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GRADO DÉCIMO
ESTUDIANTE:____________________________ CURSO:_______ FECHA:_________________
INDICADORES DE LOGRO
Cada uno de nosotros lleva en su corazón un álbum de recuerdos, una galería digital de fotografías…
Memorias del pasado. Acontecimientos especialmente significativos de la vida. Hoy los podemos
recorrer de manera extraordinariamente viva a través de una cámara digital. Abre ahora ese álbum…
Echa a rodar la cámara…En compañía de Jesús, repasa el mayor número de acontecimientos. Amplía
con el zoom aquellos detalles que te parecen más importantes. Seguramente recordarás que son
acontecimientos muy diversos.
En la capilla y en silencio, responda las preguntas, de acuerdo con las indicaciones del
profesor, en hoja de trabajo.
1) ¿Cuáles son los que te causan más alegría?
¿Una buena noticia? ¿Un éxito alcanzado? ¿El sentirse verdaderamente amado? ¿El haber
sabido dominarte a ti mismo? ¿El haber realizado una obra buena en forma totalmente
desinteresada y gratuita?
Comparte esa alegría con Jesús…Bendícelo, alábalo, agradécele.
2) ¿Cuáles de esos acontecimientos te causan tristeza?
¿Un fracaso en la vida? ¿Un acontecimiento desgraciado? ¿Una equivocación importante? ¿Una
acción egoísta?
Asume estos acontecimientos como algo que no debe seguir haciéndote daño, envenenándote,
deprimiéndote…
Pide a Jesús la gracia de saber asimilarlos y superarlos.
3) ¿Cuáles son las fotografías que te causan más vergüenza?
¿Por qué te confunden? ¿Tu egoísmo? ¿Tu incoherencia entre lo que piensas y ,o que haces?
¿Tus intenciones inconfesables? ¿Tus acciones indignas de ser humano y de cristiano?
Entrégale a Jesús el álbum o la cámara digital. Manifiéstale tu arrepentimiento. Pídele perdón a Él y a las
personas a las cuales has ofendido, con las cuales has sido injusto.
4) Si fueras a organizar tus fotografías,
¿Cuáles conformarían tu álbum público?
¿Cuáles conformarían tu álbum privado?
¿cuáles conformarían tu álbum secreto?
(Tomado de Ejercicios Espirituales para Profesores del Colegio San Pedro Claver 2010. P.
Gerardo Remolina S.J.)
SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN
A lo largo de la historia de la humanidad puede constatarse cómo el ser humano, a causa de su
experiencia existencial, ha adquirido conciencia de sus limitaciones, fragilidad y contingencia, a pesar de
sus naturales ansias de perfección. Todos los seres humanos, en efecto, han deseado la inmortalidad,
pero comprueban cómo su existencia llega a un final; ninguna persona de manera consciente busca el
error, pero en la práctica realiza infinidad de acciones que demuestran su imperfección y fragilidad.
En tanto que el ser humano descubre su imperfección, poco a poco va intuyendo la existencia de un ser
superior, inmortal y perfecto, que fijó en su interior unas normas de comportamiento; en él encuentra
explicación de su existencia. Al mismo tiempo comienzan a aparecer los sentimientos de remordimiento y
pesar cuando considera que no ha actuado de manera correcta. Es en este momento cuando surgen casi
de manera espontánea algunos ritos de penitencia tendientes a reconciliar al ser humano con la
divinidad: los seres humanos de todos los tiempos y todas las culturas se inclinan, entonces, ante el ser
superior para manifestar su arrepentimiento y dolor por el mal realizado. Así, por ejemplo:
Otros pueblos ofrecían sacrificios de seres vivos a la divinidad, para reconciliarse con ella y recuperar la
paz y armonía interior.
Experiencia Cristiana
En un tema anterior analizamos que para los cristianos y las cristianas el pecado es la negación del Plan
de Salvación, el alejamiento de la amistad con Dios. La misión de Cristo en el mundo consistió en
reconstruir las relaciones del ser humano con su Padre y Creador; en esto consiste la salvación; por eso
se puede constatar cómo en los Evangelios aparece Jesús no sólo sanando enfermedades físicas, sino
también perdonando pecados, es decir, sanando espiritualmente a las personas, para que puedan vivir
con plenitud su relación con Dios: "Hijo, ten confianza, tus pecados te son perdonados... levántate,
toma tu camilla y vete a tu casa" (Mt. 9,6).
De la misma manera que los hombres y mujeres de la antigüedad ofrecían sacrificios a la divinidad para
reconciliarse con ella, Jesús ofreció toda su vida al Padre para que toda la humanidad pudiera vivir en
libertad y armonía; con su pasión y muerte pagó un precio alto para que todos los seres humanos
pudiéramos recobrar la vida, de ahí que pueda afirmarse que la Pascua de Cristo reconcilia al ser
humano.
Sólo Dios puede perdonar pecados y precisamente por eso Jesús,
Hijo de Dios, con toda autoridad perdonó a quienes manifestaban
su arrepentimiento. Después de la resurrección, Cristo comunicó a
su Iglesia el poder de perdonar los pecados mediante el
sacramento de la Reconciliación; "Como el Padre me envió,
también yo los envío... Reciban el Espíritu Santo; a quienes
perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengan, les quedan retenidos" (Jn. 20,21-22). Es decir,
Cristo quiso que la Iglesia fuera signo e instrumento por medio del
cual los cristianos y las cristianas recobraran su amistad con Dios
y con sus hermanos. Por ello la comunidad cristiana encuentra en
el sacramento de la Reconciliación el camino ordinario para
obtener el perdón de los pecados cometidos después del Bautismo, teniendo en cuenta que es tan
grande la misericordia del Padre Dios, que no existe pecado alguno que no pueda ser perdonado,
siempre y cuando el ser humano manifieste sincero arrepentimiento y deseos de cambiar de vida.
Es importante tener en cuenta que para que la Reconciliación sea efectiva se requiere una auténtica
conversión. Convertirse significa cambiar de vida, dejar el camino del mal y el pecado, y volver a orientar
los pasos por el camino de Dios; convertirse es dar la espalda a los valores de la muerte, para
comprometerse con la vida de Dios. Pero el corazón del ser humano es de piedra, rudo y endurecido; por
eso con las solas fuerzas humanas resulta imposible la verdadera conversión; es necesario que Dios dé
al hombre y a la mujer un corazón nuevo (cfr. Ez. 36,26-27). Es decir, la conversión es un don de Dios;
sin la fuerza divina resulta imposible al ser humano reconstruir la amistad con Dios.
Fiel a la misión recibida de Cristo de perdonar los pecados, la Iglesia ha ejercido este poder a lo largo de
los siglos de varias formas: "Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos y cristianas
que habían cometido pecados particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría,
homicidio o adulterio) estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían
hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante largos años, antes de recibir la
reconciliación. A esta 'orden de los penitentes' sólo se era raramente y, en ciertas regiones, una sola vez
en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados por la tradición monástica de Orien-
te, trajeron a Europa continental la práctica 'privada' de la Penitencia, que no exigía la realización pública
y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se
realiza desde entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica
preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así el camino a una recepción regular del
mismo. Permitía integrar en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los
pecados veniales. A grandes líneas, ésta es la forma de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros
días" (Catecismo de la Iglesia católica, No. 1447).
Lo que se ha dicho de los sacramentos en general, puede afirmarse igualmente del sacramento de la
Reconciliación: se trata de una serie de signos sensibles por medio de los cuales el cristiano o la cristiana
expresa su dolor y arrepentimiento por haber abandonado la amistad con Dios y su sincero compromiso
de cambiar de vida, y la Iglesia manifiesta, a través de la absolución que da el ministro, la misericordia de
Dios que perdona todos los pecados. Puede decirse, entonces, que en el sacramento de la
Reconciliación hay dos signos fundamentales: por un lado, la actitud de arrepentimiento expresada al
confesar los pecados al sacerdote, y por otro, la absolución que el ministro sagrado confiere a quien se
acerca con actitud de contrición y dolor.
Para la adecuada celebración del sacramento de la Reconciliación se requieren unos actos tanto por
parte del penitente y como del ministro sagrado. Los actos del penitente son: el examen de conciencia, la
contrición de corazón, la confesión de los pecados y la satisfacción. De manera breve, conviene analizar
el sentido de cada uno de dichos actos:
EXAMEN DE CONCIENCIA. Este examen consiste en una preparación próxima a la recepción del sacramento.
Se trata de la revisión de todos los aspectos de la vida a la luz de las enseñanzas morales contenidas en
los Evangelios y las cartas de los Apóstoles.
CONTRICIÓN DE CORAZÓN. Es el dolor que debe producir en el cristiano o la cristiana el haber abandonado la
amistad con Dios; la contrición implica el rechazo explícito del pecado y la sincera resolución de tratar de
no volver a cometerlo. Como ya se expresó, tanto el arrepentimiento como la conversión son dones de
Dios que los cristianos y las cristianas deben pedir con fe y constancia.
CONFESIÓN DE LOS PECADOS. Esta confesión es un aspecto fundamental del sacramento de la Reconciliación;
por medio de ella, el cristiano o la cristiana expresa su arrepentimiento y declara ante la comunidad de la
Iglesia, representada por el ministro sagrado, todos los actos con los cuales rompió las relaciones con
Dios, con los hermanos, con la naturaleza y consigo mismo(a).
SATISFACCIÓN DE OBRA. La satisfacción de obra es la actitud sincera de reparar en parte el mal hecho a causa
del pecado; el sentido de este acto es ser una verdadera "expiación", que puede reflejarse en oraciones,
ofrendas, obras de caridad y misericordia, sacrificios, obras de servicio a la comunidad,...
De otro lado, el acto que realiza el ministro de la Iglesia es la absolución. Ésta constituye el otro aspecto
fundamental del sacramento de la Reconciliación. Por medio de ella se expresa la misericordia de Dios
que perdona los pecados y realiza la reconciliación de los pecadores por los méritos de la Pascua de
Cristo y el don del Espíritu Santo. La fórmula de la absolución que utiliza la Iglesia en la actualidad es la
siguiente: "Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de
su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la
Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Catecismo de la Iglesia católica, No. 1449).
Analicemos el siguiente texto de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios y redactemos algunas
conclusiones válidas para la vida de los cristianos y las cristianas:
"Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de
Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo
estaba Dios Reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los seres
humanos, sino poniendo en nuestros labios la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de
Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos
con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de
Dios en él. Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia
de Dios" (2 Cor. 5,1 7-6,1). (Tomado y adaptado de Proyecto de Vida 9, Santillana. CONACED. Pg.94-98)
Unción de los
enfermos.
Realice la lectura del anexo (audiotexto), presentado por el profesor en la clase: “Las prostitutas van
adelante” de la serie “Un tal Jesús, la buena nueva contada al pueblo latinoamericano”.
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¡Evitemos la destrucción!
Plantee por lo menos dos acciones que impidan la destrucción a que se ve abocada nuestra
sociedad, de acuerdo con lo reflexionado hasta el momento en clase. Para ello resuelva las
siguientes interrogantes o cuestiones:
Esta es mi propuesta
Profundice y ore…
“...Mientras Leonardo da Vinci pintaba La última cena, se enfadó con cierto hombre, perdió los estribos y le dirigió
unas palabras hirientes. Al reanudar su tarea, intentó pintar el rostro de Jesús, pero como estaba tan enojado no
logró serenarse para realizar esa labor con la necesaria minuciosidad. Finalmente, soltó los pinceles y buscó al
hombre con el que se había enemistado y le pidió perdón. Este lo perdonó y Leonardo se puso manos a la obra y
pudo terminar el rostro de Jesús. Es difícil estar enojado con alguien cuando se contempla el rostro de Jesucristo.
Si guardamos rencores y no perdonamos es porque perdemos de vista al Señor…”.
Congregación Hope
“…Se necesita una gracia sobrenatural y divina para perdonar y dejar que Dios sane nuestras heridas espirituales.
La naturaleza humana nos inclina a querer tomarnos la justicia por nuestra mano castigando a quien nos hizo
daño, o por lo menos haciéndole sentir el mal que nos haya hecho. Jesús nos enseñó a orar así: «Perdona
nuestras ofensas, así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Sin la ayuda de Él, ni siquiera
podemos rezar esa oración. Dios no solo puede darnos la gracia para perdonar, sino también para olvidar. Con Su
ayuda, podemos hacer caso omiso de las ofensas, dejarlas de verdad atrás y no volver a hablar de ellas. Así es el
amor divino y sobrenatural que todo lo abarca y que solo Jesús puede dar. De esa forma nos ama. Gracias,
Jesús…”
David Brandt Berg