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Billy Budd: ¿arquitectura del deseo o

«morality»?
POR DANIEL ARANAEL 5 DICIEMBRE, 2016

Disponible en: http://amanecemetropolis.net/billy-


budd-herman-melville-arquitectura-del-deseo-
laberinto-revolucionario/

Las novelas de Herman Melville (1819-1891), nos dice


Pérez Gállego, «son siempre un cúmulo de situaciones
[…]novelas en las que, a pesar de la limitada
dimensión donde a veces ocurre, tienen lugar muchas
cosas»[1].

Desde luego que Billy Budd, Sailor (1924)[2], texto


inconcluso de Melville, nos ofrece una prosa
intrincada, entre oraciones llenas de alusiones
históricas, religiosas y mitológicas; y conscientemente
desafiladas por circunloquios y perífrasis. ¿Pero cuál es
el tema central, más allá de la acusación y condena a
muerte que sufre el joven Billy Budd? Nos parece que
debemos focalizar lo que parece subyacer a lo largo de
esta novella: el deseo entre los hombres y las
perversiones creadas por la prohibición de dicho amor.
La moral oscila entre dos puntos, la necesidad del orden por encima de todo y a toda costa (totalitarismo) o
revolución (lo natural contra toda prohibición de la primacía absoluta del hombre).

Se nos plantea un problema de la palabra, si bien la trama es bastante simple: durante las Guerras Napoleónicas, un
joven y apuesto marinero, expósito de origen misterioso y de indomable inocencia llamado Billy Budd, es reclutado,
de forma obligatoria, en el barco Bellipotent. Allí todos le aprecian, a excepción del maestro de armas, John Claggart.
En la atmósfera paranoica de motín que rodea la Revolución Francesa y sus secuelas, Claggart acusa a Billy de
conspirar contra el orden. Cuando el aristocrático capitán Vere le conduce ante Claggart para responder a la
acusación, un balbuceante Billy mata repentinamente a Claggart de un solo golpe. Vere convoca un tribunal
improvisado, en el que él es el único testigo y se asegura de que Billy sea condenado. Poco después, Billy es
ahorcado y sus últimas palabras son: «¡Dios bendiga al capitán Vere!»[3].

Este resumen, empero, no da cuenta de la inmensa carga de alusiones y cuestiones sugeridas con que Melville carga
su novella. A Billy se le compara con todo tipo de figuras míticas, desde Cristo a Apolo, pasando por Adán o Isaac;
con la belleza rústica de una virgen vestal, un tahitiano «bárbaro» o un sajón antiguo. El resultado es que Billy
representa a la naturaleza previa al gran pecado, digamos a lo mejor de la humanidad, aunque ofrezca una tara en
las dos artes civilizatorias, que siguieron a la Caída: el conocimiento y el lenguaje. En cuanto a Claggart, parece
bastante patente su interés sexual en el joven Billy:

«Al día siguiente un incidente sirvió para confirmar a Billy en su incredulidad con respecto al extraño resumen del
danés acerca del caso consultado. A mediodía, el barco navegaba con mucho viento, meciéndose en su ruta, y él se
hallaba abajo, cenando y enfrascado en una amena charla con los miembros de su rancho, cuando,
desafortunadamente, en un repentino vaivén, se le derramó todo el contenido de su plato de sopa sobre la cubierta
recién fregada. Claggart, el maestro de armas, bastón de reglamento en mano, pasaba en ese momento por la
batería, en uno de cuyos compartimentos estaba instalado el rancho, y el líquido grasiento se corrió justo por su
camino. Pasándole por encima, iba a proseguir el camino, sin comentario alguno, dado que el asunto, vistas las
circunstancias, no merecía mayor atención, cuando se dio cuenta de quién lo había derramado. Su semblante
cambió. Se detuvo, estuvo a punto de lanzar una exclamación airada al marinero, pero se contuvo, y apuntando a la
sopa que se escurría, desde atrás le dio jocosamente un ligero golpe en la espalda con el bastón, diciéndole con una
grave voz musical, típica en él según qué ocasiones: -Muy hermoso, muchacho. Tanto como el que lo hizo.»[4]

El narrador de Melville trata de explicarnos «¿qué le pasaba al maestro de armas?»[5] y termina refiriéndonos hacia
el bíblico misterio de la iniquidad (Tesalonicenses 2:7). El deseo de Claggart está claro, por más que Melville se rodee
de un lenguaje tan preciso como difícil:

«En una lista de definiciones incluidas en una auténtica traducción de Platón, lista que se le atribuye, se dice:
«Depravación natural: depravación acorde con la naturaleza», definición que, aunque suena a calvinismo, de ningún
modo extiende el dogma calvinista a toda la humanidad. Evidentemente, su intención la hace aplicable sólo a los
individuos. No proporcionan muchos ejemplos de esta depravación las horcas y las cárceles. En todo caso, para
ejemplos destacados, hay que ir a buscar en otros lugares, ya que éstos no tienen la vulgar amalgama de la bestia en
ellos, sino que, invariablemente, están dominados por el entendimiento. La civilización, en especial si es de las de
tipo austero, favorece esa depravación, la cual se esconde bajo el manto de la respetabilidad. Tiene ciertas virtudes
negativas que le sirven como auxiliares silenciosas. Nunca permite que afloren. No es ir demasiado lejos decir que
carece de vicios y pecados menores. Hay un orgullo extraordinario en ella que los excluye. No es mercenaria ni
avara. En síntesis, la depravación de la que aquí se habla no participa en absoluto de lo sórdido o sensual. Es seria,
pero libre de acritud. Aunque no lisonjea a la humanidad, nunca habla mal de ella.»[6]

Que se nos hable de depravación natural, dirá Leslie Fiedler[7], sólo puede contraponerse a la inocencia natural que
representa Budd. Estaríamos hablando, por tanto, de una nueva morality, donde el reto que se plantea Melville -
profundizar en las complejidades de la existencia humana- lo lleva a cabo evitando las superficialidades más obvias y
sumiéndose en misterios decididamente mayores. A diferencia de sus anteriores historias marinas, Billy Budd se
concentra en el entorno a bordo del barco. Su comprensión del microcosmos de la nave en la que el capitán alcanza
la altura de un Dios, le lleva a investigar los fundamentos éticos y morales de la justicia a través de los ojos de un
marinero común.

Así pues, para una nación que había sufrido la paranoia agonizante de una guerra civil, Billy, como muchas personas
atrapados en un conflicto de lealtades, representa dos modos posibles de la moralidad: como miembro de la marina
británica, le debe lealtad a la bandera y a la nación que representa. Pero desde el punto de vista personal, es un ser
civilizado que debe fidelidad al orden y decoro, y por eso, cuando la posición pública entra en conflicto con el ámbito
privado, Billy debe violar una para aplacar a la otra. Julio García Caparrós especifica, sobre esto, que el dibujo de la
potencia del mal es lo que constituye la singularidad significativa de esta novella[8]. Al asesinar accidentalmente a
Claggart, Billy pone en la picota al capitán Vere, que ha llegado a amar a Billy como a un hijo. El capitán, también
víctima en este escenario complejo, se ve obligado a ejercer su autoridad militar a pesar de que la ejecución no
corregirá lo que Billy ha hecho. Y es que la ironía de esta situación miserable reside en que las leyes impersonales,
aplicadas al delito de Billy, no pueden sino conducirlo hasta la muerte. Así es ahorcado un militar y ciudadano
público, aniquilando de tal modo el alma privada que acalló el mal -Claggart- con un involuntario golpe de su puño.

El narrador, intentando la representación creíble de un filósofo conservador, deja suficientes pistas en su retórica
laberíntica para ayudarnos a encontrar nuestro camino hacia el pretendido significado revolucionario. En concreto, y
volviendo al deseo que experimenta Claggart hacia Billy, su satisfacción sensual al rozarle con la vara de mando atrás
(from behind, que resulta mucho más explícito, es lo que nos dice Melville en el original), es lo único no corrupto en
él mismo. Más tarde oímos que «Claggart hubiese sido incluso capaz de amar a Billy, a no ser por el destino y la
maldición» [9]. ¿Qué ocurre, entonces, con el complejo maestro de armas?

Precisamente que es demasiado civilizado, demasiado intelectual, demasiado refinado: todo lo que Billy no es.

Nos parece que Melville hace aquí una inversión impresionante, no sólo de la cultura homofóbica sino incluso del
homoerotismo platónico de fin de siglo, cuyos escritores, marcadamente gais, se dedicaron a escribir ficciones
enormemente idealizadas en las que hay también una importante represión, un mirar sin tocar (El Retrato de Dorian
Gray, La Muerte en Venecia…). Según Melville, en este modo anti-Platónico, el deseo homosexual, en su más sensual
variedad, es tan fresco como la naturaleza virgen, las tribus pre-cristianas, la mitología griega y el cuerpo de Cristo,
mientras que su proscripción -o incluso la sublimación- es el trabajo antinatural de la civilización de la guerra.

Una vez que entendemos esto, estamos dispuestos a cuestionar los discursos de un intelectual reaccionario como el
capitán Vere, sobre la necesidad de subestimar la naturaleza y el sentimiento para preservar el orden. Lo que es
más, según la lectura sobre el deseo que hace la novella de Melville, podemos percibir el apetito de Vere hacia Budd,
tal vez el principal secreto oculto por su papel de mistagogo del poder. Podríamos decir que Billy Budd es casi una
falsa palinodia, revestida de ficción profundamente irónica, y donde se nos pide alterar sus significados aparentes
hasta que veamos que lo que parecía una defensa trágica del realismo más estricto es, en realidad, un romance
revolucionario, frustrado empero por el trabajo de guerra y civilización. Lo hay incluso en la crítica hacia las
instituciones y las maneras que Vere defiende, estructurada en forma narrativa:

«La simetría de la forma, alcanzable en la ficción pura, no se consigue tan fácilmente en una narración que
esencialmente tiene que ver menos con la fábula que con la realidad. La verdad contada de modo inflexible tendrá
siempre sus lados escabrosos; de allí que la conclusión de ese tipo de narración resulte menos acabada que la de un
pináculo arquitectónico.»[10].

Pero la ironía es como una fuerza mercenaria: no es necesariamente fiel al que la ha contratado, y las dificultades,
por tanto, siempre son posibles. ¿Dónde termina la falta de fiabilidad del narrador? La novella concluye con una
balada que conmemora la última noche de Budd antes de su ahorcamiento y nos ofrece a un marinero maduro,
sofisticado, que juega con las palabras y además heterosexual, no el otro Budd que hemos conocido.

Si ésta es la opinión del marinero común, del pueblo, entonces ¿cómo interpretar las temáticas queer de la novella,
que el pueblo rechaza? ¿Pero se puede confiar en ellos, después de todo? Además, ¿no choca el rousseaunismo de
la novela con sus propias formas? Es decir, ¿cómo podría un «hombre natural» haber producido un texto tan críptico
como éste? (tan críptico como positivamente decadente, dicho sea de paso). ¿O debemos creer que podemos
encontrar nuestro camino de “regreso al jardín» sólo a través de la ironía? Parece poco probable.

Por último, no es como si Budd no fuese violento, o no sustituyese, de hecho, la fuerza física por el lenguaje. ¿Es
realmente un modelo para el hombre, redimido por la revolución? Un juego de palabras se esconde en el nombre
del barco: Bellipotent significa poder de la guerra, pero también sugiere su belleza. Tal vez esto es una tragedia,
después de todo. Tal vez la ironía revolucionaria nos ha llevado a un laberinto del que no hay salida.

Título: Billy Budd, Marinero

Autor/es: Herman Melville

Editorial: Alianza Editorial

Nº de páginas: 176

Referencias

1. PÉREZ GÁLLEGO, Cándido. 1967. El Héroe Solitario en la Novela Norteamericana. Madrid: Prensa Española, p.
22

2. Citamos del original: MELVILLE, Herman. 1995. Billy Budd, Sailor. London: Penguin, pp. 88 (todas las
traducciones son nuestras)
3. ↑ Ibíd., p. 80

4. ↑ Ibíd., p. 34

5. ↑ Ibíd., p. 35

6. ↑ Ibíd., p. 37

7. ↑ FIEDLER, Leslie A. 1982. Love and Death in the American Novel. London: Penguin, p. 454

8. ↑ GARCÍA CAPARRÓS, Julio. 2004. «Melville o la Música del Mal». Laberintos (Junio, n. 9), p. 20

9. ↑ Ibíd., p. 48

10. ↑ Ibíd., p. 84

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