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El Tahuantinsuyo había logrado un alto nivel de desarrollo económico, que se explica por el
carácter que adoptó el trabajo, en la vida de la sociedad incaica. Esta se basaba
preferentemente en dos principios RECIPROCIDAD Y REDISTRIBUCIÓN. La
economía inca estuvo basada en un sistema de múltiples reciprocidades. Este permitió un
intercambio sustentado en las prestaciones de trabajo que se organizaba mediante relaciones
de parentesco. En el Tahuantinsuyo no existieron la moneda, el mercado, el comercio ni el
tributo, como los conocemos actualmente. Así, la riqueza y la pobreza dependían de la mano
de obra al alcance de una comunidad y no de la cantidad de bienes que acumulaba un
individuo. En termino andinos, una persona pobre o huaccha – que en lengua quechua
significa” huérfano” – era aquella que no tenía parientes.
LA RECIPROCIDAD
Estos factores determinaban las escalas y formas en que se disponían las ocupaciones
productivas, por lo que la distribución de las poblaciones se relacionaba con los recursos
disponibles. Así, el tiempo que los individuos dedicaban a la producción de bienes podía ser
diariamente en tareas bien determinadas. Esto acaecía, tanto en las labores familiares como
en las comunales y estatales, de continuo dentro de un calendario prefijado de acuerdo al
devenir de las estaciones del año. Con todo, había días favorables y desfavorables para el
trabajo, ya fuese para la consecución de alimentos, realización de funerales y de actos
mágico-ceremoniales. Así, por ejemplo, pensaban que la aparición de la luna llena favorecía
la siembra, el corte de madera y techado de edificios.
De esta manera, el Inca aseguraba la mano de obra (reciprocidad) que generaba excedentes
en la producción, que más tarde regresaban a los grupos vinculados al imperio en forma de
“regalos” (redistribución). Así, se aseguraba a la población la satisfacción de sus necesidades
y la protección de las autoridades.
El Ayni: Fue el trabajo recíproco entre los miembros del ayllu. Recordemos que a un ayllu
lo podemos entender, en la actualidad, como una familia extensa. Nuestro concepto reducido
de familia (padre, madre e hijos), no es el concepto que nuestros antepasados manejaban. En
la actualidad, aún se pueden apreciar estos hábitos entre los miembros de una comunidad,
en la región andina.
La Mita: Trabajo obligatorio por turnos en favor del Estado Imperial del Tahuantinsuyo. Lo
realizaban los hombres casados comprendidos entre los 18 y 50 años de edad. Mediante este
sistema, se construían: Fortalezas, templos, caminos, puentes, explotación de minas, tambos,
acueductos, canales de irrigación, andenes, etc.
En el primer punto hablamos de la gran importancia de la reciprocidad y los lazos de
parentesco, explicaremos el otro elemento importante en el éxito del sistema económico
incaico.
LA REDISTRIBUCIÓN
En el presente rubro, hay que considerar a las recompensas que, mediante la figura de las
redistribuciones, recibían los diferentes actores o agentes del proceso productivo directo e
indirecto. Tales gratificaciones bien podían ser obtenidas mediante el reparto de un producto
colectivo (por ejemplo, de una cosecha de maíz) o por una remuneración proveniente de
otros bienes, cuando el producto resultaba imposible de ser divisible, como en la situación
de una balsa o de una casa. Tales indemnizaciones las recibía el trabajador como una
ganancia de su trabajo en las mitas agrícolas, ganaderas, o artesanales.
En este sistema, como se ha visto, varias personas e instituciones podían obtener provecho
de la energía de una sola familia, a la que retribuían. Pero se sacaban más beneficios de los
miles de brazos o, mejor dicho, de multitudes en tareas agrícolas, ganaderas, mineras,
militares, textiles. En la referida situación, casi toda la riqueza se concentraba bajo el poderío
del jefe, quien devolvía parte de ella en bien de los mitayos en momentos de crisis para
auxiliar a la comunidad entera, proporcionalmente a la magnitud de los infortunios. Realidad
que mantenía y acentuaba la diferencia de estatus y de clase. No olvidemos que la
redistribución funcionaba, sobre todo, en las mitas, entre gente que laboraba en equipos y en
medio de turnos distribuidos en riguroso orden, a nivel comunal, en concordancia a las
edades de las personas. Todo hatunruna (campesino), no en una sino en varias etapas de su
vida, tenía que ser útil al Imperio. La totalidad de los ayllus de la etnia estaba compelida a
prestar servicios en ventaja del Estado, ocupándose en alguna labor en el entorno de sus
propias etnias o en lugares distantes. Entonces, la mita no venía a ser otra cosa que la
extracción de un plus-trabajo por el Estado, regulado por tandas. Conformaba la carga
tributaria que el Imperio reclamaba a las comunidades o etnias, para retornarles como
“salario” o redistribución solo una porción. Así, daba la impresión de que todos los
miembros hábiles de los ayllus compartían el producto de manera equitativa.