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Nietzsche sobre el Estado Griego.

Víctor Valdivieso
Friedrich Nietzsche escribió, en la navidad de 1872, Cinco prólogos para cinco libros no
escritos para venerar con ese regalo a la señora Cósima Wagner, su entrañable amiga. En
respuesta a las preguntas epistolares que ella había enviado, se lee una disertación de
Nietzsche sobre El Estado griego. En ese texto particular, se plasma una crítica hacia
algunos prejuicios o percepciones erradas que tiene el hombre moderno sobre la
cotidianidad de la Grecia clásica. Estos prejuicios sobre los griegos, por lo general, son
los siguientes, a saber: la noción de que en la sociedad griega se erigió una civilización
atiborrada de virtudes en la que dignificaron al hombre, al trabajo y en la que se estimuló
la paz, la armonía, la buena convivencia, etc. Pero, lejos de lo se piensa, Nietzsche va a
demostrar que la sociedad griega se levantó sobre una serie de relaciones humanas poco
virtuosas, tanto así que si esta sociedad fuera retratada honestamente, los moralistas y
pastores de la modernidad la ocultarían.
En la época moderna, la dignidad del hombre y la dignidad del trabajo son ideales
“supremos” que se esgrimen con la intensión de conjurar la vida de la miseria y de
necesidad que padece la humanidad. Es más, intentamos glorificar nuestra existencia con
esas ideas. Sin embargo, según Nietzsche, para que el trabajo pudiera ser dignificado, o
considerado sagrado, primero la vida tuvo que llenarse de dignidad, gracias al discurso
religioso y en virtud de algunas filosofías dóciles. En términos generales, los hombres
modernos tienden a glorificar el trabajo gracias al instinto de conservar la existencia. De
hecho, frente a las mismas penurias de la lucha por la existencia, se levanta el arte como
un aliciente para preservarla. Por el instinto de conservar la existencia y por la necesidad
del arte, es que en el hombre moderno se justifica la idea de dignidad del hombre y del
trabajo.
Pero los griegos no inventaron estas ideas para sobrellevar la vida. De hecho, enfrentaron
con toda franqueza lo vergonzoso del trabajo. Y no sólo el trabajo era vergonzoso, como
lo señala Nietzsche: el hombre mismo era algo vergonzoso y lamentable, una nada, la
sombra de un sueño (Nietzsche, 2011, p. 562). Para los griegos, el trabajo, que permitía
mantener la existencia, era vergonzoso justamente porque la existencia no tenía ningún
valor en sí misma.
Cabe agregar que, en las sociedades antiguas, sobre todo en la cuna de la filosofía
occidental, el concepto de trabajo tenía un significado distinto a nuestra actual
connotación. Como se sabe, esas sociedades estaban determinadas bajo las relaciones de
producción esclavistas. Por lo tanto, el trabajo esclavo, como fuente de producción, no
era una virtud -como la atribuyen en estos días los apologistas del emprendimiento- sino
más bien era una desgracia. Por eso Nietzsche le atribuye la noción de vergüenza al
trabajo.
Por ejemplo, para Aristóteles las actividades se dividían en dos: Unas eran libres y otras
serviles. Las primeras actividades, las libres, se las llamaba τέχνη (Técnica), en tanto que
su uso, su práctica y su producto se desplegaban conforme a la virtud. Sobre esto, en la
Ética a Nicómaco, dice el pensador:

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“Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y
elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con razón
que el bien es aquello a que todas las cosas tienden. Pero parece que
hay alguna diferencia entre los fines, pues unos son actividades, y los
otros, aparte de éstas, ciertas obras; en los casos en que hay algunos
fines aparte de las acciones, son naturalmente preferibles las obras a las
actividades.” (Aristóteles. Verso. 1094ª)
Esto quiere decir, que el bien último de la actividad es el producto, la creación y el fin
que desarrolla. De ahí que en el Estagirita se lean los ejemplos de actividades con sus
respectivos bienes. Verbigracia, las actividades de la medicina, la estrategia y la
economía, con sus respectivos bienes, a saber: la salud, la victoria y la riqueza.
Por otra parte, en las segundas actividades, las serviles, como trabajado desarrollado para
otro, eran objeto de reproche porque según él: “inutilizaban al cuerpo, al alma y a la
inteligencia para el uso o la práctica de la virtud.” (Aristóteles. 1988) De manera que el
trabajo hecho para un tercero era comparado con el trabajo de los esclavos, porque no
creaba nada, no era un arte, sino reproducía meros productos para la existencia.
Con otra idea, también se podría afirmar que, en la antigua Grecia, se erigió una división
entre actividades. Por un lado, existían las actividades comunes. Por el otro, existieron las
actividades individuales. Como se sabe, por las actividades comunes se comprendía a la
política. Para ese momento, la política no era uso exclusivo de los especialistas en los
votos ni del marketing electoral, sino una actividad que les competía a todos los
ciudadanos libres, aunque aclaro, sólo a los hombres libres. Por el lado de las actividades
individuales, estas fueron las actividades proyectadas a garantizar la vida, la subsistencia.
Esto último tiene que ver con la idea que señaló Hannah Arendt, en La Condición
Humana, cuando dijo que en el mundo antiguo existió una especie de dialéctica entre el
reino de la libertad y el reino de la necesidad. La libertad, sinónimo de política, tenía que
ver con la aparición de un nosotros, en plural, puesto o jugado en un espacio público. En
ese sentido, el reino de la libertad tenía que ver con las actividades del mundo común, de
la polis. De nuevo, estas actividades estaban encaminadas a garantizar el buen
funcionamiento de la sociedad. En cambio, las actividades de la necesidad estaban
concebidas en función de la conservación de la vida. Estas actividades encaminadas hacia
la satisfacción de las necesidades, por demás poco virtuosas, iban en detrimento de la
autonomía o la independencia del ser humano porque siempre se hacían por y para otros.
Ahora bien, para Nietzsche, esta moralidad moderna de la dignidad del trabajo fue
construida por esclavos que nunca llegaron a ser artistas. Los apologetas de la esclavitud
son los que han enarbolado las banderas de estas máximas dominadoras. Estos ideales
ocultan la realidad humana, porque somete al hombre a una realidad ficcional. Es más,
vende la idea de que: el individuo, completamente olvidado de sí mismo y emancipado
del servicio de su existencia individual, debe crear y trabajar. (Nietzsche, 2011, p. 563).
Con todo y que el mismo arte de crear, en la perspectiva artística, se coligiera dentro de
la idea de trabajo, no obstante, los griegos no ensordecieron el destino de la existencia
humana gracias a la contemplación estética.
Sobre el arte, Nietzsche consideró que los griegos asumían la creación de una obra como
la manifestación de la misma existencia, en la existencia hay vida y muerte y eso es

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absolutamente natural, por eso jamás hubo embeleco con ellas. El arte griego no ocultó
jamás las tragedias de la existencia, como sí parece hacerle el arte moderno. Pero, como
era una sociedad esclavista, mientras unos se encargaban de satisfacer en la producción y
en el trabajo las necesidades, otros se encargaban de crear, de desplegar lo estético. Por
eso para Nietzsche:
Con el fin de que haya un terreno amplio, profundo y fértil para el
desarrollo del arte, la inmensa mayoría, al servicio de una minoría y
más allá de sus necesidades individuales, ha de someterse como esclava
a la necesidad de la vida a sus expensas, por su plus de trabajo, la clase
privilegiada ha de ser sustraída a la lucha por la existencia, para que
cree y satisfaga un nuevo mundo de necesidades. (Nietzsche, 2011, p.
565).
Esta afirmación de Nietzsche puede entenderse como una defensa y reivindicación de las
desigualdades, propias de esa cultura. Pero más bien puede entenderse como una
descripción sin tapujos de esa realidad, cosa que no aceptaría el pensamiento moralista
de los “liberadores” de la esclavitud. Estos liberadores, aunque se muestren como
pontífices que pretenden “romper los diques de la cultura”, tal como lo hizo el
cristianismo en su momento, no son más que defensores de nuevas modalidades de
explotación. Ejemplo de ello lo constituyó la burguesía que, contra el feudalismo, se
mostró como una clase emancipadora y, a fin de cuentas, no fue más que una nueva clase
explotadora.
Como quiera que sea, esto que se ha dicho es clave para interpretar el pensamiento
político de Nietzsche, una especie de nihilismo, según el cual, las ideas aparentemente
emancipadoras de la cultura, se convertirán en hacedoras de la nueva cultura dominante.
Lo que aparece como liberador, se transforma a la postre como nuevo dominador. Por
eso: la misma crueldad que encontramos en el fondo de toda cultura, yace también en el
fondo de toda religión y en general, en todo poder, que siempre es malvado. (Nietzsche,
2011, p. 566). Esto, aunque suene perverso, tiene que ver con la naturaleza que se expresa
en nuestras sociedades, de lo que se trata es de no ocultarlo sino aceptarlo, asumirlo y
vivir con ello. En suma, todo poder, por más liberador que se pretenda, tarde que temprano
deviene en dominador. En clave marxista, si los dominados y oprimidos pretender
alcanzar su emancipación deberán, sin moralina, dominar a la clase que los sometió a la
dominación.
Nietzsche condena cierta hipocresía cuando, como si fuera una pataleta de un niño
mimado, el hombre moderno rechaza la esclavitud para justificar el origen del Estado.
Para Nietzsche, la esclavitud no se ocasiona porque unos hayan podido tener más riquezas
que otros y entonces estos pudieron escalar en la jerarquía social. En realidad, a través de
la lucha de todos contra todos: “el vencido pertenece al vencedor, con su mujer y sus
hijos, con sus bienes y con su sangre. La fuerza se impone al derecho, y no hay derecho
que en su origen no sea demasía, usurpación violenta” (Nietzsche, 2011, p. 567). Por
ende, la esclavitud, sin eufemismos, es la sumisión de los vencidos en la guerra. Y aunque
cause rubor y vergüenza, la esclavitud fue un hecho determinante en esta sociedad que se
toma como ejemplo por parte de los modernos. Sin embargo: hemos de aceptar como
verdadero, aunque suene horriblemente, el hecho de que la esclavitud pertenece a la
esencia de una cultura (Nietzsche, 2011, p. 565)

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Por otro lado, esa idea de que hay que garantizar la dignidad del hombre, que se presenta
como el origen del Estado en los griegos, es tremendamente ficticia. El Estado, para el
moderno liberal-optimista, es aquel que puede por medio de un pacto entre todos
establecer las reglas o los límites de la desigualdad y la violencia. En realidad, para
Nietzsche: “entendemos por Estado, como ya hemos dicho, el vínculo de acero que rige
el proceso social; porque sin Estado, en natural bellum omnium contra omnes, la
sociedad poco puede hacer y apenas rebasa el círculo familiar. (Nietzsche, 2011, p. 569).
Ahora bien, aunque el Estado es un vínculo de acero entre los individuos porque controla
o refrena la guerra entre los habitantes de un mismo territorio, sin embargo, no controla
la guerra misma, la guerra en sí, puesto que éste la desata el Estado, una vez se erige,
contra otros pueblos, contra otros Estados. No hay paz una vez se constituye el Estado,
hay guerra contra otros enemigos. En ese sentido, el Estado como la esclavitud y el trabajo
tiene un origen vergonzoso. El Estado es violencia vergonzosa. Por lo tanto, a pesar de
que se supone que los griegos son los padres de la política, las virtudes y las buenas
maneras, en ellos se gestó una manifestación descarnada de la dominación, de la guerra
y la violencia. De ahí que las odas homéricas evocaran sistemáticamente el poder militar
de los griegos.
Para los griegos el antagonismo entre individuo y Estado, entre bien particular y bien
general, fue patente. El asunto es que algunos hombres, en cuanto son jefes de Estado,
preferían los intereses comunes porque esto beneficiaba a sus propios intereses. Por eso
el Estado fue un medio instrumental para algunos, mientras que otros fueron tratados
como medios para garantizar el bien del mismo Estado. Unos siguen el instinto
inconsciente del Estado y otros conscientemente se aprovechan de él. En ambos casos,
los hombres juegan el papel que les corresponde. El hombre es tomado como un fin para
el bien de la polis, ya sea consciente o inconscientemente. En ese sentido el hombre es un
fin mismo para la existencia de la comunidad. Por eso, con relación a la dignidad que se
juega en medio de la tensión que se da en el individuo y el Estado, Nietzsche dice que:
“cada hombre, en su total actividad, sólo alcanza dignidad en cuanto es,
consciente o inconscientemente, instrumento del genio; de donde se
deduce la consecuencia ética de que el “hombre en sí”, el hombre
absoluto, no posee ni dignidad, ni derechos, ni deberes; sólo como ser
de fines completamente concretos, y al mismo tiempo inconscientes,
puede el hombre encontrar una justificación de su existencia.
(Nietzsche, 2011, p. 572).
En conclusión, lo que sugiere Nietzsche en este texto es que, a pesar de que los modernos
ven en los griegos una sociedad ejemplar, no fueron ellos los que engendraron los
“buenos” valores de la cultura moderna, que se basan en los ideales de la dignidad del
hombre y dignidad del trabajo. Al contrario, lo que engendró esa sociedad, y que se legó
hasta la modernidad, fue el genio de la guerra, el cual es hacedor del Estado. Y el genio
de la dominación, de la explotación del trabajo, el cual se extendió hasta nuestros días.
Lo importante del caso es comprender, como lo advirtió Nietzsche, que para los griegos
cada hombre es tomado como condición de posibilidad de la misma polis. Como piezas
que hacen parte de un sistema. Es decir, son instrumentos de ese genio llamado Estado
griego. Por lo tanto, no importa que se convierta en vergonzoso el trabajo, la esclavitud,
la violencia, etc., porque todos estos elementos son piezas destinadas a favorecer el

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óptimo funcionamiento de la misma sociedad griega. Esto también fue lo que consideró,
a grandes rasgos, Platón. Para él, el Estado ideal debía mantener la armonía entre los
hombres, asignando roles específicos a cada uno. Es decir, cada uno tenía una virtud
específica, sin importar que en ellos existiera la esclavitud, la dominación y la guerra.
Esto, aunque suene descarnado, se constituye en la cruda realidad de nuestra historia. En
la descripción del mal que han padecido nuestras sociedades y que un médico de la cultura
como Nietzsche no oculta, sino que devela. Diagnostica.
Esto no significa que se deba naturalizar la explotación ni mucho menos. Habría que
combatir contra ella. Pero lo cierto es que el pensamiento de Nietzsche permite
comprender tal cual es la realidad. Las grandes civilizaciones no han sido, como nos
quieren hacer creer, un mar de virtudes sino una tormenta de vicios e ignominias. Por eso,
aunque nuestra sociedad moderna se precia de dignificar el trabajo y la dignidad humana,
no ha hecho más que envilecer a los hombres y convertirlos en buenos esclavos. En seres
que agradecen la sobreexplotación del trabajo en nombre de la realización humana y la
productividad, la violencia o la guerra en nombre de la libertad y la esclavitud en nombre
de la democracia. Contra esto Nietzsche no dudaría en demostrar que nuestra sociedad,
al igual que el Estado griego, se edifica sobre todo lo que nos avergüenza.

Bibliografía

Aristóteles. (1998). Política. Madrid: Gredos.

Aristóteles. (2003). Ética a Nicómaco. . Madrid: Centro de estudios políticos y constitucionales.

Nietzsche, F. (2011). Cinco prólogos para cinco libros no escritos. Madrid: Técnos.

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