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4.

- ¿EN QUÉ CONSINTIÓ EL ÉXITO DEL SISTEMA DEL


TAHUANTINSUYO?

El Tahuantinsuyo había logrado un alto nivel de desarrollo económico, que se explica por el
carácter que adoptó el trabajo, en la vida de la sociedad incaica. Esta se basaba
preferentemente en dos principios RECIPROCIDAD Y REDISTRIBUCIÓN. La
economía inca estuvo basada en un sistema de múltiples reciprocidades. Este permitió un
intercambio sustentado en las prestaciones de trabajo que se organizaba mediante relaciones
de parentesco. En el Tahuantinsuyo no existieron la moneda, el mercado, el comercio ni el
tributo, como los conocemos actualmente. Así, la riqueza y la pobreza dependían de la mano
de obra al alcance de una comunidad y no de la cantidad de bienes que acumulaba un
individuo. En termino andinos, una persona pobre o huaccha – que en lengua quechua
significa” huérfano” – era aquella que no tenía parientes.

LA RECIPROCIDAD

La producción compelía a una organización para transformar los recursos en bienes o en


servicios para usarlos y satisfacer las aspiraciones de los campesinos, del sacerdocio, de los
gobernantes y del Estado. Cualquier esfuerzo realizado con el mencionado fin caía dentro
de la categoría de producción, como acontecía con el transporte de materiales de un lugar a
otro, en cuya actividad demostraban conocer procesos y conocimientos, es decir,
aprovechaban la tradición, la tecnología y el conocimiento del medio ambiente (recursos
potenciales, bosques, tierras sin usar, agua utilizable para riegos, métodos para explotarlos).

Con sus actividades productivas buscaban: 1° auto proporcionarse bastimentos para la


subsistencia; 2° bienes para regalar a los parientes; 3° bienes para satisfacer otras
obligaciones sociales, verbigracia, obsequios a los superiores y a los padres de la futura
esposa; 3° ofrendas a los ancestros, espíritus y divinidades; 4° el intercambio con productos
vegetales, animales y minerales de otras ecologías cercanas y lejanas; 5° la reserva de
semillas para la próxima siembra; y, 6° excedentes para situaciones de emergencia,
almacenados en depósitos.

Estos factores determinaban las escalas y formas en que se disponían las ocupaciones
productivas, por lo que la distribución de las poblaciones se relacionaba con los recursos
disponibles. Así, el tiempo que los individuos dedicaban a la producción de bienes podía ser
diariamente en tareas bien determinadas. Esto acaecía, tanto en las labores familiares como
en las comunales y estatales, de continuo dentro de un calendario prefijado de acuerdo al
devenir de las estaciones del año. Con todo, había días favorables y desfavorables para el
trabajo, ya fuese para la consecución de alimentos, realización de funerales y de actos
mágico-ceremoniales. Así, por ejemplo, pensaban que la aparición de la luna llena favorecía
la siembra, el corte de madera y techado de edificios.

Los lazos de parentesco conformaban la base de las correspondencias económicas. Los


bienes de una familia dependían de la ayuda de otros miembros de su parentela. De modo
que resultaba común ver a los yernos trabajando en provecho de sus suegros, como gratitud
por haber recibido a una de sus hijas en calidad de cónyuge, además de haberles ya
compensado con algunos objetos, granos y bebidas. Se trata de servicios de razón social,
pues son retribuciones inmediatas y directas de carácter económico.

De esta manera, el Inca aseguraba la mano de obra (reciprocidad) que generaba excedentes
en la producción, que más tarde regresaban a los grupos vinculados al imperio en forma de
“regalos” (redistribución). Así, se aseguraba a la población la satisfacción de sus necesidades
y la protección de las autoridades.

La reciprocidad y la redistribución se desarrollaron en los Andes a través de sistemas de


trabajo como la minca, el ayni y la mita.

El Ayni: Fue el trabajo recíproco entre los miembros del ayllu. Recordemos que a un ayllu
lo podemos entender, en la actualidad, como una familia extensa. Nuestro concepto reducido
de familia (padre, madre e hijos), no es el concepto que nuestros antepasados manejaban. En
la actualidad, aún se pueden apreciar estos hábitos entre los miembros de una comunidad,
en la región andina.

La Minca: Trabajo colectivo para beneficio de la comunidad, además de la realización de


labores en las tierras correspondientes al Inca y al Sol. Recordemos que la panaca y la
nobleza en el Tahuantinsuyo, se dedicaban a otras labores como las administrativas o
religiosas, para quienes les iban dirigidas estas labores.

La Mita: Trabajo obligatorio por turnos en favor del Estado Imperial del Tahuantinsuyo. Lo
realizaban los hombres casados comprendidos entre los 18 y 50 años de edad. Mediante este
sistema, se construían: Fortalezas, templos, caminos, puentes, explotación de minas, tambos,
acueductos, canales de irrigación, andenes, etc.
En el primer punto hablamos de la gran importancia de la reciprocidad y los lazos de
parentesco, explicaremos el otro elemento importante en el éxito del sistema económico
incaico.

LA REDISTRIBUCIÓN

En el presente rubro, hay que considerar a las recompensas que, mediante la figura de las
redistribuciones, recibían los diferentes actores o agentes del proceso productivo directo e
indirecto. Tales gratificaciones bien podían ser obtenidas mediante el reparto de un producto
colectivo (por ejemplo, de una cosecha de maíz) o por una remuneración proveniente de
otros bienes, cuando el producto resultaba imposible de ser divisible, como en la situación
de una balsa o de una casa. Tales indemnizaciones las recibía el trabajador como una
ganancia de su trabajo en las mitas agrícolas, ganaderas, o artesanales.

De manera que la redistribución conformaba una manera de circulación de bienes y


servicios; con una trama de connotaciones, en la cual se movían intereses sociales y políticos
que dinamizaban y enlazaban las actividades económicas con las relaciones de trabajo.

En este sistema, como se ha visto, varias personas e instituciones podían obtener provecho
de la energía de una sola familia, a la que retribuían. Pero se sacaban más beneficios de los
miles de brazos o, mejor dicho, de multitudes en tareas agrícolas, ganaderas, mineras,
militares, textiles. En la referida situación, casi toda la riqueza se concentraba bajo el poderío
del jefe, quien devolvía parte de ella en bien de los mitayos en momentos de crisis para
auxiliar a la comunidad entera, proporcionalmente a la magnitud de los infortunios. Realidad
que mantenía y acentuaba la diferencia de estatus y de clase. No olvidemos que la
redistribución funcionaba, sobre todo, en las mitas, entre gente que laboraba en equipos y en
medio de turnos distribuidos en riguroso orden, a nivel comunal, en concordancia a las
edades de las personas. Todo hatunruna (campesino), no en una sino en varias etapas de su
vida, tenía que ser útil al Imperio. La totalidad de los ayllus de la etnia estaba compelida a
prestar servicios en ventaja del Estado, ocupándose en alguna labor en el entorno de sus
propias etnias o en lugares distantes. Entonces, la mita no venía a ser otra cosa que la
extracción de un plus-trabajo por el Estado, regulado por tandas. Conformaba la carga
tributaria que el Imperio reclamaba a las comunidades o etnias, para retornarles como
“salario” o redistribución solo una porción. Así, daba la impresión de que todos los
miembros hábiles de los ayllus compartían el producto de manera equitativa.

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