Professional Documents
Culture Documents
¡La vida es una sola y hay que gozarla! ¡El muerto al hoyo y el vivo al bollo!
Son las consignas conque nos criaron. Y es que confundimos placer con
felicidad. Desde siempre se nos ha enseñado que el objetivo de la vida es
buscar el placer, el cual creemos ES la felicidad. Por eso cuando estamos
en una playa tomando una cerveza bien fría, corremos a sacarnos un selfie
para inmediatamente colgarlo en el Facebook y que los demás se enteren
que YO soy feliz. Ahí se activa la noción lacaniana del deseo, de que “El
deseo es el deseo del otro”; si los demás ven mi felicidad, entonces soy
feliz. Porque yo solo no puedo validar mi felicidad, tiene que haber alguien
externo para que suscriba que YO soy feliz (así trabaja el Ego) pero de eso
hablaremos en otro momento. Inclusive, si hacemos contacto con la
muerte, bien sea por la muerte de un ser querido y contemporáneo, y nos
damos cuenta que la vida es finita, entonces salimos a buscar el placer
porque “sabemos que nos vamos a morir”.
Aquí nos referiremos más bien a esa equivalencia que tenemos entre
placer y felicidad. Esa equivalencia nos confunde y por eso vamos en la
búsqueda desaforada del placer y siempre estamos hambrientos de él.
Cuando buscamos el placer éste tiene que aturdirnos. Es común ver cómo
hay personas para las que la música tiene que estar a todo volumen para
gozarla. O si se trata de buscar a una mujer, ella tiene que estar buen
buenota (“Explotada”, como dicen ahora), las tetas operadas, las nalgas
inyectadas, porque creemos que “más es mejor”. Por eso no nos basta una
sola mujer, o un solo hombre, según sea el caso. Porque siempre
necesitamos más.
El Buda decía que buscar placer era como tomar agua salada, siempre se
tiene sed. Cuando en primera instancia confundimos placer con felicidad,
ya estamos en una trampa, porque el placer nos va a dar insatisfacción
(porque siempre queremos más) y por otra parte también nos va a dar
sufrimiento. El pacer en demasía nos lesiona. El Buda ponía el ejemplo de
rascarse, si uno comienza a rascarse es rico, pero tiene que parar, porque
si sigue y sigue, se puede hasta rasgar la piel. Así vemos como el placer nos
lesiona, pasa lo mismo con el alcohol, con el sexo, con la comida, etc. etc.
El Buda llamaba a esto el “Sufrimiento por el Placer”.
En alguna oportunidad habíamos hablado de los “Preta”, o los “Espíritus
hambrientos”, siempre tienen hambre, siempre quieren más. No se
complacen con nada. La mayoría de los seres humanos somos así. Si nos
dan a probar una torta queremos la porción, si nos comemos la porción
queremos la torta entera. Si la torta está muy rica y tenemos la
disponibilidad, podemos comer una torta entera todos los días, con las
consecuencias fáciles de prever. Y si durante la enfermedad le preguntas a
la persona que se comió una torta diariamente si la disfrutó, con toda
probabilidad nos dirá que no, que se la comía, pero en secreto se
reprendía por habérsela comido, o se la comía escondido para que no lo
regañaran, etc.
Entonces la búsqueda del placer es una trampa. Lo mejor es asumir, otra
vez, el placer con ecuanimidad, con el “Camino de medio”. No nos
enganchamos con el placer ya que no es el único objetivo de nuestra vida.
Si viene el placer, ¡Bien! Lo disfrutamos, pero no nos enganchamos con él,
y mucho menos hacemos de nuestra vida una religión del placer. Por eso el
Buda decía: “La mayor riqueza es la mente satisfecha”. Podemos disfrutar
todas y cada una de las miles de maravillas que a cada segundo nos ofrece
la vida. Píndaro escribía: “Alma, no trates de ser inmortal, conténtate con
tratar de agotar cada momento”.
He visto muchísimos casos de personas que van a consulta porque los dejó
su pareja y quieren una fórmula mágica para no llorar. En todos los casos
les repito: El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Una pérdida de
una pareja es dolorosa, sobre todo si hemos estructurado esa relación de
pareja en términos del apego, pues entonces, tiene que dolernos. Es
natural que nos duela, no es antinatural. Lo mismo ocurre con la perdida
física de un ser querido. El discurso habitual es: “Me duele mucho la
muerte de fulanito, y no hago sino llorar” y cuando le pregunto cuándo
ocurrió la muerte me dicen: “La semana pasada”. ¡La semana pasada!
¡Pero eso todavía está muy reciente! Ellos quieres una fórmula mágica que
evite las lágrimas cuando en realidad el dolor es inevitable. A veces la
consiguen en los psicofármacos, y por ahí obliteran un dolor que nunca
llegará a ser elaborado, nunca llegará a ser digerido, y siempre será dolor, y
por tanto se convertirá en sufrimiento, la mayoría de las veces en
sufrimiento de muchos años. Esto pasa cuando rehuimos el dolor:
tomamos psicofármacos, vamos a fiestas, etc.