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Tratado de la ONU que prohíbe apropiarse de la Luna

La Luna es un cuerpo celeste de enorme importancia en la cultura universal lo que


ha llevado a considerarle patrimonio común de la humanidad. Sin embargo, este
concepto se ha puesto en duda debido a que los Estados que han tenido la
posibilidad de realizar exploraciones en este satélite natural han planteado su
posible apropiación. Esto generó una preocupación dentro de varios países,
llevando a que en 1979 se presentara en el seno de las Naciones Unidas la
redacción del Acuerdo que debe regir las actividades de los Estados en la Luna.
Dentro esta normatividad se destaca el artículo 11, en el que se estableció un
innovador régimen que garantiza a todos los países el acceso equitativo a los
recursos que se hallen en la Luna. El documento recoge la libertad de exploración,
prohíbe ensayos y el despliegue de armas nucleares y de destrucción masiva y se
vetan maniobras y bases militares en el espacio.

Se establece que ni la Luna ni ningún otro cuerpo celeste está sujeto a "apropiación
por una demanda de soberanía, mediante el uso, la ocupación o por cualquier otro
medio", añade Di Pippo, responsable de la agencia de la ONU que vela por que se
cumpla este tratado, También prohíbe ensayos y el despliegue de armas
nucleares y de destrucción masiva y se vetan maniobras y bases militares en el
espacio, algo que nunca se ha violado en este último medio siglo, destaca la
experta.

el tratado establece que el espacio ultraterrestre, incluida la Luna y otros cuerpos


celestes, no podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de
soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera. Una posición que podría
enfrentar a EE.UU. con otros estados. “Declarar estas áreas como parte de un
parque nacional estadounidense podría ser percibido por otros países como un
reclamo de soberanía sobre la superficie lunar, lo que contradice al tratado”, añade
O’Leary.

Este Tratado también conocido como la Constitución del Espacio, fue aprobado el
19 de diciembre de 1966 y entró en vigor el 10 de octubre de 1967 y ha sido
ratificado hasta el momento por 103 Estados (Naciones Unidas, 2002). A pesar de
que no haya sido ratificado por la totalidad de Estados, no sería preciso afirmar que
carece de efectividad, pues en el Derecho Espacial el mecanismo del consenso
como ya fue desarrollado, implica coercitividad frente a las decisiones aprobadas, y
esta fuerza vinculante es ratificada posteriormente cuando entra en vigor la
Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados en 1980 (artículo 26). Así
mismo, el encontrarse enmarcado en la Carta de las Naciones Unidas (firmada por
todos los Estados), permite que la fuerza vinculante de ésta le sea extendida y se
genera un compromiso incluso de aquellos Estados que no hayan firmado el
Tratado, de materializar sus principios.

Artículo II del Tratado del Espacio de 27 de enero de 1967- Principio de la no


apropiación.

“El Espacio Ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, no podrá́ ser
objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni
de ninguna otra manera”. “Este principio de un espacio internacional que no
pertenece a nadie sino que pertenece a todos genera un espacio liso abstracto, de
carácter jurídico abierto a la exploración y a la obtención de beneficios comunes a
la humanidad” (Camargo, 2003 p.146).

Lo anterior, al establecer de manera explícita que ni el Espacio Ultraterrestre, ni la


Luna y otros cuerpos celestes, pueden ser reclamados por ninguna nación como
propios, no importa cuál sea el derecho invocado. Este principio reviste importancia
desde el momento en el cual el Tratado entra a regir, en la medida en que impide
que las dos potencias del momento desaten una guerra para declarar soberanía
sobre el espacio. Es pertinente mencionar que la existencia de este artículo también
impide que legislaciones nacionales internas de los países, puedan declarar
soberanía sobre el Espacio Ultraterrestre, en tanto “el principio de la no apropiación
presupone la no soberanía de ningún Estado” (Peña, s.f., pág. 10).

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