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¿Por qué tanto culto al libro?

Una de las cosas en las que más pensé fue en por qué tenemos esa dichosa
costumbre de concebir el libro como algo sagrado, erudito, lejano. Si los libros nos
hacen emocionarnos y nos tocan fibras tan internas e impenetrables, ¿por qué
ponemos esa barrera de mantenerlos intactos como si nadie los hubiera vivido?

¿Supone un rito de respeto el no alterarlos? Seguramente tú también has sufrido en


algún momento cuando has visto a alguien doblar las esquinas, subrayar o incluso
escribir sobre un ejemplar. ¿Eso lo hace menos válido? ¿Menos interesante? ¿Menos
perfecto? ¿Hará que dure menos en el tiempo?

Si echo la vista atrás y pienso en la de veces que he leído algunos de los libros de
Harry Potter, me arrepiento de no haberlos “disfrutado a fondo”. Si pudiera viajar al
pasado, le diría a mi yo adolescente que escribiera. Que anote todo lo que le hacen
sentir los pasajes. Que subraye con ganas esas frases que le marcaron. Que le
hicieron sentir algo. Ahora daría lo que fuera por poder volver a encontrarme con esos
pensamientos, con cómo me hizo sentir el leerlos por primera vez y lo que se cruzaba
por mi cabeza entonces.

No apto para el lector tradicional: Subraya,


pinta, dobla, disfruta
Así pues, tras impactarme tanto, decidí ponerlo en práctica. Comencé a subrayar en
lápiz. Este gesto tímido me resultó patético. Me imaginé cómo me verían desde fuera
creando líneas perfectas para que no llamara mucho la atención. Debo reconocer que
hasta use una regla para hacerlo. ¿El objetivo no era sobrepasar la línea?

Saqué un subrayador amarillo de mi bolso y, tras pensármelo un segundo, empecé a


subrayar un fragmento que me había encantado. ¿Y quieres saber qué? Disfruté
muchísimo de la sensación. Puede que suene extraño leerlo, pero me sentí más
cerca del libro y más lejos de los prejuicios. Aunque claro, se trataba de un
ensayo. Un ensayo se parece a un libro de texto. Y por ellos si que no tenemos tanta
estigma. Así que lo hice también con mi siguiente lectura de narrativa.

Y volví a sentirlo. Aunque a siemple vista no sea tan estético, este simple hecho me
hizo darme cuenta que al hacerlo, reflexionaba de verdad sobre el fragmento en sí y
esto me daba una perspectiva más rica sobre la lectura.
Contra la lectura: Adiós al culto al libro
Desde que tengo este pequeño espacio siempre he utilizado “pegatinas”/stickers/post
it para señalar aquellas páginas que me parecían interesantes o relevantes para
hacer la reseña del libro. Incluso frases que me parecían bonitas para destacar. Pero
ahora, además de esto, he decido dejar el miedo atrás. A partir de ahora subrayaré,
escribiré y me permitiré doblar páginas si así lo considero. He decidido decirle adiós al
culto al libro y dedicarme a disfrutar más de él. A hacer la lectura más rica y a
permitirme hablar con mi yo del futuro, por si en algún momento se siente
perdida y necesita volver a esas páginas. Siempre y cuando no estropee o
entorpezca la lectura, claro.
Sé que no todos los libros se prestan a este ejercicio de introspección. Que algunos
solo están para entretenerte y ya. Tampoco creo que “valga” subrayar cualquier libro
(menos si es prestado o una primera edición). Pero, por lo demás, creo que
deberíamos pensar en cuantas veces releemos un libro de nuestra estantería. ¿De
qué sirve tenerlo intacto si no lo vas a volver a leer? Y, si no es el caso y de
verdad volverás a sus páginas, ¿crees que esa nueva relectura será igual que la
anterior? ¿No te gustaría encontrarte con los pensamientos de tu yo pasado?

Y tú, ¿te animas a dejar atrás el “culto” al libro? Si mi texto no te ha convencido,


puede que Contra la lectura lo haga. O no. El caso es que sigas disfrutando de cada
libro que llegue a tus manos.
«Salva una vida, lee un libro»; ¿de verdad la lectura nos hace mejores?
¿Todos los lectores prolíficos son necesariamente personas con
conciencia cívica?.

Tal vez el miedo a los libros que expresaban las generaciones anteriores
no fuera menos supersticioso que la fe que actualmente depositamos en
ellos.

La importancia de la lectura (por no hablar de la escritura) está muy


sobrevalorada, y a lo que en realidad deberíamos prestar atención, en un
mercado abarrotado y ahíto de libros, no es a la muerte de la lectura,
sino a la muerte del criterio.
En el primer capítulo, «En el ático», habla de sus primeras lecturas. Años
aislada leyendo libros que mostraban una vida, separada por completo
de la que ella vivía, que le ayudaban a evadirse, y que tenían un impacto
emocional que recuerda como una adicción. Libros con los que adquirió
unas ideas ridículas sobre el amor.

El problema no es la LECTURA, sino los libros que escoges. Sed


lectores equilibrados y exigentes.
En el capítulo «Apilados» se aproxima al libro como objeto. Es cierto que
si somos lectores, los libros pueden llegar a poseer un valor simbólico, y
la lectura convertirse en un ritual, que puede incluir reglas sobre lo que
podemos leer y lo que no. En este sentido, la autora analiza las
respuestas de una encuesta que realizó entre lectores:

1. ¿Qué libro estás leyendo ahora mismo?


2. ¿Cómo decides el siguiente libro que vas a leer?
3. ¿Siempre terminas los libros o dejas algunos a medias? Si los
abandonas, ¿cuántas páginas necesitas leer normalmente?
4. Por lo general, ¿sueles diferenciar las lecturas entre trabajo y
diversión?
5. ¿Relees alguna vez libros que te encantan? Si es así, ¿cada cuánto?
6. ¿puedes leer en un lugar con mucho ruido, por ejemplo, en trenes y
autobuses?
7. ¿Recuerdas algún libro que te haya hecho reír a carcajadas o derramar
lágrimas?
8. ¿Dónde compras la mayoría de los libros? ¿Cuánto gastas anualmente
en ellos?
9. ¿Usas marcapáginas o doblas por una esquina las páginas de los
libros? ¿Tomas notas en los márgenes? Si es así, ¿usas lápiz o
bolígrafo?
10. ¿A qué velocidad lees? ¿Lees por encima a toda marcha o te
detienes para ir saboreando las frases?
11. ¿Cuándo y dónde lees mejor?

Me encantan las estanterías de las bibliotecas, incluso las de internet.


Hay algo que tiende a producir angustia en el hecho de estar rodeados
de todos esos pensamientos y voces distintos que nos recuerdan que,
por mucho que vivamos, nunca conseguiremos leer ni una ínfima parte
de los libros que ya existen, por no hablar de los cientos de nuevos
volúmenes que se publican cada día.
El último capítulo, «En las estanterías», que puedes leer al principio si
sientes vergüenza por los libros que no has leído (o has fingido leer),
Brottman te invita a dejar de culpabilizarte. ¿No has leído los «clásicos»
de la literatura?, muchos están sobrevalorados y su importancia es
histórica, no literaria. ¿Qué significa haber «leído» un libro? ¿Qué tal si
comienzas viendo algunas versiones cinematográficas de los textos
clásicos?.

En cualquier caso puedes quedarte con su regla de las 60 páginas, que


es la cifra que se da de margen antes de abandonar un libro y contestar:
«Lo intenté una vez, pero me temo que no es lo mío».

Las palabras no pueden funcionar sin los referentes del «mundo real».

Si leemos el tipo de literatura apropiado en las circunstancias adecuadas,


y si leemos con atención y el discernimiento suficientes, podemos
cambiar la manera de entendernos a nosotros mismos y nuestro modo
de relacionarnos con los demás.
Como conclusión, me quedo con la nota que hace Mikita Brottman para
esta edición española, diez años después de su publicación, en la que
sigue afirmando que la lectura, en sí misma, no es necesariamente una
actividad virtuosa; qué se lee y cómo se lee marcan la diferencia.
Asimismo, constata que la preocupación por el descenso de la lectura
sigue vigente, pese a que la gente en realidad sigue leyendo, aunque lo
haga en otros formatos.
La próxima vez que escuchéis a alguien quejarse de que ya nadie lee,
preguntaos: ¿qué representa «leer» para esa persona? ¿Qué es lo que
de verdad le preocupa?

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