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Por lo anterior en la gran mayoría de los países que han adoptado el referendo como forma
de construir normas de convivencia, basta con obtener el número de firmas que fija la Ley
para que pueda convocarse el referendo. En Colombia es necesario que la convocatoria del
mismo sea hecha por el Congreso, una vez obtenido el número mínimo de firmas que exige
la Ley.
Esperamos con optimismo que el Congreso de Colombia acoja la voluntad de los más de
dos millones de firmantes que desean que sea el pueblo quien decida si incorpora a la
Constitución los artículos que se proponen para el referendo del agua. De esta manera se
fortalece toda la democracia colombiana
SEGUNDO DOGMA: Los conceptos del agua como bien común y como bien
público son contradictorios y el primero es además extraño a la Constitución
colombiana.
RESPUESTA: El agua ha sido definida como un bien común por importantes pensadores
como Leonardo Boff, quien ha dicho: “…quien controla el agua tiene poder y quien tiene
poder controla la vida, porque no existe vida sin agua. Por eso la primera afirmación que
hay que hacer es que el agua es un bien natural, vital, insustituible y común. Creo que eso
es indiscutible: ningún ser vivo, humano o no humano, puede vivir sin agua.”
Ilustra lo anterior el hecho de que las acciones populares se hayan consagrado para la
defensa de los “derechos e intereses colectivos” y que su titular sea, entre otros, cualquier
persona natural o jurídica, quien actúa en este caso en representación de toda la comunidad.
Dichas acciones se ejercen, entre otros efectos, para la defensa de los bienes de uso público.
Recuérdese además que las acciones populares, elevadas a la categoría de norma
constitucional en 1991, ya habían sido consagradas en el Código Civil, que data del siglo
XIX, a favor de “los caminos, plazas y otros lugares de uso público”.
Cuando se dice entonces en el artículo primero, que se somete a referendo, que “el agua es
un bien común y público” se esta señalando que por ser esencial para la vida y por ser un
elemento natural el agua es un bien colectivo, que no puede ser apropiado por nadie y en
consecuencia es público. Todos tenemos acceso a ella amparados por un derecho que
resulta fundamental. Lo público es en este caso más amplio que lo estatal e incluye lo
comunitario. La titularidad la puede ejercer entonces el Estado, en representación de todos,
o las organizaciones comunitarias, sin ánimo de lucro, se precisa en la propuesta de
parágrafo para el artículo 365 de la Constitución. Los bienes comunes como el agua no son
susceptibles de apropiación privada y por lo tanto su titularidad debe ser siempre atribuida a
quien represente a la colectividad, llámese nación, pueblo o comunidad, cuando estas no la
puedan ejercer directamente.
RESPUESTA: Quienes así argumentan desconocen que la acción de tutela viene siendo
ejercida para garantizar el derecho humano al agua en Colombia, desde que dicha acción
fue reglamentada mediante el Decreto 2591 de 1991. Se han interpuesto numerosas
acciones de tutela relacionadas con este derecho. Ello indica que existe una carencia de
acceso al agua potable en amplios sectores de la sociedad colombiana, los cuales según la
misma Defensoría alcanzan los 13 millones de personas.
Las sentencias de los Jueces no tienen efecto sino entre el demandante y la empresa de
acueducto demandada. Por ello en cada ocasión en que se suspenda el servicio por
incapacidad económica de pagarlo, el usuario tendrá que acudir a la acción de tutela, como
ha venido ocurriendo. El establecer el derecho humano fundamental al agua potable de
manera explícita en la Constitución, obligará al Estado a diseñar y ejecutar una política
pública que lo garantice y en esa medida disminuirá el número de acciones de tutela.
Un análisis de las sentencias dictadas muestra que han ordenado la reconexión de usuarios
que tienen acceso a redes de acueducto y en ningún caso han impuesto la realización de
obras para dar agua potable en cualquier lugar y circunstancia. Por ello resulta inconsistente
el temor de algunos a que la consagración de estos derechos y garantías entorpezca los
planes y programas del Estado en materia de agua potable. Quienes así argumentan han
llegado al absurdo de considerar que el derecho fundamental al agua potable debe
establecerse cuando la toda la población disponga de agua potable y no antes. Por el
contrario, sería lógico preguntarse: ¿qué legitimidad puede tener un Estado que no es capaz
de garantizar el acceso de su población a un bien esencial para la vida como el agua
potable?
Lo anterior demuestra que la inversión privada va allí donde se le garanticen altas tasas de
rentabilidad y pocos riesgos. Quienes la promueven consideran el agua como un bien
económico y su acceso como una necesidad, por cuya satisfacción debe pagarse, y no como
un derecho humano fundamental.
Altos funcionarios del propio Banco Mundial han reconocido el fracaso de la privatización
como forma de resolver la falta de acceso al agua potable de más de 1.100 millones de
personas en el mundo. Así Katherine Sierra, Vicepresidenta de Infraestructura y Desarrollo
del Banco, declaró al periódico mexicano La Jornada que en materia de agua potable “…el
1
Contraloría General de la República, 2004. Regulación en servicios públicos domiciliarios. Bogotá.
Contraloría Delegada para la Infraestructura Física y las Telecomunicaciones, Comercio Esterior y Desarrollo
Regional. Autores Norma Victoria Gaitán Martínez y Jhon Jairo Martínez Cepeda.
90 por cien de los recursos sigue siendo del sector público, aún en las épocas más fuertes de
participación privada”2
Es cierto que la ineficiencia y corrupción de las empresas públicas, sobre todo en la Costa
Atlántica, condujo a un pésimo servicio. Se desconoce, sin embargo, que en otras partes del
país como Medellín, Cali, Bucaramanga, Pereira y Bogotá, se construyeron empresas que
prestan un excelente servicio. La capital de la República cuenta con agua de excelente
calidad y una cobertura casi total y todo ello gracias a la gestión pública. La mejoría del
servicio en la Costa Atlántica ha tenido como contraprestación las altas tarifas y no ha
representado un cambio para la población de menores recursos.
Como lo señala José Esteban Castro: “Los argumentos utilizados para promover las
políticas de privatización de los servicios de agua y saneamiento ignoran la evidencia
2
Estas declaraciones aparecen en la edición del 17 de marzo de 2006 y fueron entregadas con motivo de la
visita de la funcionaria a la Ciudad de México para asistir al Foro Mundial del Agua.
histórica existente sobre la interrelación entre los sectores público y privado en la
organización de los servicios de agua y saneamiento. En particular, dichas políticas han
desconocido el registro histórico que demuestra que la universalización del acceso a estos
servicios esenciales en los países desarrollados requirió la desprivatización de las empresas
que gestionaban estos servicios y la creación de empresas públicas, con inversión pública.
Los argumentos privatistas han reemplazado estas lecciones provenientes de la evidencia
histórica con prescripciones derivadas del marco ideológico neoliberal que no tienen
fundamento empírico”3.
De otra parte, las elevadas tarifas han conducido a la suspensión o al corte definitivo del
servicio de numerosas familias colombianas. Los usuarios “desconectados” ascienden a un
promedio de 236.000 en solo Bogotá, en los últimos cinco años. Buena parte de ellos se ven
obligados a reconectarse clandestinamente y consumen agua cuyo costo se traslada a los
usuarios que si pagan.
El fracaso del sistema de la Ley 142 de 1994, en cuanto a resolver el problema del acceso al
agua potable de la población mas pobre y la necesidad de satisfacer el derecho humano al
agua potable, debe conducir a la derogatoria de esa Ley y la expedición de una nueva
orientada a la eficiencia social. En ese nuevo esquema el Estado debe aportar lo necesario
para garantizar ese derecho. Esto no implica la gratuidad del agua y desde luego las
familias deben pagar por los consumos que excedan el mínimo vital gratuito de manera
progresiva y siempre con tarifas asequibles a su capacidad económica. Esto último implica
un sistema tarifario diferenciado de acuerdo con el estrato. En un nuevo esquema, la
disminución del índice de agua no contabilizada y la destinación al mínimo vital gratuito de
los rendimientos por el depósito en el sistema financiero de los recaudos por pago del
servicio serían cuantiosos insumos para la viabilidad financiera de aquel.
3
José Esteban Castro, de nacionalidad argentina, es Profesor Titular en Sociología de la Universidad de
Newcastle en Inglaterra. Es autor de numerosos trabajos sobre el tema y director del Proyecto PRINWASS,
cuyos documentos pueden consultarse en www.prinwass.org
4
Véase, Contraloría General de la República, 2004. Regulación en servicios públicos domiciliarios. Bogotá.
Contraloría Delegada para la Infraestructura Física y las Telecomunicaciones, Comercio Esterior y Desarrollo
Regional. Autores Norma Victoria Gaitán Martínez y Jhon Jairo Martínez Cepeda.
En el marco anterior la crítica que hacen los defensores de la Ley 142 de 1994 de que el
mínimo vital gratuito favorece a los estratos altos es cínica pues este sistema ha elevado
exponencialmente las tarifas para los estratos bajos y en ocasiones las ha disminuido para
los estratos altos. Así entre 2000 y 2005, en ciudades de más de 400.000 suscriptores, los
estratos 5 y 6 vieron disminuidas sus tarifas en el 4% y 13%, respectivamente 5. La
propuesta de un mínimo vital gratuito, por el contrario, garantiza el suministro de una
“cantidad esencial mínima de agua, que sea suficiente y apta para el uso personal y
doméstico y prevenir las enfermedades”, tal como lo recomienda la Observación 15 antes
citada.
Algunos piensan que lo anterior conducirá a un derroche de agua por parte de la gente pues
si se cobra mas cara se obliga a la gente a ahorrar agua. Se oculta de esta manera que el
mayor consumo de agua dulce tanto en el mundo como en Colombia lo hace la
agroindustria y la industria. Así a nivel mundial el 70% corresponde a la agricultura, el
22% a la industria y tan solo el 8% al consumo humano. En los países desarrollados el 30%
corresponde a la agricultura, el 59% a la industria y el 11% al consumo humano. En
Colombia6 los consumos de agua según usos son los siguientes: agrícola, 55%: pecuario
9%; industrial 12% y doméstico 12%
Llama la atención, finalmente, tanta preocupación por el consumo humano de agua, que
como hemos visto es el minoritario mientras se deja de lado el gran consumo de la industria
y la agroindustria. Este último no solo demanda ingentes cantidades de agua sino que la
devuelve al medio ambiente, contaminada por los agrotóxicos y plaguicidas. En el caso
colombiano los distritos de riego presentan altos niveles de ineficiencia como lo señala el
Profesor Tomás León Sicard.
Por último reflexionemos sobre lo siguiente: la cantidad mínima de agua para un ser
humano es calculada por la organización mundial de la salud entre 20 y 80 litros diarios por
persona. Si fuéramos al máximo una familia de cuatro personas consumiría al mes 9.600
litros, es decir 10 metros cúbicos de agua. Entretanto para fabricar un vehículo de una
tonelada se emplean 100.000 litros de agua, equivalentes al consumo de una familia durante
diez meses.
RESPUESTA: El agua circula a través de un ciclo en el cual pasa del estado líquido al
gaseoso y vuelve a la tierra en forma de lluvia. Solo el 2.5% del total de agua existente en
el planeta es agua dulce pero algo menos del 1% es agua dulce disponible pues buena parte
de ella se encuentra congelada o en depósitos subterráneos de difícil acceso. La vegetación,
el clima, los suelos y muchos otros componentes de los ecosistemas son necesarios para
que el ciclo del agua se cumpla adecuadamente y el fenómeno de la escorrentía permita
recargar los acuíferos y no se transforme en avalancha causante de inundaciones. A su vez
5
Véase “Sector privado y acueductos en Colombia” por Nelly Aunza Barrón, en “Colombia: ¿un futuro sin
agua”. Ecofondo – Foro Nacional Ambiental – Ediciones Desde Abajo. Bogotá, 2007.
6
Datos tomados del Perfil Ambiental de Colombia 2001, elaborado por el SIAC (IDEAM y otros institutos)
como lo señala el primer informe (2003) del Programa Mundial de Evaluación de los
Recursos Hídricos (WWAP por sus siglas en inglés) de la ONU:
“El agua constituye una parte esencial de todo ecosistema, tanto en términos
cualitativos como cuantitativos. Una reducción del agua disponible ya sea en
la cantidad, en la calidad, o en ambas, provoca efectos negativos graves sobre los
ecosistemas. El medio ambiente tiene una capacidad natural de absorción y de
autolimpieza. Sin embargo, si se la sobrepasa, la biodiversidad se pierde, los medios de
subsistencia disminuyen, las fuentes naturales de alimentos (por ejemplo, los peces) se
deterioran y se genera costos de limpieza extremadamente elevados. Los daños
ambientales originan un incremento de lo desastres naturales, pues las inundaciones
aumentan allí donde la deforestación y la erosión del suelo impiden la neutralización
natural de los efectos del agua. El drenaje de humedales para la agricultura (de los que
se perdió el 50% durante el siglo veinte) y la disminución de la evapotranspiración (por
desmonte de tierras) causan otras perturbaciones en los sistemas naturales con graves
repercusiones sobre la futura disponibilidad de agua. Una vez más, son las poblaciones
más disminuidas las que resultan más perjudicadas, no sólo porque viven en zonas
marginales inundables, contaminadas y con escaso suministro de agua, sino además
porque pierden valiosas fuentes naturales de alimentos”7.
Lo anterior conduce a considerar los cursos y depósitos de agua y en general los humedales
y todas las formas en que se encuentra el agua como bienes comunes y públicos y a otorgar
una especial protección a los ecosistemas esenciales para el ciclo hidrológico.
En nuestro país el artículo 667 del Código Civil establece que los ríos y todas las aguas
que corren por cauces naturales son bienes de uso público y el 83 del Código Nacional
de los Recursos Naturales Renovables y Protección al Medio Ambiente, que son bienes
inalienables e imprescriptibles del Estado los cauces, lechos, playas, rondas, áreas de
nevados y glaciares y depósitos de aguas subterráneas.
Sin embargo frente a una crisis de acceso al agua como la que se avecina y en gran
parte ya se vive, la protección legal no es suficiente y es necesario reforzarla elevando
dichas normas al rango constitucional.
De otra parte la propia crisis ambiental que viene afectando las reservas de agua en los
países del primer mundo se constituye en una amenaza para territorios con gran
potencial de agua dulce, como Colombia8. Mientras nuestro territorio posee un
potencial hídrico siete veces superior al promedio mundial y cuatro veces el promedio
suramericano, Estados Unidos atraviesa graves dificultades de acceso al agua. En este
país el agotamiento de los acuíferos es alarmante: ya es habitual la mención al acuífero
Ogallala/ High Planes (EE:UU), el cual es consumido en unos 12.000 millones de
metros cúbicos por año, y en algunas áreas desciende mas de treinta metros. Otro tanto
ocurre, en ese país, con varios de los más importantes acuíferos; entre ellos el
correspondiente a la densamente poblada área de Chicago – Milwaukee, en donde se
7
Visible en www.unesco.org/water/wwap
8
Colombia es el séptimo país mas rico en agua, ubicado en América del Sur que posee el 28,3% del agua
dulce del mundo.
han presentado descensos de hasta 274 metros. Lo grave es que en el actual modelo
productivo no existe salida distinta, a la demanda por consumo de alimentos, que
extender y profundizar la irrigación y consiguientemente la extracción del agua
subterránea, configurándose una suerte de círculo vicioso de consumo y extracción.
Para tener una idea de lo que esto significa téngase en cuenta que, en los sistemas
agroindustriales, la producción de una tonelada de trigo requiere 1.000 toneladas de
agua; 1 tonelada de pollos necesita 32 veces más; la relación de cerdos a trigo es de
65:1 y la de vacunos a trigo varía entre 100 y 200 a 1.
Si se toman en serio las situaciones anteriores cualquier decisión que se tome sobre las
aguas del territorio colombiano no solo es estratégica, sino que nos corresponde a todos.
Por ello deben precisarse en relación con el ciclo del agua, cuales son los bienes de uso
público que el artículo 63 de la Constitución declara inalienables, imprescriptibles e
inembargables. De allí nuestra propuesta de dar tal categoría a todas las aguas, en todas sus
formas y estados y a los cauces, lechos, playas y rondas, en procura de una mayor
protección y una menor vulnerabilidad a los cambios legislativos.
El temor de algunos de una apropiación del agua por parte de estas comunidades, con fines
de comercialización de la misma, resulta infundado por varias razones. En primer lugar
para los indígenas: “El agua es sustancia primordial que contiene la esencia de todo lo que
existe y de lo que existirá”10. Es por lo tanto sagrada, se asocia con la madre tierra y no es
susceptible de compraventa.
En segundo lugar, la propia Constitución en su artículo 329 establece que: “Los resguardos
son de propiedad colectiva y no enajenable”. Por consiguiente no resultaría posible
9
Véase Gian Carlo Delgado Ramos, “Agua: usos y abusos –La hidroelectricidad en mesoamerica”, Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM, 2006
10
Véase Clemencia Plazas, “Cosmovisión americana y usos ancestrales del agua”, en “Colombia: ¿un futuro
sin agua?”, Ecofondo – Foro Nacional Ambiental – Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2007.
jurídicamente la apropiación y comercialización del agua por parte de las comunidades
indígenas. Estas pueden desde luego usar el agua como usan el territorio de manera
colectiva y comunitaria. Debe recordarse que tales territorios, al igual que los colectivos de
las comunidades afrodescendientes, tienen un régimen de propiedad diferente al del resto
del territorio nacional. En ellos la tierra no es susceptible de apropiación privada ni de
enajenación, son propiedad de toda la comunidad y las parcelas que se asignan a las
familias para su uso no pueden comprarse y venderse.
Por el contrario los megaproyectos hidroelectricos y mineros, por ejemplo, que con
frecuencia se realizan o pretenden realizarse en territorios de comunidades indígenas y
afrocolombianas, si son verdaderos atentados contra estas culturas y contra los ecosistemas
y el agua. El reconocimiento de la integralidad del agua y la tierra no solo es justo con estas
comunidades sino que se constituye en un blindaje contra tales megaproyectos que se
apoyan en un desmembramiento de los elementos que constituyen el territorio. Actualmente
solo la consulta previa, frecuentemente desconocida y amañada, existe como una débil
barrera contra estos atentados.