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I. Resumen:
Uno de los componentes de este mundo privado es la familia, pero no la familia extensa, más bien,
una familia y hogar individualizados, nuclearizados, que sirven de refugio al individuo.
Sennett (1978) explica este fenómeno a través de lo que denomina el “declive del hombre público”,
siendo éste un proceso de la institucionalización de la familia burguesa, en donde se separa el
espacio del trabajo (público) del espacio de la vida cotidiana (privado).
Sin embargo, existe un soporte irrevocable e indisoluble; la relación progénito filial, que vendría
siendo un nodo al tejido familiar, siendo la contra del individualismo moderno, como prolongación
del anclaje familiar.
Cada vez es menos frecuente la opción de crecer en una familia grande, pues los(as) hijos(as) se
contraponen a los proyectos individuales, costos económicos y emocionales, que actúan como
soporte del proyecto familiar; provocando a su vez dinámicas familiares distintas, por razones
demográficas, control de natalidad, de peso económico o proyección individual.
Otro contexto que provoca nuevas configuraciones familiares es la migración, esto provoca nuevas
dinámicas familiares basadas en escenarios virtuales como soporte de las relaciones parentales, la
coparticipación en el desarrollo de proyectos familiares, las acciones de cuidado de los hijos van
dirigidas hacia otras personas que no sean los padres, asumiendo esta carga ya sea por obligación
o compensación económica. A estas familias se le denomina familia co-presente o co-residente.
Otra dinámica familiar se da en el marco de la separación, pues hay confrontamientos entre los
padres, existiendo sabor sexista en las disposiciones legales, y reiteración de patrones culturales de
antaño.
Estas situaciones no deben ser vistas como crisis familiares, sino más bien como la diversidad de
posibles probabilidades de familia, la crisis sería que la nuclearización de la familia sea el único
referente de ésta misma.
La familia es una realidad compleja, heterogénea, diversa y cambiante que está situada
históricamente y contextualmente, por ende, la familia irá transmutando según la dimensión
espacio-temporal.
Existe un tiempo de silencio en la historia de las familias, en donde la naturalización de está era de
un orden dogmático y sagrado, en donde se establecían los límites y posibilidades de conjugación
familiar con la finalidad de garantizar la continuidad y la transmisión del patrimonio. Dado este
contexto, la lógica de la configuración familiar, permitía la potestad del patriarca, definiendo
funciones de control, regulación y vigilancia.
Esto provocó, en las configuraciones venideras una estructura predeterminada, sostenida en una
red parental extensa, que brindaba aseguramiento y filiación permitiendo sentir pertenencia a ella;
todo bajo un mismo territorio y un patriarca, que dotaba de identidad y protección a cambio de
lealtad y obediencia.
Sin embargo, esta realidad familiar se vino abajo tras tres hitos históricos: el renacimiento y los
procesos de secularización, la revolución francesa con las ideologías de la libertad y los derechos
del hombre; y la revolución industrial que centra la lógica de la producción y el trabajo como
principal mercancía.
Esta nuclearización provocó que se considerará este tipo de familia el núcleo de la sociedad,
estructurándose la familia en la autoridad masculina como garante de orden, basados en el
derecho marital (control sobre la esposa), derecho de tutelaje (representación de los progenitores)
y el derecho a soberanía (privilegios del padre sobre esposa e hijos). Esta familia se funda en la
formación moral, afectiva, de protección de los hijos; sustentándose en el amor romántico
conyugal (sexo para reproducirse), el amor filial como obligación económica, etc. Este
delineamiento de la unidad familiar pasaría a ser un dispositivo de control para la solidez de la
sociedad, en el cual el Estado centra su accionar en la polarización de lo normal y lo patológico,
fundamentando la vigilancia frente al derecho del tutelaje.
Entonces la herencia que dejó la familia burguesa fue de: la presencia de matrimonio con co-
residencia y finalidad reproductiva para la continuidad y preservación del patrimonio, una
socialización diferenciada según el sexo que permitía y prohibía, la asignación de la mujer en el
ámbito doméstico y por último la atribución del padre y del hombre como proveedor exclusivo de
los ingresos familiares.
La segunda posguerra del siglo XX, provoca mutaciones en el ámbito social y familiar, pues es
necesaria la mano de obra femenina, lo que provoca que la mujer entre al espacio público.
Los discursos de las instituciones respecto a la familia se basan en las emociones, los sentimientos
y los afectos; siendo contraproducentes a la realidad capitalista o la utopía romántica, propias del
individualismo moderno.
Esto se constituye como una estrategia de mediación cultural y política, que tiene de base a la
familia, instrumentalizando y focalizando en los hijos un anclaje a la familia, provocando una
especie de amarre sostenible hacia la pareja.
Las relaciones progénito filiales son la última contra del individualismo moderno, generando una
nueva dinámica del consumo emocional, impulsado por las “alegrías” del placer paterno y
materno, pero que, ante su inexistencia, se generan estrategias de compensación.
Bibliografía