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El peregrino Ignacio:
Una inspiración para
nuestro peregrinaje vital

Carles Marcet

Sexta Sesión • Curso 2017-18


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ROMA

1  Contexto histórico

Muy poco se nos dice en la Autobiografía de los 15 últimos años de vida que Ignacio pasará prácticamen-
te sin salir de Roma. Lo cierto es que el Ignacio peregrino incansable por los caminos de Europa, vivirá
ahora un peregrinaje más interior y más hacia el centro de la Iglesia poniendo la reciente Orden, eclesial-
mente aprobada por bula Papal (1540) a disposición del Papa. Y ello en un momento histórico en el que
muchos y muy fuertes grupos cristianos pretendían ser creadores alejándose de Roma y en seguimiento
del movimiento de la Reforma iniciado por Lutero y cada vez más consolidado.
Afirmada esta inquebrantable lealtad a la Santa Sede y al Vicario de Cristo, Ignacio luchará con to-
das sus fuerzas para defender la “novedad carismática y reformadora” del Instituto que empieza a nacer,
frente a otras tendencias eclesiales más “funcionariales” que no la comprenderán e intentarán ahogarla
en dicha novedad. Ignacio no abdica –ni por comodidad ni por cobardía– de la novedad de la Compa-
ñía que entiende como “un carisma para el bien universal de la Iglesia”. Al revés: “la arriesga en diálogo
eclesial”. Nada hay, pues, en Ignacio y su Compañía que suene a “creerse los buenos, puros y mejores” en
una Iglesia desvalorizada. Tampoco nada hay de cobardía a la hora de ofrecer en Iglesia la originalidad
discernida del nuevo carisma.

2  La originalidad de la Compañía de Jesús

¿En qué consiste esta “originalidad”? Escuetamente diríamos: en poner en el centro de la Congregación
religiosa la misión, el ser enviados donde más necesario sea para ayudar a las almas, para comunicar la
propia experiencia de Dios o, en términos de la Fórmula del Instituto, recién aprobada, para “defender
la fe”.
En virtud de la centralidad estructuradora de la misión, lo importante es estar ágil y disponible para
ser enviado. Muchas otras cosas –propias de otras Ordenes Religiosas– quedan relativizadas (oración en
común, hábito…) o simplemente eliminadas (búsqueda de cargos, beneficios, prebendas, trabajo estable
y fijo en parroquias…).
La centralidad estructuradora de la misión también facilitará que la nueva Congregación no quede
encerrada o limitada a “cuestiones eclesiales”, sino participando de la nueva mentalidad pujante de la
época, humanista, abierta e interesada por el “todo humano” (las ciencias, el arte, la educación, la cultura,
las lenguas…). En todo amar y servir: ya sea en el cultivo de las ciencias como en el de las humanidades,
ya sea en el trato con pobres como con los ricos, ya sea en un colegio o en una misión popular… en todo
ayudar a que Dios y hombre se encuentren.

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3  Y todo ello en un mundo social, cultural y eclesial, complejo

Ignacio desde Roma es bien consciente de la realidad que le rodea, del mundo en el que vive. Es cons-
ciente de las limitaciones y carencias de la realidad eclesial: un clero ignorante, unos pastores ausentes,
un pueblo bastante abandonado y a merced de cualquier “novedad”. Es consciente de la realidad social
y moral dominante en la capital de la Cristiandad: costumbres depravadas, concubinatos, pobreza, es-
tratificación social, marginación. Así como de las complejas relaciones e influencias mutuas y ambiguas
de los ámbitos de la política y la religión, de los príncipes y obispos, reyes y papas, todos cristianísimos
pero todos con grandes ganas de poder, control, influencia. Es consciente de las connivencias, luchas y
entresijos entre los poderes espiritual y temporal, y también de los diferentes poderes temporales entre sí.
Y también es consciente de estar viviendo unos tiempos de gran novedad y apertura a nuevos mun-
dos: desarrollo de las comunicaciones, exploración de nuevos continentes, nuevos inventos fruto de la
creatividad humana (brújula, mapas, imprenta…), explosión del arte y de la creatividad humanística
renacentista, y todo ello con sus luces y con sus sombras, con sus pasiones y con sus adicciones: generan
belleza y lujo desmedido; arte y mecenazgo; relaciones humanizadoras y opresoras…
Finalmente, es consciente de los fuertes contrastes existentes: junto al gran desarrollo de grandes
compañías bancarias y financieras como los Medici o los Fugger, en Roma rondan en abundancia niños
abandonados, prostitutas y todo tipo de desheredados que buscan subsistir como pueden.
En fin, que Ignacio se encuentra en el centro de un mundo social, cultural, eclesial y político com-
plejo y pluriforme, fruto de unos tiempos de cambios. Mundo ante el cual intentará ofrecer una respuesta
“que venga de Dios”.

4  La actividad de Ignacio en Roma

a) La organización de la naciente Compañía

En primer lugar Ignacio tendrá la personal tarea de dedicarse a organizar la naciente Compañía. Lo
primero que hará es redactar un documento sintético sobre lo deliberado por los primeros compañeros
(«Primer Sumario del Instituto de la Compañía de Jesús») para que tuviera la aprobación canónica del
Papa. El Papa lo aprueba (junio de 1539) e invita al grupo a que, una vez reconocido, escriba una For-
mula del Instituto –es decir, una expresión esencial del carisma y del proyecto– y unas Constituciones.
La fórmula del Instituto será aprobada en Septiembre de 1540 por Paulo III mediante la Bula Regimini
Militantes. En ese momento ya sólo quedan en Roma tres de los primeros compañeros.
No fue fácil esta aprobación ya que los cardenales curiales Ghinucci y Guidiccioni pusieron algunos
reparos. Éste último no era partidario de la creación de nuevas Congregaciones; mas bien pensaba que se
deberían reducir a cuatro. Ignacio puso toda su confianza en Dios pero también movió todos los hilos.
Al final los cardenales cedieron y aceptaron la aprobación de la Compañía con tal que no pasara de 60
profesos.
A partir de este momento Ignacio, ayudado primero por Codure, y luego por su secretario el P Po-
lanco, se pondrá a la tarea de confeccionar unas Constituciones. Un primer documento lo tienen escrito
en 1541 («Constituciones de 1541»). De cara a las Constituciones lo más urgente era nombrar un Pre-
pósito General. Para ello, Ignacio llamó a los compañeros dispersos por Italia. Javier, Rodríguez y Fabro,
habían dejado su voto en sobre cerrado antes de partir a las respectivas misiones. Para las votaciones se
conceden unos días de oración y soledad. Luego votan. 8 de los 10 votos recaen sobre Ignacio (marzo
de 1541). Algunos de estos votos se razonan: «Ignacio está hecho para mandar porque siempre ha sido

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El peregrino Ignacio: una inspiración para nuestro peregrinaje vital

nuestro servidor», «él es quién conoce más íntimamente a cada uno de nosotros», etc. Ignacio rehúsa la
elección y propone otra (abril 1541) en la que es nuevamente elegido. Aún así, Ignacio pidió poder diri-
mir el asunto con su confesor, el franciscano Teodosio de Lodi. Éste le dijo claramente que rehusar sería
resistirse al Espíritu Santo. Entonces Ignacio acepta. Poco después, los 6 compañeros que hay en Roma
hacen ante Ignacio su profesión solemne en San Pablo extramuros. La fórmula de la profesión fue envia-
da a los compañeros ausentes para que la pudieran también realizar ellos. Polanco dirá lo siguiente sobre
la elección de Ignacio: «Hasta aquí había manejado Ignacio el timón de la nave, mas bien como padre
que a todos había engendrado en el espíritu y como amigo que había ganado con prudencia y caridad su
confianza plena, que como Superior dotado con poderes legítimos para gobernarlos».

b) Notable actividad apostólica

Una de sus ideas fijas era la catequesis de niños. Ignacio no abandonará esta tarea aunque la realizara en
un italiano muy limitado. Más que remediar la ignorancia religiosa del momento, lo que le atrae a Igna-
cio de ese apostolado es su “vulgaridad”, su “sencillez y discreción”, su “insignificancia y modesta”. Le
acerca a ese deseo de “vivir una vida escondida en Dios”
También se lanzará a la tarea de colaborar en poner remedio a problemas serios que se viven en
“los bajos fondos de la gran ciudad”. Primero “detecta los problemas que hacen sufrir a las personas”.
Segundo “sensibiliza a su entorno sobre esa realidad”. Tercero “mueve e implica a la acción conjunta y
organizada”. Por último “crea instituciones con garantía de perpetuarse en el servicio emprendido” pro-
curando que sean aceptadas por el Papa.
El primer problema de este tipo que quiso abordar fue el de la prostitución. No era fácil salir de ella
ya que las prostitutas que decidían cambiar de vida, no tenían otra alternativa más que abrazar la vida
monástica. Pero ¿y las casadas o las que no tenían ningún tipo de vocación religiosa?. Ignacio consiguió
dinero para construir la casa de acogida de Santa Marta. Los consiguió de la venda de restos clásicos de
buen valor que aparecieron al iniciarse las excavaciones para la construcción de una ampliación de la
casa de la Strada. Luego fundó una confraternidad de protectores y elaboró unas constituciones. Ignacio
solía decir, cuando alguien le comentaba lo difícil de la empresa, que “por una sola prostituta redimida
valía la pena aquel esfuerzo”. Pero, a su vez, gastaba todo su ingenio y energía para que la empresa diera
el máximo fruto posible. Por eso bien pronto se dio cuenta de que no bastaba con acoger a las prostitutas;
era necesario atacar el mal en su raíz, y su raíz era la miseria y pobreza de tantas familias. A ese fin creó
la “Cofradía de las vírgenes miserables” dedicada a dar cobijo y formación a niñas de 10 años en adelante
que estaban en lo que hoy diríamos “situación de riesgo”, y también promovió la creación de casas de
acogida para niños huérfanos.
Otro campo de acción fue el de los judíos, primero removiendo viejas costumbres y obstáculos que
no facilitaban su conversión1 (el fisco se quedaba sus bienes como signo de “verdadera conversión”).
Luego creando un centro de acogida (cedido por Margarita de Austria) para la formación de judíos con-
versos (catecúmenos).
Además de todo esto, Ignacio dedicará buena parte de su tiempo a hacer de maestro de novicios.
Sus novicios recordarán de él su capacidad de atención personalizada (sin tratar a todos por el mismo
rasero), su capacidad de ganarles el corazón con amor vivo y eficaz, suave y fuerte, tierno y robusto a la
vez. Aquél peregrino que se ha sabido guiado por Dios, ahora está capacitado para guiar a otros por las
sendas que llevan al encuentro con Dios en todas las cosas.
El seguimiento diario y cercano de la Compañía que se va extendiendo por el mundo entero también
le absorberá buena parte de su tiempo. Mantendrá una correspondencia frecuente y abundante con los

1. Ignacio consigue de Paulo III en 1542 una bula que suprime esas costumbres, tales como la imposición de entregar todos sus bienes al fisco
a los judíos convertidos.

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jesuitas repartidos en misión y con diversas personas relacionadas con los diversos lugares de misión que
la Compañía empezaba a mantener por el mundo entero.

c) el cuidado de los “pequeños detalles”

Por último, cabe señalar que hay en Ignacio un gusto y un aprecio por lo discreto y sencillo, por lo poco
aparente, como la catequesis de los niños, el servicio en hospitales, o dedicar todo el tiempo del mundo a
una sola persona que esté en apuros. Así, por ejemplo, en Roma, le veremos que mientras está pendien-
te de diversos asuntos de calado (ruptura protestante, peligro morisco, guerras entre reinos cristianos,
expansión en las Indias Occidentales…), no olvida de dedicarse a atender y gastar tiempo en problemas
menudos como consolar al virrey de Sicilia por la muerte de su esposa, preocuparse de la salud del P.
Barceo y de Araoz, consolar al P. Lóbrega que ha caído esclavo de los turcos, esbozar un plan de reforma
de monasterio de monjas, o buscar una casa de recreo para los compañeros enfermos o depresivos, a
quienes dedicaba especial atención.

5  Los trazos del hombre Ignacio que vive en Roma

Inmerso en una frenética actividad como la que hemos visto, Ignacio dice vivir también y a la vez inmer-
so en la intimidad del Misterio Trinitario de Dios. En la Autobiografía nos dice que en este momento
tenía “facilidad para hallar a Dios en todas las cosas” (nº 99). Pero, sobre todo, de ello dan fe las pocas
páginas escritas qe se han conservado de su diario espiritual. Podríamos decir que el “silencio interior”
es lo que le posibilita vivir lo exterior con “atención”, esto es, estando del todo presente en ello y desde el
fondo del propio ser.
Ignacio vivía, pues, la actividad apostólica con hondura espiritual; vivía las realidades cotidianas
desde su última profundidad. No era el suyo un estado de “elevaciones místicas episódicas” (como la
Storta o el Cardoner) sino un “estado habitual de comunión con Dios”, una capacidad de percibir la pre-
sencia activa de Dios con notable inmediatez en lo más profundo de su vida.
Por otro lado, Ignacio tendrá que vivir la fidelidad interna en un nuevo panorama externo. Ya he-
mos visto cómo era un amante del anonimato, de la pobreza radical, de la desnuda esperanza en Dios, de
los caminos y hospitales… En Roma se verá solicitado por reyes, duques, embajadores y obispos, prote-
gido y agraciado por el Papa y cardenales, condenado a una vida inmóvil y sedentaria, cómo prisionero
de su propia obra. Anhelaba vivir y morir en un rincón oscuro de la deseada tierra palestinense, y se en-
contraba en el centro de la cristiandad, sintiendo los latidos fatigados de toda la Iglesia e impotente para
responder a tanta necesidad. Casi sin él saberlo, Dios lo había llevado hasta ese trance. Externamente
todo parecía haber dado un gran viraje. Pero le quedaba internamente –firme y absoluta– su aspiración
radical: el deseo de la mayor gloria de Dios… ayudar a las ánimas… en todo amar y servir… como Cris-
to. En otras palabras: va realizando el aprendizaje de mantener el espíritu del peregrino en un contexto
sedentario.
Con la aparición y el rápido desarrollo del cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús, diríamos
que Ignacio aparece en Roma como un hombre que asume una compleja tensión y equilibrio que quiere
evitar los extremos del “mundanizarse” y del “espiritualizarse”. De hecho, ha aceptado reinsertarse y
reinsertar a la Compañía en las estructuras de una sociedad con la que había pretendido romper en sus
años de exultante vida de peregrinación en pobreza. Es la difícil tensión de estar en el mundo sin ser del
mundo. Lo fácil sería suprimir la tensión por uno de los dos extremos. Ignacio asume el reto de dispo-
nerse a vivirla.

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El peregrino Ignacio: una inspiración para nuestro peregrinaje vital

Esta tensión escuece cuando uno se implica en las estructuras del mundo. En tiempo de Ignacio en
el mundo prevalecen estructuras de poder (pensemos en El príncipe de Maquiavelo), de dinero (pense-
mos en el banco de los Medici) y de ciencia/conocimiento (pensemos, por poner tan sólo un ejemplo,
en Copérnico). El Ignacio converso había roto deliberadamente con estas estructuras. Al poder opondrá
humillaciones, al dinero la mendicidad y a la ciencia/conocimiento, la rusticidad de vida.
Pero bien pronto, ya de regreso de Tierra Santa había decido estudiar para ayudar a las ánimas. Así
empezaba a reinsertarse en la estructura de la ciencia/conocimiento. Y durante sus estudios en París de-
cidió no vivir de limosna para poder dedicarse al estudio. Ya en Roma, aunque personalmente pensara
que lo esencial es el espíritu más que las letras, no dudó en abrir a la Compañía las puertas del saber, a
pedir que los estudiantes estudiaran y a organizar estructuras, como el Colegio Romano o el Germánico,
para ello. Él que en su pequeña habitación no tenía más libros que el Kempis y el Evangelio, resultará ser
el promotor de lo que será la Universidad más prestigiosa del mundo católico. En todo ello, es el palpitar
de la vida misma el que le va abriendo caminos, y el fin que se persigue –la mayor gloria de Dios y ser-
vicio de los hombres–: era preciso el anuncio del cristianismo en zonas de infieles y en zonas donde la
cristiandad estaba amenazada de escisión, y para ello es preciso formar muy bien a sacerdotes y agentes
de transformación (colegios, universidades). También en Roma, vio que la Compañía, si quería ser fiel a
su misión, no tenía más remedio que acercarse a la estructura del poder (buscar influencias, benefactores,
contactos). Ello conllevaba el riesgo del orgullo del poder, del dinero y de la ciencia… bastante que lo
sabía por experiencia propia, pero no quedaba otro remedio que correr ese riesgo.
Pero, puesto que había que ser flexible en los “instrumentos” era aún más importante centrarse
en el “fin”: inmerso en asuntos de dinero vivirá la pobreza; enviará a compañeros a desempeñar cargos
honoríficos en universidades o en Trento, pero les recordará que vivan en hospitales y también enseñen
catecismo a los niños; en definitiva, recordará a todos que, en medio de los éxitos apostólicos primeros,
el apóstol no es más que un “pobre instrumento” “apasionado –eso sí– de Jesucristo”.
En otras palabras: alentará “todo posible campo de misión” pero invitará a que “todo sea discernido”
a fin de que “en todo se persiga la mayor gloria de Dios”. Animará a utilizar los instrumentos apostólicos
necesarios, pero siempre mirando a Cristo pobre; a la eficacia apostólica, pero sin descuidar la cercanía a
los pobres; a la expansión universal, pero concretada y encarnada en cada lugar… Diríamos que Ignacio
invita a los suyos a vivir “ese deseo tan suyo del magis pero con la conciencia y concreción del minor”.
Una vez fundada la Compañía eso es muy claro. Buscará el bien más universal, donde se pueda hacer
mayor fruto, donde haya más necesidad, donde haya más urgencia o más visas de perdurabilidad… Pero
sin olvidar que somos “mínima Compañía”, o sea, que es Dios quien trabaja en nuestra pequeñez y fra-
gilidad, y que si no vivimos arraigados en Él ninguno de esos frutos daremos.
Ignacio invita a los suyos a sostener ideales altos y concreciones realistas. El deseo de configurarse a
Cristo confiere a la vida de Ignacio y a la espiritualidad ignaciana un alto ideal (no idealista) y un fuerte
realismo de lo concreto. Altos sueños pero que puedan ser concretados y vividos con realismo, incluso
en los más pequeños detalles que nos brinda la vida (en todo): en el modo de comer, vestir y conversar,
en el modo de atender a un enfermo, etc.
Y todo esto, poniendo la confianza en Dios que es quién dirige la nave. A pesar de todas estas ten-
siones, a pesar de una cierta nostalgia de los tiempos heroicos de los primeros compañeros, la impresión
que da es que Ignacio, en su ancianidad, mira el futuro con esperanza. El fundamento de esta esperanza
es la convicción de que Dios dirigía a la Compañía como cosa suya, tal vez donde ésta no esperaba ser
dirigida. Del mismo modo que Dios había dirigido al peregrino como un maestro de escuela a un niño,
por caminos que nunca hubiera sospechado.
El peregrino, al final de su vida y al repasarla, se dará cuenta de que el dueño que dirige su vida es
Otro. Ciertamente, su vida puede verse como un rosario de deseos personales incumplidos y de resultan-
cias inesperadas: sin haber pensado fundar una Orden se encuentra dirigiendo a una bien en expansión;
habiendo deseando retiro y anonimato se encuentra rodeado de prestigio y fama; amante de los caminos
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polvorientos se encuentra relacionado con príncipes y cardenales, amante de peregrinar a la apostólica


por esos caminos de Dios, se encuentra en Roma inmóvil y metido en una tarea que tiene bastante de
organizativo; obsesionado por la catequesis de los niños se encuentra dirigiendo potentes redes universi-
tarias; deseoso de ir a Jerusalén acaba descubriendo que Dios le quiere en Roma…
Ahora bien este “dejarse guiar por Otro” sólo es posible cuando uno ha quedado afectivamente
cautivado por el Otro. Ignacio es un creyente enamorado, no un estoico. Y creer es entusiasmarse en el
servicio amoroso de quién se ha hecho confianza. Y esto le posibilita afrontar ese aparente “rosario de
deseos personales incumplidos” y vivirlos y sentirlos como voluntad de Dios gozosamente asumida.

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