que se consideraba que el Papa tenía poder y facultad
1 MONARCA] para atribuir a un príncipe católico el poder del territorio de un infiel; los mo-
narcas se esmeraban en obtener rápidamente las concesiones mediante bulas
papales o pontificias cuando "descubrían un territorio".

Funciones: Legislativas
Un Canciller Creado en 1523 por el emperador Carlos V Judiciales
Consejeros ~ONS~JO DE INDIAS 1 (para el Buen gobierno de las indias) y supri- Militares
mido en 1834. Eclesiásticas
Comerciales

l.iUNTAIJE GUERRA 1
CASA DE CONTRATACIÓN Creada en 1503
! DE INDIAS ~---(~E_N_S_~YILLA) (Reyes Católicos: Isabel 1, 1474-1504, para el caso de Castilla y Aragón}.
(Establecida en 1597) (Relaciones comerciales)

VIRREY Creado en 1542


Virreinato del Perú

(TRIB~:~=~l'ICIA)
IGLESIA
1 1

Creada en 1542 [coRREGIDOREsl Creado en 1548 (en su ámbito administra jus-


Jueces u oidores De indios (sobre los cuales Toledo ticia, vela por el orden público y moral).
(Mediante cédula real del 19 de tuvo un rol decisivo).
marzo de 1550, se le asigna la De españoles
responsabilidad de gobernar cuando
no había un virrey en el Perú).

C:C::ABILpos] l_tNTEN])Er;(:'~ Creadas en 1784 por los Barbones


Gobierno local
Alcaldes
Regidores. Cargos que se compraban.
Consejales elegidos por los vecinos

[TRIBUNAL D~ CUENTAS] Creado en 1605 1 TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN]


(Vigilancia del manejo de Creado en 1569
la Hacienda Pública) (Sin prerrogativas sobre los indígenas.
Las Cortes de Cádíz decretaron su extinción en 1813; repuesto por el reaccio-
1CAJAS REALES i Creadas en 1605 (Encargadas de re- nario rey Femando VII. El Santo Qfi.cio fue definitivamente abolido en 1834).
camiar impuestos y pagar los costos}

, TRIBUNAL DEL 1

Creado en 1614
1 CONSULADO DE LIMA '
(Organismo paraestatal formado por
los mercaderes para ver los asuntos
litigantes del comercio).

Fuente: Elaboración propia

141
El proyecto de gobernabilidad ... Javier Tanta leán Arbulú

Era natural que la temprana "aristocracia" colonial formada por los primeros conquista-
dores, con el correr de los años y conforme se desarrollaba el Estado, tuviese que ir compar-
tiendo privilegios con la "nueva" nobleza que venía de la Península a ocupar altos cargos
burocráticos.

En el diagrama I se grafica la forma en que se fue estructurando el Estado. Evidentemente, la for-


ma de presentación es diseñada de esa manera a propósito, por la intrincada relación existente en
los componentes de los sistemas Estado e Iglesia, en vista de la maraña jurídica de sus competencias
e interacciones. A modo de ejemplo tomemos el caso de la Monarquía, aquella que es absoluta, en
que la autoridad del monarca no tiene limitación (siglos XN-XVIII), cuya legitimidad procede de
Dios (p. e. los reyes catolicísimos). Pero guardaban su autonomía frente a la institución del papado
y la Iglesia Católica. Por ejemplo, este fue el caso de Carlos V, el emperador que realizó lo que en la
historia se conoce como el Saco de Roma; conquista y saqueo de Roma (mayo de 1527), donde primó
la razón de Estado y no la fidelidad al papado. Carlos V, gobernante imperialista, se lanzó militar-
mente contra el papa Clemente VL el mismo que lo había coronado como emperador de Occidente.
La invasión de las tropas se realizó porque el Papa se oponía a la política de Carlos V en Italia.

En conclusión, con referencia al diagrama I Instituciones básicas españolas en relación con el


Perú, el proceso de estructuración de instituciones y mecanismos del orden colonial (Estado e
Iglesia) fue gradual en el tiempo; se fue perfeccionando.

Marcos de máxima normatividad jurídica

Una vez "descubiertas" (voz necia y jactanciosa para referirse a tierras habitadas
milenariamente por seres humanos) las llamadas Indias, se desata en España un debate
teológico-filosófico-jurídico y político de si los indianos eran o no seres humanos. Se debe
tener presente que en el pensamiento occidental existía una tradición de que no era humano
quien comía carne humana. El asunto lo trataron Homero (hacia el siglo IX a. C., en La Odisea),
Aristóteles, Herodoto, Plinio, Jerónimo, Tertuliano, Isidoro y San Alberto Magno (en Politicorum
y Ehicorum). Pero en el "Nuevo Mundo" existían sociedades de alto nivel civilizatorio y no solo
caru'bales y antropófagos.

En medio del debate sobre el "correcto ordenamiento legal" que se debería desarrollar en las
nuevas tierras, luego de haber llegado a un consenso de que el indio también era un ser humano ("fue
necesaria una bula del Papa que declarase humano al indio", decía Palma, 1897: 14), surgieron
muchas controversias:

De acuerdo con la tradición de los filósofos griegos, los seres humanos se clasificaban en
libres, siervos y esclavos. ¿En qué categoría está el indiano?
¿Cómo asumir las "nuevas tierras" jurídicamente?
¿Qué hacer frente al paganismo de los indianos?
¿Hay derecho a una justa guerra contra los indianos?
¿Hay derecho para apropiarse de las riquezas como compensación a la "tarea civilizato-
rian emprendida en medio de la "barbarie"?

142
Javier Tantaleán Arbulú La Cuestión Colonial

Realmente, cuando el historiador reflexiona sobre la compleja legislación del derecho india-
no, se tiene la impresión que las normas (más allá de que fueran cumplidas o no por las au-
toridades y españoles que ejercían funciones públicas y no-públicas) buscaran una solución
conciliatriz de una realidad sumamente compleja socialmente y tan impregnada de racismo (la
república de españoles y la república de indios). Dejando de lado a personajes humanistas como
Las Casas y seguramente muchos otros, es bastante probable que en las intenciones de la gran
mayoría de hispanos se impusiera su concepción e imaginario de lo que era sentirse superior,
en el sentido integral del término, frente a indígenas, afroperuanos, mestizos o cualquiera de
las combinaciones étnicas para las que en el vocabulario colonial hispano aparecen apelativos
distintivos. En esos términos, la interpretación de la norma terminaba siendo muy favorable
al invasor y muy poco favorable al subyugado. Porque en última instancia, más allá de las for-
malidades y normas jurídicas (muy importantes, por supuesto), el Estado era colonial y, por
tanto, como cualquier otro Estado colonial que haya conocido la humanidad en la era moderna
y contemporánea, su objetivo estratégico básico era sencillamente la explotación. Si ese objetivo
era maximizar la producción (explotación del recurso argentífero) y si para eso era necesario
promover el crecimiento de la fuerza laboral indígena, entonces, no es contradictorio encontrar
políticas de Estado de protección al indígena y promoción del crecimiento poblacional, en vista
que de ello dependía tener brazos para la explotación de las minas. Aun si eso se daba, en medio
de altísimas tasas de mortalidad de los indígenas, cuya causa funcionarios del más alto nivel,
motivados con un sentido de protección del indígena, no lograban entender y menos evitar, a
pesar de su voluntad de fomentar el crecimiento del pueblo sojuzgado.

Además, el estado colonial puede ser caracterizado como reglamentarista, detallista y pa-
ternalista, con una concepción de sociedad compartimentalizada. También ejecutaba una re-
presión diferencial según se tratara del indio, el afroperuano, el mestizo, el criollo o el español.
Represión que decrece conforme el grupo étnico es más cercano a la etnia blanca.

Una de las grandes funciones del estado es mantener y reproducir las desigualdades, los
conformismos y las particularidades de cada grupo étnico-social. Es decir, mantener el orden.
Un orden social conceptualizado como ley natural. De allí que el estado puede ser visto como
un ente estático, opuesto a la innovación, al cambio y al movimiento. Aunque no por ello es
estático. Quiere ser voluntariamente estático, pero el devenir de la historia lo hace cambiar en al-
gunos de sus elementos. Por cierto, no existe en la historia ningún sistema socioeconómico ni
de la estatalidad estático y sin movimiento, por más que para Karl Marx el desarrollo de ciertas
sociedades, como las "despóticas orientales" (entre ellas el mundo prehispánico del Pirv), se
daba de manera estacionaria, cuasi inmutable o unveran derlich keit, de longevidad única (véase
Tantaleán, 2001: 121).

El Estado colonial es autoritario y absoluto, luego absolutista como sistema de poder, pero
este último no puede ser asimilado al "absolutise eclairé". Dice el profesor Antonio Álvarez de
Morales (2002: 141) que el Estado absoluto -en su forma de monarquías absolutas- responde a
un" criterio estrictamente territorial; en cambio, el Imperio se basaba en un principio de autori-
dad moral. Se llamaron Absolutas porque no reconocían una instancia superior, porque intentan atraer
a su órbita el elemento religioso limitando el poder del Papado. El Monarca absoluto incluye
poco a poco en su legitimación un papel de padre de sus súbditos, a los que procura felicidad y

143
El proyecto de gobemabilidad .. Javier Tantaleán Arbulú

cuya expresión acabada es el Despotismo ilustrado" (énfasis nuestro). La corporación estatali-


zante o Estado metropolitano tiene dos grandes problemas sobre su apéndice el Estado colonial:

i) La ignorancia en muchos aspectos del manejo real de la cosa pública y administrativa; y


ii) La gran distancia de la colonia; por eso, en situaciones específicas, el Virrey significaba la
estrategia efectiva de la delegación del poder metropolitano.

Ots (1941: 12-14) tiene una opinión sugerente de las características del derecho y la jurisdic-
ción indianos, y sobre las instituciones diseñadas en la Colonia:

i) Casuismo acentuado (búsqueda de generalizar cada caso concreto).


ii) Tendencia asimiladora y uniformista, que no siempre se pudo implementar, por la atipi-
cidad de la realidad colonial.
iii) Gran minuciosidad reglamentarista.
iv) Y profunda impregnación religiosa.

Una de las herencias fundamentales del Ancien Régime colonial sobre la República es la liti-
gación, el pleito, la controversia. Los cuales no tienen color de piel y atraviesan toda la estruc-
tura social del Perú del siglo XVI. Desde los más pobres a los más ricos. Con sabiduría, Hanke
(1978: 71-74) lo había señalado:

Toledo no planeó emitir tantas ordenanzas, pero se vio necesitado a hacerlo sobre un gran
número de temas, desde la coca hasta las reglas municipales y mineras. En sus viajes por el
Perú se dio cuenta que los indios eran muy propensos a la litigación. Se envolvieron en querellas
judiciales; la papelería legal los fascinaba, y mostraron una paciencia y tenacidad en estas disputas
que es digna de destacarse. Tal vez nunca en la historia, ni antes ni después, estuvieron en
contacto dos pueblos más absorbidos por preocupaciones legales como los indios y los españoles,
que ha producido una documentación extraordinariamente detallada y copiosa que es, al
mismo tiempo, el placer y la desesperación de los historiadores (énfasis nuestro).

Evaluación de la gestión de las políticas toledanas

So color de religión/ Van a buscar plata y oro/ Del encubierto tesoro.


Copla de Lape de Vega (1562-1635)
sobre la conquista y colonización del Perú.

No poseía oro, /sino que el oro/ lo poseía a él.


]ean de La Fontaine (1621-1695),jabulista inglés
Fables, IV.20. L'avare qui a perdu son trésor.

El proyecto de gobernabilidad del virrey Francisco de Toledo, realizado durante su gestión


(entre 1569 y 1581), obtuvo los resultados que se propuso, en el nivel de las políticas guberna-
mentales, norrnatividad e instrumentos.

144
Javier Tantaleán Arbulú La Cuestión Colonial

Existió un enfoque del desarrollo' de naturaleza territorial (reducciones, áreas de suministro


de la mita a las minas estratégicas, construcción de ciudades cumpliendo definidas funciones,
entre otras) combinadamente con un enfoque sectorial prioritario (la minería de oro, plata y
mercurio). Esto se complementa con un informe de la audiencia de Panamá en 1607, que no es
una casualidad del destino. Allí aparece y se define al Pirv con una caracterización económica
dual, en apariencia contradictoria; de un lado productivamente especializado en la minería
argentífera, pero de otro, con una gran diferenciación productiva que tiende a satisfacer sus
propias necesidades (Chaunu y Chaunu, 1959: 947).

Políticas específicas:

el perfeccionamiento acabado de las controvertidas reducciones o pueblos de indios para


concentrar las dispersas poblaciones indianas;
el mejoramiento de las Visitas y del tributo indígena;
el hábil manejo políti.co y clientelista de la creación de nuevas encomiendas;
el planeamiento d.e la mita indígena para cumplir con los objetivos y metas de la política
gubernamental;
la organización de un sistema de información y represión de los españoles, vía el Santo
oficio de la Inquisición, y
los variados mecanismos regulatorios tanto para la república de españoles como para la
república de indios.

El éxito minero se explica, primero, porque existen Potosí y Huancavelica, frente a los cuales
Toledo expresó que "iba a hacer con esos dos cer~os el matrimonio más grande del mundo" (en
Jiménez, 1881: 119-122). Tanto que en la época llegó a decirse que "Potosí no hubiera existido
sin Huancavelica y que ésta no habría existido sin Potosí". Pero no solo basta el recurso natural
no renovable, sino que no hay lugar a dudas de que las políticas, normas y mecanismos desa-
rrollados durante el período gubernamental de Toledo lograron el objetivo que se propuso de
que la economía política de la minería debería primar sobre el resto, inclusive a costa de sacrificar
mano de obra en otras actividades, si eso era necesario. Sus resultados están demostrados en
términos empíricos. Para ello tomaremos las minas de Potosí y Huancavelica, luego del mari-
daje que proclamara Toledo, cuyo primer resultado es el despegue de la producción de manera
impresionante, y las consecuencias de una revolución multidimensional que se va a producir
procesalmente en América y Europa, a costa, qué duda cabe, de los expoliados y reprimidos
indianos.

El objetivo fundamental, estratégico, fue la minería, actividad en la que se buscó maximizar


productividad y producción, y lograr enviar la mayor cantidad de plata (pública y privada) a
España y otra parte invertirla en el territorialmente inmenso virreinato del Pirv. Producción
y productividad se obtienen a partir de variados mecanismos. Toledo subsidió la minería de
plata de Potosí mediante el control de precios del quintal de azogue. Potosí se descubre por
1545 y en 1564 se hace el denuncio de Huancavelica, las minas de mercurio de Santa Bárbara.
----
9 Seguramente, en parte pensado y razonado, además de la propia dinámica histórica, el peso especifico de las estructuras anteriores al
proyecto de gobernabilidad y la coyuntura interna y externa.

145
El proyecto de gobernabilidad ... Javier Tantaleán Arbulú

En 1555 se descubre en México el método de amalgamación entre la plata y el mercurio, que


logra incrementar el rendimiento argentifero. En 1571, Toledo dispone la fundación oficial de
Huancavelica con el estatuto de Villa de Oropesa y en 1573 instituye en Potosí el proceso de
patio o método de beneficio mediante el azogue, ciudad a la que posteriormente viaja.

Todo esto significa que se usó con acierto los cambios tecnológicos mineros y que Toledo
logró que se transfiriera la tecnología de amalgamación de México; cambio que tuvo mucho
que ver con el crecimiento de la producción de la plata potosina.

Cuadro U
Actores ganadores o perdedores siguiendo un A-C-B
del proyecto de gobernabilidad del virrey Toledo 10
Actores ganadores Actores perdedores
- los españoles - los indios
- los criollos - los esclavos negros
- la alta burocracia civil y militar colonial - las castas étnicamente cercanas a los
- la aristocracia, especialmente la limeña actores sociales indígenas, grupos
- los mercaderes originarios y esclavos negros
- los financistas - los ayllus
- los dueños de tierras diferentes a los indígenas - las reducciones, pueblos de indios
- la Iglesia concentrados a la fuerza
- la Inquisición - las minorías étnicas selváticas
- los dueños de minas (*l - los dueños de minas (*l

- los caciques o curacas (*l - los caciques o curacas (*l


- los encomenderos (**l - los encomenderos (*l

- los corregidores

(*) Existen casos de estos actores ganadores y perdedores en el A-C-B de acuerdo con casos señalados en
las fuentes consultadas: Assadourian (1978 y J 982); Bonilla (2005: T. l); Bowser (1974); Bravo (1761);
Burga (1976); Cantos (1885 [1586]); Cock (1976-1977); Contreras (1982); Cook (1973 y 1977); Crespo
(1970); Esquerra (1970); Gama (1974 [1570]); Lohmann (1949); Monsalve (1598); Noejovich (1998a,
b, c y d); O'Phelan (1977); Pease (1992a y b); Polo (1916-1917 [1571]: T. 1); Sánchez Albornoz (1978
y 1983); Valcárcel (1940); Zavala (1934 y 1944) y Zimmerman (1938).
(**)Es Ass.adourian (1978: 28) quien tnenciona q_uc determinados encomenderos vieron q_uc se incrementaba
la renta agraria "como grupo agrario dominante'', accediendo con una alta participación en los beneficios
de la producción minera.

Toledo organizó el suministro de mano de obra a Potosí y otras minas (la más importante
Huancavelica), señalando zonas y número de trabajadores indígenas, mediante el precolombi-
no mecanismo de la mita indígena, pero ahora con un nuevo entorno de explotación y coacción
institucional sobre los indianos. Según Noejovich (1998b: 13), la mita toledana degeneró para
convertirse en un subsidio a los mineros. En dicho período se creía que a "más indios, más plata".

10 De acuerdo con Alain Tourainc (1965), los actores (etimológicamente derivado de acto, a su vez tomado del latín actus y autor) son los
individuos, grupos o instituciones q_ue teniendo un conjunto de roles, poseen un sistema de actos regidos por una orientación definida y
cuyo proceso se puede identificar según el contexto social, p_ero especialmente creación, innovación y orientación hacia los valores.

146
Javier Tantalcán Arbulú La Cuestión Colonial

Además, se consideraba, por ejemplo en Europa, al número de trabajadores como


un factor de producción decisivo del crecimiento del output, aunque no únicamente".

Utilizando un lenguaje actual (que no colisione ni distorsione la realidad histórica), men-


cionaremos la creación y en algunos casos recreación del fortalecimiento de las capacidades de
gestión de las normas e instituciones generadas en la administración toledana, para implemen-
tar las políticas. (A modo de ejemplo: el tributo indígena y la mita).

Se puede establecer un Análisis-Costo-Beneficio (A-C-B) del Proyecto de Gobernabilidad del


virrey Toledo teniendo en cuenta a los actores institucionales y socioétnicos, de acuerdo con su
situación de ganadores o perdedores12 .

De manera gráfica se puede concebir el esquema toledano teoréticamente; una suerte de


triangulación que tenía un alto grado de racionalidad -siempre en el campo del diseño-, pero
con los problemas operativos expuestos, especialmente en el caso de las reducciones, que pro-
dujeron procesos desestructurantes en la base productiva-social-cultural y de universos sim-
bólicos del pueblo indiano, y el progresivo proceso de mercantilización del mercado laboral
minero (véase diagrama II).

Sánchez Albornoz (1983) piensa que el plan Toledo "duró, más que por su propia virtud,
por anquilosamiento del sistema" 13 •

Según los cómputos que realiza H. Noejovich (1998b), se pretende demostrar algo des-
conocido hasta la fecha: que la explotación minera de Potosí llegó a tener utilidades nega-
tivas, pero que por la política minera económica de Toledo, se habría superado este agudo
problema, tal como se puede apreciar en el gráfico I.

Noejovich, sosti.ene que: "Pasado el boom inicial, la actividad minera no insumía, aparen-
temente, las mismas dotaciones de personal y, por ende, fue prefiriendo a lo largo del siglo
ajustar sus requerimientos y descansar sus utilidades en la renta que le representaba un privi-
legio instaurado por la política de Toledo. El deterioro de esta última es evidente" (énfasis nuestro).

11 La economía colonial es predominantemente comercial-mercantil (lo que no implica que además existan relaciones sociales de produc-
ción de servidumbre y esclavitud) y su lógica de acumulación tiene en la fuerza de trabajo y Ja acumulación de capital comercial las
fuerzas de su dinamismo. No es el caso que hemos desarrollado ampliamente cuando se trata de econonúas campesinas simples, como la
incaica, donde el crecitniento económico y la acumulación están asociados a la tasa de crecimiento poblacional, que aparece co1no una
variable clave para los márgenes de producción nuevos (véase Tantaleán, 2002: T. 2, 823-859).
12 Se ha tomado como base para el análisis A-C-B cualitativo: Tantaleán (2004).
13 En el caso de Huancavelica: "El sistema toledano( ... ) duró con pocos cambios hasta 1779 ( ... )En aquel año el visitador general José
Antonio de Arcche abolió el gremio y entregó la mina real a Nicolás Saravia, uno de los miembros del gremio. Cuando Saravia murió
repentinamente a finales de 1780, su heredero se negó a continuar el contrato, y la Corona hubo de tomar por sí misma el manejo directo
de la mina, igual que lo hacía desde 1645 en España con sus minas de mercurio de Almadén. Esto mantuvo los aspectos monopolísticos
de la producción de mercurio e hizo más intensa la intervención estatal en Huancavelica" (énfasis nuestro) (Brown, 2002: 115).
Esquerra (1970: 489-490) sitúa por los años 1660-1700 la crisis de oferta de mitayos: «Con la carencia de mitayos creció el rigor de
caciques y capitanes enteradores (los capataces encargados de reclutarlos y trasladarlos), pues para guardar el cupo asignado no se podía
ya respetar el plazo de siete años entre dos 1nitas a cada individuo, ni a las viudas su condición, ni a los presentes la justicia de no quedar
obligados a las cargas de los ausentes, apremiando a todos para volver a la mita sin descanso o a pagar en plata por los que faltaban
para el entero. Así se explicaba la fuga a las ciudades y provincias exentas, estableciéndose con la categoría de forasteros, Pero también
contribuían a la despoblación las estancias de ganado, los trapiches de azúcar, las chácaras de trigo, los obrajes y chorrillos de paños y
bayetas, y por ser los únicos labradores los indios, los 'españoles', es decir, los blancos, los recogían y aun los retenían a la fuerza, porque
huían de todo trabajo; así, todos vivían en el campo y de esta manera, se perdía 'la forma de esta República, la religión se olvida, pues esa
dispersión impide doctrinas y sacramentos'».

147
El proyecto de gobernabilidad ... Javier TantaleánArbulú

Diagraman
El esquema toledano: la triangulación del trabajo indiano

Finanzas
imperiales

mil<\ - minera
mita, -obra¡es

mit~ - construcciones

r--1-->--+--f-+--1organlzac!ón de reduccior\es
(problema más complejo)

Numeracíón ytasación
de li poblaGlán
Elaboración: propia

Tras el impresionante crecimiento de la utilidad efectiva, especialmente en el período tole-


dano (1569-1581 ), viene después de los años 1590 una tendencia (hasta 1692) declinante de la
utilidad efectiva y neta, que coincide con las quejas de los mineros y la documentación de los
funcionarios de la época.

Gráfico I
Explotación minera potosina: utilidad efectiva y utilidad neta
(1573-1692)
3.000.000 ~

1
2.000.000 \

1.000.000 ~
o'
1

· 1.000. ººº j1
"ººº·ººº ·V
-3.000.000
i ..
+-~--¡-- -T·-~¡--¡·--··¡~---¡-·¡-----¡~¡-·" -i-----¡-·~------

1580 1600 1620 1640 1660 1680


-------- UT EFECTIVA
Utilidad efecii'Ja - Utifü!litJ neta -J- ingresos por indios !le Fa\triquern.
UH•~· UT NETA

Fuente: Nocjovich (l 998d: 206).

148
Javier Tantaleán Arbulú La Cuestión Colonial

Una opinión que conviene precisar es la relativa al poder de la Iglesia. La Iglesia fue una ins-
titución particularmente opresiva en el campo económico. El pago de diezmos impuesto desde
1501 en todas las colonias gravaba al suelo y al ganado, resultando un dispositivo que fue un
obstáculo para capitalizar el agro. Por otro lado, la propiedad de la Iglesia fue lo que creció más
rápidamente en la ciudad y el campo (Haring, 1939: 165).

Frente a esta realidad, Toledo nada quiso hacer, o acaso: ¿nada pudo hacer?

El virrey Toledo realizó una demarcación territorial, dividiéndolo en 71 provincias que


abarcaban 614 repartimientos. El repartimiento es un acto por el que se dividía a los in-
dios de los territorios "descubiertos" atribuyéndolos a los colonos españoles que des-
de ese momento los tenían encomendados (Alvarado Planas et al., 1998: T. 2, 177).

El juicio de la historia sobre Toledo tiene un aspecto sumamente negativo, resultado de la


ejecución del joven Túpac Amaru !, el último inca, y la represión contra los orejones cusqueños.
Con estas medidas Toledo quería terminar físicamente con la dinastía de los señores incas y destruir
la "aristocracia" del Cusco. En la gran plaza del Cusco se levantó un cadalso al que condujeron a
Túpac Amaru I en una mula, con soga en el cuello, con las manos atadas y por delante un pregonero
que repetía en voz alta que iba a morir por traidor al Rey. La plaza se convirtió en un griterío de
15 mil indígenas que exteriorizaban sus lamentos, alaridos y gritos. Sin embargo, el inca, alzando
las manos, hizo una seña que solían hacer los soberanos y al momento cesó el barullo. Lo que
demuestra el ascendiente y mando que tenía sobre el pueblo indígena.

Cuenta Mendiburu que antes de ser conducido el inca a la plaza, el obispo de Popayán, Fr.
Agustín de la Coruña, le suplicó de rodillas al Virrey, que no lo ejecutara. Reflexiones simila-
res le hizo Polo de Ondegardo. Pero Toledo fue inflexible. El inca recibió la muerte con valor,
muy sereno. El Virrey vio la macabra ejecución por la ventana de una casa. Se dice que el inca
aceptó el bautismo y eligió el nombre de Felipe, y fue auxiliado por varios religiosos de todas
las órdenes.

A un cadalso levantado en la plaza fue conducido el último rey indígena, y entre gritos y
llantos del pueblo indio le fue cortada la cabeza. La perfidia de Toledo con Túpac Amaru I es
comparable a la felonía que cometió Pizarra con Atahualpa, engañándolo con la patraña del
cuarto de rescate.

La integración de un espacio económico heterogéneo y socioétnicamente polarizado

Mario Samamé (1977: 2) ilustra que el desarrollo de la actividad minera significa el estable-
cimiento, como en el espacio económico, de un sistema radial, centrífugo y centrípeto, que se
puede graficar de esta sencilla manera:

Los nuevos ejes de articulación, la reorientación del espacio económico, con nuevos corredo-
res económicos y el cambio de los centros de hegemonía política son:

149
El proyecto de gobernabilidad .. Javier Tanta!eán Arbulú

Cusco deja de ser el centro del universo real y simbólico que fue en el Imperio de los incas
o Tahuantinsuyu.
Lima, como capital del virreinato, es el centro del poder político-militar y social de gran
parte de Sudamérica y de Centroamérica.
Nuevos ejes andinos de articulación, que tienen a Lima como núcleo: Buenos Aires -
Córdova-Tucumán- Potosí- Cusco- Lima - Jauja- Cajamarca-Quito.
Eje Paraguay - Potosí14 •
Moquegua - Juli - Potosí.
Eje Arequipa - Charcas - Potosí.
Cochabamba - Potosí.
Valle de Jauja (el Mantaro) - Huancavelica.
• Potosí - Jujuy - Salta - Tucumán - Santiago del Estero - Córdova - Santa Fe - Buenos Aires.
Loja - minas de Zaruma.
Eje marítimo Arica - Tambo de Mora.
Eje marítimo Arica - Callao - Paita - Panamá - Cartagena - Sevilla 15 •
Eje marítimo Guayaquil - Lima.
Eje marítimo Valparaíso - Callao.
Eje marítimo Concepción - Valparaíso - Arica - Guayaquil- Panamá.
Eje marítimo Paita - Callao.

Todo lo descrito y analizado nos permite apreciar cómo el auge de los niveles de producción
de mercurio en Huancavelica y de la plata en Potosí debe haber sido el dinamizador principal
de villas y valles que podían satisfacer la demanda de insumos y productos de esos centros
mineros. Y una coyuntura de baja producción, con mucha probabilidad, afectaría a estas zonas
de influencia económica.

Entre 1581 y 1640 de la plata procedente de América registrada en Sevilla (¿y la ilegal?), la
del Pirv representaba aproximadamente el 70 por ciento. Cifra cercana al 40 por ciento de la
producción mundial (Tantaleán, 1983: 156).

Los centros productivos mineros fueron verdaderos "polos de desarrollo" que sirvieron
para crear intensos corredores andinos, que se derrumbaron durante el siglo XIX por las políti-
cas proteccionistas que aplicaron las nacionalistas repúblicas como una de las formas de afirmar
a los "nuevos" estados.

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