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Ana Claudia Dííaz

El paisaje de la
memoria. Entrevista a
Ana Claudia Díaz
adminv&co

15 mayo, 2019

Por Augusto Munaro


Crédito de la foto (izq.) Micaela Paszco /
(der.) Baltasara Ed.

El paisaje de la memoria.
Entrevista a Ana Claudia Díaz

El hemisferio del lado en que quedamos (2018), reúne


poemas de escritura tersa y despojados. Registra,
entre otros logros, los tiempos de la evocación, allí
donde todo se diluye en textura íntima; memoria
sensorial. Formas vivas de revelación que trazan los
recuerdos. Poesía que se ancla en lo real, cala hondo y
vuela alto.

Entrevista

Augusto Munaro [AM]: El hemisferio del lado en que


quedamos es un libro atravesado por un tono
profundamente elegíaco.
Ana Claudia Díaz [ACD]: El hemisferio… es un libro de
hace algunos años: la primera parte lo escribí en el
2013, y el resto se fue construyendo con poemas
sueltos; en aquel momento hacía muy poquito que me
había mudado a Capital, y fue en ese pasaje de la
localidad balnearia a la ciudad cuando empezaron a
aparecer los primeros poemas. Recordaba aquel
cotidiano –el de la playa– con añoranza, comencé a
pensar con cierta profundidad o desmesura en algún
fragmento o ángulo de la velocidad del tiempo, su
transcurrir, su contemplación.
Entonces este libro se construye como un umbral de
aquel “túnel” por el que me trasladaba de un lugar a
otro. La idea de la “pérdida”, no real ni física, sino
temporal, o la sensación de alienación en relación a
eso ocupa bastante espacio en estos textos. Por otro
lado, también retomo el imaginario de algunos cuentos
y poemas –líricos– asociados con la infancia o la
adolescencia, y creo que sumados a la propia
percepción logran, finalmente, ese tono elegíaco que
mencionás.

[AM]: ¿De qué modo pensás que dialoga con tus libros
anteriores?
[ACD]: Generalmente tiendo a una escritura un poco
más recargada o que perdure en ese intento, este libro
está bastante limpio de eso: hay juegos de sonidos y
encabalgamientos, las palabras se rozan entre sí
incluso en varios sentidos, pero no hay demasiados
excesos, no es el camino de escritura por el que venía.
Quizás sea un registro de la voz poética, suspendida en
algún lugar, tomada a veces, cuando el decir quiere ser
más genuino. Sí se le puede encontrar un eje
conductor en cuanto a la presencia del paisaje y cierto
desenlace en eso, como una seguidilla de sucesos
desprendidos desde el imaginario: un limbo que se va
transformando en una conspiración, una conspiración
esbozada que toma forma de cartografía, y finalmente
se convierte en pasaje, en la huella transitada y
terrenal. Retomando la idea del “túnel” podría decir
“del limbo al lado del hemisferio en que quedamos”. Me
gusta pensar la transición como una ruta, una guía, un
dibujo.

[AM]: Asimismo es un poemario horadado por los


recuerdos. Memoria que nos lleva a tierras de la
infancia. Escribís: “la memoria es solo una bruma que
flota/ sin desvanecerse ahora”. ¿Por qué hacia esas
zonas remotas a las que alguna vez pertenecieron?
[ACD]: De alguna forma es un juego, hay algo de ficción
en esa intención. El pasado no es tan lejano (quizá sí,
cierta parte de la niñez –no toda–) y esas tierras
oriundas y protagonistas las sigo transitando a
menudo, pero sí hay un extrañar o recordar con cierta
vehemencia algunas imágenes; texturas que fueron
quizás ignoradas en su momento como parte de un
cotidiano instalado, asimiladas por naturaleza, y que
se vuelven extraordinarias al evocarlas; ese “día a día”
toma otra dimensión al ser observado con distancia,
con cierta lejanía y con el crecimiento que nos fue
otorgando el tiempo y el habitar. Como si un polvo
mágico, de pronto, hubiese cubierto esos recuerdos
para volverlos fascinantes, dorados, casi de cuento;
pero no el típico cuento de artificios sino de lo
completamente surrealista y bello que puede llegar a
ser el lugar en donde estamos –o quedamos–.
La poeta Ana Claudia Díaz.

[AM]: La presencia del paisaje marítimo se funde con


la voz del yo. Ambas cosas se tornan indiscernibles. El
paisaje y sus marcas. Poéticamente hablando, ¿qué
denota para vos ese espacio?
[ACD]: El paisaje –el mar específicamente– en mi
escritura funciona como poética y como estructura del
lenguaje. En ese contemplar que mencionaba antes
siempre está presente el habitar: habitar el espacio, la
palabra, el verso. Habitar el mar desde todas las
perspectivas que se pueda, teniendo en cuenta su
majestuosidad, su ferocidad, su grandeza y belleza,
ante todo.
Entonces, mirarlo desde el balcón, desde la orilla,
desde la costanera, desde una lancha, desde un avión;
transitarlo dentro de todo lo que se pueda –y también
fuera– y en todas las épocas del año. Y un poco es, en
simultáneo, lo que me interesa hacer con el lenguaje.
Incluso, pensando en el lenguaje como un lugar de
pertenencia o una casa, así también el mar: su
mecanismo, el movimiento de las olas que suele
parecer el mismo pero que en cada vez es distinto; así
la escritura, una experiencia que se regenera una y
otra vez y en cada una de esas veces es diferente.

[AM]: En tu poética, ¿cómo construís las evocaciones?


[ACD]: Hay dos formas (o por lo menos dos formas
conscientes). Una es evocando a unx autxr o cierto
registro de su escritura, a través del influjo oral de las
lecturas: alguien lee y anoto, o yo leo y voy anotando a
la vez; me gusta mucho eso, partir escribiendo de los
resabios de las resonancias o ecos de unx otrx. La
otra, funciona en cuanto a arrastrar algo a la memoria
o a la imaginación y en consecuencia a la escritura.
Generalmente se desprende de alguna palabra, de
alguna imagen, de algo que evoca por sí solo, y lo que
hago es tratar de congelarlo, de narrarlo –en algunas
ocasiones– lo más fiel que se pueda; y en otras, re
inaugurar el recuerdo, agregarle algo, reflexionarlo,
investigarlo, darlo vuelta incluso, re estrenarlo.

[AM]: El estilo, la temperatura con que trabajás tus


palabras, se plantea como una lucha contra el cliché.
Es decir, lo prosaico. ¿Sos muy crítica con tus poemas
a medida que vas elaborando cada libro?
[ACD]: Sí, de a ratos sí; pero también, por momentos,
trato de agarrar el cliché y hacerlo propio, es algo que
nos roza a todxs ¿Qué hacer con eso? Todo el tiempo
es una posibilidad nueva, un desafío. Armar un libro
siempre requiere de un plus de dedicación, de dejar
macerar (el orden, los textos, los sentidos) y volver
sobre ello para ver si sigue surtiendo efecto, es un
proceso muy hermoso y creo que en cada vez es
distinto: es el texto el que instala el termómetro de
rigurosidad o flexibilidad, de enajenarse con las
palabras que insisten en girar sin punto fijo o, como si
fuésemos orfebres, tener la certeza de que las
pudimos ubicar exactamente en el lugar que
correspondía, como el eslabón de una cadena, que solo
y únicamente, puede encajar ahí.

[AM]: ¿Pensás que el mundo del poeta se limita pura y


exclusivamente a la palabra?
[ACD]: Creo que no, que el mundo del poeta justamente
no tiene límites de ningún tipo y eso lo hace
apasionante.

[AM]: ¿Por qué?


[ACD]: Reynaldo Jiménez en algún pasaje de “El
cóncavo” hace alusión a la idea de vivir poéticamente,
y sí, creo que el mundo del poeta es la vida propia y la
ajena, es lo real, a veces tamizado o filtrado, a veces
crudo. Es el cotidiano atravesado por palabras, por una
canción, por una charla, por un amanecer, por una
imagen, por un sonido, por una convicción, por un
ideal, por el chirrido del viento de mañana en invierno,
por el sol o la lluvia sobre la ventana, y así. Múltiples
variantes, de lado a lado, depende desde qué
perspectiva focalicemos la mirada. No hay límites, y
eso es lo maravilloso.

[AM]: ¿Con la palabra y por ella, se puede recuperar lo


silenciado?
[ACD]: Poner palabra es poner voz, es romper lo
silenciado. Poner palabra también es hacerse cargo.
Quebrar el vestigio del silencio, es poder. La palabra es
poder. La palabra siempre es una herramienta; la
palabra “recuperar” tiene un poco de ambigüedad, no
sé si se puede recuperar lo silenciado, creo que se
puede hacer algo distinto con eso, traerlo de otra
forma, visibilizarlo.

[AM]: A la hora de corregir mucho los versos, ¿eso


puede restarle intensidad al poema?
[ACD]: Sí, puede restarle intensidad e intención. Puede
correrse demasiado de la idea inicial, si bien a veces
es necesario que el poema vaya mutando,
reconvirtiéndose, también corre el riesgo de perder la
esencia, la frescura o cierto tinte de espontaneidad.
Creo que así como hay que saber corregir y ajustar los
versos, también hay que saber soltar a tiempo antes de
que se vuelva demasiado alejado de lo que queríamos
decir.

[AM]: ¿Pensás que la poesía es un intento de


adentrarse al “territorio de lo inasible”?, ¿por qué?
[ACD]: No creo que la poesía sea, literalmente, un
intento de eso; o sea, creo que también podría ser eso,
por su condición de hechicera, maga, o de arena que
se escure. De a ratos puede jugar o simular ser un
territorio inasible, pero realmente no creo que lo sea
siempre, sino solo cuando es su intención o su fin, me
refiero a fin como finalidad.

[AM]: ¿Qué lugar ocupa, para una poeta como vos, la


lectura en vivo?
[ACD]: La oralidad es fundamental, para corregir, para
pensar la propia escritura, para darle continuidad o no
a un verso o a un texto, es la esencia. Ahora, la lectura
en vivo es un tema complejo, para mí tiene que aportar
algo a quien la escucha. No repetir patrones de voces
instalados sino construir la propia voz. Hay poetas que
hacen algo mucho más performático o de rito, eso me
parece fascinante y lo admiro. El secreto está en la
cadencia, muchas veces me pasa que reparo en
alguien que lee solo por la forma en la que emana las
palabras, casi como que va construyendo los versos en
el aire, esa sensación no pasa a menudo, pero cuando
pasa, justamente, no hay que dejarla pasar. Por mi
parte, la lectura en vivo es más tranquila, no la pienso
como una pose o algo forzado, a veces leo más rápido
a veces más lento, tengo que reconocer que me gusta
mucho la velocidad en la lectura: imantar las palabras
y especular un poco con esos juegos al mejor estilo
“dado mágico” de los versos: depende de cómo
escuches el sentido que vas a encontrar, el sonido se
dispara y juega.

[AM]: Un buen poema, en general, ¿qué tiene que


generar al leerlo?
[ACD]: Interpelación. Considero un buen poema a aquel
que me deja pasmada, con ganas de re leerlo
urgentemente, aquel que me fragmenta las
sensaciones, que atraviesa lo racional, que va más
allá. Creo que tanto Ashbery como Haroldo de Campos,
en mí, lo logran con facilidad.

La poeta Ana Claudia Díaz

[AM]: Susana Thénon alguna vez escribió que la poesía


era una venturosa incursión por lo ignorado. ¿Cómo te
situás vos en relación a esa idea sobre la poesía?
[ACD]: Que genial es Thénon… Coincido en que puede
ser así algunas veces, sin embargo la palabra
“ignorado” me resulta un poco fuerte.. yo creo que la
poesía nos atraviesa consciente o inconscientemente
aunque no siempre es por lo ignorado, creo que lo
ignorado, a veces, no se puede asir, agarrar,
aprehender, pero el poema ¡sin dudas es una venturosa
incursión!

[AM]: ¿Creés que el poeta “evoluciona” en su escritura?


[ACD]: Sí, sin dudas. La escritura es un río de piedritas
que se sostienen, lugares donde ir pisando con certeza
para llegar más lejos o a caminos nuevos. En la
escritura unx se expone mucho, porque la obra, el
proceso, queda expuesto, a la vista, como si fuesen las
migas de Hansel y Gretel. Hay un camino que vamos
haciendo y eso va a dejando rastro. Si bien a veces,
con el tiempo, pensamos que si tuviéramos que editar
de vuelta alguno de los libros cambiaríamos tal o cual
cosa, o lo reduciríamos, etc.; pienso que en verdad eso
fue lo que hizo que llegáramos hasta acá –hasta el
presente de la propia escritura– y en consecuencia hay
que hacerse cargo también de aquello que nos
permitió alcanzar este lugar. Un bosquejo desde dónde
partimos y en dónde estamos. Creo que se pueden
explorar zonas nuevas y distintas y puede funcionar o
no para lxs lectorxs y para unx, pero si pensamos la
“evolución”, como el movimiento, el cambio, la
transformación gradual de algo, no hay dudas de que
eso sucede, la escritura nunca podría ser estática, esa
es otra de sus cualidades que la vuelven apasionante.

[AM]: Por último ,Ana Claudia, ¿pensás como Pessoa,


que la patria de uno es su lengua?
[ACD]: Sí, claro. La lengua es algo que nos fue
designado, en primera instancia, y luego es lo que,
quizás, elegimos transformar. Los lenguajes como nos
son dados, vienen con un montón de historia
acarreada, con bagaje, como las oraciones que son
poderosas por que traen con ellas todas las
intenciones puestas a lo largo del tiempo. La lengua es
nuestra identidad, pero la podemos ir construyendo
sobre la marcha, sin ir más lejos, Wilson Bueno o Paulo
Leminski, son el ejemplo perfecto para lo que digo, se
permiten escribir en varios idiomas paralelamente,
cruzando esas estéticas y todo el linaje de palabras
que vienen con ellas. Es fascinante barajar las
posibilidades de la lengua, del significado y el
significante e ir armando un propio lenguaje, levantar
una bandera. Hay escritorxs que llevan al límite el
lenguaje y, mientras lo hacen, arman su lengua, única
e imposible de que pase desapercibida. Celebro eso, la
lengua que no es la instalada, la que todavía no se
descubrió o aquella que nos deja relamiéndonos. Para
terminar dejo estos versos de Perlongher, que desde
hace algunos años me vienen resonando (y que son los
disparadores de mis próximos proyectos): “La historia,
es un lenguaje?/ Tiene que ver este lenguaje con el
lenguaje de la historia/ o con la historia del lenguaje
(…)”.

*(Santa Teresita-Argentina, 1983). Poeta. Desde 2014


coordina talleres de poesía y clínicas de obra.
Formó parte del equipo de la revista
latinoamericana Transtierros, colaboró con
reseñas para sitios como Plebella, Op. Cit., No-
Retornable, entre otros. Actualmente, escribe
para Jámpster y trabaja en su proyecto “Yacer en
el Tuyú”, que en el 2018 fue seleccionado para la
beca de creación por el Fondo Nacional de las
Artes. Ha publicado en poesía Limbo (2010 y
2012), Conspiración de perlas que
trasmigran (2013), Una cartografía de la
insolación (2015) y El hemisferio del lado en que
quedamos (2018); las plaquetas de poesía Vuelto
Vudú (2009), La ecología de las
poblaciones (2010) y Al antojo de las
anémonas (2011).

http://www.vallejoandcompany.com/el-paisaje-de-la-memoria-entrevista-a-ana-
claudia-diaz/
LIMBO

1.
Estación lluviosa. Ahí vos, bajo el diluvio abatido y la lógica. Interoceánico,
todo, todo celeste. Y eso, y yo lo prefería incluso, cuando era lo del puesto de
diarios a la madrugada. Mejor, si se parecía al color de la esmeralda. O al
verde botella, que es como si fuera sede de vitró. Para poder camuflarme en
el esperantismo absoluto. O en el festejo de la vendimia. O capaz, al naranja.
Pero vino así, con el rostro lleno de mucha redondez, negando en vaivén,
mareado. Y yo no pude decir nada. No pude decir yo quiero hacer eso, quiero
titilar de colores por la alfombra, parpadeando y continuarme continuada en
una curva, como un arco acristalado hecho solo con la intuición de los pies.
Batallas con ocas, tierra. Y eso me pasa, de mucho querer poner lejos: la
abreviatura. Tanto raro, tanto emparchado. Trato. O lo que da igual. Intento,
poder disolver una voz en una torta de manzana invertida. Son otras. Las
tristes murmuraciones de una silla. Claro, hay una puerta a cada lado de la
interpretación. Y mientras sea así, yo puedo mezclar todo. Puedo mezclar: la
alfombra, el macramé, lo rojo, lo editado, la pulpa, el fervor, lo voraz, la
almohada, lo feroz. Todo en una bocanada.

"yo del vos"


Un perfil sombreado: aquello. O somos casas. O somos una estampita en la
solapa de algún piloto. Bello pero precario. Quien pudiera disponer de la fuga
extraviada, que extraño: ríspida. Para llevarla a girar en la rueda donde se
posa, mi yo del vos. ovillado. Excedido. Mudo. Se pierde arracimado y queda a
solas, en la comarca de ornamentos. Quizás, lo encuentre luego: trémulo,
como gastado. Inercia tardía en el vértice entre mi llovizna y el durazno.
Delimitado rodará aún inerte. Como obsecuente, mi yo, aturdido y en
desorden se hamaca: trovador ondular y ausente de tu vos, invisible anhelo.
Nadie, nadie puede resistir el hastío, del ladrido del viento producido por un
búmeran. Eso es, repetir una y otra vez, desarticular el pasto hasta desteñir.
Faltan imágenes que podrían ser dobles devastadoras. Monedas. Rehago el
café. Rehace el contorno animal de su vos. integral y agregado. Total. Somos
dos pájaros de yeso esperando que alguien diga, la vigésima octava letra.
Vocal. Sabes, en vez de eso digo, prefiero la pálida velocidad de los molinos,
que cortan el aire en bloque. Para evitar que derrame. El sol en mis brazos.
Allá: nuestra mitad. Nuestra remota y fraccionaria habitación. Los árboles
improbables de nuestro florero. Ya no detengas el sur con tus manos,
extravagante. Mi yo está entero. Se debe al tercio inmóvil de tu vos,
recóndito.
Otro tipo de estampación, de la manera violeta. Bruñida: uniforme. No por
temor a que desaparezca, sino porque le gusta el balanceo del tedio que
provoca. Semicircular. Incisiones: si se sienta de forma diagonal, el resultado
puede ser transferirse dibujado. Alojar la matriz en un papel. O trazar en el
lino del mantel un negativo. Ordinariamente blanco. Ártico: invertidos los
claros y oscuros, convencional. Lejos y analítica, lidio con la cima aplanada.
Limbo, donde se muere sin la razón. Lo alcanza el momento más mediocre,
cual preferiría que fuera irreductible. Habilidoso maquetista, sabe que si no
hay rojo solo podrá conseguir tonos verdes. Sodio. Una ampliación de un
revelado de higos, y nada más. evita persuadir, sublevar la protesta. ¿Quién
manda un buque para tener a salvo todo en casos fortuitos? ¿por casualidad,
viste el mío? O quedo absuelta. Y pienso en resumir o recapitularlo todo.
Intimido en el interior arruinado, mi lado enclenque. Tu costado. Los nervios
gélidos de nuestro desequilibrio. La parálisis que corrompe al estornudo. Es
eso, o abandonar. Desamparar la escena naranja: soltarla: saltar. Así y todo,
pienso en dar franqueza al arrebato. Esclarecerlo. Yo robé, las osamentas del
diluvio de los montes. Mientras los hombres estaban sueltos, buscándome.
Para después poder taparlo todo con arcilla. Huecos de algo. Y ahora,
rodeada de gestos que se visten de dorado, tu frente: arco inundado del
abismo. Mueca de tiempo. Podría escaparme, ir a Siria. O agobiar el
insensato, y espantarme hasta padecer amnesia. Hasta integrarme solo de
plomo, el alma. Paulatinamente, surge. Diminuto y despreciado, el eco que da
retorno, que retrocede y se resuelve oblicuo en el achatamiento. Arma
arrojadiza. Agitada armonía: desesperación. Como expiación, la aceleración
neuronal engañosa. Otra vez, es eso o el desértico amargo de insinuar el
mismo portal. El vuelo enorme. El olor constelado. El bordado sublime en la
cortina de arabescos. Yo, degradada, rodeada de mariposas blancas
bermellón me adhiero a vos. molestado dispones el momento de la vieja
languidez, de donde provenimos. El impío oculto que se esconde tras la piel.
Era eso nomás, la exasperación: la exageración de lo alado: irradiar hasta
irritar. Y creo, qu eso solo se consigue con dificultad. Maniquea. Y yo tiendo a
interpretar la realidad, desde el otro lado de la dicotomía. Desde la parte de
la valoración bifurcada de una sola rama: del brazo pértigo del río articulado.
Si me separo de eso, camino independientemente, hasta reunirme de nuevo
con mi cauce interior, hasta desembocar en el mar. Mi tradición secular, se
expande y se repite, agraviada con las palabras, que insisten en girar sin
punto fijo.
Para empezar, no quiero ubicar el verano en un solo
color, para que no se vuelva todo índigo. Encapotado.
Ahora hablo de él, como un ancla. Casi circular.
Escabrosa, esa es la condición, el punto donde se
rompe gloriosamente: el molinete, la rueda: el gemido:
el vértigo. Desatado. Hablo de que hago ríos de gestos.
Y no sé, cuál es el mismo ahora. Por otro lado, la casa
es cómoda. Chata y redonda: ostral. Y entiendo que,
poco falta para que dé flores de cinc, se cubra la
vereda.

Llegó, lo había ajado todo por esa usura que me


especula desde hace rato, mustia. Y así fue que, no
pude responder. No sé, creo, que las liebres envejecen
después de una carrera, como forma de estropear el
intento o el desarraigo. Cuando era tímida, descansaba
en camas que muda la velocidad, de tinte rojizo, rojo. Y
refregaba con fuerza el propio estropajo sobre los
muebles usados. Minuciosamente. Ronde la astucia y
supe separar los hongos sobre la tierra hollada.
Amancillar hasta la mitad todo. Ser mediana. Incluso,
desaliñar hasta desflorar. Para después retomar el riel,
el camino. Mirar para atrás y decir: “varios vagones
descarrilaron en la curva por exceso de velocidad”. Y
ya. Mudad: ahora es una espora que se separa de la
planta y vuela.

Lavalle

1.

La ruta, las casas, las vacas, los días viajando

la gente a caballo, las calles de tierra

Lavalle

la costa de los domingos de mi infancia, su ría de ajo

a cuestas

para partir

2.

las ramas para prender el fuego

vos y yo en una pulpería de antes mirando por la ventana

ahora eso es un hotel

juntamos piedras de colores para jugar a la payana

mientras

la nona se sentó al sol

está tejiendo escarabajos en la bufanda que le pedí que me hiciera

para este invierno, verde

que la oye tarareando bajito la tarantela


3.

mamá nos pone un chaleco inflable a cada una

por si nos caemos al agua

la lancha El Delfín estaba guardada en el garaje de los abuelos

la sacamos, la atamos al auto para pasear

como en las películas

4.

desde acá

el mar es invertebradamente inmortal

el musgo que cubre el cemento lo vuelve resbaladizo, pardo

pero ninguna de las dos le tiene miedo al vértigo

5.

papá nos cuenta la historia de estos pagos, el primer puerto

nos habla de lanzas, de dardos, de jaulas de gauchos envenenados

nos dice que estamos en la bahía de Samborombón

ese nombre se queda en mí para siempre

y pienso que es lindo estar ahí

como en una canción

como dentro de un eco

6.

yo de verdad creo

que si me caigo un pulpo gigante y rojo me atrapara para siempre

que el mar es como un pozo

lleno de caimanes y corolas brillantes

de huracanes de olas que arden al sol

y ruedan

7.

encendemos el motor

despegamos

nos deprendemos por un rato de la tierra


hacemos dibujos redondos en el agua, ondas

burbujas, globos

patinamos por el océano en nuestro bote, sin cesar

8.

este suelo de seda, casi desnudo

es el resplandor que veo en tus pupilas que no conocí

en esa foto vieja

9.

cayó la tarde

hace frío ya, nos sale humo de la boca

un astro arrastra un pedacito de cielo

es una estrella fugaz

o una mosca plateada, inmensa, que se arroja desde allá

quien sabe porque, pero pido un deseo

volvemos a la orilla

10.

de vuelta la ruta

tomamos mate, ponemos un cassett

la noche de tan libre es asfixiante, explosiva y serena

te das vuelta, nos miras y decís

nosotros vamos hasta esas luces que se ven allá a lo lejos

11.

me duermo

mi sueño gira sobre las hojas de un girasol

o sobre el lomo del loro que me hablaba hoy en la panadería

el miedo esta vez no tiene lugar

se va espantado como un simio

se adentra en los arbustos

se convierte en fulgor, en rayo, en tormenta.


El detalle inmenso

Agridulce, hostil, se disgrega el pasado.


Dijiste, a bracear contra corriente.
Remos de bonsái llevaba yo.
Entre las escamas de mariposas que husmean o se pierden
en los matices de las llamas, te encontré
silenciosos flamencos nos miraban a lo lejos, desde la orilla
con peinados raros, como adornos del viento, perplejos
reflejos que se armaban en el agua
y dudé si el infinito no era más que una hilera
de codornices de plata
o de incontables abedules azules que remojan sus pies
justo siempre donde estamos los dos.
Un umbral esmerilado que la lluvia después lava.
O un camino a lo lejos de caracoles estelares

que se quitan la corteza cuando llegan a vos.

Casas de adobe donde parar

El cangrejo que vela con su armadura mi destino


me deja ser una rosa montés que nace
intrépida en el trópico de la razón
se reviste en la luz sonrosada de la aurora austral
infunde sobre nosotros el encuentro.
Comunión que va delante en el tiempo
y precede un paralelo al suelo de mi imaginación
como amparo para guarecerse de las inclemencias sin abrigo
del riesgo que se vierte íntegro, a los puntos cardinales
para desatinar el desuso del corazón.
Tanto y tanto sonido superflúo solo provoca curiosidad
para después volver a la concordia de saber
que donde hay paz, todos cantamos a la vez e imitamos
los acordes de un tero.
Ahí estamos, nosotros, como infantes
coros y ornamentas nos protegieron del recelo insuperable
del alarde áspero que trae consigo
el carbón costero en las mañanas de invierno.
Hay un descubierto cubierto
con manta de alpaca en mis hombros
una secuencia de adornos que hay que arreglar.
Las semillas de la planta de al lado
el crisolito de los arbustos de lino que lo embellece todo.

Y nuestros rostros se secan al aire.

Gorgoteo en el centro de la tierra

Entiendo
las certezas son como piedras que se acomodan en un nido
si se desbarranca el océano brillante
capaz después encuentro
la llanura fértil igual

y el invierno, como rastro de un naufragio

Las orcas

El océano inmenso nos rodea acá para todos los costados. Atlántico sobre el manto.

Esta mañana había aparecido una tortuga marina gigante de carey, quedaba solo

su caparazón en la orilla que baña mi costa, cuando llegué. El resto del naufragio la

trajo hasta acá. A veces las olas son tan altas que tapan el muelle. Yo siempre

pienso que iré a abrazarte corriendo cuando venga el maremoto. Seguro lo

anuncien en la radio o en algún programa del cable. Y me quedaré ahí con vos,

hasta que las aguas lo cubran todo. Si nos agarra de sorpresa, subiremos a los

techos y ahí ya no sé, capaz te vea de lejos, con suerte. Desde el mangrullo se ve

mejor el mar, se ve más adentro. Pero no más profundo para saber si las placas

están chocando o si aquel movimiento pertenece a las orcas que avanzan hacia al

sur en bandadas iguales. Cincuenta orcas a lo largo de mi mar. Cincuenta orcas

para ver pasar antes de dormir, para contarlas. Sus cantos de noche de sirenas de
altamar. La música que tiene la playa, casi como el sonido de adentro del caracol.

Pero ahora, cincuenta orcas están nadando sueltas y juntas, sin ninguna red cerca

que les atrape la libertad. Sopla fuerte el viento a veces y rompe todo, desde

adentro pareciera como si la costa se desarmara en mil fragmentos, retazos del sol

que caen como rayos. Yo siempre vuelvo hasta la orilla. Pienso que algún día quizás

salga un monstruo marino y me lleve a vivir allí adentro, con ellas al final y sin

soltarte la mano.

Bio Ana Claudia Díaz nació en Santa Teresita, en 1983. Publicó Limbo (Pájarosló
editora, 2010 y La One Hit Wonder Cartonera, 2012, Ecuador) y Conspiración de
perlas que trasmigran (Zindo & Gafuri, 2013). Las plaquetas Vuelto Vudú (Pajarosló
editora, 2009) y Al antojo de las anémonas (Color Pastel, 2011). Textos suyos
integran las antologías Pájaros en la frente (Pajárosló, 2011), La Juntada (APOA,
2012), Canciones (Ediciones presente, 2013), Re-Invención (Proyecto Madonna,
2013), Estaciones (La Parte Maldita, 2013) y Poesía Deliberada (Textos Intrusos,
2013). Participa de diferentes encuentros de poesía y colabora con la sección de
reseñas de No-Retornable. Vive en Buenos Aires.
http://www.anaclaudiadiaz.blogspot.com/

oigo en el rumor de tu voz los matices que rompen


la melancolía que cargo a cuestas

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