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afuera de la puerta un cartel que decía: Onetti no está. Entonces la gente que
únicas. Uno era argentino: Roberto Arlt. Dos eran extranjeros: uno polaco y otro
interesado en que los demás se interesaran por él. En silencio fue publicando algunos
de sus cuentos hasta editar su primera novela, El pozo, escrita en un fin de semana
motivado por la rabia de no tener qué fumar (a raíz de una veda de tabaco). Con este
está todo. Y a la vez no hay nada sino un gran vacío. Un vacío que nos contiene.
Madrid. Lo hizo con la mujer que sería la compañera de su vida: Dorotea Muhr,
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Dolly, su ignorado perro de la dicha. Nunca sabremos, nadie puede saberlo (tal vez
Dolly sí) lo que significó eso para Onetti. Tal vez por eso la descarnada declaración
personaje de Beckett, acostado, inmovilizado. Tomando una actitud que parece poner
lucidez así puede ser paralizante, y obligar al que la experimenta a la no acción, como
requisito para dejar surgir otro mundo, frondoso, imaginario y, sin embargo, en
algunos aspectos más real. «Así, imaginando que invento todo lo que escribo, las
cosas adquieren un sentido, inexplicable, es cierto, pero del cual sólo podría dudar si
menos, nada más que una extensión de playa, de campo, junto al río. Yo inventé la
puse el paseo junto al muelle, determiné el sitio que iba a ocupar la Colonia».
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al mismo tiempo la vida interna del personaje que narra —o es narrado—, y que eso
frontera entre poesía y prosa, entre sentido y sonido. Esa paradoja de provocar placer
Pero no hay salvación posible, ni para el autor ni para el narrador ni, por ende,
para el lector. Todo termina en fracaso. Las acciones, las empresas, las relaciones,
todo queda sin concluir, sin realizarse, presa de la decadencia y el olvido en los
relatos de Onetti. Siempre habrá una añoranza de lo perdido, de lo que fue y de lo que
pudo haber sido. Es una escritura del desencanto, llevada adelante por un escritor
valiente y honesto que tiene siempre a su lado la sombra de la muerte, que encara la
«Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en
Esta historia de un alma debería ser, por supuesto, la propia. Para lograr un
dominio absoluto del lenguaje para crear un relato que llene el vacío de sentido de la
vida real, estableciendo la verdad en (y de) una vida ficcional. En este sentido Onetti
tiene una fe sin reservas en el poder del arte, en la magia de su oficio de palabras. Se
aboca a crear un mundo que gira alrededor de esa ciudad, Santa María, por la que
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de todas las contradicciones que pueden sostener, reducidos a una supervivencia
de su vida, hasta que cansados de ser testigos de su propio envilecimiento, más allá de
todo, dicen basta y son capaces de prender fuego a la ciudad, terminar con toda la
mitología de una vez y también con su vida. Eso, claro, cuando ya no importe.
Por otra parte, está la aventura del lector. Todo aquel que se embarque (o se
sumerja, más bien) en la lectura de la obra de Onetti sentirá que siempre hay algo que
no se dice, se verá persiguiendo un misterio secreto que nunca podrá ser alcanzado. Y
en esa ambigua sensación reside uno de los más refinados placeres de la lectura.
Perseguir una promesa que siempre está a punto de revelarse pero nunca se concreta.
el lector percibe que hay un autor intentando crear una obra única, una experiencia
crear una vida más verdadera, más grande que la vida. Un anhelo expresado por el
inacabado: «Ahora yo quiero pintar una ola, pintar una ola. Descubrirla por sorpresa.
Tiene que ser la primera y la última. Una ola blanca, sucia, podrida, hecha de nieve y
inconcluso para completarlo sabiendo que nunca podrá hacerse. Un lector que se
acerca para ver entre los pliegues del texto lo que no está, lo que se esconde detrás de
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lo dicho. Lo que la historia ha escamoteado y sin embargo forma parte de ella. Un
(nunca mejor dicho). También, cómo no, un lector valiente. Un lector puro (según
dice Piglia), para quien la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida.
Este lector onettiano ha sido creado, en buena medida, por el mismo Onetti.
literatura, Onetti fue exigiendo el mismo compromiso a sus lectores. Fue elevando la
vara que había que saltar para entrar en su imaginario. Y para esos lectores, para los
que la aventura de leer vale la pena y se equipara con la vida, Onetti está. Más allá de