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Dr.

Kléver Silva Zaldumbide


MEDICO ACUPUNTURISTA
Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad Central del Ecuador
Especialización de dos años de postgrado en la República de China en
ACUPUNTURA Y MOXIBUSTIÓN

La medicina y la mente
¿Cuál creemos que es la parte más importante de nuestra salud? ¿Será comer
una dieta balanceada basada principalmente en vegetales, equilibrar nuestras
hormonas, el ejercicio diario, dormir bien? ¿Tomar muchas vitaminas?
¿Hacernos miles de exámenes? Todo esto podría parecer importante incluso
indispensable para vivir una vida sana. Pero ¿y si nos dijeran que cuidar de
nuestro cuerpo podría ser solo una parte para tener buena salud? Que diga
esto un médico hace 10 años podría haberse tomado como un completo
sacrilegio. Nos pasamos 12 o más años estudiando, adiestrándonos y
pensando siempre que el cuerpo es la base para todo en la vida. Bien, pero ¿y
si nos dijeran que el cuerpo no determina cómo vivimos nuestras vidas? ¿Qué
tal si más bien el cuerpo es el reflejo de cómo vivimos nuestras vidas?
Pensemos por un momento en una época de nuestras vidas en la que no
estábamos realmente viviendo la vida, tal vez con una relación equivocada o
en algún trabajo insoportable, sintiéndonos frustrados, desconectados
espiritualmente y que se suponía íbamos a vivir así indefinidamente.
Y qué tal si comenzamos a recibir pequeñas señas del cuerpo, pequeños
síntomas físicos, ¿Acaso sabemos cuándo el cuerpo está tratando de decirnos
algo y nosotros lo ignoramos? Quizás a todos nos haya pasado y en ese sentido
el cuerpo es maravilloso nos habla con susurros, pero si ignoramos los
susurros éste empieza a gritar. Millones de personas ignoran los susurros del
cuerpo. Sufren de una epidemia que nuestra medicina moderna no tiene idea
de cómo controlar o quizás no convenga o peor no sea negocio controlar.
Quienes sufren de esta epidemia están fatigados, ansiosos, deprimidos dando
vueltas en sus camas con su sueño perturbado sobrepensando lo ocurrido
ayer o lo que va a acontecer mañana, conflictuados hasta con su libido sufren
de una variedad de dolores que aparecen y desaparecen, les acompaña
síntomas que les genera desconcierto y preocupación, acuden a su doctor de
confianza, se hacen un cúmulo de exámenes y los resultados son todos
normales, así que sus diagnósticos son que “no tienen nada” y “que ponga de
parte”. Van de médico en médico y se repite el proceso solo que se complican
más ya que se suma la desesperación porque no se puede llegar a un
diagnóstico convincente y sólo son ellos los que se sienten no estar bien y es
evidente que de verdad están sufriendo, pero nadie les comprende. Pero su
problema no es lo que estos pacientes creen, sin embargo, dicen: “por Dios
deme un medicamento para que me quite esto” y la verdad no hay píldora
para tratar esta epidemia ni exámenes para diagnosticarla, peor aún una
vacuna para prevenirla ni cirugía para extirparla. Pero a la vez refieren haber
triunfado en la vida y tener todos los embustes del éxito para ser feliz en el
futuro, toman dos o tres medicamentos, pero no se alivian de sus dolencias,
se sienten agotados espiritualmente que no saben ni quienes mismo son,
cubiertos de una serie de máscaras creyendo tener todo bajo control, quizás
muchos conflictos familiares, laborales, conyugales o personales creyendo en
aquello de que “cuando tu vida se cae a pedazos, si las cosas no te matan, te
hacen más fuerte”.
Para desnudar a esta epidemia es necesario descubrir lo que en verdad se ama
y se odia de la carrera médica
Tomemos a una brillante médica de 33 años que estaba sufriendo lo mismo
que sus pacientes, una típica médica que había conseguido todo lo que había
querido, todos los embustes del éxito y todo para ser feliz en el futuro. Con su
impecable bata blanca subida en un pedestal tenía la imagen de una de las
mejores doctoras simulando que lo sabe todo atendiendo 40 pacientes en
promedio 8 minutos por cada uno en uno de los mejores hospitales de la
capital. Divorciada dos veces, con un tipo de abuso sexual en su infancia, con
presión alta, con células precancerosas en cuello de útero que requiere
cirugía, totalmente desconectada de quien era ella, agotada espiritualmente y
fingiendo tener todo bajo control aunque en un mismo mes tuvo un hermano
con una enfermedad del hígado complicada, su padre que fallece de un tumor
cerebral, para colmo luego de algunos meses su esposo se corta dos dedos con
una sierra en el trabajo y finalmente se le murió su perro de 16 años de edad.
Cubierta de una serie de máscaras creyendo tener todo bajo control, quizás
muchos conflictos familiares, laborales, conyugales o personales creyendo en
aquello de que “cuando tu vida se cae a pedazos, si las cosas no te matan, te
hacen más fuerte” afortunadamente decidió hacerse más fuerte, crecer en su
yo sabio interno, su “piloto interior”, se dijo: “Es hora de quitarme las
máscaras, acabar con la loca y frenética vida de hacer lo que debo y empezar
a hacer lo que siento, considero que hay que cambiar de una medicina fría, sin
tiempo ni relación con el paciente, complementar con una verdadera práctica
espiritual de la medicina, me había herido tanto el sistema que ya ni lo notaba,
yo no había estudiado tanto para ser arrogante, engreída, deshumanizada,
explotadora y sin empatía. Culpaba al sistema, a la maquinaria monstruosa de
las farmacéuticas, a las compañías de seguros, a la medicina subespecializada,
pero no. Es un redescubrirme y redescubrir una medicina con convicción,
sabía que hay algo más allá de los síntomas y que en los libros de medicina, de
un gran capítulo que leemos, tan solo en un renglón hablan del tema humano
dándole poca importancia. Entendí en pocas palabras lo que se llama una
medicina integral. Entendí que todas las soluciones a los problemas de salud
no están fuera del paciente, comprendí que el control del síntoma no es la raíz
de los problemas de mis pacientes y fue entonces cuando empecé a amar a la
medicina.”
Seguir un modelo caduco es creer que la respuesta a todas las dolencias esta
fuera de nosotros, no siempre la una única vía de tratamiento ese tomar o
inyectarse algo, tomar un jarabe o untarse una crema, y creer que, de lo
contrario, no hay vía de recuperación. Pero nuestro sistema de creencias y
nuestra idiosincrasia impuesta por una maquinaria bien tejida con hilos
invisibles, hace que, ante una consulta médica, si el médico no nos receta algo,
no sentimos ninguna “ganancia” por el costo de ésta, aunque sea una
enfermedad en dónde no hay tratamiento medicamentoso específico, el
médico se ve lógicamente forzado a recetar algo. Pero quizás ese no es el
problema, hay algo que tenemos que buscar más allá de eso, encontrar nuevas
herramientas para nuestro botiquín, pero pese a que existen estrategias
científico medicas holísticas diferentes, a veces, seguimos chocando con la
misma cosa, a veces real y curiosamente frustrante, se alivia el síntoma y no
siempre la raíz de algunas enfermedades. ¿Qué habrá hecho presentar ese
síntoma en primera instancia? ¿Por qué luego simplemente terminan
presentando un nuevo síntoma? Entonces preguntémonos ¿Qué es lo que
realmente hace, en gran parte, que el cuerpo sea saludable y qué es lo que,
muchas veces, realmente nos enferma? Aunque nos “volemos los sesos”
excavando, investigando, leyendo y estudiando toda la literatura médica, no
la vamos a encontrar allí, pues es algo que nunca se enseña la facultad de
medicina alguna.
Si bien todo lo investigado y considerado saludable e importante realmente
los es, ejercicio, buena alimentación, hacernos exámenes preventivos, visitar
a los especialistas y subespecialistas, nadie nos enseñó la importancia de
nuestro buen manejo emocional, lo importante de tener relaciones
saludables, una vida profesional y laboral sana. Este mundo frenético y su
sistema de creencias basados en avaricia y poder, no permite desarrollar a las
personas en sus inteligencias para la que son buenos, se amputa a la expresión
creativa de la gente para convertirles en fabricadores de dinero. Muchos están
espiritualmente desconectados a su existencia y propósito. Factores como el
facilismo, la masculinización de la mujer, las necesidades económicas
apremiantes, hacen que, lejos de tener un entorno mentalmente saludable con
una vida sexual saludable, tengamos un machismo social promiscuo,
matrimonios abusivos, odios laborales, no logran superar injusticias, odios y
resentimientos familiares, en el trabajo o personales, abusos sexuales
infantiles, abortos provocados, entre otros, haciendo que, algunas
enfermedades del cuerpo, no sanen.
Entonces preguntémonos: ¿cuidar el cuerpo es la parte más importante para
estar sano o es cuidar el corazón, aprender a cuidar la mente, el alma, esa
parte auténtica, profunda y verdaderamente nuestra, aquella que sabe muy
bien qué es lo correcto para nosotros, que siempre sabe nuestra verdad, que
sabe cuándo nos mentimos o nos negamos a aceptar, esa intuición
transparente y vulnerable que sabe dónde está nuestro bienestar, quienes
somos, qué necesitamos, a qué huimos y no enfrentamos, qué necesitamos
cambiar o ajustar en nuestras vidas para deshacernos de nuestras máscaras,
cuáles son nuestras culpas por resolver, cuáles son nuestros miedos, que
conoce eso que sabemos que estamos haciendo mal y sin embargo
continuamos haciéndolo. No permitamos que el autoengaño nos siga
enfermando.

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