You are on page 1of 31

El Cordero – William Blake

Corderito, ¿quién te hizo?


Sabes tú quién te hizo,
quién te dio la vida y te procuró alimento,
y junto al arroyo sobre la pradera,
con placentero abrigo te ofrendó
–el más suave abrigo de lustrosa lana–,
¡y quién te dio una voz tan tierna
que a los valles todos regocija!
¿Quién te hizo, Corderito?
Sabes tú quién te hizo

Corderito, yo te lo diré,
¡Corderito, yo te lo diré!
Por tu nombre es Él llamado,
pues se llama a sí mismo un Cordero:
Él es sumiso y es tierno,
y un niñito llegó a ser:
Yo un niño y tú un cordero,
por su nombre se nos llama.
Dios te bendiga, Corderito.
Dios te bendiga, Corderito.

Tigre – William Blake

¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio


En las selvas de la noche,
¿Qué mano, qué miradas inmortales
Pudieron trazar tu terrible simetría?

¿En qué lejanos abismos o cielos


Ardió el fuego de tus ojos?
¿Sobre qué alas se atreve a elevarse?
¿Qué mano se atrevió a tomar el fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte


Pudo torcer el vigor de tu corazón?
Y cuando tu corazón empezó a latir,
¿Qué espantosa mano? ¿Y qué espantosos pies?
¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno estaba tu cerebro?
¿Qué yunque? ¿Qué espantoso puño
Osa abrazar sus mortales terrores?
Cuando las estrellas tiraron sus lanzas
Y mojaron el cielo con sus lágrimas,
¿Sonrió Él al ver su obra?

¿Aquel que hizo al cordero, te hizo a ti?


¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio
En las selvas de la noche,
¿Qué mano inmortal u ojo
Pudo trazar tu terrible simetría?

"Hay cosas que se conocen, hay cosas que se desconocen, entre ellas, están
las puertas" W. Blake.

Somos siete (1798) William Wordsworth

Un niño ingenuo, querido hermano Jim,


Que percibe ligeramente su respiración,
Y que siente su vida en todos sus miembros,
¿Qué debe saber de la muerte?

Conocí a una niña pequeña en una casita,


Ella tenía ocho años, ella dijo;
Su pelo estaba lleno de muchos rizos
Estando agrupados aquellos en torno a su cabeza.

Tenía un rústico aire de bosques,


Y estaba vestida locamente;
Sus ojos eran justos, y muy bellos,
-Su belleza me hizo feliz.

"Hermanas y hermanos, pequeña doncella,


"¿Cuántos pueden ser?"
"¿Cuántos? Siete en total," dijo,
Y preguntando me miró.

"¿Y dónde están, te ruego dilo?"


Ella respondió: "Siete somos,
"Y dos de nosotros en Conway vivimos,
"Y dos se han ido al mar.

"Dos de nosotros yacen en el cementerio,


"Mi hermana y mi hermano,
"Y en la casita del cementerio, yo
"Moro cerca de ellos con mi madre."

"Dices que dos viven en Conway,


"Y dos se han ido a la mar,
"Sin embargo, ustedes son siete; os ruego que digas
"Dulce Doncella, ¿cómo puede ser?"
Luego la pequeña Doncella réplica,
"Siete niños y niñas nosotros somos;
"Dos de nosotros yacen en el cementerio,
"Bajo el árbol del cementerio".

"Corre alrededor, mi pequeña doncella,


"Tus extremidades están vivas;
"Si dos se encuentran ubicados en el cementerio,
"Entonces, vosotros sólo sois cinco."

"Sus tumbas son de color verde, para ser vistas"


La pequeña Doncella respondió:
"Doce pasos o más desde la puerta de mi madre,
"Y ellos están uno al lado del otro.

"Mis medias allí a menudo tejo,


"Mi pañuelo allí doblo;
"Y en el suelo me siento-
"Me siento y canto con ellos.

"Y a menudo después de la puesta del sol, Señor,


"Cuando hay luz y es bella,
"Tomo mi escudilla,
"Y consumo mi cena allí.

"El primero que murió fue la pequeña Jane;


"En la cama gimiendo yacía,
"Hasta que Dios la liberó de su dolor,
"Y luego se fue.

"Así que en el cementerio, ella fue dispuesta,


"Y todo el seco verano,
"Juntos alrededor de su tumba jugamos,
"Mi hermano John y yo

"Y cuando el suelo estaba blanco de nieve


"Y pude correr y deslizarme,
"Mi hermano John se vio obligado a irse,
"Y él está a su lado."

"¿Cuántos son entonces", dije yo,


"Si ellos dos están en el Cielo?"
La pequeña Doncella réplica,
"¡Oh Maestro! Somos siete."

"Pero están muertos, ¡los dos están muertos!


"¡Sus espíritus están en el cielo!"
Fue lanzando palabras a distancia, porque todavía
La doncella tenía su voluntad,
Y dijo: "¡No, somos siete!"

Objeción y réplica (1798) William Wordsworth

“¿William, por qué sobre ese viejo peñasco gris,


Así a lo largo de medio día?
¿William, por qué sentado así solo,
Y soñando con tu tiempo ido?

¿Dónde están tus libros? ¡qué delgado legado


ha sido más triste y ciego!
¡Levántate! ¡Arriba! Bebe y respira el espíritu
De los hombres de tu especie!

Busca alrededor de tu Madre Tierra,


Como si ella no tuviera el propósito de soportarte;
Como si tu fueras su primer hijo nacido,
¡Y ninguno ha vivido antes que tú!”

Una mañana así, por el Lago Esthwaite,


Cuando la vida era dulce, no sabía el porqué,
A mi buen amigo Matthew hable,
Y así respondí:

“El ojo, no puede elegir, pero ve;


No podemos hacer que el oído sea tranquilo;
Nuestros cuerpos sienten, en cualquier parte donde este,
En contra o con nuestra voluntad.
Ni menos juzgo que hay poderes,
Los cuales impresionan nuestras mentes,
Con los que podemos alimentar esta mente nuestra,
En una sabia pasividad.

Crees que, en medio de toda esta poderosa suma


De criaturas por siempre expresivas,
Que ninguna vendrá por sí misma,
Pero ¿aún tenemos que estar buscando?

"-Entonces no preguntes por qué, aquí, solo,


"Conversando como si pudiera,
" Sentado sobre este viejo peñasco gris,
"Y soñando con mi tiempo ido."

El arpa eólica – Samuel Taylor Coleridge

¡Mi Sara pensativa! Reclinada


tu cabeza en mi brazo, es dulce estar
junto a nuestra cabaña recubierta
de jazmín y de mirto (los emblemas
de la inocencia y del amor reunidos)
y ver los montes rebosar la luz
de la tarde, reunirse lentamente
y mostrar el lucero refulgente
como la sabiduría. ¡Qué hermoso
el aroma del campo y qué callado
el mundo! El murmullo del mar lejano
nos habla del silencio.

Y esa humilde
arpa -óyela- en su lejano estuche,
acariciada por la simple brisa
cual tímida doncella ante el amante
es tan dulce reproche que me invita
a repetir la falta. Ya sus cuerdas,
suavemente tañidas, nos ofrecen
oleadas de notas que recuerdan
el embrujo sonoro que los elfos
pronuncian por la tarde, cuando viajan
con la brisa que llega de las hadas,
donde la música ronda las flores
salvajes como aves del paraíso
¡flotando en su ala indómita, sin pausa!
¡La vida dentro y fuera de nosotros,
que anima el movimiento y es su alma,
luz en sonido, sonido en la luz,
ritmo en el pensamiento y alegría
en todo! Cómo no amarlo todo
en un mundo tan pleno, donde canta
la brisa y el aire aquietado es música
dormida en ese tácito instrumento.

Así, mi amor, mientras al mediodía


paseo por las próximas colinas
con ojos entornados y contemplo
la danza de la luz como diamantes,
medito sosegado en el sosiego;
cruzan por mi cerebro, así indolente,
pensamientos que él mismo no convoca
y revuelos de ociosas fantasías
diversas y salvajes cual tormentas
que crecen y se agitan sobre el arpa.
Y ¿no serán los seres animados
arpas dispuestas de diverso modo
que se hacen pensamiento cuando sopla,
viva y vasta, una brisa intelectual,
de cada una el alma, Dios de todas?
Pero tus ojos serios me suponen
un sereno reproche, amada, y esos
borrosos pensamientos no rechazas
y me haces caminar en humildad
con Dios. ¡Hija del Cristo y de su estirpe!
Con sagrada razón has despreciado
conceptos de una mente aún corrupta,
pompas que brillan, se levantan, rompen
con el rumor de una filosofía
vana, ¡pues nunca podré hablar sin culpa
de Él, Incomprensible! Salvo cuando
con temor y con fe interior alabo
a aquel cuya piedad es salvación
para mí, miserable, pecador
e insensato. ¡Aquel que me dio paz
y a ti y esta cabaña, amada mía!

La canción del viejo marinero - Samuel Taylor Coleridge

Argumento

Cómo un barco, habiendo pasado la línea, es impulsado por las tormentas hacia
las frías comarcas del Polo Sur;
y cómo de allí siguió la ruta a las latitudes tropicales del gran Océano Pacífico; y
de los extraños sucesos que padecieron
de qué manera el viejo marino tornó a su patria.

Parte primera

Un viejo marinero se encuentra con tres invitados a una boda,


y detiene a uno de ellos.

Este es un viejo marinero


y a uno detiene de los tres;
«¿por tu ojo claro y barba gris,
Por qué me quieres detener.

Ves aquí la casa del novio,


su pariente cercano soy:
la gente se apresta, comienza la fiesta:
oír puedes el gayo clamor».

Y él, de su mano reseca, le para:


«Había una vez un barco...»
«¡Suéltame, viejo vagabundo!»
y presto retira la mano.

El invitado a la boda queda fascinado por la mirada del viejo navegante,


y se ve obligado a oír su historia.

Y él, de su claro mirar, le detiene:


el invitado a la boda se para,
y le oye, atento como un niño.
Logra el marino lo que ansiaba.

El invitado se sienta en un poyo,


ya nada puede, sino escuchar,
y así le habla ese pobre vejete,
el marino de claro mirar:

«El barco alegre, el puerto alegre,


qué gozosos nos deslizamos
frente a la iglesia y la colina,
y frente a la torre del faro».

El marinero cuenta cómo el navío se dirigió hacia el sur con buen viento
y admirable tiempo, hasta que llegó a la línea.

Surgió el sol a la izquierda,


¡salía de la propia mar!
¡alumbró, y al cabo, a la diestra
se sepultó en la propia mar!

Y día tras día más alto,


a la punta del mástil llegó...
Se da el invitado en el pecho,
al oír el ronco fagot.

El invitado a la boda oye la música nupcial: pero el marinero continúa su


narración.
La novia en el salón ha entrado,
como una rosa, roja y fresca,
y detrás, a compás, la siguen
los ministriles de la fiesta.

Se da el invitado en el pecho,
ya nada puede sino escuchar;
y así le habla ese pobre vejete,
el marinero de claro mirar.

El navío es impulsado por un temporal hacia el Polo Sur.

«Y vino entonces la tormenta,


y era tiránica y feroz;
de sus alas nos torturaba,
y al sur nos arrastró.

Vencidos mástiles, bauprés hundido,


como el que, a palos perseguido,
en la sombra enemiga va
y angustiado la frente levanta,
así el bajel, al viento cruel,
hacia el sur, hacia el sur volaba.

Trayendo el frío insoportable


vinieron la niebla y la nieve:
y flotaban los altos hielos,
como las esmeraldas verdes».

La tierra del hielo y de los sones espantosos, donde no se veía un ser viviente.

«La nieve en montañas de blancas marañas


daba una torva claridad:
hombres no vimos, bestias no vimos,
¡El hielo, el hielo, y nada más!

¡El hielo aquí y el hielo allí,


hielo, hielo por todas partes:
gritaba, gruñía, saltaba, crujía;
tal oye quien va a desmayarse!»

Hasta que una gran ave marina, llamada el Albatros, vino a través del turbión
de nieve, y fue recibida con gran alegría, y con hospitalidad.

«Y vino, por fin, un Albatros:


a través de la niebla vino;
como a un alma cristiana, salve
en el nombre de Dios dijimos.

Comió lo que nunca comiera,


al redor de la nave voló;
el hielo rompió un sordo trueno,
y el timonel a través pasó».

Y he aquí que el Albatros mostró ser un ave de buen augurio, y siguió al barco,
que viró hacia el norte, a través de la niebla y de los hielos flotantes.

«Un viento suave movió la nave,


y el Albatros iba detrás,
¡Y a la algarabía marina acudía
por comer o por retozar!

Y en niebla y nieve, durante nueve


noches, reposó en los cordajes;
y entre la bruma la blanca luna
brillaba en el blanco paisaje».

Inhospitalariamente, el viejo marino mató el ave de buen agüero.

«¡Te salve Dios, viejo marino


de los demonios! ¿Mas por qué
miras así?»- «Con mi ballesta
al Albatros maté»

***

Parte segunda

Y surgió el sol a la derecha:


salía de la propia mar;
quedó en la bruma, y a la izquierda
se sepultó en la propia mar.

Y el viento suave movió la nave,


¡mas ningún ave iba detrás
que a la marinera llamada acudiera
por comer o por retozar!

Los camaradas recriminan al viejo marino, por haber matado al ave de buena
suerte.

Hice una cosa del infierno


que debía traer la desdicha:
y sabían que yo al ave maté,
la que hacía soplar la brisa.
¡Oh, qué gran pesar al ave matar,
la que hacía soplar la brisa!

Mas cuando se disipó la bruma, justificaron el crimen, y se hicieron cómplices de


él.

Mas ved que el sol, testa de Dios,


lleno de gloria, sube;
y dijeron que yo al ave maté,
que traía la niebla y las nubes.
¡Ah, qué bienestar al ave matar,
que traía la niebla y las nubes!

La buena brisa continúa; el barco entra en el Océano Pacífico,


rumbo al norte, hasta que llega a la línea.

La brisa esfuma la blanca bruma,


y libre nos sigue la estela;
un gran mar vimos, y dél supimos
nosotros por vez primera.

El barco de repente se para.

Cayó la brisa, cayó el velamen,


más triste nada se pudo dar;
¡sólo si hablábamos, turbábamos
el silencio del mar!

En un cielo caliente de cobre,


al medio día un sol de púrpura
encima del mástil estaba,
y no más grande que la luna.

Día tras día, día tras día,


sin olas ni viento, pasamos;
parecía una nave pintada
en un océano pintado.

Y el Albatros comienza a ser vengado.

Agua, por todas partes agua,


y chirriaba el calor, en la borda;
agua, por todas partes agua,
y para beber, ni una gota.

Se pudría el abismo; ¡Dios!


¡Tales cosas poder mirar!
Patudas y fangosas bestias
surgían del fango del mar.

En torno, en torno, pululaban


en la noche, los fuegos fatuos;
y como lámparas de bruja
brilló el mar, verde, azul y blanco.

Un espíritu las había seguido.; uno de los invisibles habitantes de este planeta,
que ni son ánimas en pena, ni son ángeles; a propósito de ellos puede verse lo
que
dicen el docto judío Josefo, y Miguel Psellus, el platónico constantinopolitano.
Son muy numerosos, y no hay clima ni elemento donde no se encuentren uno o
varios.

Y unos en sueño ver decían


al mal espíritu que nos tortura.
Hundido nueve brazas seguíamos
desde el país de la nieve y la bruma.

Y cada lengua, por la sed,


seca estaba hasta la raíz;
hablar no podíamos, y éramos
como asfixiados con hollín.

Los navegantes, en su desolación, quisieron echar toda la culpa al viejo


marinero;
y como señal de ello, ataron a su cuello el ave marina muerta.

¡Ah! ¡qué miradas espantosas


viejos y mozos me lanzaban!
en vez de la cruz, el Albatros
a mi cuello anudado estaba.

***

Parte tercera

Vino un cruel tiempo. Las gargantas


secas, los ojos encendidos.
¡Un tiempo cruel! ¡Un tiempo cruel!
Cómo los ojos estaban ardidos,
cuando, mirando al occidente,
vieron algo en el infinito.

El viejo marino advierte una señal lejana, en el elemento.

Era primero como un punto,


como la niebla era después;
movióse, movióse y al cabo
una forma distinta juzgué.

¡Punto, niebla, forma juzgué!


y más y más se aproximaba;
como esquivando un dios del mar,
se hundía, cedía y giraba.

Al acercarse más, le pareció que era un barco; y por medio de un costoso


sacrificio libró su voz de las cadenas de la sed.

Gargantas secas, bocas entecas,


ni reíamos ni llorábamos;
¡mudos estábamos de sed!
Mordí mi brazo, la sangre chupé,
y dije: ¡Un barco! ¡Un barco!

Una explosión de alegría.

Gargantas secas, bocas entecas


al oírme gritas- «¡gran merced!»
de contento gesticularon,
y el aire inmóvil aspiraron,
como si aplacaran la sed.

Mas el horror sobrevino. Pues, ¿ cómo puede darse un barco


que avance sin oleaje ni viento?

¡Mirad, mirad! (grité) ¡Se mueve,


y en nuestra. ayuda se aproxima,
sin brisa ni oleaje,
y alzada al espacio la quilla!

Al crepúsculo en occidente,
era el mar un gran resplandor.
Sobre las olas de occidente
reposaba un enorme sol,
cuando pasó esta forma extraña
entre nuestro barco y el sol.

Le parece el esqueleto de un navío.

Ocultaron al sol unas barras


(¡Dadnos gracia, Madre del cielo!)
y como a través de una celda
nos miraba su faz de fuego,

Velozmente venía, venía;


y mi corazón palpitaba;
¡son esas sus velas, que brillan
como vivientes telarañas!

Y su armazón, sobre el sol poniente, forma como los barrotes de una celda.

Y el sol, tras la armazón, nos mira


como del hueco de una celda.
¿Y es esa mujer su tripulación?
¿Es esa la Muerte, o son dos ?
¿Es la Muerte su compañera?

La mujer-espectro y su compañera la Muerte. Y nadie más en el navío-esqueleto.

¡A tal barco, tal tripulación!

Los labios rojos, francos los ojos,


amarillo de oro el cabello;
la piel, del blanco de la lepra.
Era Vida-en-Ia-Muerte, espectro
que la sangre del hombre congela.

La Muerte y la Vida-en-Ia-Muerte han echado dados por disputarse la


tripulación.
La Vida-en-la-Muerte gana al viejo marinero.

Pasó el navío destartalado;


corrieron dados; la Vida-en-la-Muerte,
«¡Abur el juego! ¡Gané! ¡Gané!»
dijo, silbando por tres veces.

No hay crepúsculo a la puesta del sol.

Se hundió el sol, las estrellas salieron,


la sombra, súbito, llegó;
por el mar, con lejano susurro,
el barco fantasma pasó.

Al salir la luna.

Oímos, miramos en torno,


¡El espanto bebíase a sorbos
la sangre de mi corazón!
Oscuros los astros, la noche cerrada,
la faz del piloto era blanca
al reflejo de su farol.
Rocío filtraban las velas;
por oriente con una estrella,
la luna creciente salió.

Uno tras otro.

Uno tras otro, ante el astro y la luna.


Ni sollozando ni gimiendo,
la faz tornaron con pavor,
y con los ojos me maldijeron.

Sus compañeros caen muertos.

Cuatro veces cincuenta hombres


(ni sollozando ni gimiendo)
pesadamente, masas sin vida,
uno tras otro cayeron.

Mas la Vida-en-la-Muerte comienza su labor en el viejo marinero.

¡De los cuerpos volaron las almas,


a eterna angustia o dicha eterna!
¡Y todas pasaron por mí
como silbidos de mi ballesta!

***

Parte cuarta

El invitado a la boda teme que sea un espíritu quien le habla.

«Miedo me das, viejo marino,


¡miedo me da tu mano flaca!
y eres largo, fino y moreno
como la arena de las playas».
Pero el viejo marino le responde por su vida corporal, prosigue el relato
de su horrible penitencia.

«Miedo me dan tus ojos vivos


y tus resecas manos frías».
-«¡No temas, huésped de la boda!
mi cuerpo vive todavía.

¡Solo, solo, cruelmente solo,


solo en un ancho, un ancho mar!
y de mi alma en agonía
ningún santo tuvo piedad».

Desprecia las criaturas del mar en calma.

¡Y tales hombres, tan hermosos,


yacían muertos a mis pies!
y mil viles criaturas del fango
viven, y yo vivo también.

Y las envidia, pues que pueden vivir cuando tantos han muerto.

Y hacia el podrido mar miré,


y aparté con horror la vista;
al puente podrido miré,
y los muertos allí yacían.

Miré al cielo, quise rezar,


mas, cuando alzaba la oración,
un impío susurro me puso
de polvo seco el corazón.

Fuertemente apreté los párpados:


como arterias mis ojos latían:
porque el cielo y el mar, porque el mar y el
espacio,
eran plomo en mis ojos cansados,
y a mis pies los muertos yacían.

Pero la maldición vive para él en los ojos de los marineros muertos.

Y les corría un sudor frío,


mas no se pudrieron jamás;
la mirada que me lanzaron
no la podré nunca olvidar.
Un huérfano, cuando maldice,
puede un ángel lanzar al infierno;
¡pero es más cruel la maldición
en las pupilas de los muertos!
y a mí, que no pude morir,
siete días me maldijeron.

En su soledad y en su quietud, es consolado por la luna errante y por las


estrellas
que la acompañan, y que ahora giran con ella. Y dondequiera el cielo azul les
pertenece,
es su natural reposo, su tierra natal, y su propio natural hogar: En el cual entran
sin anunciarse,
como señores que se saben esperados; y empero hay un júbilo silencioso a su
llegada.

La luna móvil ascendió,


la luna viajó por el cielo;
y suavemente se movían
al lado suyo, dos luceros.

Sus rayos, rocío de abril,


del mar oprimido mofaban;
mas, donde la nave era sombra,
ardían las mágicas olas
en espantables llamaradas.

A la luz de la luna advierte las criaturas de Dios en mar en calma.

Y más allá de la gran sombra


vi las serpientes de los mares:
en su blancura se agitaban,
y al saltar, la luz encantada
partíase en blancos cendales.

Y entre la sombra del navío


miré en sus cuerpos ricos tonos:
verde, azul y velludo negro;
saltaban, y sus movimientos
eran relámpagos de oro.

¡Oh cosas vivas! nadie puede


su belleza feliz explicar:
fuente de mi amor surtió mi pecho;
y las bendije a mi pesar.
Piedad tal vez tuvo mi santo,
y las bendije a mi pesar.

Empieza a romperse el encanto.

En ese instante rezar pude;


y, desprendido de mi cuello,
como un plomo cayó y se hundió
el Albatros en el océano.

***

Parte quinta

¡Oh sueño! ¡Oh dulce sueño, siempre


de polo a polo bendecido!
A María, la Reina, gracias
que Ella del cielo bajar hizo
el suave sueño hasta mi alma.

Por gracia de la divina Madre, el viejo marinero es refrescado por la lluvia.

Los cubos que sobre cubierta


quedaron secos tantos días,
soñé ver llenos de rocío...
y cuando recordé, llovía.

Los labios húmedos, fresca la boca,


empapada la ropa caída;
en sueños sin duda bebí,
y aún mi cuerpo bebía, bebía.

Al moverme, nada sentí;


y me vi tan puro y liviano,
que pensé fuera muerto en el sueño,
y tornado en espíritu santo.

Oyó sones, y vio raras cosas, y conmociones en el cielo y en el elemento.

Sin que llegara hasta la nave,


sonó, lejos, un viento fuerte;
mas su ruido agitó las velas,
las velas tostadas y endebles.

¡Arriba el aire, vivo, ardió!


y cien estandartes de llamas
giraron en torbellino;
y en él danzaron, en locos giros,
las estrellas amedrentadas.

Suspiraron las velas al viento


como los juncos que se doblan;
y llovió de una nube negra
que tenía la luna de su orla.

Se hendió la negra nube, y siempre


estaba a su lado la luna;
como torrente despeñado
descendió, súbito, el relámpago,
en catarata furibunda.

Se mueven los cadáveres de los marineros, y el navío avanza.

¡Al barco no vino el ventalle,


y el barco avanzó, sin embargo!
y gimieron los hombres muertos
bajo la luna y los relámpagos.

Gimieron, moviéronse, alzáronse,


sin hablar, con los ojos quietos.
Aun en sueños extraños sería
ver alzarse a esos hombres muertos.

Al gobernalle fue el piloto,


y el barco, sin brisa, avanzó;
los marineros, en sus sitios,
hicieron la usada labor;
sus miembros, muertas herramientas,
una horrible tripulación.

Junto a mí, rodilla a rodilla"


quedó el cuerpo de mi sobrino;
ambos tiramos de una cuerda,
mas él palabra alguna dijo.

Pero no por las almas de los hombres, ni por los demonios de la tierra
o del aire inferior, sino por una tropa bendita de espíritus celestiales,
venidos por invocación del ángel guardián marino.

-«¡Miedo me das, marino viejo!».


-«¡No temas nada, convidado!
No eran sus ánimas errantes
que volvían a los cadáveres;
eran espíritus sagrados.

Pues, los brazos bajando, al alba,


al pie del mástil se agruparon;
suaves sones sus bocas fluían,
que de sus cuerpos se esfumaron.

En torno, en torno, ledamente,


los sones volaban al sol;
volvían luego, entrelazados,
o uno a uno cada son.

Como dulces notas del cielo


las alondras oí cantar;
¡juntas todas las avecillas,
de su encantada melodía
llenaban el aire y el mar!

O ya como toda la orquesta,


o ya como una flauta sola;
o como el canto de los ángeles,
que a los mismos cielos asombra.

Y cesó; mas las velas siguieron


como un delicioso murmullo;
era como un arroyo suave,
que en el pródigo mes de junio
a las selvas dormidas les canta
un suave estribillo nocturno.

Y hasta mediodía bogamos,


y no sopló ninguna brisa;
lenta y cauta avanzó la nave
de popa a proa impelida.

El solitario espíritu del Polo Sur lleva el barco hasta la línea,


obedeciendo a la tropa angélica; pero pide venganza siempre.

Bajo la quilla, a nueve brazas,


desde la tierra de nieve y neblina,
vagó el espíritu; y él era
quien la nave mover hacía.
Cesaron las velas su canto,
y el barco paró, a mediodía.

El sol, por encima del mástil,


lo había fijado al océano:
mas a poco la nave movióse
con breve y difícil esfuerzo;
medio cuerpo, ya atrás, ya adelante,
con breve y difícil esfuerzo.

Después, como un caballo brioso,


un gran salto dio, repentino;
subió la sangre a mi cabeza,
y luego caí, sin sentido.

Los demonios, compañeros del Espíritu del Polo, habitantes invisibles


del elemento, toman parte en su pena.

En tal estado cuánto tiempo


quedé, no lo supe; mas antes
de que la vida a mí tornara,
pude escuchar dos voces claras,
y distinguirlas en el aire.

Y dos de ellos se dicen qué larga y penosa penitencia ha sido


señalada al viejo marino por el Espíritu Polar que torna al sur.

Dijo la luna: -«¿ El hombre es él,


por el que en la cruz murió,
.el que al inofensivo Albatros
con la ballesta cruel mató?

El alma que por él sufría


en la tierra de nieve y niebla,
amó al pájaro que amó al hombre
que lo mató con la ballesta».

La otra voz era más suave,


suave como miel diluida
y dijo: «Este hombre ha expiado mucho,
y habrá de expiar más todavía»,

***

Parte sexta

Primera voz

Mas dime, dime, torna a hablar,


repite la réplica suave:
¿Qué es lo que impulsa al raudo buque,
y el océano ahora qué hace ?

Segunda voz

Tal un esclavo ante su dueño,


retiene su soplo la mar;
fija en la luna tiene ahora
su honda mirada de cristal,

Y le pide saber la ruta,


pues ella, buena o cruel, le guía.
Contempla, hermano, qué graciosa
por mirarle se inclina.

El marinero ha estado sumido en un letargo.

Primera voz

Mas la nave, ¿por qué tan rauda,


sin vientos y sin oleaje?

El poder angélico ha impulsado la nave al norte con celeridad


que ninguna humana vida podría soportar:

Segunda voz

Porque adelante se abre el viento,


y se cierra detrás de la nave.

¡Arriba! ¡arriba! ¡hermano, vamos,


arriba! no nos retardemos,
pues la nave se detendrá
cuando despierte el marinero.

El impulso sobrenatural es retardado; despierta el marino y


se renueva su expiación.

«Cuando al fin desperté navegábamos;


hacía luna y manso tiempo;
y bajo la luna apacible
se alzaron, a una, los muertos:

Se irguieron todos en el puente;


y era carne muerta que en mí
fijaba los ojos de piedra
que hacía la luna fulgir.

El horrible ademán de su muerte


ya nunca lo podré olvidar;
no pude apartar la mirada
de sus ojos ni para orar.

La maldición es por fin expiada.

El encanto cesó; de nuevo


contemplé el océano verde;
lejos miré, mas no vi nada
que no hubiera mirado siempre,

Como el que por senda apartada


tembloroso y medroso va,
y habiendo mirado una vez
atrás, ya no torna a mirar,
porque sabe que un enemigo
horrible, le sigue detrás.

Mas pronto vino un viento a mí,


sin movimiento y sin alarma;
y no vagaba sobre el mar,
ni lo agitaba ni rizaba.

Me acarició cabello y rostro


como céfiro campesino;
se mezcló raramente a mi espanto,
empero, me fue bienvenido.

Veloz, veloz iba la nave,


a toda vela y suavemente;
suave, suave sopló la brisa,
y sopló para mí solamente.

El marinero advierte su tierra natal.

¡Oh sueño de dicha! ¿La luz


de la torre del farol es ésta?
¿Y éstas la iglesias y la colina?
¿Es esta mi propia tierra?

Pasamos la entrada del puerto,


y suspirando alcé mis preces:
¡Oh Dios, déjame despertar,
o déjame dormir por siempre!

El puerto era un claro cristal,


¡así se extendía de suave!
y en el puerto, luz de la luna,
y las sombras lunares.

Brillaba el peñasco, brillaba la iglesia,


la iglesia que está en el peñasco;
y el claro de luna bañaba
la veleta del campanario.

Los espíritus angélicos se llevan los cadáveres. Y aparecen


en sus veras formas de luz.

Y en la luz silenciosa del puerto,


y saliendo de la mar misma,
muchas formas -o sombras- brotaron,
de vivo escarlata vestidas.

A poca distancia de proa


vi esas figuras de carmín,
y tornando los ojos al puente
de repente, ¡oh Cristo, qué vi!

Los cuerpos, flácidos, yacían,


y, ¡por la Santa Cruz!
de cada cuerpo un serafín
surgía, bañado de luz.

Y cada uno alzó la mano


con un ademán celestial.
Enviaban señales a tierra,
todos, amable claridad.

Y cada uno alzó la mano


sin decir palabra ninguna;
¡ninguna! mas en mi espíritu
este silencio era una música.

El timonel y su grumete
aprisa oílos se acercar.
¡Dios del cielo! ¡Ya no podían
los muertos blasfemar!

¡Otro aún vi, y oí su voz:


era el buen ermitaño!
El que en el bosque en alta voz,
canta los himnos santos.
El lavará de mi alma
la sangre del Albatros.

***

Parte séptima

El ermitaño del bosque,

«Este eremita el bosque habita


que hasta la orilla del mar baja.
¡Cómo es dulce su hablar cristalino!
le gusta oír a los marinos
que vienen de tierras lejanas.

Reza a mañana y tarde y noche;


tiene un suave reclinatorio:
la raíz de una vieja encina
le procura musgo sedoso.

Y la barca por fin se acerca;


hablar les oigo: -«¿Qué sería
de las luces muchas y claras,
las que señales nos hacían?»

Se acerca, asombrado, al navío.

«Es raro -dice el eremita-,


nuestro saludo no contestan;
están carcomidas las planchas,
las velas, gastadas y secas.
Mis ojos nunca nada vieron
así, como no fueran.

Los esqueletos de las hojas


que mi arroyo del bosque detiene,
cuando cubre la hiedra la nieve
y chilla el búho, si a la loba
sus cachorros el lobo devora».

-«¡Señor, si es cosa del Maligno!


(El timonel le respondía)
Tengo miedo» -«¡Adelante! ¡adelante!»
le dice alegre el eremita-.

La barca se acerca a la nave,


yo estaba inmóvil y sin voz.
La barca tocó al fin la nave,
y un ruido enorme se escuchó.

El navío repentinamente se hunde.

Gruñó debajo de las olas


espantoso cada vez más.
Llegó el navío, y el navío
se hundió como plomo en el mar.

El viejo marino es salvado en la barca del piloto.

Aterrado por ese estruendo


que mar y cielo removió,
como un náufrago de ocho días
mi cuerpo en las olas flotó;
mas veloz, como un sueño, el piloto
en su barca se recogió.

En el turbión que hundió la nave


la barca giraba en redor;
nada se oyó; mas la colina
repitió el ruido aterrador.

Abrí la boca, y el piloto


fulminado cayó, dando un grito.
El ermitaño alzó los ojos,
y sus preces al cielo dijo.

Tomé los remos, el grumete


que ahora vaga enajenado,
moviendo los ojos vivaces,
y riendo, y riendo mientras tanto,
-«Bien sé ya» -dijo a grandes voces-
«Cómo sabe remar el Diablo».

¡Y por fin, sobre tierra firme


anduve, y en mi propia tierra!
Saltó del bote el ermitaño,
enderezarse pudo apenas.

El viejo marino pide con insistencia al ermitaño que lo confiese;


y la expiación de por vida cae sobre él.

-«¡Confiésame, confiésame»
le dije al devoto varón.
-«Yo te conjuro a que me digas
quién eres»; y se signó.

Y al punto mi cuerpo torcióse


en una agonía indecible
que me forzó a decir mi historia,
y que cesó, no bien la dije.

De entonces, de tiempo en tiempo, y por el resto de sus días,


una agonía le impele a vagar de tierra en tierra.

Desde entonces, esta agonía


torno a sentir en hora incierta;
y hasta finar mi extraña historia
corazón adentro me quema.

Como la noche, voy por el mundo;


para hablar tengo un don secreto;
apenas le miro a la faz,
conozco a quien me ha de escuchar:
a ese le digo mi cuento.

¡Qué alegre algazara se escucha!


Son los huéspedes de la boda;
y cantan en el bosquecillo
las damas de honor y la novia;
mas la campana vesperal
para la oración nos convoca.

¡Más grato que fiesta de bodas,


para mí más grato sería
ir, entre otros, a la iglesia
con una amable compañía!

Ir, entre otros, a la iglesia,


y todos orar al cielo,
en tanto a Dios cada cual ruega,
ancianos, niños y doncellas,
y jóvenes compañeros.

Y a enseñar con su propio ejemplo, el amor y el respeto


para todas las cosas que Dios hizo, y que ama.
¡Adiós, convidado de bodas!
y oye: mejor sabe rezar
quien ama las criaturas todas
hombre, pájaro y animal.

Sabe rezar quien sabe amar


las cosas grandes y las breves;
porque el Dios bueno que nos ama,
las hizo y las ama igualmente».

El marinero de ojos vivos


y de blanca barba sedeña,
se fue, y el convidado a bodas
se alejó de la fiesta

Con el sentido trastornado


como el que fue del rayo herido.
Y el alba despertó, en un hombre
más grave y triste, convertido.

Filosofía del amor - Percy Bysshe Shelley

Las fuentes se unen con el río


y los ríos con el Océano.
Los vientos celestes se mezclan
por siempre con calma emoción.
Nada es singular en el mundo:
todo por una ley divina
se encuentra y funde en un espíritu.
¿Por qué no el mío con el tuyo?

Las montañas besan el Cielo,


las olas se engarzan una a otra.
¿Qué flor sería perdonada
si menospreciase a su hermano?
La luz del sol ciñe a la tierra
y la luna besa a los mares:
¿para qué esta dulce tarea
si luego tú ya no me besas?

Prometeo liberado - Percy Bysshe Shelley

Tú bajaste, entre todas las ráfagas del cielo:


al modo de un espíritu o de un pensar, que agolpa
inesperadas lágrimas en ojos insensibles,
o como los latidos de un corazón amargo
que debiera tener ya la paz, descendiste
en cuna de borrascas; así tú despertabas,
Primavera, ¡oh, nacida de mil vientos! Tan súbita
te llegas, como alguna memoria de un ensueño
que se ha tornado triste, pues fue dulce algún día,
y como el genio o como el júbilo que eleva
de la tierra, vistiendo con las doradas nubes
el yermo de la vida.
La estación llegó ya, y el día: esta es la hora;
has de venirte cuando sale el sol, dulce hermana:
¡llega, al fin, deseada tanto tiempo, y remisa!
¡Qué lentos, cual gusanos de muerte los instantes!
El punto e una estrella blanca aun tiembla, en lo hondo
de esa luz amarilla del día que se agranda
tras montañas de púrpura: a través de una sima
de la niebla que el viento divide, el lago oscuro
la refleja; se apaga; ya vuelve a rutilar
al desvaírse el agua, mientras hebras ardientes
de las tejidas nubes arranca el aire pálido:
¡se pierde! Y en los picos de nieve, como nubes,
la luz del sol, rosada, ya tiembla. ¿No se oye
la eólica música de sus plumas, de un verde
marino, abanicando al alba carmesí?...

A una urna griega - John Keats

Tú, todavía virgen esposa de la calma,


criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres?
¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera?
¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles,
ese salvaje frenesí?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;


sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes


que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aún más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?


¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe


de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»…
Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta.

Esta mano viviente – John Keats

Esta mano viviente, ahora tibia y capaz


De agarrar firmemente, si estuviera fría
Y en el silencio helado de la tumba,
De tal modo hechizaría tus días y congelaría tus sueños
Que desearías tu propio corazón secar de sangre
Para que en mis venas roja vida corriera otra vez,
Y tú aquietar tu consciencia —la ves, aquí esta—
La sostengo frente a ti.

¡Oh, capitán! ¡mi capitán! – Walt Whitman

¡Oh, capitán! ¡mi capitán! nuestro terrible viaje ha terminado,


el barco ha sobrevivido a todos los escollos,
hemos ganado el premio que anhelábamos,
el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo entero regocijado,
mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave.
Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!
¡oh rojas gotas que caen,
allí donde mi capitán yace, frío y muerto!

¡Oh, capitán! ¡mi capitán! levántate y escucha las campanas, levántate.


Por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín,
para ti ramilletes y guirnaldas con cintas,
para ti multitudes en las playas,
por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos:
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
¡Que mi brazo pase por debajo de tu cabeza!
Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente,
derribado, frío y muerto.

Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven.


Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad.
La nave, sana y salva ha anclado, su viaje ha concluido.
De vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto.
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad campanas!
Mas yo, con tristes pasos,
recorro el puente donde mi capitán yace, frío y muerto.

Cuando leí el libro – Walt Whitman

Cuando leí el libro, la célebre biografía,


Me dije: "¿Es esto entonces lo que el autor llama una vida de hombre?
¿Escribirá alguien así mi vida una vez muerto yo?
Como si algún hombre conociera realmente algo de mi vida,
Cuando de hecho a menudo yo mismo pienso que poco o nada sé de mi vida,
Salvo vagas nociones, débiles y difusas imágenes,
Que persigo constantemente para poder exponer aquí".

¡Oh yo, vida!

¡Oh yo, vida! Todas estas cuestiones me asaltan,


Del desfile interminable de los desleales,
De ciudades llenas de necios,
De mí mismo, que me reprocho siempre, pues,
¿Quién es más necio que yo, ni más desleal?
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
Despreciables, de la lucha siempre renovada,
De los malos resultados de todo, de las multitudes
Afanosas y sórdidas que me rodean,
De los años vacíos e inútiles de los demás,
Yo entrelazado con los demás,
La pregunta, ¡oh, mi yo!, la triste pregunta que
Vuelve: "¿Qué hay de bueno en todo esto?"
Y la respuesta:
"Que estás aquí, que existen la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama y que quizás
Tú contribuyes a él con tu rima".

Me celebro y me canto a mí mismo – Walt Whitman

Me celebro y me canto a mí mismo.


Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
Pues cada átomo mío es también tuyo.
Vago al azar e invito a vagar a mi alma.

Vago y me tumbo sobre la tierra,


Para contemplar un tallo de hierba.

Mi lengua, cada molécula de mi sangre formada por esta tierra y este aire.
Nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y
Cuyos padres también aquí nacieron.
A los treinta y siete años de edad, gozando de perfecta salud,
Comienzo y espero no detenerme hasta morir.

Que se callen los credos y las escuelas,


Que retrocedan un momento, conscientes de lo que son y
Sin olvidarlo nunca.
Me brindo al bien y al mal, me permito hablar hasta correr peligro.
Naturaleza sin freno, original energía.

Yo soy aquel a quien atormenta - Walt Whitman

Yo soy aquel a quien atormenta el deseo amoroso,


¿No gravita la Tierra? ¿No atrae la materia
Atormentada a la materia?
Así mi cuerpo atrae a los cuerpos de todos aquellos
A quienes encuentro o conozco.

You might also like