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La gestión de

negocios

Derecho
Privado II
La gestión de negocios
Noción. Incorporación al Código Civil
y Comercial
El nuevo Código incorpora en el Libro III: “Derechos Personales”, Título V: “Otras
fuentes de las obligaciones”, por lo que recepta como “fuente autónoma de las
obligaciones” a la gestión de negocio, enriquecimiento sin causa, declaración
unilateral de voluntad, pago indebido, etcétera.

En este sentido, en los fundamentos del Anteproyecto se señala que:

la mayoría de la doctrina actual considera innecesarias las


categorías híbridas del cuasicontrato y cuasidelito y se propone
regular la gestión de negocios como una fuente autónoma y la
repetición del pago de lo indebido como una especie del
enriquecimiento sin causa. Esta es la tesis predominante,
adoptada en el Proyecto de 1998 y que seguimos en este
Anteproyecto (Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de
Carlucci, 2011, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-
content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf) La
cursiva es propia.

En definitiva, antes de la sanción del Código se debatía si las figuras que se


estudiarán constituían en sí mismas fuentes de obligaciones o no, lo que quedó
terminantemente definido, pues expresamente así se las consagra y
sistematiza.

Cabe aclarar que en todos los supuestos se trata de “obligaciones que no tienen
origen contractual” sino extracontractual (a pesar de la eliminación de la
distinción que el Código realiza, pero con fines didácticos vale la referencia), es
decir, que no surgen de un contrato o acuerdo de partes.
La gestión de negocios
Noción. Requisitos
El Código brinda una definición legal de la gestión de negocios ajenos, que
recepta las nociones doctrinarias que existían en el derecho nacional. El art.
1781 establece: “Hay gestión de negocios cuando una persona asume
oficiosamente la gestión de un negocio ajeno por un motivo razonable, sin
intención de hacer una liberalidad y sin estar autorizada ni obligada,
convencional o legalmente”1.

Un ejemplo típico que se utiliza en la doctrina es el del vecino que, a sabiendas


de que su colindante se encuentra de vacaciones, advierte que el tanque de
agua pierde, y a fin de evitar el daño que se generará el dejarlo así hasta que
vuelva, resuelve hacerlo arreglar. Así, luego tendrá derecho a reclamar al
propietario el reembolso de los gastos ocasionados en su beneficio.

El fundamento del instituto no es unánime, y se halló, conforme Alterini, Ameal


y López Cabana (2000), en: la ley, la equidad, el consentimiento presunto del
gestor y del dueño, el hecho de la gestión, entre otros.

Los requisitos de la gestión de negocios son:

1. Que no haya mandato: entre el “dueño” del negocio y el gestor, sino


que se trate de una gestión espontánea, “oficiosa” del gestor (art. 2288
Código Civil derogado, en adelante CC);

2. Que el gestor se proponga hacer un negocio de otro: debe tener


conciencia de que se trata de un negocio ajeno, y no creer que es propio
(art. 2289 CC).

Según Borda (2008), se protege a quien obró por un impulso altruista, y


la voluntad de hacer la gestión para otro se presume de la mera
circunstancia de tener conocimiento y conciencia de que el bien o
negocio es ajeno, aun sin conocer al dueño.

3. Que exista un motivo razonable: que justifique la intromisión del gestor


en los negocios ajenos, este es el fundamento de la gestión de negocios
ajenos, tal como se refirió supra: ante la imposibilidad del dueño de
tutelar sus propios intereses, ya sea con fines altruistas o porque exista
un interés común entre el dueño y el gestor.

4. Que el gestor no tenga intención de hacer una liberalidad: sino que


tenga intención de obligar al dueño del negocio por los actos, y de
solicitarle el reembolso de los gastos realizados (art. 2289 CC).

5. Que no exista autorización ni obligación convencional ni legal: el


gestor debe actuar voluntariamente, sin estar obligado por la ley ni
un contrato, y se amplía la simple exigencia del Código Civil respecto a que

1
Art. 1.781 – Ley N° 26.994 (2014). Código Civil y Comercial de la Nación. Honorable Congreso de la Nación.
no hubiere “mandato” entre las partes.

6. Que la gestión haya sido útil: este requisito no surge expresamente de


esta norma sino del art. 1785 del Código Civil y Comercial, y la doctrina y
jurisprudencia nacional lo destacan como fundamental. La utilidad se
juzga al momento de la iniciación del negocio, independientemente de
que exista cuando este concluya (arts. 2301 y 2297 CC; Borda, 2008).

7. Que no exista oposición del dueño: esta condición tampoco surge de la


norma, pero si la estableció la doctrina anterior al Código. Implica que si
el dueño del negocio se opone a los actos del gestor, este solo tendrá
disponible contra aquel la acción que deriva del enriquecimiento sin
causa, pero no la de la gestión de negocios ajenos (Borda, 2008).

Obligaciones de las partes


Las obligaciones del gestor están previstas expresamente en el art. 1782 y son:

a. avisar sin demora al dueño del negocio que asumió la gestión,


y aguardar su respuesta, siempre que esperarla no resulte
perjudicial;

b. actuar conforme a la conveniencia y a la intención, real o


presunta, del dueño del negocio;

c. continuar la gestión hasta que el dueño del negocio tenga


posibilidad de asumirla por sí mismo o, en su caso, hasta
concluirla;

d. proporcionar al dueño del negocio información adecuada


respecto de la gestión;

e. una vez concluida la gestión, rendir cuentas al dueño del


negocio2.

Por su parte, cabe aclarar que “El gestor queda personalmente obligado frente
a terceros. Sólo se libera si el dueño del negocio ratifica su gestión, o asume sus
obligaciones; y siempre que ello no afecte a terceros de buena fe”3.

Desde otro costado, las obligaciones del dueño del negocio frente al gestor
(siempre que la gestión haya sido conducida útilmente) son:

a. a reembolsarle el valor de los gastos necesarios y útiles, con


los intereses legales desde el día en que fueron hechos;

2
Art. 1.782. Ley N° 26.994. Op. cit.
3
Art. 1.784. Ley N° 26.994. Op. cit. (El resaltado es propio).
b. a liberarlo de las obligaciones personales que haya contraído
a causa de la gestión;

c. a repararle los daños que, por causas ajenas a su


responsabilidad, haya sufrido en el ejercicio de la gestión;

d. a remunerarlo, si la gestión corresponde al ejercicio de su


actividad profesional, o si es equitativo en las circunstancias del
caso4.

Borda (2008) expresó que la utilidad debe apreciarse con un criterio objetivo, y
que nuestro derecho positivo no requiere que la gestión sea necesaria, pero sí
útil.

Conclusión de la gestión
Por su parte, el Código establece cuándo concluye la gestión:

a. Cuando el dueño le prohíbe al gestor continuar con su actuación. El


gestor, sin embargo, puede continuarla, bajo su responsabilidad, en la
medida en que lo haga por un interés propio: regla lógica, pues el dueño
es quien tiene el derecho a administrar y disponer de sus bienes, y a
oponerse a toda “intromisión” en sus negocios. La gestión ajena es
excepcional, en consecuencia, anoticiado si no está de acuerdo, tiene el
derecho a oponerse y poner fin a la gestión de negocios ajena.

b. Cuando el negocio concluye: recién se tendrá por concluida luego de la


aprobación de la rendición de cuentas presentada por el gestor.

Kemelmajer de Carlucci (1994) advirtió que existen otras causas de conclusión


de la gestión, a saber: muerte del gestor, asunción del negocio por los
interesados, etcétera, y se agregan, en general, por cuestiones ajenas al
negocio en sí mismo, sino relativas a las partes o su capacidad, o por
imposibilidad sobrevenida de cumplimiento de la prestación a su cargo que no
le sea imputable, entre otras.

Régimen de responsabilidad
Existen distintos supuestos de responsabilidad expresamente consagrados en el
Código en materia de gestión de negocios.



 Responsabilidad del gestor por culpa.

4
Art. 1.785. Ley N° 26.994. Op. cit.

El gestor es responsable ante el dueño del negocio por el
daño que le haya causado por su culpa. Su diligencia se aprecia
con referencia concreta a su actuación en los asuntos propios;
son pautas a considerar, entre otras, si se trata de una gestión
urgente, si procura librar al dueño del negocio de un perjuicio, y
si actúa por motivos de amistad o de afección5.



Se mantiene como regla la culpa como factor de atribución subjetivo, y se le
exige la diligencia que hubiera puesto en sus propios negocios.

Sin embargo, se agregan ciertos parámetros a fin de la valoración de la


responsabilidad del gestor, y en su caso liberarlo. A modo de ejemplo, la misma
norma señala que, entre otras, se destacan: si la gestión es urgente, si trata de
librar al dueño de un perjuicio o si lo hace por amistad o afección.

El art. 1724 brinda la siguiente noción de culpa: “consiste en la omisión de la


diligencia debida según la naturaleza de la obligación y las circunstancias de las
personas, el tiempo y el lugar. Comprende la imprudencia, la negligencia y la
impericia en el arte o profesión”6.

 Responsabilidad del gestor por caso fortuito.

Consagrada en el art. 1787:

El gestor es responsable ante el dueño del negocio, aun por el


daño que resulte de caso fortuito, excepto en cuanto la gestión le
haya sido útil a aquél:

a. si actúa contra su voluntad expresa;

b. si emprende actividades arriesgadas, ajenas a las habituales


del dueño del negocio;

c. si pospone el interés del dueño del negocio frente al suyo;

d. si no tiene las aptitudes necesarias para el negocio, o su


intervención impide la de otra persona más idónea7.

La regla es que el gestor no responde ante el dueño del negocio por caso
fortuito, pues se trata precisamente de un eximente, por aplicación de la regla
general de la responsabilidad civil (estipulada en el art. 1730). Sin embargo, el
artículo prevé supuestos excepcionales donde sí deberá responder ante aquel,
lo que constituye una de las opciones del art. 1733 inc. b (responsabilidad aun

5
Art. 1.786. Ley N° 26.994. Op. cit.
6
Art. 1.724. Ley N° 26.994. Op. cit.
7
Art. 1.787. Ley N° 26.994. Op. cit.
ante caso fortuito por expresa manda legal que lo impone).

Además, se estableció una “excepción a la excepción”, es decir, a pesar de la


existencia de una causal que torna responsable al gestor por caso fortuito, este
no responderá si la gestión le fue útil al dueño.

 Responsabilidad solidaria.

Está expresamente prevista en el art. 1788. “Son solidariamente responsables:


a. los gestores que asumen conjuntamente el negocio ajeno; b. los varios dueños
del negocio, frente al gestor”8.

El fundamento de esta responsabilidad se justifica en las reglas de las


obligaciones solidarias definidas en el art. 827.

La regla general es clara y queda unificada en el nuevo Código, que impone


la solidaridad de la responsabilidad tanto para el caso de pluralidad de gestores
como de dueños.

La ratificación por el dueño


“El dueño del negocio queda obligado frente a los terceros por los actos
cumplidos en su nombre, si ratifica la gestión, si asume las obligaciones del
gestor o si la gestión es útilmente conducida”9.

La ratificación hace referencia a los casos en que el dueño del negocio se vuelve
responsable frente a terceros (se incluye como una de las opciones el caso de
la ratificación).

Trigo Represas y López Mesa (2004) señalaron que existe ratificación cuando
alguien, sin tener poder o ante insuficiencia del facultamiento con que cuenta,
realiza un acto en nombre de otro, quien ulteriormente hace suyos los efectos
del acto celebrado, y por dicho acto, asume todas las derivaciones de la gestión
realizada y cumplida en su beneficio.

La ratificación está regulada en el Código Civil y Comercial (CCyC), entre los


hechos y actos jurídicos, bajo el título “Representación voluntaria”,
específicamente en los arts. 369 a 371.

En este supuesto en particular, la ratificación sí es oponible a terceros, pues el


dueño asume las obligaciones del gestor para con estos, lo que se fundamenta
en la utilidad y el carácter altruista de la gestión realizada en su beneficio.

8
Art. 1.788. Ley N° 26.994. Op. cit.
9
Art. 1.789. Ley N° 26.994. Op. cit.
Régimen legal subsidiario
El art. 1790 dispone que las normas del mandato se aplican supletoriamente a
la gestión de negocios, es decir, a los arts. 1319 a 1334.

Si el dueño del negocio ratifica la gestión, aunque el gestor crea hacer un


negocio propio, se producen los efectos del mandato, entre partes y respecto a
terceros, desde el día en que aquella comenzó.

El empleo útil
El art. 1791 brinda una caracterización del instituto en los siguientes términos:

Quien, sin ser gestor de negocios ni mandatario, realiza un gasto,


en interés total o parcialmente ajeno, tiene derecho a que le sea
reembolsado su valor, en cuanto haya resultado de utilidad,
aunque después ésta llegue a cesar. El reembolso incluye los
intereses, desde la fecha en que el gasto se efectúa10.

Las características del empleo útil son:

a) Que es realizado por quien no es gestor de negocios ni mandatario:


diferenciándose de ambos institutos, pues de lo contrario, se regiría por
las normas de aquellos. Borda (2008) destacó que en el empleo útil no
interesa la intención con que se haya realizado el gasto, aunque se lo
haga con la creencia de que se trata de un negocio u obligación propia,
hay acción igualmente, y ésta subsiste aunque el dueño esté presente.

b) Importa la realización de un “gasto”: en principio, la noción importa sólo


en lo que refiere a dinero. Galmarini (en Rivera y Medina, 2014)
consideró que al emplearse en el art. 1791 el término “gasto” (con
relación al empleo útil) y, en el art. 1794, “beneficio” (en la
caracterización del enriquecimiento sin causa), el empleo útil sólo
comprende sumas de dinero, lo que deja los servicios para la figura del
enriquecimiento sin causa.

c) En interés total o parcialmente ajeno: la utilidad es exclusivamente a


favor del titular del bien mejorado, y/o con quien el que realizó el gasto
comparte el interés o titularidad. El art. 2306 del CC sólo refería a los
gastos “a favor de otra persona”, por lo que se amplió la legitimación a
los casos en los que el interés es parcialmente ajeno y parcialmente
propio.

d) Concede acción de reembolso de su “valor” a quien lo realizó, si resultó


de utilidad, aunque ésta haya cesado: el agente tiene derecho a
reclamar del beneficiario del empleo el valor de lo gastado, en la medida

10
Art. 1.791. Ley N° 26.994. Op. cit.
en que haya generado una utilidad para aquel, aun cuando lo haya sido
sólo inicialmente y hubiera cesado. La acción se relaciona con la del
enriquecimiento sin causa, que importa el fundamento de la
legitimación.

La acción no puede superar lo que se ha gastado, aun cuando la utilidad sea


mayor.

El Código prevé un caso particular de gastos funerarios, en el art. 1792: “Están


comprendidos en el artículo 1791 los gastos funerarios que tienen relación
razonable con las circunstancias de la persona y los usos del lugar”11.

En este caso, los obligados al reembolso son:

a. quien recibe la utilidad;

b. los herederos del difunto, en el caso de gastos funerarios;


c. el tercero adquirente a título gratuito del bien que recibe la
utilidad, pero sólo hasta el valor de ella al tiempo de la
adquisición12.

Enriquecimiento sin causa


Caracterización
La figura del enriquecimiento sin causa está caracterizada en el art. 1794 del
Código del siguiente modo:

Toda persona que sin una causa lícita se enriquezca a expensas


de otro, está obligada, en la medida de su beneficio, a resarcir el
detrimento patrimonial del empobrecido.

Si el enriquecimiento consiste en la incorporación a su patrimonio


de un bien determinado, debe restituirlo si subsiste en su poder
al tiempo de la demanda13.

El enriquecimiento sin causa, que no tenía previsión expresa en el Código Civil,


es ahora “fuente de las obligaciones”.

López Mesa (2001) explicó que el enriquecimiento sin causa: “es un


desplazamiento patrimonial sin correlato o contraprestación, por lo que se

11
Art. 1.792. Ley N° 26.994. Op. cit.
12
Art. 1.793. Ley N° 26.994. Op. cit.
13
Art. 1.794. Ley N° 26.994. Op. cit.
produce el empobrecimiento en una persona y un enriquecimiento correlativo
en otra, sin causa legítima que los vincule” (López Mesa, 2001, p. 11).

Moisset de Espanés (2004) aclaró que siempre el enriquecimiento sin causa


tiene una “causa fuente” que lo origina, pero que ésta no es justa o legítima. En
consecuencia, el derecho brinda la acción in rem verso a quien se empobrece a
fin de solicitar al enriquecido la restitución de la cosa o monto correspondiente.

En definitiva, la ley impone a toda persona que sin una causa lícita se enriquezca
a expensas de otro, la obligación de resarcir el detrimento patrimonial del
empobrecido, en la medida de su beneficio, y aclara que si el enriquecimiento
se traduce en un bien, debe restituirlo siempre que todavía lo conserve en su
poder al tiempo de la demanda.

Los presupuestos de la acción “in rem verso”

En cuanto a los requisitos para el ejercicio de la acción derivada del


enriquecimiento sin causa, la doctrina proponía los siguientes (López Mesa,
2001; Moisset de Espanés, 2004):

a) enriquecimiento del demandado: de cualquier tipo: bien o servicio,


positivo o negativo;

b) empobrecimiento del demandante: por pérdida efectiva de bienes, de


trabajo o tiempo;

c) relación causal entre el enriquecimiento y el empobrecimiento: uno debe


ser efecto del otro;

d) causa injusta o prohibida que justifique el desplazamiento patrimonial:


pues si está justificado no hay acción;

e) carencia de toda acción para reclamar: la acción es subsidiaria (hoy en el


art. 1795);
f) que la ley no prohíba el ejercicio de la acción.

Improcedencia de la acción
El Código prevé expresamente el carácter subsidiario de la acción de
enriquecimiento sin causa en el art. 1795: “Improcedencia de la acción. La
acción no es procedente si el ordenamiento jurídico concede al damnificado
otra acción para obtener la reparación del empobrecimiento sufrido”14.

En consecuencia, sólo procede si no existe otra acción prevista por el


ordenamiento jurídico para que el empobrecido pueda solicitar la restitución
de lo perdido.

De tal modo, el legislador tomó postura al respecto y definió la cuestión a favor


del carácter subsidiario de la acción y, en consecuencia, se pone fin al debate.

14
Art. 1.795. Ley N° 26.994. Op. cit.
Pago indebido. (Casos. Irrelevancia del
error. Alcances de la repetición.
Situaciones especiales)
En los fundamentos del Anteproyecto de este Código, se señaló que en este
tema se siguió la regulación prevista en el Proyecto de 1998, y en consecuencia:
“se incluye el pago indebido dentro de este Capítulo. La doctrina ha estudiado
este tema y ha señalado que, en realidad, no hay pago, porque no se da el
cumplimiento de una obligación ni concurren los elementos tipificantes”
(Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci, 2011,
http://www.nuevocodigocivil.com/wp-content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-
Proyecto.pdf), pese a lo cual, curiosamente, se lo titula “pago indebido”.

El nuevo Código regula el “pago indebido” dentro del “enriquecimiento sin


causa”, como un supuesto de este y como fuente autónoma de obligaciones, es
decir: de la de repetición.

El Código no brinda una noción del pago indebido, sino que se limita a regular
la acción de repetición que concede a quien lo realizó en los casos que estipula
en el art. 1796, y manda que en estos el pago es repetible si:

a. la causa de deber no existe, o no subsiste, porque no hay


obligación válida; esa causa deja de existir; o es realizado en
consideración a una causa futura, que no se va a producir;

b. paga quien no está obligado, o no lo está en los alcances en


que paga, a menos que lo haga como tercero;

c. recibe el pago quien no es acreedor, a menos que se entregue


como liberalidad;

d. la causa del pago es ilícita o inmoral;

e. el pago es obtenido por medios ilícitos15.

Una cuestión de trascendental relevancia resulta de la irrelevancia del error a


los fines de la repetición, expresamente consagrada en el art. 1797:

La acción de repetición regulada por Vélez Sarsfield dependía de la existencia


de un “error” para algunos esencial, para otros no necesariamente, que la
justificase; por el contrario, el nuevo Código elimina el requisito del error, que
ahora se torna “irrelevante” a los fines del ejercicio de la acción de repetición.

López Mesa (2014) sostuvo que se simplifica notablemente la materia del pago
de lo indebido, y se elimina directamente la categoría del pago por error.
15
Art. 1.796. Ley N° 26.994. Op. cit.
Con respecto al alcance de la repetición, el art. 1798 aclara que la “repetición
obliga a restituir lo recibido, conforme a las reglas de las obligaciones de dar
para restituir”16.

Con esta remisión específica a las obligaciones de dar cosas ciertas para
restituirlas a su dueño, se confirmaría el criterio que el pago indebido sólo
comprende la entrega de cosas o cantidades de dinero, lo que se confirma con
la redacción del art. 759 del Código: “en la obligación de dar para restituir, el
deudor debe entregar la cosa al acreedor”17, y se excluye la prestación de
servicios, lo que se derivaba de la letra del art. 784 del CC, y que había generado
cierto debate en la doctrina.

Ahora bien, la restitución tiene límites expresamente previstos en las


situaciones especiales del art. 1799:

a. la restitución a cargo de una persona incapaz o con capacidad


restringida no puede exceder el provecho que haya obtenido;

b. en el caso del inciso b) del artículo 1796, la restitución no


procede si el acreedor, de buena fe, se priva de su título, o
renuncia a las garantías; quien realiza el pago tiene subrogación
legal en los derechos de aquel;

c. en el caso del inciso d) del artículo 1796, la parte que no actúa


con torpeza tiene derecho a la restitución; si ambas partes actúan
torpemente, el crédito tiene el mismo destino que las herencias
vacantes18

Declaración unilateral de voluntad


Noción. Regla general. Reconocimiento y promesa de
pago. Cartas de crédito
El Código Civil no regulaba de modo expreso la declaración unilateral de
voluntad como fuente autónoma de obligaciones, y tal carácter fue debatido
por la doctrina en general. Los fundamentos del Proyecto de 1998 expresaron
que: “…Algunos Códigos, como el francés y el argentino, no contemplan
específicamente la figura, pero consagran soluciones que sólo se explican a
través de ella, como las atinentes a la oferta a término y a la promesa de
recompensa” (Fundamentos del proyecto de Código Civil, 1998,
http://www.biblioteca.jus.gov.ar/fundamentos-primero.PDF). Por su parte, en
los fundamentos del actual CCyC se destacó que: “La declaración unilateral de
voluntad como fuente autónoma de las obligaciones ha sido ampliamente
aceptada en el derecho argentino” (Lorenzetti, Highton de Nolasco y
Kemelmajer de Carlucci, 2011, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-

16
Art. 1.798. Ley N° 26.994. Op. cit.
17
Art. 759. Ley N° 26.994. Op. cit.
18
Art. 1.799. Ley N° 26.994. Op. cit.
content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf), y que: “Por lo
tanto, es necesario regular este instituto de modo sistemático, superando las
deficiencias que presenta actualmente y en ello hemos seguido el Proyecto de
1998” (Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci, 2011,
http://www.nuevocodigocivil.com/wp-content/uploads/2015/02/5-
Fundamentos-del-Proyecto.pdf), lo que fue reasumido por los redactores de
este Código.

López Mesa (2001) definió la declaración unilateral de voluntad como el acto


jurídico que crea una obligación a cargo de una persona por su sola voluntad.

El Código dispone en el art. 1800 que la regla general es: “La declaración
unilateral de voluntad causa una obligación jurídicamente exigible en los casos
previstos por la ley o por los usos y costumbres. Se le aplican subsidiariamente
las normas relativas a los contratos”19.

De tal modo, la declaración unilateral de voluntad causa una obligación jurídica


exigible en dos casos: cuando la ley expresamente lo prevé o cuando así se
establece sobre la base de los usos y costumbres (que son ahora fuente de
derecho, art. 1 del CCyC).

Uno de los supuestos de declaración unilateral de voluntad lo constituye el


reconocimiento y promesa de pago, consagrado en el art. 1801: “La promesa
de pago de una obligación realizada unilateralmente hace presumir la existencia
de una fuente válida, excepto prueba en contrario. Para el reconocimiento se
aplica el artículo 733”20.

El supuesto legal hace alusión al reconocimiento o promesa de pago, y por


tratarse éste del típico modo extintivo de las obligaciones, resulta lógica la
presunción en cuanto a que exista una fuente válida, salvo que se pruebe lo
contrario. Concretamente, de conformidad al art. 865, el pago es el
cumplimiento de la prestación que constituye el objeto de la obligación, y en
consecuencia, su promesa habilita presumir que existe una.

Para esta declaración unilateral de voluntad, la ley exige una forma especial,
esto es: el reconocimiento de conformidad al art. 733, el que lo define como la:
“manifestación de voluntad, expresa o tácita, por la que el deudor admite estar
obligado al cumplimiento de una prestación”21.

Otro supuesto legalmente consagrado en el art. 1802 son las cartas de crédito:
“Las obligaciones que resultan para el emisor o confirmante de las cartas de
crédito emitidas por bancos u otras entidades autorizadas son declaraciones
unilaterales de voluntad. En estos casos puede utilizarse cualquier clase de
instrumento particular”22.

El nuevo Código no brinda una noción ni regulación de la figura, sino que se


limita a constituir a las cartas de crédito como fuente autónoma de
obligaciones, como consecuencia de su inclusión dentro de las declaraciones
unilaterales de voluntad.

19
Art. 1.800. Ley N° 26.994. Op. cit.
20
Art. 1.801. Ley N° 26.994. Op. cit.
21
Art. 733. Ley N° 26.994. Op. cit.
22
Art. 1.802. Ley N° 26.994. Op. cit.
Fontanarrosa (1997) explicó que las cartas de crédito son documentos emitidos
por una persona a otra para que la destinataria entregue a la persona indicada
en el texto cierta cantidad de dinero, y que el Código de Comercio les
atribuyó carácter mercantil en el art. 8 inc. 10.

En consecuencia, se trata de un negocio financiero, en el que el banco o la


institución de crédito se comprometen, declara su voluntad unilateral de
pagar un crédito a un tercero (en las condiciones estipuladas en la carta), y de
tal modo, lo asegura.

Promesa pública de recompensa


El Código incluye a la promesa pública de recompensa como una modalidad de
declaración unilateral de la voluntad, es decir, dentro de las fuentes autónomas
de obligaciones, por lo que se desvanece el debate doctrinario que existía en
torno a la naturaleza de la figura. Además, se dedican cuatro artículos a su
regulación: relativos a su carácter obligatorio, al plazo de vigencia, a la
revocación y a la posibilidad de concurso de más de una persona.

El art. 1803 dispone la obligatoriedad de los anuncios públicos en los que se


promete recompensar, con una prestación pecuniaria o una distinción, a quien
ejecute determinado acto, cumpla determinados requisitos o se encuentre en
cierta situación, y manda que su autor queda obligado por esa promesa desde
el momento en que llega a conocimiento del público.

En cuanto a los requisitos de la promesa, que son válidos conforme a la nueva


regulación, Campagnucci de Caso (en Bueres, 1997) señaló que lo constituyen:

a) la publicidad: pues su finalidad es llegar a un número de personas


indeterminadas;
b) indeterminación del destinatario: que vaya dirigida a una pluralidad de
personas;
c) inclusión de un supuesto fáctico a cumplimentar: fijación de un hecho a
realizar por quien aspira a obtener la recompensa.

Cabe destacar que la promesa de recompensa encaja en la noción de obligación


condicional, pues la eficacia de la prestación está subordinada a un hecho
futuro e incierto, tal como lo define el art. 343.

La obligación unilateral que surge de la promesa nace o se torna obligatoria, en


el momento en que ésta llega a conocimiento del público. En consecuencia,
desde su publicación cualquier persona que cumpla con el acto o requisitos
será titular del derecho de crédito respecto de la prestación comprometida.

Con respecto al plazo de la promesa, el art. 1804 reza: “La promesa formulada
sin plazo, expreso ni tácito, caduca dentro del plazo de seis meses del último
acto de publicidad, si nadie comunica al promitente el acaecimiento del hecho
o de la situación prevista”23.

23
Art. 1.804. Ley N° 26.994. Op. cit.
El Código dispone que la promesa puede ser retractada en el art. 1805.

Si tiene plazo, sólo puede revocarse antes del vencimiento, con


justa causa. En ambos casos, la revocación surte efecto desde
que es hecha pública por un medio de publicidad idéntico o
equivalente al utilizado para la promesa. Es inoponible a quien
ha efectuado el hecho o verificado la situación prevista antes del
primer acto de publicidad de la revocación24.

La norma establece que, en todos los casos, la retractación surte efectos recién
desde su publicación, la que se exige que sea realizada por el mismo o
equivalente por el que se dio a conocer la promesa (televiso, radial, gráfico,
internet, etcétera).

La retractación no será oponible a quien, antes de que esta se hiciera pública,


ya hubiere cumplido con el hecho o requisitos objeto de la promesa.

En relación con la atribución de la recompensa, el art. 1806 establece cuáles


son las reglas en caso de que varias personas hayan participado.

Así:

Si varias personas acreditan por separado el cumplimiento del


hecho, los requisitos o la situación previstos en la promesa, la
recompensa corresponde a quien primero lo ha comunicado al
promitente en forma fehaciente.

Si la notificación es simultánea, el promitente debe distribuir la


recompensa en partes iguales; si la prestación es indivisible, la
debe atribuir por sorteo.

Si varias personas contribuyen a un mismo resultado, se aplica lo


que los contribuyentes han convenido y puesto en conocimiento
del promitente por medio fehaciente.
A falta de notificación de convenio unánime, el promitente
entrega lo prometido por partes iguales a todos y, si es indivisible,
lo atribuye por sorteo25.

Concurso público
Un supuesto especial de promesa de recompensa es la realizada en un concurso
público, que el Código regula de modo expreso en los arts. 1807 a 1809.

En este caso:

24
Art. 1.805. Ley N° 26.994. Op. cit.
25
Art. 1.806. Ley N° 26.994. Op. cit.
La promesa de recompensa al vencedor de un concurso requiere
para su validez que el anuncio respectivo contenga el plazo de
presentación de los interesados y de realización de los trabajos
previstos.

El dictamen del jurado designado en los anuncios obliga a los


interesados. A falta de designación, se entiende que la
adjudicación queda reservada al promitente.

El promitente no puede exigir la cesión de los derechos


pecuniarios sobre la obra premiada si esa transmisión no fue
prevista en las bases del concurso26.

López Mesa (2001) define al concurso como una promesa dirigida a quienes se
encuentren en determinada situación, acrediten cierta experiencia o solvencia
en alguna rama científica, reúnan ciertas condiciones, o desarrollen alguna
actividad especial, y afirmó que quien convoca al concurso promete a los
participantes que a quien resulte triunfante en la competencia, le adjudicará un
premio, previa apreciación de méritos por parte de un jurado designado al
efecto.

La primera regla que contiene el art. 1807 es referida a los plazos.


Concretamente, se establece como requisito para la validez del concurso que
en su anuncio se establezcan dos plazos: uno, el de presentación de los
interesados; y dos, el de realización de los trabajos previstos.

En segundo lugar, se estipula una regla relacionada con los jurados. Si el anuncio
contiene la designación de sus miembros, la decisión de estos obliga a los
interesados, pero si no fuera así, se establece que el promitente será quien
realice la adjudicación, sin referir a si la decisión en tal caso es o no vinculante.

La norma dispone que el promitente no puede exigir la cesión de los derechos


pecuniarios sobre la obra premiada, salvo que esta hubiera estado prevista en
las bases del concurso.

Finalmente, el Código aclara, en el art. 1808, que la promesa

puede ser efectuada respecto de cualquier persona o personas


determinadas por ciertas calidades que deben ser claramente
anunciadas. No pueden efectuarse llamados que realicen
diferencias arbitrarias por raza, sexo, religión, ideología,
nacionalidad, opinión política o gremial, posición económica o
social, o basadas en otra discriminación ilegal27.

26
Art. 1.807. Ley N° 26.994. Op. cit.
27
Art. 1.808. Ley N° 26.994. Op. cit.
Garantías unilaterales
Las garantías unilaterales no tenían recepción normativa específica en los
códigos Civil ni Comercial, sino que surgieron de la práctica comercial, y los
Proyectos de modificación desde 1987 ya preveían su incorporación.

Boretto (2012) destacó que la práctica demostró la conveniencia de separar la


garantía de la obligación principal garantizada, creándose un título abstracto,
desvinculado del contrato base.

El nuevo Código las estipula en el art. 1810, y establece tres cuestiones: brinda
una noción de la figura, luego aclara cuáles son las acciones derivadas del pago,
y finalmente, prevé el caso de su utilización fraudulenta o abusiva.

Trigo Represas y López Mesa (2004), con cita de Grosso, señalaron que estas
garantías se dan generalmente por compañías de seguro, habitualmente por
medio de los seguros de caución, por lo que se trata más bien de un contrato
de garantía que de uno de seguro, que son una forma de fianza por cuanto se
garantizaba el cumplimiento de las obligaciones a cargo de una de las partes del
negocio, sólo para el supuesto de incumplimiento de aquella, por lo que se
asume una deuda futura, que anticipadamente toma la entidad que cauciona,
por el monto por el que se otorga la garantía, durante el plazo pactado, y sin
ningún desembolso de capital de su parte, que sólo hará si debe efectivizar su
garantía. Los autores también destacaron que era viable la incorporación de la
figura en la declaración unilateral de voluntad.

En definitiva, se trata de una obligación autónoma de garantía que tiende a


eliminar riesgos para el acreedor, al habilitarle el cobro ante el mero
requerimiento.

Los sujetos que pueden emitir estas garantías están expresamente establecidos
en el art. 1811:

a. las personas públicas;

b. las personas jurídicas privadas en las que sus socios,


fundadores o integrantes no responden ilimitadamente;

c. en cualquier caso, las entidades financieras y compañías de


seguros, y los importadores y exportadores por operaciones de
comercio exterior, sean o no parte directa en ellas28.

Atento la relevancia y consecuencias de la garantía unilateral, el legislador


consideró necesario limitar los sujetos habilitados a emitir estas declaraciones
unilaterales de voluntad. De tal modo, sólo pueden ser garantes los sujetos que
tengan solvencia económica como para asumir tal compromiso.

Con respecto a la forma en que deben constar, el art. 1812 señala que debe ser
por escrito en instrumento público o privado, es decir, de conformidad a las

28
Art. 1.811. Ley N° 26.994. Op. cit.
disposiciones del Código, arts. 289 y 313, siguientes y concordantes, que
regulan la forma de los actos jurídicos.

Si son otorgadas por entidades financieras o compañías de seguros, la exigencia


es menor, pues se los autoriza a obligarse mediante cualquier clase de
instrumento particular, firmado o no, de conformidad con el art. 286 del Código.
Por último, se prevé expresamente el carácter irrevocable de esta garantía
unilateral, “a menos que se disponga en el acto de su creación que es
revocable”29

Régimen general de la
responsabilidad civil

Definición. Funciones de la
responsabilidad civil: preventiva,
resarcitoria y punitiva
Noción. Antecedentes. Método del Código Civil y
Comercial
En esta última unidad se estudian las nociones básicas de la responsabilidad
civil o derecho de daños, pues si bien constituye una materia de la carrera en sí
misma, está íntimamente relacionada con las obligaciones.

La responsabilidad civil es una de las fuentes (causa fuente) de las obligaciones,


tal como ya se determinó con anterioridad.

Durante la vigencia del Código de Vélez, la doctrina y jurisprudencia, sobre la


base de su regulación, distinguía entre la responsabilidad contractual, que
derivaba del incumplimiento de las reglas o estipulaciones de un contrato
(acuerdo entre partes) y extracontractual, que derivaba del deber de responder
por la violación del deber genérico de no dañar a otro.

En la doctrina y en diversos congresos y simposios sobre el tema, se proponía la


unificación de ambos tipos de responsabilidad, la que finalmente consagra el
Código de 2014.

En este sentido, en los Fundamentos del Anteproyecto se aclaró que:

El texto proyectado confiere unicidad al régimen de la


responsabilidad contractual y extracontractual. Comparando con
el Proyecto de 1998, se suprime la referencia al “deber de

29
Art. 1.814. Ley N° 26.994. Op. cit.
cumplir”, recogiendo las observaciones efectuadas acerca de que
esa mención (deber de cumplir) excede el ámbito de la
responsabilidad civil y es materia de las obligaciones en general.

Además, por la misma razón, se suprime el inciso a) del artículo


1584 (Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci,
2011, http://www.nuevocodigocivil.com/wp-
content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf).

La tesis que se adopta es la unidad del fenómeno de la ilicitud, lo


cual no implica la homogeneidad, ya que hay diferencias que
subsisten. Con la solución que proponemos, se unifican
claramente los supuestos que han generado dificultades serias,
como ocurre con los daños a la persona en el ámbito de la
responsabilidad contractual (ejemplo, responsabilidad médica)
(Lorenzetti, Highton de Nolasco y Kemelmajer de Carlucci, 2011,
http://www.nuevocodigocivil.com/wp-
content/uploads/2015/02/5-Fundamentos-del-Proyecto.pdf).

Moisset de Espanés (2004) enseña que, en sentido amplio, la


responsabilidad es una noción en virtud de la cual se atribuye a un
sujeto el deber de cargar con las consecuencias de un evento
cualquiera.

Pizarro y Vallespinos (1999) conceptualizan a la responsabilidad civil


como “la obligación de resarcir todo daño injustamente causado a
otro” (p. 449).

En cuanto al método, el Código regula la responsabilidad civil en el Libro


Tercero: “Derecho personales”, Título V, “Otras fuentes de las obligaciones”,
Capítulo 1: “Responsabilidad Civil” (arts. 1708 a 1780).

Las funciones de la responsabilidad civil


La responsabilidad civil ya no cumple sólo la función originaria de carácter
resarcitorio, sino que con el correr del tiempo se advirtieron otras funciones
que la complementan: la preventiva y la punitoria o sancionatoria.

Zavala de González (2011) señaló que:


La responsabilidad por daños puede ser resarcitoria o
compensadora cuando se refiere a los causados, preventiva si se
refiere a menoscabos evitables por completo o en su continuidad
o agravación, o sancionadora toda vez que se impone como una
pena privada por haber dañado.

En orden lógico, en primer lugar, debe ubicarse la función preventiva, que


ostenta rango constitucional, tal como ya se advirtió, en el principio de “no
dañar a otro” previsto en el art. 19 de nuestra Carta Magna. En este sentido,
Zavala de González (2011) explicó que: “el objeto preventivo no entorpece ni
neutraliza el sistema. Al contrario, complementa enriquece y se interrelaciona
armónicamente con sus presupuestos y efectos”.

El Código recepta expresamente esta función del derecho de daños en la


Sección 2, del Capítulo 1, Título V, arts. 1710 a 1713.

En segundo lugar, una vez que el daño ya ha acaecido, cobra relevancia la


función resarcitoria, que tiene por objeto la reparación del perjuicio
injustamente causado, y consiste en el cumplimiento de una obligación a cargo
del responsable y a favor del damnificado, tal como la conceptualizan Pizarro y
Vallespinos (1999), ámbito en donde rige el principio de la reparación plena e
integral.

El Código prevé expresamente esta función en La Sección 3, del Capítulo 1,


Título V, art. 1716 en adelante.

La tercera función de la responsabilidad civil es la punitiva o sancionatoria. Tal


como explica Prevot (2009), tiene lugar ante determinadas situaciones lesivas,
cuando la mera reparación del perjuicio puede resultar insuficiente para
desmantelar los efectos nocivos del ilícito, en particular, cuando quien daña a
otro e infringe el ordenamiento jurídico, lo hace deliberadamente con el
propósito de obtener un rédito o beneficio. Por ejemplo: daños causados por
productos elaborados, en los que al proveedor, fabricante o distribuidor les
resulte más barato pagar las indemnizaciones a los consumidores que afrontar
controles de calidad u otras técnicas demasiado onerosas; o los inferidos por los
medios de prensa, en los que el resarcimiento por la difamación periodística sea
inferior a las ganancias por la venta de la noticia sensacionalista.

Esta función deriva en una pena privada, expresamente prevista por la ley o la
voluntad de las partes, que sanciona graves inconductas mediante la imposición
al responsable de una suma de dinero a favor de la víctima, del Estado u otros
terceros (Pizarro y Vallespinos, 1999).

La función punitiva está expresamente consagrada en nuestro derecho en la


Ley de Defensa del Consumidor, en el art. 52 bis. En el Código, si bien la
Comisión Redactora la había previsto, luego al modificarse el texto originario se
eliminó la regulación concreta de esta función del derecho de daños (inclusive
su recepción en el art. 1708), aunque se mantienen dos normas que hacen
referencia a esta: 1714 y 1715, relativas a la punición excesiva y a las facultades
del juez de dejar sin efecto total o parcialmente la medida en tal caso.
En síntesis, las tres funciones de la responsabilidad civil son la preventiva, la
resarcitoria y la punitiva.

Los presupuestos de la responsabilidad


civil
Noción
Vázquez Ferreyra (2012) explica que se ha tratado de encontrar los requisitos
comunes para que tenga nacimiento la obligación de reparar o indemnizar un
daño. En esto consisten los presupuestos; son los elementos necesarios en todo
supuesto de responsabilidad civil. Y aclara que, una vez delineadas, sirven al
jurista y al juez, pues alrededor de ellos se puede realizar un estudio sistemático
de la responsabilidad civil.

En consecuencia, existe consenso en nuestro país en que los presupuestos de la


responsabilidad, sin los cuales ésta no procede, son:
1. Daño;
2. Antijuridicidad;
3. Relación de causalidad; y
4. Factores de atribución.

El daño
El primer presupuesto para que exista el eventual deber de reparar se trata del
daño, que fundamenta el famoso principio: “sin daño no hay responsabilidad”.
Nicolau señala que: “si quien reclama no acredita el daño padecido no es
necesario continuar indagando los otros presupuestos, pues no habría
responsabilidad civil” (Nicolau, 2009, p. 359), por lo que siempre el daño es el
primer presupuesto a determinar.

Vázquez Ferreyra explica que el daño “es la lesión a un interés, ya sea


patrimonial o espiritual” (Vázquez Ferreyra, 2012, p. 1).

Galdós (en Rivera, 2012), al comentar el Anteproyecto, explica que se concibe al


daño como la lesión a un derecho o a un interés no reprobado por el
ordenamiento jurídico que recae sobre la persona, el patrimonio o un derecho
de incidencia colectiva que produce consecuencias resarcibles en el ámbito
patrimonial o en el no patrimonial o en ambos simultánea o disyuntivamente
(arts. 1737, 1738, 1739, 1741). Recepta el daño colectivo cuando media la
afectación a un derecho de incidencia colectiva que recae sobre un bien
colectivo, y diferencia entre el daño-lesión y sus consecuencias indemnizables.

En definitiva, en el art. 1716 se contempla el deber general de no dañar a otro,


y en los arts. 1737 a 1748 se regula el “daño resarcible”.
El art. 1737 define al daño en los siguientes términos: “Hay daño
cuando se lesiona un derecho o un interés no reprobado por el
ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona, el
patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva”30.

Antijuridicidad
El concepto fue explicado por la doctrina de manera extensa, y así puede
decirse que la ilicitud o antijuridicidad, tal como la conceptualizan Trigo
Represas y López Mesa (2004) consiste en un proceder que infringe un deber
jurídico preestablecido en una norma o regla de derecho y que causa daño a
otro, obliga a su reparación a quien resulte responsable en virtud de una
imputación o atribución legal. De tal modo, los autores citados explican que el
comportamiento humano que contraría el ordenamiento jurídico configura el
substratum del hecho ilícito, y constituye, a la vez, el elemento material u
objetivo imprescindible para que nazca la responsabilidad civil.

En materia contractual, el incumplimiento del deber asumido contractualmente


es la conducta antijurídica. Es una acción contraria a derecho en sentido amplio
y unitario: todo el ordenamiento jurídico.

Pizarro y Vallespinos explican que “se trata de un concepto netamente objetivo,


que deriva de la contrariedad de la acción con el derecho, por lo tanto,
independiente de la voluntariedad y de la culpabilidad del agente” (Pizarro y
Vallespinos, 1999, p. 480).

En definitiva, la ilegalidad debe ser determinada en el caso concreto, ante algún


incumplimiento contractual o legal que haya ocasionado un daño.

El Código prevé este requisito en el art. 1717, que establece


“Cualquier acción u omisión que causa un daño a otro es
antijurídica si no está justificada”31.

Factor de atribución
Este requisito también es denominado “imputabilidad”, ya que hace referencia
al modo de atribuir a una persona una conducta antijurídica, o la forma de
imputarle el daño ilícito a ella.

Zavala de González (1999) define que los factores de atribución son las razones
que justifican que el daño que sufrió una persona sea reparado por alguien, es
decir, sea trasladado económicamente a otro.

Por su parte, Pizarro y Vallespinos conceptualizan el factor de atribución de la

30
Art. 1.737. Ley N° 26.994. Op. cit.
31
Art. 1.717. Ley N° 26.994. Op. cit.
siguiente forma: “constituye el elemento axiológico o valorativo, en virtud del
cual el ordenamiento jurídico dispone la imputación de las consecuencias
dañosas del incumplimiento obligacional o de un hecho ilícito ‘strictu sensu’ a
una determinada persona” (Pizarro y Vallespinos, 1999, p. 575).

Los factores de atribución se clasifican en subjetivos y objetivos.

Los primeros se basan en la culpa o dolo del sujeto a quien se le imputa


responsabilidad, es decir, que existe una reprochabilidad hacia el sujeto
dañador. En estos casos, la responsabilidad que se deriva es de carácter
subjetiva.

Por otro lado, el factor de atribución puede ser objetivo, es decir, cuando el
reproche se fundamenta en valoraciones sociales, económicas, políticas,
etcétera, que el legislador ha tenido en cuenta a fin de asignar responsabilidad
a determinado sujeto. Entre los factores objetivos de atribución se pueden
mencionar: el riesgo creado, la garantía, el deber de seguridad, la equidad.

Desde este punto de vista, resulta útil relacionar el tema con la clasificación de
las obligaciones según sean de medios o de resultado, tal como ya se ha
analizado.

En las obligaciones de medio el sujeto sólo se compromete a prestar su mayor


diligencia, empeño y dedicación para alcanzar un resultado, pero sin asegurar la
obtención de este, en consecuencia, el factor de atribución será siempre
subjetivo, ya que será necesario analizar si el sujeto cumplió con su obligación o
incurrió en culpa o dolo.

Por el contrario, en las obligaciones de resultado, el agente sí asegura un opus,


un fin determinado, es decir, el objeto de la prestación es justamente la
consecución de ese resultado, y en consecuencia, ante incumplimiento, el factor
de atribución será objetivo, sin que interese si obró con culpa o dolo, ya que
simplemente importa que no arribó al resultado prometido que era el interés
del acreedor.

El Código regula los factores de atribución de la responsabilidad en: e l art.


1721, al establecer que la regla es el subjetivo; basado en la culpa y el dolo
el art. 1724; y en el 1722, en relación al objetivo. Luego, en diversas normas se
refiere a estos en forma dispersa.

Relación de causalidad
Para que una persona pueda ser tenida civilmente como responsable por un
acto ilícito dañoso, es necesario que ese perjuicio pueda ser objetivamente
atribuido a la acción u omisión de un hombre o al hecho de una cosa (Trigo
Represas y López Mesa, 2004), lo que determina la existencia de la relación de
causalidad entre el daño y el autor.

Pizarro y Vallespinos (1999) señalan que la relación de causalidad vincula


materialmente al incumplimiento con el daño, y que es una cuestión fáctica y
objetiva, que enlaza un hecho antecedente (causa) y otro consecuente o
resultado (efecto).
Además, los autores citados indicaron que la relación de causalidad, además de
imputar la autoría del hecho dañoso, brinda los parámetros objetivos
indispensables para calibrar la extensión del resarcimiento, mediante un
régimen predeterminado de imputación de consecuencias (arts. 520, 521 y 901
a 906 del Código Civil).

Tal como enseña Nicolau (2009), existen diversas teorías relativas a la relación
de causalidad que buscan determinar la manera más justa posible de limitar
hasta dónde responde la persona a quien se imputa la conducta dañosa, ya que
de lo contrario, las consecuencias pueden ser infinitas.

El Código, en el art. 1726, recepta la teoría denominada “teoría de la causa


adecuada”: “Son reparables las consecuencias dañosas que tienen nexo
adecuado de causalidad con el hecho productor del daño. Excepto disposición
legal en contrario, se indemnizan las consecuencias inmediatas y las mediatas
previsibles”32.

Esta teoría indica que al analizar la relación de causalidad, se realiza un juicio de


probabilidad ex post facto y en abstracto, se prescinde de lo que efectivamente
ha ocurrido en el caso concreto, y se computa únicamente aquello que sucede
conforme el curso normal y ordinario de las cosas, tal como lo explican Pizarro y
Vallespinos (1999), es decir, equivale a la determinación de la denominada
“prognosis póstuma”.

Por su parte, el art. 1736 regula la prueba de la relación de causalidad y afirma


que corresponde “a quien la alega, excepto que la ley la impute o la
presuma”33. Además, señala que la carga de la prueba de la causa ajena, o de
la imposibilidad de cumplimiento, recae sobre quien la invoca.

32
Art. 1.726. Ley N° 26.994. Op. cit.
33
Art. 1.736. Ley N° 26.994. Op. cit.
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