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Puedo decir como cualquiera, poniéndome una etiqueta como : soy ateo, agnóstico, escéptico o

creyente de alguna religión existente, pero en mi experiencia personal lo divido en dos, mi lado
racional, es el que no es capaz de creer en nada que no se pueda probar, y mi lado primitivo del cual
no se puede uno desprender, por más que quieras aparentar ante los demás que eres capaz de
liberarte de todos los atavismos y supersticiones ancestrales enraizadas en tu ADN. De esos
sentimientos perturbadores que aun te hacen temer a la oscuridad de la noche, los temblores de la
tierra, el rugir de las tormentas y todo lo aterrador de las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades
y la muerte misma, todo aquello que asustaba a nuestros ancestros primitivos y que los hizo buscar
algo superior que lo protegiera de estos temores, aún sigue latente en cada uno de nosotros, aunque
minimizado, casi invisible, pero que se agiganta cuando te toca estar frente a tus miedos más
profundos, entonces la razón enmudece, se evapora, te abandona y te deja solo y desnudo otra vez
como en los albores del homo sapiens.

Esta es por desgracia la condición del ser humano, de espaldas a lo desconocido y de frente a una
aparente realidad llena de preguntas mas que respuestas y aunque desalentadora, deprimente, no
se puede negar que podría ser la única verdad, la científica, la que se puede probar. Pero que sucede
cuando esta también empieza a tornarse en caótica como la física cuántica, la singularidad de los
agujeros negros, donde las leyes físicas tal como las conocemos ya no se aplican, entonces… ¿será
que volvemos a los tiempos medievales? Caminamos tanto solo para encontrar que existen
“lugares” por decirlo de alguna manera, donde todo es posible, será que al morir nuestra energía
termine allí, en una singularidad.

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