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En realidad, es lógico que así sea, porque el transporte es la arena en la que se dirime el
enfrentamiento primigenio de la especie humana con la Naturaleza. "Dominar" la
Naturaleza significa, antes que nada, poder moverse a través de ella con una libertad y
una facilidad crecientes. "Civilizar" la Naturaleza significa hacerla accesible y segura
para el ser humano, atravesarla y abrirla, para poder catalogar sus diversos elementos
como "recursos naturales", y poder trasladarlos o manipularlos hasta convertirlos en
bienes económicos, susceptibles de intercambio o acumulación.
Para poder utilizar la energía tan arduamente almacenada por las plantas, los animales
que se alimentan de ellas han de transformarla en un proceso que de nuevo se desarrolla
con rendimientos relativamente bajos. Una buena parte de la limitada energía así
obtenida la consumen en la producción de trabajo muscular, esto es, del movimiento que
les permite ir alcanzando sus alimentos, así como para asegurar otras funciones vitales,
de modo que sólo una fracción muy pequeña queda disponible para su acumulación en
forma de biomasa animal.
Esto explica la enorme diferencia de biomasa existente –en la tierra firme- en el reino
animal y en el reino vegetal: los seres vivos que se desplazan en sentido horizontal –los
animales- representan una fracción casi irrelevante de la biomasa terrestre (menos de
una diezmilésima parte), y economizan de modo bastante estricto su gasto energético en
trabajo muscular, evitando en general los movimientos inútiles o gratuitos. La
Naturaleza viviente terrestre está, en esencia, fija. Está constituida por innumerables
unidades elementales fijas –las plantas-, organizadas entre sí de modo que dejan un
espacio biológico pequeño –en términos relativos- para la vida en su seno de seres
dotados de capacidad de movimiento.
A lo largo del tiempo, la especie humana ha ido ocupando ese limitado espacio
biológico, primero expulsando del mismo a otros animales y luego ensanchándolo a
costa de alterar la propia estructura de los ecosistemas naturales. Pese a ello, las culturas
tradicionales, y en particular las que han evolucionado ligadas a sus propias bases de
sustentación ecológica y confinadas en ellas, han venido recurriendo al movimiento sólo
en la medida imprescindible para satisfacer sus necesidades, utilizándolo en términos en
general prudentes, y ateniéndose de algún modo a las reglas naturales de la economía
del movimiento. Sin embargo, en relación con el movimiento, como en tantos otros
aspectos, las modernas sociedades industriales se han organizado completamente de
espaldas a los principios básicos de la Naturaleza. En lugar de aplicarse a perfeccionar
los intercambios, las relaciones y los ciclos productivos cercanos, reduciendo al mínimo
indispensable los movimientos de materiales a grandes distancias, los sistemas
económicos y las formas de vida dominantes en los países desarrollados se apoyan
crecientemente en la realización de intercambios y desplazamientos horizontales de
grandes masas de personas y mercancías a grandes distancias, para satisfacer cualquier
necesidad o deseo, por nimio o irrelevante que sea.
Pero dado que los ecosistemas naturales terrestres han ido autoorganizándose
mayoritariamente sobre la base de los ciclos verticales y cercanos descritos más arriba,
están muy mal adaptados para soportar intensos movimientos horizontales en su seno.
Las estructuras primordiales de los ecosistemas naturales (suelo superficial,
comunidades vegetales, interconexiones ecológicas, etc.) presentan una gran fragilidad
frente a los desplazamientos horizontales masivos que genera un sistema de transportes
masivo de carácter industrial, como el que se ha venido construyendo a lo largo de los
dos últimos siglos en las sociedades sometidas al desarrollo. En consecuencia, el
transporte tiene que "abrirse paso" a través de unos ecosistemas naturales terrestres que
no están "diseñados" para soportarlo, y en su avance va fraccionando y empobreciendo
estos ecosistemas, y sustituyendo porciones crecientes de los mismos por espacios
inertes, definitivamente perdidos para la Naturaleza y la vida.
Pero estos efectos locales o territoriales del transporte distan mucho de ser los únicos
que soporta la Naturaleza como consecuencia de esta actividad. La generalización del
transporte motorizado exige la utilización de enormes cantidades de materiales y
energía, cuya extracción, transformación y consumo produce grandes masas de residuos
sólidos, líquidos y gaseosos, tan extraños a la Naturaleza como lo es el propio concepto
de movimiento horizontal masivo.
El ecosistema global, que está capacitado para absorber y reciclar cantidades moderadas
de estos residuos, ve pronto desbordada su capacidad de autoregulación cuando el
transporte –como otras muchas actividades humanas- introduce en su seno cantidades
masivas de residuos en pequeños lapsos de tiempo. Así, por ejemplo, la emisión masiva
de CO2 y de diversos gases contaminantes alteran la composición de la atmósfera, la
dispersión de petróleo en los mares modifica los ciclos biológicos marinos, y millones
de toneladas de residuos sólidos procedentes de los vehículos desechados se acumulan
en los vertederos o se difunden por el territorio, envenenándolo y degradándolo. De este
modo, el ecosistema global se va deteriorando en muy diversos aspectos, en un proceso
exponencial que parece evolucionar lentamente al principio, pero que a partir de un
determinado umbral se acerca rápidamente a situaciones de ruptura.
Ésta es, en síntesis, la visión del problema del transporte que es propia del llamado
"ecologismo profundo", que contempla el mantenimiento del equilibrio ecológico como
un valor primordial en sí mismo, además de colocarlo en primer término entre los
intereses humanos en el largo y muy largo plazo. Aunque la utilización de esta forma de
razonamiento puede parecer –y probablemente lo es- escasamente operativa para
enfrentarse a la gestión de los problemas inmediatos del transporte, ciertamente aporta
un marco general de notable utilidad para la comprensión global del conflicto ambiental
del transporte. En primer lugar, porque ofrece bases sólidas para cuestionar la visión
convencional del transporte como un bien económico cuya producción es deseable
incrementar indefinidamente, esto es, como una expresión más de la riqueza y el
bienestar social.
En segundo lugar, porque explica muy razonablemente el proceso histórico global que
han registrado las relaciones entre el transporte y el medio ambiente desde el inicio de la
revolución industrial. El deterioro ambiental debido al transporte no ha dejado de crecer
desde entonces, y ni el desarrollo tecnológico ni la invención de nuevos modos de
transporte han logrado frenar este proceso de deterioro, sino en todo caso acentuarlo, al
posibilitar el aumento continuo de la carga de transporte y de la velocidad. Las últimas
décadas del presente siglo, en las que se ha ido extendiendo la conciencia ambiental y se
han multiplicado las capacidades tecnológicas, son precisamente las que han registrado
un mayor deterioro ambiental debido al transporte.
El punto de partida para el avance hacia una "sociedad ecológica" en el campo del
transporte es la clarificación del significado de los conceptos de "movilidad" y
"accesibilidad", como objetivos genéricos de la actividad del transporte. Desde hace
mucho tiempo, la confusión que reina en torno a estos conceptos viene pesando como
una losa sobre las posibilidades de adaptación de las actividades de transporte a su
propio entorno ecológico.
La segunda identifica accesibilidad, ante todo, con proximidad: una necesidad o deseo
son tanto más accesibles –en el plano espacial o geográfico-, cuanto menor y más
autónomo pueda ser el desplazamiento que hay que realizar para satisfacerlos. En este
enfoque, que es el que corresponde a la visión ecológica del transporte, la movilidad y
la consecuente "producción" de transporte dejan de ser valores positivos en sí mismos,
para pasar a ser contemplados como tributos que la Naturaleza y la propia sociedad
deben afrontar para satisfacer las necesidades y los deseos de las personas.
Contra el vicio del transporte, la virtud de la cercanía
La omnipresencia del transporte como soporte más o menos directo de todas las
relaciones humanas y el carácter prometeico de su conflicto con la Naturaleza, tienen la
virtud de hacer aflorar las principales inviabilidades físicas del modo de producción y
de organización social occidental. Cuando el razonamiento sobre ese conflicto es
llevado hasta sus últimas consecuencias y se confrontan las necesarias conclusiones de
ese discurso con las realidades observables en el ámbito del transporte, se hace patente
la imposibilidad de hallar soluciones verdaderas y definitivas sin salir de las fronteras
del sistema establecido.
Pero son todavía muchos más los que han quedado a salvo en numerosas sociedades de
esas que los expertos denominan "subdesarrolladas", porque han venido
desenvolviéndose en equilibrio durante muchos siglos o hasta milenios, antes de que el
desarrollo de las otras las convirtiera a ellas en "subdesarrolladas" y a todas en
insostenibles. Las sociedades a las que sí se les aplicó el desarrollo van a necesitar
pronto esos valiosos conocimientos de la organización de lo cercano, y otros muchos
que sólo pueden pervivir en un contexto de cercanía, como la conservación de la
biodiversidad.
Y probablemente muchas más formas de creación de cercanía van a tener que ser
trabajosamente inventadas para dar solución a problemas y dificultades que son
producto de la propia aplicación del desarrollo, y cuya solución, si existe, nadie conoce
todavía. La reorganización de las economías y las sociedades desarrolladas para cortar
el insostenible proceso de globalización que ellas mismas han desencadenado, y para
instaurar en su lugar la creación sistemática de proximidad y cercanía, constituye un
debate prácticamente por comenzar, que promete ser uno de los más vivos y complejos
de los muchos que ha suscitado el ecologismo.