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El Ojo Breve / Nueva óptica con sólo un ojo

Por

Cuauhtémoc Medina

(05-Sep-2001).-

"Operativo". Museo Rufino Tamayo, Reforma y Gandhi, Bosque de


Chapultepec.

Del 23 de agosto al 18 de noviembre del 2001.

Martes a domingo, de 10:00 a 17:45 horas.

Muchos en el mundo del arte están empeñados en demostrar que


el placer visual será la característica dominante a principios del
nuevo siglo. Dave Hickey, el crítico de Art Issues, viene
proclamando que el concepto fundamental de la próxima década
será "la belleza", en tanto que los públicos repletan las
retrospectivas que se han dedicado a la obra por demás opulenta y
rigurosa de la pintora británica Bridget Riley. En diversos foros se
aduce que ha llegado el momento de poner freno a la supuesta
aridez emocional de los neoconceptualismos para abrir la puerta a
un nuevo arte que no tenga ya que disculparse por buscar placer y
encantamiento. Lo cierto es que esta nueva ola visual no ha
llegado aún a ser un "movimiento"; es más bien una vaga coalición
que incluye tendencias y actitudes críticas incompatibles. La
prueba es que no hay curador que haya concretado la exhibición
que sirva de modelo a la nueva causa.

Operativo (la primera exhibición del nuevo equipo curatorial del


Museo Tamayo) no es la excepción. Lo que debiera ser el
lanzamiento de una nueva estética acaba por derivar en un nuevo
revisionismo que es argumentalmente endeble. El curador Tobias
Ostrander concibió Operativo como un muestrario de obras que,
por encima de generaciones y orígenes, supuestamente coinciden
en al menos dos aspectos: sobrecarga visual y el uso de técnicas
de producción no intuitivas.

Por un lado, se trata de pinturas y objetos posconceptuales que


ejemplifican lo que Ostrander llama "métodos semiautónomos de
producción": técnicas que rechazan la invención subjetiva para
incorporar un momento de trabajo industrial o la transferencia de
patrones tecnológicos. En efecto, varias de estas obras suponen
una negociación de lo artesanal con lo industrial. Polly Apfelbaum
arregla sobre el suelo grandes mosaicos efímeros que están
hechos con fragmentos de terciopelo teñidos de acuerdo con una
combinatoria de colores comerciales, en tanto que la pintora
brasileña Beatriz Mihazes construye cuadros de flores, arabescos y
rayos de colores transfiriendo patrones que antes ha pintado en
plásticos. Esa operatividad no resulta en absoluto polémica: casi
todo el arte contemporáneo involucra métodos antisubjetivos
donde el artista, más que un autor, plantea apropiaciones y
procesos.

Más aventurado es que, según Ostrander, el uso que sus artistas


hacen de patrones rítmicos, espirales, mandalas y geometrías
coloridas es suficiente motivo para afirmar que su interés en la
visualidad está directamente ligado a la herencia del op art de los
años 60. Para el curador, estos trabajos actualizan la intención del
op por dejar atrás la idea de que el ojo es un mero instrumento
intelectual, para referirse a él como órgano corporal. Esta conexión
me parece más bien vaga: monta una genealogía histórica que, en
términos estrictos, sólo es válida con respecto a los cuadros del
artista "neo-geo" Ross Bleckner. Pero aun en ese caso, es probable
que la actividad sensorial de las obras de Operativo sea demasiado
referencial, intelectualizada o incluso recatada para afirmar que
desbordan a nuestra mente por efecto de lo visual. Más bien
sucede que la opticalidad de esas obras es un aspecto
subordinado de investigaciones que se desperdigan en direcciones
diversas.

Así las cosas, los dibujos en látex sobre el muro Cadence


Giersbach presentan la imagen distorsionada de interiores
históricos donde lo que se ilustra es la diferencia entre visión
central y periférica. Son precisamente lo contrario del objeto op,
pues explicitan la diferenciación jerárquica del campo visual, más
que aprovecharse del efecto de seducción y entrampamiento que
sufre nuestro ojo al enfrentarse a patrones visuales complejos. Del
mismo modo, es posible que el barroquismo tecnológico de los
muy notables diagramas del español/americano Pedro Barbeito no
sean el equivalente contemporáneo del geometrismo de Vasareli.
Barbeito traslada al plano una serie de esquemas inspirados en las
representaciones teóricas de los espacios y objetos que, como los
hoyos negros, exploran los radiotelescopios. Por fascinantes que
resultan, hablan de la tensión entre inteligibilidad y sensación más
que hipnotizarnos por su fenomenología.
Con mucho, la pieza más sorprendente de la exposición es un
mueble de espejos de Thomas Glassford que, a diferencia de las
otras obras, no apela tanto a la visión del ojo solitario sino al
teatro insondable del sujeto constituido eróticamente. Este Tú y yo
(2001) nos encierra en un biombo metálico que, visto desde
arriba, bien pudiera sugerir el interior de un Ying /Yang, y que nos
confronta con nuestro reflejo deformado. Sumergiéndonos en esa
visión digna de una alucinación, Glassford deja abierta una rendija
por donde uno puede atisbar al otro. No obstante su belleza y
aparente simplicidad, la obra es mucho más que un mueble visual:
es un diagrama de la estructura intersubjetiva. Evidentemente, Tú
y yo no proviene del op art: uno sospecha que Glassford ha
logrado más bien combinar la experimentación sobre el valor de lo
especular en Lyigia Clark y Piero Passolini para brindarnos una
alucinación del deseo reprimido por el minimalismo.

Comentarios: cmedin@yahoo.com

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