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El Ojo Breve /El gen mercosur

Por

Cuauhtémoc Medina

(15-Oct-2003).-

Cuarta Bienal de Mercosur. Porto Alegre, Brasil, del 4 de octubre al


7 de diciembre del 2003. Más información:
http://www.bienalmercosul.art.br

No finjamos: las bienales son circos políticos. Los motivos que


definen su existencia son tan coyunturales y extra-artísticos
(usualmente, la pretensión de promoción de las élites de una
ciudad o un estado) que la tarea del curador es hacer alquimia:
torcer a tal grado los pretextos del evento para evitar que
distorsionen al arte del todo. De otro modo, las bienales naufragan
en la ilustración de postulados demagógicos. Dada esa batalla
entre el pretexto y los motivos artísticos, cuando falta una
estrategia curatorial a la crítica de arte no le queda más que
ocuparse de la estructura mental que organiza el evento, pues el
espacio de las obras de arte ha sido recortado por la insolvencia
del argumento político que lo financia. En este caso, la existencia
de algo tan vacío artísticamente como un "Mercosur cultural".

Según Nelson Aguilar, el curador general de la 4a Mercosur, la


pregunta por el "origen" cultural y hasta genético "sigue siendo un
tema candente" para los pueblos y artistas latinoamericanos. A
falta de artistas actuales que se planteen siquiera vagamente el
tema, el equipo de Aguilar no tuvo más que descender al
esencialismo más rudimentario. Entre sus varias muestras, la
bienal presenta una exposición de arqueología venida de la región
andina como amazónica, presentada como una demostración de
que "antes de la llegada del hombre blanco" el continente
americano era ya "un tránsito sin interrupción de intercambio en
todas direcciones" (sic). Lo obvio es que la muestra postulaba una
especie de Mercosur precolombino, como si el librecambismo
regional (ese "tránsito sin interrupción de intercambio en todas
direcciones" de capitales y mercancías) fuera la continuación del
mundo indígena.
La Bienal, por si ello fuera poco, patrocinó un proyecto que parecía
buscar el "gen Mercosur" en nuestras venas. Aguilar encargó al
"ingeniero Ary Pérez" (persona de quien se desconocen otras
tentaciones escultóricas) la creación de una "instalación" que
consistía en un puente rodeado por dos conos de acrílico
semitransparente. El objeto, una mala cruza de túnel del tiempo
con lo que el "autor" mismo describía como una trompa de falopio,
era el "monumento" a un proyecto delirante: registrar la "fotografía
genética" de los participantes de la Bienal, a quienes se les pidió
una muestra de saliva para determinar en el laboratorio si su linaje
materno era africano, europeo y amerindio. Poniendo aparte lo
ridículamente reduccionista de ese test (que ocultaba por ejemplo
la ascendencia coreana de ciertos curadores) la inclusión de esa
"obra" mostraba a las claras la nostalgia del curador por un arte
hecho por encargo que se inclinara a los dictados arbitrarios del
programa político del evento. Ante esta esplendorosa renovación
de la estatuaria servil latinoamericana, al crítico le entraban ganas
de perdonar que Alphons Hug, el curador de la bienal de Sao
Paulo, un alemán que suele operar bajo los auspicios del Instituto
Goethe, pretendiera que su exhibición "transversal" era una
selección de artistas contemporáneos que rendían homenaje al
"Delirio del Chimborazo" de Simón Bolívar.

Sobra decir que esas demostraciones de unitarismo


latinoamericanista venían acompañadas por una exposición
fragmentada en pabellones nacionales. Naturalmente, su función
es inducirnos a la comparación nacionalista, no menos patriótica
que los concursos de Miss Universo. Los había poco interesantes
como el de Brasil, o bien los que hacían gala de una enorme
sofisticación como el que para Argentina curó Adriana Rosenberg,
que incluía como plato fuerte una muestra de las fotografías
preparatorias del pintor de panoramas Augusto Ferrari (1871-
1971) que recientemente rescató su hijo, el artista conceptual
León Ferrari.

Lo notable es que Mercosur ha extendido la idea del "pabellón


nacional" hacia el pasado: cada país participante lleva una
exposición monográfica de un "maestro", en "nuestro" caso José
Clemente Orozco. Sobra decir que esas revisiones históricas son
una operación diplomática: no tienen ni siquiera un texto pegado
en la pared que justifique su selección circunstancial de obras
disponibles. Que México sea el "país invitado" a esta Bienal de
Mercosur no añade ningún elemento especial a la muestra. No
obstante, la curaduría de Edgardo Ganado resultaba interesante
pues formula por primera vez un proyecto enteramente inscrito
dentro de una estética postconceptual, haciendo de lado el
pluralismo de sus curadurías previas.

Acostumbrados a operar en la interferencia política de nuestros


países, no faltaban artistas que lograban negociar un destello en
medio de esa peculiar estructura curatorial. Especialmente
emocionantes eran los escasos proyectos que hicieron una
intervención in situ: los carteles de Miradas ausentes de Juan
Ángel Urruzola, retratos de desaparecidos políticos que el artista
fotografía recolocándolos con la mano en el paisaje, y un
espectacular del argentino Jorge Macchi que ampliaba un pequeño
anuncio de mudanzas escrito a mano. El colectivo regiomontano
Tercerunquinto construyó una casa que ligaba el espacio de
exhibición con el exterior inaccesible de la zona federal junto a los
pabellones. Pero a pesar de lo emocionantes que eran, era
imposible refugiarse en el lirismo de la improvisación musical y
videográfica de la acción Memory full/memory fool de Fernando
Llanos e Enrique Greiner, o en el cinismo aplicado de las
proclamas irónicas del Ejército de Liberación Postcolonial de Carlos
Capelán. Era difícil concentrarse en el arte, cuando lo que mejor
exhibe la bienal de Mercosur es su inconsciente administrativo.

Comentarios: cmedin@yahoo.com

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