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PROFESOR LUIS DIAZ

La exclusión social es la falta de participación de segmentos de la población en la


vida social, económica y cultural de sus respectivas sociedades debido a la carencia
de derechos, recursos y capacidades básicas (acceso a la legalidad, al mercado
laboral, a la educación, a las tecnologías de la información, a los sistemas de salud y
protección social) factores que hacen posible una participación social plena. La
exclusión social es un concepto clave en el contexto de la Unión Europea para
abordar las situaciones de pobreza, desigualdad, vulnerabilidad y marginación de
partes de su población. El concepto también se ha difundido, aunque más
limitadamente, fuera de Europa. La Unión Europea proclamó el año 2010 como año
europeo de lucha contra la pobreza y la exclusión social.

Evolución del concepto

Protagonismo internacional del concepto


Si bien el concepto de exclusión fue acuñado en los años 50 y 70 no sería hasta la
segunda mitad de los 80 cuando realmente cobra importancia en la escena política
francesa. Se trata de los debates en torno a la propuesta, finalmente aprobada por el
parlamento en diciembre de 1988, de crear el Ingreso Mínimo de Inserción (Revenu
Minimum d’Insertion – RMI). Es en este contexto que el tema de la
exclusión/inclusión madura como para, bajo el impulso de Jacques Delors y sus
asesores, pasar a ocupar un rango privilegiado en el pensamiento de la actual Unión
Europea, llegando a reemplazar totalmente, por un tiempo al menos, al concepto de
pobreza. El concepto de exclusión social fue oficialmente adoptado en 1989 por la
Comunidad Europea en una resolución del Consejo Europeo que lleva por título
Combatir la exclusión social. Desde la poderosa plataforma de la Comunidad
Europea el concepto de exclusión social iniciará una rápida expansión tanto en los
Estados miembros de la misma como en una serie de organismos internacionales,
como ser las Naciones Unidas, la Organización Internacional del Trabajo y el Banco
Mundial. En términos políticos, el ascenso de Tony Blair al gobierno británico le dará
un nuevo empuje muy significativo, que se concretará en la creación en diciembre de
1998 de la Social Exclusion Unit (SEU, “Unidad para la Exclusión Social”) como parte
integrante de la Secretaría del Gabinete del Primer Ministro y en el nombramiento, el
año 1999, de un ministro para la exclusión social. Nunca antes ni tampoco después
un gobierno le ha dado tal prominencia a la perspectiva de la exclusión social.
Además, la iniciativa política de Blair implicará, al menos temporalmente, una ruptura
del “frente anglo-sajón” que tradicionalmente se ha mantenido escéptico respecto del
nuevo concepto y firmemente anclado en las investigaciones clásicas sobre la
pobreza.
Sin embargo, el concepto nunca logró implantarse en Estados Unidos ni tampoco en
Asia, y su presencia ha sido limitada en África o América Latina y Europa. En
general, se puede decir que fuera de Europa el concepto de pobreza ha ganado el
pulso que le entabló, hace ya un par de décadas, el de exclusión social. Incluso en la
UE, si bien se sigue hablando mucho de exclusión social de hecho se sigue
pensando en y midiendo la pobreza, la privación y la vulnerabilidad. Un hecho
sintomático es que en el nuevo programa estrella de la UE, Europa 2020, la iniciativa
emblemática respecto de la lucha contra la pobreza y la exclusión se llame
simplemente Plataforma europea contra la pobreza. Otro hecho que retrata el
debilitamiento de la en su día tan prominente presencia del concepto de exclusión
social es la degradación de la posición de la Unidad para la Exclusión Social dentro
del gobierno británico en mayo de 2002 para luego, en junio de 2006, ser
transformada en un organismo de mucho menor peso y rango llamado Social
Exclusion Task Force (SETF, “Fuerza Operativa para la Exclusión Social”) que
finalmente desaparecería de la escena gubernamental británica sin pena ni gloria.
Definiciones de la exclusión social
La exclusión social viene del rechazo social, económico, político y educativo. Se
mueven en un eje que va desde el sentido original francés del término, que se centra
en la ruptura de lo que Durkheim llamaba lien social (“lazo social”) y que en sí mismo
poco tiene que ver con la pobreza, a un sentido más inglés del concepto, en el que
exclusión social se define como una suma de situaciones de privación o pobreza que
se supone son, en sí mismas, componentes y causas de la exclusión.
La adopción por parte de la Comunidad Europea del término exclusión social a fines
de los 80 se caracterizó por una mezcla ecléctica de ambos enfoques, donde la idea
original francesa fue pasada por el cedazo inglés. Así describen H. Silver y S. M.
Miller este proceso:
Cuando la UE adoptó la terminología de la ‘exclusión social’ del francés, su
significado cambió sutilmente. Los expertos británicos de los Programas de la
Pobreza trataron, por ejemplo, de reconciliar el énfasis francés en la exclusión social
y cultural con su propio énfasis tradicional en la privación material y en los derechos
sociales de la ciudadanía, viendo la pobreza como un impedimento para la
participación plena en la sociedad […] El trabajo conceptual le cedió el paso a un
compromiso político […] Dicho lisa y llanamente, la UE reformuló la exclusión como
una inhabilidad para ejercer los ‘derechos sociales de los ciudadanos’ a obtener un
estándar básico de vida y como barreras a la ‘participación’ en las principales
oportunidades sociales y ocupacionales de la sociedad. 1
Este compromiso, donde el tinte inglés ha sido más marcado que el francés, es el
que nos permite entender las diversas definiciones que la UE ha ido dando del
término exclusión social hasta llegar a la actualmente usada, tal como fue presentada
en el Informe conjunto sobre la inclusión social de 2003: “Exclusión social es un
proceso que relega a algunas personas al margen de la sociedad y les impide
participar plenamente debido a su pobreza, a la falta de competencias básicas y
oportunidades de aprendizaje permanente, o por motivos de discriminación. Esto las
aleja de las oportunidades de empleo, percepción de ingresos y educación, así como
de las redes y actividades de las comunidades. Tienen poco acceso a los organismos
de poder y decisión y, por ello, se sienten indefensos e incapaces de asumir el
control de las decisiones que les afectan en su vida cotidiana.” 2
Ahora bien, más allá del énfasis que se le dé a diferentes componentes del concepto
de exclusión social todos los enfoques acentúan ciertas características del mismo, en
particular el tratarse supuestamente de un fenómeno multidimensional y acumulativo,
es decir, en el que coincidirían, reforzándose mutuamente, una serie de procesos y
situaciones de privación y exclusión que empujan a individuos y grupos “al margen
de la sociedad”, amenazando así el lazo o la vinculación que los une con el resto de
la comunidad. Además, la gran mayoría de los autores hacen de la pobreza y la falta
de acceso al trabajo el elemento central de esta “multidimensionalidad acumulativa”.
Mediciones empíricas de la exclusión social
Junto a los estudios más teóricos sobre la exclusión social existen hoy una serie de
intentos de investigarla y medirla empíricamente, especialmente en el ámbito de la
Unión Europea. Hilary Silver realizó en 2007 una reseña muy útil de estos estudios
empíricos que aquí servirá de base para describir sus resultados. 3 Los estudios en
cuestión usan ampliamente las fuentes de datos estadísticos disponibles, en
particular aquellos reunidos por estudios longitudinales tipo panel, basados en una
muestra de hogares e individuos que son seguidos durante una serie de años,
permitiendo así captar la dinámica real del desarrollo social. El estudio más
importante a este respecto es el European Community Household Panel (ECHP),
llevado a cabo entre 1994 y 2001. En este estudio se recopiló una amplia serie de
datos longitudinales, lo que permite seguir en el tiempo las trayectorias de los
individuos y hogares estudiados y, además, comparar los resultados obtenidos en
diversos países. Se trata por ello de una base de información óptima para estudiar
procesos supuestamente multidimensionales y acumulativos.
Los resultados de las investigaciones reseñadas por Silver pueden sintetizarse en los
siguientes puntos:
1. la correlación entre pobreza, en particular la pobreza crónica, y otros
indicadores de privación y exclusión es escasamente significativa, señalando
que se trata de fenómenos distintos;
2. la correlación entre distintos indicadores de exclusión o ruptura social tampoco
queda corroborada empíricamente;
3. la existencia de procesos acumulativos de privación y exclusión parece ser un
fenómeno muy poco común;
4. la privación no es habitualmente múltiple sino que se trata de un solo factor;
5. no existe una base empírica para hablar de una underclass, es decir, un grupo
considerable de personas permanente desaventajadas. 3

Este es el resumen que la propia Silver hace de su reseña:


uno de los hallazgos más consistentes de los estudios sobre la exclusión es que
ciertas facetas de la ruptura social no están asociadas con otras. Esto implica que los
procesos de desventaja acumulativa –círculos viciosos, espirales descendentes,
etc.– son más raros de lo que muchos suponen. Una cosa queda clara, la exclusión
social es distinta de la pobreza crónica […] sólo una pequeña proporción de los
pobres permanente están expuestos a privaciones múltiples […] Más gente es pobre
o vive en privación de una manera que los que viven la privación de una manera
múltiple […] La correlación imperfecta entre las dimensiones de la exclusión social
ilustra el hecho de que mucha gente está en trayectorias que, a diferente ritmo, los
llevan o sacan de una situación social dada.” Todo esto conduce a nuestra autora a
una conclusión decisiva: “El hallazgo reiterado de una débil correlación entre las
diversas dimensiones de la vida social contradice la antigua noción de una clase
marginalizada (‘underclass’), un núcleo duro de gente permanentemente
desaventajada. A lo más, esto caracterizaría un porcentaje muy pequeño de la
población de los países occidentales industrializados. 4
En suma, ni la multidimensionalidad, ni los procesos acumulativos, ni la privación
múltiple, ni la coincidencia de la pobreza con la exclusión, ni la formación de una
clase permanente de excluidos, nada de esto ha podido ser empíricamente
comprobado. Todo lo contrario, la evidencia indica que se trata de momentos en la
vida de los individuos durante los cuales éstos se ven afectados por una u otra
privación o falta de inclusión que no los condena a caer en un círculo vicioso de
degradación y exclusión ni a formar parte de una especie de clase de marginados o
excluidos. En suma, se trata de lo que ya sabíamos acerca de la pobreza en las
sociedades modernas, es decir, que es mayoritariamente una situación temporal en
el seno de sociedades constantemente cambiantes y con altos niveles de movilidad
social, sociedades en las que, usando el clásico ejemplo de los Estados Unidos, la
gran mayoría son pobres alguna vez pero sólo muy pocos lo son para siempre.
La exclusión social profunda en la sociedad actual
Las constataciones anteriores no deberían ser usadas para, lisa y llanamente,
descartar el uso del concepto de exclusión social. La exageración en el uso del
mismo, bajo el impulso inicial de aquella retórica tan común en los años 80 acerca de
lo que se llamó “la sociedad de los dos tercios”, no debe ir en detrimento de su
utilidad para describir y estudiar fenómenos cualitativamente importantes en las
sociedades contemporáneas. Se trata, en lo fundamental, de la existencia de
bolsones de privación y exclusión que, justamente por ser globalmente muy acotados
y minoritarios, no pueden ser detectados ni menos aún estudiados mediante el tipo
de herramientas usadas por los estudios antes mencionados. En muestras
representativas de una sociedad en su conjunto los individuos que forman parte de
estos bolsones de exclusión se diluyen quedando reducidos a excepciones
individuales. Sin embargo, cuando estas excepciones viven agrupadas se producen
procesos que es necesario no perder de vista ya que pueden llegar a tener una
significación social que es muy superior a la importancia meramente cuantitativa de
las personas que componen esos bolsones.
Este punto es crucial no sólo desde el punto de vista de los métodos de investigación
sino sobre todo para comprender lo que podemos llamar “exclusión social profunda”, 5
que siempre es colectiva y que se diferencia radicalmente de la vivida
individualmente. Una cosa es ser desempleado o pobre, o tener un acceso limitado a
una serie de recursos básicos y vivir una vida de gran aislamiento social pero hacerlo
como una excepción en ambientes sociales mayoritariamente compuestos por
personas que no viven esas situaciones; otra cosa muy distinta es hacerlo como
parte de un colectivo que abrumadoramente comparte esas características. En el
primer caso tenemos un individuo en una situación difícil, que además vivirá bajo el
estigma de una cultura ambiente donde la inclusión y participación social son la
norma. En el segundo caso, se forma una cultura de la exclusión y formas colectivas
de vida y movilización social que reflejan la situación de exclusión. En el primer caso
estamos ante un hecho lamentable y sin duda digno de atención pero de limitada
relevancia social; en el segundo estamos ante un hecho que, aunque en su conjunto
no abarque a demasiadas personas, puede dar origen a conflictos sociales de gran
trascendencia y transformarse en una real amenaza para la cohesión social. Se
puede producir así una verdadera ruptura del lazo social de que hablaba Durkheim
junto a la formación de una especie de cultura alternativa o incluso de una
contracultura, una forma de aquella “cultura de la pobreza” de la que Oscar Lewis
estudió ya en los años 50 del siglo pasado.6
Esta es una perspectiva que, entre otros, permite entender hechos como los
dramáticos motines urbanos que asolaron tantas ciudades francesas en octubre y
noviembre de 2005. Dicho esto no hay que olvidar una de las características más
destacadas que a menudo muestran estas áreas, a saber, el alto nivel de recambio
poblacional de las mismas. Este hecho es muy conocido gracias a los estudios
estadounidenses ya clásicos sobre los sorprendentes cambios que ha ido
experimentando la composición poblacional y étnica de los guetos urbanos. 7
Estudios recientes realizados en Suecia muestran la misma característica: el
recambio anual de población oscila entre una quinta y una cuarta parte de los
habitantes de los barrios más destituidos, especialmente cuando tienen una alta o
muy alta proporción de población inmigrante. 8 El “gueto” es por ello, en realidad, algo
muy distinto de lo que la misma palabra gueto sugiere. No es un área cerrada y
aislada sino el escenario de muchas aves de paso, a menudo de llegada reciente,
que encuentran en las áreas más pobres de la geografía urbana su primera
residencia para luego continuar su viaje. Sin embargo, la investigación también
muestra que en las áreas de alta vulnerabilidad y privación va quedando un
remanente permanente que sí puede ser descrito como “los excluidos” y que le dan
su particular atmósfera social y cultural a esas áreas. En todo caso, la existencia de
bolsones de exclusión que hoy por hoy toman la forma de guetos urbanos con altas
concentraciones de inmigrantes o minorías étnicas forma un objeto de estudio y
atención pública de la más alta relevancia. Por ello es pertinente que se siga
trabajando y profundizando en el tema de la exclusión social, pero dejando de lado
las exageraciones hasta ahora cometidas y dotándose de un diagnóstico correcto de
la “exclusión social profunda”, lo que requiere de herramientas de estudio y medición
adecuadas para entender un fenómeno que escapa a nuestras estadísticas
habituales.

FACTORES DE EXCLUSIÓN

Las diferentes tareas llevadas a cabo durante el proyecto nos han permitido
contrastar las tres hipótesis a partir de las cuales se formuló este trabajo. El acceso a
la bibliografía especializada en los diferentes temas tratados, la consulta de otros
estudios previos y, muy especialmente, el intenso trabajo de campo llevado a cabo
en Barcelona, nos ha dado la posibilidad de constatar que nuestros planteamientos
de partida eran acertados: Tal y como planteábamos, los procesos de exclusión son
fenómenos dinámicos y multidimensionales. Generalmente, no es un único factor lo
que lleva a una persona a la pobreza y la exclusión, sino la interconexión entre varios
factores. Así, resulta característico el hecho de que cuantos más factores de
exclusión, mayor es el riesgo para la persona que los sufre de estar efectivamente
excluida. De esta manera, en la realidad social nos encontramos con situaciones
complejas en las que están operando varios elementos.

Además es importante mencionar que lo que genera procesos de exclusión social no


es únicamente la suma de factores de exclusión, sino también la interrelación que
tiene lugar entre ellos, ya que unos influyen en los otros agravándolos o dotándolos
de particularidades concretas con lo cual en la práctica, conexiones distintas dan
lugar a situaciones diferentes. Basta con seguir las líneas de relación entre los
diferentes elementos de los cuadros que hemos expuesto y probar las distintas
conexiones y superposiciones posibles entre unos y otros para adivinar la enorme
complejidad del asunto que nos ocupa. La dificultad de acceso a una vivienda, por
ejemplo, no tiene lugar de igual manera (con las mismas causas y manifestaciones)
para una mujer paya de orígen europeo que para una mujer perteneciente a una
minoría étnica o/y inmigrante extracomunitaria; y la situación variará también si esta
persona tiene hijos/as a su cargo en solitario o no, etc.

Junto a la multidimensionalidad, la exclusión social se caracteriza por su dinamismo.


Por este motivo hemos hablado de procesos de exclusión. Debido a las
características de la sociedad actual, una misma personas puede experimentar
grandes cambios en su situación a lo largo de su vida. La exclusión no es en ningún
caso un atributo de las personas, sino un estado que puede durar más o menos
tiempo, y ser más o menos grave según el momento.

Nuestra segunda hipótesis apuntaba al género como variable significativa para el


análisis y comprensión de los procesos de exclusión social. A lo largo de este trabajo
se ha podido demostrar que los diferentes problemas y dificultades asociados a la
pobreza y la exclusión afectan de manera distinta a hombres y a mujeres. En muchas
ocasiones, las situaciones pueden parecer iguales a simple vista –como en el caso
de las consecuencias que tiene la ley de extranjería para las personas inmigrantes,
por ejemplo- . Pero lo cierto es que cuando nos referimos a un ámbito de interés
específico (vivienda, salud, etc) el punto de mira, la base del problema, la conexión
con otros ámbitos, la gravedad en relación a la exclusión etc. varía si la persona
afectada es un hombre o una mujer.

Para dar mayor validez a esta constatación, no estaría de más ampliar este estudio a
través de investigaciones comparativas que pudieran mostrar esta realida
desarrollando un trabajo de campo igualmente amplio con población masculina.
Conscientes de que no hemos desarrollado esa vía de exploración, consideramos
que la información obtenida en este proyecto es más que suficiente para validar la
hipótesis.

También hemos podido comprobar que, junto a la discriminación de género, la


discriminación por orígen y por étnia agrava los procesos de exclusión. La
pertenencia a una u otra étnia, el ser originaria de un país u otro, condiciona absoluta
mente los derechos y oportunidades de las personas para vivir en esta sociedad de
manera digna. No solo el hecho de la migración tal y como está regulada hoy en día
–con las limitaciones que hemos visto en cuanto a la posibilidad de obtener los
derechos básicos de ciudadanía- sino también la falta de reconocimiento de grupos
étnicos minoritarios –aunque legalmente ciudadanos de pleno derecho- favorece que
se desarrollen procesos de exclusión entre las personas.
La interrelación entre discriminación étnica y discriminación de género hace que
muchas mujeres estén siendo doblemente excluidas.
Contrastadas las hipótesis, pasamos a exponer los factores de exclusión que son
resultado del proyecto:

La identificación de factores de exclusión resulta fundamental para poder profundizar


en las causas que hoy por hoy están provocando que muchas mujeres carezcan de
las posibilidades para vivir y participar en sus sociedades en igualdad de condiciones
que otras personas. Nos permite también diferenciar los procesos que están teniendo
lugar en cada ámbito. Pero en ningún momento hay que perder de vista que se trata
de una tarea de sistematización analítica que, en la vida concreta de estas mujeres,
adquiere formas mucho más complejas por la interrelación de factores, que
ciertamente es lo que acentúa y agrava los procesos de exclusión social.
El hecho de conocer factores de exclusión relativos diferentes ámbitos en los que
hemos trabajado durante el proyecto, nos permite plantear alternativas y desarrollar
propuestas que hagan posible un cambio a todos estos niveles. De igual manera que
las causas y los elementos que originan pobreza y exclusión son multidimensionales,
las medidas políticas y de intervención que se planteen luchar para crear sociedades
más justas e igualitarias deberán abordar los problemas de forma integral, prestando
atención a todos los elementos que intervienen en cada situación. En cualquier caso,
será algo que plantearemos más adelante, en el apartado de las conclusiones.
Hemos querido destacar aquí la importancia de aquellos factores de exclusión que
permiten desarrollar análisis en los que el género y la étnia sean considerados
variables significativas.

A continuación, incluimos el listado de factores de exclusión identificados, y


organizados en función de los diferentes ámbitos de interés del proyecto:

Rentas:
- Tener bajos ingresos y menos posibilidades de acceso a la renta

Derechos de ciudadanía:
- No tener acceso a los derechos de ciudadanía
- Depender de la relación familiar para acceder a los derechos de ciudadanía
Minorías étnicas:
- Pertenecer a una minoría étnica estigmatizada
Formación para el empleo:
- Tener un bajo nivel formativo
- No tener acceso a una formación ocupacional adecuada a sus necesidades y que
realmente capacite para el empleo y para competir en el mercado laboral
- El no reconocimiento de las trayectorias formativas y laborales previas a la
migración
- Llevar a cabo ciclos formativos que conducen a guetos ocupacionales y a empleos
no cualificados.

Empleo:
- Tener un empleo de baja calidad y fuera del mercado de trabajo regulado.
- Trabajar en condiciones laborales de precariedad y de desprotección social.
- Tener limitaciones para acceder al empleo fuera de ciertos guetos ocupacionales
- Tener menores salarios por trabajar en nichos ocupacionales de mayor
concentración femenina
- Sufrir desempleo, y desempleo de larga duración
- Trayectorias laborales intermitentes
- Tener una edad no preferente para el mercado laboral

Cargas familiares:
- Responsabilidad no compartida del cuidado de las personas dependientes
- Redes de apoyo social sean débiles o inexistentes
- Pertenecer a un modelo de familia diferente al hegemónico
- Trabajar y realizar tareas que no son valoradas socialmente

Vivienda:
- Tener dificultades de acceso y mantenimiento de una vivienda digna
- Vivir en barrios-gueto, en zonas degradadas

Salud:
- Desatención a la salud específica de las mujeres
- Tener dificultades de acceso a los recursos preventivos
- Tener dificultades de comunicación con los servicios y personal sanitario
Ocio y relaciones sociales:
- No tener posibilidades de acceso a espacios de ocio y a relaciones sociales
- No poder participar en la “red social” en condiciones de igualdad Se trata, como
venimos diciendo, de toda una ser ie de factores que pueden darse de forma aislada,
pero que frecuentemente aparecen combinados entre sí.
El factor más frecuentemente mencionado en los estudios sobre pobreza y exclusión
social es el que hace referencia a los ingresos.
Tener bajos ingresos genera situaciones de pobreza. Además, es importante
contemplar las posibilidades desiguales de acceso a la renta no solo a nivel general,
sino también dentro de la familia.
Esto responde a que hemos podido observar que, aunque los ingresos personales de
una mujer sean de una cantidad determinada, el reparto de esos ingresos dentro de
la familia puede realizarse de tal modo que ella sea finalmente quien menos los
disfrute a nivel personal.
En cuanto a los derechos de ciudadanía, cuando una persona no tiene acceso a ellos
implica que, oficialmente, no existe para esa sociedad. No puede hacer uso de los
servicios públicos ni organizar su vida en un mundo que de entrada le cierra las
puertas para participar en prácticamente cualquier ámbito, e incluso le impide
disfrutar de los derechos fundamentales. La exclusión legal en este caso produce la
exclusión social.
En el caso de muchas mujeres inmigrantes extracomunitarias, el acceso a los
derechos de ciudadanía depende de la relación con algún familiar, normalmente su
marido, imposibilitándole desarrollar proyectos propios de forma independiente
durante un periodo determinado. De esta manera, las leyes de extranjería hacen
oficial la desigualdad de géneros en detrimento de las mujeres y favorecen el
mantenimiento de la relación matrimonial incluso en situaciones que pueden ser
desesperadas para las mujeres, como en los casos de violencia doméstica.
Además de la situación legal, pero no siempre vinculado a ella, el hecho de
pertenecer a una minoría étnica estigmatizada actúa como importante factor de
exclusión. En sociedades que tienden hacia la homogeneización cultural y la falta de
reconocimiento de todo lo que no se ajusta al modelo hegemónico, la diferencia es
objeto de discriminación. Muchas persona se ven excluidas de los más diversos
ámbitos por este motivo.
En relación a la formación para el empleo, tener un bajo nivel formativo es hoy en día
un directo factor de exclusión en relación al mercado laboral, que cada vez es más
especializado y competitivo. De igual manera, los currículums formativos que no se
ajusten a las necesidades del mercado no servirán para acceder al empleo. Existen
trayectorias formativas que, ya de entrada, solo harán posible la incorporación de las
personas a empleos no cualificados en ciertos guetos ocupacionales. Esta es una
realidad para muchas mujeres que, a pasar de haber dedicado tiempo y esfuerzo a la
formación, se encuentran en situaciones de gran precariedad porque dicha formación
solo les abre las puertas a determinados sectores del mercado (hostelería, cuidado
de personas, etc) y en posiciones no cualificadas.
Para las mujeres inmigrantes extracomunitarias el principal factor de exclusión en
este ámbito es la falta de reconocimiento oficial de los estudios realizados en sus
países de origen, que no les son homologados una vez en Europa. Así, personas con
gran cualificación y experiencia, no pueden acceder a empleos que se ajusten a su
perfil, teniendo que comenzar desde cero su formación.
Los factores identificados en relación al empleo son numerosos, ya que este es un
ámbito fundamental para la inclusión social de las personas. Como venimos
mencionando, y por causas diversas (desde la baja cualificación, hasta la
discriminación étnica o de género) muchas mujeres ven limitadas sus posibilidades
de acceso al mercado laboral a determinados sectores profesionales caracterizados
por la precariedad. Frecuentemente se trata de empleo que está fuera del mercado
regulado, con lo cual estas mujeres carecen de cualquier tipo de protección laboral.
Los nichos ocupacionales menos cualificados y más precarios suelen caracterizarse
por tener una mayor concentración de mujeres. En sentido inverso, la feminización
de un sector hace que este se desvalorice, bajando sus salarios e imponiendo
condiciones aún perores a sus trabajadoras. Se produce así un círculo cuyo
resultado directo es la exclusión de las mujeres. Otro factor de exclusión en este
ámbito es la intermitencia de las trayectorias laborales de muchas mujeres. La
maternidad y, en general, el rol de género que les asigna la función de cuidadoras de
los otros/as, hace que en diferentes momentos a lo largo de su vida las mujeres
abandonen su carrera profesional para dedicarse a esas otras labores, apenas
compartidas ni apoyadas por otros agentes sociales, lo cual imposibilita conciliar
ambos ámbitos. La consecuencia es la ruptura cada cierto tiempo de trayectorias
laborales, que luego serán más difíciles de retomar.
Un elemento adicional que condiciona la inclusión o exclusión de las mujeres en el
mundo laboral es la edad. Estar fuera de la franja preferente para el mercado, esto
es, por encima o por debajo del intervalo 18-35, supone tener mayores dificultades
para encontrar un empleo. Pero el factor de exclusión por excelencia en lo que se
refiere a este ámbito es el desempleo, cuyas principales víctimas son las mujeres tal
y como mencionan todas las estadísticas. Cuando el desempleo es de larga
duración, las posibilidades de incorporación al mercado laboral son aún menores.
En lo que se refiere a las cargas familiares, cuando el cuidado de las personas
dependientes -esto es niños y niñas, pero también personas mayores, personas
enfermas, etc.- no se lleva a cabo de forma compartida, son las mujeres quienes lo
asumen según viene asignado por el rol tradicional de género, como ya hemos
mencionado. Esta tarea de cuidadoras suele desarrollarse en detrimento de otras
(empleo, formación, ocio...), lo que a menudo conduce a las mujeres a estar
excluidas o a participar en condiciones desiguales en determinados ámbitos.
Mientras en muchas culturas existe una gran solidaridad entre mujeres y tradición de
redes de apoyo para el cuidado de las personas dependientes, no ocurre lo mismo
en la sociedad europea. La carencia de estas redes, sumada a la falta de apoyos
institucionales, hace que dicha responsabilidad se asuma por las mujeres a nivel
individual, con las consecuencias que acabamos de comentar.
Además, nuestra sociedad está organizada tomando como modelo de familia el
modelo tradicional (formado por una pareja hetero sexual con sus hijos e hijas), y
cuando una mujer pertenece a una familia que no se corresponde a ese parámetro,
encuentra aún más dificultades para poder desarrollar su vida en igualdad de
condiciones con otras personas. Esto resulta especialmente relevante para las
mujeres a cargo de familias monoparentales.
A pesar de ser fundamentales para el mantenimiento y reproducción de la sociedad,
los trabajos no remunerados realizados por las mujeres (trabajo doméstico, cuidado
de las personas, etc) no son valorados socialmente. El desprestigio de quienes llevan
a cabo dichas tareas resulta injusto si tenemos en cuenta el enorme valor que estas
suponen, también a nivel económico. Invisibilizar este valor implica condenar a
muchas mujeres como si estuvieran al margen de nuestra sociedad, cuando lo cierto
es que ellas, a costa de elevados costes personales, la mantienen y la hacen posible.
En el ámbito de la vivienda, hemos identificado dos factores de exclusión
fundamentales. Por un lado, muchas mujeres afrontan dificultades para acceder y
mantener una vivienda digna. Esto implica tener que vivir en malas condiciones (de
higiene, de espacio, de conviviencia, de intimidad, etc) lo cual supone graves
consecuencias para las personas a diferentes niveles. Siendo un derecho
fundamental, existe una importante vulneración del mismo, ya que hoy por hoy tener
un hogar en buenas condiciones resulta más bien un privilegio.
Además, el residir en un barrio gueto también es un importante factor de exclusión.
En estos barrios los precios de la vivienda son más baratos y suele existir una gran
concentración de colectivos en riesgo de exclusión. Son zonas que están degradadas
y descuidadas por parte de las instituciones y donde el conflicto social puede ser
mayor, debido a la competencia de sus habitantes por los recursos escasos. Estas
condiciones de vida dificultan la participación en igualdad de condiciones de muchas
mujeres en diferentes ámbitos, y generan exclusión.
En relación con la salud, existe una desatención generalizada a la salud específica
de las mujeres, tanto a nivel de la investigación sanitaria que se lleva a cabo como al
nivel de la respuesta directa a las necesidades y problemas planteados por las
mujeres en relación a su estado de salud.
Necesidades que requerirían de tratamientos más integrales y ajustados a las
situaciones personales.
La falta de cuidados preventivos (fruto de diferentes variables) hace que muchas
mujeres se vean imposibilitadas de disfrutar de una buena salud, que tratan más en
casos de urgencias que a través de un seguimiento continuado.
Además, las dificultades de comunicación manifestadas por muchas mujeres en
relación al personal sanitario –por cuestiones de idioma, de diferencia
cultural, por actitudes de no-escucha, por falta de tiempo, etc- no facilitan la
confianza y el buen uso de los servicios sanitarios existentes.
Para terminar, y en lo que se refiere al ocio y las relaciones sociales, los problemas
para acceder a espacios de ocio y las dificultades para establecer relaciones con
otras personas, conducen a muchas mujeres a la soledad y al aislamiento,
excluyéndolas de una participación satisfactoria en la sociedad.

GRUPOS VULNERABLES

Definición

Durante la última década la atención a grupos vulnerables, también conocidos como


grupos sociales en condiciones de desventaja, ocupa un espacio creciente en las
agendas legislativas de las políticas públicas, con especial atención a los procesos
de vulnerabilidad social de las familias, grupos y personas. [1]

El concepto de vulnerabilidad se aplica a aquellos sectores o grupos de la


población que por su condición de edad, sexo, estado civil y origen étnico se
encuentran en condición de riesgo que les impide incorporarse al desarrollo y
acceder a mejores condiciones de bienestar.[2]

El Plan Nacional de Desarrollo (PND) define la vulnerabilidad como el


resultado de la acumulación de desventajas y una mayor posibilidad de presentar un
daño, derivado de un conjunto de causas sociales y de algunas características
personales y/o culturales. Considera como vulnerables a diversos grupos de la
población entre los que se encuentran las niñas, los niños y jóvenes en situación de
calle, los migrantes, las personas con discapacidad, los adultos mayores y la
población indígena, que más allá de su pobreza, viven en situaciones de riesgo.
El Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) concibe a la
vulnerabilidad como un fenómeno de desajustes sociales que ha crecido y se ha
arraigado en nuestras sociedades. La acumulación de desventajas, es multicausal y
adquiere varias dimensiones. Denota carencia o ausencia de elementos esenciales
para la subsistencia y el desarrollo personal, e insuficiencia de las herramientas
necesarias para abandonar situaciones en desventaja, estructurales o coyunturales.
[3]

Desde una perspectiva alimentaria, la Organización de la Naciones Unidas


para la Agricultura y la Alimentación (FAO) define un grupo vulnerable al que padece
de inseguridad alimentaria o corre riesgo de padecerla. El grado de vulnerabilidad de
una persona, un hogar o un grupo de personas está determinado por su exposición a
los factores de riesgo y su capacidad para afrontar o resistir situaciones
problemáticas.[4]

Mientras que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos considera una


amplia gama de grupos vulnerables que incluye a las mujeres violentadas,
refugiados, personas con VIH/SIDA, personas con preferencia sexual distinta a la
heterosexual, personas con alguna enfermedad mental, personas con discapacidad,
migrantes, jornaleros agrícolas, desplazados internos y adultos mayores, la Comisión
de Atención a Grupos Vulnerables enfoca su atención a cuatro grupos: Niños,
adolescentes, adultos mayores y personas con discapacidad.

Una acepción más amplia refiere que, en general, los grupos mencionados,
alimentariamente por definición, viven en condiciones de pobreza extrema. Los
ingresos de los pobres extremos no les permiten adquirir una cantidad suficiente de
alimentos para poder desempeñar sus actividades económicas y sociales
satisfactoriamente. En consecuencia estos ingresos tampoco les alcanzan para
atender el resto de sus necesidades básicas como salud, vivienda y educación.[5]

Esto es, la pobreza extrema configura una situación de vulnerabilidad. Si bien


la vulnerabilidad de quienes padecen pobreza alimentaria es crítica, también son
vulnerables aquellos que se clasifican en pobreza de capacidades. Estudios del
Banco Mundial revelan que la vulnerabilidad de las personas y las familias ante
situaciones adversas es intrínseca a la pobreza, “Cuando los recursos del hogar no
alcanzan para adquirir el valor de la canasta alimentaria, más una estimación de los
gastos necesarios de salud, vestido, calzado, vivienda, transportes y educación”.[6]

Definición utilizada por la Comisión de Atención a Grupos Vulnerables: Persona o


grupo que por sus características de desventaja por edad, sexo, estado civil; nivel
educativo, origen étnico, situación o condición física y/o mental; requieren de un
esfuerzo adicional para incorporarse al desarrollo y a la convivencia.

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