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En el Dictionnaire des philosophes (París, P.U.F., 1981, Vol.I pp. 942-944): Maurice
Florence dedica el espacio correspondiente al tratamiento del pensamiento de Michel
Foucault. El seudónimo de Maurice Florence, encubre al mismo Foucault y a François Ewald,
el actual presidente del Centre Michel Foucault de París. Es en este breve texto, donde el
mismo Foucault autodefine a su propio pensamiento como una Ontología del presente. El
signo heideggeriano en esta definición es notorio aunque no se cite, cosa que no es de
extrañar, puesto que Foucault siempre ironizaba el uso que realizaba de otros pensadores, sin
someterse al ritual tradicional de la cita al pie. Pero también trasunta la sensibilidad
nietzscheana por lo presente o intempestivo.
La actitud genealógica tendrá como labor esencial denunciar todo fundamento histórico de
corte teleológico para dejar hablar la ruptura, la diferencia acallada por la evolución, la
dialéctica histórica, la libertad, la voluntad, etc.
Pero el genealogista requiere de herramientas para quitar el polvo del pasado y la más
importante serán las nociones de práctica y acontecimiento.
Las Prácticas
Recurrimos una vez más a la interpretación que realiza Veyne respecto al método de
abordaje de lo histórico, esta recurrencia se encuentra justificada por haber sido legitimada por
el mismo Foucault. El método consistiría en “comprender que las cosas no son más que
objetivaciones de prácticas determinadas, cuyas determinaciones hay que poner de manifiesto,
ya que la conciencia no las concibe. Esa operación de poner de manifiesto, como culminación
de un esfuerzo de visión, constituye una experiencia original, e incluso atractiva, a la que
podríamos llamar con cierta ironía «rarefacción».[...] Pero lo más característico es el instante en
que se produce la rarefacción ; no es algo que tome forma, sino, por el contrario, una especie
de ruptura. Un momento antes, no había nada, sino una gran cosa plana que casi no se veía,
por ser tan evidente, y que se llamaba «el» Estado ; nosotros intentábamos hacer coherente un
trozo de historia donde ese gran núcleo translúcido desempeñaba un papel subalterno, junto a
los nombres comunes y las conjunciones ; pero no funcionaba, algo no cuadraba y los falsos
problemas verbales, del tipo de la «ideología» o las «relaciones de producción», planteaban a
su vez grandes dificultades. De repente, «damos cuenta» de que todos los problemas se
debían al gran núcleo, con su falsa naturalidad, de que había que dejar de creer que fuera
evidente y reducirlo a la condición común, hacerlo histórico. Y entonces, en el lugar que
ocupaba esa gran evidencia, aparece un extraño y pequeño objeto «de época», raro,
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estrafalario y nunca visto” .
Por ello Foucault no ha descubierto una nueva instancia llamada «práctica», que fuera
desconocida hasta entonces : “se esfuerza por ver la práctica de las gentes como es
realmente ; no habla de nada distinto de lo que habla cualquier historiador, es decir, de lo que
hace la gente : lo único que hace es hablar de ello con rigor y describir sus perfiles ásperos en
lugar de hablar de ello en términos imprecisos y generosos”10 ; dejando de ser las prácticas
“una instancia (como el Ello freudiano) ni un primer motor (como las relaciones de producción)
y, por otra parte, no hay en Foucault ni instancia ni primer motor”11 como veremos más
adelante.
Hacer buena historia significa fijar la mirada en el momento previo en el cual el objeto
encuentra su identidad, su nombre, en síntesis su objetivación. Este momento se manifiesta
por la indagatoria arqueológica de las objetivaciones cuyos vestigios debe desenterrarlos la
paciente labor del presente historizado. En esta preocupación por discernir lo que está a punto
de ser como objetivación, presenta cierta analogía con aquella instancia precomprensiva que
presenta Paul Ricoeur, instancia presimbólica. Pero esto de ningún modo significa que
Foucault reclame para sí el sitio de la objetividad, por el contrario, “A partir del momento que
se quiere hacer una historia que tiene un sentido, una utilización, una eficacia política, no se la
puede hacer correctamente más que a condición de estar ligado de una manera o de otra a los
combates que se desarrollan en ese terreno12“. De manera que en las historias de Foucault
nos encontramos muy lejos de aquel status de cientificidad reclamado por el paradigma
marxista tradicional.
Debemos detenernos a examinar esta noción, por la importancia que reviste para articular
su método y teoría de la historia. La relevancia del acontecimiento radica no sólo en el hecho
de ser el objeto que su método, sino porque también configurará el objeto que su método
manipulará. Es así, en la medida que “la de discontinuidad es una noción paradójica, ya que es
a la vez instrumento y objeto de investigación; ya que delimita el campo cuyo efecto es; ya que
permite individualizar los dominios, pero no se la puede establecer sino por la comparación con
estos”14.
Desde las primeras líneas Foucault irrumpe con su primer postulado radical del cual
comenzará a descender hasta sus últimas consecuencias : el acontecimiento como objeto de
toda actividad filosófica. Este postulado inicial es el de la necesidad de invertir el platonismo,
tarea primaria para que “sumergiendo la apariencia, rompiendo sus noviazgos con la esencia”
irrumpa el acontecimiento. La inversión del platonismo significa “inclinarlo a tener más piedad
por lo real, por el mundo y por el tiempo”17. Esta afirmación presenta la más absoluta
concordancia con algunas de las confesiones de Nietzsche cuando manifiesta su predilección
por las Historias frente al platonismo18.
El sentido es impalpable, una cara está girada hacia las cosas puesto que «morir» sucede
como acontecimiento a Antonio, y la otra está girada hacia la proposición puesto que morir es
lo que se dice de Antonio en un enunciado. Pero «morir» el modo infinitivo-tiempo presente es
lo que constituye el sentido acontecimiento, en definitiva es una “dimensión de la proposición,
efecto incorporal que produce la espada, sentido y acontecimiento, punto sin espesor ni cuerpo
que es esto de lo que se habla y que corre en la superficie de las cosas. En vez de encerrar el
sentido en un núcleo noemático que forma una especie de corazón del objeto conocible,
dejémosle flotar en el límite de las cosas y de las palabras como lo que se dice de la cosas (no
lo que le es atribuido, no las cosas mismas) y como lo que sucede (no el proceso, no el
estado)” 20.
Como veremos más adelante, la filosofía de la historia, no puede en manera alguna rescatar
al acontecimiento puesto que aprisiona al presente por el futuro y el pasado, y dado que el
presente delinea el futuro por un lado y conserva la identidad de su contenido como pasado,
toda filosofía de la historia se ve obligada a asumir una esencia perennis.
Estas formas de conciencia histórica se pueden esquematizar más o menos de esta forma ;
El sentido histórico se opone punto por punto a los distintos elementos que caracterizan a la
historia teleológica. En primer lugar el sentido histórico tiene un carácter disociativo que tiene la
virtud de dislocar la identidad de lo histórico para posibilitar la emergencia de lo múltiple. Esta
disociación, constituye uno de los principales apoyos epistemológicos de la teoría de la historia
de Foucault, no se dirige exclusivamente a interrogar la identidad de lo pasado, sino que
involucra la propia identidad del sujeto. Porque “esta identidad, bien débil por otra parte, que
intentamos asegurar y ensamblar, bajo una máscara, no es más que una parodia : el plural la
habita, numerosas almas se pelean en ella ; los sistemas se entrecruzan y se dominan los unos
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a los otros” .
Pero, ¿Qué entiende y critica Popper del historicismo?. Precisamente, su respuesta refiere a
la posibilidad o imposibilidad de la predictibilidad de los enunciados que tratan lo histórico; en
este sentido concibe al historicismo como “un punto de vista sobre las ciencias sociales que
supone que la predicción histórica es el fin principal de éstas, y que este fin es alcanzable por
medio del descubrimiento de los “ritmos” o los “modelos”, de las “leyes” o las “tendencias” que
yacen bajo la evolución de la historia. (...) estoy convencido de que estas doctrinas
metodológicas historicistas son responsables, en el fondo, del estado poco satisfactorio de las
ciencias sociales teóricas”34.
También Popper al igual que Foucault, considera ineludible la toma de partido por el
historiador o mejor dicho, considera imperioso que adopte conscientemente un punto de vista
preconcebido al margen de la neutralidad. Lo que no admite es que “el historicismo toma
erróneamente las interpretaciones por teorías. Se puede, por ejemplo, interpretar la «historia»
como una historia de la lucha de clases, o de la lucha racial por la supremacía, o bien como la
historia del progreso científico e industrial. Todos estos puntos de vista tienen su interés y son,
si se toman como tales, totalmente irreprochables. Pero los historicistas no los presentan así y
no ven que existe necesariamente una pluralidad de interpretaciones básicamente equivalentes
(aun cuando algunas de ellas pueden distinguirse por su fecundidad, aspecto bastante
importante). En lugar de ello, las presentan como doctrinas o teorías y afirman que toda historia
es la historia de la lucha de clases, etc. Por su parte, los historiadores clásicos que se oponen
con razón a seguir ese procedimiento, se exponen a caer en un error todavía mayor ; en su
intento de ser objetivos, se sienten obligados a eludir cualquier punto de vista selectivo pero,
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como esto es imposible, los adoptan sin que por lo general se den cuenta de ello” .
Esto nos obliga a detenernos un poco en los problemas que toda teoría social global que
alude al fenómeno ideológico, necesariamente debe atender necesariamente la demarcación o
el corte epistemológico correspondiente al distanciamiento de lo ideológico respecto a lo
científico. El problema se inscribe en las relaciones ciencia-ideología donde la primera debe
denunciar y mitigar los efectos de la segunda. Una vez establecida la demarcación entre
ciencia-ideología podemos examinar las condiciones que la cientificidad acusadora debe
cumplir para poder mantenerse en su sitio. La primera condición que toda teoría social global
debe cumplir es la de brindar, con cierto grado de eficiencia, un modelo explicativo del objeto
que trata, en este caso la sociedad, su presente y su pasado. En este sentido, muchas teorías
sociales globales cumplen con el requisito de manera eficiente. Tales los casos de la teoría
marxista o de noción de acción social de Weber. Pero cuando a ello se agrega la condición de
ser capaces de establecer ciertos grados de previsibilidad, en definitiva incorporar la dimensión
de lo futuro, no poseen criterio de verificación o falsificación alguno, como diría Popper. De
manera que el elevado grado de eficiencia explicativa se neutraliza o desaparece al no resistir
ninguna experiencia de falsificación.
Desde el propio campo del marxismo, se intentó reflexionar sobre estos problemas y se
debe recordar una obra que tempranamente aborda la cuestión. Nos referimos a Ideología y
Utopía de Karl Mannheim, escrita en 1929. En ella, Mannheim recrimina al marxismo no
haberse sometido a sí mismo a la sospecha y desconfianza de ser en sí mismo ideología. Si
bien Mannheim considera a la ideología no como una distorsión o error psicológico sino como
una estructuración de pensamiento que caracteriza a los sujetos sociales (grupos, clases,
naciones, etc. ). Es interesante observar que también Mannheim intenta subsanar el problema
de la verificación de los conocimientos que el marxismo produce. En este sentido propone que
el único criterio posible consiste en confrontar lo utópico como pensamiento alternativo de
propuesta cuya verificación sólo se dará en el tiempo. La discriminación entre lo utópico y lo
ideológico se dirime en la historia. Un pensamiento será ideológico en tanto su programa no
pueda materializarse y será utópico en tanto que la historia lo ponga in actu. Sin embargo
queda por resolver el problema de lo abarcativo del concepto.
Por último, el punto de desencuentro radical con el marxismo se ubica en torno al problema
de la verdad, Foucault no tiene interés en enunciar un discurso con pretensión de verdad sino
más bien historiarla, en síntesis quizá Foucault haya llevado a cabo “... la posición del
verdadero guerrero nietzscheano, él no conoce la indignación, él no tiene que fundar su
verdad, le basta quererla e imponerla. El mundo moderno parece haber hecho imposible la
fundamentación de una moral» 43.
1
Gran parte de estas líneas fueron presentadas en el Congreso de Filosofía de Salto del año
1998. Algunas estudiantes y colegas del ambiente filosófico me habían solicitado una versión
escrita del mismo y agradezco a la AFU, la oportunidad que me ofrece para cumplir con esa
solicitud.
2
Luis M. Delio Machado. Lic. Ciencias Históricas (UDELAR). Lic. Filosofía (UDELAR). Dr.
Filosofía. UNLP - Argentina.
3
Foucault, M. La imposible prisión: Debate con Michel Foucault. Anagrama. Barcelona.
1982. Pág. 78.
4
Macey, D. Las vidas de Michel Foucault. Madrid. Cátedra, 1995.
5
Foucault, M. Nietzsche, la genealogía, la historia. Valencia. Pre-textos. 1988.
6
Deleuze, G. Conversaciones. Valencia. Pre-textos. 1995. Págs. 154 y ss.
7
Veyne, P. Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Alianza. Madrid.
1984. Pág. 207.
8
Veyne, P. Ibidem. Pág. 213.
9
Veyne, P. Ibidem. Pág. 209.
10
Veyne, P. Ibidem. Pág. 210.
11
Veyne, P. Ibidem.
12
Foucault, M. Saber y verdad. Madrid. Ediciones de la Piqueta. 1991.
13
Foucault, M. Arqueología del Saber. Siglo XXI. México 1985. pág. 7.
14
Foucault, M. Ibidem. pág. 14.
15
Foucault, M. Ibidem. pág. 5.
16
Veyne, P. Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Op. cit. Pág. 200.
17
Foucault, M. Theatrum Philosophicum. Anagrama. Barcelona. 1981. Pág. 11.
18
“Mi recreación, mi predilección, mi cura de todo platonismo ha sido en todo tiempo Tucídides.
Tucídides, y, acaso, el Príncipe de Maquiavelo son los más afines a mí por la voluntad
incondicional de no dejarse embaucar en nada y de ver la razón en la realidad, -no en la
«razón», menos aún en la «moral»...”. Nietzsche, Friedrich. Crepúsculo de los ídolos.
Alianza. Madrid. 1979. Pág. 131.
19
Foucault, M. Theatrum Philosophicum. Op. cit. Pág. 19.
20
Foucault, M. Ibidem. Pág. 17-18.
21
Foucault, M. Ibidem. Pág. 19 y ss.
22
Foucault, M. Ibidem.
23
Veyne, P. Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Op. cit. Pág. 37.
24
“Era preciso abandonar, con Aristóteles, la identidad del concepto ; era preciso renunciar a la
semejanza en la percepción, liberándose, de golpe, de toda filosofía de la representación ; y
ahora ya es preciso desprenderse de Hegel, de la oposición de los predicados, de la
contradicción, de la negación, de toda la dialéctica” En : Foucault, M. Theatrum
Philosophicum. Op. cit. pág. 33.
25
Ibídem. pág. 34-35.
26
Foucault, M. Nietzsche, la genealogía, la historia. En : Microfísica del poder. Op. cit.
27
Foucault, M. La imposible prisión : Debate con Michel Foucault. Anagrama. Barcelona.
1982.
28
Foucault, M. Nietzsche, la genealogía, la historia. En : Microfísica del poder. Op. cit. pág.
20.
29
Foucault, M. Ibidem. pág. 26.
30
Foucault, M. Ibidem. pág. 27 y ss.
31
La elaboración temprana de esta obra nos muestra la preocupación de Popper por la
comprensión de lo socio-histórico. Sus inicios se remontan a 1919/1920 y se presenta
concluida ante el público en 1936.
32
Popper, K. R. La miseria del historicismo. Taurus. Madrid. 1961. pág. 11.
33
Popper, K. R. Ibidem. pág. 9.
34
Popper, K. R. Ibidem. pág. 17.
35
Popper, K. R. Ibidem.
36
Bermejo, J.C. El final de la historia. Ensayos de historia teórica. Akal/Universitaria.
Madrid. 1987. pág. 107.
37
Popper, K. R. La miseria del historicismo. Op. cit. pag. 39.
38
Bermejo, J.C. El final de la historia. Ensayos de historia teórica. Akal/Universitaria.
Madrid. 1987. pag. 108.
39
Bermejo, J.C. Ibidem. págs. 107 y ss.
40
Veyne, P. Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Op. cit. págs. 30
y ss.
41
Poster, M. Foucault, El Marxismo y la Historia. Paidos. Buenos Aires. 1987.
42
Foucault, M. Microfísica del poder. Op. cit. pág.106. (la cursiva es nuestra)
43
Maestre, A. El poder en vilo. Madrid. Tecnos. 1994.