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Especial | Desgarrados por el hambre: así

malcomen los guayaneses en tiempos de


Maduro
Oct 27, 2018 | Actualidad

Hay un plato que es ya un lugar común: yuca con sardinas. Pero a veces, ni siquiera
para eso alcanza. Y a las familias guayanesas les ha tocado, en plena crisis humanitaria,
apañárselas con menos dinero y más ingenio para comer. ¿Qué hacen y cómo lo hacen?
Las voces de varias de ellas, las opiniones de expertos y las alertas de instituciones y
grupos dedicados a enfrentar la hambruna ilustran el panorama para este trabajo, una
alianza entre el programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos
(Provea) y Correo del Caroní.
Mucho carbohidrato y poca proteína: el menú habitual

“Los entretengo con la televisión para que coman una sola vez”
A esta hora, 10:30 de la mañana, Mary Marcano cocina la última arepa de una
tanda que preparó para ocho personas. Una para cada uno: no se vale repetir.
Arepa sin huevo. Sin queso. Sin sardina. Sin jamón. Sin mortadela. Sin margarina,
siquiera. El menú es arepa con nada.
Al lado de Mary Marcano -una morena que conserva la robustez que alguna vez
tuvo y que una alimentación empobrecida no le ha aminorado del todo- hay dos
jóvenes embarazadas: son sus hijas menores. Todos están en la casa de la hija
mayor, Claumarys Franco, en Fronteras de Guaiparo, San Félix. Hace poco, dice,
llegó la caja del CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción). Las
arepas de esta mañana no son lo mejor que han probado: la harina que trajo el
paquete es, como ella misma sentencia, “amargosa”.
Es una temporada atípica la que se vive en la casa. Todas las hermanas se juntaron
con todos sus hijos para juntar toda la comida. Los hombres están en la calle. Uno
vende bollos. Otro está en las minas. Y así: todo lo que sea para engañar el
estómago.

Mary Marcano: “No hay proteínas ni para las preñadas. Y a los niños tampoco les dan en la escuela”
Al frente de este panorama, comandando, está Mary. Por fin tiene su arepa, la
última de la tanda, que acompaña con agua. “Ahorita estamos comiéndola seca.
Para comer bien necesitaríamos una paca de harina, y no la tenemos. Estos
muchachos quieren comer hasta cuatro veces al día. Les digo: ‘no, mijo’. Les digo
que se aguanten. No podemos darnos el lujo”.
Se resignan. Al menos, algo distinto les toca en el paladar: acá, el desayuno habitual
es yuca. A veces con margarina. Y casi siempre, con nada. Como las arepas de esta
mañana.
La rutina alimentaria en esta casa tiene un método: saltar comidas y dejar dormir a
los niños hasta tarde para que no desayunen. Cuando despiertan temprano, hay
que ingeniárselas.
Dos embarazadas viven con Marcano. La alimentación para ellas es igual que para las demás: con pocos
nutrientes

“Todos los días compramos un poquito de cada cosa. A veces nos toca hacer una
sola comida. En la mañana trato de entretenerlos en el televisor para yo hacer un
almuerzo para que coman una sola vez al día”, explica Claumarys.
Mary muestra la nevera. Adentro está el tesoro para el mediodía: patas de
cachicamo. También algunos filetes de sardina guardados para mañana. Uno por
persona. Cinco niños y cinco adultos.
“La mayoría de las veces comemos sardinas. Guardamos un cuartico hoy, otro
cuartico mañana. No hay proteínas ni para las preñadas. Y a los niños tampoco
les dan en la escuela. Lo que les dan a veces es un espagueti con unas papas
blancas. Antes uno veía el Lactovisoy. Ya no”, rememora Mary.
La comida no es la única preocupación acá. Ahora, con esos dos embarazos, hay
añadidos: el ácido fólico. Los ecos. Los exámenes. Todo se traduce en un dinero que
no tienen. Y que, si tuvieran, no pudieran invertir en la comida. Pues, como dice
Claumarys, no pueden pensar en los revendedores en medio de sus frágiles
economías.
“Huevo se come una vez al mes. ¿Pollo? Ya no se come pollo. El que come pollo
aquí le sale llaga en la boca. ¿Sardina enlatada? Nada de eso se puede”. La
resignación aquí también es parte del menú. Es, de hecho, el plato fuerte.
“De vez en cuando comemos pan”
Nadie quiere hablar. Prefieren que lo haga Gladymar Gutiérrez, la abuela de todos.
65 años. Es quien conduce a la familia. Y quien ahora está barajando qué se puede
cocinar para el almuerzo.
Viven en la invasión Las Tablitas, en Guaiparo. Pero este rancho no tiene ni una
tabla: es de zinc con una pared de bloques. Gladymar es de pocas palabras. Dice
que prefiere que pasen a ver lo que hay para comer.
Sobre una nevera oxidada está la comida para ocho personas: medio aguacate, un paquete de arroz, uno de
frijol y medio de caraota

¿Y la nevera? Nada de eso. Acá no hay nevera. Hay un refrigerador que no sirve. O
sirve a medias: por un lado tiene un bloque de hielo. Por el otro, nada. Los
compartimientos de la tapa, oxidada, sirven como despensa. Tampoco hay mucho
para guardar. Hay medio aguacate, medio paquete de caraotas, uno de frijol y uno
de arroz.
¿Nada más? Nada más. Es lo último que les queda a todos (cuatro niños y cinco
adultos) para comer. Y para comer no solo hoy: eso (el medio aguacate, el medio
paquete de caraotas, el paquete de frijoles y el paquete de arroz) es para comer
hasta quién sabe cuándo.

“A veces podemos comer sardina con yuca o con casabe. Nada de carne, pollo, ni jamón ni chuleta”

“A veces podemos comer sardina con yuca o con casabe. Nada de carne, pollo, ni
jamón ni chuleta. ¿Pescado?, ¿qué va a estar comiendo pescado uno? Cuando
trabajo, como queso o como jamón. Y comemos arepas solo cuando viene el CLAP.
De vez en cuando comemos pan”, asevera a regañadientes, sin pararse de la silla en
la que reposan sus brazos enflaquecidos, con los colgajos de piel que se baten con
cada ademán de rabia: los gestos que terminan con la resignación de los dedos
entrecruzados sobre las piernas.
No tiene pensión. Sus hijas no ganan. El esposo de una de ellas es quien trabaja.
Para ella, alguien es el culpable: “Maduro es el que tiene esta vaina mal”. Y dice que
ya no quiere hablar más. Que así, quizás, se ahorra las energías: las energías que no
tiene porque lo que sobra es hambre.
+++
“Comer es un dilema, ¿oyó?”
Vendió unos repuestos. Vendió el decodificador de Directv. Vendió un reproductor
de DVD. Y lo ha hecho para que ella y sus dos hijos puedan comer. Aunque eso
implique deshacerse de buena parte de lo que le dejó su esposo, quien murió hace
un par de años.
Su nombre es Yurmaris Valdiviezo. Tiene 32. Su hijo, 16. Su hija, 14. Viene de la
calle con unas ramas de orégano para ponerle a las caraotas que va a cocinar para el
almuerzo. Dice que hace lo que sea para que en su casa, en Puerto Libre, Puerto
Ordaz, se coma tres veces al día.
En la casa de Yurmaris Valdiviezo, aunque poco, procuran comer tres veces al día

Por ejemplo, en la mañana ralló topocho sobre la harina de maíz. Para rendirla,
claro está. El menú básico de los tres es, señala, el de “la mayoría de los
venezolanos: la sardinita con la yuquita”.
Más que rutina de preparar desayuno, almuerzo y cena, para Yurmaris “comer es
un dilema, ¿oyó?, porque todo está exageradamente caro”. Y de hecho, la agenda
de sus días relaciona todo con el hecho de comer: cuando no está cocinando y
buscando comida más barata, está en el banco buscando dinero en efectivo.
Justamente, para comprar esa comida más barata.
“Si vamos a los chinos o a vendedores informales, todo es más caro. Además de
sardina y yuca, a veces también cocino la caraota con el arroz. Lo otro es que a
veces compro pollo. Prefiero pagar un poquito más y llevarme el muslo. Con las
sardinas también trato de prepararlas de otra forma: las meto en la olla de
presión para hacerla como la de lata y la guiso. La comemos con espagueti”,
explica.

“Además de sardina y yuca, a veces también cocino la caraota con el arroz”

No tiene más alternativa que ese ritmo de vida. Hay una razón de peso: lo que les
dan a sus hijos en el liceo Oscar Luis Perfetti ni siquiera lo llama comida. Denuncia
que son sobras recalentadas. “El espagueti una vez se lo dieron medio baboso. Y
también a veces se los dan frío de nevera. Y es sin nada: solo el espagueti. Le dije
al director que si veía que les daban eso otra vez, iba a ir a la Zona Educativa”.
Yurmaris mira qué hay alrededor. Dice que puede vender esto y que puede vender
aquello. Dice que prefiere que no haya cosas en su casa pero que haya tres platos de
comida todos los días.
En la cima de la subalimentación
El reducido menú de Mary, Gladymar y Yurmaris, una muestra de la precaria
alimentación de los guayaneses, se extiende a millones de venezolanos, agobiados
por una crisis económica azuzada por la hiperinflación y la baja producción local de
alimentos. En específico, a 11,7% de la población del país que estaba subalimentada
al término de 2017, de acuerdo con el informe anual sobre seguridad alimentaria y
nutrición, editado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
El porcentaje equivale a 3,7 millones de venezolanos que habitan el país con las
reservas probadas de petróleo más grandes del mundo y en el que el salario
mínimo de Bs.S. 1.800 alcanza para cubrir apenas 8% de la canasta alimentaria
familiar estimada por el Centro de Documentación y Análisis Social de la
Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM).
Las cifras del informe de la FAO indican que la prevalencia de la subalimentación
en el país para el periodo 2015-2017 es superior a la registrada en el periodo 2004-
2006 de 10,5%. Esto coloca a Venezuela como la única nación de América del Sur
con tendencia al alza, cuando las cifras de subalimentación de cada país de la
región van en sentido contrario.
Al igual que en el caso de la prevalencia de la subalimentación, la FAO advierte que
la inseguridad alimentaria grave ha ido en aumento a nivel mundial, impulsado por
las tendencias observadas en África y América Latina. Por falta de datos, no hay
registros de Venezuela en este indicador, así como tampoco los vinculados a
emaciación (adelgazamiento patológico), retraso en el crecimiento y sobrepeso en
niños menores de cinco años y lactancia materna exclusiva entre niños de hasta
cinco meses de edad.
La Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi) de 2017 advertía que
80% de los hogares venezolanos se encuentran en inseguridad alimentaria y que
aproximadamente 8,2 millones de venezolanos ingieren dos o menos comidas al
día, “y las comidas que consumen son de mala calidad”.
Aunque los datos de Venezuela no están disponibles, en parte por la política de
opacidad informativa del gobierno de Nicolás Maduro, la FAO precisa que el nivel
moderado de la inseguridad alimentaria ocurre cuando está en riesgo la calidad y
variedad de alimentos, cuando se reduce la cantidad y se saltan comidas.
En este caso, la persona no tiene dinero o recursos suficientes para llevar una dieta
saludable, tiene incertidumbre acerca de la capacidad de obtener alimentos y
probablemente se saltó una comida o se quedó sin alimentos ocasionalmente. Es el
cuadro diario de Mary, Gladymar y Yurmaris.
Venezolanos sometidos a monodieta
La nutrióloga Marusca Bondini, con maestría en Nutrición Clínica de la
Universidad Autónoma de Madrid, recuerda que una alimentación balanceada
debe estar llena de los tres principales macronutrientes: proteínas, carbohidratos y
grasas. La proteína es básica para el ser humano, mientras que los carbohidratos y
las grasas son los que aportan la energía. Y una buena nutrición dependerá de la
proporción de estos en la dieta, resalta.
De hecho, señala que el bajo o nulo consumo de carne no significa necesariamente
una mala nutrición en el ser humano. “Durante siglos, la proteína animal ha sido
considerada importante, ya por todos los avances científicos se ha ido quitando
ese manto de superioridad porque los contras no son buenos. La proteína se
considera buena porque se conforma de 22 aminoácidos: hay 11 aminoácidos que
el cuerpo produce y otros 11 que no los produce. Cuando los investigadores en su
momento estudiaron la proteína, se dieron cuenta que la carne y la leche tenían
22 aminoácidos, y que las caraotas tenían algunos aminoácidos, pero era pobre
en otros; por eso los granos pasaron a segundo lugar”.
Otros estudios, agrega Bondini, demostraron entonces que la leche, el queso y la
carne tienen todos los aminoácidos, pero también tienen componentes grasos con
efectos negativos que sobrecargan el riñón.
“Los granos y la soya no dañan al riñón como la proteína animal, son ricos en
carbohidratos -que no aumentan la glucosa-, por lo que son buenos para
diabéticos”.
Muchos venezolanos sustituyen la carne con embutidos, como la mortadela, lo que
resulta peor que el no consumir proteína animal. “La gente que antes podía
comprar el mejor corte de carne, ahora termina comprando mortadela, que está
prohibida por la Organización Mundial de la Salud y es dañina en grasa que es la
que te lleva al infarto”, advierte.
Mientras que el aguacate, las semillas y el aceite de oliva, aportan grasas buenas al
cuerpo, las saturadas -explica- “son las que se pegan en las arterias que van a
formar placas ateromas y hacerte sufrir arteriosclerosis, como enfermedades
cardiovasculares. Estas grasas saturadas se encuentran en carnes animales, el
coco y la palma”.
De allí que se recomiende más el consumo de pescado, por ser rico en grasas
poliinsaturadas, que el de la carne. Dentro de todo, el consumo de sardina no es tan
malo. En todo caso, añade, “lo que no es justo es que solo tengan esa elección
cuando deberían tener una dieta más balanceada, con granos, soya, y mucho
mejor si es con verduras, frutas y vegetales”.
La OMS indica que deben consumirse cinco raciones diarias de alimentos. Sin
embargo, la mayoría de las familias venezolanas consumen solo una o dos; en el
mejor de los casos, tres.
Además de la sardina, la yuca es otro alimento común en la menguada dieta de los
habitantes de Ciudad Guayana y el país en general y no se trata de que sea mala en
sí, pero su alto consumo, como todo, deja de ser beneficioso. “La yuca aumenta el
nivel glicémico, por un lado hace que engordes o que aumentes la predisposición a
la diabetes. Para un diabético, la yuca no puede ser su único alimento”.
La auyama es rica en betacaroteno, pero -reitera- no debe ser el único alimento,
como ocurre actualmente en el hospital Uyapar. Carmen Hernández, asistente de
Nutrición del hospital Uyapar, cuenta que en la institución no se entrega desayuno
a los pacientes. “Están comiendo el almuerzo a las 10:30 de la mañana y la cena a
las 3:00 de la tarde, nada más”, aseveró.
Tampoco se aporta la dieta líquida a los pacientes que, por su condición, la
requieren. Los niños, en cambio, solo comen sopa de auyama, lo que ha causado el
rechazo de las madres, quienes se niegan a recibirla.
“Lo terrible de la crisis es la poca disponibilidad de alimentos, es la monodieta a
la que están obligando al individuo. Claro, es mejor subsistir con mango que no
tener alimento”, destaca Bondini.
Para la nutrióloga, ante esta dieta de emergencia, recomienda sacarle provecho a lo
que se tiene y tratar de complementar los alimentos de mayor consumo como la
yuca, lentejas y sardina, con frutas y vegetales. Recomienda el consumo de soya,
que es económica en comparación con la carne, y perfecta sustituta de la proteína
animal. “Si tienen granos, utilizarlos al máximo, las frutas son importantes, así
sea mango, y tratar de no comer con tanto aceite”.
Desnutrición, muerte y déficit cerebral severo
Más del 90% de las muertes de niños en la emergencia del hospital Uyapar de
Puerto Ordaz son por desnutrición. Esto lo afirma la presidenta del Colegio de
Enfermeras del estado Bolívar, seccional Ciudad Guayana, Maritza Moreno, quien
asegura que antes del cierre -el 8 de abril de 2018- del Pediátrico Menca de Leoni,
en San Félix, se contabilizaron 30 decesos de menores de edad por esta condición.
En 2017 fueron 46, según cifras extraoficiales.
Los niños menores de 5 años son los más vulnerables a las deficiencias de la
alimentación y las enfermedades. El informe 2018 de mortalidad infantil,
elaborado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus
siglas en inglés) precisa que la tasa de mortalidad de niños menores de 5 años en
Venezuela subió en 2017 respecto a 1990, de 30 muertes por cada 1.000 nacidos
vivos a 31 muertes. El informe precisa que en 2017, murieron en Venezuela 18 mil
menores de cinco años, 49 infantes al día.
Sin detallar las causas de la mortalidad infantil en el país, el reporte explica que a
nivel mundial tres cuartas partes de los niños y adolescentes de 0 a 14 años de edad
mueren a causa de enfermedades transmisibles, perinatales y nutricionales, según
las últimas Estimaciones de Salud Mundiales de la Organización Mundial de la
Salud.
Pero las consecuencias de la malnutrición no son solo la desnutrición y el peligro de
muerte. La nutrióloga Marusca Bondini advierte que puede llevar a un déficit
cerebral severo.
“Si quitas esos nutrientes, ¿cómo un niño va a la escuela cuando en los primeros
48 minutos del día necesita una buena dosis de proteínas?, ¿cómo puede
funcionar? Golpea el rendimiento escolar severamente. ¿Cómo puede pasarse un
niño una mañana solo con una arepita o sin desayunar? Es una situación dura
que no solo atenta contra la vida, sino contra el rendimiento escolar. Fomenta la
deserción”.
Los alimentos de las cajas del CLAP son usados por el Gobierno más para
propaganda que como ayuda. Pero, muchos esperan su llegada por no tener nada
más. De ahí que la ingesta de sus productos como los únicos de la dieta sea lo
verdaderamente perjudicial. A esto debe sumársele, en calidad de agravante, la
falacia gubernamental y el atentado contra la salud y la alimentación de los
venezolanos descubierto por el medio Armando.info, que reveló que la leche
incluida en estas cajas no era leche, sino un derivado lácteo rico en sodio y con un
contenido nutricional muy por debajo de lo que indican sus etiquetas.
En contraposición, la nutrióloga explica que el consumo de proteínas debe
representar entre 0,8 a 1,2 gramos por kilogramo de peso, es decir, si una persona
pesa 60 kilos, debería consumir en promedio unos 60 gramos de proteína al día,
bien sea vegetal o de origen animal, o ambas. Un bistec, por ejemplo, aporta 23
gramos de proteína y un vaso de leche, 7 gramos.
“Si el niño pesa 14 kilos. Con dos vasos de leche le aportas la proteína que necesita
al día”, indica Bondini.
En el caso de los carbohidratos, para una dieta de 2 mil calorías, se requiere 1
caloría por kilogramo. Entonces, se necesitan de 15% a 20% de esas calorías en
proteína, máximo 30% en grasas si son poliinsaturadas o monoinsaturadas (las
llamadas “grasas buenas”: pescados, aceites de girasol, soya, oliva, aguacate y
frutos secos), y 50% en carbohidratos que no sean azúcar refinada.

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Acciones contra el hambre


Este mediodía del primer jueves de septiembre, a las puertas del comedor de la
fundación Me Diste de Comer, en la parroquia Unare de Ciudad Guayana, una larga
fila de hombres y mujeres aguarda para almorzar. Fogón adentro, en tres enormes
ollas, se cuece un Palo a pique peculiar, al que han añadido verduras para rendirlo
y hacerlo más nutritivo. Esta es una de las iniciativas locales contra el hambre.
Hace 19 años, cuando el comedor abrió sus puertas, atendían a 10 niños de la
comunidad. Los beneficiarios pronto aumentaron a 100 y, luego, con la
profundización de la crisis económica, el espacio se hizo pequeño, por lo que
tuvieron que ampliar ese primer comedor ubicado en una reducida casa construida
por el Instituto Nacional de Vivienda (Inavi).
Carlos Corinaldesi, uno de sus fundadores, cuenta que actualmente reciben un
promedio de 450 personas por día en dos turnos de servicio de almuerzo en los
cuatro comedores, tanto en Puerto Ordaz (Unare) como en San Félix (San José de
Chirica, Brisas del Sur y Brisas del Paraíso). La agudización de la crisis económica
ha sido caldo de cultivo para emprendimientos sociales que buscan aliviar el
hambre.
Corinaldesi, su esposa Ana Dolores y su equipo de voluntarios han ido mar adentro,
como invita la lectura bíblica que antes de comer lee a quienes han acudido a
almorzar este mediodía. “No teníamos idea de en qué nos estábamos metiendo”,
confiesa, luego de relatar que todo comenzó con un proyecto para tapizar los
muebles de la iglesia Sagrada Familia, del cual surgió la idea de ayudar a los niños
de Barrio Guayana.
Además de los almuerzos, implementaron hace seis meses un horario para servir
desayunos a niños de las comunidades cercanas “que se acostaban sin cenar y a los
que se les hacía muy larga la espera para el almuerzo”.
“Creo que todo esto ha sido obra de Dios. Hubo muchos obstáculos al principio y
el padre Clíver Mendoza nos pidió no preocuparnos y así fue. Nos fuimos
metiendo y enamorando y no es un trabajo”, expresa.
Corinaldesi ha sido testigo en primera fila del aumento del estado de necesidad y el
colapso que ha obligado a reestructurar menús por falta de alimentos. “La
situación ha empeorado muchísimo porque vemos niños desnutridos, ancianos
que no consiguen sus medicinas pero también muchachos jóvenes y gente que
viene desde muy lejos por un plato de comida”, resaltó. Desde El Triunfo, en el
municipio Casacoima de Delta Amacuro, y comunidades profundas de San Félix
llegan personas en busca de bocado.
En los comedores de San Félix, estiman, el 30% de los niños que atienden
presentan estado de desnutrición.
“Muchas de las personas que vienen comen una sola vez al día, comen solo el plato
que les servimos. Esto es un apostolado”, indica Ana Dolores Corinaldesi, tras picar
kilos de verduras en una amplia mesa en el salón principal de la fundación Me
Diste de Comer.
“Esto es una bendición”, dice Carlos Osorio, un hombre de 70 años ya listo para
almorzar. “El hambre y el dato de que esto existía me trajo acá hace un año”,
agregó.
En San Félix, la organización Meals4Hope brinda soporte a la casa de alimentación
del sector José Tadeo Monagas y durante un año -octubre 2016 a septiembre 2017-
apoyó al comedor de la Fundación Me Diste de Comer en la comunidad de Brisas
del Sur. Todos los martes ejecutan el programa de Peso y Talla en el que
monitorean el estado de 90 niños al mes, a los que brindan fórmulas y suplementos
nutricionales, en función de sus edades.
En la actualidad cuentan con 14 voluntarios y el apoyo de la Fundación Alianza
Canadiense Venezolana, así como donantes de Estados Unidos y Europa que
envían no solo alimentos, sino también medicinas.
“Esta organización nace de la preocupación de un grupo de venezolanos en
España e Inglaterra junto a mi amiga Carolina. Empezamos con un
crowdfunding de 15 mil euros y conseguimos la meta. Ahora tenemos 20
proyectos en todo el país”, cuenta María Nuria De Cesaris, quien coordina la
organización en Ciudad Guayana.
La expansión de Meals4Hope guarda relación con el empeoramiento de la
nutrición en el país. “La situación ha ido empeorando y un indicador es que todos
los martes nos llegan niños nuevos para ser evaluados. Van saliendo algunos que
están en peso, pero los niños son los que están sufriendo más. Se nos han muerto
niños a los que no llegamos a tiempo. La situación va agravándose y de alguna
manera las familias están más entrampadas en depender del Estado para
sobrevivir”, indicó.
De Cesaris resaltó que en las comunidades en las que tienen presencia la
alimentación es deficiente, no se realizan las tres comidas al día y “la caja CLAP a
lo mucho les sirve para una semana y no la reciben todas las semanas”.
“Algunos niños están muy decaídos, otros mantienen su alegría, pero no ves el
ánimo que veías antes, les ves alegrías cuando les entregan el kilo de fororo o
cuando les dices que aumentaron 100 gramos. A los que atendemos los
acompañamos hasta los 12 años, hasta que alcanzan el peso promedio para su
edad”.
Iniciativas individuales también se han transformado por el peso de la realidad.
Alba Perdomo, periodista y profesora de la Universidad Católica Andrés Bello
(UCAB), campus Guayana, transformó su aporte individual a personas en
condición de calle en una organización que sus colaboradores decidieron llamar
“Dios Provee” y que ya cuenta con cuatro meses de entrega de comidas todos los
domingos.
“Todas las semanas compraba granos, los cocinaba, los dividía en porciones y los
congelaba; pero cada vez que veía a la gente comer de la basura, les bajaba un
potecito de frijol”, cuenta.
Su experiencia, que se repite en todo el país, animó a un par de amistades en el
exterior y en Ciudad Guayana a crear lo que ella llama una “cadena de favores”,
con aportes que van desde un par de zanahorias o cubiertos plásticos hasta
empaques de alimentos primordiales para la preparación de la comida.
En la última entrega prepararon 80 comidas, 20 de las cuales fueron donadas al
ancianato de las Misioneras de la Caridad, en San Félix, a donde también han
llevado revistas, camisas, libros. El resto va dirigido a adultos y niños en condición
de calle en el centro de Puerto Ordaz y Alta Vista. “Ahora es un ejército de gente
apoyando”, comenta.
“Sé que esta es una gota en un océano, pero sé que por los menos el domingo van
a tener una buena comida y cualquier ayuda es bienvenida (…) El hambre es
desesperante. Es un dolor, es humillante para la gente. Si tuviéramos que decir
que algo nos guía es el amor por el prójimo y la idea no es solo darles de comer,
sino brindarles algo rico y nutritivo”, puntualizó.
Los esfuerzos por contrarrestar la hambruna en Guayana no dejan de ganar la
admiración, el respeto y hasta la inspiración de otros coterráneos. Sin embargo,
ninguno de estos esfuerzos serán suficientes para paliar una crisis alimentaria
creada por quien tiene la obligación de solventarla: el Gobierno nacional, cuyas
políticas económicas, aplicadas durante más de una década, han devenido en la
debacle del aparato productivo nacional, dentro del cual se circunscribe el sector
alimentación. La ola de expropiaciones y la persecución sistemática al
empresariado al final se han traducido en una mayor amenaza al emprendimiento y
el desarrollo productivo, que hoy ven como resultado la carestía de alimentos en
mesas y anaqueles.
Es esa la pauperización del derecho humano a la alimentación que padecen los
venezolanos. Una afrenta a la Constitución nacional en su artículo 305, donde se
consagra la obligación del Estado de garantizar la seguridad alimentaria. Es ese el
calvario de Mary, Gladymar, Yurmaris y sus familias, que como otros miles de
guayaneses ven en el acto de comer una incertidumbre que atenta contra su vida y
su desarrollo.
Esto sucede aquí, en “El Dorado” venezolano. En la cuna de la “alternativa no
petrolera”, mientras Maduro, a lo lejos, disfruta de un banquete en uno de los
restaurantes más costosos del mundo.

Si quieres ayudar a alguna de estas organizaciones, te


dejamos sus datos a continuación.

Carlos Corinaldesi: Fundación Me Diste de Comer. 04148589961.

María Nuria de Cesaris: Meals4Hope. 04129286454.


https://www.meals4hope.org/

Alba Perdomo: Dios Provee. 04249705089.

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